Vietnam es un país comunista, es decir, unipartidista, totalitario, represor y cruel por tanto con los opositores al régimen. Y este modelo emergió como emblema de las izquierdas mundiales tras la derrota de Estados Unidos en aquellas tierras que defendieron y embellecieron el terror vietnamita.
Pero los tiempos pasan y algunas cosas cambian. La guerra de Vietnam con Camboya y China, enemigos tradicionales, el hundimiento de la Unión Soviética y la progresiva pérdida de influencia del padrino ruso y el relativo éxito económico del país para salir de la catástrofe de sus guerras sucesivas ha aflorado un modelo don el terror se mantiene pero la economía ha perdido algo de rigidez y ha generado un bienestar relativo. Y al calor de esta situación han llegado empresas occidentales, se han firmado contratos con Estados Unidos y se ha escenificado un llamativo clima de acercamiento entre Washington y Hanoi.
Sin embargo, no todo es claro en esa relación. Un documento elaborado hace unos meses por el Buró Político del Partido Comunista vietnamita pero conocido ahora y difundido por la BBC y varios medios revela disensiones internas desconocidas pero no demasiado sorprendentes. Algunos dirigentes llaman la atención sobre la “maligna influencia” de las empresas occidentales y lo que consideran riesgos para la seguridad nacional del país en los acuerdos con Estados Unidos.
Este asunto puede tener orígenes profundos y oscuros y consecuencias largas. Para Estados Unidos, los acuerdos con Vietnam, además de beneficios comerciales, tienen consecuencias geopolíticas apreciables. Vietnam mantiene disputas territoriales y políticas con China y es una pieza estratégica fundamental en el freno a los intentos de Pekín de imponer su control completo en el Mar de la China meridional. Y para China, por añadidura, es esencial neutralizar la influencia de EEUU en la península de descartar que el PC chino haya logrado alguna influencia en el PC vietnamita para empezar a manchar de sospecha las nuevas alianzas.
