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Mar de la China, vuelta a la “normalidad”

Conforme avanza la llamada desescalada en la región de Asia Pacífico, las potencias y los aspirantes a serlo vuelven poco a poco a exhibir músculo militar, a enseñar los dientes a sus vecinos en peligrosas reafirmaciones de supuestos derechos.

Tras unas semanas de cierto parón, China ha vuelto a sus patrullajes por los mares en los que reclama soberanía, no admitida por los tribunales internacionales ni por sus vecinos, y en cuyo despliegue han ocasionados incidentes serios con barcos japoneses, estadounidense y vietnamitas.

Hay que recordar que en los pasados meses, China ha declarado el establecimiento de dos nuevos distritos administrativos, uno en las islas Spratly, que se disputa con Filipinas, Malasia, Taiwán, Vietnam y Brunéi; y otro en las Paracel, que también reclaman Vietnam y Taiwán. Manila presentó en abril un par de protestas diplomáticas ante China por dichas iniciativas y también a raíz de un incidente entre un navío chino y un buque de la Armada filipina en aguas de este país.

Entretanto, y por razones obvias, Japón ha anunciado la reanudación de sus planes de fortalecimiento de sus fuerzas de defensa, entre los que está la transformación de algunos de su decena de portahelicópteros en portaviones más multifuncionales y con capacidad ofensiva y la adquisición de cazas más modernos para su fuerza aérea. Además de la reconsideración del despliegue de sistema antimisiles estadounidense Aegis Ashore para potenciar tecnologías propias menos costosas.

Estas decisiones reflejan la tensión contenida en la zona, que no es de ahora sino que lleva muchos meses en un lento pero continuado ascenso y en la que las provocaciones y presiones de Corea del Norte contribuyen no poco a agitar las ya revueltas aguas.

Pero es Estados Unidos la potencia con presencia en la zona a la que todos miran, unos con hostilidad y otros con esperanza de que sus fuerzas armadas sean la garantía de mantenimiento del status quo. Algunas actitudes ambiguas de la Administración Trump han provocado incertidumbre en algunos aliados y están induciendo al rearme nacional de la mayoría de los países presentes en la zona de riesgo.

INTERREGNUM: Pence advierte a Pekín. Fernando Delage

Una semana más, Washington ha seguido alimentando las tensiones con Pekín. Esta vez ha sido el vicepresidente, Mike Pence, quien en un discurso pronunciado en el Hudson Institute el pasado jueves acusó a China de recurrir a sus capacidades militares, sus espías, su poder económico y su aparato de propaganda para debilitar la posición global de Estados Unidos e interferir en su vida política interna. Estados Unidos, dijo Pence, miró durante mucho tiempo hacia otro lado. “Esos días se han acabado”, añadió.

El vicepresidente ha repetido pues las denuncias realizadas por Trump sólo unos días antes en las Naciones Unidas. Su mensaje es una nueva confirmación de un consenso norteamericano a favor de una política de confrontación con la República Popular. Según se ha filtrado a los medios, Washington planea una ofensiva en toda regla contra China, cuyos elementos se irán dando a conocer en los próximos meses. La percepción de Estados Unidos es que China es un rival implacable, decidido a dominar la economía mundial y las industrias tecnológicas. Pekín interpreta en consecuencia los movimientos de Trump como dirigidos a obstaculizar y frenar su ascenso como potencia.

Si hace sólo unos meses los dirigentes chinos podían aún mantener algunas dudas sobre las intenciones del presidente norteamericano, las últimas sanciones comerciales y la escalada retórica de Washington son vistas como anticipación de una relación competitiva en todas las esferas.

Dos asuntos que revelan ese giro son Taiwán y el mar de China Meridional. Pence denunció las maniobras chinas que han conducido a tres repúblicas latinoamericanas—Panamá, República Dominicana y El Salvador—a romper sus relaciones diplomáticas con Taipei para reconocer al gobierno de Pekín. Washington ha llamado incluso a consultas a sus embajadores en estos países, en un gesto sin precedente que revela su inquietud por la creciente influencia china lejos de Asia.

Por otra parte, el 29 de septiembre un destructor norteamericano, el USS Decatur, tuvo que desviar su curso de navegación para evitar el choque con un buque de la armada china que le acosaba en Gaven Reef, en el mar de China Meridional. El incidente es otra preocupante muestra del aumento de las tensiones bilaterales, al añadir la dimensión militar al conflicto comercial.

No es la primera vez que las fuerzas chinas intentan alejar a buques norteamericanos de aguas que considera pertenecientes a su soberanía, pero nunca se había estado tan cerca de una colisión: apenas 40 metros. La administración Trump ha anunciado que no abandonará—sino que por el contrario reforzará—sus operaciones de libertad de navegación en este espacio marítimo.

Pekín ha cancelado por su parte una reunión que debía celebrarse a finales de mes con el secretario de Defensa de Estados Unidos, Jim Mattis, y ha rechazado la petición de un buque de la marina norteamericana de hacer escala en Hong Kong. Cada nuevo incidente muestra la determinación con que actúa China, lo que a su vez afecta a la percepción de debilidad de Estados Unidos entre sus aliados en la región.

Trump no acudirá este año a las cumbres de APEC y de ASEAN+3, por lo que no podrá verse con su homólogo chino, Xi Jinping, hasta la cumbre del G20 en Buenos Aires el 30 de noviembre. Sólo un encuentro al máximo nivel permitiría un esfuerzo conjunto por reducir la tensión. Pero quizá ésta resulta inevitable ante el cambio que se ha producido en la distribución de poder entre ambos gigantes. (Foto: Brian Crawford, Flickr.com)