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INTERREGNUM: Los desafíos asiáticos de Biden. Fernando Delage

Con la victoria de Biden llega a la Casa Blanca un líder moderado, pragmático y con una profunda experiencia y conocimiento de los asuntos internacionales. Aunque formado en la guerra fría, sus años como vicepresidente de Obama le enseñaron la profunda transformación experimentada por el sistema internacional desde la primera década del siglo XXI. Sabe bien, por tanto, que la estrategia destructiva de Trump no puede sustituirse a partir de enero por el regreso a un mundo que ya no existe, ni por una política exterior desconectada de las nuevas realidades económicas y geopolíticas.

Biden, presidente quizá de un solo mandato, se verá obligado a dedicar la mayor parte de su tiempo a los asuntos internos. La pandemia, el racismo, la polarización política, la inversión en infraestructuras y nuevas tecnologías, y la atención a los perjudicados por la globalización y la revolución digital, son algunos de los problemas que requieren atención inmediata. Son también no obstante una condición para su proyección exterior: sólo reforzando las bases internas de su poder podrá Estados Unidos desempeñar un papel de liderazgo global. Su sola victoria ya es, por otro lado, un paso importante hacia la recuperación de la autoridad moral perdida en los años de Trump. Restaurar la credibilidad perdida como potencia comprometida con la gestión de los problemas transnacionales y la cooperación multilateral requerirá, no obstante, hechos concretos.

En el frente exterior, Asia será uno de los temas fundamentales y, entre ellos, China la cuestión decisiva. El margen de maniobra de Biden será relativamente estrecho: la posición de firmeza frente a Pekín mantenida por Washington desde 2018 responde a un amplio consenso nacional. El Partido Demócrata comparte con la administración saliente la hostilidad hacia las prácticas económicas y comerciales chinas, como también buena parte de los asesores del nuevo presidente. Biden permitirá, sin embargo, que se rebaje el tono y la retórica ideológica, y renovará los canales institucionales de diálogo con China, interrumpidos durante los últimos cuatro años. También será posible impulsar la cooperación con la República Popular en asuntos vitales para ambos, como el cambio climático o la proliferación nuclear.

Biden hará posible, sobre todo, el desarrollo de una política asiática que deje de ser rehén de la fijación con China. Recuperar la confianza de los aliados más cercanos, como Japón, Australia o los socios más estratégicos del sureste asiático, será el imperativo de partida. La incorporación de Estados Unidos al TPP (en la actualidad CTPP tras el abandono por Trump), y por tanto a un espacio de interdependencia basado en reglas, será uno de los elementos más eficaces de una estrategia compartida de equilibrio de la República Popular, que evitará al mismo tiempo la marginación de Washington de las normas que definirán el comercio y las inversiones en Asia durante al menos una generación. Hacer de la ASEAN no un terreno de competición con Pekín, sino una pieza clave de su estrategia asiática, la permitirá asimismo participar de manera directa en los procesos de integración que están reconfigurando la región. La asistencia regular a los foros multilaterales y cubrir las embajadas en Asia—Trump no hizo ninguna de las dos cosas—serán hechos recibidos con alivio por unos gobiernos que no quieren unos Estados Unidos ausentes.

Trump en el laberinto del NAFTA. Nieves C. Pérez Rodríguez

La Casa Blanca anunciaba la semana pasada que después de una larga confrontación con México había alcanzado un acuerdo bilateral. Dejando claro que no es NAFTA, pues según Trump el Tratado de libre comercio de América del Norte (NAFTA) es el peor convenio jamás firmado por los Estados Unidos. Sin tomar en consideración que está en vigor parcialmente desde 1994 y que ha sobrevivido múltiples administraciones tanto republicanas como demócratas, y que además implica a una población de 390 millones de ciudadanos, y un PIB de 7 trillones de dólares. Como si eso ya no fuera suficiente, que es el acuerdo económico que ha integrado más la economía de Canadá, Estados Unidos y México, pues de acuerdo a los economistas ha conseguido que la producción de diferentes sectores como el automotriz, manufacture sus partes entre las tres naciones, y que sea ésta la razón por la que el producto final tiene un costo más competitivo en el mercado y permite su acceso a más ciudadanos.

Mientras Trump precisaba que el acuerdo era únicamente con México, desde la distancia el mismo presidente Peña Nieto, vía telefónica, insistía en que Canadá debía formar parte, aunque horas más tarde el canciller mexicano anunció que aceptaba la propuesta de la Casa Blanca. La economía mexicana ha estado en caída desde noviembre del 2016, momento en que fue elegido Trump como presidente. Desde entonces, cada amenaza de Trump ha impactado los indicadores económicos, el primero de ellos fue una bajada drástica del peso mexicano a tan sólo horas de haberse conocido el resultado electoral, mientras el dólar subía considerablemente. Pues México depende sustancialmente de las compras de su vecino del norte, y de un acuerdo sin aranceles que mantenga las reglas del juego como hasta ahora. Desde que Washington hizo púbico el acuerdo la economía mexicana se ha mostrado al alza durante toda la semana.

A día de hoy el NAFTA sigue siendo un acuerdo vigente a tres bandas, por lo que terminarlo y establecer dos diferentes acuerdos bilaterales acarrearía consecuencias legales, políticas y económicas importantes. Trump ha insistido en que lo acabará en el futuro, seguramente para presionar al congreso a aprobar el nuevo pacto con México. Y a la vez presionar también a Canadá a aceptar sus términos, sostienen un grupo de experto de CSIS (Centro de estudios internacionales y estratégicos de Washington). Sea cual sea el nombre que finalmente decidan, la sostenida insistencia de Trump y su equipo económico en el daño que NAFTA hace a la economía estadounidense, los obliga a maquillar el nombre o a cambiarlo para justificar por qué están actualmente negociando.

Según New York Times, aunque Trump lo llame diferente no será más que “un NAFTA pero revisado”, con actualización de las disposiciones relacionadas con la economía digital, los automóviles, la agricultura y los sindicatos, es decir las disposiciones que permiten a compañías estadunidenses operar en México y Canadá sin tarifas. Mientras Reuters remarcaba que lo que Trump realmente quiere es poner un límite a las exportaciones a USA de 2.4 millones de dólares en vehículos y 90 mil millones en auto-partes. Por encima de eso, éste sector en concreto se enfrentaría un arancel de 25%. En esta nueva receta económica de la Casa Blanca, sale también perjudicado parte de las disposiciones del TPP (Tratado de Asociación del Transpacífico) porque eliminan la solución de controversias y protecciones adicionales para medicamentos de marcas, que ya Canadá rechazó en su momento durante las negociones del TPP, sostiene Edward Alden (experto del Council Foreing Relations).

A pesar del pesimismo que ha envuelto el futuro de NAFTA, son muchos los economistas que afirman que sigue habiendo una gran oportunidad para que se salve. Partiendo del hecho que el Congreso estadounidense tiene que aprobar un nuevo acuerdo o cualquier cambio o negociación entre México y Estados Unidos. Y en este escenario, que el congreso pida explicaciones de por qué Canadá no está incluida. Pues no puede perderse de vista, que a día de hoy el intercambio entre estos dos países asciende a 582.000,4 millones de dólares, ocupando Canadá el segundo lugar después de China (636.000 millones de dólares) y México (204.000.2 millones) el tercer puesto, según datos oficiales de la oficina de estadísticas exportaciones de los Estados Unidos.

A pesar del revuelo que ha causada la noticia, sobre todo en Canadá, no debería sorprender tanto que Trump prefiera la firma de acuerdos bilaterales. Es parte de su estrategia económica, imponer máxima presión para obtener los resultados que desea. Es siempre más sencillo negociar siendo el más fuerte, pero además contra una sola parte que contra dos. Desde luego es un recurso poco diplomático, pero también es conocida que la diplomacia no es precisamente lo que caracteriza al personaje. A pesar que el precio a pagar sea dejar orillado a un socio y aliado tan cercano como es Canadá de los Estados Unidos.