INTERREGNUM: Pekín, Moscú y Teherán mueven ficha. Fernando Delage

La intención de la administración Biden de restaurar la relación con los aliados, y el simultáneo interés europeo por restablecer los lazos transatlánticos, tienen como principal objetivo la gestión del desafío chino. Así se ha puesto de manifiesto en las sanciones impuestas conjuntamente por ambos actores—además de Reino Unido y Canadá—por los abusos cometidos en Xinjiang, y en el anuncio—realizado durante la visita del secretario de Estado, Antony Blinken, a Bruselas—de reactivación del foro de diálogo Estados Unidos-Unión Europea sobre la República Popular. La medida representa un nuevo paso adelante en la voluntad de la Casa Blanca de articular una respuesta unificada al ascenso de China, si bien la reacción de Pekín—que ha impuesto sanciones por su parte a parlamentarios y académico europeos—puede poner riesgo el acuerdo de inversiones firmado con la UE en diciembre.

China no se ha limitado sin embargo a elevar el tono y a responder con rapidez a las sanciones de que ha sido objeto. Sus movimientos diplomáticos tampoco se han hecho esperar. Apenas tres días después del encuentro de Alaska entre representantes chinos y norteamericanos, el 19 de marzo, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergey Lavrov, llegó a Pekín, donde los dos gobiernos acordaron mantenerse unidos frente a Occidente. “Ambos, dijo Lavrov, creemos que Estados Unidos desempeña un papel de desestabilización. Se apoya en las alianzas militares de la guerra fría y trata de crear nuevas alianzas con el fin de erosionar el orden internacional”. Con una preocupación aparentemente menor por las sanciones, las dos potencias estrecharán su cooperación en áreas de interés compartido y desarrollarán alternativas comerciales y financieras que no les haga depender de las estructuras y prácticas dominadas por las democracias occidentales.

Tras este nuevo gesto de aproximación entre Pekín y Moscú, el ministro chino de Asuntos Exteriores, Wang Yi, aterrizó en Teherán el 26 de marzo. Durante su breve estancia, ambas naciones firmaron un acuerdo de cooperación estratégica por un periodo de 25 años, haciendo así realidad la propuesta sugerida por el presidente Xi Jinping con ocasión de su visita a Irán en enero de 2016. Aunque los detalles del acuerdo no se han dado a conocer, abarca sectores diversos, el militar incluido, y se traducirá en una significativa inversión china en el sector energético y en infraestructuras. La República Popular es el primer socio comercial de Irán y uno de los principales destinos de sus exportaciones de crudo, sujetas como se sabe a sanciones norteamericanas.

Ninguno de estos movimientos es mera coincidencia. El deterioro de la relación de Washington con Moscú tras llamar Biden asesino a Putin, y con Pekín tras adoptarse medidas concretas contra la violación de derechos humanos en Xinjiang, han ofrecido una nueva oportunidad para el acercamiento chino-ruso. Desde el asedio del Capitolio el pasado mes de enero, los dos gobiernos se consideran más legitimados que nunca para denunciar la disfuncionalidad de las democracias liberales y la falsa universalidad de sus valores. Al incluir a Irán en la ecuación, Pekín no sólo refuerza su presencia en relación con la dinámica regional de Oriente Próximo—de la que también es prueba su declarada oferta de mediar entre israelíes y palestinos—sino que ha lanzado otro claro mensaje a la administración Biden: tanto para presionar económicamente a Teherán como para rehacer el pacto nuclear de 2015 necesitará contar con China. Las piezas se siguen moviendo en el tablero geopolítico.

INTERREGNUM: Pekín-Teherán. Fernando Delage

Con el apoyo de la administración Trump, el acuerdo de Israel con Emiratos y Bahréin apunta a una reconfiguración de gran alcance del escenario geopolítico de Oriente Próximo. Es previsible que otros Estados árabes sigan por este camino, incluyendo a Arabia Saudí (sin cuyo visto bueno nada de esto estaría ocurriendo). En su aparente intención de reducir la presencia directa de Estados Unidos en la región, la Casa Blanca avanza así en su objetivo de que sean Israel y Arabia Saudí quienes defiendan sus intereses, al compartir ambos—pocas cosas más les une—la obsesión anti-iraní del actual presidente norteamericano. Es una operación que abre, no obstante, nuevos riesgos locales, además de incentivar un mayor juego por parte de China en un espacio cada vez más inseparable de la dinámica euroasiática.

El acuerdo de Abraham ha sustituido el conflicto israelo-palestino por Irán como eje de las relaciones entre parte del mundo árabe y el Estado judío. Los palestinos son los grandes perdedores, al hacerse aún más inviable la solución del conflicto. Lo que no pueden percibir sino como una traición provocará sin duda su radicalización. Al mismo tiempo, se trata de un pacto entre gobiernos, construido a espaldas de las sociedades árabes, cuyos sentimientos hacia Israel son bien conocidos.  Representa, por tanto, un problema más que añadir a las quejas populares sobre desigualdad, corrupción y discriminación que ya amenazan la estabilidad política de los regímenes árabes.

Por otra parte, las ramificaciones de estos hechos no se limitan a la región. En Asia meridional, por ejemplo, Pakistán no puede sentirse más incómodo y desorientado. Pero son los movimientos chinos los que tienen mayores implicaciones. No es casualidad que el aumento de la presión sobre Irán coincida con la firma de un ambicioso acuerdo entre Pekín y Teherán. El anuncio—filtrado por Irán en julio y, hasta la fecha, ni confirmado ni desmentido por China—del compromiso de Pekín de invertir 400.000 millones de dólares en infraestructuras en la república islámica durante los próximos 25 años a cambio del acceso a los recursos petrolíferos del país, representa otra sacudida para el statu quo regional. 

Para Irán, el acuerdo es un salvavidas para una economía en situación crítica. Para China, representa un triple logro: además de asegurarse recursos energéticos a largo plazo, podrá avanzar en el desarrollo de las redes transcontinentales de interconexión que darán forma a la Ruta de la Seda, a la vez que desafía los esfuerzos de Washington dirigidos a aislar económicamente a Irán. El entendimiento de ambos gobiernos, resultado de la aproximación más estrecha que han construido desde la firma—en 2016—de una “asociación estratégica integral”, debe interpretarse en consecuencia desde una perspectiva global y, de manera más particular, en el contexto de la creciente interdependencia entre las grandes economías asiáticas y las de Oriente Próximo. Aunque tras el acercamiento China-Irán hay, en efecto, un juego geopolítico, éste no puede separarse de un proceso de integración económica que se reforzará durante las próximas décadas, en el que China e Irán—como India—desempeñarán un importante papel.

El acuerdo supone un giro notable por parte de los clérigos iraníes, cuya misión siempre ha consistido—entre otros elementos—en evitar toda dependencia de actores externos. Para algunos observadores, Teherán puede haber cedido a Pekín lo que los Pahlevi nunca dieron ni a Reino Unido, primero, ni a Estados Unidos, después. No menos llamativo resulta que China lo haya logrado sin poner en peligro su relación con Arabia Saudí, principal enemigo de Irán, donde operan centenares de empresas de la República Popular y se negocia, incluso, un acuerdo de cooperación nuclear.

INTERREGNUM: No es sólo Irán. Fernando Delage

En 2016, Donald Trump se presentó como candidato a la presidencia de Estados Unidos prometiendo que sacaría al país de las guerras de Oriente Próximo. Instalado en la Casa Blanca, no tardó en abandonar el acuerdo nuclear con Irán, e imponer a este último duras sanciones económicas. Trump intentó reducir la presencia norteamericana en la región haciendo de Israel y de Arabia Saudí—coincidentes ambos en su hostilidad hacia Teherán—los instrumentos centrales de defensa de sus intereses. Lo inviable de dicha política acaba de ponerse de manifiesto: con el asesinato del general Qassem Suleimani en Bagdad la semana pasada, Washington abre un nuevo escenario de conflicto, cuyas implicaciones no se limitan sin embargo a esta parte del mundo.

Los analistas especulan sobre las posibles represalias del régimen iraní. Pero quizá tenga mayor interés examinar el margen de maniobra con que cuenta Estados Unidos para responder, a su vez, a las reacciones de Teherán. Irán actuará de manera gradual, asimétrica y con un claro objetivo a largo plazo: la completa expulsión de Washington de Siria e Irak. La influencia adquirida por Teherán en la zona—una de las consecuencias de la invasión norteamericana de Irak en 2003—permite a sus autoridades dictar el ritmo, alcance y localización de toda escalada de manera precisa. Irán puede navegar los vericuetos de Oriente Próximo con una considerable libertad de acción, mientras que Estados Unidos parece haber perdido la que tuvo durante décadas. Pues no se trata de capacidades militares—terreno en el que nadie puede competir con Washington—sino de un juego que se desarrolla en un tablero más amplio, y en el que participan otras grandes potencias.

Mientras Trump ha abierto el camino que puede conducir a una nueva guerra en Oriente Próximo, Kim Jong-un puede reanudar sus ensayos nucleares y continuar ampliando su arsenal. China y Rusia, por su parte, observan con satisfacción este intento de demostración por Washington de su poder como lo que es en realidad: una prueba de desorientación estratégica que continúa minando su posición geopolítica. Motivado por la prioridad de su reelección, Trump intenta crear las circunstancias que le sirvan de apoyo en el caso de una confrontación directa con Irán. Pero 2019 terminó con la realización en el golfo de Omán, del 27 al 31 de diciembre, de los primeros ejercicios navales conjuntos en la historia de Irán, Rusia y China; una iniciativa que lanza a Washington el claro mensaje de que Teherán no está solo y cuenta con poderosos socios. Irán se afirma como potencia regional, Rusia confirma su regreso como actor relevante en Oriente Próximo, y China revela las capacidades navales que sustentan la ampliación de sus intereses geoeconómicos.

La advertencia de que una guerra con Irán implicaría a China y Rusia—haciendo de la muerte de Suleimani un nuevo Sarajevo—puede resultar un tanto exagerada. Pero no lo es el hecho de que, sumando a su enfrentamiento con Pekín y Moscú, un choque con Teherán, Washington está propiciando la formación de la Eurasia menos conveniente para sus intereses. En el contexto de vulnerabilidad política propio de un año electoral, una “alianza” China-Rusia-Irán no sólo puede hacer inviable una política norteamericana de embargo de recursos energéticos, sino acelerar la construcción de un espacio euroasiático integrado en el que Estados Unidos puede quedarse fuera de juego.

Año nuevo, tensiones al alza

El último año de la década comienza con los mismos puntos de tensión de los últimos años con un aumento de tensión en Oriente Medio. La guerra de baja intensidad que se lleva a cabo con más o menos publicidad en los últimos meses entre Estados Unidos e Irán ha saltado a primera plana con la eliminación en Bagdad del general iraní Qasem Soleimani y sus más directos colaboradores. Soleimani, además de ser la mano derecha de Ali Jamenei, máximo dirigente religioso de Irán, situado por encima del Gobierno y autoridad de la principal rama del chiismo en todo el mundo, encabezaba la división Al Quds (que no por casualidad es el nombre árabe de Jerusalén) desplegada en Irak, entrena en operaciones “irregulares”, es decir terroristas en algunas ocasiones. Soleimani, mito para los iraníes que apoyan al régimen teocrático, dirigía la colaboración con Hizbullah, las relaciones con grupos terroristas palestinos que, aunque suníes, viven de las finanzas de Teherán y las operaciones contra Arabia Saudí en Yemen y otras partes.

Este golpe al gobierno de Teherán puede tener consecuencias que van más allá del aumento de tensión militar y posibles enfrentamientos y atentados. Puede aumentar las contradicciones internas entre los poderes iraníes, contra lo que se pueda pensar ya que Soleimani respondía sólo ante Jamenei y no ante el gobierno y, a la vez, estrecha los lazos de EEUU con aliados como Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, últimamente dudosos de las vacilaciones de Donald Trump y el aumento de la influencia rusa aliada de Teherán.

Pero el escenario de Irak, donde chocan EEUU en Irán, no está aislado en una amplia región donde confluyen los intereses de China en su trazado de la nueva Ruta de la Seda, la creciente influencia rusa, los choques entre corrientes islámicas y poderosos intereses europeos sin que la Unión Europea haga otra cosa que pedir calma. “Cuando aparece una amenaza grave, mientras EEUU lanza un misil, la Unión Europea emite un comunicado”, dijo una autoridad militar norteamericana hace unos años”.

INTERREGNUM: Irán en la Ruta de la Seda. Fernando Delage

De manera inesperada para Pekín, el cambio de gobierno en Pakistán tras las elecciones de julio del pasado año condujo a una pérdida de interés por parte de Islamabad en el Corredor Económico con China. Pekín había puesto grandes esperanzas en este proyecto—uno de los más relevantes en la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda—, en el que se había mostrado dispuesto a invertir hasta 62.000 millones de dólares.  El Corredor debía proporcionar una red de interconexión entre la República Popular y el mar Arábigo, reduciendo la vulnerabilidad china con respecto a las líneas marítimas de navegación del sureste asiático. Las críticas del gabinete de Imran Khan han provocado que China haya interrumpido la financiación, por lo que la mayor parte de las obras del Corredor se encuentran en suspenso.

Pero Pekín no ha tardado en encontrar una alternativa. Con posterioridad a la visita realizada a China por el ministro iraní de Asuntos Exteriores, Mohamed Zarif, a finales del pasado verano, la República Popular habría acordado con Teherán la inversión de nada menos que 400.000 millones de dólares en un plazo de cinco años: 280.000 millones de dólares en el sector energético iraní, y otros 120.000 millones de dólares en infraestructuras de transportes. Pekín desplegaría asimismo un equipo de seguridad de hasta 5.000 hombres para la protección de sus inversiones.

Es cierto que Irán ofrece muchas de las mismas ventajas estratégicas que Pakistán. Es un país ribereño con el Golfo Pérsico, y controla parte de la costa del estrecho de Hormuz. No es fronterizo con China, pero ésta tendría acceso directo a través de Asia central y de Afganistán (lo que quizá explica las conversaciones mantenidas con los talibán en Pekín en septiembre). Las inversiones chinas en infraestructuras permitirían conectar de este modo China con el Golfo Pérsico a través de los puertos de Chabahar y Bandar Abbas, que harían las funciones del puerto de Gwadar en Pakistán. Teherán tiene por su parte un claro interés tanto en la mejora de sus redes de transportes como en una inversión de este porte para su industria petrolera y gasística en unas circunstancias de dificultades económicas. Las inversiones propuestas proporcionarían también a Irán un importante apoyo diplomático frente a los esfuerzos de la administración Trump dirigidos a su aislamiento internacional.

Hay que preguntarse, no obstante, por la viabilidad de un Corredor China-Irán. El proyecto con Pakistán fue promovido en su día como una iniciativa que transformaría para siempre Asia meridional. Aquellas expectativas se han visto frustradas en buena medida. No hay garantías de que algo parecido no vuelva a ocurrir en el caso de Irán. El montante financiero del que se habla es tan enorme como los posibles obstáculos a su desarrollo. La situación geopolítica iraní es incluso más volátil que la de Pakistán dado el riesgo de conflicto con Estados Unidos. La hostilidad entre Irán y Arabia Saudí, país con el que China se ve obligado a mantener una relación estable—más aún en el contexto de la salida a bolsa de Aramco, condiciona igualmente los movimientos de Pekín.

No debe sorprender que, al hacerse público el creciente interés chino por Irán, el gobierno paquistaní haya intentado dar marcha atrás en sus comentarios negativos a la Ruta de la Seda para recuperar la confianza de la República Popular. Pero otras variables se han movido de sitio desde entonces. El actual clima de enfrentamiento entre China y Estados Unidos en Asia es, por ejemplo, una razón añadida para que Pekín no coopere con Washington con respecto a Irán como querría la administración norteamericana. Irán se ha convertido por lo demás en un factor decisivo de los intereses chinos en la zona, al poner de relieve que Oriente Próximo y Asia meridional constituyen un espacio geopolítico interconectado, en el que Pekín ya no puede mantenerse al margen.

Siria: gana Putin y Turquía y pierden los kurdos

La operación militar turca en el noroeste de Siria ha sido políticamente un éxito para Erdogan, que ha logrado aplastar a las milicias kurdas radicales ligadas al PKK y conseguido la ansiada zona de seguridad en su frontera; gana el gobierno sirio que ha logrado establecer tropas en la frontera con Irán y, sobre todo, gana Putin que ha logrado visualizarse como facilitador de un acuerdo entre sirios y turcos, refuerza sus posiciones en la zona y aparece como interlocutor de todos los bandos. Pierden los kurdos, incluso los moderados que han visto deshacerse otra vez, como en los años veinte del pasado siglo, la posibilidad de constituir un Estado propio al calor del caos de Oriente Próximo,

Estados Unidos, a pesar de presentar como un gran éxito militar y con gran aparato propagandístico la muerte del líder del derruido Estado Islámico Al Bagdhadi, ha quedado, al menos de momento, fuera de juego sin aparentes ganas de ejercer más liderazgo en la zona.

Y no se debe olvidar a Irán, cuyos aliados rusos y sirios han consolidado su posición y, aunque con condiciones, fortalecerán su presencia militar en Siria lo que supone, cuando menos, una amenaza directa para Israel.

Aunque los protagonistas principales parecen haber ganado todos algo, no se anuncia una estabilidad duradera. La consolidación de la influencia iraní mantiene en alerta a saudíes y egipcios, que mantienen una guerra indirecta con Teherán en Yemen y, a la vez, los lazos entre la teocracia iraní y grupos palestinos como Hamás y libaneses como Hizbullah obstaculizan cualquier avance hacia un posible acuerdo con Israel que apadrinan, precisamente, Arabia Saudí y Egipto.

Al final, también en este flanco del gran problema de Oriente Próximo, Putin se erige como gran vencedor y se estrechan los lazos entre Moscú y Jerusalén.

China se mueve en el mar de Omán

China está mediando entre Irán y Estados Unidos para rebajar la tensión en Oriente Medio y concretamente en el mar de donde la agresión iraní a campos petrolíferos saudíes ha elevado mucho la tensión internacional. A la vez, la potencia asiática en coherencia con sus muchas caras diplomáticas participará, junto a navíos de guerra rusos e iraníes, en una maniobra naval frente al despliegue de británicos, estadounidenses y aliados árabes en la zona, tras los ataques a petroleros occidentales.

China necesita el petróleo de la región y la máxima estabilidad y, a la vez, juega a la subida de tensión junto a Irán para intentar llevar a Trump a hacer concesiones para un nuevo acuerdo con Teherán. Como guinda de esa estrategia conjunta, esta misma semana el presidente iraní Hasán Rohaní presentará en Nueva York, ante la ONU, una propuesta de acuerdo y buscará entrevistarse con Donal Trump a lo que, de momento, se niegan en la Casa Blanca.

El pulso iraní sería menos sin Moscú y Pekín al lado. Putin quiere consolidar su creciente influencia en la región y China quiere estar presente en primera línea de cada conflicto en su ascenso a la liga de potencias mundiales.

INFORME: Petróleo para la Eternidad. Ángel Enríquez de Salamanca Ortiz.

El programa nuclear de Irán se encuentra desde hace años en el punto de mira de todos los organismos internacionales. El gobierno iraní intenta tener capacidad propia y total de todo el ciclo nuclear, desde la minería hasta el procesamiento y, además, defiende que su programa nuclear va dirigido a fines civiles pero Europa y Estados Unidos, entre otros, consideran que la compra de tecnología nuclear tiene un único fin: construir la bomba atómica. Además, el Estrecho de Ormuz está en Irán, un estrecho por el que circulan más del 30% de los barriles que se mueven por el mundo en un solo día. Este estrecho es una salida al petróleo producido en Oriente Medio.

Irán:

Irán es un país situado en Oriente Medio que cuenta con unas reservas de petróleo de 158.000 millones de barriles, lo que supone el 10% del todo el crudo del mundo y el 13% de la reservas de la OPEP y se estima que es uno de los países más ricos en recursos naturales como gas natural, oro, plata o cobre.

El Tratado de No Proliferación Nuclear (TPN) entró en vigor en 1970, y prohíbe a todos los países desarrollar y poseer armamento nuclear. Solo los 5 países pertenecientes al Consejo de Seguridad de la ONU pueden tener armamento nuclear: Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia y China. El enriquecimiento de Uranio para la fabricación de la bomba atómica ha sido el motivo por el que Estados Unidos ha establecido sanciones contra Irán en las últimas décadas. En 2015, éste país se comprometió a parar su programa nuclear si se eliminaban las sanciones, el acuerdo lo firmaron Irán, EEUU, Rusia, Reino Unido, Francia, Alemania y China, es el llamado “Plan de Acción Integral Conjunto”, un pacto que no fue bien visto por el Primer Ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, porque Ahmadineyad declaró su enemistad con los judíos el mismo año que llegó a Teherán.

El desarrollo de la bomba atómica por parte de Irán (mayoritariamente Chiita) le podría dar más control sobre el estrecho de Ormuz, así mismo, ganaría influencia sobre Arabia Saudí, lo que podría provocar conflictos entre las dos ramas del Islam: Chiitas y Suníes. Estados Unidos perdería influencia en la zona, a través de Arabia Saudí, que es de mayoría Sunita. Por otro lado, Irán apoyó a Bashar Al–Ásad en la guerra civil Siria y, la Guardia Revolucionaria Iraní apoya a Yemen en su guerra con Arabia Saudí y, por si fuera poco, Iraq también es de mayoría Chiita y, acciones internacionales en conjunto, serían devastadoras internacionalmente, por lo que si Irán obtuviera la bomba atómica, pondría en jaque a Israel, Arabia Saudí, a toda la región y a Occidente, vía el estrecho de Ormuz.

Las relaciones entre EEUU e Irán sufrieron altibajos a partir de la Revolución Islámica de 1979. Alí Jamenei fue un claro defensor de los palestinos y, por lo tanto, opuesto a Israel (Aliado de Estados Unidos), pero el detonante fue Mahmud Ahmadineyad, que radicalizó el país y abogó por un mundo antisemita poco después de su llegada al poder en 2005, lo que no sentó nada bien a los Estados Unidos, y no solo por esto, sino también por financiar grupos terroristas. Fue entonces cuando Irán dio un impulso a su desarrollo nuclear, pudiéndose convertir en una amenaza para los países de la zona, como Arabia Saudí o Israel (aliados de EEUU).

En la resolución 1737 de 2006, el Consejo de Seguridad de la ONU estableció sanciones contra Irán por no dejar de enriquecer Uranio, lo que provocó inestabilidad en un país tan dependiente de las exportaciones de petróleo.

Hasta el año 2015, Irán vendía 1,8 millones de barriles al día a países como China o la India, pero, en 2015 llegó  el “Plan de Acción Integral Conjunto”, donde se eliminaron estas sanciones a Irán a cambio de una disminución drástica de enriquecimiento de Uranio, lo que provocó un aumento de las venta de petróleo iraní hasta los 3 millones de barriles al día:

[Visualpolitk:https://www.youtube.com/watch?v=ZiegCXkt6UM&list=WL&index=9]

EEUU y Arabia Saudí han mantenido más o menos buenas relaciones diplomáticas desde mediados del siglo XX, gracias al acuerdo que firmó Roosevelt y el Rey Abdelaziz Bin Saud; Roosvelt ofrecía protección en la zona a cambio de petróleo.

Si tenemos en cuenta esto y las declaraciones de Alí Jamenei o Ahmadineyad en 2005, podemos entender las malas relaciones de EEUU con Irán, a pesar del acercamiento de Obama con el acuerdo del 2015.

Donald Trump ha criticado este acuerdo y ha insistido al resto de países a no comprar petróleo iraní, rompiendo el acuerdo firmado por Obama, con el objetivo de reducir las exportaciones de la República Islámica a cero, favoreciendo así a su aliado en la zona, Arabia Saudí.

Estados Unidos:

El presidente de EEUU, Donald Trump, anunció que dejaría de comprar petróleo Iraní, una decisión que afectaría a los ingresos y a las exportaciones del país. Trump también amenazó a otros países como China, India, Corea del Sur o Japón por mantener lazos comerciales con el país. China es el mayor comprador de petróleo de Irán y rechaza, tajantemente, la decisión del presidente de EEUU. Esta decisión unilateral del presidente americano ha sentado muy bien a los países vecinos, pues los países que no compren a Irán, podrían comprarlo, por ejemplo, al aliado americano, Arabia Saudí, pero si esto ocurriera, Irán podría cerrar el estrecho de Ormuz, provocando una crisis a países dependientes del petróleo como China, bloquear barcos ingleses o derribar drones, como ya ha ocurrido recientemente.

China:

Las relaciones entre China e Irán comenzaron hace más de 3 décadas y, a día de hoy, Teherán es altamente dependiente de China. Las necesidades energéticas de China ligado a los bajos costes de extracción de petróleo hacen que Teherán sea un socio en la zona muy importante, así como un socio estratégico para frenar la hegemonía de los Estados Unidos.

[Visualpolitk. https://www.youtube.com/watch?v=KsF6_Iv2l3A&list=WL&index=3]

El rápido crecimiento de China le obliga a demandar petróleo y, a pesar de las sanciones, el gigante asiático va a seguir importando petróleo Iraní, entre otras razones, por su bajo coste. Irán es un punto estratégico muy importante para China ante el proyecto más ambicioso del siglo XXI, la Nueva Ruta de la Seda. En 2017, China prometió 35.000 millones de dólares en financiamiento y préstamos, así como 10.000 millones de dólares para financiar proyectos de agua, energía y transporte. Esta Nueva Ruta de la Seda, que pasa por Irán, reduce el transporte de los 45-50 días por mar a los 14-15 por tierra. Gracias al nuevo tratado de Libre Comercio entre Irán y la EaEU, países como Armenia, Bielorrusia, Kazajistán o Kirguistán se podrían ver favorecidos de este proyecto chino.

La renovación de las vías por parte de Irán está atrayendo a empresas chinas, como la “China Railway Engineering Corp”, que está construyendo un tren de alta velocidad entre Teherán e Isfahan y otro que conectará Kermanshah y Khosravi, o la empresa “China Machinery Industry Corp”, que quiere conectar Teherán,  Hamedan y Sanandaj.

Con todo esto, China no va a dejar de comprar petróleo iraní y poco le importan las sanciones de Donald Trump.

[Fuente: Real Instituto Elcano: https://blog.realinstitutoelcano.org/en/global-spectator-the-new-silk-road-passes-through-iran/]

Conclusiones:

 

La bomba atómica es clave para que Irán pueda doblegar a sus enemigos y ganar adeptos en la zona. Es el segundo país con más reservas de Gas Natural del mundo y una posible alianza con Irak, ambos chiitas, pondría en serios apuros al resto del mundo; ambos países tendrían, aproximadamente, las mismas reservas de petróleo que Venezuela. Obviamente, si Irán desarrolla energía nuclear, Arabia y el resto de países harán lo propio para no quedarse atrás. El estrecho de Ormuz juega un papel clave  ya que junto con el de Malaca es el estrecho por donde más petróleo navega cada día. Bloquearlo provocaría un aumento del precio del petróleo con consecuencias negativas para Occidente y el resto de países.

Chiitas contra sunitas, chiitas y hutíes contra sunitas, chiitas contra judíos,  posibles alianzas entre Irán e Irak: guerras y alianzas por el control de la región más caliente del planeta.

El control de esta zona es crucial para la supremacía de estos países; Arabia Saudí, Irán, Irak, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, Omán y Qatar tienen juntos unos 800.000.000.000 de barriles.

Quien domine esta región, tendrá reservas de petróleo para la eternidad. (Foto: Joshua K. McClain)

Ángel Enríquez de Salamanca Ortiz es Doctor en Economía por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Relaciones Internacionales en la Universidad San Pablo CEU de Madrid

www.linkedin.com/in/angelenriquezdesalamancaortiz

 

 

BIBLIOGRAFÍA:

Merkel, Pompeo…. Y Oriente Medio

Los últimos días han sido especialmente tensos a tres bandas: Europa, y en concreto Alemania, Estados Unidos y Oriente Medio con Irán como especial protagonista.

Todo empezó con la cancelación de dos encuentros sucesivos que se habían programado entre el secretario de Estados de EEUU, Mike Pompeo, y la primera ministra alemana Ángela Merkel, que expresó su malestar por las cancelaciones. Aunque las relaciones entre Estados Unidos y Alemania son tradicionalmente buenas, últimamente se han distanciado en dos asuntos: Venezuela e Irán.

En el primero de los casos, Alemania se muestra partidaria de impulsar un acuerdo político que dé paso a la celebración de elecciones con renuncia expresa y previa de Estados Unidos al uso de la fuerza mientras Estados Unidos, sin decirlo expresamente, sostiene que renunciar de antemano al uso de la fuerza es ampliar el margen de maniobra del presidente Maduro.

En relación con Irán, la situación es diferente, aunque contiene los mismos elementos, supuestamente tácticos, de fondo. El presidente Trump, como había prometido en su campaña electoral, anuló el acuerdo con Irán suscrito por el presidente Obama y la Unión Europea mediante el cual, Teherán obtenía el fin de las sanciones por su rearme nuclear si lo paralizaba diez años, no sufriría nuevas inspecciones internacionales y podría colocar su petróleo en los mercados. Trump quiere renegociar el acuerdo y que Irán se comprometa a parar definitivamente el rearme nuclear con inspecciones de verificación. Alemania, con importantes intereses comerciales en Irán, impulsa a Europa a mantener el acuerdo interior.  De hecho, todo parece indicar que la suspensión de la visita de Pompeo a Berlín para irse por sorpresa a Irak, tendría que ver con una amenaza de Irán sobre Israel tras el anuncio, ya hecho, de no asumir el compromiso de desprenderse del resto de uranio enriquecido que le queda y, supuestamente, reanudar el rearme.

EEUU y la UE siguen sin tener una política común de seguridad encajonada entre la dureza y lo que algunos analistas califican de defensa líquida de Europa. La realidad va a plantear más tests en estos términos. (Foto: Marco Verch)

INTERREGNUM. Declaración de hostilidad—por duplicado. Fernando Delage

“Es mucho peor que un crimen; es una estupidez”. Resulta inevitable evocar la célebre frase de Talleyrand, con la que describió la ejecución de un duque borbónico por Napoleón, al comentar el doble error cometido la semana pasada por el presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump.

El abandono del pacto nuclear con Irán coloca a Estados Unidos en compañía de Israel y Arabia Saudí—singulares compañeros de cama los dos últimos en este caso—, y en contra de sus aliados europeos y del resto de la comunidad internacional. Es probable que Trump no sepa quién fue Mossadeq, ni conozca el papel de la CIA en su derrocamiento en 1951; un incidente fundacional del nacionalismo iraní contemporáneo. Pero también parece ignorar las consecuencias de despreciar los principios del realismo político, como ocurrió con la más reciente e irresponsable invasión de Irak en 2003. Si lo que se pretende es facilitar el camino a una guerra en Oriente Próximo, y propiciar así el cambio del régimen iraní—objetivo ilusorio—, sabremos quién desencadenó los acontecimientos.

De momento, Trump ha hecho añicos la credibilidad norteamericana, ya dañada por su discurso antimultilateralista, su retirada del acuerdo sobre cambio climático de París y su irracional marcha atrás con respecto al Acuerdo Transpacífico (TPP). Su declaración de hostilidad a Teherán no sólo no contribuirá a prevenir una mayor influencia de Irán en el equilibrio de poder regional, sino que aumenta el riesgo de proliferación nuclear, y crea una grave ruptura estratégica con el Viejo Continente. A efectos de esta columna, hay que preguntarse por lo demás si es así como Trump espera convencer a Kim Jong-un de que abandone sus capacidades nucleares.

Por si el anuncio del presidente no fuera suficiente para dañar la estabilidad internacional, además de declarar la guerra diplomática a Irán, Estados Unidos se ha planteado asimismo declarar la guerra comercial a China. Washington exige a Pekín que reduzca su superávit bilateral en 100.000 millones de dólares antes del 1 de junio de 2019, y otros 100.000 millones antes de la misma fecha de 2020. No sólo resulta ridículo pensar que el gobierno chino pueda conseguir ese resultado, sino que, por sus efectos para países terceros, los daños pueden ser considerables para la economía mundial. Estados Unidos no sólo violaría normas multilaterales—es conocida la opinión de Trump sobre la OMC—sino abriría paso a una peligrosa dinámica política, por no hablar del impacto para sus propios intereses económicos de las medidas de represalia que adoptará Pekín. ¿Es humillando a China, otro país profundamente nacionalista como Irán, como la Casa Blanca cree que va a defender sus objetivos nacionales?

Mayo de 2018 podrá pasar a la historia como el momento que confirmó un cambio radical en la relación de Estados Unidos con el mundo exterior; la fecha en que se quebró Occidente como comunidad política y se aceleró el proceso de redistribución del poder global. Enfrentarse a un mismo tiempo a Irán, a China y a las democracias europeas no parece tener mucho sentido estratégico. Es cierto que en 2020 o—en el peor de los casos—en 2024, Trump desaparecerá de la escena política. Será tarde quizá para que su sucesor pueda recomponer los platos rotos. (Foto: Kodi Archer, Flickr)