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China sigue presionando

A pesar de la ligera distensión que están protagonizando China y Estados Unidos, el gobierno de Pekín mantiene la presión sobre los límites de sus mares territoriales e imponiendo la presencia de sus fuerzas  navales cerca de islas pertenecientes a Japón, Filipinas y otros países cuya soberanía es reclamada por China.

Agencias de noticias vienen  informando hace semanas de la movilización de fuerzas navales filipinas tras denunciar la aparición de más de 135 barcos de la Milicia Marítima de China que han comenzado a patrullar  por las islas. Aparentemente, China quiere seguir manteniendo alta tensión con un gran despliegue naval en el justo límite de sus aguas territoriales  y realizando incursiones sorpresa que elevan la alarma, alteran las rutas comerciales y ponen en alerta todos los sistemas de defensa en la región con los riesgos de que un error de cálculo o una maniobra arriesgada hagan estallar un conflicto de incalculables consecuencias.

China está teniendo altibajos en su economía que están aumentando las tensiones sociales internas  y ralentizando sus planes de inversiones e influencia en África y, en parte, en América Latina. Estos hechos podrían estar actuando sobre los intentos chinos de calentar el fervor nacionalista sobre los mares territoriales, aunque no hay que olvidar que el nacionalismo chino siempre ha constituido una constante de Pekín y ninguna de sus reclamaciones son nuevas desde el fin de la guerra mundial y el triunfo de la revolución comunista que acaudilló Mao.

Esta pulsión china puede constituir un obstáculo en sus planes de acercamiento relativo a una distensión con Estados Unidos, aunque las autoridades de Pekín consideren que mantener la presión es el pulso necesario para que Washington admita la necesidad de relacionarse con China al más alto nivel de potencia a potencia. Como todas las grandes operaciones estratégicas, ésta también tiene el enorme peligro de sus efectos secundarios, generales en el caso de que den lugar a un conflicto abierto, y particularmente para China porque su agresividad está fortaleciendo las alianzas de EEUU en la región y estimulando el crecimiento de las inversiones en recursos militares de quienes se sienten amenazador por Pekín.

China y Filipinas enfrentadas. Nieves C. Pérez

La periodista Camille Elemia publicó un artículo en el New York Times el pasado 11 de noviembre en el que explica cómo la disputa territorial entre China y Filipinas se ha agravado en las dos últimas décadas lo que se expresa en una especie de persistente ofensiva naval en el mar del sur de China.

La tensión gira en torno a un viejo y oxidado barco de la época de la Segunda Guerra Mundial, el Sierra Madre, que Elemia describe como el símbolo de resistencia que ha evitado que China se haga con las aguas en disputa en mar del sur de China debido a su ubicación estratégica.

En 1999 el gobierno filipino encalló la embarcación en el arrecife en disputa a 120 millas de la costa de la provincia occidental de Palawan, en el Second Thomas Shoal. El barco en cuestión es ahora una especie de base militar y por tanto de vigilancia, a pesar de lo complejo que es surtirlo de suministros debido al constante patrullaje naval chino en esas aguas y sus alrededores.

Hace pocos días el gobierno filipino dio acceso a un grupo de periodistas a una curiosa misión de reabastecimiento que consistió en abordar un barco de la Guardia Costera y luego un bote inflable para poder acercarse a 1000 yardas del Sierra Madre. A bordo, los reporteros fueron testigos de lo caldeada que puede tornarse la situación.

Cerca de la media noche se encontraban a  pocas millas del Sierra Madre cuando cuatro embarcaciones chinas se dispusieron a perseguir al barco de la Guardia Costera filipina.  A eso de las seis de la mañana los barcos chinos bloquearon al filipino, lo que les obligó a hacer una maniobra para poder escabullirse, riesgosa situación que se produjo varias veces.

En el  transcurso de las horas, China envió más patrullaje, al igual que hizo Filipinas, pero, claro, cada uno en su medida y tamaño, seguido por alertas de radio donde los filipinos recordaban que de acuerdo con la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar esas acciones son ilegales. Los oficiales chinos por su parte respondían con “salgan del área inmediatamente”.

El mismo día, el gobierno filipino presentó una protesta ante China que fue respondida por el Ministerio de Asuntos Exteriores chino bajo la afirmación que había sido violada de la soberanía china.

Filipinas está actuando en consecuencia con un dictamen de un tribunal internacional del año 2016 que declaró que el Second Thomas Shoal está a menos de 200 millas náuticas de Palawan y por tanto es zona económica exclusiva filipina. China, por su parte, reclama el noventa por cierto del Mar de China meridional y ha rechazado el fallo.

Este tipo de confrontaciones son cada día más frecuentes en este mar y preocupan muchísimo porque China se muestra más agresiva y decidida a continuar ese patrón.

El podcast  “One decision”, en su episodio pasado, abordó este mismo tema la semana pasada y entrevistaron al   contraalmirante filipino Romel Jude, quien explicó que el punto de escala de la disputa. en su opinión. coincide con el ascenso de Xi Jinping al poder en el Partido Comunista chino. “A lo largo de los años lo hemos visto eliminar a sus rivales dentro del partido y acumular poder”.

En cuanto al Sierra Madre, Jude sostiene que es un barco decrépito, pero técnicamente sigue siendo un barco operativo. Está en la lista de buques activos, precisamente para preservar su estatus jurídico en servicio con todos los derechos, y, en efecto, hoy es un buque de guerra en pleno funcionamiento.

Ahora bien, se necesita reparar al Sierra Madre para poder detener su deterioro. Esto es una medida a corto plazo aunque necesaria. Lo que realmente se necesita es construir unas nuevas instalaciones permanentes dentro del Second Thomas, afirma Jude. De lo contrario, estaríamos perdiendo la estructura para nuestras tropas y lo que acabaría pasando es que perderíamos el Second Thomas Shoal de manos de Beijing, sostiene.

China tiene su Armada, su Guardia costera y su Milicia Pesquera operando en conjunto para crear una especie de muro de contención alrededor de este archipiélago para precisamente dificultar las operaciones de abastecimiento filipino, por lo que es clave que Filipinas, junto con otras naciones, no se relajen ante las pretensiones y abusos chinos en la región.

En el Mar del Sur de China hay muchas disputas abiertas: China, Taiwán, Filipinas, Vietnam, Malasia y Brunéi en diferentes medidas tienen reclamaciones, pero China reclama y explota casi todo el territorio incluso el que es plataforma económica exclusiva de otros países.

Manila está buscando poner distancia con Beijing. En efecto, a principio de noviembre anunció que no formarán parte de los proyectos de infraestructura de la gran iniciativa de la nueva Ruta de la Seda (BRI por sus siglas en inglés) lanzadas por Xi en 2013. China tenía previsto el desarrollo de proyectos en Filipinas por un valor cercano a los 5000 millones de dólares. El 7 de noviembre esta columna escribió sobre ese tema para más información https://4asia.es/2023/11/07/filipinas-dice-no-a-la-ruta-de-la-seda-nieves-c-perez-r/

El nuevo gobierno filipino entiende que, por su condición de archipiélago con más de siete mil islas, es fundamental conservar la libertad de los mares y su salida libre al océano. Su supervivencia y la de muchos otros países en el Mar del Sur de China depende de esta condición y Manila parece estar apostando todos sus recursos incluso acercándose a Washington y sus aliados para conseguirlo.

Filipinas dice NO a la Ruta de la Seda. Nieves C. Pérez R.

Manila anunció que Filipinas no formará parte de los proyectos de infraestructuras de la gran iniciativa de la nueva Ruta de la Seda china (BRI por sus siglas en inglés) lanzada por Xi Jinping en 2013.

El anuncio de la terminación de los proyectos por un valor cercano a 5.000 millones de dólares se dio posterior a la visita del presidente filipino Ferdinand Marcos Jr. al foro que tuvo lugar hace un par de semanas en Beijing para celebrar los diez años del lanzamiento de esta iniciativa, la más ambiciosa lanzada por China.

El Senado filipino, por su parte, ya había expresado que “casi todas las iniciativas claves de inversión china en Filipinas estaban siendo reevaluadas debido tanto a factores económicos como políticos”. El ex presidente filipino, Rodrigo Duterte (2016-2022) había fortalecido la relación y acercamiento con China, por lo que este cambio de dirección de manos del actual presidente marca un cambio total.

Marcos Jr. entiende que la cercanía con Beijing es perjudicial para los intereses nacionales, en parte motivado por los “créditos trampa” que ha venido proveyendo Beijing por el mundo, quizás el mejor ejemplo es Sri Lanka y el efecto devastador para su economía.

Además, no se puede dejar a un lado las disputas y agravios en el mar de China meridional. Hace tan solo unas semanas Manila protestaba fuertemente por las “cada vez más provocativas y peligrosas maniobras de la guardia costera y los barcos de la Armada de China. El último y muy grave accidente tuvo lugar el 22 de octubre en el que dos barcos chinos bloquearon y chocaron por separados con dos barcos filipinos cerca del Second Thomas Shoal”, en las disputadas islas Spratly, que fue extensamente reportado por los medios.

Estas disputas no son nuevas ni tampoco las protestas. En efecto, Manila ganó el caso de arbitraje en el 2016 sobre la Isla Scarborough que China reclama también como suyas. Además de que China envía barcos a pescar en esas aguas, probablemente para mantener presencia y vigilancia.

Paralelamente, el primer ministro japones, Kishida Fumio, visitó Filipinas la semana pasada para expresar su solidaridad mientras se presenta como una alternativa regional frente al liderazgo chino. Un viaje que busca recomponer relaciones históricas complejas mientras se presentan como la opción más prooccidental en la región.

Washington, mientras tanto, ha venido haciendo su parte fortaleciendo alianzas con los aliados e incluso acercándolos. Así quedó sentado en el encuentro trilateral en Camp David en el que Biden recibió con los mayores honores a los lideres de Corea del Sur y de Japón en agosto y los hizo comprometerse en trabajar en conjunto.

En septiembre, Biden se tomó el tiempo necesario para hacer una visita estratégica a Vietnam y expresarles la importancia que tienen para los estadounidenses este país; elevando de esta manera las relaciones bilaterales.  Todo mientas arma a Taiwán para que Beijing entiendan que ni están desprovistos ni están solos.

Lo que ha venido ocurriendo en los últimos años es un despertar para algunas naciones que vieron en China su solución económica y empiezan a evaluar el futuro de esas relaciones y el precio de la dependencia económica de un país como China. Algunos ya están pagando un altísimo precio, otros como Filipinas entienden que por su propia condición de archipiélago de más de siete mil islas es imperioso la libertad marítima para su supervivencia, por lo que alejarse de Beijing mientras se acercan a los aliados occidentales puede ser la única solución a su supervivencia.

 

INTERREGNUM: Sorpresa en Tailandia. Fernando Delage

Aunque se esperaba que las elecciones legislativas del pasado 14 de mayo concentraran un importante voto de protesta contra el gobierno de Prayut Chan-o-cha, el exgeneral responsable del golpe de Estado de 2014, los resultados fueron sencillamente demoledores para los militares. Los dos partidos apoyados por estos últimos lograron 76 escaños, mientras que los grupos reformistas sumaron 315 diputados. La sorpresa no quedó ahí: pese a la expectativa de que Pheu Thai (el partido vinculado al exprimer ministro Thaksin Shinawatra, y ganador de todas las elecciones de las dos últimas décadas) sería el más votado, se vio superado por Avanzar, partido fundado hace sólo tres años y liderado por Pita Limjaroenrat, un joven empresario de 42 años, formado en Harvard y el MIT.

No sólo se ha pronunciado la sociedad tailandesa a favor de las reformas, sino que parece haberse superado el enfrentamiento mantenido durante veinte años entre el establishment conservador y los seguidores del populista Thaksin; entre los popularmente conocidos como “camisas amarillas” y “camisas rojas”, respectivamente. Una tercera fuerza ha entrado en escena, y el extraordinario apoyo que ha conseguido se explica por su promesa de reducir el papel de los militares y de la monarquía en la política nacional, además de por sus propuestas de reforma del sistema educativo y otros programas sociales. Avanzar se comprometió a no formar coalición con ninguna fuerza ligada a los generales y a abolir el delito de lesa majestad, que prohíbe toda crítica a la corona.

Su éxito no significa, sin embargo, que pueda formar gobierno y hacer realidad su agenda política. Según la Constitución de 2017, redactada tras el último golpe, las fuerzas armadas nombran a la totalidad de los 250 miembros del Senado, cámara que, junto a los 500 diputados, participa en la elección del primer ministro. Al no contar con los 376 escaños necesarios para su investidura, Pita tiene un plazo de dos meses para ampliar sus socios. Ahora bien,  si traiciona su compromiso de no aliarse con fuerzas promilitares, no podrá reformar la monarquía ni tampoco sostener su credibilidad. Si, por otra parte, los militares bloquean la formación del gobierno reclamado en las urnas, se crearán las condiciones para una nueva espiral de enfrentamiento civil.

Los antecedentes no dan muchos motivos para el optimismo. Con una media de un golpe de Estado cada nueve años desde 1932, en Tailandia se han producido ciclos de restauración democrática, seguidos poco después por una nueva intervención de las fuerzas armadas. Es posible, no obstante, que estas elecciones hayan marcado un punto de inflexión al confirmar el hartazgo de los tailandeses con el orden establecido; un hecho que el ejército y los intereses próximos a la casa real no podrán ignorar.

La voluntad de cambio político no aparece sólo vinculada por lo demás a la estructura nacional de poder. Los militares se han mostrado incapaces de frenar el deterioro de la segunda economía del sureste asiático, que ha quedado al margen de los acuerdos de integración comercial. Han sido Vietnam y otros vecinos quienes han atraído la inversión extranjera. También han hecho perder al país su tradicional liderazgo diplomático regional, a la vez que han obstaculizado la presión exterior sobre la junta militar birmana, y debilitado la relación con su aliado norteamericano. La consecuencia ha sido una mayor dependencia de Pekín; otra circunstancia que cambiaría de restaurarse un régimen pluralista. La transición a una democracia estable sería, por último, un ejemplo para los Estados del sureste asiático, como ya lo fue la revolución popular de Filipinas que, en 1986, acabó con la dictadura de Ferdinand Marcos. Ese resultado no se repitió en otros casos (en Myanmar, por ejemplo, condujo a una mayor represión), pero es innegable que, en 2023, las demandas de cambio no son monopolio de los tailandeses.

Se estrechan las alianzas en el Pacífico

Conforme avanza la presencia y la presión aeronaval china (provocaciones en realidad) sobre Taiwán y las rutas marítimas internacionales en los mares adyacentes, los tradicionales aliados de Occidente van dejando atrás viejos rencores y antiguos resentimientos históricos y acercándose para reforzar lazos y reforzar acuerdos ante el peligro chino como en el pasado debieron alertarse ante el imperialismo japonés.

Así, el primer ministro nipón, Fumio Kishida, visitará Seúl para encontrarse con el primer ministro surcoreano, Yoon Suk Yeol, visita que no se producía desde 2011. En la agenda estarán los sistemas de alerta y defensa frente a Corea del Norte, una evaluación de los movimietos de la flota china y sus amenazas a Taiwán, sus respectivos acuerdos de seguridad con Estados Unidos y, como telón de fondo, las consecuencias económicas y geopolíticas de las agresiones rusas en Europa.

Japón prepara la cubre del G7 que se producirá en el país, ofrece un mensaje de lazos estrechos  con Corea del Sur dejando pendiente algunos contenciosos bilaterales que colean desde las agresiones japonesas en la II Guerra Mundial y avala su decisión de mantener el pulso ante la presión china a la que se va incorporando Rusia en el Pacífico.

Hace unos meses, Filipinas frenó un leve acercamiento comercial a China, superó algunos roces con Estados Unidos y decidió ampliar las instalaciones militares norteamericanas en las islas, con gran disgusto y expresiones de protesta de Pekín.

Todo esto se da en el marco del rearme australiano con ayuda y programas conjuntos con Estados Unidos y Gran Bretaña y el aumento de fuerzas navales en la región y en las rutas internacionales de la zona. La situación es, desde luego, crecientemente tensa aunque los expertos consideran que, de momento, no es de alto riesgo aunque éste existe. Analistas de EEUU consideran que China tiene capacidad suficiente para atacar Taiwán aunque añaden que a Pekín le costará, como a Rsia en Ucrania, resolver rápidamente el conflicto si se produce y añaden que la disuasión de una agresión china es militar pero también política y económica y creen que debe dejársele claro a China que un enfrentamiento en la zona sería especialmente catastrófico para China con dus vulnerabilidades estructurales en economía.

INTERREGNUM: Manila se acerca a Washington. Fernando Delage

Una nueva pieza se ha vuelto contra China en el tablero estratégico asiático. Después de contar Pekín durante seis años con la simpatía del gobierno de Rodrigo Duterte, su sucesor como presidente de Filipinas, Ferdinand “Bongbong” Marcos Jr., ha reforzado la relación con Estados Unidos. Como Duterte, Marcos defiende una política exterior independiente, pero, frente al complejo equilibrio que debe mantener el archipiélago entre su principal aliado de seguridad y su principal socio comercial, la balanza se ha inclinado esta vez hacia Washington, proporcionando a Manila un papel no menor en la estrategia de la administración Biden hacia el Indo-Pacífico. Es, con todo, un giro causado por las propias acciones chinas, más que por las diferentes perspectivas de ambos líderes filipinos.

Tras llegar a la presidencia, Duterte prefirió hacer caso omiso a la sentencia del Tribunal Permanente de Arbitraje de La Haya que, en julio de 2016, falló a favor de Filipinas en la demanda presentada ante el Tribunal por su antecesor, Benigno Aquino III, contra las reclamaciones de soberanía de Pekín sobre las islas del mar de China Meridional. Duterte pensaba que una relación más estrecha con China reduciría las tensiones por los conflictos marítimos, supondría un apoyo externo a su guerra contra las drogas y, sobre todo, se traduciría en inversiones para el desarrollo de su ambicioso plan nacional de infraestructuras. El fracaso de dicha política se haría pronto evidente, sin embargo. Los compromisos de inversiones chinas nunca fueron los previstos, y los incidentes entre buques de pesca filipinos y unidades paramilitares chinas tampoco cesaron.

El propio Duterte terminaría dando marcha atrás, al ser consciente del carácter indispensable de la alianza con Washington para la seguridad de Filipinas. La normalización de las relaciones con Estados Unidos no es por tanto una sorpresa ni una decisión abrupta.  Pero conforme la presión china ha ido a más—las patrullas de sus buques guardacostas se han incrementado notablemente en los últimos meses—, también Marcos ha ido más lejos en su acercamiento a la administración Biden. Además de la integridad territorial filipina, otro factor explica ese resultado:

Taiwán. Marcos ha manifestado públicamente su preocupación por el aumento de la tensión en el estrecho, pues, dada su cercanía, todo escenario de conflicto implicaría de una manera u otra a Filipinas.

Su respuesta a la asertividad china se concretó el mes pasado. Por una parte, durante la visita a Manila del secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin, ambas naciones anunciaron la ampliación del acuerdo de cooperación en defensa de 2014 de las cinco instalaciones militares contempladas originalmente a un total de nueve (incluyendo al menoscuna situada enfrente de Taiwán). Las fuerzas norteamericanas, que además podrán establecerse de manera permanente y no rotatoria, contarán de este modo con una capacidad adicional de proyección desde el archipiélago en el caso de futuras contingencias.

Sólo unos días después Marcos viajó a Tokio, donde firmó con el primer ministro, Fumio Kishida, un acuerdo que permitirá a las fuerzas de autodefensa japonesas operar en Filipinas en caso de desastres naturales y urgencias humanitarias. Para los dos gobiernos se trata tan sólo del primer paso hacia una mayor cooperación militar entre ambas naciones. La relación Manila-Tokio—aliado clave de Estados Unidos—complementa así la estrategia norteamericana con respecto al mar de China Meridional y el estrecho de Taiwán. De hecho, el propio Marcos reveló que los tres países mantienen conversaciones acerca de un posible pacto de defensa trilateral.

THE ASIAN DOOR: Filipinas, bisagra geopolítica del Pacífico. Águeda Parra

La geopolítica del gasto en infraestructuras ha pasado a formar parte del soft power de las grandes potencias que buscan afianzar su posicionamiento internacional mientras estrechan los vínculos de cooperación con países cuyo déficit en infraestructuras se ha ido acrecentando en las últimas décadas. La iniciativa china de la nueva Ruta de la Seda, pero también la versión europea Global Gateway y la apuesta estadounidense Build Back Better, representan una nueva era en el despliegue de diplomacia global.

El gasto en desarrollo de infraestructuras ha sido una de las principales palancas de China para desplegar influencia en la región del Indo-Pacífico. El buque insignia del puerto de Gwadar en Pakistán, los gaseoductos y oleoductos que atraviesan Myanmar hasta conectar con el suroeste de China, y la conexión ferroviaria en alta velocidad con Laos son algunos de los grandes proyectos promovidos por la geopolítica del gasto en infraestructuras en los últimos años. En la última década, muchos países de la región se han incorporado al esquema de la nueva Ruta de la Seda buscando impulsar su desarrollo económico e integración regional. Éste es el caso también de Filipinas, que busca dar respuesta a la grave crisis de infraestructuras públicas y cortes de energía que padece el país.

Ferdinand Marcos Jr. ha elegido Pekín como el primer viaje fuera del Sudeste Asiático desde que se convirtiera en presidente del país el pasado mes de junio, buscando mantener las buenas relaciones entre Pekín y Manila que ya iniciara su predecesor Rodrigo Duterte. A pesar de que Filipinas registró uno de los mayores crecimientos económicos de la región, alcanzando un crecimiento del 6,7% del PIB, con una previsión para 2023 que se sitúa en el 5% del PIB, la falta de disponibilidad de recursos energéticos requiere de una importante búsqueda de nueva inversión extranjera que financie el programa económico del nuevo presidente.

Acelerar el desarrollo de infraestructuras es una necesidad ampliamente compartida en una región que alcanza un déficit de gasto anual de 459.000 millones de dólares, según el Banco Asiático de Desarrollo, de los cuales 11.000 millones de dólares corresponderían a las necesidades de gasto anual en infraestructuras que necesita Filipinas. De ahí, que la grave crisis de infraestructuras públicas que padece Filipinas se haya convertido en el gran desafío del país para seguir impulsando desarrollo económico.

Conectividad de infraestructuras y generación de energía son, por tanto, una parte de las grandes demandas de inversión extranjera que el presidente Marcos ha abordado en su reunión con Xi durante su viaje a Pekín a principios de año. Una visita que tiene la doble intención de mejorar las relaciones bilaterales después de la cancelación de tres importantes proyectos chinos por falta de financiación ordenados por el presidente filipino al iniciar su mandato.

La visita ha concluido con la firma de 14 acuerdos de cooperación que suponen el compromiso de inversión china por valor de 22.800 millones de dólares y que permitirán reducir la tensión por las reivindicaciones territoriales entre Pekín y Manila en el Mar del Sur de China, para lo cual se creará además un canal de comunicación directo para gestionar la disputa de forma pacífica.

En esta nueva fase de crear oportunidades de paz y desarrollo entre ambos países, la visita también ha propiciado la reapertura del diálogo para explorar conjuntamente la cuenca marítima en busca de petróleo y gas para así poder explotar los recursos energéticos de la región para beneficio de ambas economías. Todo ello en un escenario de cooperación activo de Filipinas con Washington para la construcción de cinco nuevos puestos militares en el Estrecho de Luzón que separa Filipinas de Taiwán, un enclave estratégico ante un eventual conflicto en la zona, y que remarca el perfil de Filipinas como socio de las dos mayores potencias de la región en el momento de mayor rivalidad geopolítica.

 

INTERREGNUM: Marcos 2.0. Fernando Delage

Si la regresión de la democracia es un fenómeno global desde hace unos 15 años, especialmente preocupante resulta su retroceso en el sureste asiático. Con una población mayor que la de la Unión Europea y equivalente a la de América Latina, su crecimiento económico sostenido durante décadas no ha conducido a la liberalización política que cabía esperar. Más bien al contrario: la región es un ejemplo de resistencia autoritaria, incluso donde se celebran regularmente elecciones. Si experiencias de transiciones democráticas han sido revertidas en Tailandia y Myanmar, ambas en manos de sus fuerzas armadas, otras se encuentran en grave peligro, como Indonesia y, muy especialmente, Filipinas.

Fue en este último país donde se produjo la primera transición, en 1986. Las manifestaciones populares y la presión de Estados Unidos condujeron a la renuncia del dictador Ferdinand Marcos después de 21 años en el poder, ocho de ellos bajo ley marcial. Da una idea del estado de la vida política nacional que, tres décadas y media más tarde, sea su hijo Ferdinand Jr., quien previsiblemente se convertirá en el nuevo presidente tras las elecciones de esta semana. “Bongbong” Marcos sucede así a Rodrigo Duterte (la presidencia se limita a un único mandato de seis años), acompañado—otro dato revelador—por la hija de este último, Sara Duterte, como vicepresidenta, y con el apoyo de otras dinastías políticas vinculadas a otros dos presidentes anteriores: Joseph Estrada y Gloria Macapagal Arroyo. Se trata de una alianza que permitirá a estas familias controlar tanto el gobierno como la legislatura, y quizá acabar con lo que queda de democracia en el archipiélago.

Estas eran por tanto las elecciones más importantes desde la transición. Aunque han concurrido numerosos candidatos, sólo dos tenían posibilidades de victoria: Ferdinand Marcos Jr., y la vicepresidenta saliente, Leni Robredo, del Partido Liberal. Los sondeos mostraban desde hace semanas, no obstante, una clara diferencia a favor del primero. Pese a la gravedad de los problemas nacionales—el impacto económico de la pandemia, la corrupción o la desigualdad social—, las elecciones se han centrado en gran medida en la personalidad de los candidatos. Como congresista, senador y gobernador provincial, Marcos Jr. suma muchos años de experiencia política, pero su apoyo popular se debe a la promesa de restaurar la “era dorada” de su padre, acompañada por el recurso a la desinformación en las redes sociales, una práctica en la que Duterte ha sido un consumado maestro. Aunque Robredo ha hecho hincapié repetidamente en que la democracia filipina está en peligro, su mensaje no ha logrado imponerse sobre las tácticas electorales y las redes clientelares de Marcos y sus aliados.

Si la guerra extrajudicial de Duterte contra las drogas supuso el abandono por el gobierno de los principios constitucionales más básicos—sin perder por ello una extraordinaria popularidad—, su acercamiento a China modificó asimismo la continuidad de la política exterior de este aliado fundamental de Estados Unidos. Marcos Jr. ha mantenido esa misma relación de proximidad a Pekín—mayor socio comercial, segundo inversor exterior y segunda fuente de turistas extranjeros para el país—, aunque una opinión pública contraria a unos vínculos demasiados estrechos condicionarán su margen de maniobra. No es descartable en consecuencia que se recuperen los lazos con Washington, siempre defendidos por las fuerzas armadas y los diplomáticos filipinos pese a los daños causados por el presidente anterior. El problema para la administración Biden será, como ya ocurre con otras naciones del sureste asiático, cómo sumar socios a una política de contraequilibrio de la República Popular sin tener que mirar para otro lado frente a esta trágica derrota del pluralismo.

China e Indochina: Pekín mueve peones

La inauguración, hace unos días, de la línea ferroviaria de alta velocidad China-Laos abre la primera etapa del gran plan estratégico chino de crear un corredor terrestre, atravesando la península de Indochina en su siguiente etapa, hasta Singapur, reforzando la influencia económica y política de Pekín (que incluye mayores posibilidades de despliegue en una eventual intervención militar en la región si China lo considerase acorde con sus intereses).

Se trata de un primer paso hacia la conocida como Red Ferroviaria Panasiática, con la que China busca establecer varias rutas por tren que la conecten con Singapur pasando por varios países del Sudeste Asiático.

Según la prensa oficial china, el proyecto logrará que Laos pase de ser “un país sin litoral” a un centro “conectado” por tierra.

El proyecto -que reducirá el tiempo de viaje entre las dos ciudades a menos de un día- forma parte del ambicioso proyecto comercial de la “Nueva Ruta de la Seda”, que Pekín apoya con el impulso de infraestructuras claves como aeropuertos, carreteras y puertos; aunque algunas voces critican que esos préstamos son inviables, una trampa para que caigan endeudados.

Además, China echa un pulso  a la influencia de EEUU en la región que lleva décadas de desarrollo basada, curiosamente, en Vietnam, además de en Thailandia. Según expertos del Departamento de Estado de EEUU, conectar por tren con el Sureste Asiático supone para China tener acceso prioritario a la Ruta de la Seda Marítima a través de los enclaves que conforman el denominado collar de perlas y que constituyen los puertos identificados en la estrategia de China para desplegar influencia en la región. Esta relevancia geopolítica sitúa a esta área como parte esencial de la estrategia de política de expansión de la influencia china.

Poco a poco es escenario del Indo-Pacífico se va dibujando de acuerdo con los intereses chinos y frente a eso se ha levantado con prisas el acuerdo AUKUS entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos y se exploran acuerdos Estados Unidos-India a la vez que se refuerzan los lazos con los aliados tradicionales de Occidente Japón y Corea del Sur, sin olvidar el más complejo caso de Filipinas.

Las jugadas de ajedrez estratégico están planteando ya un futuro tenso, incierto y lleno de riesgos para el futuro a no tan largo plazo y el tablero implica limites casi planetarios e incorpora muchos elementos en los frentes más diversos, lo que hace el desenlace más incierto.

Filipinas pone precio a su alianza con EEUU

Filipinas ha decidido mover ficha y, ante las promesas de Biden de retomar y reforzar los lazos con los aliados tradicionales en el Pacífico, el presidente Duterte ha exigido a Washington más ayudas militares y compensaciones económicas para renovar el acuerdo bilateral de seguridad con Estados Unidos, tras unos años de acercamiento a China en medio de una política interna marcada por medidas de lucha contra la delincuencia poco respetuosas con las más elementales normas de derechos humanos.

Filipinas ha sido un aliado tradicional de Estados Unidos desde la independencia de España del país asiático y Washington ha marcado con pocos escrúpulos la política de este país hasta el final de la II Guerra Mundial. Esta alianza se vio notablemente reforzada por la liberación de las islas por soldados estadounidenses tras la ocupación japonesa.

Pero esta alianza  se ha visto deteriorada por la gestión del presidente Duterte, sus malos gestos hacia Estados Unidos y sus guiños a China en medio de la crisis con Corea del Norte y por la expansión marítima de Pekín (que amenaza la soberanía filipina) que han sido vistos como deslealtad en EEUU. Y, por el papel estratégico de Filipinas, la necesidad de reconstruir un cinturón de seguridad con Japón, Corea del Sur, Taiwán e Indonesia fundamentalmente, Estados Unidos no puede permitirse un enfriamiento con Manila. Otro test para Biden cuyo equipo quiere buscar soluciones globales para la zona. Probablemente, la Administración norteamericana cederá a muchas de las exigencias filipinas presionando a la vez para un cambio de gestión y tratará de impulsar mejores relaciones del gobierno de Duterte con sus vecinos, aunque no con China, con algunos de los cuales (y también con China) tiene disputas territoriales sobre mares e islas cercanas.