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En la inauguración del Campeonato Mundial de Taekwondo del pasado junio en Muju, Corea del Sur, el presidente Moon Jae-in dijo que quería que las dos Coreas compitieran como un solo equipo el próximo año en los Juegos Olímpicos de Invierno de 2018 que se celebrarán en Pyonyang y destacó el Campeonato Mundial de Tenis de Mesa de 1991 como el mejor ejemplo. Sin embargo, el miembro del Comité Olímpico Internacional (COI) de Corea del Norte, Chang Ung, descartó la idea de un equipo Norte-Sur, explicando al diario Dong-a Ilbo que se trataba de un objetivo poco realista en el actual clima político.
El presidente Moon defiende como propuesta política cambiar el ritmo de las relaciones con Corea del Norte y propiciar una distinción a través del acercamiento indirecto y de un discurso de apaciguamiento muy del gusto del buenismo europeo y de la política basada en las buenas intenciones. Una política que, lamentablemente, choca no solo con los planteamientos de la Administración Trump (aunque coincide con los de China) sino también con las experiencias de la historia. En opinión de Moon, ese compromiso debe ser utilizado como herramienta de presión para aliviar las tensiones existentes entre los dos Estados y convencer al Norte a abandonar sus desafios constantes, más concretamente los referidos a los programas nucleares y a los misiles balísticos.
La propuesta deportiva llega con ecos de Mandela, Sudáfrica, el fútbol y el rugby, pero no parece haber tenido, de momento, el mismo eco. «Necesitamos más de 22 rondas de conversaciones para establecer un equipo conjunto de tenis de mesa para los mundiales de 1991. Nos llevó cinco meses de arduo trabajo», recordó Chang.
Las políticas de apaciguamiento debe ser muy meditadas. No sólo por los resultados que obtuvieron estrategias semejantes en los años treinta contra Hitler, que desembocaron en lo que desembocaron; con la URSS respeto a Hungría y con Rusia en Georgia y Ucrania (todas ellas antesalas de avances de los agresores) sino porque en el caso concreto de Corea del Norte son vistas ya como rendiciones parciales.
No hay que caer sin embargo en una actitud de dureza frontal inamovible. Las ofertas de acercamiento, si no van unidas a una demostración de llegar a donde haya que llegar si se produce una agresión no sirven para nada más que para consolidar las provocaciones. Ese es el riesgo y ese es el horizonte.