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Siria: gana Putin y Turquía y pierden los kurdos

La operación militar turca en el noroeste de Siria ha sido políticamente un éxito para Erdogan, que ha logrado aplastar a las milicias kurdas radicales ligadas al PKK y conseguido la ansiada zona de seguridad en su frontera; gana el gobierno sirio que ha logrado establecer tropas en la frontera con Irán y, sobre todo, gana Putin que ha logrado visualizarse como facilitador de un acuerdo entre sirios y turcos, refuerza sus posiciones en la zona y aparece como interlocutor de todos los bandos. Pierden los kurdos, incluso los moderados que han visto deshacerse otra vez, como en los años veinte del pasado siglo, la posibilidad de constituir un Estado propio al calor del caos de Oriente Próximo,

Estados Unidos, a pesar de presentar como un gran éxito militar y con gran aparato propagandístico la muerte del líder del derruido Estado Islámico Al Bagdhadi, ha quedado, al menos de momento, fuera de juego sin aparentes ganas de ejercer más liderazgo en la zona.

Y no se debe olvidar a Irán, cuyos aliados rusos y sirios han consolidado su posición y, aunque con condiciones, fortalecerán su presencia militar en Siria lo que supone, cuando menos, una amenaza directa para Israel.

Aunque los protagonistas principales parecen haber ganado todos algo, no se anuncia una estabilidad duradera. La consolidación de la influencia iraní mantiene en alerta a saudíes y egipcios, que mantienen una guerra indirecta con Teherán en Yemen y, a la vez, los lazos entre la teocracia iraní y grupos palestinos como Hamás y libaneses como Hizbullah obstaculizan cualquier avance hacia un posible acuerdo con Israel que apadrinan, precisamente, Arabia Saudí y Egipto.

Al final, también en este flanco del gran problema de Oriente Próximo, Putin se erige como gran vencedor y se estrechan los lazos entre Moscú y Jerusalén.

El nuevo frente iraní

El acuerdo sobre la limitación del programa iraní de desarrollo de tecnología nuclear vuelve al primer plano de la actualidad al recordar el presidente Donald Trump su posición de anularlo para negociar uno nuevo.
Aquel acuerdo, firmado por la Administración Obama, imponía una moratoria en el desarrollo del programa por parte de las autoridades de Teherán, establecía un sistema de inspecciones (limitadas) y anulaba las sanciones impuestas al régimen teocrático y garantizaba la llegada de sus  recursos petrolíferos a los mercados occidentales de los que llevaba años ausente.
Este acuerdo fue siempre duramente criticado por Israel, que entiende que no frena en realidad los planes iraníes sino los encubre, que solo establece una moratoria de diez años sin inspecciones eficaces y que, anulando las sanciones económicas, provee al régimen de nuevos recursos destinados, entre otras cosas, a reforzar su capacidad militar. Y, recuerdan desde Jerusalén, es Israel el principal objetivo, declarado en cada discurso, de la estrategia militar iraní.
El aumento de la influencia militar de Teherán en Siria, en la frontera oriental israelí; su renovada alianza con Hizbullah, organización militar calificada de terrorista por EEUU y la UE, desplegada en Líbano en la frontera norte de Israel, y los lazos crecientes de los ayatollah con Hamás, en la frontera suroccidental de Israel, completan el escenario. En ese contexto, Donald Trump ha asumido parte de las posiciones israelíes y quiere corregir lo que piensa que fue un error estratégico de Obama que debilita la posición de Occidente y de su principal aliado en la zona en beneficio de rusos e iraníes.
Probablemente esta iniciativa estadounidense abrirá un nuevo frente de discrepancia con Europa, donde Francia es el principal valedor del acuerdo con Teherán, y con Rusia, que no quiere que se altere un panorama en el que ha recuperado protagonismo en toda la región.
En todo caso, parece necesario, en el dossier Irán, abrir un debate sereno, no sólo sobre la necesidad de visualizar procesos de distensión sino en asegurarse de que estos procesos garantizan de verdad avances y no gestos que, a medio plazo, demuestren que a veces los remedios son peores que las enfermedades.