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¿Guerras para desviar la atención? Nieves C. Pérez

La caída del crecimiento económico chino es una realidad que ha sido motivo de discusiones en todos círculos financieros internacionales, así como en los de toma de decisiones políticas globales. La razón de la crisis algunos la atribuyen en parte a las estrictas medias de la política de “Cero Covid” impuestas por el Estado chino que priorizó prevenir contagios por sobre todo lo demás.  Aunque hay otros analistas que sostienen que es ilógico creer que China pudiera mantener el ritmo de creciendo que había venido sosteniendo en la última década.

Un escenario económico complejo con grandes problemas, tanto de orden político dentro del Partido Comunista chino con la desaparición de destacadas personalidades, como de orden económico con la fuga de capital extranjero o la crisis inmobiliaria, deja como resultado un escenario muy poco alentador que podría de hecho ser el propicio para darle más fuerza al uso del recurso de “guerras de desvío de la atención”.

El término de distracción o desvió de la atención lo retoma  M. Taylor Fravel, analista internacional experto en estrategia y doctrina militar, armas nucleares y disputas marítimas con foco en China y el este de Asia. Taylor publicó un artículo en Foreign Affairs el 15 de septiembre en el que cita a varios académicos que proponen que la crisis interna china puede abrir una escalada de ataques externos para desviar la atención de sus problemas domésticos.

En el artículo cita a Richard Hasss, un respetado intelectual que fue asesor de Colin Powell en la Administración de Bush, y que ha afirmado que China fomentará un mayor nacionalismo que les ayude a legitimar la invasión de Taiwán. O Michael Beckley y Hal Brands, conocidos académicos que han asegurado creer que frente a la caída del crecimiento chino Beijing buscará expandir su territorio como algo positivo en que centrar la atención.

Por lo tanto, la teoría de la guerra de distracción se lleva a la práctica principalmente para defender los intereses de los líderes que buscan permanecer en el poder. Frente a la amenaza externa los ciudadanos suelen unirse alrededor de la bandera y aumentar el apoyo a su gobierno en tiempos de conflicto con potencias extranjeras. Los líderes unifican apoyos internos pareciendo más competitivos al proteger el territorio y por tanto ganando fortaleza instantánea en un momento débil.

Taylor reconoce que los líderes chinos no suelen ser los que históricamente han propiciado un conflicto, aunque afirma que quizás si los líderes se sintieran débiles se volverán más sensibles a los desafíos externos y potencialmente atacaran para mostrar fuerza y disuadir a otros países de aprovechar su debilidad e inseguridad.

Relata cómo, en 1958, Mao Zedong provocó un desastre económico al industrializar el país con “el gran salto adelante” y cómo sometió a los ciudadanos y propició decenas de millones de muertes por hambruna. De manera casi simultáneas se llevaron a cabo las revueltas en el Tíbet y fue también el momento en el que el Dalai Lama huyó a la India. Ante esta situación, la respuesta del PC chino fue poner el foco en la necesidad de estabilizar sus relaciones con países vecinos firmando acuerdos de no agresión entre los que estuvo la India, aunque un par de años más tarde los chinos la atacaron.

De acuerdo con la opinión expresada en el momento por un oficial chino, la razón por la que China decidió atacar fue demostrarle a Delhi que a pesar de tener problemas domésticos no eran débiles y como respuesta al reforzamiento militar hecho por India en la zona limítrofe con el Tíbet después de las revueltas. Mao decidió reforzar la imagen china proyectando fuerza de cara al exterior.

En la década de los 60, los estragos de la Revolución Cultural de Mao se empezaban a acentuar por lo que el gobierno buscó formas de distraer al público del caos. En 1965 China envió tropas para ayudar a Vietnam del Norte contra Estados Unidos, aunque habían venido apoyando a Hanoi desde 1950, pero su apoyo militar se produjo en el momento en que tenían más problemas internos.

Taylor concluye desmitificando la teoría de las guerras para desviar la atención. Afirma que si los problemas económicos de China empeoran, sus líderes se volverán más sensibles a los desafíos externos como Taiwán. Presionar más a China podría ser contraproducente y motivar a Beijing a volverse más agresivo para demostrar su determinación. En un momento de crisis interna China podría arremeter, pero eso responde a la lógica de la disuasión y no de la distracción, en su opinión.

Sin embargo, se podría argumentar que el Estado chino ha venido insistiendo directa e indirectamente, internamente y al exterior que no tolerarán abusos mientras sigue insistiendo en que recuperaran a Taiwán o publicando mapas en los que se hacen con territorios en disputas.

De acuerdo con Jeniffer Zeng, una periodista china disidente, fuentes militares chinas afirman que, si Japón interviene en el plan del PC chino de liberación de Taiwán, el PC chino abandonará su compromiso previo de no usar armas nucleares y por el contrario lanzarán ataques sobre las islas niponas incondicionalmente.

Y aunque está amenaza pueda ser una forma de presión para conseguir disuadir a Tokio de intervenir en el asunto de Taiwán, es un mensaje que difunden en China y que va generando rechazo de la población hacia Japón y justificando posibles acciones del PC chino ante la población mientras que efectivamente consigue desviar la atención de la problemática doméstica. Y en esa compleja coyuntura, un mal cálculo, el ego de un dirigente o incluso un malentendido podrían desencadenar fácilmente una terrible guerra…

 

INTERREGNUM: De Jakarta a Hanoi, vía Delhi. Fernando Delage

Como cada año por estas fechas se han sucedido en pocos días las cumbres anuales de distintos foros multilaterales, poniéndose de relieve en todas ellas el deterioro del entorno de seguridad y la dinámica de competición en que se ven envueltas las grandes potencias.

Tras el encuentro de los BRICS celebrado en Johannesburgo a finales de agosto—cita en la que el presidente chino logró su objetivo de ampliar el grupo a un total de 11 miembros (cifra que aumentará en años próximos) y presentar a China como líder del Sur Global—, Xi Jinping se ausentó de manera llamativa de las cumbres posteriores, dejando la representación de la República Popular en manos del primer minstro, Li Qiang. Sin conocerse sus motivos, parece innegable, no obstante, que el éxito logrado en Suráfrica no oculta las consecuencias negativas de la asertividad exterior china en Asia.

Apenas unos días antes de las cumbres de ASEAN, de ASEAN+3 y de Asia Oriental en Jakarta, los vecinos de Pekín se encontraron con la publicación de un nuevo mapa oficial que incluye como parte de China territorios en disputa con India, Rusia y Japón, así como la práctica totalidad del mar de China Meridional (el conocido trazado de nueve puntos pasa a tener 10, al extenderse hasta la costa oriental de Taiwán). La “provocación” china, las inmediatas protestas diplomáticas de Vietnam, Malasia y Filipinas, y las divisiones internas entre los Estados miembros sobre Myanmar (que por segundo año consecutivo no fue invitada a la reunión de la ASEAN) marcaron la agenda de las reuniones.

Los encuentros de la organización con sus socios externos en ASEAN+3 y en la cumbre de Asia Oriental se vieron devaluados por su parte por la ausencia de Xi, pero también por la de Biden, quien tampoco estuvo presente en la capital indonesia; un hecho que alimentó una vez más el escepticismo de la región sobre el compromiso de Washington con los países del sureste asiático. Debe destacarse, no obstante que, después de haberse reforzado la alianza con Manila en abril, el presidente norteamericano viajó a Hanoi el 10 de septiembre, tras la cumbre del G20 en Delhi, donde firmó un nuevo acuerdo de asociación estratégica global con Vietnam. Con la previsible adopción de un pacto similar con Kuala Lumpur, la Casa Blanca avanza así en la construcción de una actualizada arquitectura estratégica, de la que ya dio fe la institucionalización el 18 de agosto, en Camp David, de la cooperación trilateral Estados Unidos-Japón-Corea del Sur al más alto nivel; un mecanismo permanente que se añade de este modo al QUAD y al AUKUS.

Los dos días anteriores, en Delhi, Biden confirmó por otra parte la extraordinaria salud de las relaciones de Estados Unidos con India, además de aprovechar la oportunidad del G20 para formular nuevas propuestas que también tienen como objetivo contrarrestar el activismo diplomático chino. Destacó entre ellas la iniciativa, que cuenta con el apoyo de la Unión Europea, para construir nuevas redes de infraestructuras entre India, Oriente Próximo y el Mediterráneo. La ausencia de Xi permitió al primer ministro Narendra Modi, por lo demás, proyectar a India como puente entre Occidente y el Sur Global; una percepción que ha promovido, entre otras iniciativas, al sugerir la incorporación formal de la Unión Africana como miembro del grupo.

Si en Johannesburgo China reforzó su influencia geopolítica mediante la ampliación de los BRICS, no puede decirse, por el contrario, que en el Indo-Pacífico esté logrando la confianza de los Estados vecinos. Es un contexto que facilita los esfuerzos de la administración Biden orientados a modernizar su sistema de alianzas mediante la consolidación de una tupida red de acuerdos bilaterales y trilaterales en la periferia de la República Popular. Si Xi tampoco asiste a la cumbre de APEC en San Francisco, en noviembre, habrá rechazado la última posibilidad de un encuentro directo con su homólogo norteamericano antes de que acabe el año, planteando nuevos interrogantes sobre la dinámica interna china, afectada sin duda por el deterioro de los indicadores económicos y la desconfianza exterior.

INTERREGNUM: Sorpresa en Tailandia. Fernando Delage

Aunque se esperaba que las elecciones legislativas del pasado 14 de mayo concentraran un importante voto de protesta contra el gobierno de Prayut Chan-o-cha, el exgeneral responsable del golpe de Estado de 2014, los resultados fueron sencillamente demoledores para los militares. Los dos partidos apoyados por estos últimos lograron 76 escaños, mientras que los grupos reformistas sumaron 315 diputados. La sorpresa no quedó ahí: pese a la expectativa de que Pheu Thai (el partido vinculado al exprimer ministro Thaksin Shinawatra, y ganador de todas las elecciones de las dos últimas décadas) sería el más votado, se vio superado por Avanzar, partido fundado hace sólo tres años y liderado por Pita Limjaroenrat, un joven empresario de 42 años, formado en Harvard y el MIT.

No sólo se ha pronunciado la sociedad tailandesa a favor de las reformas, sino que parece haberse superado el enfrentamiento mantenido durante veinte años entre el establishment conservador y los seguidores del populista Thaksin; entre los popularmente conocidos como “camisas amarillas” y “camisas rojas”, respectivamente. Una tercera fuerza ha entrado en escena, y el extraordinario apoyo que ha conseguido se explica por su promesa de reducir el papel de los militares y de la monarquía en la política nacional, además de por sus propuestas de reforma del sistema educativo y otros programas sociales. Avanzar se comprometió a no formar coalición con ninguna fuerza ligada a los generales y a abolir el delito de lesa majestad, que prohíbe toda crítica a la corona.

Su éxito no significa, sin embargo, que pueda formar gobierno y hacer realidad su agenda política. Según la Constitución de 2017, redactada tras el último golpe, las fuerzas armadas nombran a la totalidad de los 250 miembros del Senado, cámara que, junto a los 500 diputados, participa en la elección del primer ministro. Al no contar con los 376 escaños necesarios para su investidura, Pita tiene un plazo de dos meses para ampliar sus socios. Ahora bien,  si traiciona su compromiso de no aliarse con fuerzas promilitares, no podrá reformar la monarquía ni tampoco sostener su credibilidad. Si, por otra parte, los militares bloquean la formación del gobierno reclamado en las urnas, se crearán las condiciones para una nueva espiral de enfrentamiento civil.

Los antecedentes no dan muchos motivos para el optimismo. Con una media de un golpe de Estado cada nueve años desde 1932, en Tailandia se han producido ciclos de restauración democrática, seguidos poco después por una nueva intervención de las fuerzas armadas. Es posible, no obstante, que estas elecciones hayan marcado un punto de inflexión al confirmar el hartazgo de los tailandeses con el orden establecido; un hecho que el ejército y los intereses próximos a la casa real no podrán ignorar.

La voluntad de cambio político no aparece sólo vinculada por lo demás a la estructura nacional de poder. Los militares se han mostrado incapaces de frenar el deterioro de la segunda economía del sureste asiático, que ha quedado al margen de los acuerdos de integración comercial. Han sido Vietnam y otros vecinos quienes han atraído la inversión extranjera. También han hecho perder al país su tradicional liderazgo diplomático regional, a la vez que han obstaculizado la presión exterior sobre la junta militar birmana, y debilitado la relación con su aliado norteamericano. La consecuencia ha sido una mayor dependencia de Pekín; otra circunstancia que cambiaría de restaurarse un régimen pluralista. La transición a una democracia estable sería, por último, un ejemplo para los Estados del sureste asiático, como ya lo fue la revolución popular de Filipinas que, en 1986, acabó con la dictadura de Ferdinand Marcos. Ese resultado no se repitió en otros casos (en Myanmar, por ejemplo, condujo a una mayor represión), pero es innegable que, en 2023, las demandas de cambio no son monopolio de los tailandeses.

China ante el problema demográfico

Aunque parezca una broma un país tan superpoblado como China, aquella sociedad tiene un grave problema demográfico que hace que la población esté decreciendo y envejeciéndose rápidamente con las lógicas consecuencias para la economía y las estrategias de desarrollo a medio y largo plazo.

A principios de año, el gobierno chino anunció oficialmente que, por primera vez en la historia china, los fallecimientos han superado a los nacimientos. Este fenómeno para derivarse directamente del desastre demográfico que significó la insensata política del hijo único que impuso Pekín a finales de los años 70.

La ONU pronostica que la población china podría caer por debajo de los 800 millones de habitantes para finales de siglo (hoy está en 1.412 millones).

Algunos piensan que al país le podría pasar lo que le ocurrió a Japón, que ha venido teniendo un bajo crecimiento económico como consecuencia del descenso de la natalidad y el envejecimiento de la población. China podría incluso tener dificultades para superar a Estados Unidos y convertirse en la mayor economía del mundo, advierte Yi Fuxian, experto en tendencias demográficas chinas de la Universidad de Wisconsin.

El crecimiento económico de China sigue determinado por la extensa mano de obra. Sin embargo, vecinos como India, Vietnam, Indonesia y Bangladesh están tomando la delantera en producción barata. Con el tiempo, la escasez de trabajadores jóvenes y productivos hará que la fabricación en China sea aún menos competitiva.

Expertos norteamericanos explicaban hace unos días en el New York Times  que durante años, la enorme población china con edad para trabajar impulsó el motor económico mundial, abasteciendo a los trabajadores de las fábricas cuya mano de obra barata producía bienes que se exportaban a todo el mundo. Y añadían que, a largo plazo, la escasez de trabajadores en las fábricas en China —impulsada por una fuerza laboral más educada y una población de jóvenes cada vez menor— podría aumentar los costos para los consumidores fuera del país, lo que podría exacerbar la inflación en naciones como Estados Unidos, que dependen en gran medida de los productos chinos importados. Ante el aumento de los costos laborales en China, muchas empresas ya han trasladado sus operaciones de manufactura a países con salarios más bajos, como Vietnam y México.

Pekín lleva años buscando soluciones a este problema, entre otras incentivar el nacimiento, pero no parecen funcionar. No se trata únicamente, dicen los expertos, de cambiar radicalmente la tendencia que marcó la prohibición de tener más de un hijo, sino que, insisten, las parejas jóvenes no quieren tener muchos hijos, al margen de que sea ahora legal y aplaudido porque estiman que reducen su bienestar.

Vietnam, la nueva China. Ángel Enríquez De Salamanca Ortiz

Durante las últimas décadas, China ha experimentado un crecimiento sin igual gracias a la apertura económica iniciada por Deng Xiaoping a finales de los años 70.

Unas reformas que abrieron la economía y permitieron la entrada de capital extranjero, dando lugar a un crecimiento sostenido en el tiempo hasta el día de hoy y que tuvo su explosión en el año 2001, cuando China pasó a formar parte de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Los bajos costes salariales atrajeron inversión del exterior, lo que permitió un rápido crecimiento a costa de los salarios y un auge de las exportaciones. China era la fábrica del mundo, donde las empresas se instalaban gracias, también, a los casi inexistentes derechos laborales de los trabajadores.

El incremento de los salarios y riqueza en China está haciendo que las empresas ya no vean tan atractivo establecerse en este país y busquen, por lo tanto, otros países donde establecerse, es el caso de Vietnam.

Vietnam se ha convertido en una copia de China, con una apertura económica hacia el liberalismo, mano de obra barata, estabilidad política (partido comunista como única fuerza política) pero con una población mucho más joven, que en tan solo unas décadas ha pasado de ser un país agrícola a ser un país industrializado, con unas tasas de crecimiento del PIB superiores al 6% anual, duplicándose este en poco más de una década, y con un incremento del consumo de sus habitantes y de los salarios exponencial en tan solo veinte años.

Tras décadas de pobreza, hambre y guerras (con EEUU o Laos), en 1986 empezaron las reformas económicas “Doi Moi” para liberalizar el país, y en 1987 se publicó la “Ley de Inversión Extranjera” que permitió la entrada de capital extranjero. Después de  más de 30 años de apertura, la pobreza se ha reducido más de un 10% y el país ha recibido más de 400.000 millones de dólares de IED (Inversión Extranjera Directa) provenientes de países asiáticos como Japón, Corea del Sur, Taiwán o China;  o Estados Unidos con proyectos de Apple, que ya fabrica sus Airpods en Vietnam, Microsoft o Coca-Cola, con el objetivo de crear infraestructuras, empleo o inversiones que suponen casi una cuarta parte del PIB del país. Estas reformas y apertura económica tuvieron sus consecuencias y, en el año 2007, el país pasó a formar parte de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Estas empresas han generado, no solo riqueza y empleo, sino que también han traído la tecnología y el “know-how” que tanto necesita el país para unirse al comercio global. En algo más de 10 años se ha pasado del “Made in China” al “Made in Vietnam”. La buena gestión del SARS CoronaVirus 2 y la guerra de aranceles entre China y Estados Unidos, no ha hecho más que hacer más atractivo a este país, ya que muchas empresas han dejado el gigante asiático para establecerse en Vietnam, por no hablar de las libertades de este país, donde plataformas como Google o Youtube están permitidas.

El decenio 2021-2030, aprobado en el XIII Congreso del Partido, aclara que es necesario seguir fomentando el sector privado y la creación de grandes empresas, con fuerte presencia nacional e internacional, y fomentar la inversión.

A pesar del rápido crecimiento, Vietnam aún es un país pobre, con una renta per cápita de apenas 4.000  dólares, donde aún existe pobreza, desigualdad, corrupción y unas infraestructuras débiles, pero cuenta con salarios competitivos, una economía de mercado y recursos naturales como el oro, petróleo o gas.

En los próximos años estos factores harán que Vietnam siga creciendo a ritmos elevados, gracias a su población joven y numerosa de casi 100 millones de habitantes, su productividad y su bajos salarios pero tiene que reforzar su sistema bancario, sanitario y educativo y sus infraestructuras para no caer en el olvido de los inversores, por no hablar del riesgo político de una dictadura.

Vietnam ha pasado a ser un miembro más de los CIVETS (Colombia, Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía, Sudáfrica), un grupo de países con rápido crecimiento, con una población joven que, en poco tiempo, relegará a los BRIC (Brasil, Rusia, India, China) como países emergentes. Un crecimiento que aumentará las tensiones con China, ya suficientemente tensas por el conflicto por el Mar de China Meridional, una región rica en recursos naturales y puente entre el Océano Indico y el Pacifico.

Por último, el “China Plus One”, una estrategia comercial que pretende diversificar las cadenas de suministro y no depender tanto del gigante asiático, es decir, diversificar en otros países como Vietnam o Bangladesh para que, en caso de pandemia u otro elemento, la economía mundial no dependa de China. Una estrategia comercial que, seguro, agravará las tensiones entre ambos países.

 

Ángel Enríquez De Salamanca Ortiz es Doctor en Economía por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Relaciones Internacionales en la Universidad San Pablo CEU de Madrid

 

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@angelenriquezs

 

 

La nueva diplomacia de la Administración Biden en Vietnam. Nieves C. Pérez Rodríguez

La Administración Biden sigue dando señales claras sobre sus prioridades en política exterior y su determinación de mantener una línea consistente en cuanto a Asia. A finales de marzo la Casa Blanca comunicaba el nombramiento de Daniel Kritenbrink, funcionario del servicio exterior, como subsecretario de Estado para Asia Oriental y el Pacifico.

Kritenbrink cuenta con una larga experiencia de 27 años en el servicio, además de ser el actual embajador de los Estados Unidos en Vietnam desde 2017, pero antes fue el director de asuntos asiáticos en el consejo de Seguridad Nacional y jefe adjunto de misión en la embajada en Beijing. También estuvo a cargo de la oficina de China y Mongolia en el Departamento de Estado y habla fluidamente mandarín y japonés.

Kritenbrink publicó un vídeo de sí mismo en el que aparecía cantando rap y enviando felicitaciones por el año nuevo lunar, que es la celebración más importante en Vietnam. El video se filmó en las calles de la capital vietnamita y de la ciudad de Ho Chi Minh y comenzó con estas líneas:

…”Hola mi nombre es Dan.

Soy de Nebraska.

No soy un chino de una gran ciudad.

Hace tres años me mudé a Hanoi”…

Con esa desenvoltura el embajador, que tiene una carrera prominente y muy seria sobre sus hombros, vio una oportunidad en este vídeo que se ha convertido en un gran hit mediático visto por millones de personas. El embajador aprovechó para enviar un mensaje diplomático con astucia. Ataviado de traje y corbata, siguiendo el protocolo correspondiente de su cargo, pero con auriculares en el cuello y en compañía de estrellas conocidas de la música vietnamita rapeó su mensaje en inglés, aunque se atrevió también a meter frases en vietnamita.

El mensaje, que se centraba en felicitar por la celebración, fue cuidadoso en apuntar también que los “Estados Unidos y Vietnam son aliados confiables para siempre”.

El Departamento de Estado decía al respecto que el video muestra el uso de “soft power” para conectar al nivel humano. Dejando ver cómo, a pesar de lo poco común que son este tipo de acciones en diplomacia internacional, están dispuestos a adaptarse a las tendencias siempre que se logre el objetivo final.

Vietnam cuenta con una ubicación estratégica, lo que a su vez lo hace muy vulnerable. Por el norte linda con el sur de China, y toda su costa este y sur hace frontera con el Mar meridional de China. Para Estados Unidos Vietnam sirve de catalizador a las pretensiones chinas, e incluso le ayuda a posicionar su liderazgo en la región. La administración Obama afianzó los lazos entre ambas naciones con la firma de más convenios, el incremento de la cooperación y la visita hecha por el presidente Obama en primavera del año pasado. La Administración Trump mantuvo los lazos cercanos y reconoció lo estratégico de mantener dichas relaciones. Ahora la Administración Biden parece estar resaltando desde el principio esa importancia al permitir este tipo de incursión mediática de bajo coste, pero largo alcance.

Para la nueva Administración Vietnam es un aliado clave en la región en medio de las tremendas tensiones entre Washington y Beijing, que ya no son solo de tipo comercial, sino político, diplomático y además de todo geopolítico y hasta en derechos humanos. Y si Kritenbrink fuera aprobado por el Senado, que no parece tener ninguna dificultad en conseguirlo, podría desde la su posición en el Departamento de Estado seguir trabajando por profundizar esas relaciones bilaterales mientras fortalece la cercanía con los otros aliados en la región tan necesaria en el frente que está articulando Washington en contra de Beijing.

El test de Vietnam

Vietnam, el Partido Comunista gobernante en Hanoi, acaba de aprobar un nuevo Plan Quinquenal, la hoja de ruta de desarrollo económico para los próximos cinco años. A pesar del intervencionismo inherente al concepto de economía dirida y planificada, Vietnam sigue impulsando medidas de apertura de mercado y de garantías en un plan de lucha contra la corrupción. El país sigue en una estrategia de delicado equilibrio entre China y Estados Unidos, tratando de atraer inversiones de todas partes y de aprovechar el mercado internacional.

En este contexto, el golpe militar de Birmania avanza una desestabilización regional con protagonismo chino que puede alterar el crecimiento y los planes económicos además de poner más dificultades en las relaciones entre Washington y Pekín. Hanoi no mantiene buenas relaciones con China, por razones históricas y estratégicas. No debemos olvidar que tras la guerra de Vietnam contra Estados Unidos, el régimen vietnamita sostuvo enfrentamientos armados con Camboya y China, a pesar del comunismo compartido.

El padrinazgo chino no es bien tolerado en los países del sureste asiático, a pesar de la existencia de importantes colonias chinas en sus territorios y de las inversiones procedentes del gigante continental. Además, China y Vietnam mantiene una disputa sobre la soberanía de territorios insulares del Mar de la China. En una reciente gira política del ministro chino de Exteriores, Vietnam fue el único país de la región no visitado.

Así, Vietnam, con un nivel de crecimiento apreciable y no muy afectado por la pandemia, está ante una coyuntura tensa: atenuar la corrupción, abrirse más al libre mercado y mantener su etiqueta oficial de comunismo, reforzar sus sorprendentes buenas relaciones con Estados Unidos y no enojar demasiado a Pekín. Un test para Hanoi y para toda la región.

INTERREGNUM: Suga, tras los pasos de Abe. Fernando Delage

Por segunda vez en la historia de la diplomacia japonesa—el primero fue Shinzo Abe—un jefe de gobierno ha escogido el sureste asiático como destino de su primer viaje oficial al exterior. Es un gesto que no sólo supone un reconocimiento de la creciente importancia estratégica de la subregión, sino también de la preocupación de Japón por los movimientos chinos en relación con los Estados miembros de la ASEAN.

Durante su visita a Vietnam e Indonesia, Yoshihide Suga describió las acciones de Pekín en el mar de China Meridional como contrarias a las normas internacionales, y reiteró la oposición de Japón a cualquier maniobra que suponga una escalada de tensión en dicho espacio marítimo. A la vez que impulsó nuevos acuerdos de cooperación con ambos socios en el terreno de la defensa, no dejó de reiterar ante sus anfitriones el papel central de la ASEAN en la consolidación de un “Indo-Pacífico Libre y Abierto”.

Despejando las dudas sobre la continuidad del activismo diplomático de su antecesor, Suga ha seguido desarrollando la red de asociaciones estratégicas construidas por Tokio durante los últimos años. Vietnam, que ya había recibido buques patrulla de Japón, acordó la compra de seis unidades más por valor de 345 millones de dólares, lo que permitirá reforzar las capacidades de vigilancia en sus costas. En Indonesia, además de subrayar la preocupación compartida con Yakarta por la presencia paramilitar china en el mar de Natuna, al norte del archipiélago, Suga propuso el establecimiento formal de un diálogo 2+2 (es decir, con la participación de los ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa) entre ambos países. Tampoco olvidó Suga los incentivos económicos prioritarios para la región: en Vietnam logró una relajación de la política de visados que facilitará el crecimiento del comercio y las inversiones, mientras que a Indonesia ofreció cerca de 500 millones de dólares en préstamos a bajos tipos de interés.

Tanto en Hanoi como en Yakarta, el primer ministro japonés hizo hincapié en la centralidad de la ASEAN en los asuntos regionales, esforzándose por disipar el temor de las potencias más pequeñas a su marginación por los grandes. Suga declaró su apoyo a la “Perspectiva sobre el Indo-Pacífico” adoptada por la organización el año pasado, que—según indicó—coincide en muchos aspectos con el concepto de un “Indo-Pacífico Libre y Abierto” mantenido por Tokio. El presidente indonesio, Joko Widodo, uno de los principales impulsores del documento de la ASEAN, no ocultó su satisfacción por el compromiso de Japón en esta era de competición entre las grandes potencias.

En los mismos días en que, en Pekín, el presidente Xi Jinping, acompañado por todos los miembros del Comité Permanente del Politburó, conmemoraba el 70 aniversario de la entrada de China en la guerra de Corea en clave contemporánea—“la guerra, señaló, permanece como un símbolo de la unidad nacional frente a la beligerancia norteamericana”—, Japón, Vietnam e Indonesia demostraban que las naciones de Asia no van a dejar que los dos grandes les impongan su destino.

La alianza Hanoi – Washington, un modelo en alza. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- Después de más de cuatro décadas del final de la Guerra de Vietnam, y en contra de lo que suele suceder entre países que han peleado en bandos opuestos, las relaciones de Estados Unidos y Vietnam han evolucionado sorpresivamente. Hoy son aliados en la región del Pacífico, con una amplia cooperación en materia de seguridad que no ha hecho más que crecer y fortalecerse en los últimos años.

La historia de Vietnam está marcada por sus etapas coloniales. Fueron parte de la China imperial hasta 939 donde crearon su propio estado. Luego, los franceses, en la mitad del siglo XIX, colonizaron la península Indochina hasta 1954. Los japoneses también intentaron colonizar a los vietnamitas para evitar la incursión de los Estados Unidos, durante la II Guerra Mundial. Todo ello dejó a Vietnam dividida políticamente en dos estados rivales, lo que acabo en la guerra que ganó el norte, y que unificó al país bajo un régimen comunista que permaneció cerrado hasta 1986, momento en que se iniciaron reformas políticas y económicas.

Las favorables reformas dieron como resultado el empuje económico de Vietnam, que ha venido ocupando un lugar muy positivo de crecimiento económico desde el 2010 y que lo sitúa entre los más alto del mundo. En 2007 el país ingresó en la Organización Mundial del Comercial.

Las relaciones entre Washington y Hanoi se normalizaron formalmente en 1995. Y desde entonces se han basado en el respeto profundo. Vietnam y su peculiar sistema comunista, que gracias a su apertura le ha permitido convertirse en una nación con un notable desarrollo económico en la región. Y Estados Unidos ha invertido millones de dólares por su parte, para mitigar el cambio climático allí, por su alto nivel de vulnerabilidad.

Randall G. Schiver -subsecretario de Defensa para asuntos de Seguridad en el Indo-Pacífico-, apunta que la importancia de Vietnam para los Estados Unidos queda clara con las visitas de oficiales de la Administración Trump. Trump ha estado dos veces desde que tomó la presidencia. El secretario de la Defensa Mattis visitó Vietnam dos veces durante el mismo año -2018-, lo que es prueba la solidez de las relaciones en materia de defensa entre ambas naciones.

“Las relaciones están basadas en un interés común que compartimos” remarcó Schiver en un foro sobre las relaciones bilaterales a mediados de la semana pasada en Washington. Creemos que cada nación en la región debe determinar el camino que desean seguir, incluso los países más pequeños tienen el derecho de decidir su futuro sin la influencia de los países poderosos, es decir, su soberanía, libertad y prosperidad”. Subrayó el peligro que representa China para el sureste asiático, con especial énfasis en el mar del sur de China, donde se han cometido atrocidades ambientales para reclamar soberanía, entre otras muchas irregularidades.

Así mismo, el embajador vietnamita en Washington -HA Kim Ngoc- en este mismo foro, afirmó que las relaciones entre ambas naciones son realmente amplias, partiendo del mantenimiento de la paz en la región, que es una prioridad. Pero también lo es la navegación libre por el Pacífico. O el rol de la ASEAN, o la desnuclearización de la península coreana. Afirmó que, a pesar de no compartir ni historia, ni ideología, han podido elevar la cooperación a un punto de alianza estratégica.

El protagonismo de Vietnam ha ido también aumentando progresivamente. Lo prueba el hecho de que fue el lugar elegido por la Casa Blanca para la segunda cumbre entre Trump y Kim Jong-un. En ese encuentro, Vietnam aprovechó para mostrar su desarrollo, su apertura y disposición para servir de mediadores internacionales. Especialmente con Corea del Norte, con el que comparten un sistema comunista similar. En este momento, Hanoi está promoviendo activamente el encuentro de la ASEAN 2020, que se llevará a cabo en Vietnam y en el que además asumirá la presidencia. Otro elemento clave para la región, pues ASEAN tiene un rol predominante en la zona.

Mientras que Estados Unidos representa el modelo capitalista más dinámico y poderoso, han podido establecer una relación bilateral con Vietnam en la que el apoyo es mutuo y el respeto es la clave. No se cuestionan las diferencias ideológicas, a pesar de ser profundas. Es un gran ejemplo a seguir para muchas otras naciones, en el que la cooperación debe ser estratégica sin pretensiones autoritarias.

INTERREGNUM: El sureste asiático en 2019. Fernando Delage

Ante el juego mayor de las grandes potencias, suelen perderse de vista los movimientos de las restantes naciones. Los medios prestan atención a China, a su rivalidad con Estados Unidos, a la creciente proyección de India y al nuevo activismo diplomático de Japón, pero tienden a olvidarse de una subregión que, como bloque, se equipara demográficamente a la Unión Europea y está llamada a convertirse en uno de los grandes actores económicos del futuro: el sureste asiático. Convocatorias políticas internas, las negociaciones finales de la Asociación Económica Regional Integral (RCEP), y el impacto en la zona de las tensiones entre Washington y Pekín, harán de 2019 un año especialmente significativo.

En la tercera democracia más poblada del planeta, Indonesia, unas buenas cifras de crecimiento, y la superación de las críticas a sus credenciales islámicas, favorecen a priori la reelección de Jokowi como presidente cuando se cumplen veinte años de la democratización del país tras la larga dictadura de Suharto. En la segunda gran economía de la ASEAN, Tailandia, la democracia se ha visto interrumpida, por el contrario, en dos ocasiones en la última década. Cinco años después del último golpe de Estado, mucho más tarde por tanto de lo prometido en su día por los generales, se volverá a un gobierno civil.

Las elecciones se celebrarán en marzo, unas semanas antes de la entronización formal del nuevo rey, Maha Vajiralongkorn, prevista para principios de mayo. Pero hay que mantener cierto escepticismo: el voto se producirá bajo una Constitución reescrita para reservar una notable cuota de poder para los militares: éstos, junto a sus partidos aliados, controlarán la Cámara Alta. El bloqueo político que cabe prever como resultado será fuente de inestabilidad social, a la vez que complicará la recuperación de la economía y el liderazgo diplomático de Tailandia, justamente cuando asume la presidencia rotatoria anual de la ASEAN.

En Filipinas, las elecciones parciales de mayo permitirán comprobar el grado de apoyo popular a Duterte y a sus políticas de lucha contra la drogadicción, de represión de la sociedad civil, y de acercamiento a China. Esta última también continuará siendo una variable política en Malasia, donde, tras su derrota del pasado año, se disuelve gradualmente la tradicional coalición mayoritaria (UMNO) y todos los ojos se dirigirán a si el sorprendente triunfador en las últimas elecciones, Mahathir, cumple su promesa de dejar la jefatura del gobierno a su antiguo rival, y ahora aliado, Anwar Ibrahim. La paralizada transición política de Birmania y el drama de los Rohingya, agravarán, por último, el creciente aislamiento del país—y de su consejera de Estado, Aung San Suu Kyi—por la comunidad internacional.

En el frente económico regional, 2019 debería ser el año en que concluyen las negociaciones del RCEP. El retraso se debe sobre todo a una potencia extra-regional, India, siempre reticente a una agenda de liberalización comercial. Pero la dinámica multilateral no se detiene: la reciente entrada en vigor del CPTPP (es decir, del TPP a 11, sin Estados Unidos), al que ya pertenecen Singapur y Vietnam, al que se sumarán en unos meses Brunei y Malasia, y al que también Tailandia e Indonesia han dicho que se quieren sumar—mientras Filipinas se lo piensa—, representa un nuevo paso adelante en la reconfiguración de la arquitectura económica regional.

El sureste asiático tampoco permanecerá ajeno, por lo demás, a la guerra comercial entre Estados Unidos y China. Su impacto comenzará a sentirse este año, cuando firmas multinacionales decidan desplazar sus cadenas de producción de China a la subregión. Pese a ese previsible aumento de las inversiones extranjeras debe tenerse en cuenta, no obstante, que también caerá la demanda de la República Popular, economía de la que los miembros de la ASEAN se han vuelto dependientes en gran medida. Por otra parte, si, como se cree, es Vietnam quien atrae buena parte de esa inversión antes dirigida a China, la competitividad de otros Estados miembros, como Indonesia o Filipinas, puede verse gravemente afectada. (Foto: Gergely Takács, flickr)