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Rusia-China: grietas en el subsuelo político

Algunos expertos vienen advirtiendo de que, debajo de la publicitada luna de miel política y sobre todo comercial entre Rusia y China, se abren algunas grietas asentadas en viejos contenciosos históricos y recelos de Moscú ante el aprovechamiento que Pekín está haciendo de las vulnerabilidades rusas para desplazar la influencia eslava en Asia Central y a lo largo de los más de 4.000 kilómetros de la frontera que comparten.

Desde el punto de vista coyuntural, las relaciones comerciales con China estás permitiendo a Rusia sortear con menos dificultades la situación en la que su gobierno se ha metido con su criminal aventura en Ucrania. Rusia da salida a productos que ahora no compra Occidente y China consigue petróleo ruso a 30 dólares el barril. Pero desde el punto de vista estratégico que exige mirar más allá de lo cotidiano,  Rusia ve cómo, a medio plazo, China avanza en su aspiración de ser la gran potencia centro asiática en lo que siempre fue el patio trasero ruso y su plataforma para contrarrestar las influencias occidentales, tradicionalmente británicas, en la península indostánica, Afganistán y el flanco oriental de Oriente Medio.

Estos hechos no deben ser perdidos de vista pues forman parte también de las ambiciones y aspiraciones de los gobernantes, actores secundarios pero imprescindibles, de aquellos países desligados hace décadas de lo fue el poder soviético y su influencia. Esos países, con fronteras discutidas entre sí, con aparatos militares y de seguridad de inspiración soviética y con asesores rusos, ven como renacen brotes separatistas, intentonas terroristas islamistas y maniobras de terceros países que quieren pescar en rio revuelto. Y, así, ante los problemas rusos, estos gobiernos intercambian cada vez más guiños con el gobierno de Pekín, necesitado a su vez de estabilidad en la región para sus proyectos de extender y blindar sus rutas comerciales, terrestres y marítimas, hacia Europa y Occidente.

Además, la existencia de importantes minorías islámicas en China que ven negados sus derechos de manera aún más brutal que para el resto de los chinos y que están emparentados étnicamente con los territorios de la frontera occidental china, añaden motivos para que China se vea obligada a estar más presente en la región.

Este complejo escenario lastra y limita las relaciones ruso chinas y condiciona el panorama geoestratégico a medio y largo plazo pues contamina y condiciona otros escenarios cercanos y no menos tensos ni menos conflictivos.

 

 

THE ASIAN DOOR: China en la agenda global frente al G7. Águeda Parra

Con la retirada definitiva de las tropas de Estados Unidos de Afganistán bajo la administración Biden en agosto de 2021, Washington comenzaba una nueva edición del Pivot to Asia anunciado por el presidente Obama justo una década antes. El desafío que supone una China mucho más asertiva ha propiciado que la administración Biden amplíe el ámbito de interés de Asia Pacífico para abarcar la región del Indo-Pacífico diez años después, perdiendo el foco sobre Asia Central. A este vacío dejado por Washington en la región se suma además la pérdida de influencia de Rusia después de un año de guerra con Ucrania. Mientras Rusia ha sido durante décadas uno de los actores externos más relevantes de la geopolítica de Asia Central, es Pekín quién ahora avanza en su estrategia de ampliar su esfera de influencia en la región aprovechando las decisiones tomadas por Washington y Moscú en su agenda estratégica.

De hecho, el gigante asiático considera la I Cumbre China-Asia Central celebrada en la ciudad de Xi’an como uno de los eventos más importantes de 2023. Diseñada para contrarrestar el efecto de la reunión del G7 en Hiroshima, el encuentro de Xi Jinping con los cinco países que conforman la región de Asia Central, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán, antes parte de la extinta Unión Soviética, busca además destacar que China también es un actor relevante en asuntos globales. La región, rica en recursos, centra el interés de los lazos comerciales y energéticos que persigue impulsar China, aunque “salvaguardar la paz regional” siempre ha ocupado un lugar destacado en la política exterior de Pekín hacia la región, de ahí que los acuerdos alcanzados busquen “ayudar a los países de Asia Central a reforzar sus capacidades de seguridad y de defensa”. La frontera que comparte Asia Central con la provincia china de Xinjiang incentiva, asimismo, los esfuerzos de Pekín por fomentar la prosperidad económica que permita reducir la tensión étnica y la presión por el terrorismo yihadista que amenaza la región.

El compromiso de China con Asia Central lleva asociado, tras esta cumbre, 3.700 millones de dólares en nuevos préstamos y subvenciones a los antiguos estados soviéticos para impulsar la cooperación en proyectos energéticos y el desarrollo de infraestructuras. En este caso, el objetivo de Pekín es vincular estos países al esquema de conexiones fomentado por la iniciativa de la nueva Ruta de la Seda, reduciendo así la dependencia de las rutas comerciales con Rusia. Los acuerdos alcanzados durante la cumbre buscan también promover mayor inversión en la región, superando la cifra récord de 70.000 millones de dólares alcanzados en 2022 entre los cinco países, además de impulsar el comercio y los intercambios militares.

La cumbre de dos días marca una nueva etapa en las relaciones comerciales partiendo de un escenario de por sí ya favorable para China, ya que el volumen de negocio de Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán fue mayor con el gigante asiático que el generado con Rusia o con el bloque del G7 durante 2022, según el Fondo Monetario Internacional. El petróleo, gas natural y cobre protagonizan los flujos comerciales con China, de ahí el creciente interés de Pekín por la región. En este sentido, los acuerdos alcanzados con Kazajistán y Uzbekistán para garantizar el suministro estable de gas a China buscan ampliar el volumen del 6,4% de las importaciones de gas que el gigante asiático recibió de estos dos países en 2021.

En el caso de Kirguistán, la cooperación se subscribe al ámbito financiero, sumándose al grupo de países como Arabia Saudita, Brasil y Rusia que impulsarán el comercio con China utilizando las monedas locales. Bajo este nuevo esquema de relación, aumenta el protagonismo del yuan como alternativa a los pagos internacionales mientras se reduce la dependencia del dólar como vía para mitigar el impacto de posibles repercusiones geopolíticas.

Las puertas de Asia Central se abren así para China después de la primera cumbre presencial con sus líderes, la inaugural se produjo online el año pasado, mientras Rusia sigue envuelto en la guerra con Ucrania y se reduce la hegemonía de Estados Unidos en la región. Un esfuerzo más de Pekín por seguir consolidando su esfera de influencia en el considerado como patio trasero de Rusia, aportando otros canales de inversión que sustituyan los destinados por el Kremlin a la guerra de Ucrania, mientras las relaciones con Occidente no pasan por su mejor momento.

 

Asia Central: China redobla esfuerzos

Hace un mes, en una cumbre del gobierno chino con ministros de Relaciones Exteriores del Asia Central y ex soviética, a la que asistieron el viceprimer ministro y ministro de Relaciones Exteriores de Kazajistán, Murat Nurtleu, el ministro de Relaciones Exteriores de Kirguistán, Kulubaev Zheenbek Moldokanovich, el ministro de Relaciones Exteriores de Tayikistán, Sirojiddin Muhriddin, el primer viceministro de Relaciones Exteriores de Turkmenistán, Vepa Hajiyev, y el ministro de Relaciones Exteriores de Uzbekistán, Bakhtiyor Saidov. China escenificó su oferta de ser el nuevo Gran Hermano de la región en sustitución progresiva de una Rusia enredada en Ucrania, exhausta, y empeñada en una victoria completa que, de momento, parece imposible.

A esta cumbre seguirá otra en pocos días en la que China insistirá en un estrechamiento de lazos, haciendo hincapié en la asistencia mutua y aumentar el apoyo recíproco con respeto mutuo a los caminos de desarrollo elegidos en función de las propias condiciones nacionales, su apoyo mutuo y firme en las cuestiones tocantes a sus respectivos intereses medulares, así como una oposición resuelta a la injerencia de las fuerzas externas en los asuntos internos. También dijeron que nunca permitirían a nadie ni a ninguna fuerza crear caos y turbulencias en Asia Central.

Es la doctrina oficial china de penetración blanda en sus zonas de interés sin admitir el cuestionamiento de su sistema autoritario ni de los regímenes pseudo democráticos de la región heredados de la Rusia soviética. Además, se trata de bloquear influencias occidentales que abran las puertas a mercados más abiertos y a una fortaleza institucional que garanticen libertades y bienestar.

Para China es vital esa región que haga de colchón entre China y Rusia, facilite las rutas comerciales terrestres chinas hacia Occidente y permita a Pekín constituirse en en gran gendarme internacional cuyo papel ha venido imputando críticamente Pekín a Estados Unidos. A la vez, la diplomacia china está actuando intensamente en la periferia de esa región con los gobiernos de Irán, Arabia Saudí y, con más precauciones pero no menos interés, con Israel.

Todo esto ocurre, además, en el maro de cierta desaparición de la presencia occidental tras el retraimiento parcial de Trump, no corregido por Biden, y la incapacidad de la Unión Europea para impulsar iniciativas propias, tal vez porque entre sus componentes hay intereses contrapuestos respecto, precisamente, a Irán, Arabia Saudí e Israel.

Rusia, liderazgo en declive en Asia Central

La Conferencia de Shanghái fue una iniciativa rusa, con China de socio menor, para reunir y liderar a las naciones de centro Asia que fueron integrantes de la URSS y que se despliegan desde las fronteras de Rusia a las de China, justo al norte de la inestable región que va desde la frontera de India a la de Israel y el Mediterráneo. Fue, y es, un intento de aparecer como una OTAN oriental solo que integrada por países autoritarios en su mayoría y como instrumento para mantener y blindar la influencia y el control de Moscú.

Pero la invasión rusa de Ucrania, la desastrosa gestión militar del conflicto, el reforzamiento automático de la OTAN (la de verdad, la que protege los sistemas democráticos) y los consiguientes problemas económicos para la potencia agresora ha cambiado el escenario.

En la reunión de la Conferencia de Shanghái de hace unos días, Rusia ha parecido como un padrino viejo y el decadencia al que China e India le reprochan sus problemas en Ucrania y Pekín, en concreto, ejerce como aspirante a potencia líder en una región con alta inestabilidad.

Para colmo, coincidiendo con la cumbre, Azerbaiyán, aprovechando la debilidad de Rusia, potencia avalista del acurdo de paz con Armenia, ha intentado reabrir el conflicto cuyo último acto ganó para obtener nuevas ventajas y, el extremo este y por la misma causa de la debilidad rusa, Kirguistán y Tayikistán, han reabierto, a tiros, su viejo litigio fronterizo surgido, como más al oeste, de la arbitraria delimitación de fronteras que impuso Rusia tras el derrumbamiento de la URSS.

Y de todo esto surge China como potencia alternativa, pragmática, solvente y, por el momento, en una mejor situación económica, aunque, también de momento, con carencias energéticas y militares para un liderazgo indiscutible.

INTERREGNUM: China en Asia central. Fernando Delage

La guerra de Ucrania y las sanciones impuestas a Rusia han incrementado la importancia económica y geopolítica de Asia central para las potencias vecinas. Así quedó de manifiesto en el tercer foro C+C5 (integrado por China y las cinco repúblicas centroasiáticas), celebrado en Kazajstán el pasado mes de junio. Los participantes acordaron un plan de acción de diez puntos que aspira, entre otros objetivos, a avanzar en la interconectividad regional (impulsando en particular la conexión ferroviaria China-Kirguistán-Uzbekistán), reducir el uso del dólar, y fortalecer la cooperación en la lucha antiterrorista y con respecto a Afganistán. En lo que supone un reconocimiento de la mayor relevancia de la región para los intereses chinos, el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, anunció que, a partir de su próxima reunión, el foro se eleva a nivel de jefes de Estado.

Como América Latina, África y Oriente Próximo, Asia central forma parte de ese mundo emergente al que la República Popular parece recurrir como un colchón con el que amortiguar la presión estratégica que representa Estados Unidos, y como instrumento para la construcción del orden multipolar que desea. Si realmente existe un plan estratégico tan claro por parte china, es algo discutido, sin embargo, entre los observadores.

Dos autorizados expertos niegan que ese sea el caso en Asia central. Según escriben Raffaello Pantucci y Alexandros Petersen en un reciente libro (Sinostan: China’s inadvertent empire, Oxford University Press, 2022), son básicamente los intereses derivados de sus imperativos internos los que determinan el papel de la República Popular en la zona. Los recursos naturales que necesita para su economía y sus preocupaciones de seguridad, muy especialmente en relación con Xinjiang, constituyen las dos grandes prioridades que guían la interacción entre China y las naciones centroasiáticas. Esas necesidades han conducido a una creciente presencia china, pero sin que Pekín—señalan—haya valorado todas sus consecuencias. Su visión sobre el futuro de Asia central estaría todavía por definir.

Basado en el trabajo realizado durante años por los autores en esta parte del mundo (Petersen murió en un atentado en Afganistán en 2014), el libro tiene la virtud de no limitarse a la reflexión académica. Más allá del análisis convencional de intercambios comerciales, inversiones y maniobras geopolíticas, son las historias y entrevistas personales sobre el terreno las que ofrecen una mejor comprensión de los movimientos de las grandes potencias en el corazón de Eurasia. Es un libro útil asimismo para entender la relación de Pekín con Rusia. Pese a su actual convergencia frente a Occidente, Moscú ve con escasas simpatías el rápido aumento del peso económico de China en su vecindad, así como su pérdida de control en la Organización de Cooperación de Shanghai. Una Rusia debilitada—y unos Estados Unidos ausentes de la región—benefician a priori a la República Popular, aunque también tiene que gestionar un escenario más complejo.

La invasión de Ucrania ha introducido, en efecto, nuevas variables. La República Popular debe ahora navegar entre su apoyo a Putin y su acercamiento a unos países que quieren distanciarse de Moscú. La caída de la economía rusa está hundiendo las estimaciones de crecimiento en Asia central, mientras que las consecuencias políticas de la guerra hacen de China un socio más atractivo. Los hechos empujan por su parte a Pekín a reajustar su conceptualización de la región en el marco de su rivalidad geopolítica con las democracias occidentales. Esta es probablemente una de las principales señales lanzada por la cumbre del C+C5, cuyo comunicado final también incluyó la promoción de la Iniciativa de Seguridad Global de Xi Jinping, la propuesta anunciada por el presidente chino en abril como estructura alternativa a las alianzas de Estados Unidos.

INTERREGNUM: Rusia y China en Asia central. Fernando Delage

La retirada norteamericana de Afganistán no ha puesto fin a los riesgos de inestabilidad en Asia central, lo que ha conducido a los Estados de la subregión a recurrir a la ayuda de Rusia y China, potencias ambas no menos inquietas por la incertidumbre que rodea a todo lo relacionado con los talibán. Un frente de especial intensidad en las últimas semanas ha sido Tayikistán, país en el que tanto Moscú como Pekín han reforzado de manera significativa su presencia.

Sólo unos días después de la caída de Kabul, Rusia realizó maniobras militares con Uzbekistán, primero, y con Tayikistán, después. Las segundas, con un mayor número de tropas, y realizadas a unos 20 kilómetros de la frontera con Afganistán, simularon un ataque terrorista desde este último país. Poco después fue China quien realizó ejercicios antiterroristas con la policía y los cuerpos de seguridad tayikos. En octubre, la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, liderada como es sabido por Moscú, realizó otros cuatro ejercicios militares en la misma zona, mientras Pekín ha optado por ampliar sus activos en la más pequeña de las repúblicas centroasiáticas.

Aunque no hay evidencias de la presencia de separatistas uigures en Tayikistán, al gobierno chino le preocupa que grupos radicales de Xinjiang puedan utilizar el país como zona de tránsito para sus acciones violentas. Si bien tanto Dushanbe como Pekín han negado oficialmente su existencia, la República Popular contaría desde 2016 con el uso de unas instalaciones militares cercana al corredor de Wakhan, espacio en el que coinciden las fronteras de ambas naciones con Afganistán. Según ha trascendido, el gobierno tayiko habría propuesto la cesión a Pekín de la propiedad de dichas instalaciones a cambio de un mayor apoyo financiero chino a las unidades de su ejército desplegadas a lo largo de la frontera con Afganistán. De manera simultánea, el Parlamento tayiko dio el 27 de octubre el visto bueno a una nueva base militar de cuya construcción se ocupará China, aunque según el gobierno será ocupada sólo por tropas nacionales.

No es probablemente casualidad que dicha aprobación se produjera sólo 48 horas después de que el ministro chino de Asuntos Exteriores, Wang Yi, se reuniera en Doha con el viceprimer ministro afgano, Mullah Baradar (primer encuentro al más alto nivel entre ambos países desde que los talibán retomaran el control del país); y el mismo día que en Teherán se celebraba un encuentro de Wang y su colega ruso, Sergey Levrov, con sus homólogos de Irán, Pakistán, Uzbekistán, Turkmenistán y Tayikistán, en seguimiento de la reciente cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (celebrada en Dushanbe el 17 de septiembre), dedicada monográficamente a Afganistán.

El comunicado conjunto adoptado en Teherán reiteró la necesidad de reconstituir una “estructura política en la que participen todos los grupos étnicos”, e hizo hincapié en la “soberanía nacional, independencia política e integridad territorial”, sin olvidar un llamamiento a la comunidad internacional para proporcionar a Afganistán la ayuda económica y humanitaria que le permita “realizar una transición estable”. Para Pekín la prioridad es contar con una interlocución viable con Kabul que le permita avanzar en sus planes para integrar a Afganistán en los corredores económicos China-Pakistán y China-Irán.

La frenética actividad diplomática desplegada desde mediados de agosto da idea de la preocupación regional por el impacto de los acontecimientos en Afganistán, pero también de la carga que Moscú y Pekín se van a ver obligados a asumir. La mayor presencia china en la seguridad de Asia central no será coyuntural y, además de fuente de posibles nuevos riesgos para los intereses de la República Popular, puede ser causa asimismo de tensiones con Rusia, pese a sus compartidos objetivos antiterroristas.

Asia central: una desestabilización que avanza

La estrategia china de reconstruir una nueva Ruta de la Seda hacia Occidente, el conflicto con la minoría uigur y la reaparición de viejas disputas fronterizas entre repúblicas que fueron soviéticas y en las que Moscú imponía el orden con mano de hierro militar, ha acercado a Rusia y China, sin ocultarse del todo su desconfianza mutua. China necesita una región lo suficientemente estable para tender sus infraestructuras, su influencia y su red comercial y Rusia necesita no perder su padrinazgo actual, frenar el crecimiento islamista y evitar que por estas brechas se creen condiciones para influencias ajenas entre las que chinos y rusos temen que estén las manos de Washington y Londres, aunque, de momento, solo Turquía está en situación de ser el tercer protagonista por razones culturales y étnicas.

Por lo pronto, gobiernos y agencias estatales de comunicación, es decir de propaganda, de Rusia y China, han decidido coordinar una campaña de “desmentido de noticias falsas” para negar la represión del gobierno chino sobre los uigures, acusar a los gobiernos occidentales de hipocresía y defender las medidas chinas como de “integración y freno del fundamentalismo islamista”. Es significativo observar cómo medios de comunicación estatales y semisestatales de otras zonas geográficas como Siria y Argelia, por poner dis ejemplos se hacen eco, con grandes alardes tipográficos del “desmentido” chino-ruso.

Y en ese marco, el conflicto fronterizo entre Tayikistán y Kirguizistán, en la disputa por el acceso a las fuentes de agua del valle de Golovnoj, viene a añadir incertidumbre. Los enfrentamientos, inicialmente protagonizados por pueblos vecinos en una frontera sin delimitar con precisión, acabaron arrastrando a los guardias fronterizos de ambos países cuando Tayikistán instaló unas cámaras de vigilancia en la zona.

En sí mismo, no parece que estos incidentes vayan a ir a más pero revelan la alta inestabilidad de la región en laque confluyen muchos intereses estratégicos y que está tan próxima a las tensiones en Afganistán, Irán, Pakistán e India. Y ahí es donde se echa de menos conocer cuál es la política y con qué recursos cuentan la Unión Europea y EEUU, hasta qué puntos coinciden y cuanto margen puede concederse a gobiernos autoritarios como Rusia y China, con indudable capacidad y responsabilidad en la región, para imponer un estatus que, a medio y largo plazo no parece destinado al fortalecimiento de las libertades.

Uigures: una historia trágica (1). Nieves C. Pérez Rodríguez

Los uigures son una etnia del centro de Asia, cuya mayoría se encuentran en Xinjiang, una región china ubicada al extremo oeste del país, que limita con India, Paquistán, Afganistán, Tajikistan, Kirguistan, Kazajstán, Rusia y Mongolia.  Y que es además paso obligado y estratégico de la famosa Ruta de la Seda de Xi Jinping.

Xinjiang es la región autónoma de mayor dimensión en China. Y, en efecto, es de las regiones autónomas más grande en el mundo, con 1.6 millones de km2. Cuenta con una enorme riqueza en recursos naturales, concentra un tercio de las reservas de gas y petróleo chino, y es, de hecho, la zona de donde se extrae la mayor cantidad de gas en China a día de hoy.

Xinjiang tiene una población pequeña, comparado proporcionalmente con el resto de la Península china, y una geografía que dificultan la supervivencia humana, debido a su topografía. Sus áridos paisajes y temperaturas extremas varían radicalmente de una estación a otra. En los meses de verano las temperaturas pueden llegar a superar los 45 grados, mientras que en la primavera las constantes tormentas de arena y lluvias no hacen la vida más fácil. Y durante el invierno las heladas pueden llegar hasta los -16, que con el precario desarrollo de la zona, lo hace un sitio poco atractivo para habitar.

Sin embargo, los uigures han habitado esta zona durante siglos. De acuerdo a un artículo de la revista Times del 2009, los uigures descienden de los antiguos comerciantes sogdianos, y Marco Polo en su momento ya les identificó. Tienen origen turco, y a día de hoy se calcula que unos 10 millones de uigures habitan este territorio chino, ubicándose específicamente en el sur oeste de la Cuenca de Tarim. Aunque se cree que esparcidos por el mundo viven entre 1 a 1.6 millones -de acuerdo a cifras que maneja el “Congreso Mundial de los Uigures”-. Con un idioma propio, que es una especie de turco asiático similar al que se habla en Uzbekistán, son un grupo étnico bastante cerrado que ha mantenido su cultura y tradiciones herméticas a través de los años, hasta el punto de que la mayoría no pueden comunicarse en mandarín.

A diferencia de muchas otras tribus nómadas de Ásia Central, los uigures son un pueblo urbano cuya identidad ha florecido paralelo con la Ruta de la Seda a través de la historia. Y sus características físicas son una prueba de ello. Unas mezclas de rasgos y ojos de colores diversos, dan testimonio de un legado europeo y asiático.

En cuento a sus prácticas religiosas, la mayoría de los uigures son musulmanes y practican una forma moderada de Islam suní. Aunque hay un pequeñísimo grupo cristiano que se cree representa tan sólo el 2% de la comunidad.

El gobierno chino, desde mediados de los años cincuenta ha intentado repoblar Xinjiang, y para ello han movilizado progresivamente chinos Han, que son el grupo étnico más grande tanto en China como en el mundo, y que originalmente proviene del este de China.

Esta repoblación calculada ha sido justificada por la necesidad de mano de obra para el desarrollo de la Ruta de la Seda. Pero también tiene el propósito de equilibrar la población en Xinjiang. Y la consecuencia de esta repoblación ha sido que los uigures pasaron de ser mayoría en Xinjiang a ocupar tan sólo el 40% de la población regional. Lo que, como es lógico, ha abierto brechas y avivado conflictos.

El Estado chino mantiene en estricta vigilancia a los uigures, justificados en su creencia musulmana y el posible riesgo de ataques terroristas, que en efecto ha habido, aunque pocos. Pero que Beijing usa como excusa para poder mantener el control social. Para ello tiene unos centros vocacionales (según el nombre oficial), pero que según las declaraciones de víctimas y expertos son más bien campos de concentración o re-educación forzosa, que, de acuerdo con cifras suministrados por la BBC a día de hoy, reúnen a más de 1 millón de uigures privados de libertad y recibiendo re-educación para abandonar sus creencias, pues las permitidas por el estado chino son sólo las comunistas y el culto al líder. (Foto: Carsten Ten Brink, flickr.com)

INTERREGNUM: A vueltas con Eurasia. Fernando Delage

La restauración de Eurasia como concepto geopolítico, acompañada de la integración económica de este mismo espacio a través de la Nueva Ruta de la Seda que impulsa Pekín, ha sido una referencia constante en esta columna a lo largo de su primer año de vida. En un contexto de redistribución de poder, las acciones chinas durante los últimos años revelan que sus estrategas, buenos estudiosos de los padres fundadores de la geopolítica, intentan aplicar a un mismo tiempo las lecciones de Sir Halford Mackinder sobre el poder continental y las del almirante Alfred Thayer Mahan sobre el poder marítimo.

Una consecuencia de la transformación global en curso es la superación de la división que ha existido entre Europa y Asia a lo largo de la Historia. Pero si esa división—que no era geográfica—desaparece como resultado de la propia modernización de Asia, la pregunta inevitable es: ¿qué reglas del juego definirán en el siglo XXI las interacciones entre las grandes potencias en la mayor extensión terrestre del planeta? China quiere recuperar su posición central fomentando la integración de los Estados vecinos en su órbita económica. Rusia, consciente de su debilidad comercial y financiera, recurre a la disrupción para restaurar su estatus internacional. ¿Y Europa? ¿Sabe lo que quiere? ¿Cuenta con la estrategia necesaria para defender sus intereses y sus valores en este nuevo escenario? Son estos tres actores principales—a los que a no tardar mucho se sumará India—los que definirán la dinámica euroasiática. Y las posibilidades de un consenso no son muy elevadas.

De estos asuntos se ocupa el portugués Bruno Maçães en un fascinante libro de reciente publicación: The Dawn of Eurasia: On the Trail of the New World Order (Allen Lane, 2018). Pocos trabajos describen el espíritu y los grandes dilemas políticos de nuestra época como éste. El autor, exsecretario de Estado de Asuntos Europeos del anterior gobierno de Portugal, y doctorado en Harvard, combina una excepcional capacidad analítica con una brillante pluma. Si algunos capítulos responden a lo que cabe esperar de un riguroso estudio académico, otros describen los viajes del autor por oscuros lugares del Cáucaso o de Asia central, donde investiga de primera mano la irrupción de un único escenario euroasiático. Es un libro luminoso, que atrapa al lector y le obliga a considerar nuevas perspectivas sobre viejas variables.

Es demasiado obvio concluir que el mundo no será el mismo que hemos conocido durante los dos últimos siglos. Pero Europa debe dejar de engañarse a sí misma pensando que el desarrollo y la prosperidad llevará a los demás a parecerse a ella. Diferentes concepciones del orden político tendrán que coexistir en un mismo espacio. “Hemos entrado, escribe Maçães, en la segunda era de la globalización, en la que las fronteras son cada vez más difusas, pero las diferencias culturales y de civilización no, dando paso a un complejo inestable de elementos heterogéneos”. El orden mundial europeo es historia. Bienvenida sea la era de Eurasia.

INTERREGNUM: China en Afganistán. Fernando Delage

(Foto: Johannes Zielcke, Flickr) La reciente llegada a Kabul de un nuevo embajador chino, Liu Jinsong, es una indicación de la creciente importancia de Afganistán para Pekín. Liu, diplomático de carrera, nació en Xinjiang y fue director del Fondo de la Ruta de la Seda, una de las instituciones creadas por la República Popular para financiar la gran red de interconexiones a través de las cuales quiere integrar Eurasia. Su conocimiento de las complejidades de la zona y su experiencia sobre el proyecto estrella de la diplomacia china revelan las prioridades de su agenda.

Según diversos medios, China habría comenzado a construir una base militar en Badakhshan, en el corredor de Wakhan, la estrecha franja de territorio en el noreste del país que define la frontera de Afganistán con China, y que separa a Tajikistán de Pakistán. La ausencia de una conexión directa obliga a los chinos a acceder, precisamente, desde Tajikistán. Situado en uno de los lugares más remotos de Asia central, es un pasillo que Pekín cree utilizan los uigures en el exilio del Movimiento Islámico de Turkestán Oriental (ETIM), y que también podrían utilizar para entrar en China los militantes que regresen de Siria e Irak. Hace unos días, el gobierno chino ha negado que esté construyendo dicha base, aunque funcionarios afganos lo han confirmado con posterioridad. Los imperativos de seguridad de Pekín dan credibilidad a la noticia, fuente de inquietud al mismo tiempo para otras potencias, como Rusia, sorprendida por lo que revela sobre los vínculos militares entre China y Tajikistán.

El ministro chino de Asuntos Exteriores, Wang Yi, anunció por otra parte en diciembre que Afganistán formará parte del Corredor Económico China-Pakistán, uno de los proyectos centrales de la Ruta de la Seda, y el primero en fase de ejecución. Pekín quiere hacer del país uno de los nodos de interconexión de sus planes, y se habla de hasta seis proyectos distintos, incluyendo una carretera entre Peshawar y Kabul, y una autovía que uniría Pakistán con Afganistán y Asia central. La seguridad a lo largo del corredor, en el que trabajan miles de nacionales chinos, y la protección de las inversiones chinas en Afganistán, de especial relevancia en el sector minero, conducirán inevitablemente a una mayor intervención de Pekín.

Las actuaciones chinas son coherentes con el discurso de sus dirigentes sobre la estrecha relación que existe entre desarrollo y seguridad. Sin esta última no puede haber crecimiento, mientras que propiciar las bases para la prosperidad económica contribuirá a mitigar el radicalismo y el extremismo, y, por tanto, las amenazas a la integridad territorial de la República Popular. Pero los riesgos también existen: participar en el proceso interno de conversaciones con los talibán, como está haciendo, es un arma de doble filo, a la vez que las grandes potencias buscarán la manera de diluir el protagonismo diplomático de Pekín.