INTERREGNUM: Stoltenberg en Corea del Sur y Japón. Fernando Delage

La cancelación de la visita a Pekín del secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, no es una buena noticia. La recuperación del diálogo bilateral al más alto nivel al que se comprometieron los presidentes Biden y Xi tras su encuentro de noviembre con ocasión de la cumbre del G20 en Bali, queda de nuevo en suspenso tras el incidente del globo espía chino. Se tardará aún un tiempo en disponer de información sobre lo ocurrido, pero, entretanto, la escalada de tensión no cederá, impulsada tanto por la dinámica política interna en Estados Unidos y la República Popular, como por el contexto internacional.

Así se puso de manifiesto la semana pasada con el viaje a Corea del Sur y Japón del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg.  Siete meses después de la cumbre de la Alianza en Madrid, encuentro en el que por primera vez en la historia de la organización participaron el presidente surcoreano y el primer ministro japonés—junto a sus homólogos de Australia y Nueva Zelanda—, la visita de Stoltenberg ha sido una nueva señal del creciente acercamiento de las democracias atlánticas y asiáticas en una era marcada por la guerra de Ucrania y la competición con China. “Lo que pasa en Asia importa a Europa y a la OTAN, y viceversa”, reiteró Stoltenberg en sus entrevistas con los medios locales.

Tras la cumbre de Madrid, Corea del Sur abrió su representación diplomática ante la Alianza, al tiempo que decidió incrementar su cooperación en áreas como no proliferación, ciberespacio y antiterrorismo. En Seúl, Stoltenberg solicitó a sus anfitriones el envío de ayuda militar directa a Ucrania, una petición difícil de atender dada la política surcoreana de no enviar armamento a países en conflicto (posición también mantenida por Alemania, Noruega o Suecia que, sin embargo, han abandonado en este caso). Como relevante exportador de armamento, Seúl sí ha enviado un considerable volumen de material a Polonia, así como piezas de artillería a Estados Unidos que éste ha proporcionado a su vez a Ucrania. Los obstáculos legales y la oposición de la opinión pública limitan el margen de maniobra de un gobierno inclinado, no obstante, a profundizar en su relación con la Alianza.

El secretario general también trató con el presidente Yoon Suk Yeol del posible papel de la OTAN en relación con el problema nuclear norcoreano, así como de los informes de la inteligencia norteamericana conforme a los cuales Pyongyang estaría proporcionando armamento a Rusia en su campaña contra Ucrania. Stoltenberg aprovechó igualmente su intervención en una universidad de Seúl para dar a conocer el concepto estratégico aprobado en Madrid, y la descripción del reto sistémico que representa China para los valores, los intereses y la seguridad de la Alianza Atlántica. Hizo hincapié en particular en el rápido desarrollo de las capacidades militares chinas, incluido el arsenal de misiles que pueden alcanzar territorio OTAN, además por supuesto de la península coreana.

Un día más tarde, en Tokio, Stoltenberg volvió a denunciar las acciones chinas, pero destacando esta vez sus amenazas hacia Taiwán, sus intentos de control de infraestructuras críticas y sus campañas de desinformación. Denunciando la “reacción autoritaria” liderada por Pekín y Moscú contra un orden internacional basado en reglas, subrayó una vez más la estrecha interconexión existente entre la seguridad transatlántica y el Indo-Pacífico, y el peligroso mensaje que transmitiría una victoria rusa en Ucrania sobre la posibilidad de conseguir objetivos mediante el uso de la fuerza. En la conferencia de prensa que ofreció junto al primer ministro japonés, Fumio Kishida, este último, además de dar la bienvenida al interés de la Alianza por Asia, anunció que Japón abrirá una delegación ante la OTAN y asistirá regularmente a reuniones de la organización, con la que—dijo—se reforzará la colaboración en temas como el espacio y el ciberespacio, la desinformación y las nuevas fronteras tecnológicas.

Pekín y Pyongyang criticaron unas y otras declaraciones, reveladoras de hasta qué punto la guerra en el Viejo Continente y el apoyo de Rusia a China están acercando a Asia a Europa, dos espacios vistos en otros tiempos como geopolíticamente separados. Es una nueva realidad que también confirmó la semana pasada la visita de los ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa de Australia a París, Londres y Bruselas.

 

El apretón de mano de Biden y Xi en Bali. Nieves C. Pérez Rodríguez

El encuentro en persona de Biden y Xi finalmente tuvo lugar en el marco de la cumbre del G20 en Bali, Indonesia. Viejos conocidos que la política ha unido en varias ocasiones desde hace unos diez años. Los primeros encuentros fueron cuando ambos se desempañaban como vicepresidentes de sus respectivos países y este lunes ambos líderes se daban la mano como presidentes de ambas naciones que acaban de ser fortificados en sus posiciones.

Las relaciones entre ambos siempre han sido cordiales, la veteranía se nota y los intereses han sido el timón de esa cortesía. Quienes han tenido ocasión de compartir con Xi en el plano más personal lo describen como un líder encantador. En el caso de Biden es aún más evidente su cercanía y calidez. Con ver imágenes del encuentro vemos un Biden extraordinariamente sonriente que se acerca a Xi con seguridad, pero a su vez expresando complacencia.

Biden recibió las relaciones más deterioradas en la historia de los últimos 30 años entre Beijing y Washington y ha expresado desde que tomó posesión que China es la prioridad número uno de la agenda exterior estadounidense. La estrategia de Seguridad Nacional del 2022 de la Administración Biden tenía contemplaba como prioridad central a China, aunque la guerra de Ucrania produjo una alteración de las prioridades y se direccionaran masivamente recursos hacia Kiev para contener las ambiciones rusas y con ello enviar a Moscú un mensaje directo de no tolerancia a la violación de la soberanía de un Estado independiente. Mientras, China mantuvo un comportamiento de complacencia con Moscú y de no interferencia pública para prevenir un efecto boomerang, es decir que luego vengan a ellos terceros a darles lecciones.

Muchos analistas valoran como positivo el encuentro debido a que podría producir cambios positivos o al menos algún tipo de acercamiento. Sin embargo, si se analizan los puntos tratados en las tres horas de reunión no hubo ningún avance significativo en ninguno de ellos.

Se abordó la necesidad de contención de Corea del Norte, ya que el único que puede conseguir algo de moderación en la postura de Kim Jon-un es China, que es su vecino y principal proveedor y aliado. Y que desde que se ha dedicado a hacer pruebas misilísticas ha incrementado la inestabilidad de la región y con ello del resto del mundo.

La guerra de Ucrania fue otro punto neurálgico y, aunque se sabe que la economía china por primera vez en 20 años va a sufrir un crecimiento de casi la mitad de lo que estimaban, verán más de los efectos  de esa guerra afectando negocios, intercambios y la estabilidad y la economía internacional.

Se trató de los derechos humanos en China, algo de lo que se ha hablado tanto en Washington, y que cada principio de año sale recitado en el informe del Departamento de Estado sobre Derechos Humanos, que además, en el caso de las minorías musulmanas chinas en Xinjiang, se ha reportado con datos fiables y fotografías satelitales que existen violaciones consistentes y permanentes, así como centros de detención por los que se sabe que han pasado cientos de miles de uigures.

Y por supuesto, Taiwán, la joya del pacífico. Valga resaltar que el propio presidente Biden en cuatro ocasiones distintas ha afirmado literalmente: “Nosotros tenemos un compromiso con Taiwán” e incluso cuando ha sido cuestionado directamente sobre si defendería militarmente la isla ha dicho sí, sin titubeo alguno.

Xi, por su parte, dijo que la línea roja en Taiwán no debe ser traspasada. Haciendo una clara declaración de autodeterminación y llamando a la detención a cualquier aspiración contraria a su posición.

Por su parte, el equipo de la Casa Blanca salió del encuentro con la convicción de que Beijing no tiene planes apremiantes de invadir Taiwán, a pesar de que el mismo Xi no fuera tan explícito ni directo acerca del tema.

Las palabras de Biden de “yo creo absolutamente que no hay necesidad de una guerra fría” podrían interpretarse como blandas, porque aun cuando es cierto que la tensión de guerra fría no beneficia a ninguna de las partes, hay razones de peso para que las relaciones entre ambos se encuentren en el punto en el que están.

Tal y como afirmaba Katie Rogers y Chris Buckley en una columna del New York Times, “en lugar de que el encuentro fuera una especie de momento de confrontación entre democracia y autocracia, cada uno pareció estar más de acuerdo con en que sus intereses nacionales se habían vuelto vulnerables por la pandemia, el cambio climático, la guerra de Ucrania y la crisis económica”

Biden, en su discurso posterior al encuentro, fue diplomático y no mencionó puntos clave como el futuro de Taiwán, la rivalidad militar y tecnológica entre los dos países más poderosos del planeta o los mismos centros masivos de detenciones en Xinjiang. Por el contrario, como resultado del encuentro se acordó que el Secretario de Estado Anthony Blinken visitará China en el futuro…

INTERREGNUM: Tensiones en la península. Fernando Delage

El pasado 2 de noviembre, Corea del Norte disparó 25 misiles—el mayor número registrado en un solo día hasta la fecha—, uno de los cuales cayó muy cerca de las aguas territoriales de Corea del Sur. Los lanzamientos continuaron durante los días siguientes, incluyendo el de un misil intercontinental (que, según parece, resultó fallido). En respuesta a las provocaciones norcoreanas, Seúl desplegó sus propios misiles, a la vez que su ejército realizaba maniobras con Estados Unidos (que incluyeron los mayores ejercicios aéreos realizados en la historia de la alianza). Se sospecha asimismo que Pyongyang podría realizar a corto plazo su séptimo ensayo nuclear. Las tensiones en la península coreana se han elevado así a un peligroso nivel, agravando el riesgo de enfrentamiento militar en unas circunstancias en las que toda posibilidad de un acuerdo parece cada vez más remota.

Dos factores han transformado el equilibrio estratégico en la península coreana. El desarrollo de sus capacidades militares hace irreversible, por una parte, el estatus de Corea del Norte como potencia nuclear. Por otro lado, en un contexto geopolítico definido por la guerra de Ucrania y por el incremento de la rivalidad entre Washington y Pekín, China y Rusia encuentran motivos para reforzar su “protección” del régimen de Kim Jong-un, haciendo virtualmente inviable una resolución diplomática del conflicto.

A pesar de los esfuerzos de la comunidad internacional para prevenir su adquisición de armamento nuclear, Pyongyang, en efecto, ha continuado construyendo su arsenal sin interrupción. Tras su último ensayo nuclear en 2017, intensificó de hecho los esfuerzos dirigidos a ampliar y diversificar sus sistemas de misiles. Este mismo año, además de realizar un número sin precedente de lanzamientos, anunció el fin de la suspensión de los ensayos de misiles de largo alcance al que se comprometió con la administración Trump en 2018. El país está invirtiendo además en la producción de nuevos misiles—con cabezas múltiples, hipersónicos, lanzados desde submarinos, etc—, y en tecnologías que los hacen más fáciles de transportar y lanzar, y más difíciles de detectar.

Con la atención del mundo puesta en Ucrania, Corea del Norte ha encontrado una gran oportunidad para continuar con su escalada, así como con un mayor margen de maniobra al convertirse en un instrumento útil para Pekín y para Moscú. Si, para China, su aliado norcoreano ha sido siempre un elemento de presión en su competición con Estados Unidos, con respecto a Rusia la relación ha conocido un acercamiento sin precedente. Pyongyang fue uno de los cinco gobiernos que, en marzo, votaron en la Asamblea General de la ONU en contra de la condena de la invasión rusa de Ucrania. En julio, reconoció oficialmente a Donetsk y Luhansk como Estados independientes. En septiembre se hizo público que estaba vendiendo armamento a Moscú. No debe sorprender pues que el Kremlin haya calificado a Corea del Norte como “un muy importante socio estratégico”.

Kim Jong-un carece en consecuencia de todo incentivo para negociar. Pero, simultáneamente, la capacidad de la comunidad internacional para contener el problema se vuelve cada vez más limitada. Todos los intentos de desnuclearización de la península realizados durante años han fracasado: ni las sanciones económicas ni la presión diplomática han permitido poner fin al programa nuclear norcoreano. Pyongyang ha consolidado un cambio unilateral del statu quo, reduciendo las opciones de las naciones vecinas y de unos Estados Unidos volcados en su competición con China. No ha dejado de ser, sin embargo, una grave amenaza para la estabilidad internacional.

Kim Jon-un sigue en su tónica. Nieves C. Pérez Rodríguez

Este año comenzó con el temor de una posible guerra en Europa que, entre la incredulidad y miedo, revivía fantasmas del pasado que, por desgracia, resurgieron con la materialización de la invasión rusa a Ucrania. Esta guerra ha revivido la importancia de que los países aliados se mantengan unidos y alineados en la lucha por los valores fundamentales y soberanos. La atención mediática, como corresponde, ha estado centrada en esta parte del mundo y, mientras tanto, otros dictadores parecen sentirse desolados y buscan robar el foco de las cámaras también.

Es el caso de Kim Jon-un quien se ha dedicado a disparar misiles desde el 5 de enero con una periodicidad que debería tenernos preocupados.

Al principio de la Administración Biden, Kim permaneció muy calmado y actuando contrariamente a lo que suele hacer en años electorales en los Estados Unidos o en Sur Corea. Pero en cambio 2022 lo comenzó muy activo y desde el principio ha estado haciendo pruebas y lanzando misiles. Para examinar estos riesgos el Think Tank CSIS en Washington organizó un evento el 29 de abril para analizar “la creciente amenaza de misiles de Corea del Norte” con un extraordinario panel de expertos que fueron desmenuzando la situación actual.

Sólo en el mes de marzo Pyongyang lanzó 7 misiles y gracias a los satélites de CSIS han podido observar no solo los lugares desde donde han sido lanzados sino han venido haciéndole seguimiento a una base operacional que se encuentra al norte del país muy cercana a la frontera china, “Hoe Hung-ni”. De acuerdo con Joe Bermudez Jr. Experto en Corea del Norte y autor de una buena selección de libros cree que esta base se cree que se empezó a construir en 2003 y representa un gran reto más para los aliados (Corea del Sur, Japón y Estados Unidos) pues tiene el equipamiento tanto subterráneo como en la superficie para lanzar misiles de distinto alcance. Pero además esta base debería preocupar a Beijing, aunque nunca han mostrado su preocupación, al menos en público.

Ankit Panda, experto en política nuclear, afirmó que se debe analizar con atención el discurso de Kim Jon-un en el marco del VIII Congreso del Partido de Corea en enero 2021, porqué allí dio detalles como nunca antes lo había hecho sobre el plan que tienen sobre el desarrollo de armas, siendo muy transparente en decir que la investigación se centró en perfeccionar la tecnología de guía para cohetes de múltiples cabezas, que seguirán trabajando para tener la capacidad de hacer un ataque nuclear preventivo así como aumentar más la precisión para atacar y/o aniquilar cualquier objetivo en un rango de 15.000 kilómetros con una precisión milimétrica, así como desarrollar cohetes balísticos terrestres y submarinos intercontinentales propulsados por motores de combustible sólido, lo que acortaría el tiempo de respuesta que Corea del Sur y Estados Unidos tendrían para responder frente a un misil norcoreano.

Más recientemente, el 25 de abril de este año, hace apenas unos días, en el desfile militar del aniversario número noventa de la fundación del Ejército Popular Revolucionario de Corea, Kim aprovechaba la oportunidad para lucir un uniforme blanco de mariscal y expresó su determinación de aumentar las fuerzas nucleares de Corea del Norte, en cuanto a volumen y calidad. Panda afirmó que en el discurso parecía indicarse un cambio de doctrina nuclear de Pyongyang, sobre todo cuando Kim aseguraba que sus “armas nucleares no pueden limitarse a la única misión de disuasión de la guerra”. En otras palabras, el desfile y el discurso vino a asegurarle tanto a su audiencia domestica como al mundo que Kim continuaran con su avance en el desarrollo armamentístico y nuclear.

Durante este desfile, como suele ser costumbre, se exhibió parte de su armamento, entre los que cabe resaltar:  el Hwasong-17 (que ya lo habían dejado ver en el 2020), misiles deslizantes hipersónicos como Hwasong-8 (probado en el 2021) y lo que parecía ser un tipo de misil de combustible sólido que los expertos piensan que podría ser un Pumkguksong-6 (ese aún no ha sido probado).

Aunque ese último misil (el Pumkguksong-6) no esté aún listo para ser probado, la cantidad de ensayos conducidos tan sólo en este año debería ser motivo de gran preocupación, coincidieron todos los panelistas del evento. Pues ensayo y error es el mejor sistema para perfeccionar armas, de cada fracaso se aprende y se avanza en la carrera misilística.

El plan norcoreano, de momento, es seguir desarrollando “vehículos de reingreso” que buscan burlar los sistemas de defensa antimisiles de EE.UU. y sus aliados. Misiles balísticos lanzados desde submarinos, misiles nucleares de crucero lanzados desde el aire, que proporcionarían el medio aéreo para que lanzar sus misiles, aunque este último aún no está cerca de conseguirse acotan los expertos. Y de acuerdo con las pretensiones expresadas por Kim de desarrollo armamentístico solo se encuentran en el camino a continuar expandiendo sus capacidades.

También coinciden en que los próximos meses nos traerán más lanzamientos de misiles. Considerando el escenario internacional de guerra en Ucrania, Washington tiene los ojos puestos en Moscú y en Beijing e intentando descifrar si hay algún acercamiento o acuerdo entre ambos, lo que automáticamente alivia un poco la presión sobre Pyongyang pues hasta Naciones Unidas se encuentran prestando atención a la nueva guerra.

Sue Mi Terri expresó su gran preocupación de que Kim siga por el camino del desarrollo de su capacidad nuclear. Mi Terri reconoce que Washington sigue estando por encima de Corea del Norte pero no ha seguido invirtiendo como lo hacía en esta área, debido a la cantidad de compromisos. Mi Terri está especialmente preocupada por el Pumkguksong-6 que considera podría estar más avanzado de lo que occidente cree.

El escenario más probable es que Kim siga evitando acuerdos o negociaciones con la Administración Biden. De momento le funciona mejor que estén un poco distraídos para tomar algo de delantera en su obsesión de aumentar su capacidad de ataque sin que le estén intentando parar. Por su parte Biden tiene bastante trabajo con intentar neutralizar a Rusia, y, en efecto, a día de hoy ya han enviado en apoyo el monto que les costó cuatro años de guerra en Afganistán, lo que deja muy claro la prioridad de la Casa Blanca.

Los fantasmas como la historia parecen cíclicos, que van y vienen pero cuando resurgen parecen hacerlo con la misma intensidad y el mismo riesgo del pasado…

 

Biden y Corea del Norte. Nieves C. Pérez Rodríguez

Uno de los grandes retos de la Administración Biden se concentra en la región de Asia Pacífico. No cabe duda de que el mayor desafío lo presenta China y sus grandes aspiraciones, aunque Corea del Norte por su parte ha sido el gran dolor de cabeza de los estadounidenses durante décadas. Éste último ha sido el problema al que Washington no ha podido hallar salida posible; por el contrario, con el aumento de la capacidad nuclear de Pyongyang la situación se ha hecho cada vez más hostil y más compleja de manejar.

Trump, en su intento por resolver esta intrincada relación bilateral y con la ostentosa aspiración a quedar en la historia como quién resolvió el conflicto, firmó la declaración de Singapur que como Scott Snyder explica en un artículo publicado en el Council on Foreing relation -un prestigioso centro de pensamento en Nueva York- que Biden debe decidir ahora si esta declaración la quiere aplicar como hoja de ruta de las relaciones con Corea del Norte.

La declaración de Singapur fue firmada en el marco del histórico encuentro que tuvo lugar en aquella ciudad en junio del 2018 entre el presidente Trump y el líder norcoreano Kim Jong-un, y se resume en cuatro puntos: 1. Establecer relaciones bilaterales entre ambas naciones basadas en la paz y la prosperidad de sus ciudadanos. 2. Estados Unidos y Corea del Norte se comprometen a construir una relación que permita la paz en la península coreana. 3. Trabajar en conjunto en pro de la desnuclearización. Y 4. la repatriación de los restos de los estadounidenses caídos en la guerra coreana, que de acuerdo a las fuerzas armadas estadounidenses estiman en unos 5.300 soldados que están aún en territorio norcoreano.

El presidente surcoreano Moon Jae in visitó Washington a finales del mes de mayo y dejó ver cómo la alianza entre ambas naciones es estratégica y cómo Seúl aspira a un acercamiento con la nueva Administración después de los últimos cuatro años en los que Trump llevó la batuta de las relaciones. Moon vino a asegurarse de que la nueva administración priorice las relaciones con Corea del Sur como aliados históricos que son y que se reactive el diálogo intercoreano con la Administración Biden mientras fungen de árbitro de las mismas.

Para Moon es muy importante presionar en su último año como líder de la nación surcoreana y dejar abonado un camino hacia la pacificación de la península coreana.

Sin Embargo, los expertos en relaciones coreano-americanas en Washington no ven tan claro que Biden esté dispuesto a tomar una posición firme con respecto a Pyongyang o con Kim Jong un. A pesar de que la visita fue positiva y el resultado de la rueda de prensa fue políticamente correcto y diplomáticamente congruente con la alianza entre Washington y Seúl.

Pero los analistas, por el contrario, consideran que la Administración Biden está tomando la misma postura con las regiones o países críticos para los Estados Unidos como Rusia, Israel, Afganistán o Corea del Norte que no es más que dejar la situación en una especie de calma aparente en la que Washington no trastorna la dinámica actual pero tampoco presiona en defensa de los valores occidentales.

Esta postura que cada día se ve más clara en Washington, incluso a través de las acciones y respuestas que da el propio Secretario de Estado Blinken cuando es interpelado por la prensa puede erosionar aún más el liderazgo internacional estadounidense y de hecho facilitarle a Beijing a aumentar su influencia -cada día más marcada-  así como a Putin en el mundo y para prueba un botón, ambos lo están haciendo con la exportación de la vacuna para el covid-19 mientras exportan  con las dosis ideología y sus antivalores.

INTERREGNUM: El desafío norcoreano de Biden. Fernando Delage

El 10 de febrero, mismo día que el presidente de Estados Unidos mantuvo su primera conversación telefónica con su homólogo chino, Xi Jinping, tras su toma de posesión, Biden también anunció su primera medida en relación con la política a formular hacia la República Popular: la constitución de una “task force” en el Pentágono que, en un plazo de cuatro meses, revisará los conceptos e instrumentos de la estrategia norteamericana en el Indo-Pacífico.  Resulta llamativo que sea en el departamento de Defensa, y no en la Casa Blanca o en el departamento de Estado donde comiencen los esfuerzos de reajuste. El desafío chino de Estados Unidos es económico, tecnológico y diplomático antes que militar. Por otra parte, distintos factores confirman a China como un reto que va mucho más allá de las relaciones bilaterales entre ambas potencias. Si el golpe de Estado en Birmania ha sido uno de esos hechos a los que no se puede responder sin incluir a Pekín en la ecuación, otro no menor es Corea del Norte.

Biden no mencionó a Corea del Norte en su primer discurso sobre política exterior, el 4 de febrero, pero unos días más tarde el portavoz del departamento de Estado reiteró el compromiso de Estados Unidos con la desnuclearización de la península. Se indicó asimismo que, en coordinación con los aliados, éste era otro asunto sujeto a revisión. Trump mantuvo hasta tres encuentros con el líder norcoreano, Kim Jong-un, sin que este último cediera lo más mínimo en sus ambiciones nucleares. Es más, a mediados de enero, coincidiendo con el cambio en la Casa Blanca, Corea del Norte celebró el 8º Congreso del Partido de los Trabajadores de Corea (el segundo celebrado en las últimas cuatro décadas); ocasión en la que el líder supremo anunció la rápida modernización tecnológica de sus capacidades nucleares, con el fin—dijo—de afrontar la creciente hostilidad norteamericana. Todo parece indicar que Pyongyang toma posición de cara a una posible negociación con Washington, lo que puede incluir la reanudación de las pruebas de misiles como en 2016 y 2017. Evitar una nueva crisis en la península es en consecuencia una cuestión urgente que Biden debe atender, y de la que no puede dejar a China al margen.

Al contrario que Trump, Biden y sus asesores no creen que Corea del Norte vaya a renunciar a su armamento nuclear. La cuestión es si un enfoque de mayor flexibilidad sobre las sanciones económicas puede conducir al Norte a restringir su programa militar. El nombramiento de Wendy Sherman, la responsable del acercamiento a Pyongyang durante la última etapa de la administración Clinton, como número dos del departamento de Estado, permite apuntar a ese intento de pragmatismo que coincide, por otra parte, con las preferencias de Pekín. China querría cooperar con Estados Unidos sobre el problema nuclear norcoreano, pero espera, no obstante, que se produzcan los primeros movimientos de Biden. La dificultad para Washington es cómo encontrar el equilibrio adecuado entre presión e incentivos, sin que transmita una percepción de debilidad por el simple hecho de hablar con Pyongyang. Hacerlo en un contexto de confrontación con la República Popular agrava el dilema. Mientras toma cuerpo la política norcoreana de la Casa Blanca, China continuará consolidando su influencia sobre los asuntos de la península.

Corea del Norte y la pandemia

Corea del Norte es el lugar más enigmático del planeta. La información que de allí sale es minuciosamente filtrada por el régimen de Pyongyang, pero, de manera extraoficial, casi toda lo que se conoce ha sido reportado por los desertores norcoreanos que, en un intento desesperado de sobrevivir a pobreza, hambrunas y persecuciones, arriesgan su vida y traspasan los rigurosamente vigilados pasos fronterizos en condiciones extremas como fríos invernales, ríos congelados y temperaturas por debajo de los cero grados.

El ministerio de reunificación de Corea del Sur anunció que el número de refugiados provenientes del norte había caído drásticamente en el 2020, ya que sólo unos 229 norcoreanos solicitaron entrada frente a los 1.047 llegados en el 2019 o los 1137 que fueron reportados en 2018.

Robert R. King publicaba el 27 de enero un informe sobre la caída de los desertores norcoreano en CSIS, en el que hace una comparación detallada de las deserciones por años, y en el que se puede observar cómo el número anual de refugiados en las últimas dos décadas superaba los mil norcoreanos por año a Corea del Sur.

En cuanto se dio a conocer el brote de Wuhan, Pyongyang reaccionó abruptamente con el cierre total de los pasos fronterizos hacia el sur y hacia China, prohibiendo el tránsito de turistas e incluso la repatriación de nacionales que habían cruzado ilegalmente y que los chinos rutinariamente devolvían a las autoridades de Corea del Norte.

King explica en su informe que el cierre de Corea del Norte ha sido tan hermético desde enero del 2020 que, hasta los intercambios comerciales con China se han visto drásticamente afectados. En los dos primeros meses del 2020 las importaciones de China declinaron el 71.9%. Pero para mayo 2020 las importaciones habían sufrido una caída del 91%. Y para octubre de acuerdo con data oficial china la caída de las exportaciones llegó al 99%, por lo que Beijing solo exportó a Corea del Note un total de 250.000 dólares.

China ha sido el mayor exportador y proveedor de alimentos, combustible y materias primas de Corea del Norte en las últimas décadas. Lo que significa que ante la ausencia de esas exportaciones la situación en Corea del Norte tiene que ser extremadamente difícil para su población.

La razón del abrupto cierre de las fronteras se atribuye al temor del régimen norcoreano de importar el virus a su territorio y luego no ser capaz de controlar la infección, pues su sistema sanitario es paupérrimo y la salubridad pública -con sus niveles de pobreza tan elevados y carencias- es muy cuestionable, en un país en donde hasta el agua corriente es un lujo para sus ciudadanos, pues no hay un sistema de distribución de esta en condiciones.

Kim Jong-un pudo ser astuto al entender desde el principio de la pandemia la gravedad de la situación y haber reaccionado cerrando todo para evitar un brote a pesar del precio que debe estar pagando la población y la economía norcoreana. O más bien la razón para un cierre tan salvaje es que el virus haya llegado a Corea del Norte al principio del año pasado y padecieron un brote y por tanto pudieron entender la amenaza del mismo. En efecto, a principio del año pasado hubo rumores no confirmados de que habían incinerado a un grupo de enfermos que habían fallecido, y eso levantó sospechas pues la cremación no es una práctica común en Corea del Norte.

La frontera entre Corea del Norte y China es de 1400 kilómetros y hasta el momento del cierre eran muy transitadas en ambas direcciones. Además de ser el principal socio comercial de Kim, China ha sido su protector, su proveedor durante las peores sanciones internacionales impuestas y hasta su empleador de mano de obra, pues muchas fabricas chinas usan mano de obra norcoreana por lo barata que es.

En el medio de este hermetismo y la crisis, Kim decidió llevar a cabo el Octavo Congreso del Partido de Trabajadores de Corea del Norte, un evento con un gran simbolismo doméstico y que no se celebra con frecuencia, en efecto desde que los Kims se hicieron con el poder del país sólo se han hecho siete previamente, aunque el anterior fue en el 2016.

Es posible que Kim decidiera hacer su gran parada militar y su espectáculo mediático para subir el orgullo nacionalista a sus ciudadanos y mandar un mensaje internacional unos días antes de la toma de poder de Biden. Además de mostrar su equipo y armamento militar, sus tropas rendían honores al gran líder, como suele ser costumbre. Aprovechó la ocasión para decir que su país continuará aumentando su capacidad militar para contener la amenaza estadounidense y lograr la paz y prosperidad en la península coreana. Así como afirmó la necesidad de continuar desarrollando tecnología nuclear a un nivel más exacto para mejorar la precisión de misiles de largo alcance hasta 15.000 km., lo que es más la distancia entre Washington y Pyongyang.

Kim también aprovechó bien la ocasión para celebrar su relación con Beijing y explicó como recién se había abierto un nuevo capítulo en las relaciones de amistad entre ambos países teniendo el socialismo como núcleo. Así también mencionó a Rusia y como su Partido de trabajadores ha trabajado en desarrollar una relación amistosa y de cooperación con Moscú.

El dictador norcoreano también usó el momento para presentar un nuevo plan económico para los próximos cinco años. Y reconoció que el gobierno fracasó en llevar a con éxito el plan anterior. Lo que es un mensaje de esperanza a los ciudadanos que se encuentran en una situación muy precaria y de acuerdo con los expertos coreanos como Sue Mi Terry o Victor Cha creen que un nuevo plan económico es un intento por incorporar nuevos ajustes e incluso podría ser hasta la excusa para implementar una nueva moneda que deprecie la actual. Lo que no será bien recibido por los norcoreanos.

La pandemia le ha servido a Pyongyang para cerrarse aún más al mundo de lo que ya estaba, pero en esta ocasión teniendo razones que lo justifiquen. Y mientras tanto el resto del mundo sigue sin saber casi nada de lo que allí adentro ocurre.

INTERREGNUM: Baile de alianzas. Fernando Delage

En su encuentro en Mamallapuram, al sur de India, en octubre de 2019, el presidente chino, Xi Jinping, y el primer ministro indio, Narendra Modi, declararon su intención de elevar las relaciones mutuas a un nuevo nivel en 2020, año en que se conmemoran 70 años de establecimiento de relaciones diplomáticas. Lejos de reforzarse la cooperación entre ambos, las últimas semanas han puesto de relieve, por el contrario, una creciente rivalidad entre China e India. Las tensiones que se han producido en la frontera desde el mes de mayo condujeron al choque del 15 de junio en el valle de Galwan, en el que murieron al menos 20 soldados indios, junto a un número aún desconocido de militares chinos. Aunque cada uno culpa al otro de los hechos, lo relevante es que se acentúa la competición entre los dos Estados vecinos, con innegables implicaciones para la geopolítica regional.

Durante las dos últimas décadas, Pekín y Delhi se han esforzado por estrechar sus relaciones. Los intercambios económicos han crecido de manera notable (China es el segundo mayor socio comercial de India, país en el que ha invertido más de 26.000 millones de dólares), y los dos gobiernos han colaborado en la creación de instituciones multilaterales como los BRICS o el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras. Nada de ello ha servido, sin embargo, para minimizar las disputas fronterizas, el problema de Tíbet, o la percepción de vulnerabilidad de Delhi, que ha visto en los últimos años cómo Pekín ha profundizado en su relación con Pakistán y aumentado su presencia en otras naciones de Asia meridional. Por su parte, Pekín no ha logrado evitar un mayor acercamiento de India a Estados Unidos, así como a Japón, Australia y distintos países del sureste asiático, en lo que interpreta como una potencial alianza formada para equilibrar a la República Popular.

Los incidentes del 15 de junio pueden suponer por todo ello un punto de inflexión en la relación bilateral, al crear un consenso—tanto entre las autoridades como en la sociedad indias—a favor de una posición más firme con respecto a China. Si por un lado resulta previsible que Delhi opte por una mejora de sus capacidades militares y por el desarrollo de infraestructuras en su frontera septentrional, por otro se alineará con Estados Unidos en mayor grado a como lo ha hecho hasta ahora, y mostrará menos reservas a su participación en el Diálogo Cuatrilateral de Seguridad (Quad), con Tokio y Canberra, además de Washington. Por resumir, Estados Unidos logrará el objetivo perseguido desde la administración Bush en 2005 de hacer de India el socio continental de referencia en Asia frente al ascenso de China. Aunque no llegue a convertirse en una alianza formal, ni desaparezcan del todo las dudas en la comunidad estratégica india al respecto, Washington adquirirá una mayor proyección en una subregión asiática en la que tenía menor peso pero que ha adquirido creciente relevancia como consecuencia de los intereses geopolíticos y geoeconómicos en juego en las líneas marítimas que cruzan el océano Índico.

La paradoja es que si China está causando un resultado contrario a sus objetivos—el fortalecimiento de la asociación estratégica entre Estados Unidos e India—en el subcontinente, en el noreste asiático está logrando—con la ayuda de Pyongyang—lo que persigue desde hace años: el debilitamiento de las alianzas de Washington. No está en riesgo la relación con Japón, pese a la incertidumbre de este último sobre la política de Trump, pero—según parece—sí los vínculos con Corea del Sur.

Es sabido que, en sus intentos de conseguir un acuerdo con el líder norcoreano, Kim Jong-un, Trump ha hecho un considerable daño a las relaciones con Seúl.  Mientras Corea del Norte no sólo no ha renunciado a su programa nuclear y de misiles, sino que lo continúa desarrollando, la alianza con el Sur—uno de los pilares de la estrategia norteamericana en Asia desde la década de los cincuenta—podría desaparecer si Trump ganara las elecciones presidenciales de noviembre. Así parece desprenderse de las revelaciones hechas por el ex asesor de seguridad nacional, John Bolton, en sus recién publicadas memorias sobre su etapa en la Casa Blanca. Según revela Bolton, Trump no cree en esta alianza aun cuando desconoce su historia y las razones de la presencia norteamericana en la península.

No debe sorprender que los surcoreanos se cuestionen el mantenimiento de este pacto, justamente cuando las relaciones con el Norte se acercan a una nueva crisis, después de que Pyongyang destruyera el mes pasado la sede de la oficina de asuntos intercoreanos en Kaesong.  Las provocaciones de Kim van en buena parte dirigidas a que Seúl rompa con Washington y conseguir de esa manera aliviar las sanciones. Aunque lo previsible es que la alianza se mantenga, la confianza se ha roto y, con ella, uno de los elementos tradicionales de la estabilidad asiática.

INTERREGNUM: Corea, 70 años después. Fernando Delage

El 16 de junio, cumpliendo órdenes directas de la hermana del líder norcoreano, Kim Yo-jong, en su capacidad como alto cargo del Comité Central del Partido de los Trabajadores, se demolió la oficina de asuntos intercoreanos en la zona especial de Kaesong. Pyongyang respondió así al lanzamiento de globos con propaganda contra Corea del Norte en localidades cercanas a la Zona Desmilitarizada (ZD). Es el tipo de provocación que suele acompañar a los procesos de sucesión en el régimen, por lo que no pocos observadores creen que puede tratarse de una maniobra para reforzar la credibilidad como líder de Kim Yo-jong en el caso de incapacidad o muerte de Kim Jong-un.

Pero las implicaciones, naturalmente, no son solo internas. Es un gesto con el que Pyongyang parece querer poner fin al acuerdo que firmó con Seúl en 2018, y restaurar una presencia militar en el complejo industrial de Kaesong y en la zona turística del monte Geumgang, donde se permitió el reencuentro de familias separadas por la frontera.  Corea del Norte no sólo privaría así al gobierno de Moon Jae-in de uno de sus principales logros para reducir la tensión entre ambos Estados, sino que está transmitiendo a su opinión pública el mensaje de que Corea del Sur sigue siendo un enemigo.

Casualidad o no, la acción de Pyongyang coincide con el 20 aniversario de la primera cumbre intercoreana (13-15 junio 2000), y se ha producido un año después de la visita del presidente norteamericano, Donald Trump, a la ZD (20 junio 2019). Lo que es más importante, se solapa con el 70 aniversario de la guerra de Corea, iniciada el 25 de junio de 1950 cuando tropas del Norte traspasaron el paralelo 38 y, en tres días, se hicieron con Seúl.

La apertura de los archivos ha conducido, durante los últimos años, a un aluvión de nuevos estudios académicos que han ofrecido un mejor conocimiento de los orígenes, desarrollo y consecuencias de este conflicto, olvidado por la inmensa mayoría de los norteamericanos—que ni siquiera recordarán MASH, la serie de televisión—pero siempre presente entre los coreanos, en particular los del Norte. Al contrario de lo que el abuelo del actual líder, Kim Il-sung, dijo en su día a su población—que Pyongyang se veía obligada a responder a una invasión del Sur—se trató de una ofensiva cuidadosamente planificada para coger por sorpresa a Seúl y reunificar la península por la fuerza. Fue también una mentira que sirvió de base al relato conforme al cual el Norte describió el conflicto durante las siete décadas siguientes. La “Guerra de Liberación de la Madre Patria” ha servido a sucesivos miembros de la dinastía dirigente para legitimarse en el poder como defensores de la nación frente a los enemigos externos. También Kim Jong-un, en efecto, ha mantenido esta versión revisionista de la historia para recordar a su pueblo el imperativo de la lealtad hacia su líder y la necesidad de un arsenal nuclear.

El conocimiento de la verdad por los norcoreanos supondría una amenaza existencial para el régimen. Pero que esta versión del pasado siga marcando el futuro no hace sino consolidar la división de la península, como confirman distintos estudios de opinión en el Sur. Según un sondeo de la Universidad Nacional de Seúl del pasado año, sólo el 53% de la población considera necesaria la unificación, por debajo del 64% de 2007. Los surcoreanos que mantienen la opinión contraria y los que apoyan el mantenimiento del statu quo suman el 40%, frente al 27% que representaban en 2007. Entre los motivos de quienes apoyan la reunificación, es revelador, por otra parte, que el argumento de que “somos una misma nación” ha caído del 58% de 2008 al 35%. Y, en un dato no menos significativo, otra consulta de 2018 reveló que el 77% de los surcoreanos elegirían la economía antes que la reunificación si tuvieron que optar entre una u otra. En Corea del Sur, décimo-segunda economía del mundo y una de las más sólidas democracias asiáticas, se abre camino por tanto una nueva percepción del Norte, lo que también afectará a su juego diplomático y, en consecuencia, a la estructura geopolítica del noreste asiático.

Globos versus explosivos. Nieves C. Pérez Rodríguez

El COVID-19 sigue generando estragos en el mundo y el número de infecciones sigue subiendo, incluso en medio de los tremendos esfuerzos que muchas naciones hacen para reabrir sus economías. Entretanto, todas las actividades escolares y académicas se reactivaron en Corea del Sur y desde guarderías hasta las universidades reabrían sus puertas la semana pasada, en medio de unas medidas extremas. Mientras, China admitía que tenía un nuevo brote del virus en Beijing y declaraba la ciudad en cuarentena.

Mientras tanto, la pandemia ha dejado a Corea del Norte más aislada que nunca debido a las propias medidas que Kim Jon-un impuso en los primeros días de haberse declarado el estado de alarma en la provincia de Wuhan.  El régimen cerró sus fronteras herméticamente, por lo que la carencia de productos no ha hecho más que incrementarse al extremo, junto con la larga lista de sanciones que pesan sobre el régimen, lo que en conjunto está estrangulando la ya precaria economía norcoreana.

La acción del régimen norcoreano el 16 de junio de destruir la oficina de enlace conjunto de las Coreas, es una respuesta a la desesperación en la que se encuentran. En otras palabras, volar por los aires el edificio de 4 pisos de hormigón y acero, construido íntegramente por Corea del Sur para Corea del Norte, es una muestra de la frustración de Kim con el presidente Moon, por no haber conseguido ningún avance en los últimos años.

El edificio, -ubicado muy cerca del paralelo 58, en la ciudad de Kaesong- representaba un gran símbolo para la paz en la península, así como lo era para el presidente Moon, quien ha hecho esfuerzos tremendos por acercarse al régimen norcoreano, y quien cree en una integración eventual de ambos países.

Construido en el 2018, el inmueble fue levantado como resultado de las históricas conversaciones intercoreanas. La fecha escogida para la extinción del mismo también tiene simbolismo, pues la semana pasada se celebró el vigésimo aniversario de las primeras conversaciones en las que se asumió el compromiso de cooperación y diálogo entre ambas coreas.

La acción fue anunciada por Kim Yo-jong, la hermana del líder, quién ha ido asumiendo un rol cada día más visible e importante en Pyongyang. Y en el comunicado -publicado por la agencia oficial norcoreana- exigía que el gobierno de Seúl castigara los desertores, a quien además llamó traidores, escoria humana e indeseables por atreverse a dañar el prestigio de su líder. Refiriéndose a los líderes de las ONGs que enviaron alimentos, panfletos, biblias, etc., por globos y unas botellas.

Esta acción, que es la primera de un grupo de acciones que sólo buscan el comienzo de una escalada de tensiones, es una excusa para provocar y comenzar una pelea y con ello ganar la atención de nuevo.

Muy oportunamente, el controvertido libro de John Bolton, el ex asesor de seguridad nacional de Trump, cuenta detalles sobre cómo desde Washington se manejó todo lo que tiene que ver con las relaciones coreanas. Y en sus propias palabras “todo el fandango diplomático fue creado por Corea del Sur, y su propio presidente y su idea de reunificación”. Moon según Bolton, generó expectativas tanto en Trump, lo que lo llevaba a organizar las cumbres para encontrarse con Kim Jong-un, como en Kim, quien accedía a los encuentros. Mientras, afirma también la necesidad de Trump de aprovechar el encuentro para hacer un show, y la prueba son las infinitas preguntas que hacía el presidente estadounidense sobre el número de asistentes y medios a las cumbres.

Este momento es realmente complicado para Pyongyang, pues Trump está a tan sólo 3 meses de elecciones presidenciales, con una situación doméstica muy enardecida entre el covid-19 y las protestas en contra del racismo. Sabe que podría sacar poco, y de perder Trump las elecciones, cualquier avance podría ser retroceso en unos meses.

Y a nivel doméstico, el escenario también es complicado para Kim, pues se sospecha que la situación norcoreana debe haberse agravado mucho desde el principio de año. Y, como si fuera poco, sus escasas apariciones, tan solo tres veces desde el 11 de abril, dejan muchas interrogantes en el aire.