Home Asia INTERREGNUM: China en la cumbre de Vilna. Fernando Delage

INTERREGNUM: China en la cumbre de Vilna. Fernando Delage

por: 4ASIA
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La cumbre de la OTAN celebrada en Madrid en junio del año pasado incluyó por primera vez como invitados a los líderes de Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda. La presencia de estos socios asiáticos (los conocidos como AP4) puso de relieve la naturaleza global de los asuntos de seguridad y la preocupación compartida por el desafío que representa el ascenso de China para el statu quo internacional. El imperativo de la cooperación entre socios transatlánticos y transpacíficos ha vuelto a estar en la agenda de la cumbre de 2023, organizada en esta ocasión en la capital de Lituania. Aunque Rusia y el debate sobre la eventual adhesión de Ucrania han sido el tema central de discusión, la relación Moscú-Pekín y las implicaciones de las acciones chinas fueron igualmente tratadas por los participantes en el encuentro. Una vez más quedaron patentes, no obstante, las dificultades para dar forma a un consenso europeo.

Tras la adopción el pasado año de un nuevo concepto estratégico que, entre otras cuestiones, describió el desafío que representa China para los “intereses, seguridad y valores” de la Alianza Atlántica, el secretario general, Jens Stoltenberg—quien visitó oficialmente hace unos meses Tokio y Seúl—ha insistido en que la OTAN debe prestar una atención sostenida a la República Popular y a la dinámica del Indo-Pacífico. Es un objetivo que cuenta con la misma disposición por parte del cuarteto asiático: la rápida reacción de la Alianza a la invasión rusa de Ucrania la convierten en un socio más que deseable como contrapeso disuasorio de una China más ambiciosa.

En la sesión conjunta mantenida con el AP4, y en la que de manera significativa también participaron los presidentes de la Comisión Europea y del Consejo, Ursula von der Leyen y Charles Michel, respectivamente, se intercambiaron puntos de vista sobre el conjunto de temas relevantes tanto para la seguridad europea como para la asiática. Cabe destacar, entre ellos, la inquietud sobre el riesgo de control por China de infraestructuras críticas, sus acciones de coerción económica, las operaciones de influencia y desinformación de Pekín, la cooperación de seguridad con el Kremlin, el aumento de sus capacidades militares, o las consecuencias de un conflicto en el estrecho de Taiwán. Ya se trate de posibles contingencias militares o del fortalecimiento de las cadenas de suministro, el papel de estos países asiáticos resulta fundamental para los intereses occidentales.

La posición que adopte la Alianza Atlántica sobre China es especialmente importante para Estados Unidos, principal miembro de la organización y potencia percibida como rival por Pekín. Por esa misma razón, el futuro de la OTAN y de las relaciones transatlánticas no pueden desvincularse de cómo norteamericanos y europeos se aproximen a esta cuestión. Puesto que un desafío a Estados Unidos en Asia no dejará de tener consecuencias para la OTAN y para la seguridad europea, establecer prioridades comunes y acordar un equilibrio entre ambos escenarios es una exigencia para los aliados si quieren formular una estrategia eficaz hacia la República Popular.

La identificación de esa necesidad no asegura, sin embargo, que esa aproximación se produzca. Así lo demuestran, por ejemplo, el problema de Taiwán o los desacuerdos sobre la apertura de una oficina de la OTAN en Tokio. Con respecto al primer asunto, las declaraciones del presidente de Francia, Emmanuel Macron, a su regreso de su viaje a China en abril, a favor de la neutralidad europea, alarmaron a Washington. Pero no parece ser el único lider europeo que piensa que el Viejo Continente no tiene nada en juego. La recién aprobada estrategia de seguridad nacional de Alemania no menciona a Taiwán ni una sola vez. El canciller Olaf Sholtz se muestra por otra parte reticente a sumarse a la más firme política hacia Pekín  defendida por la Comisión Europea, y prefiere que sea la industria de su país la que decida el grado de dependencia de China que más le convenga, minusvalorando sus riesgos estratégicos.

Esa resistencia de los principales Estados miembros a que la UE asuma una proyección geopolítica aparece igualmente cuando la OTAN discute sobre el Indo-Pacífico, aunque nadie esté planteando una ampliación de los límites geográficos establecidos por los artículos 5 y 6 del tratado de Washington. Aunque ya existe una oficina de enlace en Asia central, ha sido de nuevo Macron quien se ha manifestado en contra de abrir otra en Tokio (opinión compartida naturalmente por Pekín), por tratarse de un continente ajeno. Según el Elíseo, tampoco las autoridades japonesas tendrían especial interés, una información que fue desmentida por el gobierno de Fumio Kishida.

A falta de conocer el comunicado final de la cumbre cuando se redactaban estas líneas, las divisiones entre los europeos complican la posición de la Alianza sobre China, y erosionan la unidad transatlántica. Si Washington duda del apoyo europeo a sus problemas en Asia, quizá el Viejo Continente precipite su aislamiento, sin haber podido desarrollar esa autonomía estratégica que Macron más que nadie ha defendido como indispensable.

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