INTERREGNUM: Xi en Birmania. Fernando Delage

Después de dos años de guerra comercial, Estados Unidos y China acordaron una tregua la semana pasada. Ambas partes la necesitaban: Trump aspira a su reelección, mientras que la economía china ha registrado el menor crecimiento en casi 30 años, un resultado en parte consecuencia de las sanciones norteamericanas. El acuerdo es parcial (no incluye por ejemplo los subsidios a las empresas estatales chinas, una de las principales exigencias de Washington), y no servirá para superar las causas estructurales de la rivalidad entre las dos potencias. Pero se abre un periodo de (relativa) calma en las relaciones bilaterales y, por tanto, una oportunidad para ajustar, o consolidar, posiciones.

En el caso de Estados Unidos, la retórica de hostilidad hacia Pekín oculta una indefinición de objetivos a largo plazo, pues frenar el ascenso de la República Popular es del todo irrealista. Por su parte China, que no quiere un conflicto con Washington, lo desafía de manera inevitable al ambicionar un papel como potencia central en Asia. El viaje del presidente Xi Jinping a Birmania el 17 y 18 de enero es la más reciente demostración de cómo continúa avanzando en su estrategia dirigida a reconfigurar los equilibrios estratégicos de la región.

La primera visita de Estado de un presidente chino a este país en 19 años, motivado por la conmemoración de siete décadas de relaciones diplomáticas, tiene por objeto impulsar el Corredor Económico China-Myanmar (CECM), acordado por ambos gobiernos en septiembre de 2018. La visita se produce cuando el corredor paralelo que junto a este último enlazan los dos ejes—continental y marítimo—de la Ruta de la Seda, el Corredor China-Pakistán, ha sido por primera vez denunciado de manera expresa por Estados Unidos, situando a Islamabad ante un complejo dilema de equilibrios políticos entre Washington y Pekín. Tal problema no existe en Birmania, Estado con el que la República Popular comparte una frontera de 2.200 kilómetros—la tercera más extensa después de la que le separa de Rusia y Mongolia—, y donde es el mayor inversor extranjero y representa un tercio de su comercio exterior. China cuenta con proyectos en marcha por valor de más de 20.000 millones de dólares (la mayor parte en el sector energético), y en los primeros nueve meses de 2019 el comercio bilateral aumentó cerca de un 20 por cien, hasta 13.540 millones de dólares.

El asunto central durante la visita de Xi ha sido el desarrollo del puerto de Kyaukphyu, punto de conexión de infraestructuras de transporte, gaseoductos y oleoductos con Kunming, en la provincia suroccidental china de Yunnan. Se trata de un proyecto de 1.500 millones de dólares, en el que junto a las instalaciones portuarias se construirá un gigantesco parque industrial. Una vez completado, Pekín contará con un acceso directo al océano Índico desde la bahía de Bengala, y un sistema de distribución de recursos energéticos que evita la vulnerabilidad de un posible bloqueo marítimo por Estados Unidos en el mar de China Meridional. Kyaukphyu forma así parte central de los planes de Pekín dirigidos a expandir su presencia en Asia meridional y en el Índico y es, en tal sentido, uno de los ramales clave de la Ruta de la Seda.

Pekín quiere asegurarse el apoyo del gobierno birmano, y de la consejera de Estado Aung San Suu Kyi en particular, antes de las elecciones parlamentarias de noviembre. Con sus acciones, hace ver al mismo tiempo a Washington el creciente margen de maniobra del que dispone en este espacio geopolítico en el que se solapan sureste asiático y Asia meridional.

Sin acuerdos en plena guerra tarifaria. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- Las fuertes protestas en Chile han tenido eco en la escena internacional. Santiago de Chile estaba preparándose para ser el anfitrión de la APEC a mediado de noviembre y el gobierno de Piñera se ha visto presionado a suspenderlo antes la ola de violencia y destrucción. La principal consecuencia ha sido la suspensión del encuentro entre Donald Trump y Xi Jinping en el que se tenían las esperanzas puestas para formalmente poner en acción algún tipo de acuerdo comercial entre Estados Unidos y China.

En medio del desconcierto de cuál será el próximo paso, el ministro de Comercio chino afirmaba el pasado jueves que “el alivio arancelario sería una parte del primer acuerdo de tarifas”. A lo que Trump contestó un día más tarde que no se había acordado la reversión de tarifas aún. También Peter Navarro -el asesor de intercambios comerciales de la Casa Blanca- aseguraba que “No hay acuerdo en este momento para eliminar las tarifas existentes como una condición para alcanzar un acuerdo”.

Entre comentarios de ambos lados del Pacífico transcurrió la semana. Y la cerró Lou Jiwei, ex ministro de Finanzas chino, quién afirmaba en el foro industrial el sábado en Beijing que “Estados Unidos ha sido secuestrado por el nacionalismo y el populismo y está recurriendo a la intimidación”. Mientras, afirmaba que los esfuerzos de Washington por contener a China no funcionarán, porque Beijing opera en una economía de mercado que está integrada con las cadenas de valor mundial que no dependen de Estados Unidos.

Lou pronostica que una rivalidad tan fuerte entre ambas naciones puede acabar en una guerra financiera entre China y Estados Unidos, refiriéndose al intento de bloqueo de ZTE y Huawei.

Las declaraciones de Luo marcan un cambio de postura de China, puesto que hasta ahora había intentado manejar la situación con diplomacia y guantes de seda. Pero las declaraciones del final de la semana pasada son una muestra de que Beijing se siente acorralada y que está cambiando la estrategia a una de mayor presión. Además de que están sintiendo los efectos de las tarifas impuestas por Washington.

Christopher Balding -economista, profesor de la Universidad de Pekin e investigador de la ESADE- publicaba un artículo en Bloomberg en el aseguraba que el comercio total de Estados Unidos no está disminuyendo. Por el contrario, está creciendo a un ritmo similar a una década atrás. Una disminución en los envíos hacia y desde China se ha compensado con el aumento del comercio con socios como Vietnam y México. Afirma que el mercado global es muy grande y los bienes pueden sustituirse fácilmente, los fabricantes absorberán los aumentos de precios y los trasladarán a diferentes productores.

Pero el problema al que se enfrenta Trump ahora es de otra índole, es doméstico. El “impeachment” o juicio político es una especie de nube negra que ha llegado a Washington y que tiene distorsionado el ambiente. Mientras Trump intenta desesperadamente usar sus tweets para desviar la atención, en el congreso y los medios de comunicación estadounidenses no se habla más que de eso.

Como si fuera poco, el país está en cuenta regresiva para las elecciones presidenciales del 2020, la evaluación de su gestión no es positiva porque no se ven resultados tangibles, en efecto, lo más probable es que Trump pierda apoyo en los Estados claves, que lo llevaron a la presidencia, como Iowa, Wisconsin y Michigan, así como Minnesota- que, en las elecciones pasadas, aunque lo ganó el partido demócrata cuenta con un fuerte electorado republicano-. En estos estados agrícolas los productores se han visto perjudicados por la guerra comercial y las tarifas. Por lo que Trump podría hacer llegar a un acuerdo con Beijing al último minuto sólo para garantizarse el voto en esos estados claves.

Si eso sucede, todo el tiempo que se ha invertido en “la llamada guerra arancelaria” no habría servido de nada. Y el acorralamiento de Washington a Beijing, que ha tenido efectos en la economía china, como su desaceleración, será recordado como un intento fallido de hacer que China juegue bajo las reglas del comercio internacional.

Y tal y como ha sido repetido por varios funcionarios estadounidenses, el mismo Robert Lighthizer -el representante comercial de la Casa Blanca-, “la razón de los aranceles por 250 mil millones de dólares son una forma de asegurarse que China cumpla con sus compromisos y los mantenga por un largo plazo”.

China-EEUU: el acuerdo que llega

Las revueltas de Chile han impedido la presentación litúrgica y mediática de un acuerdo entre China y Estados Unidos para objetivar el conflicto comercial, ordenar las disputas para su negociación problema a problema, y desactivar las medidas más agresivas de cada parte. Se plantee como se plantee por los terminales mediáticos del gobierno chino, Pekín no ha sido capaz de aguantar el pulso planteado por Estados Unidos y ha visto como se deteriora su economía sólo en el preámbulo de una guerra comercial general. La última medida china de abaratar la carga financiera de los prestamos internos a sus empresas amamantadas por el Estado chino revelan la situación que viven.

Esto, en todo caso, no avala el proteccionismo norteamericano como arma en sus disputas comerciales, aunque hay que dejarse de hipocresías y admitir que debajo de toda disputa comercial hay diversos grados de proteccionismo, y Europa no se queda atrás en esto. Una razonable libertad de comercio es difícil de admitir porque el miedo a la competencia es una larga tradición.

La desactivación de la tensión con China va a traer relajación a los mercados y menos presión a la hora de tomar decisiones ante una recesión que amenaza a las economías occidentales. Bueno será que no se insista en los viejos remedios intervencionistas que no han hecho más que dopar los sistemas y aplazar las crisis. De hecho, la economía chilena, la más pujante y la menos desigual de América, está siendo presentada al calor de la violencia y los saqueos como el fracaso de un modelo liberal en nombre de remedios neomarxistas cuyos resultados están a la vista en Cuba, Venezuela, Argentina y otros países cercanos.

INTERREGNUM: ¿Qué quiere Washington de Pekín? Fernando Delage

Mientras los medios de comunicación hablan de la próxima conclusión de un acuerdo que pondrá fin a la guerra comercial entre Washington y Pekín, la administración Trump ha lanzado de nuevo mensajes contradictorios sobre sus intenciones con respecto a la República Popular.

El martes 22 de octubre, el secretario de Estado, Mike Pompeo, pronunció en la conservadora Heritage Foundation un discurso en defensa de la política exterior de su presidente. Aunque Irán y Turquía fueron objeto preferente de sus palabras, hizo una breve mención a la reactivación del Diálogo Cuatrilateral de Seguridad, más conocido como “Quad”, con el fin de “asegurar que China mantenga tan sólo el lugar que le corresponde en el mundo”. Si esto significa que—según la percepción de Washington—China ya ha logrado más de lo que debiera, Estados Unidos aspira entonces—dio a entender Pompeo—no sólo a contener a Pekín, sino a reducir su actual influencia global.

Dos días más tarde fue el turno del vicepresidente Mike Pence. Justo un año después de su discurso en el Hudson Institute sobre la estrategia china de esta administración—intervención que fue considerada de manera unánime como la señal de comienzo de una nueva Guerra Fría—, Pence dedicó el jueves 24 un nuevo “sermón” a la República Popular. Aunque en un tono algo menos desabrido que el empleado en 2018, y en un foro políticamente más moderado—el Wilson Center—, reiteró su acusación de que China mantiene un comportamiento “agresivo y desestabilizador”. Por primera vez expresó, en nombre de su gobierno, el apoyo a los movimientos de protesta en Hong Kong, como ejemplo—dijo—de lo que debería ocurrir en el resto de China. Y, sobre los problemas estructurales en la relación bilateral, negó—frente a las críticas en dicho sentido—que la administración pretenda romper la interdependencia entre ambas economías. Estados Unidos, indicó, no trata de aislar a Pekín, sino de “establecer unas reglas de igualdad en su interacción”.

El mensaje transmitido por Pence no coincide exactamente por tanto con el de Pompeo. Lo que sí queda claro en cualquier caso es que Washington no está dispuesto a renunciar a su preeminencia global, ni a ser él, y sólo él, quien decida los límites de la proyección internacional de China. Pero plantear la relación entre ambas potencias como un juego de suma cero es una simplificación que oculta la falta de una definición sobre sus últimos objetivos, y un reconocimiento implícito de los condicionantes a su margen de maniobra.

China, por el contrario, tiene un concepto muy claro de lo que quiere, y cuenta con la estrategia asimétrica que le permite ir ganando gradualmente espacio. Sabe también que muchos de los aliados de Washington no comparten ni el lenguaje ni los métodos con los que Casa Blanca pretende afrontar el desafío chino.