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INTERREGNUM: De Pakistán a Indonesia. Fernando Delage

El proceso de regresión democrática global continúa su curso. Según indica el último Democracy Index del Economist Intelligence Unit, publicado hace sólo unos días, menos del ocho por cien de la población mundial vive en democracias liberales completas, mientras que el porcentaje de quienes están sujetos a un gobierno autoritario ha aumentado del 46 por cien de hace una década al 72 por cien en 2023. El continente asiático no es naturalmente ajeno a estas circunstancias, como ha podido observarse en los dos comicios más recientes, los celebrados el 8 de febrero en Pakistán y el 14 de febrero en Indonesia. Sin pretender establecer ninguna similitud entre ambos procesos electorales (las diferencias culturales y políticas de las dos naciones son evidentes), reflejan, no obstante, una trayectoria poco esperanzadora para el futuro del pluralismo en la región.

Las elecciones de Pakistán fueron probablemente las menos limpias desde los años ochenta. Con el exprimer ministro Imran Khan (el político más popular del país) en prisión por maniobras de las fuerzas armadas, ningún partido político obtuvo la mayoría. Aunque los candidatos independientes vinculados a Khan lograron el 35 por cien de los escaños, un resultado notable y representativo del hartazgo popular con los generales, resultó insuficiente para gobernar. Una vez más fueron las dos tradicionales dinastías, los Sharif y los Bhutto, las que pactaron una coalición de gobierno.

El nuevo primer ministro, Shehbaz Sharif, prometió “salvar al país de la inestabilidad política”, un compromiso de nula credibilidad en un contexto marcado por una gravísima crisis financiera, una escalada terrorista y un complicado entorno regional. Sin perspectivas de cambio a la vista, Pakistán sigue avanzando en su inexorable declive. Además del aumento de la violencia, el panorama económico es desolador: hace 20 años, la economía de Pakistán era cerca del 20 por cien de la de India; hoy es apenas el nueve por cien de la su vecino.

Sin llegar al nivel de Pakistán, también en Indonesia mantiene el ejército una significativa influencia. El nuevo presidente, Prabowo Subianto, fue general y ministro de Defensa (además de yerno de Suharto, líder del archipiélago desde el golpe de Estado de 1965 hasta 1999). Su controvertido pasado y las reiteradas acusaciones de violación de derechos humanos en distintas etapas de su vida política no han impedido su elección con el 60 por cien de los votos. A pesar de diversos episodios de intimidación por parte de las autoridades durante la campaña, el proceso fue limpio en sí mismo; cuestión distinta es el gradual retroceso democrático que puede observarse en el país que parecía una excepción entre sus vecinos del sureste asiático.

Si la intolerancia hacia las minorías no musulmanas se incrementó en los últimos años, las elecciones han hecho evidente los esfuerzos del presidente saliente, Joko Widodo (Jokowi), por mantener su influencia. Prabowo fue el candidato derrotado por Jokowi en 2014 y en 2019, que este último neutralizó como oponente al ofrecerle la cartera de Defensa. Su victoria en las recientes elecciones es resultado en parte del apoyo no oficial que le ha ofrecido Jokowi, quien no podía presentarse a un tercer mandato pero cuya popularidad sigue siendo enorme. A cambio, Prabowo eligió al hijo de Jokowi como candidato a la vicepresidencia y se comprometió a mantener su misma estrategia de industrialización y atracción de inversión extranjera, orientada a  reducir la dependencia estructural de la economía indonesia de la exportación de materias primas. Lo más probable, sin embargo, es que una vez que tome posesión en octubre, Prabowo gobierne libre de toda atadura.

Como cuarta nación más poblada del planeta, la evolución de la democracia indonesia no es un asunto menor. Su posición estratégica entre el Índico y el Pacífico, su papel como actor central de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN), y el crecimiento de su economía (que la situará entre las cinco primeras del planeta a mediados de siglo) le darán una proyección de la que ha carecido desde su independencia.

Irán-Pakistán, ¿nuevo frente?

Los enfrentamientos entre Irán y Pakistán a lo largo de su frontera han puesto un punto más de alerta en la región situada entre Oriente Medio y la península india y entre Asia Central y el Índico. Y se trata de países oficialmente aliados, que se apoyan en la pretensión pakistaní de conseguir la soberanía sobre la región india de Cachemira y que son ambos socios de China de la que reciben apoyo e inversiones estratégicas. Aunque también hay que señalar que Pakistán, país islámico de mayoría sunní se siente muy cerca de Arabia Saudí, frente a la pretensión de Irán, país islámico de mayoría chií, de ampliar su infuencia regional. De hecho Pakistán, que tiene armas nucleares, ha ofrecido a los saudíes tecnología nuclear para equilibrar los planes de Irán en este campo.

De momento el conflicto es local y se produce en territorio de Baluchistán, una región hoy dividida entre Pakistán, Afganistán e Irán, con aspiraciones hace décadas a constituir una entidad estatal propia y que, como en tantos otros casos, ha sido víctima de los manejos y errores de colonialismo británico en la zona. Irán ha atacado las bases en Pakistán del grupo terrorista suní Jaish al Adl, enemigo de los chiies y partidario de la independencia de la región de Baluchistán y Pakistán ha atacado bases de separatistas baluchis que actúan desde Irán. Este es el laberinto.

Los británicos llegaron a Baluchistán en el siglo XIX y crearon cuatro  principados: Makrán, Jarán, Las Bela y Kalat prometiendo una futura amplia autonomía. Pero a mediados del siglo XX, cuando Gran Bretaña se ve obligada a abandonar India, y la brutal lucha interétnica lleva a la creación de un Estado para los musulmanes indostánicos que sería Pakistán, Londres acepta que el territorio baluchi sea dividido en varios países. Baluchistán, evidentemente, quiso el suyo, pero Pakistán exigió que la región estuviera dentro de sus fronteras y tomó militarmente su parte.

En la situación actual el país más alarmado es China, que está intercediendo para un acuerdo porque sus planes pasan por abrir una vía estable desde su territorio hasta el Índico, tanto por Irán como por Pakistán, y establecer bases militares en sus puertos.

Pero las claves del conflicto tiene muchos lazos emocionales, religiosos y políticos con Oriente Próximo lo que añade un elemento de incertidumbre que no parece controlable por Pekín y los futuros puestos chinos tienen ya un rival adelantado, los hutíes, en sus propósitos de controlar las vías hacia los mercados occidentales. Ese es el endiablado escenario.

India, el aliado deseado

EE,UU, sigue explorando discretamente las posibilidades de estrechar más los lazos con India y convertirlos en pilares de una alianza estratégica en lo que, sumado al Aukus (la alianza entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos) algunos estrategas denominan una OTAN Plus o una OTAN del Pacífico.

Como hemos recordado desde esta publicación, India ha sido una aliada histórica de Rusia y de la URSS, por sus necesidades de equilibrar la influencia de la antigua potencia colonial, el Imperio británico, y por consiguiente de Occidente. Así, sus fuerzas armadas se han organizadas con doctrina, armamento y tecnología rusa. Hay que tener en cuenta que India, además de sus reticencias ante Occidente, tiene otro enemigo histórico, China, con el que ha sostenido varias guerras y escaramuzas y ha perdido territorios en su frontera norte. Pero, sobre todo, China es una muy estrecha aliada del enemigo existencial de India: Pakistán.

Pero el paso del tiempo ha cambiado ese escenario y alumbra uno muy distinto. La URSS no existe, Rusia es más débil, su influencia en Asia Central retrocede a favor de China que ha aumentado su amenaza y Pakistán sigue reclamando territorios indios. En este escenario lleva años abierta la ventana de oportunidad que podría permitir a Occidente recuperar influencia y presencia y, sobre todo, atraerse a un país. India cuyas fuerzas armadas son importantes y cuya situación geopolítica para el control de las rutas marítimas en el Indo Pacífico es vital ante el expansionismo chino.

En este contexto se desarrollan las relaciones EE.UU.-India y el acercamiento a una, al memos, coordinación de esfuerzos militares, comerciales y políticos junto a Australia, Japón, Corea del Sur  y aliados menores junto al Reino Unido y EE.UU. Si junto a esto comienza a producirse una reestructuración de las fuerzas armadas indias  reorientándose a tecnologías occidentales y una homologación de sistemas de armas con la OTAN el horizonte comenzará a despejarse.

Pakistán: atentados contra intereses chinos

Dos atentados contra intereses chinos se han producido en territorio pakistaní en las últimas semanas. El más grave, el ataque suicida contra una caravana de vehículos que transportaba a trabajadores chinos en el proyecto de construcción de una autopista en el puerto paquistaní de Gwadar. Un ciudadano chino resultó herido, dos niños paquistaníes murieron y varios resultaron heridos. Las instalaciones chinas en el puerto de Gwadar son un elemento estratégico clave, militar y comercial, para el proyecto de Ruta de la Seda marítima que China está desarrollando en una red de alianzas desde el Índico al Atlántico. Según los expertos, estas acciones terroristas estarían ligadas a extremistas islámicos procedentes de Pashtunistán y Beluchistán (áreas tribales pakistaníes) pueden poner en peligro el proyecto estrella de la iniciativa china de un corredor económico China-Pakistán.

Que Pakistán es un hervidero de tensiones (una mezcla de separatismos, extremismos islámicos e intereses tribales y étnicos) es un hecho en un escenario en el que el gobierno, apoyado en el poderoso, sofisticado y turbio ISI, el servicio secreto pakistaní, reina con crueldad y bastante hipocresía.

 

Pero la lección para China no está únicamente en Pakistán sino que se extiendo a Afganistán donde China aspira a conseguir una zona lo suficientemente segura donde realizar negocios sin exponerse mucho a los riesgos. Pero mientras los grandes negocios y objetivos estratégicos chinos se centran en Pakistán, Pekín quiere conseguir que toda la región, que estrategas norteamericanos denominan Afak, no suponga una contaminación extremista para los musulmanes uigures de la región china de Xinjiang.

El Gobierno de Xi Jinping teme que un Afganistán regido por los talibanes pueda convertirse en un refugio para extremistas de la etnia uigur, la minoría musulmana originaria de Xinjiang y que ello pueda, a su vez, desestabilizar esa región en el oeste de China, donde Pekín ha internado a centenares de miles de personas en campos de reeducación en una campaña que las autoridades chinas sostienen que es necesaria para “la lucha contra el terrorismo en la zona”. Este es, de momento, el gran objetivo chino y el punto permanente en las relaciones entre Pakín y Kabul, porque, aunque el nuevo gobierno talibán da garantías a China, esta no se fia de las numerosas facciones que integran el magma islamista y las porosas relaciones entre el islamismo afgano y los grupos pakistaníes.

Además, está el creciente factor del Daesh en Afganistán, el otro terrorismo islámico que disputa a los talibán el liderazgo del proyecto de “derrotar a Occidente y los infieles” y que suscita una preocupación que une sobre el papel a EEUU, Rusia, las repúblicas centroasiáticas, Kabul y… China. No está claro que los talibán tengan capacidad y margen para derrotarlos completamente y eso supone otro factor de contaminación extremista a no perder de vista.

Pakistán, el gran padrino emergente

El nuevo Afganistán está siendo el catalizador de una reordenación geopolítica y geoestratégica de la vasta región que va desde el Índico al Mediterráneo y desde Asia Central al golfo de Bengala. La existencia previa de alianzas regionales, la victoria talibán y el acercamiento entre China y Rusia para gestionar la crisis, marcan un nuevo mapa de fuerzas, como explica y analiza esta semana en 4Asia nuestro colaborador Fernando Delage.

 

En este nuevo escenario, Pakistán se ha convertido en país clave que va a intentar, está de hecho intentándolo desde hace años, convertir la situación creada por el resurgimiento talibán en el gran momento o para fortalecer su protagonismo nacional, vertebrar más su dividida sociedad, hacer imprescindible su mediación a ojos occidentales, mantener y robustecer sus relaciones con China con sus grandes inversiones y mejorar sus relaciones con Moscú. Todo esto a cambio de mediar en Kabul. Con todo ello, Pakistán, trata de mejorar su propia posición estratégica sobre su adversario tradicional, India, y blanquear y hacerse perdonar con promesas de impulsar una moderación sus oscuras relaciones con Al Qaeda y los talibán.

 

Para afinar está puesta en escena y esta estrategia, el superpoderoso jefe de los servicios secretos paquistaníes (ISI), Faiz Hameed, ha visitado Kabul acompañado de una delegación de altos cargos donde tratará de arrancar al nuevo gobierno islamista, en el que hasta quince de sus miembros están reclamados por diversos tribunales internacionales por indicios de  delitos de terrorismo, mensajes que pueden ser presentados en el exterior como ejemplos de una mayor moderación. Les une el odio a la forma de vida y las libertades occidentales (como a casi tos los vecinos regionales) y, a la vez, la necesidad de ganar tiempo para acumular fuerzas.

 

En realidad, la capital pakistaní, Islamabad, se ha convertido en una nueva meca política y desde allí muchos países europeos, entre ellos España, van a gestionar sus relaciones con Kabul. El propio ministro español de Exteriores, José Manuel Albares, ha visitado Pakistán para impulsar la nueva etapa como han hecho muchos representantes de EEUU y la Unión Europea. Pero van a ser Pakistán y Qatar, que ha venido propiciando encuentros entre EEUU y los talibán desde hace años, los grandes mediadores, aunque hay que subrayar que ha aumentando su papel sobre el terreno Irán, ahora enfriando a toda velocidad su tensión tradicional con los nuevos dueños de Kabul y asociándose, de la mano de Rusia, al nuevo mapa de poderes en Asia Central.

 

Y todo eso, como señalan los expertos, con EEUU trasladando su principal atención al Pacífico y a los movimientos de China y una Unión Europea clamorosamente ausente en capacidad y voluntad.

 

THE ASIAN DOOR: Myanmar consolida la influencia de China en el Índico. Águeda Parra

Después de que las potencias extranjeras se hayan referido a la expansión de la nueva Ruta de la Seda, la gran iniciativa geopolítica de este siglo, como una “trampa de deuda”, por el alto nivel de endeudamiento al que pueden verse sometidos algunos países, y hayan resaltado los problemas de sostenibilidad medioambiental que puede generar un desarrollo masivo de infraestructuras, China ha decidido encaminar la iniciativa hacia una segunda fase más sostenible. Después de siete años desde que se anunciara la mayor apuesta de la diplomacia china en busca de la expansión de su influencia entre Oriente y Occidente, China busca encaminar la iniciativa a una consolidación de las relaciones bilaterales con los países adheridos a través del despliegue de nuevos proyectos.

La visita de Xi Jinping a Myanmar, la primera de un presidente chino a la región desde 2001, responde a este nuevo enfoque de ensalzar la relación entre ambos países y de enfatizar el carácter geoestratégico que tienen las inversiones chinas en el país vecino, donde la ventaja para China es la salida preferente al Océano Índico donde podrá rivalizar con la potencia hegemónica de la región, India. Desde la última visita de un dirigente chino, la relación entre ambos países ha avanzado hasta situar al gigante asiático como el mayor socio comercial de Myanmar, lo que refuerza la relación económica de los dos países que comparten más de 2.200 kilómetros de frontera, la tercera más larga después de la que existe con Rusia y Mongolia.

La ocasión lo merece, la conmemoración de los 70 años de relaciones diplomáticas, la más larga que mantiene la República Popular de China, se ha celebrado con la firma de 33 acuerdos que refuerzan la colaboración en el desarrollo de proyectos de infraestructuras dentro de la iniciativa de la nueva Ruta de la Seda, y con el acuerdo de impulsar el Corredor Económico China-Myanmar. Una ruta alternativa al Corredor Económico China-Pakistán que enlaza con China a través de la provincia de Xinjiang y donde la autopista que conecta ambas regiones atraviesa zonas con una altitud de 4.714 metros, una zona más expuesta a las inclemencias del tiempo y poco segura para el transporte de petróleo y otras mercancías.

Como mayor inversor y socio comercial del país, China busca con estos proyectos reforzar la colaboración económica, pero también su influencia política y estratégica en el golfo de Bengala y el Mar de Andamán. De los acuerdos firmados, cuatro son los que mayor impacto van a tener en la búsqueda de China por conseguir mayor suficiencia energética y ampliar su influencia en el Sur de Asia y el Sudeste Asiático, conectando sus provincias del interior sin salida al mar con una vía que las comunica directamente con el Índico. De los cuatro proyectos, la prioridad es impulsar el estancado puerto de Kyaukphyu, la joya de la corona, situado en el golfo de Bengala, con el que China tendría de facto acceso al Índico y con el que aspira a cambiar la dimensión geoestratégica de su presencia en la zona, compitiendo frente a frente con India en su zona de influencia hegemónica.

Myanmar ha conseguido reducir el coste del proyecto de 7.000 millones de dólares a 1.300 millones de dólares, bajando la participación china del 85% al 70%. Una medida que mejora la viabilidad del proyecto y que reduce la posibilidad de que Myanmar se vea inmersa en una trampa de deuda. Asimismo, el consorcio chino responsable de su construcción encargó a una empresa canadiense a finales de 2019 una evaluación del impacto ambiental y social del proyecto como medida para recabar mayor apoyo y cumplir con los requisitos de protección medioambiental sobre los que el gobierno de Myanmar está prestando especial atención. El desarrollo del puerto de aguas profundas de Kyaukphyu forma parte de la zona económica especial del estado de Rakhine, epicentro del conflicto con los Rohingya, es parte del collar de perlas desplegado por China por todo el Índico, y además es origen de dos oleoductos de gas natural y de petróleo que sirven parte de su producción hasta la ciudad china de Kunming, en la provincia de Sichuan. De esta forma, China se asegura un abastecimiento más seguro de las fuentes de recursos energéticos del Índico, por donde circula el 60% del abastecimiento mundial de petróleo y donde transita el 85% del tráfico de contenedores del mundo, sin necesidad de pasar por el cuello de botella que supone el estrecho de Malaca, punto estratégico que podría cerrarse en caso de conflicto o de desastre natural.

Del resto de cuatro proyectos más significativos destaca la construcción de una autopista entre la frontera norte de Myanmar con la zona sur de China hasta la ciudad de Mandalay, que podría extenderse hasta la costa sur del país. El tercero de los proyectos es la construcción de la “nueva ciudad de Rangún”, al lado de la antigua capital, mientras el último de los cuatro grandes proyectos sería el establecimiento de una “Zona de Cooperación Económica Fronteriza” situada entre Muse, en el norte de Myanmar, con la ciudad china de Ruili. Proyectos que enmarcan una nueva etapa en las relaciones de China con uno de los vecinos con los que siempre ha mantenido una estrecha relación y cuyo apoyo ha sido crucial en casos como el conflicto con la etnia Rohingya. Un amigo y también socio que le permite a China impulsar su influencia en el Océano Índico.

Nuevo escenario afgano

El acuerdo anunciado entre Estados Unidos y los talibán para cronificar y supuestamente encauzar el conflicto en suelo afgano es una noticia llena de interrogantes pero que puede significar cambios profundos en la arquitectura política y de alianzas en toda la región.

El acuerdo es fruto de negociaciones más o menos discretas desarrolladas durante más de un año en dos escenarios diferentes: uno de negociación directa entre Estados Unidos y el movimiento islamista en un proceso facilitado por Qatar y Pakistán, y otro de diálogo entre los talibán y los gobiernos afganos de los dos últimos años. Este último, que debería adquirir impulso tras el acuerdo primero, se desarrolla sin embargo con enormes dificultades, ya que el gobierno en Kabul sigue asentado sobre acuerdos entre señores de la guerra cuyo poder radica en la  influencia territorial y en cada uno de los grupos étnicos que conviven en el país, donde la corrupción y la economía del opio sigue siendo un factor económico esencial para todos.

Pero el acuerdo mismo anunciado contiene muchos interrogantes. La realidad es que el movimiento talibán ocupa un poder territorial real que Estados Unidos ha podido contener pero no derrotar y sobre cómo se va a gestionar esto no hay datos suficientes. Por otra parte, hay una condición de ese acuerdo, que se susurra pero no se hace pública, que es el compromiso asumido por los talibán y que consiste en ayudar a erradicar la presencia en suelo afgano de un cada vez más activo Daesh, el largo brazo del islamismo sunní que combate en Irak y Siria y ha realizado atentados en todo el planeta. Cómo se va a llevar a cabo esto y con qué resultados reales está por ver.

Finalmente, el protagonismo de Qatar, que se une a su presencia indirecta en Libia, a su creciente influencia en Gaza y Cisjordania y su mediación en Irán, bajo la atenta mirada de sus rivales saudíes puede estar sentando las bases de un cambio significativo en el equilibrio regional.

El escenario afgano vuelve a moverse

Todo parece indicar que están a puto de reanudarse las conversaciones entre Estados Unidos y los talibán en Afganistán, con el gobierno afgano presente y el de Pakistán de testigo facilitador. Las conversaciones estuvieron a punto hace unos meses de dar como fruto un acuerdo pero fueron suspendidas por el presidente Donald Trump tras un ataque a la base de Bagran. Pakistán ha confirmado que los talibán están dispuestos a una “reducción de la violencia” en Afganistán.

El acercamiento se asienta sobre la base de que los talibán frenen e incluso combatan a las unidades terroristas de los seguidores del Daesh en Afganistán,sus grandes rivales en el campo del terrorismo islamista, y el compromiso de declarar un alto el fuego contra el gobierno de Kabul y las fuerzas occidentales, para dar paso a otras negociaciones. Esto implicaría, señalan fuentes del gobierno afgano, una importante retirada de fuerzas de Estados Unidos y aliados.

 El resultado, sin embargo, no está tan claro. El gobierno de Kabul, que sigue dependiente de los señores de la guerra de las minorías étnicas presentes en el país, es muy débil para gestionar el acuerdo y menos si Estados Unidos retira sus tropas, lo cual deja una sombra de incertidumbre en un escenario en el que Pakistán ganaría influencia.

A la vez, tampoco está claro el volumen de unidades norteamericanas que se retirarían, en un momento en que la tensión con Irán tal vez aconsejaría mantener fuerzas suficientes cerca de la frontera oriental iraní. En todo caso, algo parece moverse en Afganistán.

INTERREGNUM: Irán en la Ruta de la Seda. Fernando Delage

De manera inesperada para Pekín, el cambio de gobierno en Pakistán tras las elecciones de julio del pasado año condujo a una pérdida de interés por parte de Islamabad en el Corredor Económico con China. Pekín había puesto grandes esperanzas en este proyecto—uno de los más relevantes en la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda—, en el que se había mostrado dispuesto a invertir hasta 62.000 millones de dólares.  El Corredor debía proporcionar una red de interconexión entre la República Popular y el mar Arábigo, reduciendo la vulnerabilidad china con respecto a las líneas marítimas de navegación del sureste asiático. Las críticas del gabinete de Imran Khan han provocado que China haya interrumpido la financiación, por lo que la mayor parte de las obras del Corredor se encuentran en suspenso.

Pero Pekín no ha tardado en encontrar una alternativa. Con posterioridad a la visita realizada a China por el ministro iraní de Asuntos Exteriores, Mohamed Zarif, a finales del pasado verano, la República Popular habría acordado con Teherán la inversión de nada menos que 400.000 millones de dólares en un plazo de cinco años: 280.000 millones de dólares en el sector energético iraní, y otros 120.000 millones de dólares en infraestructuras de transportes. Pekín desplegaría asimismo un equipo de seguridad de hasta 5.000 hombres para la protección de sus inversiones.

Es cierto que Irán ofrece muchas de las mismas ventajas estratégicas que Pakistán. Es un país ribereño con el Golfo Pérsico, y controla parte de la costa del estrecho de Hormuz. No es fronterizo con China, pero ésta tendría acceso directo a través de Asia central y de Afganistán (lo que quizá explica las conversaciones mantenidas con los talibán en Pekín en septiembre). Las inversiones chinas en infraestructuras permitirían conectar de este modo China con el Golfo Pérsico a través de los puertos de Chabahar y Bandar Abbas, que harían las funciones del puerto de Gwadar en Pakistán. Teherán tiene por su parte un claro interés tanto en la mejora de sus redes de transportes como en una inversión de este porte para su industria petrolera y gasística en unas circunstancias de dificultades económicas. Las inversiones propuestas proporcionarían también a Irán un importante apoyo diplomático frente a los esfuerzos de la administración Trump dirigidos a su aislamiento internacional.

Hay que preguntarse, no obstante, por la viabilidad de un Corredor China-Irán. El proyecto con Pakistán fue promovido en su día como una iniciativa que transformaría para siempre Asia meridional. Aquellas expectativas se han visto frustradas en buena medida. No hay garantías de que algo parecido no vuelva a ocurrir en el caso de Irán. El montante financiero del que se habla es tan enorme como los posibles obstáculos a su desarrollo. La situación geopolítica iraní es incluso más volátil que la de Pakistán dado el riesgo de conflicto con Estados Unidos. La hostilidad entre Irán y Arabia Saudí, país con el que China se ve obligado a mantener una relación estable—más aún en el contexto de la salida a bolsa de Aramco, condiciona igualmente los movimientos de Pekín.

No debe sorprender que, al hacerse público el creciente interés chino por Irán, el gobierno paquistaní haya intentado dar marcha atrás en sus comentarios negativos a la Ruta de la Seda para recuperar la confianza de la República Popular. Pero otras variables se han movido de sitio desde entonces. El actual clima de enfrentamiento entre China y Estados Unidos en Asia es, por ejemplo, una razón añadida para que Pekín no coopere con Washington con respecto a Irán como querría la administración norteamericana. Irán se ha convertido por lo demás en un factor decisivo de los intereses chinos en la zona, al poner de relieve que Oriente Próximo y Asia meridional constituyen un espacio geopolítico interconectado, en el que Pekín ya no puede mantenerse al margen.

Nuevo curso, problemas pendientes

Comienza el nuevo curso político y parece que estamos en un inmenso bucle. No sólo en España. Ahí está el tira y afloja de la disputa comercial chino-norteamericana, las pruebas de misiles desde Corea del Norte mientras se espera algún avance en el despliegue de lo acordado en los encuentros con Estados Unidos, el eterno conflicto de Oriente Medio y las tensiones con Irán. El paréntesis vacacional nos ha devuelto al punto cero.

Sin embargo, por debajo de la superficie que los medios de comunicación y los dirigentes políticos han decretado, han pasado cosas. En Europa la nueva Comisión sigue sin arrancar mientras Gran Bretaña no sale del laberinto del brexit; Putín aumenta la presión ligeramente y espera, la economía balbucea y crecen los recelos ante la inmigración en medio de la impotencia política.

También en Asia han pasado cosas. India y Pakistán han resituado sus fuerzas políticas y militares al borde del conflicto siempre a punto de estallar y siempre en medio de alguna negociación. Pero la gran novedad asiática, como hemos venido contando en 4Asia la ha protagonizado Hong Kong. Miles de manifestantes han hecho retroceder al gobierno local tutelado por China observados con esperanza y contención en Taiwán y preocupación en Pekín, que sabe que no tiene las manos completamente libres para aplastas militarmente las protestas si fuera necesario pero que tiene que enviar un mensaje de fortaleza al resto de China.

Ese va a ser el escenario en los próximos meses. Viejos problemas, nuevos factores y pocas iniciativas nuevas, A veces, la combinación de estos elementos sube varios grados las amenazas de un problema.