Hace ya muchos años que los veranos no son tranquilos ni política ni económicamente. Y este año se suma la pandemia, los meses pasados y un futuro próximo lleno de incertidumbre.
Así las cosas, en una Europa urgida por dinamizar la recuperación económica, la agenda inmediata va a estar marcada por el debate financiero y los mecanismos de ayuda a las economías más debilitadas y en la reordenación de las relaciones con China y su repercusión en el desarrollo tecnológico y en el reforzamiento de la seguridad, una ecuación en la que no será fácil encontrar soluciones equilibradas.
Hay que tener en cuenta que, a pesar de lo que afirmen sus canales oficiales, China está en una posición algo más débil que antes de la pandemia, en capacidades económicas y en imagen pública. Pero tampoco es más sólida la posición de Estados Unidos, con una mala gestión de la crisis sanitaria, una obsesión proteccionista de su economía y un presidente errático al que se le está complicando su reelección en noviembre.
En ese terreno tiene que jugar Europa sus cartas sin olvidar al vecino ruso que intenta a brazo partido no perder espacio en la escena internacional.