Con la inauguración, el 5 de marzo, de la reunión anual de la Asamblea Popular Nacional, arranca en China la preparación formal del próximo Congreso quinquenal del Partido Comunista. El XIX Congreso renovará en otoño sus principales órganos, incluyendo el Comité Permanente del Politburó, el corazón del poder político chino. Decidirá asimismo sobre las grandes orientaciones de la política nacional hasta el Congreso siguiente, cuya celebración, en 2022, coincidirá con el centenario de la fundación del Partido el año anterior.
Los analistas observarán con atención cualquier señal que pueda producirse en la Asamblea con respecto a las figuras en ascenso. De los actuales siete miembros del Comité Permanente, cinco abandonarán la política y sus sustitutos serán quienes formarán el núcleo de la sexta generación de líderes. Importa, sobre todo, confirmar si esos nuevos miembros serán cercanos al secretario general, Xi Jinping, y éste logrará por tanto imponer su criterio y ver así posibilitada su intención—según creen numerosos observadores—de abandonar las reglas establecidas en su día por Deng Xiaoping, y continuar en el poder más allá de los dos mandatos previstos tras el Congreso de 2022.
Las decisiones de la Asamblea permitirán llegar a algunas conclusiones sobre si se confirma el regreso de un liderazgo unipersonal. Pero no menos relevante será la discusión sobre las reformas, cuya ejecución está en gran medida paralizada por el temor de las autoridades a perder el control político de la economía. El nombramiento, el 24 de febrero, de cuatro nuevos ministros en el área económica, y el próximo relevo al frente del Banco Central, da idea de la estrecha relación existente entre ambas esferas.
Pese a la necesidad de cambiar el modelo de crecimiento económico de las últimas tres décadas, durante los primeros cinco años de su mandato Xi ha dado prioridad a la política, luchando contra la corrupción, centralizando el poder en su figura, imponiendo unas estrictas normas de disciplina en el Partido, y reafirmando el discurso ideológico. Desde su nombramiento como secretario general en 2012, Xi intentó superar la fragmentación interna y mejorar los mecanismos de decisión, para fortalecer la organización—la implosión de la Unión Soviética es un ejemplo permanente—y lograr un liderazgo más eficaz.
La Asamblea y el Congreso ratificarán sus poderes y su estrategia. Pero el margen para hacer realidad sus ambiciones se estrecha. De conformidad con su programa, el PIB chino habrá de duplicarse en 2021 con respecto al de 2010. Quizá el Congreso sea la ocasión para reactivar las reformas estructurales, una vez que Xi se ha concentrado en intentar eliminar buena parte de las resistencias a las mismas. La política, sin embargo, ha ido en la dirección contraria de lo que necesita la economía. Pueden perseguirse atajos para evitar los cambios políticos sin renunciar al crecimiento, como el hincapié en la innovación y las tecnologías, o la búsqueda de un nuevo motor de desarrollo en el exterior (como la iniciativa de la Ruta de la Seda). Pero pretender tener una economía moderna con un sistema político premoderno es un dilema de difícil solución.