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Lula visita China, ¿un pulso a Occidente? Nieves C. Pérez Rodríguez

El liderazgo de Xi Jinping ha salido fortalecido de la XIV Asamblea Popular Nacional donde le fue ratificado su tercer mandato con unanimidad y ovación y donde, además, aprovechó para anunciar el levantamiento de la “gran muralla de acero”, en referencia a la gran muralla china, en la que propone reforzar el ejército de liberación popular que, de acuerdo con sus propias palabras, preservará la soberanía china. En el plano internacional, Xi también está aprovechando para sacar beneficio a su protagonismo haciendo acuerdos e intentado usar su liderazgo; en efecto, su visita a Moscú es un ejemplo de su deseo de figurar y mediar en una posible solución a la guerra de Ucrania.

El mundo ha quedado más dividido desde que Putin invadió Ucrania recreando la guerra fría con alineamientos ideológicos en cada bando. Brasil es un ejemplo en donde los cambios políticos han girado la dirección desde que Lula da Silva tomaba posesión de la presidencia. Durante la era de Jair Bolsonaro y por su afinidad con Trump, Brasil parecía mirar más hacia Washington. Hoy Lula, a pocas semanas de ser investido, prepara una visita oficial a China, del 26 al 31 de marzo. con una extensa delegación compuesta por 20 parlamentarios y más de 90 empresarios de distinto sectores.

La visita es un reflejo de la importante relación comercial y política entre Brasil y China y el pragmatismo de Lula de potenciar esas relaciones y darles un carácter más estratégico. Por su parte, la estricta política china de “Cero Covid” queda atrás y el recibimiento de figuras internacionales comienza a ser parte de la agenda regular del gigante asiático.

China es el primer socio comercial de Brasil y, según cifras de la secretaría del comercio exterior de Brasil, durante el 2022 las exportaciones brasileñas a China crecieron el 1,5% promedio diario para un total de 91,3 mil millones de dólares anuales, comparados con los 51 mil millones de exportaciones que fueron enviadas a la Unión Europea, otros 51 mil millones de dólares hacia los Estados Unidos y 15.400 millones a Argentina.

La balanza comercial favorece a Brasil con un superávit de 62.000 millones de dólares en su favor debido a exportaciones en los sectores agrícola, minero y petrolero. Por su parte, una larga lista de empresas chinas tiene participación y presencia en Brasil, como en el sector de telecomunicaciones. Hay que destacar Huawei que desde la década del 2000 opera en Brasil y actualmente está construyendo centros de datos y es uno de los principales proveedores de tecnología en el desarrollo del 5G en el territorio brasileño.

China también controla el 90% del TCP (Terminal de Contêineres de Paranaguá) el segundo puerto más importante de Brasil e intentó, aunque sin éxito, entrar en el proyecto del Puerto de Sao Pablo, que es un mega puerto agrícola, de acuerdo con profesor Evan Ellis, profesor de investigación sobre América Latina en el instituto de Estudios estratégicos de la Escuela de Guerra del Ejército de los Estados Unidos.

Durante el viaje de Lula, de acuerdo con la información oficial, está previsto que se firmen veinte acuerdos bilaterales en materia de reducción de barreras a las exportaciones agrícolas, educación, cultura, finanzas, ciencias y tecnología. Los parlamentarios que acompañarán a Lula son del partidos del denominado Centro, que es la base para garantizar la gobernabilidad, aquellos que son en esencia la mayoría en la cámara y que podríamos denominar como “políticos de profesión”  y, aunque sus partidos llevaron candidatos propios a la elección e incluso para la segunda vuelta apoyaron abiertamente a Bolsonaro, el presidente Lula los incorpora a la delegación porque los necesita para aprobar las reformas que tiene previstas.

También se espera que Brasil se incorpore a alguna fase de la Iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda (BRI por sus siglas en inglés) y que afiance su papel en el BRICS (Acuerdo entre Brasil, Rusia, India,Sudáfrica y China) que es estratégico para Brasilia. Incluso es muy probable que Lula intente promover la ampliación de socios del BRICS tanto en la región latinoamericana, promoviendo a Argentina, como haciendo una visita corta a Arabia Saudita, tal y como han informado los medios brasileños aunque no ha sido confirmado de manera oficial, para propiciar acercamientos. Irán, por su parte, también ha mostrado interés en incorporarse.

La próxima cumbre del BRICS tendrá lugar en Suráfrica a finales de agosto y muy probablemente se anunciará la entrada de nuevos miembros que estarán ideológicamente alineados con Xi y Putin. Aunque Lula ya visitó a Biden en Washington, sus conversaciones se centraron más en la necesidad de prestar atención al cambio climático y Biden no pudo conseguir que Lula condenara la guerra en Ucrania.

China, a través de su líder supremo, se presenta como una alternativa a las democracias que se han agrupado en contra de la agresión rusa. Lula para Xi podría ser mucho más que un socio comercial, puesto que ambos son los líderes de los países más grandes de sus respectivas regiones. Brasil es la decimotercera economía más grande del mundo y el séptimo país más poblado del planeta (216 millones de habitantes para finales del 2023). ¡La polarización internacional es cada día una realidad más potente!

 

Putin-Xi, dos tiranos y un destino

El periodismo, con frecuencia, construye un paradigma en base a un detalle más o menos importante pero no esencial ni especialmente significativo. Así, por ejemplo, en las últimas horas se viene insistiendo en que el autócrata ruso demuestra no estar aislado por su encuentro con el presidente chino y se añade que China escenifica su apoyo a Moscú.

Pero los hechos no parecen avalar exactamente ni una cosa ni la otra. Por una parte, Putin demuestra precisamente su aislamiento político, su incapacidad militar y económica para avanzar en Ucrania y la necesidad de encontrar una salida en que se le permita disfrazar su fracaso. Y eso es lo que China se propone por su exclusivo interés estratégico de ocupar nuevas zonas de influencia, y, con un disfraz propio, presentarse como avalista de la resolución de conflictos mientras prepara su propia agresión a Taiwán si no encuentra otra forma de anular aquel régimen ahora democrático.

Por otra parte, China, aún declarándose aliado estratégico de Moscú, ha mantenido distancia del conflicto ucraniano. Es más, en la presentación de su propio plan de una salida negociada del conflicto, China pone un obstáculo difícilmente salvable al afirmar que la solución está en la integridad territorial y la soberanía de ambos países en guerra, la de Ucrania, cuya negación fue la agresión rusa, y la de Rusia, que nadie amenaza. Volver al punto de partida de 2014, que eso significaría respetar la integridad ucraniana retirándose las tropas rusas incluyendo Crimea, no parece un objetivo aceptable para Moscú e imponer un mantenimiento de la situación actual con retirada parcial rusa y dar más protagonismo a los separatistas pro rusos de Ucrania oriental no es fácil de aceptar por Kiev. Pero Chna no busca salvar a Putin sino avanzar en sus intereses estratégicos aunque eso signifique un balón de oxígeno para el caudillo ruso y si necesitara dejarlo caer y con eso consiguiera ventajas lo haría.

China necesita ir sustituyendo a Rusia en muchas regiones y para eso no le conviene una caída abrupta del régimen de Moscú que fortalezca a EEUU y aliados que están intentando frenar una reedición de Hitler pero sabiendo que el conflicto no acabará con una entrada en Berlín-Moscú.

La partida está jugándose y Occidente debe seguir presionando para que a Rusia le cueste todo lo cara que sea posible su agresión porque en Ucrania no se juega sólo la integridad territorial de aquel país sino las libertades de la Europa democrática. Los intentos de China pueden obtener algún resultado (de hecho, Putin ha hablado de resolución política) pero no parece fácil en este momento. En cualquier caso, si se entrara en una nueva fase habrá que seguir alerta y presionando a Rusia contra sus pretensiones estratégicas y mantener la vista en China que no aspira a la estabilidad internacional exactamente sino a un escenario que favorezca sus intereses y su propio proyecto de amenaza autoritaria.

INTERREGNUM: El doble juego de Xi. Fernando Delage

Como estaba previsto, la reunión anual de la Asamblea Popular Nacional china ratificó la semana pasada un tercer mandato de Xi Jinping como presidente del país por otros cinco años. Éste era el único cargo para el que existía una limitación formal a dos mandatos, pero Xi logró eliminarla en 2018. Tras obtener el visto bueno a su continuidad como secretario general en el Congreso del Partido Comunista en octubre, la Asamblea confirmó también por tanto su permanencia en la jefatura del Estado, a la vez que renovó los miembros del gobierno. Como también se esperaba, Li Qiang, número dos del Comité Permanente del Politburó, fue nombrado nuevo primer ministro.

La Asamblea Popular es la ocasión por otra parte en que se dan a conocer el objetivo de crecimiento económico para el año en curso (un cinco por cien en esta ocasión, el más bajo en tres décadas) y las grandes cifras del presupuesto nacional. Entre estas últimas destaca el gasto en defensa, que se incrementará en 2023 un 7,2 por cien, el mayor aumento en cuatro años, y por encima del 5,7 por cien que crecerá el gasto público en su conjunto

Donde no han faltado las sorpresas ha sido en el frente diplomático. Comenzaron con las críticas de Xi, al nombrar explícitamente a Estados Unidos como líder de los esfuerzos occidentales dirigidos a contener a China. Esta mención directa es del todo inusual, y contrasta con el tono amistoso que empleó en su encuentro con el presidente Biden en noviembre. Un día más tarde fue el nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Qin Gang, quien advirtió sobre una inevitable confrontación con Estados Unidos a menos que Washington abandone su política hostil hacia Pekín. Además de aconsejar a la Casa Blanca que reafirme su compromiso con los comunicados conjuntos sobre Taiwán, Qin valoró la relación de China con Rusia como un ejemplo de confianza entre las grandes potencias y un “modelo” de relaciones internacionales. Cuanto más inestable se vuelva el mundo, añadió, más profundizarán Pekín y Moscú en su asociación.

Ambas declaraciones manifiestan con toda claridad que, tras el episodio del globo espía, China no parece inclinada en absoluto a estabilizar las relaciones bilaterales. Pero si la República Popular da por descontada las tensiones con la Casa Blanca, la semana terminó con la firma el viernes, en Pekín, del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí, suspendidas desde 2016. No sólo se trata de un notable giro para la dinámica regional de Oriente Próximo, sino que constituye asimismo un triunfo para la diplomacia china que ha provocado el desconcierto de los observadores occidentales.

No ha sido Estados Unidos, el actor central en Oriente Próximo durante los últimos 75 años, quien ha gestionado el acuerdo, sino su principal potencia rival. De tener un papel secundario en la región, la República Popular ha pasado a ocupar una posición de primer orden en la esfera política. Es cierto que, dado el estado de sus relaciones con Irán, Washington nunca podría haber conseguido ese resultado, pero el protagonismo chino es una demostración de la habilidad de Pekín para aprovechar a su favor el relativo vacío dejado por Estados Unidos en la región, así como los cambios en la dinámica de las alianzas. Es prueba asimismo de cómo a través de su comercio e inversiones ha sabido convertirse en un socio indispensable. Al dirigirse a Pekín como mediador, tanto Irán como Arabia Saudí han elevado de un día para otro la relevancia de China en Oriente Próximo: el primero para sortear la política de aislamiento mantenida por Washingto; la segunda para lanzar un mensaje a los norteamericanos sobre su libertad de acción.

El impacto local será notable. Israel, por ejemplo, tendrá que abandonar sus esperanzas de contar con Riad en una coalición anti-iraní. Pero el verdadero envite se juega a escala global. China ha demostrado una vez más que sus ambiciones no se limitan a Asia ni a la competición económica y tecnológica. Manteniendo las espadas en alto con Washington, maniobra en Oriente Próximo, como lo hace igualmente en África y América Latina, para reorientar a su favor el sistema global.

THE ASIAN DOOR: Dos sesiones y una nueva hoja de ruta. Águeda Parra

La reunión anual conocida como “dos sesiones” ha sentado las bases del nuevo modelo de desarrollo estratégico para China, combinando la confirmación de algunos puestos y el anuncio de otras posiciones políticas que no estaban tan definidas para terminar conformando el Consejo de Estado. Xi Jinping ya se aseguraba un tercer mandato sin precedentes durante el XX Congreso del Partido Comunista de China, que se celebra dos veces por década, concentrando un mayor poder no visto desde 1949. Se trataba, por tanto, de una mera formalidad. A este nombramiento se sumaba la designación de Li Qiang, anterior jefe de Shanghai, como primer ministro, confirmando la reorganización impulsada por Xi para abordar los retos de los próximos cinco años con un equipo más cohesionado.

La principal prioridad del nuevo gabinete será la revitalización de la economía y avanzar en la autosuficiencia tecnológica. Ambos retos de gran trascendencia. Por una parte, se trata de impulsar la recuperación de la economía, tras el largo letargo en la atracción de inversiones extranjeras, y de estimular la demanda de consumo golpeada por una prolongada política de Covid cero. Por otra parte, evitar que la creciente tensión geopolítica con Estados Unidos restrinja cada vez más las aspiraciones de China de alcanzar la autosuficiencia tecnológica está en el centro mismo de la nueva hoja de ruta.

Recuperar el crecimiento, la confianza de los mercados e incorporar de nuevo a las empresas privadas al desarrollo económico del país son las principales palancas sobre las que tendrá que actuar Li Qiang para conseguir alcanzar el crecimiento del 5% anunciado por el gobierno para 2023, respecto del 3% registrado en 2022. Se trata de una previsión menor que la esperada por la comunidad financiera, pero una cifra considerada conservadora para así poder volver a la práctica de realizar una estimación de crecimiento sin complicaciones para luego superar las previsiones. China trata así de no repetir lo sucedido en 2022 cuando, por primera vez, no consiguió alcanzar el crecimiento anunciado.

Como anterior gobernador de dos de las grandes potencias económicas del país, la provincia de Zhejiang y Fujian, la relación directa de Li Qiang con el mundo empresarial del sector privado le ha llevado a acoger la fábrica de Tesla, y a trabajar con el anterior coloso Alibaba Group. Esta experiencia adquirida para negociar con empresas privadas y extranjeras le será de gran utilidad para recuperar la confianza del sector privado chino y conseguir involucrar a los titanes tecnológicos en el nuevo modelo de crecimiento económico más centralizado.

La consolidación de un mayor poder de Xi Jinping en su tercer mandato podría conferirle a Li Qiang la confianza para abordar cambios en las políticas económicas del país que lleven a reforzar la autosuficiencia económica y tecnológica. De hecho, el cambio generacional que está adoptando el gabinete de gobierno, evolucionando hacia perfiles científicos y tecnológicos, que reemplazan a aquéllos que durante años han estado más centrados en las finanzas y la política monetaria, muestra el desafío que supone para China alcanzar la autosuficiencia económica y tecnológica en los próximos años.

Cuando las tensiones tecnológicas se intensifican entre Estados Unidos y China, el regreso de los titanes tecnológicos a la escena digital y de innovación del país parece, más que necesaria, una prioridad para así aprovechar la capacidad de desarrollo tecnológico que han demostrado en las dos últimas décadas, persiguiendo que su incorporación sirva de aliciente para recuperar el dinámico entorno internacional de inversiones anterior al Covid y a la presión regulatoria contra las tecnológicas.

De hecho, recuperar el estímulo de consumo de la población va a estar muy ligado a incrementar la demanda en el ámbito tecnológico, incentivando las grandes compras, como la adquisición de coches eléctricos y mayor interacción con las plataformas de compra online, aprovechado el auge de la exportación de e-commerce transfronterizo que creció un 11,7% en 2022, según fuentes oficiales. Para hacer esto posible, las inversiones estarán dirigidas a ampliar el desarrollo de infraestructuras 5G en las ciudades más pequeñas, a incrementar las estaciones de recarga y a potenciar el uso de la tecnología de intercambio de baterías, así como a fomentar el despliegue de centro de datos.

En definitiva, la recuperación de la credibilidad del nuevo equipo de gobierno tras los efectos generados por la política de Covid cero, y la incertidumbre por el ritmo de crecimiento económico, constituyen los grandes retos para 2023, y estarán en línea con el éxito que alcance Li Qiang en el despliegue del nuevo modelo estratégico de crecimiento.

 

 

China, crisis y propaganda

La Asamblea Nacional Popular China ha finalizado su reunión anual con un mensaje de optimismo, nacionalismo, arrogancia y, en teoría, autoestima. A los gestos internos ha acompañado Pekín con mensajes de protagonismo mundial externos, contradictorios, que tratan de mostrar a la potencia asiática como impulsora de procesos de resolución de conflictos y de distensión.

En este sentido debe interpretarse el padrinazgo de un acercamiento entre enemigos irreconciliables, en el plano político y religioso, como Irán y Arabia Saudí que ha acordado reabris relaciones diplomáticas entre ellos tras unos añps de alta tensión y mientas siguen enfrentándose sobre el terreno en Yemen donde cada país apoya a un bando distinto en la guerra civil que dura ya varios años.

Pero hay otros gestos más equívocos y que alertan a los servicios de inteligencia occidentales como el acercamiento de China a Bielorrusia, un estrecho aliado de Putin y que puede ser la vía de suministro indirecto de armas y municiones china a Rusia para paliar sus gastos, su ineficiencia y sus desastres sobre el terreno en Ucrania.

A la vez, China está multiplicando su propaganda, sus sofismas mentirosos o manipuladores a la par que el presidente Xi blinda su equipo de poder, asume más autoridad que la que tuvo el presidente Mao, y multiplica su gasto y sus gestos hacia sus fuerzas armadas.

Todo junto puede significar que las dificultades económicas son mayores que las admite China y el PC nec4esita un discurso duro, propagandista, nacionalista y soberbio que mantenga a la usanza del comunismo clásico, una unidad oficial basada en el terror y en las aenazas exteriores hacia s dictadura. Pero no hay aque olvidar las enormes capacidades chinas, su ola de influencia, las debilidades occidentales y la complicidad con Pekín de algunos elementos en las sociedades democráticas y esas bazas, hasta ahora China las juega sin pudor.

INTERREGNUM: Xi: los límites del poder. Fernando Delage

Apenas semanas después de que el XX Congreso del Partido Comunista Chino concediera en octubre un tercer mandato como secretario general a Xi Jinping y ratificara su dirección política, Pekín dio marcha atrás en distintos frentes. De defender de manera dogmática la política de covid cero, se pasó al levantamiento de todas las restricciones a partir del 8 de enero. El compromiso con un mayor papel del Estado en la economía ha sido sustituido por nuevos gestos hacia el sector privado, en particular hacia las empresas inmobiliarias y tecnológicas. La declarada prioridad de la seguridad nacional sobre la economía ha dado paso a un discurso a favor del crecimiento. La percepción de un entorno exterior hostil que obligaba a mantener una diplomacia asertiva contrasta con el acercamiento a distintas capitales con un lenguaje de cooperación.

Ninguna explicación oficial ha justificado ese giro, aunque distintos hechos permiten entenderlo. Las protestas populares contra el confinamiento a finales de noviembre pusieron en evidencia el hartazgo de la sociedad china, creando una presión sobre el gobierno que se encontró de manera repentina con la irrupción de nuevas amenazas a su legitimidad. A ello se sumaron los resultados económicos del último trimestre de 2022, ocultados hasta después de la celebración del Congreso. Un incremento del PIB del tres por cien el pasado año—muy por debajo del 8,1 por cien de 2021—fue una grave señal de alarma. Además de quedar lejos del objetivo que se había fijado el gobierno—un 5,5 por cien—, era indicación de un fenómeno estructural más que coyuntural, que anticipaba el fin de una larga etapa de alto crecimiento, base de un contrato social con sus ciudadanos que determinaba a su vez la estabilidad política de la nación. La diplomacia del “lobo guerrero”, la coerción económica y la modernización militar cambiaron por lo demás la imagen exterior de China. La reacción de Occidente, en forma de coaliciones de contraequilibrio—del Quad a la OTAN—, el lastre de la asociación política con Moscú, y la guerra tecnológica de los semiconductores obligaban igualmente a un reajuste.

La lección es clara: el triunfo político de Xi en el Congreso no podía ocultar las debilidades estructurales del sistema. La imposibilidad de reconocer los errores, característica de todo gobierno autoritario, le impedía abandonar su política contra la pandemia. Su ideología leninista obstaculizaba el crecimiento de la economía si se empeñaba en “rectificar” el sector privado por no alinearse con las prioridades del Partido. El impulso nacionalista como guía de la política exterior iba a resultar igualmente contraproducente. Ahora bien: sería un error interpretar estos cambios como una alteración de las perspectivas y de los planes mantenidos por el presidente chino. Esa rápida transformación es una respuesta pragmática, oportunista incluso, demandada por las circunstancias. Ni Xi ha renunciado a sus convicciones ni pueden darse por superadas las incertidumbres en torno al futuro político chino, en un contexto que estará marcado por un bajo crecimiento y por tensiones internacionales.

Interesa por todo ello comprender las razones, más bien, de por qué Xi puso fin a la moderación de sus antecesores y lidera una China muy distinta de la que el mundo conoció desde la política de reforma y apertura de Deng Xiaoping a finales de los años setenta hasta su llegada al poder en 2012. ¿Por qué Xi no quiso seguir cultivando una imagen positiva del país en el exterior? ¿Por qué Pekín ha actuado de forma aparentemente contraria a sus intereses durante los últimos tiempos?

La explicación más convincente y sistemática hasta la fecha es la que ofrece la conocida sinóloga norteamericana Susan Shirk en su último libro: Overreach: How China Derailed Its Peaceful Rise (Oxford University Press, 2022). Profesora en la Universidad de California en San Diego, y vicesecretaria adjunta para asuntos de Asia en el departamento de Estado durante la administración Clinton, Shirk encuentra la respuesta en la naturaleza del régimen político, y su origen en el segundo mandato de Hu Jintao. Su argumento central es que la dinámica interna del sistema impidió el ejercicio de la prudencia necesaria para gestionar un ascenso pacífico. Los responsables de distintas áreas de la administración—incluyendo los servicios de seguridad y las fuerzas armadas—impulsaron agresivamente sus respectivas agendas sin que la debilidad de Hu pudiera frenarlas o equilibrarlas. La percepción extendida a raíz de la crisis financiera global de que el diferencial de poder con Estados Unidos se había reducido condujo igualmente al abandono de la moderación anterior.

La combinación de estas circunstancias condujo a una China que se volvería más asertiva en el interior—obsesionada por “el mantenimiento de la estabilidad”—y en el exterior, con una retórica a favor de la defensa de los “intereses fundamentales” y la soberanía nacional. El sistema de liderazgo colectivo implantado por Deng en los años ochenta se había roto, al no servir para corregir una deriva que, Xi entre otros, interpretó como motivo para restaurar una estructura de poder unipersonal. Un camino que, sin embargo, tampoco ha servido como se mencionó para evitar los excesos.

En contraste con la incapacidad de Hu para controlar a sus colegas del Politburó, Xi tenía el poder para centralizar el proceso político, hacer frente a los grupos de intereses oligárquicos, y optar por una política exterior más conciliadora. Si no hizo ninguna de esas cosas, escribe Shirk, fue porque es mucho más ambicioso con respecto al papel global de China, y porque está dispuesto a asumir mayores riesgos para lograrlo.

China cambia el paso económico

Al calor del parón económico general y de las dificultades económicas chinas, las inversiones procedentes de la potencia asiática están cambiando de perfil y de objetivos en Europa y concretamente en España. Según la Secretaría de Estado de Comercio Exterior, las inversiones chinas en el primer semestre del 2022 se situaron en apenas 49 millones de euros. Equivalen a una fracción de los 435 millones del conjunto del 2021, los más de 3.000 millones alcanzados en el 2017 o los 9.585 millones de la suma de los últimos diez años.

El periódico La Vanguardia ha venido informando de que La firma GBS Finance, que ha acompañado a inversores chinos en operaciones en España como la de Mediapro o GBFoods, detecta varias causas para la drástica caída de la inversión. Tienen que ver con un cambio de actitud tanto de China como de los países occidentales.

“Antes venían a invertir en todos los sectores, pero con la nueva estrategia one belt one road algunos sectores han entrado en la lista negra”, al considerarse “especulativos”, entre ellos el inmobiliario y los relacionados con el ocio. “Además, Europa y Estados Unidos están protegiendo sus activos estratégicos” en áreas como la infraestructura, la defensa, el agua o la tecnología, que es lo que más gusta a China, indican desde GBS.

La consecuencia es que el inversor chino “ha cambiado el paso” y ahora, más que en comprar un negocio, “piensa en un socio estratégico, con equipos de gestión local, que le abra el mercado europeo y al que pueda abrir el mercado chino”.

China ya no crece como antes y mide más sus alegrías económicas y el uso de sus inversiones para ganar, además de áreas de negocio, influencia, poder y planes de futuro. La pandemia y los errores chinos en su gestión, las consecuencias de la agresión rusa en Ucrania que desestabiliza los planes chinos aunque Pekín tenga que seguir sonriendo a su aliado Putin y la reacción de cohesión de las sociedades democráticas están configurando un escenario mundial al que China está intentando adaptarse y obtener beneficios y ventajas.

Esto  condiciona la estrategia global china, sus gastos en Defensa, los compromisos de inversiones sin más beneficio que su influencia en Asia Central y en el Índico. Son datos a tener en cuenta.

INTERREGNUM: La ruptura China-Occidente. Fernando Delage

La percepción occidental de China ha cambiado radicalmente en pocos años. La realidad de una República Popular más asertiva, que recurre a la coerción económica y la desinformación, y que no oculta su ambición de convertirse en una gran potencia militar, ha llevado al abandono de una política de acercamiento mantenida durante décadas, y basada en la convicción de que la interdependencia económica y un intercambio más estrecho entre sus respectivas sociedades conducirían gradualmente a una China más abierta y plural. Por el contrario, el sistema político se ha vuelto más represivo, la economía más intervencionista y la política exterior más beligerante, obligando a un giro en la estrategia occidental.

¿Cómo se ha pasado del entusiasmo por China como oportunidad económica y socio frente a los problemas globales a la preocupación por China como competidor y potencia rival? ¿Cuáles han sido las causas? ¿Ha sido Xi Jinping el principal responsable de esa evolución, o es la consecuencia inevitable de una China más poderosa? Aunque el comportamiento de Pekín en un número cada vez mayor de frentes hacía de la República Popular un desafío para los intereses y valores del mundo democrático, la crisis del Covid-19, primero, y el apoyo de Pekín a Moscú tras la invasión de Ucrania por esta última, después, sirvieron de señales definitiva de alarma.

La historia de esta ruptura es el objeto de un imprescindible libro de Andrew Small, investigador del German Marshall Fund. En No Limits: The Inside Story of China’s War with the West (Melville, 2022), Small describe con todo detalle por qué y cómo los gobiernos europeos y norteamericanos (sin olvidar a Japón y Australia) concluyeron que había que frenar los planes de dominio chino; un esfuerzo que requería ante todo una estrategia coordinada. Mediante su acceso a docenas de dirigentes políticos y expertos en distintos puntos del planeta, el autor reconstruye paso a paso el cambio de percepción occidental y la formación de su respuesta.

Dos ideas fundamentales inspiraron la reacción frente a China. La primera fue la apreciación de que economía y seguridad son indivisibles en el mundo contemporáneo. La competición con la República Popular es simultáneamente económica, tecnológica y militar, por lo que el recurso a sanciones comerciales convencionales es del todo insuficiente. En segundo lugar, se extendió la conclusión de que continuar permitiendo a China el libre acceso a sus mercados y a determinados sectores estratégicos, no haría sino facilitar su superioridad tecnológica en el futuro, dañando de manera irreversible la posición de Occidente en la economía global.

El análisis del plan “Made in China 2025” y la reflexión sobre las implicaciones estratégicas de la telefonía 5G son identificados por Small como los hechos decisivos que causaron el cambio de opinión sobre China entre las elites políticas y económicas occidentales. De repente, todo un abanico de áreas que nunca habían estado implicadas en relación con este país—normas de competencia, derecho a la privacidad, política industrial, supervisión de inversiones, etc—adquirieron una nueva dimensión. El 5G en particular planteaba riesgos de seguridad de un alcance mayor: la cesión de infraestructuras críticas a empresas chinas supondría una amenaza existencial a la soberanía tecnológica occidental, además de ser un instrumento a través del cual China podía imponer su concepción iliberal del orden social.

Con anécdotas reveladoras, y al ritmo de una novela de acción, Small describe cómo China dejó de ser un asunto importante para convertirse en una cuestión urgente. Después de discutir durante una larga década sobre la necesidad de reajustar la estrategia hacia China, la decisión finalmente se precipitó. La seguridad de las telecomunicaciones o la vulnerabilidad de las cadenas de suministro, entre otros riesgos, se vieron de otra manera al adquirirse una mejor comprensión de la dirección a la que Xi Jinping estaba conduciendo al país bajo su liderazgo. La gestión de la pandemia, originada en la ciudad de Wuhan, y el apoyo a Rusia tras invadir ésta Ucrania y atacar el orden de seguridad europeo, eliminaron cualquier duda que aún pudiera quedar. La confrontación se hizo inevitable.

Dèjá vu pandémico. Nieves C. Pérez Rodríguez

Como si de un dèjá vu se tratara comenzamos el 2023 reportando los estragos del Covid-19 en China. El 2020 comenzó de manera parecida, escribíamos sobre un posible y desconocido virus respiratorio que había inundado la ciudad de Wuhan pero que las autoridades chinas convenientemente desestimaron sobre todo de cara al extranjero. Una vez más, la ausencia de información se hace presente y el mundo vuelve a temblar frente al incremento exponencial de infecciones en China que surgen de manera paralela con la salida de cientos de miles de ciudadanos chinos al extranjero.

El levantamiento de la estrictísima política de “cero-covid” en China ha abierto un natural y reprimido deseo de liberación ciudadana frente a las restrictivas medidas que padecieron los ciudadanos de a pie, quienes han vivido en muchos casos en ciudades casi fantasmas, donde la actividad más activa transcurría en torno a los centros de pruebas y la movilización policial que aseguró el cumplimiento de tales confinamientos.

Poco a nada se da a conocer de manera oficial. Las autoridades chinas recurren al mismo guión, al del silencio, la confusión o incluso la desinformación tanto doméstica como internacional. En esta ocasión, hasta la OMS y su director se han apresurado en pedir más data a Beijing para poder valorar el posible impacto del levantamiento de restricciones de viajes al extranjero y con ello poder hacer estimaciones; “es importante el monitoreo y la publicación oportuna de datos para ayudar a China y a la comunidad internacional a formular y hacer evaluaciones de riesgos precisas e informar de respuestas efectivas”.

En busca de evitar masivos contagios, muchos países intentar cerrarse o al menos controlar la llegada de chinos imponiendo el requisito de prueba negativa para poder entrar. Una exigencia que se usó en los primeros meses pero que gracias a la vacunación se ha desestimado. Justo esa es la mayor vulnerabilidad china, una vacuna con pocos niveles de efectividad y los bajísimos porcentajes de vacunados, incluso en la población más vulnerable: los mayores y aquellos con sistemas inmunológicos comprometidos. Aunque tampoco ha habido mucha información oficial compartida al respecto.

Japón fue de los primeros en anunciar restricciones en número de vuelos desde China y la presentación del PCR negativa de los pasajeros. Estados Unidos ha restablecido la presentación de la prueba negativa antes de abordar un avión en China a partir del 5 de enero, lo que ha generado críticas domesticas por no haber empezado con la medida unos días antes. A esta medida se ha sumado Reino Unido, Francia, Canadá, Italia quién fue le primero en sugerirle a sus socios de la UE hacer lo mismo. También lo ha hecho Australia, India, España, Malasia, Corea del Sur y Taiwán.  Marruecos, por su parte, cerró las fronteras a los chinos ante la amenaza. Y seguro que en las siguientes horas la lista crecerá.

Washington, además, ha ampliado su programa de vigilancia genómica basada en viajeros para detectar e identificar nuevas variantes del virus que causa el Covid-19. El programa consiste en tomar pruebas nasales a pasajeros voluntarios, cuya identidad se mantiene anónima, con el propósito de que si se detecta el virus se estudia y descifra el genoma para identificar entonces la posibilidad de nuevas variantes.

En medio del temor de apariciones de nuevas brotes y variantes, la semana pasada la Administración Biden extendía a un total de siete aeropuertos el programa de vigilancia genómica, entre ellos el de Los Ángeles y Seattle que cubren unos 290 vuelos semanales de China y sus cercanías. Así mismo, el programa ha comenzado la vigilancia de aguas residuales en los baños de las aeronaves, como parte de un esfuerzo de expandir un sistema de radar nacional y en el futuro global que vigile la aparición de virus y bacterias, de acuerdo con un editorial del Washington Post del 31 de diciembre.

Mientras tanto, lo que algunos valientes e influencers publican en sus redes desde China son noticias sobre hospitales desbordados, pacientes muy enfermos sin poder recibir cuidados y cadáveres amontonados frente a la incapacidad de incinerarlos. Incluso las cajitas usadas para depositar las cenizas se han agotada por lo que han optado por poner los restos humanos en bolsitas rojas en ausencia de las pequeñas cajas usadas para tal propósito.

Cuando parecía que corrían aires de normalidad y sentíamos que la vida tal y como la conocíamos se retomaba progresivamente en casi todos los países del mundo, ahora el temor por brotes masivos en muchas naciones nos inunda. Las autoridades intentan imponer la calma con medidas preventivas pero sin garantías de éxito. Los científicos vuelven a preocuparse y mantienen la alerta frente a la certeza de la falta de honestidad del Partido Comunista chino y la ausencia de informción.

Debería ser sancionable el comportamiento de las autoridades de la segunda economía del mundo. Debería el mundo democrático unir esfuerzos para confrontar a Xi Jinping y su gabinete sobre cómo han manejado la pandemia desde el momento de su aparición. Deberíamos poder reclamar y exigir que tomen responsabilidad por los millones de muertes del mundo y por los billones de dólares que ha costado la pandemia al mundo.

No vale decir que los chinos son así y que maltratan a sus ciudadanos, esos pobres ciudadanos que han sido víctimas de las medidas más restrictivas nunca antes vistas precisamente por la falta de honestidad y aceptación de la inefectividad de su vacuna.

Aun cuando el margen de maniobra es pequeño, el mundo libre tiene el deber de pedir explicaciones y considerar muy seriamente dejar de ser dependiente del país que usa el derecho internacional en su conveniencia y las instituciones para hacer presión según sus intereses. Debemos aprender de lo vivido y no dejarnos liar por los tiranos. Lo hemos visto con Rusia, Putin ha aterrado a Europa y el mundo porque no se le paró en seco cuando se pudo. Xi lo vuelve hacer porqué no ha visto consecuencias drásticas. Países como Canadá y Australia han sido un ejemplo a seguir a pesar de que no son naciones tan poderosas.

Este dèjá vu puede ser nuestra nueva pesadilla o nuestra motivación a tomar el primer paso para defender nuestras libertades que hoy están en riesgo por líderes como Xi, Putin, Maduro, Kim Jong y Alí Jamenei entre otros.

 

 

Nuevos gestos, viejas amenazas

China sigue empeñada en asumir todo el protagonismo mundial que es capaz de generar. En pocos días ha perpetrado un simulacro de agresión contra Taiwán sin precedentes y ha tomado, por presión popular la medida de pasar del todo dictatorial a la nada irresponsable en su control del COVID trasladando al mundo una nueva ola de temor aunque esta vez la mayoría de los países está mejor preparada para hacer frente a nuevas infecciones de este coronavirus. Y, en medio de esta nueva tormenta, una entrevista Xi-Putin en la que los dos países más desestabilizadores del panorama internacional han jurado apoyarse aunque Pekín sigue marcando distancias evidentes respecto a la agresión rusa a Ucrania.

China sigue dando una enorme importancia a la defensa de su imagen internacional, sobre todo cara a países del segundo y tercer mundo donde busca hacer negocios, ampliar su espacio de influencia e ir colocando puntos de avance en su estrategia de ganar presencia en cada punto de importancia comercial y política. Pero el modelo chino, su nacionalismo y sus gestos arrogantes no facilitan estas operaciones, a pesar de los lobbies y de las enormes cantidades gastadas en generar lealtades corruptas.

Mucho se dice que Occidente desconoce los resortes de la cultura china y las concepciones filosóficas y religiosas instaladas en su realidad colectiva. Y es verdad. Pero tampoco en China se  conoce tanto como se aparenta la realidad occidental y a veces desde Pekín se actúa con suficiencia y torpeza solo apenas efectivas por la ingenuidad, que esa sí que la manejan bien los estrategas chinos, de que hacen gala numerosos políticos occidentales, en su mayor parte europeos.

Esto plantea un reto a las sociedades democráticas, a sus gobernantes a sus instituciones y a sus medios de comunicación, muchos de ellos ignorantes o beneficiados de la profundidad de las operaciones chinas (como de otros países con posibilidades financieras y necesitados de aumentar su influencia y mejorar su imagen). Armar una sociedad con mecanismos de defensa no implica ni debe implicar recortar libertades ni requiere intervenciones que limiten el libre mercado, dos tentaciones que siempre aparecen al calor de las crisis y en beneficio de las doctrinas populistas que, con coartadas de izquierdas o de derechas acaban pareciéndose a los argumentos de Pekín. Y esto a va estar presente en un año, 2023, que llega cargado de incertidumbre.