THE ASIAN DOOR: Geolocalización en Asia, a debate en Europa

La capacidad de realizar test masivos a diario con resultados en pocas horas ha sido una de las claves en la contención del virus en Corea del Sur. Un método que han complementado con la publicación de mapas de movimientos de las personas infectadas después de cruzar información recopilada a partir de geolocalización por móvil, registros de tarjetas de crédito y cámaras de videovigilancia de la ciudad para animar a posibles contagiados a realizarse las pruebas.

La eficacia de Taiwán en contener la pandemia ha sido elogiada por varios países. Apenas sobrepasan los trescientos casos confirmados a principios de abril en una población de 24 millones de personas. De nuevo, las nuevas tecnologías han sido parte esencial de la respuesta a la pandemia haciendo posible manejar simultáneamente información de los puestos fronterizos, las bases de datos de asistencia pública y el registro nacional. Asimismo, para los casos en cuarentena domiciliaria obligatoria, las tecnologías están permitiendo la vigilancia en tiempo real de 55.000 personas utilizando los datos de ubicación del teléfono móvil.

Tanto por la experiencia de otras pandemias, como por la disponibilidad de un ecosistema digital que lo sustente, los países asiáticos han demostrado mayor capacidad de reacción en contener la crisis sanitaria utilizando masivamente medios tecnológicos. La geolocalización por móvil ha dado paso a la elaboración de mapas de expansión de la pandemia, al seguimiento de casos en cuarentena, e incluso al aviso de posibles contagios a las personas que pudieran haber estado en contacto con casos confirmados.

Esta mayor confianza en el tratamiento de la información recopilada por medio de geolocalización y vigilancia digital se entiende, en cierta medida, por la herencia confuciana que comparten todos los países asiáticos, por la que el bienestar de la comunidad, del país, prevalece al del individuo. Los países asiáticos se caracterizan, asimismo, por una mayor predisposición a interactuar con entornos tecnológicamente ricos en aplicaciones y servicios que, sin duda, favorece una mayor adopción de las tendencias digitales del momento. Por ello, en un entorno caracterizado por el colectivismo las sociedades se muestran más disciplinadas ante medidas tan severas como las impuestas durante la actual crisis sanitaria. Por el contrario, el individualismo de Occidente es un valor que resta ante este tipo de situaciones, al considerarse restringidos los derechos individuales y la privacidad.

Por su parte, Europa no ha padecido con anterioridad crisis sanitarias parecidas al COVID-19 que le haya permitido desarrollar una respuesta tecnológica como la ofrecida por los países asiáticos. Tampoco dispone de un ecosistema digital tan desarrollado donde las nuevas tecnologías actúen con transversalidad entre las distintas capas de gestión nacional. En España se ha iniciado esa etapa de vigilancia digital emulando la aplicación de autodiagnóstico desarrollada por China. También se avanza en elaborar un “mapa de contagios” similar al creado por el gigante asiático para detectar contactos cercanos con personas diagnosticadas por el virus que permitirá conocer a través de un mapa de rastreo por geolocalización móvil cómo avanza la pandemia en España, y en otros países europeos. Medidas que despiertan una preocupación generalizada por el tratamiento que se realice de los datos una vez acabada la pandemia. Este recelo marca la diferencia con la actitud demostrada por los ciudadanos de los países asiáticos, entre los que destaca la aprobación positiva de los ciudadanos de Taiwán al seguimiento telefónico a gran escala valorado con 84 sobre 100. De ahí que el anuncio de Google y Apple de crear una aplicación conjunta para rastrear contagios tenga quizá mayor aceptación al no estar directamente vinculada a ningún gobierno, aunque la incertidumbre sobre el uso que se haga de los datos de movimientos y de contactos siga siendo máxima cuando termine la pandemia.

INTERREGNUM: Destrucción creativa. Fernando Delage

Según las proyecciones hechas públicas por el FMI, por primera vez en seis décadas Asia no crecerá este año: la recesión provocada por el coronavirus se traducirá en una caída de la demanda global como mínimo hasta finales de 2020. Pero la gestión del impacto social y empresarial de la pandemia no es incompatible con la oportunidad que se presenta para reconsiderar prioridades estratégicas y fortalecer las economías a largo plazo. La combinación de reformas internas y cooperación regional—aunque no puedan darse por seguras—permitirían recuperar a no tardar mucho el dinamismo de la región (en Asia oriental al menos).

En China, que no ha discutido la estimación del FMI de un crecimiento del 1,2% en 2020—muy por debajo del objetivo oficial del 6%—la pandemia ha exacerbado los desafíos estructurales de su economía. Cientos de miles de pequeñas empresas han quebrado, los beneficios de las compañías estatales han caído casi un 60%, y el desempleo ha crecido en 4,5 millones de trabajadores en el primer trimestre. Se redobla así la presión para mejorar los índices de productividad, en unas circunstancias nada favorables: muchos países quieren restringir las transferencias de tecnología a China, y reducir el acceso de productos chinos a sus mercados. Es un escenario que podría obligar a los dirigentes chinos a impulsar las reformas estructurales que dijeron necesitar en 2013, pero que por razones políticas abandonaron a favor de un intervencionismo estatal aún mayor.

El pasado 9 de abril, el Consejo de Estado propuso que las autoridades dejen de determinar los precios de los factores de producción. Una semana más tarde, una reunión del Politburó hizo hincapié en la necesidad de proteger a las pequeñas empresas privadas y sus trabajadores, y ampliar el papel del libre mercado en la asignación de recursos. Habrá que esperar a la adopción en otoño de las directrices del próximo Plan Quinquenal (2021- 2026) para confirmar si se produce ese cambio de estrategia económica. Aunque hay sobradas razones para el escepticismo, estas señales del gobierno reflejan, no obstante, el temor a la pérdida de los mercados internacionales. El comercio exterior ha disminuido como porcentaje del PIB chino, pero la crisis del coronavirus ha hecho evidente para Pekín el imperativo de preservar la globalización y la integridad de las cadenas de valor. De otro modo estarán en riesgo las ambiciones de convertirse en el centro económico de Eurasia y el Indo-Pacífico. Sirva como ejemplo la decisión del gobierno japonés de asignar 2.300 millones de dólares de las medidas económicas adoptadas contra la crisis a apoyar a sus empresas con el fin de trasladar su presencia industrial fuera de China.

No debe sorprender por ello el llamamiento por parte china a la cooperación con Estados Unidos y a dar un nuevo impulso a la cooperación con sus vecinos. En respuesta a una iniciativa de la República Popular, a finales de marzo los ministros de Asuntos Exteriores de China, Japón y Corea del Sur mantuvieron una reunión para discutir mecanismos conjuntos de prevención y control de pandemias, sumándose así a las propuestas ya planteadas por sus vecinos del sureste asiático. Es una muestra de que, a pesar de las diferencias que puedan existir en el terreno político, los países de Asia oriental—como ya ocurrió con la crisis financiera de 1997-98—vuelven a ser conscientes de la estrecha interdependencia de sus intereses. La pandemia proporciona de este modo una nueva oportunidad para seguir avanzando en la construcción de una comunidad regional. Y mientras la actual administración norteamericana desconfía de las instituciones multilaterales, los países asiáticos pueden asumir su defensa en el orden mundial que viene, al apoyar acuerdos de libre comercio (como la Asociación Económica Regional Integral, RCEP en sus siglas en inglés), impulsar la reforma de la OMC, y corregir la deriva de fragmentación en las instituciones de la gobernanza global. Tales pueden ser, en efecto, algunas de las consecuencias de la ola de destrucción creativa desatada por el virus en el mayor y más diverso de los continentes.

¿Vive Kim Jong-un? Nieves C. Pérez Rodríguez

Corea del Norte es el país más extraordinario, donde lo sin sentido sucede, y lo imposible ocurre, desde su creación en 1945 con la división de la península por el paralelo 38, seguido por el establecimiento de dos gobiernos distintos, una con sede en Pyongyang con el respaldo de la Unión Soviética y otro en Seúl con el apoyo estadounidense.

Kim Il-sung fue el fundador de la dinastía comunista de Corea del Norte y lideró el gobierno de Pyongyang desde el principio de la creación de las dos Coreas. Primero con el título de secretario general en 1945, luego de presidente provisional en 1946 y finalmente instauró la dictadura comunista en 1948 con el apoyo de los soviéticos quienes lo apoyaron al invadir el sur, donde Washington y Naciones Unidas intervinieron y los obligaron a retirarse y firmar el armisticio de 1953.

Kim ll-sung desarrolló una impresionante veneración a su persona que le permitió consolidar su poder autocrático, mantenerse en el poder hasta el momento de su muerte en 1994 y trasferir el poder a su hijo Kim Jong-il.

El aparato de la propaganda norcoreana ha mitificado hasta el origen de su primer líder, cuyo título es el de “eterno presidente”. Haciendo una semblanza con el nacimiento de Jesús en Belén, afirman que Kim Il-sung nació en el famoso monte Paektu, en el norte del país y que en la noche de su nacimiento una gran estrella se apareció en el cielo.

Todo en Corea del norte está envuelto de misterio y secretismo. El aparato de propagando ha articulado un sistema muy sofisticado de información en el que se filtra lo necesario y se publica lo preciso para alimentar el mensaje del régimen. Son más de setenta años de perfeccionamiento de dicho sistema y afinamiento del mensaje.

Estos últimos días varios medios se han hecho eco de los rumores de la muerte de Kim Jong-un, tercer heredero, nieto del presidente eterno. Todas las publicaciones se han basado en rumores que no han podido verificar la noticia. Pero que prueba ese carácter secretista y hermético del régimen.

Recapitulando la historia de Corea del Norte, parece insólito que pudieron sobrevivir al colapso de la Unión Soviética y la muerte de su fundador. Que pudieran continuar con una dinastía creada que ya va por su tercera sucesión, y que en esta última ocasión el heredero tomó posesión con tan sólo 27 años, y que a pesar de haber estado siempre en el ojo público se sabe bastante poco de su vida personal.

La propaganda norcoreana es muy sofisticada y ha ido adaptándose a los momentos históricos y a las necesidades sociales. Mientras sigue mitificando a Kim Il-sung, como hombre carismático al punto de deificarlo para legitimar el sistema, a Kim Jong-un lo han convertido más en un luchador, un militar innato, quien desde niño sabía disparar armas con tal destreza que podía darle al blanco a 100 metros de distancia. Las fotos publicadas por los medios oficiales siempre ponen al líder en una posición de fuerza y poder, bien sea en una base nuclear dando la orden para disparar un misil, como sea sobre un caballo galopando con destreza, a pesar de su figura poco atlética.

Es imposible saber si Kim Jong-un está vivo o no, porque esa información es secreto de Estado, y ese Estado sabe bien cómo mantenerse blindado ante el mundo y su propia sociedad. En el 2011 cuando falleció su padre, Kim Jong-il, informaron de que la muerte fue el 17 de diciembre, pero lo cierto es que se especuló también que había sucedido antes, y que el anuncio se hizo cuando estaba todo organizado -otra teoría que no se ha podido comprobar-. Los regímenes comunistas suelen jugar de esta forma. Ya lo hizo Cuba con la muerte de Fidel, y lo hizo Venezuela con la muerte de Chávez. Pero Corea del Norte es un sistema aún más hermético que maneja milimétricamente el mensaje que quieren enviar. Es posible que estén usando estos días para incrementar la incertidumbre, o despertar el interés en el tema coreano que se ha quedado en el olvido desde que el mundo está centrado en la crisis del coronavirus. O que estén organizando la sucesión. Sea como sea nos lo hará saber la agencia oficial norcoreana cuando así lo haya decidido el régimen.

Un escenario incierto

La lucha contra la pandemia sigue introduciendo cada día elementos nuevos en el escenario mundial. La Unión Europea, a pesar de políticas nacionales a veces improvisadas, ha sido capaz de dotarse de instrumentos financieros que, a falta de definirse quién, cómo y con qué requisitos van a acceder a ellos los Estados miembro, han creado una red que impedirá la gran catástrofe. Esto supone un avance, relativo, pero un avance.

También supone una disminución del ya reducido margen de la UE para intentar un liderazgo que la situación internacional necesita y para el que la UE no tiene instrumentos con capacidad y voluntad. Así las cosas, China, a pesar de su responsabilidad en el inicio de la crisis sanitaria actual mantiene intacta su capacidad de influir y manejar no solo el relato sino incluso las medidas a tomar, con simpatías entre adoradores europeos de Las medidas arbitristas y autoritarias.

Y mientras tanto, Estados Unidos, poniendo de relieve su ineficacia en la gestión de la crisis, sin liderazgo interior y sin mucha voluntad, más allá de las proclamaciones propagandísticas, de ejercerlo en el exterior, facilita la ofensiva política y diplomática china para convertir la crisis en ventajas propias.

Ese fue también el intento de Rusia en una primeria fase, pero ellos están en mitad de la pandemia, no se sabe de la eficacia de sus gestores y la caída del precio del petróleo añade una incertidumbre más a los planes de Putin. En este panorama, es posible que la pandemia vaya remitiendo, lentamente y con altibajos, en las sociedades occidentales que se aprestarán a pasar a la fase de control de daños económicos con enormes contradicciones, pero ese será un mundo nuevo en el que la evolución de la crisis sanitaria en África y en América Latina puede jugar un papel clave en la recuperación y en la disputa de zonas de influencia.

INTERREGNUM: China en una Asia multipolar. Fernando Delage

Mientras el gobierno chino intenta sacar partido a la generosidad de su ayuda médica, y aumenta la escalada retórica entre Washington y Pekín sobre el origen del coronavirus, la dinámica geopolítica no se ha detenido. En las últimas semanas se han multiplicado los incidentes entre China y sus vecinos. A mediados de marzo, aviones del ejército chino cruzaron en una operación nocturna la línea mediana que, en el estrecho, separa Taiwán de la República Popular. Dos semanas más tarde, un barco de pesca chino colisionó con un destructor japonés en el mar de China Oriental. Entretanto, en el mar de China Meridional, tampoco han faltado incidentes entre buques chinos con Vietnam y Filipinas, a la vez que Pekín ha continuado con el despliegue de capacidades militares en las islas bajo su control en el archipiélago de las Spratly.

¿Son estos hechos una mera coincidencia? ¿Está China aprovechando la pandemia, y la desaceleración de su economía, para avanzar en sus intereses de manera más agresiva? La explicación más plausible es quizá la más sencilla: Pekín simplemente continúa desarrollando su política dirigida a reorientar el escenario regional a su favor, minimizando la libertad de maniobra de Estados Unidos mientras crea una relación de interdependencia asimétrica con su periferia. La Nueva Ruta de la Seda es la mejor ilustración de sus métodos, pero también una ventana hacia sus limitaciones y problemas futuros. Así parecen confirmarlo tres nuevos libros, publicados cuando se cumplen cinco años de la adopción del primer documento oficial del gobierno chino sobre la iniciativa.

Como es sabido, la Ruta tiene un doble eje, continental y marítimo, que recuerda la estrategia imperial británica y las ideas de dos de los padres fundadores de la geopolítica: la teoría de que el control de Eurasia es la clave para la hegemonía global (tesis de Halford Mackinder), y la convicción de que el poder marítimo—tanto comercial como militar—es un pilar central de la primacía internacional (según pensaba el almirante Alfred Thayer Mahan). El primer eje es el objeto del trabajo de Daniel Markey, China’s Western Horizon: Beijing and the New Geopolitics of Eurasia (Oxford University Press, 2020); un enriquecedor análisis de las motivaciones chinas, pero también de las dificultades con que se está encontrando en su esfuerzo por reconfigurar el espacio geoeconómico y geopolítico euroasiático. Markey, antiguo diplomático norteamericano y en la actualidad profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Johns Hopkins, completa su examen de conjunto con un estudio detallado de lo que está ocurriendo en tres países en particular: Pakistán, Kazajstán e Irán. Su conclusión es que las ambiciones chinas chocarán con las realidades euroasiáticas. Las acciones de Pekín le implicarán en la dinámica local y regional de manera no siempre beneficiosa para sus intereses. Pero también es cierto, como le revela un alto cargo de la Casa Blanca, que Estados Unidos no presta suficiente atención: Washington “carece de una política euroasiática” porque sus prioridades se encuentran en la periferia marítima, es decir, en el “Indo-Pacífico”.

Es este segundo espacio el atrae la atención de Rory Medcalf en Contest for the Indo-Pacific: Why China Won’t Map the Future (La Trobe University Press, 2020).  Medcalf, también exdiplomático y en la actualidad profesor en la Universidad Nacional de Australia, ha sido uno de los primeros expertos en dar forma a este nuevo concepto que describe la región, y que no es un mero término sustitutivo del anterior “Asia-Pacífico”. La proyección naval china en el Índico es, para el autor, uno de los hechos geopolíticos más significativos del siglo XXI. Pero así como en el pasado—al contrario de algunas afirmaciones—no era China quien estaba en el centro de este espacio marítimo, tampoco lo estará en el futuro. Para Medcalf, el Indo-Pacífico es ante todo un escenario multipolar, demasiado grande y complejo para que una única potencia pueda imponerse sobre los demás. El discurso multipolar coincide con la cultura estratégica de ese otro gigante situado entre los dos ejes de la Ruta de la Seda, y principal enemigo del proyecto: India. No habrá un “siglo de Asia” si Pekín y Delhi no cooperan, como tampoco podrá completarse la iniciativa china con la oposición india. Las razones las explican dos perspicaces analistas indios, Samir Saran y Akhil Deo, en Pax Sinica: Implications for the Indian Dawn (Rupa, 2019). Como Markey y Medcalf, los autores reconocen la gran fuerza transformadora que representa China para la estructura regional y global. No obstante, también piensan que Pekín minusvalora los obstáculos a sus ambiciones. Ninguno de estos libros ha podido medir el impacto del coronavirus, pero la crisis no ha hecho sino amplificar su objeto de estudio: la competición por el liderazgo futuro de Asia.

Trump y la financiación de la OMS. Nieves C. Pérez Rodríguez

Las organizaciones supranacionales parecen ser un mal necesario, a pesar de sus tremendos costes operativos y constantes críticas. La OMS es una agencia de Naciones Unidas que se creó sobre la base de que la salud es clave para el mantenimiento de la paz y la seguridad de los Estados en un momento clave de la historia cuya preocupación estaba centrada en la tan necesaria armonía y la convivencia internacional, después de la segunda guerra mundial.

Setenta años después de su creación, la OMS sigue teniendo las mismas prioridades y cumpliendo básicamente sus mismas funciones. A lo largo de su historia ha habido diferentes situaciones en las que se le ha culpado de actuar apresuradamente o de todo lo contrario.  Más recientemente, en se les acusó de haber exagerado la alarma del Flu o gripe H1N1, puesto que alertaron a los estados y estos se prepararon almacenando cargamentos de medicamentos indicados para la gripe y planes para poder atender hospitalariamente a grupos enormes de ciudadanos. En esa ocasión la gripe no llegó a convertirse en una epidemia tan seria, por lo que todo quedo en una falsa alarma.

Más adelante, en 2014, la situación fue todo lo contrario durante la aparición de Ébola en África. La OMS no advirtió de un riesgo tan elevado y acabó cobrándose las vidas de 11.000 personas junto con muchas críticas asociadas a la gestión de la enfermedad.

 La organización, que tiene presencia en 150 países y cuenta con 196 miembros, es un gran monstruo burocrático que ha contribuido positivamente al mantenimiento de la salud a través de aportes a campañas contra la polio, malaria, VIH y fiebre amarilla, entre otras. Pero, al contrario de lo que mucha gente cree, la OMS no tiene facultad de imponer políticas sanitarias a los gobiernos. Trabaja en conjunto con gobiernos, apoyando a ONGs sobre el terreno con campañas de investigación, educación y provisión de material sanitario.

Las contribuciones a esta organización son de dos tipos, las voluntarias que son hechas en su mayoría por fundaciones o centro de investigación de los países más desarrollados y las contribuciones hechas por los Estados miembros, que son calculados en base a la riqueza de cada país y su población. 

La semana pasada Trump sorprendía al mundo con una amenaza de cortar los fondos a la OMS, debido a la mala gestión de la organización en las primeras semanas del COVID-19. Y a pocas horas de la amenaza confirmaba que en efecto había puesto en “periodo de evaluación los fondos”. Desde entonces las críticas no se han hecho esperar, y la demagogia ha hecho de las suyas afirmando incluso que ya hay gente sintiendo los efectos de la suspensión de dichos fondos.

Pues lo cierto es que, si el momento del anuncio es bastante inapropiado, la paralización de partes de la financiación de la agencia no matará a nadie de inmediato. La posición de Trump está en total concordancia con su temperamento y diplomacia atropellada a la que ya deberíamos estar acostumbrados pues son casi cuatro años ocupando la posición de presidente de los Estados Unidos.

Para Trump -así como para cualquier jefe de Estado- poner a la nación en cuarentena y ver como, por horas, aumentan los miles de desempleados -que superan los 20 millones-, mientras Wall Street sufre las peores caídas después de la depresión económica no es una situación fácil. Es en efecto extremadamente difícil por su carácter ostentoso y fanfarrón. Y en medio de la desesperación su reacción es más bien de niño malcriado que se resiste a aceptar la situación por lo que prefiere señalar terceros culpables.

Así mismo hay que decir que la OMS no ha sido acertada en el manejo de esta pandemia.  Y sobre todo lo desatinado del director general Dr. Tedros Adhanom de alabar a China por su gestión desde el comienzo de la crisis, argumentos esgrimidos con anterioridad en esta columna. Una vez más, a Washington le está pasando factura su abandono del liderazgo internacional, que valga decir no es culpa exclusiva de Trump pues en las últimas administraciones se ha visto el abandono de presidentes tanto republicanos como demócratas de las instituciones supranacionales. Hemos presenciado cómo la primera economía del mundo sigue financiando a gran escala las organizaciones -como sucede en la OMS, en la que USA es el primer donante- pero no ostenta poder o influencia en la misma.  y mientras tanto China discretamente ha ido ganando fuerza, creciendo económicamente, y con una agresiva campaña diplomática está intentando quedarse como el salvador del virus que afirman haber controlado y que sigue manteniéndonos bajo el temor y el confinamiento.

Ojo con los pasos atrás

Otro efecto secundario de la pandemia del COVID19. Se está produciendo un regreso cultural a cierta autarquía, al repliegue económico, a los incentivos a la producción nacional, y no sóla lo de los productos sanitarios de primera necesidad.

Esta es una política defendida por Trump desde su llegada a la Casa  Blanca, es decir, desde antes la llegada del coronavirus, pero que la epidemia la ha ido extendiendo. Concretamente, Japón ha establecido incentivos para que las empresas niponas que se establecieron fuera del país, en muchos casos en China, vuelvan a territorio nacional. No es el único país en comenzar a recorrer un sendero de vuelta a épocas anteriores.

Este asunto no es baladí. La globalización (en realidad el progreso de la humanidad está marcado por los saltos producidos por sucesivos periodos de expansión, intercomunicación y globalización) no es un desastre o, tal vez, un mal inevitable como parecen pensar algunas corrientes políticas,  sino una poderosa corriente que puede, y de hecho hace aunque con contradicciones, extender el progreso. Traslada trabajo y rentas a países en desarrollo, aunque con efectos perversos en algunas ocasiones que hay que corregir, mejora las economías desarrolladas y conecta sociedades y valores. Frenar esta pandemia y otras que pueden llegar no exige repliegues nacionalistas, aunque sí garantizarse recursos sanitarios estratégicos para emergencias. Es más eficaz exigir en el  marco de los intercambios comerciales controles sanitarios rigurosos y transparentes, corregir costumbres alimentarias que se han revelado muy peligrosas, establecer, favorecer e incentivar culturas y mecanismos de higiene que en las sociedades desarrolladas han mejorado notablemente la salud.

THE ASIAN DOOR: ¿Ruta de la Seda de la Salud o nuevo orden geopolítico?

La crisis sanitaria ha generado un efecto tsunami de la pandemia que se ha extendido a nivel global. Como resultado del ritmo de propagación, China ha entrado en una fase de mayor estabilización mientras el resto de países multiplican sus esfuerzos para contener la transmisión del COVID-19. La falta de material sanitario y aparatos específicos para el tratamiento es una cuestión generalizada que comparten todos los países y China, como fábrica del mundo, es el origen de una parte importante de la producción mundial.

Recuperada en parte la producción industrial en China, el gigante asiático ha sido capaz de responder a la ingente demanda de suministros médicos. Sin embargo, la pandemia también ha supuesto para China poder desplegar su influencia a través de la ayuda ofrecida a casi un centenar de países tanto por parte gubernamental como a través de las grandes corporaciones tecnológicas. Una demostración de soft power en auge como mecanismo para convertirse en actor global en 2050 con capacidad de influir en la gobernanza mundial.

Al igual que otros países asiáticos, China ha basado la contención de la pandemia en un uso masivo de las capacidades que ofrecen las nuevas tecnologías. Sin embargo, el gigante asiático es el único que dispone de una iniciativa con capacidad de influir de forma global. De Oriente a Occidente, la nueva Ruta de la Seda se extiende desde Asia hasta Europa, pasando por África y dando el salto a América Latina como la mayor iniciativa de desarrollo de infraestructuras mundial que es una herramienta de conexión de mercados, pero también de expansión de influencia geopolítica.

En una primera fase fueron los corredores que forman la vía terrestre y la Ruta de la Seda Marítima los que dieron forman a la iniciativa, para pasar en una segunda etapa a complementarse con la Ruta de la Seda Digital. Ahora, en tiempos de pandemia, es la denominada Ruta de la Seda de la Salud la que corre paralela a las otras vertientes de la iniciativa para crear un marco global en el que se complementan la geopolítica de la tecnología con una amplia demostración de soft power. Se trata de una nueva era de la globalización, donde los mecanismos de conexión establecidos por la nueva Ruta de la Seda, en todas sus vertientes, serán una parte esencial para generar los futuros modelos de gobernanza mundial en las próximas décadas. China comienza a recuperarse de la pandemia y la actividad industrial se reanuda casi en tu totalidad. No así los flujos comerciales que todavía sufren la parálisis global que está produciendo la crisis sanitaria a medida que va afectando de forma más severa al resto de países. Italia, uno de los países más sacudidos por el COVID-19, fue el primero de los países pertenecientes al G7 en adherirse a la nueva Ruta de la Seda. Hoy recibe el apoyo de hasta tres equipos médicos chinos con el objetivo de ayudar en la contención de la crisis sanitaria y, por ende, acelerar la reanudación de la actividad comercial. Un paso más hacia la recuperación del crecimiento económico global, siendo China, como primera potencia exportadora mundial, uno de los países más interesados.

La ocultación de la responsabilidad

Es ya un lugar común afirmar que el mundo va a ser otro a partir de esta pandemia, que habrá un antes y un después marcado por la aparición del COVID-19, pero pocos se atreven a ir más allá de algunos grandes trazos y algunas intuiciones que no pueden precisarse.

Una cosa clara, que por otra parte hemos venido subrayando desde está pagina, es que se viene un crecimiento de los Estados como aparatos de de decisión. Los estados siempre crecen con las crisis. Y no sólo los estados, sino las ideologías estatalistas apoyadas en que, en periodos de incertidumbre, los individuos están más cómodos con dirigentes que apelan razones colectivas diluyendo las responsabilidades individuales en reales o aparentes razones colectivas. Estas han sido siempre las palancas de los sistemas autoritarios.

A caballo de esta ola cabalga un cruzada antiliberal, otra más, en la que se alega desvergonzadamente que han sido las medidas de limitar gastos públicos innecesarios (aunque han sido muchas menos de las necesarias) las que han originan las dificultades de gestión de la pandemia y ocultando que precisamente el gasto púbico desmedido en campañas populistas y escasamente productivas está obligando a improvisar y a pedir a Estados europeos con mejor gestión de sus gastos públicos que avalen con los famosos eurobonos esas estrategias de gasto. Y no es sólo la razón moral la que debería hacer plantearse este escenario. Es que tiene consecuencias en el riesgo de extender la pobreza, además de la miseria moral, y de arruinar a las sociedades. Escribe nuestro colaborador Fernando Delage de cómo la epidemia está sirviendo de coartada para justificar medidas autoritarias. Hungría, Filipinas, Thailandia y Camboya son algunos ejemplos. Pero no faltan voces en España, Francia e Italia, que, tal vez con mayor sutileza pero no con menor demagogia, abogan por emprender ese camino errático.

Taiwán y su ejemplar manejo del COVID-19. Nieves C. Pérez Rodriguez

El centro de control de enfermedades de Taiwán, a finales de diciembre, pudo conocer a través de fuentes digitales que hubo al menos siete casos de neumonía atípica en Wuhan, sabiendo por experiencia que ese término es usado comúnmente para referirse al SARS, que es una enfermedad que se transmite de humano a humano. Razón por la que el mismo día que Beijing informaba a la OMS de un nuevo brote de una neumonía desconocida -el 31 de diciembre- Taiwán alertaba a la misma organización de la posibilidad de que esa enfermedad podría ser de la familia de los coronavirus, y por lo tanto lo probable era que se pudiera transmitir entre humanos. 

Taiwán fue el único lugar en tomar medidas incluso antes de que la OMS informara del virus. El mismo 31 de diciembre Taiwán impuso controles aeroportuarios de pasajeros provenientes de la región de Wuhan.

Posteriormente, el 12 de enero, Taiwán envío un grupo de expertos a China, a quienes se les permitió tener acceso a información, aunque con límites pero que, a pesar de ello, regresaron a Taiwán con una ida bastante clara de la gravedad del virus, y, sobre todo, convencidos del hecho de la transmisión entre humanos. Por lo que en ese momento activaron un protocolo en sus hospitales que consistió en realización de pruebas, seguimiento y control de los pacientes y registro de información de sus viajes y personas con las que han tenido contacto.

Taiwán ha sido el mejor ejemplo de manejo del COVID-19. Su primer caso fue reportado el 21 de enero, y a día de hoy sólo tienen 6 víctimas fatales y 388 casos diagnosticados en total de acuerdo a Johns Hopkins Institute, y eso a pesar de la cercanía de China continental.

Pero la respuesta de la OMS hacia Taiwán, curiosamente en vez de alabar, ha sido de denuncia. El pasado 8 de abril el director general -Tedros Adhanom- acusaba a Taiwán de orquestar ataques personales a su persona. Denunciaba que el ministro de exteriores taiwanés condenó fuertemente, y seguidamente la misma presidenta taiwanesa Tsa Ing-wen publicaba una declaración en la que citó las propias palabras previas de Adhanom de “que no se debe usar el coronavirus para ganar posiciones políticas”.

Las denuncias de la máxima autoridad de la OMS son llamativas puesto que, desde el principio de esta epidemia, Ashanom dedicó tiempo a reconocer la extraordinaria labor china de manejo del virus, en su opinión, y por lo tanto la opinión de la institución que representa.

Mientras, la comunidad científica internacional coincidía en reconocer el fenómeno manejo del COVID-19 en Taiwán, la cabeza de la OMS desviaba la atención a denuncias. Y todo esto contribuyó a la exacerbación de las dudas sobre la institución y en general el multilateralismo, en medio de la ofensiva diplomática china más agresiva que se ha visto, cristalizada en la ruta sanitaria de la seda, la activa presencia de sus diplomáticos en medios y una campaña de acercamiento a sus ciudadanos en el exterior a través de sus embajadas.

Y en respuesta a esta ofensiva la embajada estadounidense en Taiwán prometía más cooperación con la isla por los años venideros el pasado 10 de abril, a pesar de que técnicamente las relaciones entre ambos no pueden ser de tipo diplomático, porque esas deberían estar reservadas entre Washington y Beijing. Sin embargo, existe el “Acta de las relaciones con Taiwán de 1979 que ha permitido intercambios sobre todo de carácter económico entre ambos. Esta ley se creó en el momento en que Washington reconoció diplomáticamente a Beijing. Pero durante la Administración Trump ha sido un recurso para potenciar más intercambios y mayor acercamiento con Taiwán. En el Congreso estadounidense hay un grupo que activamente han venido haciendo campaña para permitir relaciones más amplias con Taiwán. Muy a pesar de las protestas de China, todo parece indicar que la estrategia de la Administración Trump es continuar su acercamiento con Taiwán, más allá de la venta de armas. O del “Acta de viajes a Taiwán” que consiste en permitir viajes entre oficiales de ambos gobiernos. La labor de Taipei con esta pandemia pone en evidencia su valor para Estados Unidos e incluso Europa, además de su estratégica posición en el Pacífico.