Entradas

40 años de relaciones entre China y Estados Unidos. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- El año de 1979 marca un antes y un después en las relaciones bilaterales entre Beijing y Washington. La visita del presidente Richard Nixon a Mao Tse-Tung, a principios de los setenta, abrió un nuevo camino a estas relaciones, y disipó tensiones de décadas anteriores. Aunque no fue hasta 1979 que el presidente Jimmy Carter concedió reconocimiento diplomático total a China.

A finales de la semana pasada la embajada china en Washington aprovechó la fecha del nuevo año chino para celebrar estas cuatro décadas de relaciones bilaterales con Estados Unidos, en un encuentro en el que se resaltó el rol clave que ha tenido China en la estabilidad regional de Asia en cooperación con los Estados Unidos.

El encuentro se centró en la importancia de potenciar las relaciones entre ambas naciones en todos los ámbitos. “El intercambio diario comercial entre ambos países supera los 1.5 mil millones de dólares, y más de 14.000 personas vuelan diariamente entre las dos naciones”, resaltó el embajador Cui Tianki, apuntando que las relaciones bilaterales para ambas partes son extraordinariamente beneficiosas, y que los ciudadanos en ambos lados del Pacífico han sido testigos de esas ventajas.

El Estado chino hace alrededor de setenta años que fue creado, pero tan sólo cuarenta de haberse reformado y abierto. La apertura económica ha dado resultados espectaculares, sobre todo en los últimos 20 años, en los que se ha visto como la economía china ha crecido exponencialmente, convirtiéndose en la segunda del mundo, por detrás de Estados Unidos. No cabe duda de que la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio en el año 2001 fue el gran impulso a su integración global en el mercado.

La innovación es la brújula que guía a Beijing, de acuerdo con documentos oficiales. Sin embargo, en conversaciones informales que 4Asia pudo sostener durante el evento, percibimos que lejos de estar preocupados por la tensa situación con la Administración Trump, el Partido Comunista Chino entiende que Estados Unidos presione para que se juegue a través de las reglas del comercio internacional. Son conscientes de la importancia de los derechos de la propiedad intelectual para mantener intercambios justos, aunque preferirían no tener que aceptarlo, obviamente. Mientras, seguirán intentando negociar mejores tarifas.

La guerra comercial que ha declarado la Administración Trump a Beijing en una primera etapa desconcertó a China. Y como es de esperar su respuesta fue altas tarifas e intentar nuevas negociaciones. Pues para el arte de la diplomacia los chinos parecen ser mucho más acertados que los estadounidenses. Sin embargo, con la política hostil que ha mantenido la Casa Blanca desde la llegado de los republicanos, el gobierno chino parece haber tenido el tiempo de prepararse a afrontar las nuevas demandas.

Xi Jinping tiene como prioridad que su economía continúe creciendo. A pesar de que todo parece indicar que sufrirán un estancamiento en ese crecimiento este año. Seguir creciendo como hasta ahora, según los expertos no es sostenible, pues la economía china aún no está anclada sobre pilares tan sólidos. Lo que es bastante posible, es que tal y como nos dijo un oficial chino durante la celebración del año nuevo, de cada crisis China aprende y sale fortalecida.

En el fondo el pensamiento de Confucio sigue formando parte intrínseca de la sociedad y cultura china, resumido en una de sus frases: “Nuestra mayor gloria no está en no caer jamás, sino en levantarnos cada vez que caigamos”. (Foto: Vlasta Juricek)

El experimento de ingeniería social que ni Mao se atrevió a soñar. Miguel Ors Villarejo

(Foto: Jean-François Altero, Flickr) En octubre de 1949, Aldous Huxley escribió una carta a George Orwell en la que le exponía sus dudas de que “la revolución definitiva” pudiera ser algo tan burdo como la distopía que describía en 1984. En su opinión, “la política de la-bota-en-la-cara” era insostenible. “En la siguiente generación”, teorizaba, “los gobernantes descubrirán que los condicionamientos […] son más eficaces […] que las porras y las cárceles” y que, enseñando a la gente a “amar su propia servidumbre”, puede conseguirse más que “pateándola y flagelándola”.

Cuánta razón. Salvo en algún desprestigiado régimen (Corea del Norte, Cuba), la tosca coerción de los soviets ya no se lleva. China renunció a ella hace décadas. “En los años posteriores a la revolución de 1949”, explica en Wired Mara Hvistendahl, “[Pekín] acomodó a cada ciudadano en una unidad local de trabajo, que se convirtió en el lugar de vigilancia y control. Había que espiar al vecino y hacer lo posible para evitar cualquier borrón en un expediente oficial. Era un sistema, sin embargo, que requería un esfuerzo masivo. Además, cuando las reformas [de Deng Xiaoping] obligaron a millones de personas a emigrar a la ciudad en los 80, la unidad local de trabajo saltó en pedazos”. Y aunque hubo varios intentos de recomponer el tipo de control orwelliano al que aspira todo buen revolucionario, el resultado fue siempre insatisfactorio.

Hasta que apareció el smartphone.

Al principio, el Partido Comunista Chino consideró el ciberespacio un territorio hostil, un ámbito en el que la gente podía expresarse a su antojo, reunirse, disentir. Su reacción fue la censura, pero ha ido descubriendo que, en lugar de reprimir el flujo de información, resulta más práctico embalsarlo, encauzarlo y usarlo para impulsar en la dirección deseada a los ciudadanos. Basta con que se descarguen Zhima Credit.

Detrás de esta aplicación está Alibaba, el mayor marketplace del planeta. (En un día, el 11 de noviembre, facturó 21.721 millones de euros, algo menos de lo que Inditex vende en un año). Zhima significa “sésamo” y, como la palabra que abría la cueva en la que los 40 ladrones guardaban sus tesoros, franquea el acceso al paraíso del consumo. La mecánica es sencilla: a partir de los pagos que el usuario efectúa con el móvil, la app elabora una clasificación crediticia. El modo en que se calcula no está claro, pero el algoritmo no tiene únicamente en cuenta si se está al corriente en el recibo de la luz o la hipoteca. También considera qué estudios se han cursado o con quién se junta uno, una información que los usuarios hemos ido volcando voluntariamente en las redes sociales. Según su director general, Zhima Credit no pretende simplemente agilizar la concesión de préstamos, sino “asegurarse de que las malas personas no tengan un sitio en nuestra sociedad y las buenas vayan a donde les plazca”.

Literalmente. Cada vez que la abres, la aplicación te dice cuál es tu puntuación y, si esta cae por debajo de un determinado nivel, te encuentras con que no puedes viajar a determinados lugares, ni comprar ciertos artículos, ni alojarte en los mejores hoteles, ni por supuesto obtener crédito en ningún banco. Hvistendahl cuenta que eso fue lo que le pasó a Liu Hu, un periodista que acabó en la Lista de Gente Deshonesta después de publicar un artículo supuestamente difamatorio.

Por supuesto, si uno paga sus facturas, rehúye las malas compañías y no difunde “rumores falsos”, la clasificación mejora. Y cuando eso sucede, el cerebro libera las correspondientes endorfinas y se experimenta una grata sensación, parecida a la que debía de obrar el soma en los personajes de Un Mundo Feliz.

El único modo de mantenerse fuera del alcance de Zhima es usar dinero físico, pero se trata de un hábito en vías de extinción, propio de salvajes. A base de correr hacia el futuro más deprisa que nadie, los chinos se han metido ellos solos en la vieja pesadilla totalitaria, sin necesidad de porras ni cárceles, como anticipó Huxley.

INTERREGNUM: Xi Jinping y el XIX Congreso. Fernando Delage

Por primera vez en muchos años, termina agosto sin que haya trascendido ninguna filtración sobre lo tratado por los máximos líderes chinos en su tradicional retiro de verano en la playa de Beidaihe a principios de mes. De hecho, ni siquiera hay confirmación oficial de que se hayan reunido. El silencio resulta llamativo ante la celebración, este próximo otoño, del XIX Congreso quinquenal del Partido Comunista; una ocasión que servirá para confirmar si, como piensan numerosos observadores, Xi Jinping terminará imponiendo su poder personal sobre las reglas de liderazgo colectivo que han guiado las decisiones del régimen chino desde los tiempos de Deng Xiaoping.

Una primera indicación será si—en contra de las prácticas del sistema—Wang Qishan, mano derecha de Xi, es renovado por tercera vez como miembro del Comité Permanente del Politburó, corazón del poder político chino, durante otros cinco años. Como presidente de la Comisión de Disciplina, Wang ha estado al frente de la campaña contra la corrupción. Su anterior responsabilidad como ministro de Finanzas, hacen de él un candidato preferente para sustituir a Li Keqiang como primer ministro e impulsar las reformas económicas de las que depende la sostenibilidad del crecimiento y, por tanto, la legitimidad del Partido Comunista.

En segundo lugar, si no se designa a un sucesor aparente de Xi como secretario general, cuyo nombramiento se formalizaría en el XX Congreso en 2022, podrá interpretarse que Xi desea mantenerse en el poder más allá de los dos mandatos que le corresponden. El cese por sorpresa, a finales de julio, de Sun Zhengcai, uno de los dos únicos miembros del Politburó con posibilidades de ocupar dicho puesto, parece apuntar en tal dirección. No obstante, también puede ser la intención de Xi la de evitar la debilidad propia de un líder a final de mandato—como “pato cojo”—en un delicado momento de transición en la economía y la política exterior.

Una tercera clave será la posible inclusión en la Constitución china de las doctrinas de Xi como parte integrante de la ideología esencial del Partido Comunista, junto al marxismo-leninismo y el pensamiento de Mao Tse-tung. No sólo se consolidaría así su estatus histórico, sino que se reduciría el de sus dos antecesores, Jiang Zemin y Hu Jintao.

Desde su nombramiento como secretario general a finales de 2012, Xi ha asumido un cargo tras otro—como la presidencia de las Comisiones sobre reformas económicas y sobre seguridad nacional—, y ha sido formalmente designado como “núcleo central” del Partido y “comandante supremo” de las fuerzas armadas; indicios todos ellos de un abandono de las reglas de consenso con las que Deng buscaba evitar la emergencia de un nuevo Gran Timonel. La centralización del poder y el control ideológico pueden ser, según Xi, necesarios para evitar la suerte del Partido Comunista de la Unión Soviética, una experiencia determinante en la manera de pensar de los líderes chinos. Pero habría que preguntarse si, al romper las normas para imponer su dominio personal sobre el Partido, Xi no provocará, por el contrario, su fragilidad.

INTERREGNUM: Xi Jinping y el XIX Congreso. Fernando Delage

Por primera vez en muchos años, termina agosto sin que haya trascendido ninguna filtración sobre lo tratado por los máximos líderes chinos en su tradicional retiro de verano en la playa de Beidaihe a principios de mes. De hecho, ni siquiera hay confirmación oficial de que se hayan reunido. El silencio resulta llamativo ante la celebración, este próximo otoño, del XIX Congreso quinquenal del Partido Comunista; una ocasión que servirá para confirmar si, como piensan numerosos observadores, Xi Jinping terminará imponiendo su poder personal sobre las reglas de liderazgo colectivo que han guiado las decisiones del régimen chino desde los tiempos de Deng Xiaoping.

Una primera indicación será si—en contra de las prácticas del sistema—Wang Qishan, mano derecha de Xi, es renovado por tercera vez como miembro del Comité Permanente del Politburó, corazón del poder político chino, durante otros cinco años. Como presidente de la Comisión de Disciplina, Wang ha estado al frente de la campaña contra la corrupción. Su anterior responsabilidad como ministro de Finanzas, hacen de él un candidato preferente para sustituir a Li Keqiang como primer ministro e impulsar las reformas económicas de las que depende la sostenibilidad del crecimiento y, por tanto, la legitimidad del Partido Comunista.

En segundo lugar, si no se designa a un sucesor aparente de Xi como secretario general, cuyo nombramiento se formalizaría en el XX Congreso en 2022, podrá interpretarse que Xi desea mantenerse en el poder más allá de los dos mandatos que le corresponden. El cese por sorpresa, a finales de julio, de Sun Zhengcai, uno de los dos únicos miembros del Politburó con posibilidades de ocupar dicho puesto, parece apuntar en tal dirección. No obstante, también puede ser la intención de Xi la de evitar la debilidad propia de un líder a final de mandato—como “pato cojo”—en un delicado momento de transición en la economía y la política exterior.

Una tercera clave será la posible inclusión en la Constitución china de las doctrinas de Xi como parte integrante de la ideología esencial del Partido Comunista, junto al marxismo-leninismo y el pensamiento de Mao Tse-tung. No sólo se consolidaría así su estatus histórico, sino que se reduciría el de sus dos antecesores, Jiang Zemin y Hu Jintao.

Desde su nombramiento como secretario general a finales de 2012, Xi ha asumido un cargo tras otro—como la presidencia de las Comisiones sobre reformas económicas y sobre seguridad nacional—, y ha sido formalmente designado como “núcleo central” del Partido y “comandante supremo” de las fuerzas armadas; indicios todos ellos de un abandono de las reglas de consenso con las que Deng buscaba evitar la emergencia de un nuevo Gran Timonel. La centralización del poder y el control ideológico pueden ser, según Xi, necesarios para evitar la suerte del Partido Comunista de la Unión Soviética, una experiencia determinante en la manera de pensar de los líderes chinos. Pero habría que preguntarse si, al romper las normas para imponer su dominio personal sobre el Partido, Xi no provocará, por el contrario, su fragilidad.