Nunca antes se había esforzado tanto China en visualizar su desacuerdo con Corea del Norte como con ocasión del lanzamiento de misiles norcoreanos al Mar del Japón de hace unos días. ¿Qué está pasando?
Pues pasa que la situación internacional es muy dinámica; el escenario de la órbita geostratégica China está cambiando y la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump y sus anuncios atrabiliarios está llenando de incertidumbre los ámbitos de toma de decisiones por desconocerse a dónde va la política exterior de Estados Unidos. Y en esta situación, el pragmatismo ha entendido que seguir con las pautas de provocación y exigencia de concesiones de Pyongyang, ya no sólo tiene menos garantías de éxito, sino que puede desencadenar una situación incontrolable en la que Pekín no tiene garantías de obtener ventajas. Y hay datos que parecen indicar que el régimen norcoreano está metido en una dinámica de huida hacia adelante que tal vez esté determinada por luchas internas por el poder. El asesinato del hermano mayor del “querido líder” por parte de sus servicios secretos apuntaría en esta dirección.
En este contexto, consciente o inconscientemente, China está ofreciendo una ventana de oportunidad para, al menos, definir un nuevo marco de estabilidad. Si Pyongyang sigue exhibiéndose como “Estado gamberro”, si Pekín ve riegos y requiere un marco estable para defender mejor sus intereses y si Rusia, en creciente protagonismo en todos los frentes, está redefiniendo su política el Pacífico, es difícil explicar la ausencia de Asia-Pacífico de la agenda europea.
Esto hace, y comienza a ser ya un triste tópico, más peligrosa la sensación de que el presidente Trump se mueve por impulso o quién sabe si a empujones de lobbies con intereses corporativos cortoplacistas.