INTERREGNUM: China-Ucrania: año tres. Fernando Delage

Cuando la guerra de Ucrania entra en su tercer año, se multiplican los comentarios que hacen hincapié en las dificultades de Kyiv (al escasear los recursos defensivos que necesita) y en la resistencia de Moscú (por su capacidad para eludir las sanciones impuestas desde el exterior). El pesimismo no sirve, sin embargo, para pronosticar el desenlace del conflicto. Para Ucrania, la continuidad del apoyo político y logístico de Occidente es esencial, es cierto. Pero tampoco afronta Putin un escenario favorable: la victoria que no ha conseguido en dos años, tampoco la logrará en el tercero. La evolución de la guerra obliga también, en cualquier caso, a examinar la posición mantenida por otros actores, entre los cuales pocos son tan relevantes como la República Popular China.

En la rueda de prensa convocada con motivo de la celebración de la reunión anual de la Asamblea Popular Nacional el 7 de marzo, el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, subrayó la fortaleza de las relaciones con Moscú. Según Wang, China apoya la convocatoria de una conferencia internacional de paz, pero no dio ninguna indicación de que su gobierno esté dispuesto a presionar a Rusia para detener el conflicto. Por el contrario, sólo tres días antes, el enviado especial de las autoridades chinas para Rusia y Ucrania, Li Hui, declaró a sus interlocutores europeos en Bruselas—a donde viajó tras visitar Moscú—que Rusia estaba ganando la guerra, y recomendó a la Unión Europea que entable conversaciones con el Kremlim antes de la derrota ucraniana. En realidad, la supuesta neutralidad de Pekín nunca ha resultado creíble; así lo demuestra el envío, no de armamento letal, pero sí de componentes electrónicos y repuestos, además de la concesión de créditos (estimados en más de 9.000 millones de dólares entre 2022 y 2023). Es evidente, con todo, que surgen nuevas aristas que complican la solidaridad china con Putin.

Aunque la agresión rusa contra Ucrania desacredita la defensa por la República Popular de los principios más básicos de la Carta de las Naciones Unidas, la guerra parece haberle proporcionado en principio algunas ventajas. Por una parte, además de distraer la atención de las democracias con respecto al frente asiático (Taiwán y mar de China Meridional), ha contribuido a fortalecer sus credenciales como líder de las naciones del Sur Global. China se ha presentado como potencia mediadora, mientras acusa a Estados Unidos de alimentar el conflicto mediante su apoyo militar a Ucrania. Al mismo tiempo, sopesa las oportunidades que puedan derivarse del cansancio occidental con la guerra, cuya mejor indicación es el bloqueo por parte del Congreso de Estados Unidos de las

peticiones de la administración Biden para Kyiv. Por lo demás, Rusia se ha vuelto más dependiente que nunca de China, una situación que se consolidará en el futuro.

Pekín ha podido adquirir recursos y materias primas a precios imbatibles, dadas las necesidades rusas de financiación allá donde pueda encontrarlas. Como resultado, los intercambios comerciales bilaterales han crecido de manera notable, para superar los 240.000 millones de dólares en 2023, un aumento del 26 por cien con respecto al año anterior. Las exportaciones chinas a Rusia se incrementaron en un 47 por cien (en un 67 por cien si la comparación se hace con 2021), desplazando a Moscú del décimo al sexto lugar entre los socios comerciales de Pekín.

La relación entre ambos actores no ha dejado de tener, sin embargo, sus puntos débiles. Aunque comparten un mismo adversario, Occidente, la desconfianza—así ha sido históricamente—forma parte de su interacción. Una muestra de la misma es el hecho de que Putin haya recurrido a Corea del Norte para obtener la munición que China no está dispuesta a proporcionarle. Ese acercamiento entre Moscú y Pyongyang erosiona, por un lado, la influencia de Pekín en la península: aun siendo el principal socio de Corea del Norte, la cooperación militar de esta última con Rusia proporciona a Kim Jong-un un mayor margen de autonomía con respecto a las preferencias chinas. Por otra parte, es una relación que complica las opciones diplomáticas globales de la República Popular, pues nada une más a los aliados occidentales que la preocupación por las intenciones rusas (y norcoreanas).

Las limitaciones del apoyo chino a Rusia se deben en parte a la importancia de las relaciones económicas con los países europeos para sus intereses. Pero si estos últimos concluyen que China y Rusia constituyen una amenaza conjunta, cabe esperar entonces que se sumen a Estados Unidos en su política de contención del gigante asiático; un coste que Pekín quizá prefiera evitar. Por todo ello, la idea de que la guerra de Ucrania es una oportunidad estratégica para China quizá resulte desmedida. La República Popular, piensan no pocos de sus expertos, debe prevenir que Occidente extienda su inquietud por Rusia hacia China. Los beneficios inmediatos no compensan los efectos, a más largo plazo, de un conflicto que puede situarla en el lado erróneo de la historia.

China: cumbre para una crisis

China celebra este año su Asamblea Nacional Popular en medio de las tensiones de la crisis económica que sacude al país y de la delicada situación internacional con varias guerras (Ucrania y Gaza y otros menos publicitados).Esto, que ha provocado debates internos en el gobernante Partido Comunista Chino y acelerado el intento de Xi Jinping de aumentar su control férreo de todos los poderes y el control de  la economía será el gran asunto de fondo de la reunión.

Miles de delegados de toda China se encuentran en Pekín para debatir los informes que harán sobre la segunda mayor economía del mundo y sus propuestas para el próximo año e intentarán disipar la creciente preocupación por los retos a los que se enfrenta.

Según los expertos, proyectar confianza será probablemente una de las prioridades del líder chino y de sus altos cargos del Partido Comunista durante este evento coreografiado de varios días de duración, conocido como las “dos sesiones”, en las que se reúnen el poder legislativo y el máximo órgano consultivo de China.

Pero las cifras amenazan los planes del gobierno. El sector inmobiliario de China, un pilar de su economía, ha pasado de una crisis a otra desde 2021 después de que el Gobierno emprendiera una represión regulatoria contra la construcción impulsada por la deuda.

Desde entonces, una serie de promotores ha incumplido sus obligaciones de pago y muchos de ellos han iniciado o están en proceso de comenzar procesos de reestructuración de deuda para evitar enfrentarse a procedimientos de quiebra o liquidación.

Los precios de las viviendas nuevas en China han venido cayendo y el Gobierno busca reactivar la demanda, por ejemplo, promoviendo tasas de interés hipotecarias más bajas. Pero muchos potenciales propietarios han estado posponiendo sus compras a medida que los endeudados promotores retrasan o suspenden la construcción de nuevos proyectos de vivienda.

La situación es vista con lupa por inversionistas de todo el mundo, no solo por tratarse de la segunda economía más grande del planeta, sino porque muchos de ellos son acreedores a quienes posiblemente nunca les llegue su pago.

En todo caso, los dirigentes chinos ya han adelantado que se aumentarán las inversiones en defensa y rearme en casi un 8 por ciento, una cifra similar a las de los últimos años, al margen de las dificultades financieras. La incertidumbre sobre el panorama internacional, el empeño chino por fortalecer día a día su dominio de los mares sobre EEUU y sus aliados y la estrategia de Pekín de robustecer su influencia a todos los niveles posibles van a lastrar aún más las dificultades de la economía china.

Huawei: Una amenaza para la independencia de latinoamérica. Senador Marco Rubio

¿Si un bandido se ofreciera a trabajar en su casa, usted lo aceptaría? La respuesta lógica sería que no. Usted no pensaría dos veces en rechazar dicho ofrecimiento, incluso si los servicios que ofrece la persona son a muy bajo precio. Bueno, la realidad es que los gobiernos en nuestra región que le coquetean a Huawei–el gigante chino de las telecomunicaciones–deben tener cuidado pues básicamente es un criminal.

He estado resaltando la amenaza que representa Huawei desde el 2018, cuando la empresa china utilizaba su tecnología barata de 5G para establecer vínculos con EE.UU. y muchos de nuestros aliados más cercanos. Pekín no estaba subsidiando a Huawei para ayudar a las comunidades rurales de EE.UU. En cambio, su objetivo era convertir a una empresa china en el actor dominante en el mercado inalámbrico global y, de ese modo, hacer que todos los países y empresas importantes dependieran del Partido Comunista Chino (PCCh, por sus siglas en español) para sus telecomunicaciones.

Esto le habría dado a Pekín una influencia invaluable para explotar y coaccionar tanto a legisladores como a empresarios. Si a esto le sumamos las capacidades de recopilación de datos de Huawei, estamos hablando de un Caballo de Troya hecho a la medida para espiar, robar la propiedad intelectual y privar a países de su propia independencia. Fui enfático sobre la amenaza que representa esta empresa y el presidente Donald Trump tomó medidas al respecto prohibiendo a Huawei en EE.UU. Los líderes de Australia, Canadá, Francia, Japón, Nueva Zelanda y el Reino Unido siguieron los pasos de nuestro país.

Pero en los años tras esa medida, Huawei ha optado por mantener un perfil más bajo, sobrevivió a un casi colapso y puso su mirada en países de nuestro hemisferio. Desafortunadamente, está logrando avances significativos. Hoy, al menos siete países de nuestra región: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, República Dominicana y Ecuador, están usando o piensan usar tecnología de Huawei en sus redes 5G nacionales. Huawei también se ha instalado en Paraguay, a pesar de la importante postura y oposición del presidente Santiago Peña contra el PCCh.

Los líderes latinoamericanos enfrentan decisiones difíciles, ya que el gigante chino de las telecomunicaciones ofrece un acuerdo nominalmente bueno. Quizás estos líderes crean que pueden gestionar el riesgo de hacer negocios con Huawei, pero como yo argumenté en el 2020, “la fortaleza de la red 5G es que el núcleo y la periferia de ella son lo mismo, lo que significa que darle acceso a Huawei representa un gran riesgo”. Si uno le abre la puerta a esta empresa, podrán manipular toda su red; así es como funciona la tecnología de Huawei. Y tómelo como un consejo de EE.UU., que trabajó con Huawei brevemente y se expuso a amenazas de seguridad de alto nivel y ataques a seis empresas nacionales: es demasiado peligroso.

Existe una necesidad urgente que otros proveedores de 5G, por ejemplo las empresas Ericsson de Suecia, Nokia de Finlandia y Samsung de Corea del Sur, estén disponibles en nuestra región. La tecnología Open Access Radio Network (ORAN, por sus siglas en inglés) ofrece otra alternativa que es incompatible con Huawei, pero ofrece más opciones a menores costos. En todo esto, el acuerdo que EE.UU. le ofreció al Reino Unido cuando estaba considerando asociarse con Huawei deberían permanecer sobre la mesa para otros aliados y socios de EE.UU.: rechacen a esta empresa y les ayudaremos a mejorar su red de telecomunicaciones.

El presidente Nayib Bukele de El Salvador tomó este acuerdo hace apenas unos meses. Espero que más líderes en nuestro hemisferio sigan sus pasos. Sería un beneficio para EE.UU. el impedir que nuestro mayor adversario geopolítico siga expandiendo su alcance en nuestra región. Pero también beneficiaría a toda nuestra región el proteger a sus legisladores y empresarios de la coerción, el espionaje y el robo de propiedad intelectual patrocinados por el PCCh.

Recuerden, Huawei no es una empresa cualquiera. Siendo visto como un “campeón nacional” en deuda con el PCCh, esta empresa no conoce más leyes que las que le impone Pekín. Los gobiernos que le dan a Huawei acceso a sus datos y la tecnología de sus ciudadanos, le están abriendo las puertas a la explotación de su pueblo. Todo mientras ponen en riesgo su independencia nacional.

 

Marco Rubio es Senador de los Estados Unidos por el Estado de Florida

INTERREGNUM: De Pakistán a Indonesia. Fernando Delage

El proceso de regresión democrática global continúa su curso. Según indica el último Democracy Index del Economist Intelligence Unit, publicado hace sólo unos días, menos del ocho por cien de la población mundial vive en democracias liberales completas, mientras que el porcentaje de quienes están sujetos a un gobierno autoritario ha aumentado del 46 por cien de hace una década al 72 por cien en 2023. El continente asiático no es naturalmente ajeno a estas circunstancias, como ha podido observarse en los dos comicios más recientes, los celebrados el 8 de febrero en Pakistán y el 14 de febrero en Indonesia. Sin pretender establecer ninguna similitud entre ambos procesos electorales (las diferencias culturales y políticas de las dos naciones son evidentes), reflejan, no obstante, una trayectoria poco esperanzadora para el futuro del pluralismo en la región.

Las elecciones de Pakistán fueron probablemente las menos limpias desde los años ochenta. Con el exprimer ministro Imran Khan (el político más popular del país) en prisión por maniobras de las fuerzas armadas, ningún partido político obtuvo la mayoría. Aunque los candidatos independientes vinculados a Khan lograron el 35 por cien de los escaños, un resultado notable y representativo del hartazgo popular con los generales, resultó insuficiente para gobernar. Una vez más fueron las dos tradicionales dinastías, los Sharif y los Bhutto, las que pactaron una coalición de gobierno.

El nuevo primer ministro, Shehbaz Sharif, prometió “salvar al país de la inestabilidad política”, un compromiso de nula credibilidad en un contexto marcado por una gravísima crisis financiera, una escalada terrorista y un complicado entorno regional. Sin perspectivas de cambio a la vista, Pakistán sigue avanzando en su inexorable declive. Además del aumento de la violencia, el panorama económico es desolador: hace 20 años, la economía de Pakistán era cerca del 20 por cien de la de India; hoy es apenas el nueve por cien de la su vecino.

Sin llegar al nivel de Pakistán, también en Indonesia mantiene el ejército una significativa influencia. El nuevo presidente, Prabowo Subianto, fue general y ministro de Defensa (además de yerno de Suharto, líder del archipiélago desde el golpe de Estado de 1965 hasta 1999). Su controvertido pasado y las reiteradas acusaciones de violación de derechos humanos en distintas etapas de su vida política no han impedido su elección con el 60 por cien de los votos. A pesar de diversos episodios de intimidación por parte de las autoridades durante la campaña, el proceso fue limpio en sí mismo; cuestión distinta es el gradual retroceso democrático que puede observarse en el país que parecía una excepción entre sus vecinos del sureste asiático.

Si la intolerancia hacia las minorías no musulmanas se incrementó en los últimos años, las elecciones han hecho evidente los esfuerzos del presidente saliente, Joko Widodo (Jokowi), por mantener su influencia. Prabowo fue el candidato derrotado por Jokowi en 2014 y en 2019, que este último neutralizó como oponente al ofrecerle la cartera de Defensa. Su victoria en las recientes elecciones es resultado en parte del apoyo no oficial que le ha ofrecido Jokowi, quien no podía presentarse a un tercer mandato pero cuya popularidad sigue siendo enorme. A cambio, Prabowo eligió al hijo de Jokowi como candidato a la vicepresidencia y se comprometió a mantener su misma estrategia de industrialización y atracción de inversión extranjera, orientada a  reducir la dependencia estructural de la economía indonesia de la exportación de materias primas. Lo más probable, sin embargo, es que una vez que tome posesión en octubre, Prabowo gobierne libre de toda atadura.

Como cuarta nación más poblada del planeta, la evolución de la democracia indonesia no es un asunto menor. Su posición estratégica entre el Índico y el Pacífico, su papel como actor central de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN), y el crecimiento de su economía (que la situará entre las cinco primeras del planeta a mediados de siglo) le darán una proyección de la que ha carecido desde su independencia.

INTERREGNUM: La amenaza norcoreana. Fernando Delage

La situación de seguridad en la península coreana ha empeorado a gran velocidad durante los últimos meses. Cada una de las dos Coreas ha descrito a la otra como su “principal enemigo”, en una escalada retórica que ha ido acompañada de acciones poco tranquilizadoras. Mientras Pyongyang continúa desarrollando sus capacidades nucleares y de misiles, Kim Jong-un se refirió el pasado 30 de diciembre a la posibilidad de una guerra “como una realidad, no como un concepto abstracto”. Seúl ha respondido por su parte mediante el reforzamiento de sus medios militares y aumentando la intensidad y frecuencia de los ejercicios militares que realiza con Estados Unidos.

En este contexto, dos conocidos expertos en Corea del Norte afirmaron recientemente en 38 North, una fuente de referencia sobre asuntos coreanos, que Kim habría tomado la decisión estratégica de ir a la guerra; una opinión con la que no coinciden todos los analistas, no por ello menos preocupados por la creciente amenaza norcoreana. Haya o no un plan bélico inminente, lo cierto es que el programa militar de Pyongyang le permite ampliar las opciones de un ataque limitado a Corea del Sur (la última incorporación a su arsenal son drones submarinos), por no mencionar los riesgos de un choque accidental. Su alineamiento con China y Rusia amplifica asimismo el peligro: ambos gobiernos protegen a Pyongyang de las sanciones de la ONU, mientras que Moscú le proporciona materiales y tecnologías avanzadas (y pone a prueba en Ucrania la eficacia de los misiles norcoreanos).

En último término, este conjunto de circunstancias revela un cambio estructural en el entorno estratégico. Desde el armisticio de 1953, Corea del Norte mantuvo la esperanza de la reunificación de la península bajo su liderazgo, ya fuera por medios políticos o mediante el recurso a la fuerza. Al describir a su vecino—que posee el doble de población y una economía 50 veces mayor—como adversario permanente y abandonar dicho objetivo (lo que hizo ante la Asamblea Popular el 15 de enero), Kim no hace más que asumir la realidad: la supervivencia de su régimen exige aislar a su país de la influencia política y cultural de los surcoreanos. La misma lógica habría llevado al líder norcoreano a abandonar la idea—mantenida por su padre y abuelo—de que un cambio en las relaciones con Estados Unidos era posible.

La renuncia a hacerse con el Sur (acompañada de la abolición de los mecanismos intercoreanos de gestión de conflictos), y la imposibilidad de un entendimiento con Washington son motivos que, según diversos observadores, justificarían una provocación militar que serviría a Corea del Norte para demostrar sus capacidades, y erosionar al mismo tiempo la confianza de los surcoreanos en la alianza con Estados Unidos como elemento de disuasión de Pyongyang. El riesgo de una escalada es por tanto real, como lo es igualmente la posibilidad de que un conflicto entre Washington y Pekín—sobre Taiwán o las islas del mar de China Meridional—se extienda a la península. Corea del Norte no es sólo por tanto una amenaza limitada, sino elemento potencial de una ecuación mayor.

Con todo, aun desconociendo las intenciones de Kim, tampoco sería conveniente prescindir de cierta perspectiva histórica. En distintas etapas de su trayectoria, Pyongyang ha recurrido a una retórica beligerante como reflejo de su debilidad interna más que de sus ambiciones internacionales. Sus provocaciones coincidían normalmente con aquellas ocasiones en que el régimen afrontaba dificultades económicas o políticas, y servían para fortalecer la legitimidad del sistema. Sin que puedan negarse los evidentes factores de inestabilidad regional, la amenaza de guerra podría ser también por tanto una estrategia de Kim para asegurar su absoluta prioridad, que no es otra que su control personal del poder.

La sombra de Trump asusta a Taiwán

El crecimiento de las posibilidades de Donald Trump de volver a la Casa Blanca para un segundo mandato como presidente está sembrando preocupación en Taiwán, sobre todo a raíz de las declaraciones del candidato republicano en el que subordina su apoyo a la OTAN contra una eventual nueva agresión rusa a que los integrantes europeos de la alianza militar acepten la postura de EEUU sobre la financiación de la estructura militar aliada.

Trump defendió ya en su primer mandato como presidente la necesidad de que los integrantes europeos de la OTAN eleven su nivel de gasto en defensa y atenúen así los gastos de EEUU que hasta ahora corre con la principal carga financiera en medio, por cierto, de no pocas críticas europeas a la política exterior de EEUU mientras esperan que desde allí sigan asumiendo el peso principal. Pero ahora el contexto es distinto. Los aliados europeos están aumentando sus presupuestos de defensa, Rusia es más amenaza que nunca tras su agresión a Ucrania y Trump acompaña su mensaje de una discreta voluntad de llegar a un acuerdo con Putin y reducir su costoso apoyo a la resistencia ucraniana.

Esto es lo que se analiza con preocupación en Taiwán. Se teme que Trump, si gana las elecciones de noviembre, comience a matizar su apoyo a la isla y la política disuasoria respecto a China para llegar a un acuerdo global con Pekín en una especia de reparto de zonas de influencia donde dejaría a China la expansión de su sombra en Asia Pacífico a cambio de una moderada contención general. Taipei teme que la isla sea una moneda de cambio si Pekín se compromete a que la asimilación se haga sin intervención militar directa.

Trump ha evidenciado una posición aislacionista de EEUU respecto a los grandes conflictos internacionales, a pesar de sus bravatas y sus gestos frente a Corea del Norte en su primer mandato. Esto no es nuevo y la historia tiene ejemplos de cualificados políticos norteamericanos (como el padre del presidente Kennedy frente a Hitler) que abonan esta tradición, luego corregida en gran parte por agresiones exteriores o por amenazas globales.

Ucrania y Taiwán temen, quizá con más razón de lo que parece, una nueva presidencia de Donald Trump en la que su empatía con Putin y su atolondrada e irresponsable concepción del peligro ruso y sus ganas de evitar todo choque con China le lleven a sacrificar dos piezas esenciales en el gran tablero mundial.

Vietnam y Taiwán se acercan y miran a China de reojo

Un acercamiento entre Vietnam y Taiwán está causando cierta inquietud en China. Aunque Vietnam mantiene oficialmente su reconocimiento de la doctrina de “una sola China” (defendida por Pekín) se viene produciendo una intensificación de contactos y acuerdos entre autoridades vietnamitas y taiwanesas precisamente cuando China lleva años con una creciente presión sobre la isla para conseguir la sumisión de su régimen al Estado autoritario de la China continental. A esto se añade que Vietnam, a despecho de la historia, lleva décadas estrechando relaciones con Estados Unidos con quien ha firmado acuerdos comerciales importantes.

China mantiene en estos momentos una relación cordial (aunque no intensa ni entusiasta) con Pekín, por lo que se ha apresurado a explicar que únicamente “mantiene e impulsa los nexos pueblo a pueblo y no gubernamentales con Taiwán en los campos de economía, comercio, inversión, ciencia y tecnología, cultura, educación, entre otros y no desarrolla cualquier relación a nivel estatal con ese territorio”.

La situación es compleja. No hay que olvidar que en 1979, cuando Vietnam se reunificaba tras lograr la retirada de las fuerzas de EEUU del país y contaba con el apoyo de la Unión Soviética, fuerzas chinas invadieron el norte de Vietnam en apoyo de Camboya que mantenía contenciosos territoriales, étnicos e ideológicos (aunque se reclamaban ambos del marxismo-leninismo) con Vietnam. Actualmente Vietnam y Camboya se entienden a distancia y China es el gran padrino de los militares camboyanos que gobiernan tras un golpe de Estado que ha desatado una gran represión en el país.

Tampoco las relaciones entre Vietnam y Taiwán han sido siempre fáciles. Mantienen discrepancias respectos a sus límites territoriales marítimos, y algunas maniobras de las fuerzas navales taiwanesas han suscitado protestas de Vietnam por entender este país que se cruzaban aguas vietnamitas. Pero en estos momentos el intercambio de contactos y la firma de acuerdos se están intensificando y esto alerta a Pekín, que trata de crear una red de apoyo a su política de aislamiento internacional de Taiwán para facilitar su absorción sin excluir acciones militares como proclama Pekín oficialmente.

INTERREGNUM: China: los límites al crecimiento. Fernando Delage

Según los datos anunciados hace unos días, el PIB chino creció un 5,2 por cien en 2023; una cifra ligeramente por encima del objetivo oficial del cinco por cien, y que superó con creces el tres por cien del año anterior, cuando la economía estaba aún sujeta a las duras restricciones de la política de covid-cero. Ese resultado no significa, sin embargo, que se hayan corregido los problemas estructurales de fondo, como las dificultades del sector inmobiliario (que representa más del veinte por cien de la economía, y en el que la inversión cayó cerca de un diez por cien con respecto a 2022), las presiones deflacionistas, o las variables demográficas, factores todos ellos que reducen en gran medida el potencial de crecimiento a largo plazo.

Como también se anunció, en efecto, la población se redujo por segundo año consecutivo: la caída en 2023 fue de más de dos millones de personas, confirmándose una tendencia imparable que obliga a preguntarse por la continuidad del ascenso chino. Como consecuencia de la menor natalidad y de un acelerado envejecimiento, la población activa china ha pasado del 24 por cien al 19 por cien del total mundial (y se estima que se reducirá hasta el 10 por cien en los próximos 35 años). También disminuirá por tanto el porcentaje de la economía mundial representado por la República Popular, como ya está ocurriendo desde 2022.

Otras variables a incluir entre los obstáculos presentes son la enorme deuda china y un lento aumento de la productividad, así como el incremento del volumen de capital que sale al exterior a la vez que cae de manera notable la inversión extranjera directa en el país. Son circunstancias que se complican aún más en un contexto caracterizado por un deteriorado escenario internacional—quizá el peor al que ha hecho frente la República Popular desde los tiempos de Mao—, y por un gobierno que, pese a la necesidad de las reformas, no renuncia al control político de la vida nacional en su conjunto.

La confirmación de que el abandono de las restricciones de la pandemia no ha traducido en la restauración de la “normalidad”, condujo a finales de año a la adopción de un conjunto de medidas de estímulo. Con el objetivo concreto de apoyar al sector privado, en particular a las pymes, el 27 de noviembre se dieron a conocer hasta 25 propuestas—con la innovación tecnológica y las energías renovables como prioridades—orientadas a facilitarles al acceso a los créditos bancarios y a otros instrumentos de financiación. Aparentemente se trataba de una marcha atrás con respecto al protagonismo otorgado por el gobierno a las empresas estatales, pero los expertos dudan de que estas medidas sirvan para estimular la demanda interna cuando ya han fallado otros intentos similares. Bajo el liderazgo de Xi Jinping, la política económica china avanza en una dirección para luego retroceder y posteriormente volver a cambiar de orientación, lo que provoca la desconfianza de empresas, inversores y analistas. Resulta difícil pensar en una nueva senda de crecimiento mientras las autoridades mantengan su enfoque intervencionista.

China seguirá siendo la segunda economía del planeta, y un actor decisivo en la agenda global. Pero este complicado escenario económico tiene visos de convertirse en el principal desafío interno al poder de Xi, afectará a la evolución de las relaciones con Estados Unidos, y dañará la ambición de convertirse en un modelo para las naciones del Sur Global. Las fortalezas y capacidades del país son innegables, como lo es también su determinación de situarse en el centro de la economía mundial. La expectativa de que el siglo XXI sea el siglo de China, empieza no obstante a difuminarse.

Economía infantil. David Montero.

En las últimas décadas, China ha experimentado un cambio demográfico sin precedentes, marcado por un notable descenso de su población. Este fenómeno, resultado en parte de la histórica política del hijo único y de los cambios en las tendencias de natalidad, plantea serias preguntas sobre el futuro económico del gigante asiático. ¿Cómo afectará este declive poblacional a la segunda economía más grande del mundo?

Implementada en 1979, la política del hijo único buscaba controlar el crecimiento explosivo de la población en China. Si bien fue efectiva en su objetivo, ha dejado un legado de desequilibrios demográficos. Hoy, China se enfrenta a una población que envejece rápidamente, con una tasa de natalidad que continúa disminuyendo pese a los esfuerzos del gobierno central. Según el último censo, el país está viendo el crecimiento más lento de su población desde que comenzó a recopilar datos, en la década de 1950.

El envejecimiento y la reducción de la población en edad de trabajar plantean desafíos significativos para la economía china, ya que la disminución de la fuerza laboral afectará al crecimiento económico y la competitividad de China en el mercado global. Además, el aumento de la población de edad avanzada está ejerciendo presión sobre el precario sistema de seguridad social, aumentando la demanda de pensiones y atención médica. Este cambio demográfico también está alterando los patrones de consumo, con posibles repercusiones en la demanda interna, uno de los principales pilares para el dinamismo económico del país.

Frente a estos desafíos, el gobierno chino ha tomado medidas, incluyendo la relajación de la política del hijo único en 2015 y la promoción de políticas para incentivar la natalidad. Además, se están realizando inversiones significativas en tecnología y automatización para mitigar los efectos de la escasez de mano de obra. Estas estrategias buscan no solo abordar los problemas demográficos actuales, sino también preparar a China para un futuro económico sostenible. Sin embargo, diferentes estudios afirman que pese a esto, China enfrentará desafíos continuos relacionados con su población en las próximas décadas. El equilibrio entre mantener un crecimiento económico robusto y gestionar las necesidades de una población envejecida y menguante será clave. A pesar de estos retos, el país tiene oportunidades significativas para adaptarse y prosperar en este nuevo contexto demográfico.

Como se ha podido comprobar en mercados como el europeo, el envejecimiento de la población crea una demanda creciente de productos y servicios adaptados a las necesidades de los adultos mayores. Esto incluye atención médica especializada, productos farmacéuticos, dispositivos de asistencia, viviendas adaptadas y servicios de ocio. Las empresas que se especializan en estos sectores pueden encontrar un mercado en expansión. Además, la disminución de la fuerza laboral puede acelerar la adopción de la automatización y la inteligencia artificial en la industria. Esto puede conducir a un aumento de la productividad y eficiencia, impulsando la innovación tecnológica. Las empresas que lideran en tecnologías de automatización y AI, en las que China es una potencia puntera, pueden beneficiarse significativamente. Es previsible, además, que la disminución de la población interna pueda llevar a las empresas chinas a buscar oportunidades de crecimiento en mercados exteriores. Probablemente, en los próximos años asistiremos a un refuerzo de la expansión internacional de las empresas chinas, en busca de sustitución de la demanda interna. Sectores como el vehículo eléctrico ya son ejemplo de esto.

En definitiva, China tiene un problema y tiene oportunidades. Pero sobre todo, no tiene (suficientes) niños. De la gestión que haga de esto dependerá en gran medida su crecimiento económico futuro y la posibilidad de, de verdad, convertirse en una alternativa real a Estados Unidos.

¿Y si gana Trump? David Montero

La victoria inapelable de Donald Trump en el caucus de Iowa esta misma madrugada acerca la posibilidad de un nuevo mandato presidencial a partir de enero de 2025. Entre las múltiples lecturas, análisis y teorías que se pueden establecer de este hecho, la relación de Estados Unidos con China estaría, indudablemente, en el centro de la mayoría de ellas.

Durante su primer presidencia (2017-2021), Trump adoptó una postura confrontativa hacia China, marcada por una guerra comercial, tensiones sobre Hong Kong y Taiwán, y desafíos en los ámbitos de tecnología y seguridad. En contraste, la administración de Joe Biden ha buscado un enfoque más diplomático, aunque manteniendo una postura firme en temas clave como derechos humanos y comercio. Sin duda, un segundo mandato de Trump podría significar un retorno a políticas más agresivas hacia China. Esto podría reavivar la guerra comercial, aumentar la presión sobre temas de Derechos Humanos y libertades en Hong Kong y Taiwán, y profundizar las disputas en seguridad y tecnología. Por su parte, China podría adoptar una postura más defensiva o incluso confrontativa, lo que intensificaría las tensiones bilaterales, y las posibilidades de desestabilización del ya complejo equilibrio global. La reciente victoria de Lai Ching-te y su PDP en Taiwán no van a colaborar precisamente a que Pekín esté más tranquilo, y podría provocar un esfuerzo renovado por parte de China para fortalecer alianzas en Asia y Europa, anticipando un enfoque más unilateral y sobre todo más confrontativo de EE. UU.

La victoria de Trump es, sobre todo, un aviso de lo que puede venir a un año vista. Seguro que en Pekín habrán tomado nota y estarán pensando en que, tal vez, deberían acelerar los posibles pasos que quieran dar hacia Biden antes de que sea demasiado tarde. Probablemente la reunión de hace unos meses en San Francisco tenga que ser interpretada ya en esos términos, y desde luego, todos los pasos que se den a partir de ahora en la relación bilateral estarán marcados por la sombra creciente de un Trump que se aproxima y, veremos, si termina llegando.