La reunión de alto nivel, la primera entre Estados Unidos y China en la etapa Biden, ha sido básicamente una puesta sobre la mesa de los problemas, los reproches y las exigencias de cada parte y la oficialización de que sigue el enfrentamiento sin que haya disminuido La tensión, al menos de momento.
Las delegaciones de cada país, en las que han tenido especial protagonismo los organismos de seguridad, no dejaron nada fuera de agenda. EEUU reprochó a China el no cumplimiento de normas de libertad de comercio, el intervencionismo estatal, la violación de los derechos humanos en general y respecto a uigures y tibetanos en concreto, sus amenazas a la situación en Hong Kong y Taiwán y la creciente amenaza militar en su zona marítima de influencia, además los peligros que occidente ve para su seguridad en algunos desarrollos tecnológicos chinos. China, por su parte, reprochó a Estados Unidos sus problemas raciales tras negar las acusaciones estadounidenses. Pekín, que también tiene importantes problemas raciales, solo que menos publicitados en los medios de comunicación, se salta la realidad de que, mientras en Estados Unidos hay un sistema que permite debatir y encontrar soluciones a sus problemas internos, en China eso está fuera de toda posibilidad.
Así las cosas, las divergencias van a seguir en todo lo alto con el añadido de que Estados Unidos ha subido también el tono contra Rusia a la espera de que la Unión Europea presente una cara más decida frente a las ambiciones de Moscú de no perder pié en el escenario internacional mientras consolida un sistema cada vez más autoritario.
Y ahí, en definir su papel en los próximos años frente al nuevo escenario internacional marcado por la emergencia china y las ambiciones rusas, está el desafío de la una UE con problemas de vertebración interna y con dudas sobre cuál debe ser su política exterior.