Entradas

¿Guerras para desviar la atención? Nieves C. Pérez

La caída del crecimiento económico chino es una realidad que ha sido motivo de discusiones en todos círculos financieros internacionales, así como en los de toma de decisiones políticas globales. La razón de la crisis algunos la atribuyen en parte a las estrictas medias de la política de “Cero Covid” impuestas por el Estado chino que priorizó prevenir contagios por sobre todo lo demás.  Aunque hay otros analistas que sostienen que es ilógico creer que China pudiera mantener el ritmo de creciendo que había venido sosteniendo en la última década.

Un escenario económico complejo con grandes problemas, tanto de orden político dentro del Partido Comunista chino con la desaparición de destacadas personalidades, como de orden económico con la fuga de capital extranjero o la crisis inmobiliaria, deja como resultado un escenario muy poco alentador que podría de hecho ser el propicio para darle más fuerza al uso del recurso de “guerras de desvío de la atención”.

El término de distracción o desvió de la atención lo retoma  M. Taylor Fravel, analista internacional experto en estrategia y doctrina militar, armas nucleares y disputas marítimas con foco en China y el este de Asia. Taylor publicó un artículo en Foreign Affairs el 15 de septiembre en el que cita a varios académicos que proponen que la crisis interna china puede abrir una escalada de ataques externos para desviar la atención de sus problemas domésticos.

En el artículo cita a Richard Hasss, un respetado intelectual que fue asesor de Colin Powell en la Administración de Bush, y que ha afirmado que China fomentará un mayor nacionalismo que les ayude a legitimar la invasión de Taiwán. O Michael Beckley y Hal Brands, conocidos académicos que han asegurado creer que frente a la caída del crecimiento chino Beijing buscará expandir su territorio como algo positivo en que centrar la atención.

Por lo tanto, la teoría de la guerra de distracción se lleva a la práctica principalmente para defender los intereses de los líderes que buscan permanecer en el poder. Frente a la amenaza externa los ciudadanos suelen unirse alrededor de la bandera y aumentar el apoyo a su gobierno en tiempos de conflicto con potencias extranjeras. Los líderes unifican apoyos internos pareciendo más competitivos al proteger el territorio y por tanto ganando fortaleza instantánea en un momento débil.

Taylor reconoce que los líderes chinos no suelen ser los que históricamente han propiciado un conflicto, aunque afirma que quizás si los líderes se sintieran débiles se volverán más sensibles a los desafíos externos y potencialmente atacaran para mostrar fuerza y disuadir a otros países de aprovechar su debilidad e inseguridad.

Relata cómo, en 1958, Mao Zedong provocó un desastre económico al industrializar el país con “el gran salto adelante” y cómo sometió a los ciudadanos y propició decenas de millones de muertes por hambruna. De manera casi simultáneas se llevaron a cabo las revueltas en el Tíbet y fue también el momento en el que el Dalai Lama huyó a la India. Ante esta situación, la respuesta del PC chino fue poner el foco en la necesidad de estabilizar sus relaciones con países vecinos firmando acuerdos de no agresión entre los que estuvo la India, aunque un par de años más tarde los chinos la atacaron.

De acuerdo con la opinión expresada en el momento por un oficial chino, la razón por la que China decidió atacar fue demostrarle a Delhi que a pesar de tener problemas domésticos no eran débiles y como respuesta al reforzamiento militar hecho por India en la zona limítrofe con el Tíbet después de las revueltas. Mao decidió reforzar la imagen china proyectando fuerza de cara al exterior.

En la década de los 60, los estragos de la Revolución Cultural de Mao se empezaban a acentuar por lo que el gobierno buscó formas de distraer al público del caos. En 1965 China envió tropas para ayudar a Vietnam del Norte contra Estados Unidos, aunque habían venido apoyando a Hanoi desde 1950, pero su apoyo militar se produjo en el momento en que tenían más problemas internos.

Taylor concluye desmitificando la teoría de las guerras para desviar la atención. Afirma que si los problemas económicos de China empeoran, sus líderes se volverán más sensibles a los desafíos externos como Taiwán. Presionar más a China podría ser contraproducente y motivar a Beijing a volverse más agresivo para demostrar su determinación. En un momento de crisis interna China podría arremeter, pero eso responde a la lógica de la disuasión y no de la distracción, en su opinión.

Sin embargo, se podría argumentar que el Estado chino ha venido insistiendo directa e indirectamente, internamente y al exterior que no tolerarán abusos mientras sigue insistiendo en que recuperaran a Taiwán o publicando mapas en los que se hacen con territorios en disputas.

De acuerdo con Jeniffer Zeng, una periodista china disidente, fuentes militares chinas afirman que, si Japón interviene en el plan del PC chino de liberación de Taiwán, el PC chino abandonará su compromiso previo de no usar armas nucleares y por el contrario lanzarán ataques sobre las islas niponas incondicionalmente.

Y aunque está amenaza pueda ser una forma de presión para conseguir disuadir a Tokio de intervenir en el asunto de Taiwán, es un mensaje que difunden en China y que va generando rechazo de la población hacia Japón y justificando posibles acciones del PC chino ante la población mientras que efectivamente consigue desviar la atención de la problemática doméstica. Y en esa compleja coyuntura, un mal cálculo, el ego de un dirigente o incluso un malentendido podrían desencadenar fácilmente una terrible guerra…

 

EEUU-China conversan

EE.UU. sigue endureciendo su lenguaje respecto a la política exterior y las prácticas comerciales de China, a la vez que tiende puentes con Pekín intentando institucionalizar cauces de diálogo sobre las áreas en las que puede haber puntos de encuentro. De ahí las visitas de altos cargos de la Administración Biden.

Recientemente ha visitado Pekín la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, que ha planteado a China la necesidad de someterse a las leyes del comercio internacional para fijar un marco de competencia más transparente, más abierto y con menos trampas. El problema es que el régimen chino, autoritario, defensor de los mercados controlados y de la acción decisiva del Estado que debe dirigir y controlar todo, por mucho que prometa y predique, no concibe la libertad de iniciativa de las empresas privadas como motor de la economía. Su herencia comunista  hace a China feudataria de principios ideológicos contrarios a la libertad de comercio (a la libertad en general) y eso dificulta un diálogo con Occidente.

Sin embargo, EE.UU. cree que hay marcos de entendimiento que, al menos, baje las tensiones y evite situaciones de riesgo comercial que se sumen a la tensión que provocan las ambiciones chinas sobre Taiwán y en el Mar de la China meridional que sitúa una posible crisis en el marco militar.

Yellen enmarcó su visita en el objetivo de para buscar “una sana competencia económica que beneficie a trabajadores y empresas estadounidenses y colaborar en desafíos globales” y añadió que EE.UU. tomará medidas necesarias para proteger la seguridad del país “cuando sea necesario”, en alusión a las prácticas chinas alertadas por los servicios de inteligencia occidentales de encubrir operaciones de recolección de datos tanto comerciales como de detección de vulnerabilidades de los adversarios en las empresas chinas y sus desarrollos tecnológicos. Aún así ha recalcado que asume este viaje con optimismo y reiteró que “presenta una oportunidad para comunicarnos y evitar malentendidos”.

INTERREGNUM: China y el motín de Prigozhin. Fernando Delage

Aunque neutralizada, la rebelión contra el presidente Vladimir Putin por parte del líder del grupo de mercenarios Wagner, Yevgeny Prigozhin, vaticina un incierto futuro para Rusia. También alimentará las dudas de Pekín sobre la supervivencia de un régimen con el que contaba para construir un orden internacional postoccidental. Una Rusia inestable complicará el entorno de seguridad chino y reducirá las posibilidades de que el Kremlin apoye a la República Popular en el caso de un conflicto con Estados Unidos si intentara hacerse con Taiwán por la fuerza.

China se mantuvo en silencio hasta que concluyó la crisis, momento en el que  calificó el incidente como “un asunto interno de Rusia”. Tras volar a Pekín ese mismo día, el viceministro ruso de Asuntos Exteriores, Andrei Rudenko, recibió de sus anfitriones un mensaje de confianza en las relaciones bilaterales. Los medios chinos han ocultado por su parte cualquier atisbo de preocupación oficial sobre el impacto de los hechos. Resulta innegable, no obstante, que los problemas de Putin también suponen nuevos problemas para el presidente chino, Xi Jinping.

El dilema más urgente que afronta Xi es cómo continuar apoyando a Putin mientras se prepara para la eventualidad de que deje de estar en el poder. El acercamiento  de Pekín a Moscú responde a unas premisas ideológicas compartidas, pero también a unos imperativos estratégicos propios que pueden verse debilitados tras la rebelión de Prighozin. La dependencia energética china y su vulnerabilidad marítima hacen de Rusia un suministrador de gas y petróleo a salvo de las acciones de terceros (por ejemplo, de las sanciones que pudieran imponer las democracias occidentales a la República Popular como respuesta a una acción unilateral de Pekín). Es una ventaja que puede verse en riesgo en un contexto de inestabilidad política en el Kremlin. Como miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Moscú tiene por otra parte la capacidad de bloquear toda resolución contra China; una posibilidad también sujeta, en principio, a la permanencia de Putin en el poder.

La evolución de los acontecimientos, marcada por una dinámica bélica que desde la misma invasión ha puesto en evidencia las erróneas expectativas del presidente ruso, y por la rebelión interna de un grupo que él mismo apadrinó, revela a ojos de los dirigentes chinos un creciente descontento social, un agravamiento de la rivalidad entre las elites rusas, y una notable incompetencia estrátegica. Sobre esas bases, la pretensión de Xi de que él y Putin podrían reconfigurar el orden internacional, según le dijo a las puertas del Kremlin hace sólo tres meses, parece cada vez más alejada de la realidad. El debilitamiento del socio imprescindible en su enfrentamiento con Occidente obliga a Pekín a asumir una posición mucho más prudente. La opción pragmática consistiría en intentar reducir las tensiones con Washington y la Unión Europea, pero las convicciones ideológicas de Xi y los tiempos que se ha marcado para avanzar en sus objetivos, pueden conducir en realidad a una desconfianza aún mayor en las democracias liberales.

La vinculación con Moscú no va a desaparecer. Cualquier otro dictador ruso seguirá necesitando a Pekín. Eso sí, ni podrá tener el tipo de relación que Xi ha mantenido con Putin—al que llamó su “mejor y más íntimo amigo”—, ni estará dispuesto a depender en tan alto grado de la República Popular como precio para continuar la guerra en Ucrania. Y China, que ya tiene suficientes problemas en su periferia marítima, tendrá que volver a prestar atención a un espacio que había desaparecido como preocupación de seguridad tras su normalización y desmilitarización a finales de los años noventa—los 4.200 kilómetros de frontera continental con Rusia—, por no hablar del control del arsenal nuclear ruso.

INTERREGNUM: Estados Unidos, China y los europeos. Fernando Delage

La reciente cumbre de Shangri-La, el encuentro que organiza en Singapur el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS) y que se ha convertido en la más relevante conferencia anual sobre seguridad en Asia, ha puesto de relieve que las espadas siguen en alto en la relación China-Estados Unidos. La presencia de los responsables de Defensa de ambos países podía haber contribuido a relajar la tensión bilateral, pero fue una oportunidad perdida. Pekín mantiene una actitud de resistencia frente a Washington.

Durante los últimos meses, la administración Biden ha intentado restaurar los canales de diálogo. En mayo, visitó Pekín el director de la CIA, William Burns; el representante de más alto nivel en viajar a China desde 2021. Y en Singapur, el secretario de Defensa, Lloyd Austin, criticó las acciones de la República Popular en la región, pero hizo hincapié en la necesidad de establecer mecanismos de gestión de crisis entre las fuerzas armadas de los dos países, así como unos principios de interacción para prevenir conflictos. El mantenimiento de ese diálogo, suspendido por Pekín en agosto del año pasado a raíz de la última crisis en el estrecho de Taiwán, debe ser—insistió—un imperativo, no una recompensa.

Sin embargo, el nuevo ministro de Defensa chino, Li Shangfu, rechazó la invitación de Austin para reunirse. La respuesta de Li a la petición norteamericana de adoptar medidas de confianza fue que no se trata de dialogar, sino de que Occidente “se dedique a sus asuntos” y se mantenga alejado de las aguas y del espacio aéreo cercanos a China. Tras acusar a Estados Unidos (sin nombrarlo explícitamente) y a sus aliados de utilizar la libertad de navegación como pretexto para su “hegemonía”, Li reiteró que la República Popular, por el contrario, nunca presionará a otros Estados. Es Washington, subrayó, quien debe cambiar de actitud si quiere estabilizar las relaciones con Pekín.

El tono hostil de su intervención no fue bien recibido por los socios y aliados de Estados Unidos presentes en la conferencia. El temor a una escalada de la rivalidad entre Washington y Pekín se reflejó en sus respectivos discursos, en los que mostraron una opinión similar a la de Austin y denunciaron la manipulación de los hechos descritos por Li al culpar a la OTAN de la guerra de Ucrania. Los ministros de una larga lista de países hicieron patente la unidad occidental frente a la agresión rusa. Pero la solidaridad por parte europea en Singapur no oculta la falta de un consenso entre los Estados miembros de la UE sobre la estrategia a formular hacia China; una realidad bien conocida por el gobierno chino, cuyo primer ministro, Li Qiang, visitará Berlín y París en las próximas semanas.

Las desafortunadas declaraciones sobre Taiwán del presidente francés, Emmanuel Macron, a la vuelta de su viaje a Pekín en abril, no ayudaron a la causa de la unidad transatlántica, ni tampoco a la formación de una posición común europea. Su opinión, luego parcialmente corregida, parece coincidir sin embargo con lo que piensa la mayoría de los europeos, según revela un sondeo del European Council on Foreign Relations hecho público la semana pasada. El porcentaje de quienes quieren que Europa permanezca neutral en un conflicto entre Estados Unidos y China es mayoritario en los once países en los que se realizó la consulta. El 43 por cien de los europeos consideran a China como un “socio necesario”, mientras sólo el 35 por cien ve en ella a un “rival” (24 por cien) o “adversario” (11 por cien). La mayoría se opone, eso sí, a un control chino de las infraestructuras, compañías tecnológicas y medios de comunicación del Viejo Continente.

La combinación de unos gobiernos inclinados a defender sus intereses económicos nacionales por delante de los intereses estratégicos europeos, y una opinión pública cuya percepción de China no parece haberse alterado por el apoyo político ofrecido a Moscú tras la invasión de Ucrania, transmite una relativa despreocupación por las nuevas realidades geopolíticas. Europa no sólo ha perdido peso relativo global, sino que, con independencia del desafío revisionista ruso, la transformación de Asia—con China al frente—le obliga a reorientar su estrategia internacional en defensa de sus intereses y valores. Para los interesados, reflexiono en mayor profundidad sobre estos asuntos en un ensayo publicado en el último número de la revista Araucaria (“Europa en la era de Eurasia y del Indo-Pacífico”), como parte de un monográfico sobre “Europa y el desafío asiático”: https://revistascientificas.us.es/index.php/araucaria/issue/view/1331.

Beijing sigue tensando la cuerda. Nieves C. Pérez Rodríguez

China continua por el camino de la provocación. El último incidente tuvo lugar en el mar de China Meridional el pasado sábado mientras un buque de guerra chino estuvo a tan sólo 150 yardas de golpear al destructor estadounidense USS Chung-Hoon durante una misión conjunta de Canadá y Estados Unidos que navegaban por el Estrecho de Taiwán.

El barco de la armada china aceleró considerablemente y luego frenó frente a la proa del buque estadounidense, según Mackenzie Gray, periodista canadiense que se encontraba a bordo. La maniobra fue definida como poco profesional por el capitán Paul Mountfort, comandante del HMCS Montreal, la otra fragata que estaba participando en las maniobras.

Frente al peligro, la tripulación canadiense alertó a la estadounidense para indicarles que necesitaban moverse o habría una colisión. El buque estadounidense respondió pidiéndole al barco chino que se quitara de delante y frente a la no respuesta no tuvieron otro remedio que apagar las máquinas y cambiar la dirección del barco para evitar el accidente.

El ministro de Defensa chino se apresuró a acusar a los Estados Unidos y a sus aliados de tratar de desestabilizar el Indo Pacífico, justo a pocas hora del incidente, durante su discurso en la Cumbre de Seguridad en Singapur en donde también se encontraba el Secretario de Estado Lloyd Austin, quien aprovechó el foro para recordar que una guerra por Taiwán traería consecuencias devastadoras e inimaginables para la economía mundial, a la vez que también criticó a China por el alarmante número de intercepciones en las que han puesto en riesgo a aviones estadounidenses así como sus aliados en el espacio aéreo internacional.

Este último incidente no es ni aislado ni el único que ha tenido lugar en los últimos meses. En efecto, el pasado 26 de mayo un Boeing RC-135 fue obligado a corregir su ruta después de que una fuerte turbulencia provocada por un avión chino que se acercó demasiado afectó al vuelo. El Pentágono expresó su preocupación en su momento.

En Vietnam, el buque chino Xiang Yang Hong, barco de investigación, y su escolta estuvieron operando durante casi un mes en la zona económica exclusiva de Vietnam en el Mar de China Meridional y provocaron la protesta de Hanoi hasta que finalmente el lunes de esta semana los chinos decidieron salir de las aguas vietnamitas después de varios días de protestas y una vez que aparentemente terminaron de navegar campos de gas y petróleo operado por empresas rusas, según Reuters.

En Filipinas un barco de la guardia costera china bloqueó una patrullera filipina también en el Mar de China Meridional, lo que también estuvo cerca de provocar una colisión. La BBC estuvo presente en el tenso encuentro cerca de Second Thomas Shoal en el archipiélago Spratly y tal y como informó “el incidente se llevó a cabo justo un día después de que el presidente filipino, Ferdinand Marcos Jr., se reuniera con el ministro de Relaciones Exteriores chino, Qin Gang, en Manila y después de que el canciller chino expresara su deseo de abrir líneas de comunicación sobre la disputa del Mar meridional de China”.

Por su parte, las autoridades marítimas de Malasia se vieron obligadas a sacar de sus aguas a un buque chino que se encontraba anclado sin permiso. Todo indica que el buque chino estaba en el lugar donde precisamente naufragaron dos embarcaciones británicas de la Segunda Guerra Mundial torpedeadas por los japoneses en 1949. Aparentemente estaban recaudando objetos e información de las naves, lo que ofendió a los británicos y en ese sentido el ministro de Defensa condenó la acción como la profanación de tumbas militares, puesto que allí perdieron la vida decenas de marinos.

Estos son sólo los incidentes ocurridos más o menos en el último mes. Por lo que claramente China sigue el juego de tensar la cuerda hasta ver donde da de sí.  La mayor parte de los acontecimientos ocurren en el Estrecho de Taiwán porque Beijing quiere mandar un mensaje claro sobre quien controla el estrecho y a quien le pertenece. Sin embargo, de acuerdo con la convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, los estrechos se definen como un paso o canal de tránsito internacional.

El Estrecho de Taiwán es un canal con gran importancia estratégica por su ubicación, pero además, de acuerdo con el derecho internacional, es un canal de envío o tránsito. El ancho del canal es de unas 220 millas náuticas en su punto más ancho, lo que significa que, tanto para China como para Taiwán, se encuentra dentro de las 200 millas náuticas otorgadas a todos los países como la zona económica exclusiva. En el artículo 38 sobre los derechos del Mar se contempla la libertad de navegación y sobrevuelo únicamente con el propósito de permitir el tránsito continuo y expedito por los estrechos. Por tanto, el Estrecho de Taiwán es un paso de tránsito que permite la libre navegación internacional.

El centro de investigación Pacific Forum, ubicado en Hawái, publicó un trabajo de Tran Dinh Hoanh, litigante internacional, titulado “China no puede obstaculizar la navegación internacional por el estrecho de Taiwán” en el que el autor concluye que además del derecho de paso con libertad de navegación y sobrevuelo por el Estrecho en la zona económica exclusiva (ZEE)  y alta mar, el artículo 45 dice que los buques de todos los Estados también gozan del derecho de paso inocente, es decir, que pueden transitar sin llevar a cabo ninguna actividad prohibida, a través del mar territorial de China y Taiwán que está dentro del Estrecho de Taiwán. Es decir, China no puede reclamar el Estrecho de Taiwán como sus propias aguas, aunque sean mares territoriales o ZEE y por tanto, no puede obstaculizar la navegación internacional.

En este trabajo el autor afirma también que desde que se estableció la línea Davis en el Estrecho, que tuvo su origen en un Tratado de Defensa entre Estados Unidos Y Taiwán de 1954, hasta agosto de 2020 sólo se tiene registro de cuatro incursiones militares chinas dentro de la línea. Sin embargo, desde septiembre de 2020, China se ha dedicado a enviar aviones y embarcaciones con mucha frecuencia cruzando la línea constantemente.

Esto va más allá de simples provocaciones que podrían acabar en un accidente fatal y de ahí producirse una guerra a gran escala, Dios nos libre. Pero es muy probable que la lógica de Beijing detrás de estas incursiones constantes sea normalizarlas, hacer que tanto Taiwán como el resto del mundo se acostumbren a ellas, para ir haciéndose con el control del Estrecho y para ir acercándose al territorio taiwanés y normalizar también su presencia y eventualmente tomar absoluto control de la región y la isla…

 

 

INTERREGNUM: Si China se hiciera con Taiwán. Fernando Delage

Durante los últimos años, coincidiendo con el rápido aumento de sus capacidades militares, la presión de la República Popular China sobre Taiwán ha crecido en todos los frentes. Además de multiplicar las incursiones de sus aviones en el espacio aéreo de la isla, o realizar maniobras con fuego real en aguas cercanas (como las del pasado verano tras la visita a Taipei de la presidenta del Congreso de Estados Unidos, Nancy Pelosi), la retórica del presidente Xi Jinping sobre la inaplazable “misión histórica” de completar la reunificación ha agravado la inquietud internacional sobre el riesgo de un conflicto. En febrero, fue el director de la CIA, William Burns, quien declaró que Xi había ordenado a sus fuerzas armadas “estar preparadas hacia 2027 para completar con éxito la invasión” de Taiwán. (En 2027 se conmemorará el centenario de la fundación del Ejército de Liberación Popular). Añadió que esto no significa que Xi haya tomado la decisión de invadir la isla, pero sí confirma “la seriedad de su objetivo y su ambición”.

La impaciencia de una China más poderosa ha puesto a prueba la política de ambigüedad estratégica mantenida por Estados Unidos durante décadas, transformando el contexto que tradicionalmente definió la cuestión. Además de ocupar una posición geopolítica clave en una era de creciente competición naval, Taiwán se ha consolidado como una de las democracias más sólidas de Asia, a la vez que desempeña un papel indispensable en las cadenas de valor de la economía global, especialmente como productor de semiconductores. La invasión de Ucrania no ha hecho sino elevar el temor a una acción similar por parte de Pekín al otro lado del estrecho, lo que ha llevado a aliados de Washington como Japón y Australia a denunciar igualmente de manera explícita todo intento de alterar el statu quo por la fuerza.

Aunque nunca se haya prestado mayor atención al problema, lo cierto es que apenas se ha reflexionado sobre las implicaciones estratégicas de una ocupación china de Taiwán. ¿Qué consecuencias tendría ese hecho, además de la destrucción de su democracia y de un golpe sin precedente para la economía mundial? ¿Cuál sería su impacto para la seguridad regional y global? ¿Cómo afectaría al resto de potencias y a los Estados vecinos? A estas preguntas ha tratado de responder un estudio de Pacific Forum, el think tank con sede en Honolulu, que está teniendo un enorme eco entre cancillerías y expertos. En The World After Taiwan’s Fall, título del trabajo, han participado seis autores, cada uno de los cuales ha analizado su respectiva perspectiva nacional (Estados Unidos, Australia, Japón, Corea del Sur, India, y un francés que examina el impacto para Europa). Lo han hecho, por otra parte, conforme a dos escenarios alternativos: el primero contempla una ocupación de la isla sin haber recibido Taiwán ayuda exterior alguna; el segundo, imagina dicha ocupación aun habiendo contado Taipei con apoyo externo (es decir, tras una victoria militar de Pekín).

Con independencia de cómo ocurriera, la principal conclusión del estudio es que las consecuencias de un control chino de la isla serían devastadoras. La República Popular eclipsaría la influencia de Estados Unidos de manera estructural, y no sólo en Asia. Al neutralizar la credibilidad de los compromisos de defensa de Washington con sus aliados y socios, el entorno de seguridad regional y global se volvería mucho más peligroso. Algunos países inevitablemente pasarían a formar parte de una esfera de influencia china; otros optarían por adquirir armamento nuclear.  Se esté o no de acuerdo con el análisis de los autores (algunos podrían considerarlo como excesivamente alarmista), las consecuencias generales resultan plausibles. La gravedad de su alcance ha sido por ello una de las principales motivaciones del estudio: se trata de urgir a las principales potencias a adoptar las medidas necesarias para prevenir que ese resultado se produzca.

Creciente agresividad militar china

En los últimos meses ha aumentado perceptiblemente la agresividad militar china y no sólo en el estrecho y los alrededores de Taiwán como ya venía ocurriendo. Pekín lleva tiempo testando la rapidez de las reacciones de Taiwán y de las fuerzas occidentales desplegadas en los espacios aéreos y marítimos de la región que tratan de impedir que China ocupe de facto rutas protegidas por los acuerdos internacionales. El principal problema está, como han señalado fuentes militares de Estados Unidos, en que “si operan tan de cerca no se necesita mucho para que haya un error y alguien se haga daño”.

La opción china, sin embargo, forma parte de una estrategia planificada en la que los riesgos están rigurosamente calculados, aunque eso no excluye la posibilidad de accidentes. Pekín es consciente de que, desde el punto de vista estrictamente militar, China es aún inferior a los aliados occidentales, aunque en los conflictos intervienen elementos que traspasan el balance militar entre las fuerzas enfrentadas. Hay que tener en cuenta los recursos de cada uno, el acceso a fuentes de energía, la producción industrial, la estabilidad institucional de cada lado, el territorio de choque y los ánimos y voluntades de las fuerzas. China está intentando acortar distancias en todos esos campos, además de incrementar con toda la rapidez que puede sus capacidades aeronavales.

Pero, además, China interpreta que la incertidumbre internacional está planteando a Occidente dificultades que no reconocen y que aumentar la presión en las áreas sensible del Indo Pacífico las agudiza creando contradicciones entre los aliados. En realidad, al menos públicamente, parece estar ocurriendo justamente lo contrario: Japón y Corea del Sur guardan sus viejos recelos, Filipinas y EEUU superan reticencias y aumentan su colaboración, EEUU lidera una alianza más estrecha con Australia, Reino Unido, India se acerca a Occidente y, en general, la solidaridad sobre el terreno con Taiwán es mayor que nunca.

China, que estudia cada paso en la guerra de Ucrania, ha visto las vulnerabilidades rusas y la capacidad de reacción de Occidente, y analiza sus propias capacidades. Pero estima que la situación en el Pacífico es distinta, que muchas declaraciones de alianzas son más débiles de lo que parecen y ganan tiempo para plantear sus desafíos.ç

Por otra parte, China está más involucrada en el sistema económico internacional que Rusia, porque tiene mucho capital y muchas inversiones en el exterior y, a la vez, mucha dependencia de recursos energéticos ajenos para mover su economía y, eventualmente, sus fuerzas armadas.

En ese escenario, la agresividad militar china es un conjunto de muchas cosas: puesta a punto, chantaje, exigencia de que se reconozca un mayos liderazgo regional y mensajes de autoestima para una sociedad que ahora crece menos y en la que crecen tensiones sociales. Pero el riesgo es, tal vez, excesivo.

Taiwán y la OTAN. Nieves C. Pérez Rodríguez

La invasión de Ucrania definitivamente cambió la geopolítica internacional, trayendo de vuelta la importancia de la organización transatlántica y el acercamiento de los aliados occidentales y, con ello, la unificación en una sola voz del mundo democrático sobre los problemas internacionales, más allá de Europa.

La región del Indo-Pacífico es un buen ejemplo que en este nuevo escenario ha tomado gran relevancia debido a que parece que se ha comprendido el riego que tiene y por tanto la necesidad de protegerlo, con el amparo implícito del mantenimiento del actual estatus de Taiwán.

En este sentido, Gabriel Sheinmann, experto y director de la Alexander Hamilton Society,  explica, en un artículo de Foreing Policy del 24 de mayo, que “el desastroso desempeño militar del aliado más importante de Beijing en Ucrania es un gran revés geopolítico para China. Mientras que la exitosa defensa de Ucrania de su territorio con el apoyo de Occidente podría tener un efecto disuasorio significativo en los propios planes de China para reunificar a Taiwán por la fuerza”.

Como demuestra el derribo de misiles hipersónicos rusos por el sistema de defensa antimisiles “Patriot” de fabricación estadounidense, Washington también está aprendiendo lecciones valiosas del desempeño de Rusia y Ucrania en una guerra a gran escala, después de décadas en los que su ejército se centró casi por completo en misiones de contraterrorismo y contrainsurgencia, afirma Sheinmann.

Por tanto, la ayuda a Ucrania está empujando la modernizar las fuerzas armadas de Estados Unidos, reactivar la producción de defensa inactiva, desarrollar y acelerar procesos para construir y desplegar amas y estimular la mayor acumulación de defensa por parte de Estados Unidos y sus aliados en 40 años, y todo está sucediendo sin el uso de tropas americanas.

Por otra parte, Sheinmann también expone que el apoyo de Occidente a Ucrania ha propiciado que los aliados asiáticos asuman un mayor compromiso y aumenten significativamente sus propios presupuestos de defensa. Lo ha hecho Japón considerablemente, Corea del Sur anunció a principios de este año que aumentaría también su presupuesto y Taiwán lo ha venido haciéndolo desde el 2019 con un incremento del 80%.

En este nuevo escenario geopolítico, el concepto de la OTAN parece estar trascendiendo las fronteras de Europa junto con el deseo de crear nuevas organizaciones defensa para garantizar la seguridad en otras regiones del planeta.  De ahí que el Quad o Diálogo de Seguridad Cuadrilateral haya tomado una importancia crítica para equilibrar el poder en la región del Indo-Pacifico, en que sus socios Australia, India, Japón y Estados Unidos buscan contrarrestar el poder de China en la región, aunque por sí solo no es suficiente.

En este sentido, la semana pasada, Lee Shih-chiang, jefe de planificación estratégica del Departamento de Defensa de Taipei, en una interpelación frente a los legisladores de la isla afirmó que Washington está ayudando a Taiwán a obtener el “Link 22” que es un sistema de radio digital seguro que las fuerzas militares utilizan para conectar datos tácticos y que es utilizado por la OTAN.

El sistema Link 22 permite comunicaciones más allá de la línea de visión que interconectan sistemas de datos tácticos aéreos, de superficie, subterráneos y terrestres, al mismo tiempo que facilita el intercambio de datos tácticos entre las unidades militares de las naciones participantes.

Las lecciones aprendidas en Ucrania están siendo usadas como analogía ante un posible escenario de invasión de Taiwán. Tal y como hemos dicho en esta misma columna anteriormente, Beijing ha observado con mucha atención la manera como Occidente ha reaccionado y apoyado con la guerra, mientras Washington ha estudiado cómo se comporta Beijing en todo momento. La información de ambas conductas puede darnos las claves del futuro cercano y los roles de ambos rivales.

Lee aseguró a los legisladores que el Link 22 es compatible con el sistema táctico taiwanés existente y podrán ser interoperables. Actualmente Taiwán cuenta con el Link 16 que es un sistema más obsoleto por lo que el Link 22 fortalecería las capacidades anti-interferencia y mejoraría la eficiencia del comando, al tiempo que proporciona transmisiones de comunicación más rápidas, de acuerdo con conocedores de la materia.

De acuerdo con los posibles escenarios que se han planteado, frente a una potencial invasión china a la isla, lo más probable es que Beijing bloquee los sistemas de comunicaciones taiwaneses en las primeras horas. China posee los sistemas de enlace de datos XS-3 y DTS-03 y estos ya son superiores a Link 16 y en la actual coyuntura la mejora de este sistema es clave para la defensa nacional de Taiwán así como para el futuro de la isla y la libertad de la navegación en el mar del sur de China.

Las instituciones de formación de la OTAN, como su Escuela de Defensa y la Escuela Oberammergau se han comprometido con actores de la región del Indo-Pacífico incluido Taipéi y aunque estas instituciones no son parte de la estructura de mando de la OTAN, en ellas se imparte la doctrina militar y es además donde reciben formación sus miembros. Por lo que Taiwán parece estar siendo más que instruido, parece que Occidente basado en el ejemplo de Ucrania prepara a Taiwán de la inminente invasión.

Si bien, Washington ha sido un gran padrino de Taipéi en la defensa de su estatus y sus valores democráticos, en los últimos años la posición estadounidense ha venido reforzándose y ha sido más tajante en la promoción de esta defensa.

Taiwán representa una intersección significativa entre la seguridad nacional, los intereses económicos y la enemistad histórica, lo que la convierte en la isla más importante del siglo XXI. Y aunque sean los estadounidenses quienes estén respaldando la trasferencia del Link 2, objetivamente es el sistema usado por la OTAN, lo que significa que el resto de los miembros de la organización están a favor y comprenden la necesidad de que está pequeña pero estratégica isla lo adquiera para su protección.

 

 

Competencia geopolítica e interdependencia económica. Nieves C. Pérez Rodríguez

Estados Unidos pavimentó el camino para que China saliera de la pobreza basado en la esperanza de que, dándoles acceso a la economía internacional, abriéndoles un mercado libre, conseguiría exportar los valores democráticos de Occidente. El presidente Richard Nixon fue el primero en promover la idea de mejorar las relaciones a pesar de las tensiones históricas y la hostilidad existente. Con discreción empezó a hablar de la necesidad de dialogar con China, por lo que envió uno de sus asesores de seguridad nacional y más tarde a su secretario de Estado, Henry Kissinger, a Beijing en un viaje secreto en 1971 lo que preparó el terreno para que la visita del propio Nixon a Beijing tuviera lugar un año más tarde para reunirse con Mao Zedong.

Las relaciones oficiales comenzaron en 1979 y se justificaron en la necesidad de ayudar a salir de la pobreza a casi mil millones de personas e intentar acabar con el comunismo, lo que es consistente con los valores estadounidenses. A finales de los sesenta la economía china representaba aproximadamente el 10% del PIB estadounidense por lo que objetivamente hizo imposible que Washington pudiera de manera alguna ver en China un posible competidor en el futuro.

Cuarenta y cuatro años más tarde China sigue tanto o más comunista que nunca y ha conseguido una tremenda capacidad de control ciudadano a través de dispositivos tecnológicos y aplicaciones de vigilancia social, aunque ciertamente el acceso al mercado internacional y su capacidad de adaptación a la demanda le permitió convertirse en la segunda economía del mundo en tiempo récord y con un Partido Comunista chino que interviene en toda la vida política de la nación y la cotidianidad de sus residentes.

Actualmente muchos expertos afirman que la política de EE.UU. hacia China fue un fracaso, puesto que su foco fue el desarrollo económico que eventualmente transformaría a China en una democracia liberal. Sin embargo, Washington creyó que conseguir una reforma de China era una inversión para la preservación de la paz y la estabilidad internacional en el tiempo.

A día de hoy, la competencia geopolítica entre Estados Unidos y China es cada vez más fuerte y ha llegado a un punto de no retorno que en efecto podría ser peligroso. Probablemente debido a la poca visión que tuvo Washington de reservarse determinadas áreas como la tecnológica en sus relaciones bilaterales lo que es comprensible basado en el modelo de libre mercado estadounidense y por otro lado en la ingenuidad de los legisladores al principio del siglo XXI momento en que China ingresó a la OMC.

Las inversiones estadounidenses en materia de tecnología participaron en acuerdos valorados alrededor de 7200 millones de dólares en el 2022. Pero similares acuerdos en el 2018 fueron por el orden de los 45.6000 millones de dólares. La razón de esta gran caída se explica entre otras cosas, por las fuertes tensiones entre ambas naciones, los problemas de la cadena de suministro y la estricta política de “Zero-Covid” china lo que hizo que los inversores fueran más cautos al momento de seguir invirtiendo.

Parte del enfrentamiento entre Beijing y Washington se debe a la competencia estratégica por la superioridad en tecnología clave, como los semiconductores, la inteligencia artificial, la computación cuántica, la biotecnología entre otras. Ambos países buscan asegurar un puesto ventajoso sobre el oponente en una competencia impulsada por intereses geopolíticos y económicos, de acuerdo con Peter Engelke and Emily Weinstein en un estudio publicado por el Atlantic Council.

En tal sentido, Biden tiene previsto firmar una orden ejecutiva que limitará la inversión de empresas estadounidenses en áreas de la economía china como la tecnológica, en las próximas semanas, antes de la cumbre el G7 que este año tendrá lugar en Hiroshima en mayo coincidiendo con el turno de Japón ene la presidencia del grupo de las siete economías más grandes.

El representante republicano Mike Gallangher, en una alocución en el Congreso, afirmó que los CEO de las empresas estadounidenses que operan en China tendrán que responder ante la justicia americana si sus empresas atentan contra los intereses nacionales. Gallangher también introdujo un proyecto ley bicameral y bipartidista sobre la Resilencia de Seguridad Cibernética de Taiwán, que demandaría que el Departamento de Defensa de EE.UU. amplíe la cooperación en seguridad cibernética con Taiwán para apoyarlos en contrarrestar las amenazas cibernética de China. Sólo en el 2019 el gobierno taiwanés estimó que enfrentó entre 20 y 40 millones de ataques cibernéticos cada mes desde China, algunos de los cuales fueron también realizados contra Estados Unidos.

“La seguridad de Taiwán es vital para nuestra seguridad nacional”, fueron las palabras del senador republicano Mike Rounds por lo que justifica la necesidad de que este proyecto de ley sea introducido y aprobado considerando la creciente agresividad china hacia Taiwán.

Todos estos movimientos en el Congreso estadounidense encabezados por el Partido Republicano muestran claramente que ambos partidos están alineados en su afán por neutralizar a China. En efecto, entre los documentos secretos que fueron filtrados unas semanas atrás se pudo conocer que tanto el Departamento de Defensa como la Casa Blanca han hecho el llamado “confianza cero” un prototipo de modelo de prioridad en materia de ciberseguridad. El término “confianza cero” que se ha puesto de moda en la práctica se traduce en la doble verificación de la identidad del usuario, limitar el acceso y operar bajo el supuesto de que posibles atacantes han violado las redes de una organización. Se cree que el presupuesto para mantener el plan de “confianza cero” costará millones de dólares en los próximos años.

Entre los documentos filtrados se pudo conocer también que el Ejército Popular chino está trabajando para conseguir penetrar los sistemas de seguridad del Departamento de Defensa estadounidense y otros sistemas federales. Lo que da razones a Washington para no bajar la guardia con China y seguir esforzándose por imponer controles y sistemas más cautelosos de protección, especialmente después de la aparición de los globos expiatorios que han subido los niveles de alarma en este lado del mundo.

Zareed Zakaria, analista de CNN, concluía que Estados Unidos y China se han embarcado en uno de los experimentos más espeluznantes de la historia internacional: ambas partes están atrapadas en una competencia geopolítica cada vez mayor a pesar de que ambas están profundamente entrelazadas entre sí.

Por otra parte, Edward Luce, columnista del Financial Times, ha intentado remarcar un importante dato histórico explicando que existe una gran diferencia entre China y la Unión Soviética. Probablemente China nunca se disolverá, por lo que Estados Unidos tendrá que hacer siempre frente a China. Aunque, ciertamente, la economía china se ha desacelerado, una posible señal de que las décadas de auge del país finalmente han terminado. Sin embargo, las probabilidades siguen siendo muy altas de que China se mantenga como una gran potencia, en términos económicos y geopolíticos, por lo que sugiere que los políticos en Washington y el resto de Occidente deben prestar atención a esta idea básica y actuar en consecuencia.

La coexistencia de ambas naciones es fundamental en el actual escenario internacional y la estabilidad de ambas economías y el mundo. No obstante, el desacoplamiento económico parece ser inevitable en los próximos años ante el temor de continuar aumentando la dependencia en diferentes áreas y la sospecha de que Beijing use esa arma en contra de Washington…

Macron, China y Taiwán

El presidente de Francia, Enmanuel Macron, en plena (y grave) crisis interior, ha tenido tras su visita a Pekín, una de sus actuaciones más desafortunadas en política exterior que reflejan, una vez más, el sueño melancólico francés de una grandeur que nunca fue, la obsesión por ponerse como potencia europea en el mundo de EEUU y la ingenua creencia de que cuando una potencia como China te halaga y te aplaude es por tu carácter de líder y no por servirle a sus intereses.

A la vuelta de Pekín, Macron defendió lo que se denomina la autonomía estratégica de Europa tal como la entiende China (y no como la conciben otros aliados europeos), es decir, como diferenciada y alternativa a EEUU, subrayó la necesidad de distanciarse más de los aliados del otro lado del Atlántico y, como perla para Pekín, subrayó la necesidad de no asumir, en relación con Taiwán, “riesgos que no son nuestros”.

Francia juega un papel central en Europa y, consumada la salida de Gran Bretaña, posee el ejército más potente de la Unión Europea incluidas armas nucleares. Pero siempre, y especialmente desde De Gaulle, no ha podido soportar el liderazgo de EEUU que, entre otras cosas, ha sido el garante de la supervivencia de Francia ante Alemania en las dos guerras mundiales. Durante las últimas décadas, y hoy mismo, Francia ha intervenido unilateralmente en África mientras critica (por cierto con el apoyo entusiasta de la izquierda europea) el “unilateralismo” de EEUU en el mundo y ha tratado de mantener equilibrios vergonzantes en Oriente Medio donde ha protegido a gobiernos sangrientos en Siria (su antigua colonia) y sus negocios con Sadam Hussein intentando blanquear estos actos con apoyos a Israel como la transferencia de tecnología en materia nuclear.

Taiwán necesita una defensa clara de la Unión Europea, aunque sea difícil y arriesgada, porque, como Ucrania, representa un modelo de sociedad que, aún con vulnerabilidades, sobre todo en el caso ucraniano, supone unos valores cercanos a los europeos (y norteamericanos) que han propiciado sociedades de bienestar y libertades sin precedentes y hoy amenazadas por Rusia y China. Ni los negocios ni el riesgo deberían hacer abdicar de esa defensa como no lograron frenar los esfuerzos contra Hitler, aunque hubo tentaciones (curiosamente más en Francia).

Claro que hay que evitar los conflictos mientras sea posible, y un choque militar en el Pacífico sería catastrófico. Pero no pueden ofrecérsele a China signos  de quiebra en la  alianza occidental por más que Francia se sienta dolida por su exclusión de la alianza del Aukus, por la pérdida de su contrato para construir los submarinos australianos y por ignorar EEUU que Francia, que tiene posesiones como Nueva Caledonia, se considera una potencia, también, en el Pacífico.