INTERREGNUM: El QUAD resucita. Fernando Delage

El pasado 21 de julio, el secretario de Defensa de Estados Unidos,Mark Esper, indicó que China no tiene derecho a convertir el mar de China Meridional en una “zona de exclusión” para crear su propio “imperio marítimo”. Días antes, el secretario de Estado, Mike Pompeo, denunció formalmente la ilegalidad de las pretensiones de soberanía china sobre las islas en dichas aguas.  La escalada retórica norteamericana, en un contexto de hostilidad sin precedente en su relación con Pekín, pasó también a los hechos, tanto en el terreno diplomático como en el militar. El 22 de julio, la República Popular anunció que Washington le había exigido el cierre de su consulado en Houston en un plazo de 72 horas. Mientras, la marina de Estados Unidos realizó dos maniobras militares simultáneas en el océano Índico y en el mar de China Meridional.

El portaaviones Nimitz, que ya se había desplazado al mar de China Meridional a principios de julio, se trasladó a finales de mes a un área cercana a las islas Andaman y Nicobar, al norte del estrecho de Malaca, para desarrollar una serie de ejercicios con la armada india. Por su parte, otro de los portaaviones norteamericanos, el Ronald Reagan, hizo lo propio con la participación de Japón y Australia en el mar de Filipinas. Son movimientos que cabe interpretar como respuesta a las acciones chinas en su periferia marítima—donde continúa acumulando capacidades militares—y en la frontera con India, además del aumento de la presión sobre Hong Kong y Taiwán.

También los vecinos de China avanzan en una dirección similar. Después de que Australia e India firmaran en junio un pacto de cooperación naval y logística que permite a cada uno de ellos el acceso a las bases militares del otro, Delhi anunció—el 17 de julio—su invitación a Canberra para participar en las maniobras Malabar, ejercicios navales que India realiza anualmente con Estados Unidos desde 1992, y a los que se incorporó Japón en 2015. La inclusión de Australia de manera permanente—ya participó de manera ocasional en 2007—es una nueva ilustración de la inquietud regional por el expansionismo marítimo chino. Es también, por tanto, un mensaje a Pekín de que los cuatro miembros del Diálogo Cuadrilateral de Seguridad (QUAD) estarán realizando prácticas conjuntas en el Indo-Pacífico, revitalizando el grupo. Se confirma de este modo que los incidentes en el Himalaya la pasada primavera han hecho que India adopte una posición más dura frente a China.

No es, con todo, la única opción de los aliados asiáticos de Washington. Lo errático de la política de Trump se traduce en crecientes dudas sobre sus compromisos con la región. Así parece reflejarlo el hecho de que, con apenas días de diferencia, Australia y Japón anunciaran su intención de aumentar su presupuesto y capacidades de defensa. A finales de junio, en efecto, Australia declaró que incrementará su gasto militar en un 40 por cien durante la próxima década. Según señaló el primer ministro, Scott Morrison, el mundo será tras la pandemia “más peligroso y desordenado”, lo que obliga al país a prepararse frente a toda eventualidad. La modernización de sus fuerzas armadas se orientará especialmente hacia las capacidades tecnológicas de la marina, en la que se concentrará también el incremento de personal.

Por su parte, el presupuesto de defensa de Japón crecerá por octavo año consecutivo hasta 48.000 millones de dólares. Frente al ascenso de China y la amenaza norcoreana, Tokio modernizará su fuerza aérea—mediante la compra a Estados Unidos de aviones de combate F35 y vehículos de alerta temprana—así como sus capacidades en misiles de largo alcance. Después de que en junio se cancelara el despliegue del sistema antimisiles Aegis basado en tierra por su coste, el gobierno busca nuevas alternativas, al tiempo que también duplica su atención hacia sus satélites y activos en relación con el ciberespacio.

Filipinas en medio de la pandemia. Nieves C. Pérez Rodríguez

Filipinas, un archipiélago que cuenta con más de 7000 islas, goza de una ubicación estratégica en el Pacífico y cuenta con una de las líneas costeras más extensas del mundo.  Es una nación de 110 millones de personas, que ha registrado cerca de 730 decesos, a pesar de la cercanía con China, a poco más de 3000 kilómetros de distancia.

Filipinas fue el tercer país en imponer cierre de las ciudades y ordenar cuarentena, justo después de España.  El 12 de Marzo se restringieron los viajes y la entrada de viajeros, se cancelaron reuniones de negocios, y se paralizaron cualquier forma de eventos, mientras se obligaba a los ciudadanos a confinarse en casa.  Todas estas medidas se tomaban sólo cinco días después de que se detectara  el primer caso de Covid-19.

El gobierno de Rodrigo Duterte no dudó en actuar en las primeras horas para evitar el colapso del sistema hospitalario, que a pesar de que en los últimos años ha mejorado, sigue siendo muy débil e insuficiente para atender la demanda doméstica.

Duterte, conocido por su retórica populista e impulsiva, cuya campaña más emblemática ha sido contra las drogas, ha elevado a miles el número de homicidios a manos de policías y otros grupos políticos. Dutarte también expresó en varias ocasiones que buscaría acercamientos con China.

El pasado fin de semana The Diplomat publicaba un artículo sobre un vídeo que la embajada china en Manila había subido en su página oficial y en sus redes, en el que Beijing deja ver su nueva ofensiva diplomática e intenso esfuerzo por ganar aliados, y asegurar su liderazgo.

Hay una canción escrita por el mismo embajador chino, y en cuyo vídeo participaron diplomáticos chinos y celebridades de ambos países y la letra reza …“como vecinos amistosos al otro lado de mar, China y Filipinas continuarán uniendo sus manos y harán todo lo posible para superar el Covid-19 lo antes posible”…

En la canción se hizo referencia al “mar del sur de China, cuyo nombre para los filipinos es “el mar occidental filipino”. Una alusión a una disputa que viene de lejos, que mantiene heridas abiertas aún en medio de una pandemia, y que lejos de agradar levanta estupor.

La opinión pública filipina ha criticado el vídeo y, en efecto, ha motivado incluso rechazo a las ayudas enviadas por Beijing (suministros y personal médico y sanitario), que ahora se perciben como politizadas y con dobles intenciones.

A pesar de que Filipinas es una de las naciones más occidentalizadas del Pacifico, en parte debido a las estrechas relaciones que han mantenido con los Estados Unidos en las últimas décadas, su sistema de gobierno no respeta las libertades. En efecto, desde que Rodrigo Duterte tomó posesión, las libertades se han visto más restringidas. Pero a pesar de que se pensó que su gobierno podría alinearse con el Partido Comunista Chino, las acciones chinas han encendido tal rechazo que hasta el mismo gobierno de Manila ha tenido que distanciarse.

Si algo no ha podido parar la pandemia es la geopolítica.  Beijing lo sabe bien.

La guerra por el Mar de China Meridional. Ángel Enríquez de Salamanca Ortiz.

La situación del Mar de China:

El Mar de China Meridional tiene una extensión aproximada de 3,5 millones de kilómetros cuadrados y más del cincuenta por ciento del tráfico mundial mercante navega por estas aguas, en él se encuentran las Islas Spratly, Paracel y otras muchas islas en disputa con los países colindantes, como Japón, Filipinas o Taiwán. En estas aguas está el estrecho de Malaca, que une el Océano Índico con el Pacífico, por este estrecho circula 6 veces más petróleo que por el Canal de Suez. Además, circulan dos tercios de las importaciones de crudo de Corea del Sur, el sesenta por ciento de Japón y de Taiwán y un ochenta por ciento de las de China. De ahí las disputas por estas aguas que bañan Brunei, China, Filipinas, Indonesia, Malasia, Taiwán y Vietnam.

Los recursos del Mar de China:

El Mar de China Meridional, además, cuenta con unas enormes reservas de petróleo, un petróleo necesario para los países en crecimiento que se disputan esta zona. Esta vasta extensión cuenta con 11 mil millones de barriles de petróleo y 190 trillones de metros cúbicos de gas natural:

Fig.1: Reservas petróleo Mar de China Meridional
[Fuente: Agencia Internacional de la Energía. (03/04/2013): http://www.eia.gov/todayinenergy/detail.php?id=10651]

La Puerta hacia el Mar de China:

La posición estratégica del mar también es clave para estos países. El Estrecho de Malaca es la puerta hacia el Mar de China y por aquí circulan más de 15 mil millones de barriles al día provenientes del Estrecho de Ormuz, ésta ruta es la más corta para llegar a abastecer a todos los países de la zona, como Japón, Corea o Filipinas.

Fig. 2: Transito diario de petróleo al día (miles de millones de barriles)
[Fuente: Agencia Internacional de la Energía.(01/12/2014) http://www.eia.gov/todayinenergy/detail.php?id=18991]

El comercio en la zona:

Más del 90% del petróleo que llega a estos países pasa por este estrecho ya que es la ruta más corta desde África o desde el Golfo Pérsico, lo que supone el 30% del transporte de crudo mundial. Tanto las importaciones por parte de los países de esta zona como las exportaciones hacia África o el Golfo Pérsico pasan por el mar de China. En la figura 3 observamos el comercio (%) de estos países y, China, Corea del Sur y Japón abarcan el 80% de las importaciones de petróleo que pasan por el Mar de China.

Fig. 3: Comercio de petróleo en el Mar de China
[https://www.eia.gov/todayinenergy/detail.php?id=36952]

Zonas de reclamo:

Dada su riqueza natural y su posición estratégica, es lógico que los países colindantes reclamen este territorio, tal y como puede verse en la figura a continuación:

Fig. 4: Zonas reclamadas, por país, en el Mar de China
[https://elpais.com/internacional/2016/07/11/actualidad/1468258154_789338.html]

Estos países han reclamado zonas dentro de las 200 millas marítimas y gran parte de estos territorios entran en conflicto.

Países en disputa:

China reclama la zona por razones históricas y ha comenzado a construir islas artificiales, a militarizar la zona y a instalar plataformas petrolíferas en zonas de disputa, lo que ha provocado que países como Filipinas, Malasia o Vietnam se sientan molestos con esta situación. Su influencia en esta zona podría mejorar su posición. China manifiesta que estas islas están diseñadas para sus necesidades civiles y de defensa.

Las Islas Senkaku, controladas por Tokio, reclamadas por Taiwán, son unas islas que darían derechos de explotación y pesca en la zona. En repetidas ocasiones, China ha mandado buques de guerra para intimidar a Japón y reclamar así su soberanía. En esta zona, China también ha construido islas artificiales dentro de las 200 millas náuticas, provocando malestar en Tokio y en Taipéi.

Estados Unidos, con aliados en la zona, considera que estas islas artificiales pueden ser un peligro para su hegemonía ya que podrían ser destinadas a uso militar, algo que ha provocado que el gobierno americano envíe buques a la zona con el fin de “liberalizar la navegación”, y ha urgido a China a la desmilitarización de las aguas, lo que, obviamente, no ha sentado bien al gobierno de Pekín.

Filipinas, por su parte, también reclama zonas de este mar y ha mostrado su preocupación por la militarización por parte de China.

Filipinas, Malasia y Vietnam también han ocupado islas en el Mar de China y han establecido bases militares para afirmar su soberanía, pero la estrategia de China está siendo la más agresiva, llegando a reclamar más de 12.000 kilómetros cuadrados alrededor de las islas Spratly o Nansha.

El Tribunal de la Haya declaró en 2016 que China no tenía derechos históricos sobre estas aguas, pero Pekín hizo caso omiso a estas declaraciones. Filipinas y otros países han hecho poco para evitar esta expansión.

La Asociación de Naciones de Sudeste Asiático (ASEAN) declaró este año la importancia de desmilitarizar la zona, fomentar la confianza entre los países y aplicar un código de conducta para evitar males mayores en la región4.

Conclusión:

Dada su riqueza en recursos naturales y su situación geográfica, quien controle el Mar de China, no solo tendrá acceso al petróleo y gas, sino, también, tendrá la llave al comercio marítimo del que dependen todos los países de la zona.

Estados Unidos, como líder mundial, tiene un valioso aliado en la zona, Taiwán, no solo para luchar contra el comunismo, sino para poder tener presencia en la zona. El mismo caso ocurre en Oriente Medio con Israel, un aliado de EEUU, valioso para lograr tener presencia también en esta zona. El ascenso de China y su mayor peso en la economía mundial preocupa a EE.UU., que podría perder o incluso tener que compartir su liderazgo, no solo en la zona, sino en todo el mundo. Al igual que Estados Unidos, China quiere el control del Mar de China Meridional para reclamar así su liderazgo, asentarse como líder, y no solo un líder en el sureste asiático, sino a escala mundial.

Podríamos decir que lo que se vive en el Mar de China Meridional, no es únicamente una guerra por lo recursos, sino, una guerra por el liderazgo, por la hegemonía mundial, una especie de “Guerra Fría” pero que, en este caso, se disputa entre las dos principales potencias a día de hoy, China y EEUU, un ejemplo de la guerra por tener la soberanía mundial en el siglo XXI.

Angel Enríquez es Doctor en Economía por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Relaciones Internacionales en la Universidad San Pablo CEU de Madrid.

La batalla por el dominio marítimo en el Pacifico. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- Ya en 1890 el capitán estadounidense Alfred Tahyer Mahan, en su libro La influencia del poder del mar en la historia, explicaba la importancia estratégica del poder naval como el factor que elevó al imperio británico y, con un revolucionario análisis para aquel momento, pronosticaba que Estados Unidos debía desarrollar su poderío naval como elemento de control geoestratégico. Asimismo, sostuvo que aplicando el modelo de Gran Bretaña en la política exterior estadounidense se conseguiría una expansión en los mercados internacionales. En su precoz visión de mundo globalizado, le dió mucha importancia a establecer bases navales en distintos puntos, advirtiendo que con ello se ganaría influencia en el exterior.

Inspirado probablemente por la compra de Alaska en 1867, y la influencia estadounidense en Hawái a través de un tratado donde se estableció la unidad  de las islas, seguido por la idea ambiciosa del canal de Panamá defendido por William Seward, secretario de Estado de ese momento, Mahan entendía que era fundamental para los Estados Unidos poder comunicar sus costas y tener un mayor control marítimo.

A día de hoy la presencia estadounidense en el Pacífico es fuerte y ha sido consistente en los últimos años. Con el riesgo de Corea del Norte ha ido fortaleciendo su presencia con ejercicios militares, buques de superficie y submarinos.  El sistema THAAD es el ejemplo más claro de esos esfuerzos y lo mucho que ha avanzado la tecnología. Los radares de alerta temprana están operando permanentemente y transmitiendo información en tiempo real, y técnicamente serían capaces de neutralizar un misil cuyo objetivo sea Estados Unidos, alguna de sus bases o sus aliados.

Michael Fabey, reportero estadounidense de las fuerzas navales con una larga experiencia en el Pacífico, y que acaba de publicar un libro sobre el choque de poder entre Estados Unidos y China en Asia, sostiene que a día de hoy Estados Unidos sigue siendo, y seguirá siendo por un tiempo, la potencia naval más poderosa, sobre todo porque cuenta con el apoyo de bases militares en distintos puntos del Pacífico. Sin embargo, el crecimiento del poderío chino en pocos años es realmente preocupante.

Fabey afirma que, de haber una batalla entre ambas fuerzas, sería realmente sangrienta porque los chinos tendrían cómo responder con armamento muy poderoso lo que los mantendría en combate por un tiempo largo.  Aunque los Estados Unidos a largo plazo ganarían porque su poderío militar es mayor entre portaviones, equipos de guerra y aliados regionales, así como sus aliados internacionales, a los que se sumarian los europeos, australianos, y sobre todo los indios, que, de acuerdo con este periodista, mantienen una relación muy estrecha con los Estados Unidos en el campo militar.

A la presentación de este libro, al que 4ASIA asistió, pudimos constatar cómo China en los últimos 30 años ha cambiado su mentalidad, y entiende, en su habitual postura de copiar y reproducirlo todo, pero en su propia versión, como ha hecho con el comunismo, que deben seguir ampliando su capacidad naval para apoderarse de la hegemonía en el Pacífico, y con ello sembrar respeto y temor en sus vecinos. El mar de la China meridional junto con las islas artificiales, es como el Caribe para los Estados Unidos. Quieren dejar claro que ellos son los que controlan ese mar, y los únicos que pueden patrullarlo. Lo dejan abierto para la circulación, pero bajo su control.

La situación actual con la Administración Trump es más compleja porque los chinos no saben cómo leer lo impredecible de este gobierno, lo que podría acabar en un escenario indeseado. Sin embargo, el libro plantea que un conflicto entre ambas potencias podría pasar por controlar el espacio, más que por un control marítimo regional. A pesar de los casi 130 años que separan el libro de Mahan donde se planteó la importancia de poseer una fuerza naval fuerte para ejercer control geoestratégico de los mares, Fabey en su libro sigue avalando esa teoría y explica cómo China está haciendo su propia versión de Mahan en el Pacífico.

La discreta escalada. Julio Trujillo

El aumento de tensión que suponen los desafíos y provocaciones de Corea del Norte está provocando una escalada militar de potencias regionales como Japón que está pasando desapercibida para el gran público. Aunque sea explicable y Japón siga sometido a compromisos de contención impuestos tras su derrota en la II Guerra Mundial, ha puesto en pie una maquinaria militar dada despreciable y está desarrollando una nueva política de intervención y de definición de sus intereses nacionales y de política de defensa.

En la última década Japón ha ido construyendo una fuerza naval considerable siempre dentro de los límites marcados por los tratados de paz incluidos en la propia Constitución Japonesa, a veces con sutiles especificaciones técnicas. Tal es el caso del Izumo, el barco más grande construido por Japón desde el final de la II Guerra Mundial. El Izumo se parece mucho a un portaviones, aunque los oficiales de la Armada de Japón son cuidadosos al describir la nave como un “destructor portahelicópteros”. Ya ha participado en la primera exhibición de barcos de guerra de Singapur, un encuentro internacional en el que flotas procedentes de Asia y de más allá se reúnen para demostrar sus capacidades.

El aumento de las operaciones navales de Japón en el Mar Meridional de China y más allá también es una respuesta a una creciente preocupación para Tokio: la intención expresada por parte de China de dominar las aguas que rodean a Japón.

Los chinos sostienen que, con apenas unos ajustes menores, un barco como el Izumo podría transportar modernos aviones caza con capacidad de despegue vertical, incluyendo el caza furtivo F35.  China afirma que el Izumo y las últimas adquisiciones de la Fuerza de Autodefensa de Japón suponen el inicio de un nuevo expansionismo militar y un recordatorio del sufrimiento y la destrucción causados por la flota japonesa durante la II Guerra Mundial.

Para las fuerzas navales japonesas, sin embargo, los barcos como el Izumo tienen un doble mensaje: expresar el compromiso con frenar las intenciones chinas y hacer cumplir las resoluciones internacionales sobre la libertad de navegación y, a la vez, demostrar su intención de gastar más en defensa en sintonía con las exigencias de su aliado, Estados Unidos.

Vietnam y Estados Unidos, con China al fondo. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- Vietnam estableció relaciones con los Estados Unidos en los años 50, una época convulsa pues los franceses seguían manteniendo la ocupación de la Península Indochina desde mediados del siglo XIX. Los vietnamitas expulsaron a los franceses en 1954, año en que Estados Unidos junto con sus países aliados comenzaron a colaborar militarmente con la provincia del Sur, para combatir el comunismo del Norte. El país quedó dividido en dos y los estadounidenses invirtieron billones de dólares en resistencia y en modernizar el sur con el propósito de parar el comunismo en la era de la guerra fría, lo que desencadenó la Guerra de Vietnam o la segunda guerra de Indochina.

En enero de 1973 se firmó en Paris el “Acuerdo de fin de la guerra y restauración de la paz de Vietnam”, lo que puso fin al conflicto y propició la reunificación del país bajo un solo régimen, el comunista.

En Vietnam pudo suceder lo que pasó en Corea. Sin embargo, la distancia entre el comunismo maoísta chino de aquel momento y el pragmatismo vietnamita fueron los elementos políticos diferenciales que evitaron este escenario. En 1975 la reunificación de ambos Estados se concretó y con ello una gran represión interna, lo que hizo que muchos vietnamitas del sur huyeran. En 1978 Vietnam invadió Camboya, lo que hizo que China comenzara una guerra con Vietnam que tan solo duró 17 días, pero aumentó la desconfianza entre chinos y vietnamitas. Ya la China imperial había ocupado Vietnam durante más de un siglo, episodio del que se liberaron en el 939. Todos estos hechos sucedidos en distintos momentos de la historia han hecho que China sea percibida como enemigo de Vietnam.

A pesar de seguir teniendo un régimen comunista, tras la guerra fría, el partido comunista de Vietnam comenzó una apertura en su economía que trajo cierta liberalización de su economía, proceso que comenzó en 1986, con la política “Doi Moi” o de puertas abiertas, que se puso en marcha con la idea de reorientar la economía hacia el libre mercado.

Los intercambios económicos son hoy extremadamente importantes para la economía vietnamita. De acuerdo a la organización Heritage, sus exportaciones e importaciones representan el 179% del Producto Interior Bruto vietnamita, en una económica en la que el Estado sigue estando muy envuelto en las actividades comerciales. Desde el 2000 el crecimiento económico de Vietnam está entre los más grandes del mundo. Razón por la cual entró en la Organización Mundial de Comercio en el 2007. El capitalismo se ha ido integrando progresivamente, y en los últimos 5 años la economía ha registrado un crecimiento promedio del 6%.

Con una económica basada fundamentalmente en el turismo y las exportaciones, es un país cercano a los Estados Unidos, cuyas relaciones diplomáticas se establecieron formalmente en 1995, y con el que han firmado convenios de cooperación en los años recientes en aéreas de apoyo diplomático, político, intercambio comercial, ciencia y tecnología, así como educación, salud, seguridad y defensa e incluso en materia de prevención de terrorismo nuclear, de acuerdo al Departamento de Estado. Así Hanói se ha convertido en un aliado estratégico de Washington en la región de Asia Pacifico, y viceversa.

China ha incrementado intensamente sus pretensiones expansionistas en la región del Pacifico. La construcción de las islas artificiales es una prueba de ello, pero además las distintas disputas de las Islas Paracels, Islas Spratly, e islotes, cayos, bancos de arena y arrecifes, que se disputan Filipinas, Brunei, Taiwán, Malasia y Vietnam, y que China reclama como propios dejando claro en más de una ocasión que son intereses estratégicos chinos en el Mar de China Meridional.

Vietnam cuenta con una ubicación estratégica a la vez muy vulnerable. Por el norte linda con el sur de China, y toda su costa este y sur hace frontera con el Mar Meridional de China. Para Estados Unidos un aliado como Vietnam sirve de contrapeso a las pretensiones chinas, e incluso fortalece su liderazgo en la región. Y por su lado, Vietnam necesita a Estados Unidos para contrarrestar el peso del gran dragón rojo y transmitir una imagen más fuerte. La administración Obama afianzó los lazos entre ambas naciones con la firma de más convenios, el incremento de la cooperación y la visita hecha por el presidente Obama en primavera del año pasado. La Administración Trump debería mantener el juego de poder ya establecido en la región y propiciar más acercamientos con Hanói, como contrapeso a Pekín, muy a pesar de su amistad con Xi Jinping. En el plano internacional las alianzas son la clave y las amistades necesarias y variantes, pero los intereses deben prevalecer.

INTERREGNUM: Reinventar el TPP. Por Fernando Delage

En un contexto marcado por el desafío nuclear norcoreano y las tensiones en la periferia marítima china puede resultar comprensible que se preste menos atención al escenario geoeconómico asiático. Sin embargo, también en este frente se reproduce la competencia entre los grandes Estados de la región. Japón, en particular, con un activismo desconocido hasta la llegada de Abe al gobierno, está proponiendo nuevas ideas tras el abandono del Acuerdo Transpacífico (TPP) por la administración Trump.

El giro norteamericano ha elevado el protagonismo del Acuerdo Económico Regional Integral (RCEP) como principal iniciativa global a favor del libre comercio en la actualidad. Al incluir a 16 Estados que representan la mitad de la población mundial, más de la cuarta parte de las exportaciones y casi el 30 por cien del PIB del planeta, su potencial es considerable. Integra, además, a varias de las economías de mayor crecimiento de los últimos años. Pero, al contrario de lo que con frecuencia suele mantenerse, no se trata de una iniciativa “de China” articulada frente al TPP que lideraba Washington. Estados Unidos, es cierto, no participa, pero su origen—en 2011—, partió de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN), con el objetivo de consolidar en un único marco los cinco acuerdos de libre comercio mantenidos por la organización con sus socios externos (China, Japón, India, Corea del Sur y Australia-Nueva Zelanda).

Es obvio que ni Japón ni India van a aceptar sin más las demandas chinas en un proceso de carácter multilateral. Pekín quiere acelerarlo para concluir el acuerdo antes de finales de año, con una agenda mínima de liberalización comercial. Japón—ésta es su primera propuesta—quiere, por el contrario, mantener abiertas las negociaciones para ampliar su contenido y dar forma a un pacto de “alta calidad” que incluya algunas de las cuestiones que incluía el TPP, como propiedad intelectual, contratación pública o normas medioambientales. El RCEP revela así la competencia entre dos modelos opuestos—el de China y el de Japón—sobre la estructura económica regional.

Japón acaba de sugerir una segunda propuesta: relanzar el TPP sin Estados Unidos. Fue el propio primer ministro, Shinzo Abe, quien aseguró hace unos meses que, sin Washington, el acuerdo carecía de sentido. No obstante, considera ahora que, dados sus potenciales beneficios, puede merecer la pena intentar rehacerlo. Tokio puede reforzar sus relaciones con distintos socios asiáticos, de Australia a Vietnam; mantener vivo un discurso a favor de la adopción de normas más ambiciosas en la región y, así, aumentar la presión para elevar los estándares contemplados originalmente por el RCPE; o, incluso, intentar atraer a Estados Unidos a un esquema multilateral.

Quizá este último objetivo no sea tan ilusorio, aunque resulte dudosa la viabilidad de recuperar el TPP. El interés compartido de las economías asiáticas por el libre comercio y por un marco regional puede neutralizar la intención del presidente Trump de defender los intereses de su país mediante acuerdos bilaterales. Mientras exista una alternativa regional, sus pretensiones no parecen tener mucho sentido. Quizá Abe se haya adelantado al intuir que, tarde o temprano, Estados Unidos dará marcha atrás para no quedarse al margen de la reconfiguración económica de Asia. ¿Se incorporará Washington un día al RCEP? ¿Decidirá reinventar el TPP bajo otro nombre? Seguiremos atentos a los acontecimientos.

INTERREGNUM: ¿Regreso al futuro?

¿Qué tipo de gran potencia será China? ¿Para qué fines utilizará su poder? Esta es la gran pregunta con respecto al futuro del sistema global, y no puede responderse de una única manera.

Desde hace años, Pekín mantiene un discurso de responsabilidad internacional, que refleja en los hechos mediante su contribución a las operaciones de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas o su compromiso con la lucha contra el cambio climático, por poner dos ejemplos. Las tentaciones nacionalistas y proteccionistas del presidente Trump facilitan a China un espacio para aparecer como campeón de la globalización y de la cooperación internacional, como hizo Xi Jinping en el último foro de Davos. Al mismo tiempo puede observarse, sin embargo, cómo la República Popular incrementa su presión con respecto a las reclamaciones territoriales en su periferia marítima, desafiando las normas internacionales.

¿Por qué actúa China de manera diferente en la escena global y en su entorno exterior más próximo? Los factores que explican su comportamiento son múltiples, e incluyen variables económicas, diplomáticas y de seguridad. Pero algunas claves pueden encontrarse también en la Historia. Durante siglos, China definió la estructura internacional de Asia mediante la concepción jerárquica propia de sus esquemas culturales, aunque incompatibles con el principio de igualdad entre los Estados. Pekín sólo sería consciente de la idea de soberanía mantenida por los países occidentales tras la irrupción de estos últimos en su región a partir de mediados del siglo XIX con las guerras del Opio.

El choque de estos dos conceptos opuestos de universalidad no benefició a un imperio chino en decadencia, pero convencido de su superioridad moral. Casi dos siglos más tarde, cuando va camino de recuperar su posición como mayor economía del planeta, ¿puede Pekín restablecer un orden sinocéntrico?

Resulta arriesgado concluir que la Historia predetermina acciones y resultados. Pero Howard French, excorresponsal del New York Times en Pekín y en Tokio, ha intentado explicar las actuales tensiones en Asia recurriendo a este tipo de argumentos en su fascinante libro de reciente publicación, “Everything Under the Heavens: How the Past Helps Shape China’s Push for Global Power” (Knopf, 2017). De Japón a Vietnam, de Malasia a Filipinas (Corea se echa en falta), French analiza en detalle los problemas que enfrentan a Pekín con sus vecinos, intentando demostrar que responden a su tradicional ambición de control. El resultado es una brillante exploración de cómo la manera en que China define su identidad ha configurado la evolución de sus relaciones exteriores a lo largo de los siglos y está presente, aún hoy, en las acciones de su gobierno.

El análisis de French permite comprender mejor esas aparentes contradicciones de la diplomacia china. Aun descontando parcialmente sus conclusiones—el pasado no basta por sí solo para explicar la dinámica contemporánea—, los hechos parecen confirmar la tesis de que Pekín avanza año tras año en la recuperación de su estatus sin encontrar grandes resistencias (hasta el momento). Aunque apenas queda apuntado en el libro, es un objetivo que, no obstante, también puede deberse a una motivación más relacionada con la actualidad y el futuro que con la Historia: el orgullo nacional como sustituto del déficit de modernización de las instituciones políticas.

INTERREGNUM: Dudas sobre el siglo de Asia

El rápido crecimiento de las economías de la región durante los últimos 40-50 años ha conducido a la idea de que el siglo XXI será el siglo de Asia. Que China (a partir de 1979) e India (desde 1991) decidieran integrarse en la economía global siguiendo el camino emprendido por Japón en la década de los cincuenta, y por Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong y Singapur en los años sesenta, condujo a una transformación histórica que se ha traducido en un desplazamiento del poder internacional. Sin embargo, de manera paralela a su éxito económico, también han comenzado a multiplicarse los problemas de seguridad, y emergen nuevas variables que afectan al equilibrio interno de las naciones asiáticas.

Lo espectacular de las cifras y la velocidad del ascenso económico de Asia han atraído la atención de numerosos analistas, y han sido objeto de una enorme literatura que ha intentado explicar las causas e implicaciones económicas y geopolíticas del fenómeno. Más raros son los trabajos que examinan los nuevos problemas que podrían obstaculizar ese camino ascendente.

Realizar una radiografía de tales desafíos es precisamente el propósito de Michael Auslin en su libro “The end of the Asian century” (Yale University Press, 2017). Auslin, analista en el American Enterprise Institute en Washington, confiesa que su intención era la de investigar el potencial de Asia, que también él creía brillante e imparable. Pero sus entrevistas y observación sobre el terreno durante la preparación del libro le condujeron a un cambio de enfoque.

Su trabajo peca de cierto pesimismo, como ya se trasluce del título. No obstante, se trata de un estudio riguroso de una serie de factores que, de manera conjunta, ofrecen un útil marco de aproximación al Asia contemporánea. Dichos factores incluyen: la incertidumbre sobre la sostenibilidad del crecimiento en las economías asiáticas (¿podrá China en particular superar la trampa de los ingresos medios y convertirse en un país avanzado?); el impacto de las presiones demográficas (del rápido envejecimiento de Japón, China y Corea del Sur al potencial de India); la inacabada transición política interna (con sistemas híbridos y el retroceso de la democracia en el sureste asiático); y el empeoramiento de la desconfianza entre Estados (en forma de reclamaciones territoriales y tensiones marítimas) en un contexto de modernización de sus capacidades militares.

Con respecto a todas estas cuestiones, Auslin sintetiza un enorme volumen de información, ofreciendo una perspectiva sistemática sobre las principales cuestiones que los gobernantes asiáticos se verán obligados a atender durante los próximos años. Sus recomendaciones, más débiles, no restan peso a esta excelente contribución al debate sobre el Asia del futuro. Un futuro, eso sí, que—además de las fuerzas estructurales descritas en el libro—, dependerá también de decisiones concretas, como las que adoptarán Trump y Xi Jinping después de tomarse la medida el uno al otro en su encuentro de esta semana en Palm Beach.