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INTERREGNUM: De Pakistán a Indonesia. Fernando Delage

El proceso de regresión democrática global continúa su curso. Según indica el último Democracy Index del Economist Intelligence Unit, publicado hace sólo unos días, menos del ocho por cien de la población mundial vive en democracias liberales completas, mientras que el porcentaje de quienes están sujetos a un gobierno autoritario ha aumentado del 46 por cien de hace una década al 72 por cien en 2023. El continente asiático no es naturalmente ajeno a estas circunstancias, como ha podido observarse en los dos comicios más recientes, los celebrados el 8 de febrero en Pakistán y el 14 de febrero en Indonesia. Sin pretender establecer ninguna similitud entre ambos procesos electorales (las diferencias culturales y políticas de las dos naciones son evidentes), reflejan, no obstante, una trayectoria poco esperanzadora para el futuro del pluralismo en la región.

Las elecciones de Pakistán fueron probablemente las menos limpias desde los años ochenta. Con el exprimer ministro Imran Khan (el político más popular del país) en prisión por maniobras de las fuerzas armadas, ningún partido político obtuvo la mayoría. Aunque los candidatos independientes vinculados a Khan lograron el 35 por cien de los escaños, un resultado notable y representativo del hartazgo popular con los generales, resultó insuficiente para gobernar. Una vez más fueron las dos tradicionales dinastías, los Sharif y los Bhutto, las que pactaron una coalición de gobierno.

El nuevo primer ministro, Shehbaz Sharif, prometió “salvar al país de la inestabilidad política”, un compromiso de nula credibilidad en un contexto marcado por una gravísima crisis financiera, una escalada terrorista y un complicado entorno regional. Sin perspectivas de cambio a la vista, Pakistán sigue avanzando en su inexorable declive. Además del aumento de la violencia, el panorama económico es desolador: hace 20 años, la economía de Pakistán era cerca del 20 por cien de la de India; hoy es apenas el nueve por cien de la su vecino.

Sin llegar al nivel de Pakistán, también en Indonesia mantiene el ejército una significativa influencia. El nuevo presidente, Prabowo Subianto, fue general y ministro de Defensa (además de yerno de Suharto, líder del archipiélago desde el golpe de Estado de 1965 hasta 1999). Su controvertido pasado y las reiteradas acusaciones de violación de derechos humanos en distintas etapas de su vida política no han impedido su elección con el 60 por cien de los votos. A pesar de diversos episodios de intimidación por parte de las autoridades durante la campaña, el proceso fue limpio en sí mismo; cuestión distinta es el gradual retroceso democrático que puede observarse en el país que parecía una excepción entre sus vecinos del sureste asiático.

Si la intolerancia hacia las minorías no musulmanas se incrementó en los últimos años, las elecciones han hecho evidente los esfuerzos del presidente saliente, Joko Widodo (Jokowi), por mantener su influencia. Prabowo fue el candidato derrotado por Jokowi en 2014 y en 2019, que este último neutralizó como oponente al ofrecerle la cartera de Defensa. Su victoria en las recientes elecciones es resultado en parte del apoyo no oficial que le ha ofrecido Jokowi, quien no podía presentarse a un tercer mandato pero cuya popularidad sigue siendo enorme. A cambio, Prabowo eligió al hijo de Jokowi como candidato a la vicepresidencia y se comprometió a mantener su misma estrategia de industrialización y atracción de inversión extranjera, orientada a  reducir la dependencia estructural de la economía indonesia de la exportación de materias primas. Lo más probable, sin embargo, es que una vez que tome posesión en octubre, Prabowo gobierne libre de toda atadura.

Como cuarta nación más poblada del planeta, la evolución de la democracia indonesia no es un asunto menor. Su posición estratégica entre el Índico y el Pacífico, su papel como actor central de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN), y el crecimiento de su economía (que la situará entre las cinco primeras del planeta a mediados de siglo) le darán una proyección de la que ha carecido desde su independencia.

INTERREGNUM: Kissinger en Asia. Fernando Delage

Para Henry Kissinger, nacido en un pequeño pueblo de Baviera en 1923 y formado como académico en el estudio de la diplomacia europea del siglo XIX, Asia era un mundo ignoto. Un mundo al que dedicaría, sin embargo, buena parte de su atención en su vida profesional; un continente en el que lograría algunos de sus mayores éxitos, pero donde también demostraría su despreocupación por el coste humano de sus decisiones. Si brillantez estratégica y cinismo político han sido las dos caras del más influyente diplomático norteamericano de la segunda mitad del siglo XX, de ambas dio sobradas pruebas en su aproximación a Asia desde que abandonó la docencia.

Vietnam fue uno de los primeros asuntos que le llevó a trabajar como asesor de la Casa Blanca. Como consultor externo de las administraciones de John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson, Kissinger realizó tres viajes a Indochina que le convencieron de que era una guerra perdida. Su opinión se la guardó no obstante para sí mismo, mientras en público apoyaba a la administración demócrata y estrechaba al mismo tiempo la relación con quien sería su mentor, el republicano Nelson Rockefeller. Aunque este último no obtuvo la candidatura de su partido a la presidencia, Vietnam fue la razón de su nombramiento como asesor de seguridad nacional por parte de Richard Nixon tras las elecciones de 1968.

Esta improbable pareja buscaba una “paz con honor” (Nixon), y en unos términos que  “no erosionaran la capacidad de Estados Unidos para defender a sus aliados y la causa de la libertad” (Kissinger). El imperativo de la retirada de Vietnam no debía afectar a la credibilidad de Estados Unidos como gran potencia, en efecto, y cualquier método orientado a ese fin resultaba asumible para la administración. Nixon estuvo de acuerdo con Kissinger en recurrir a la violencia para forzar a Hanoi a negociar, y decidió bombardear en secreto sus bases en Camboya a partir de 1969. La intervención norteamericana desestabilizó el país, creando las condiciones que permitirían la irrupción del régimen genocida de los Jemeres Rojos. Los conocidos como “bombardeos de Navidad” sobre Vietnam del Norte en 1972, en los que murieron unos 1.000 civiles, y que Kissinger propuso para ganarse la confianza de Saigón en las negociaciones, fueron otro desgraciado ejemplo de esa misma política.

Un elemento adicional de presión sobre Hanoi consistió en actuar sobre sus dos principales fuentes externas de ayuda militar (la Unión Soviética y China), en una dirección que debía servir igualmente para contrarrestar los efectos de una retirada norteamericana del sureste asiático. El resultado fue la “diplomacia triangular” que vendría a definir la carrera de Kissinger: distensión con Moscú (incluyendo el primer acuerdo de limitación de armamento nuclear de la historia), y acercamiento a Pekín. La apertura a China fue en realidad una idea de Nixon, que contó con el mayor de los escepticismos por parte de Kissinger tras conocerla. Pronto iba a hacer de las negociaciones secretas con las autoridades chinas, sin embargo, la historia más conocida de su trayectoria. Años más tarde, su relación con los líderes chinos—a los que visitó por último vez en julio, dos meses después de cumplir 100 años—iba a convertirse también en una de las principales razones de su influencia como analista político, como mediador informal, y como consejero de multinacionales.

Los elogios a Kissinger por parte de Pekín tras su fallecimiento no son compartidos en otras partes de Asia. No hace falta explicar por qué en los casos de Vietnam, Camboya y Laos. En el sureste asiático, fue en Singapur donde Kissinger estableció una larga relación de amistad con Lee Kuan Yew (único dirigente asiático incluido, por cierto, en su último libro, Leadership). En Asia meridional compartió la hostilidad de Nixon hacia la primera ministra de India, Indira Gandhi, y toleró la brutalidad de Pakistán (que hizo de puente en el diálogo secreto con China) contra los bengalíes en la guerra de 1971 que condujo a la independencia de Bangladesh.

Si el legado de Kissinger es más negativo que positivo queda en manos de los historiadores del futuro. Entre la avalancha de comentarios de estos días predominan las críticas a su amoralidad sobre sus innegables triunfos diplomáticos: la política de distensión sentó las bases para el fin de la guerra fría década y media después, y el acercamiento a China permitió romper el bloque comunista a la vez que hizo posible las reformas de Deng Xiaoping. Como sus admirados Bismarck y Metternich, Kissinger intentó partir del contexto histórico de cada momento y guiarse por un marco conceptual dirigido ante todo a crear un orden estable (así queda reflejado en sus libros, algunos de ellos magistrales como A World Restored, Diplomacy, o World Order). Pero al contrario que sus contemporáneos George Kennan o Zbigniew Brzezinski, Kissinger nunca rompió puentes con el poder. La Europa del Congreso de Viena que estudió, y la guerra fría cuya dinámica cambió, son referencias limitadas en un mundo tan diferente como el de hoy, en el que el Viejo Continente ya no está en el centro del escenario económico y geopolítico global. Ha seguido escribiendo sobre el sistema internacional—tratando, incluso, las implicaciones de la inteligencia artificial—, y advertido en particular sobre el riesgo de un enfrentamiento entre China y Estados Unidos. Pero no ha querido proponer soluciones que hubieran impedido su acceso a líderes como Putin  o Xi.

El G7 y la visión geoestratégica japonesa del mundo. Nieves C. Pérez Rodríguez

Hiroshima fue el lugar escogido para la cumbre del G7, tristemente simbólica ciudad por haber sido bombardeada con la bomba atómica en 1945, además de tener especiales vínculos con el propio Fumio Kishida, el primer ministro japonés quien ha representado esa ciudad a lo largo de su carrera política. Y en sus propias palabras “la terrible historia de Hiroshima propició el desarme nuclear y la no proliferación y mi propia motivación de vida, la lucha por un mundo sin armas nucleares”.

El lugar donde se usó la primera bomba atómica en el mundo fue el centro de acogida de un selecto grupo de líderes muy poderosos del planeta en un momento internacional crítico en el que las democracias del mundo parecen haber entendido el inminente peligro que acecha las libertades.  En este sentido, Ken Moriyasu, corresponsal diplomático del Nikkei, analizó la cumbre del G7 desde Hiroshima en el podcast One Decision y afirmó estar convencido que este G7 pasará a la historia como un punto de inflexión fundamental en el que se dejó claro que la crisis de Taiwán no es un problema interno de China, sino un asunto de interés internacional.

Desde el punto de vista japonés, el equilibrio de poder en el Indo-Pacífico se ha inclinado excesivamente a favor de China y el mejor ejemplo es la diferencia en número de misiles de alcance intermedio que posee China (2000 unidades) en comparación con los que posee los Estados Unidos, que no tiene ninguno. Y esto obedece fundamentalmente al Tratado de Fuerza Nuclear de Alcance intermedio con la Unión Soviética firmado en 1987 por Reagan y Gorbachev, razón por la que durante años Washington no ha podido fabricar misiles de este tipo.

China por su parte, al no ser firmante del acuerdo, pudo fabricar estos misiles y hoy cuenta con un número muy considerable como resultado de la producción y acumulación a lo largo de los años. Japón teme que para el momento en que la crisis de Taiwán llegue a su punto máximo, que estiman será entre cinco a diez años, Washington no podrá llenar el vacío de estos misiles, razón por la que Japón, Australia y el Reino Unido tienen que unir fuerzas para reequilibrar la deficiencia, explica Moriyasu.

El Quad o Diálogo de Seguridad Cuadrilateral toma por tanto una importancia crítica para equilibrar el poder regional. Este foro de seguridad estratégica entre Australia, India, Japón y Estados Unidos es fundamental para contrarrestar el poder de China, razón por la que ya hay algunos expertos que lo llaman la OTAN del Indo-Pacífico. Aunque cuenta con más de quince años de creación, está siendo impulsado por la Administración Biden, el gobierno japonés y el australiano.

Actualmente, India mantiene una gran tensión con China en sus fronteras y en las montañas del Himalaya, que si llegado al momento de exacerbación de la crisis en Taiwán, India podría jugar un rol clave en mantener sus fronteras blindadas lo que crearía un problema para China mientras que beneficiará a Estados Unidos y Japón junto con la península coreana.

Moriyasu también afirma que si Corea del Sur y Estados unidos fortalecen su posición se conseguiría crear otra debilidad para China y también para el Mar de China Meridional en el Pacífico del Sur con el apoyo de Australia y Reino Unido a través del AUKUS, que es otra alianza de seguridad creada a finales del 2021 entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos en busca fortalecer y dotar de capacidad y respaldo a Australia y reforzar la cooperación en materia de tecnología avanzada de defensa, como inteligencia artificial y vigilancia de largo distancia.

Para Tokio lo importante en este momento no es centrarse exclusivamente en el problema del Estrecho de Taiwán, sino equilibrar los problemas para China en todas sus fronteras, lo que a mediano plazo sería muy beneficioso para todos.

La cumbre en Hiroshima reveló que los miembros están sólidamente unidos en sus planteamientos principales: En el apoyo a Ucrania, en la necesidad de una seguridad económica, a favor del desarme nuclear y frente a los desafíos globales como la pobreza y el cambio climático, así como en unificar un frente que llamaron en favor del mantenimiento de Estado de derecho y el orden mundial y el apoyo a un Indo-Pacífico libre y abierto y oponerse a cualquier intento unilateral de cambiar el statu quo por la fuerza o la coerción, en vez de usar un vocabulario más directo en contra de Beijing.

Hoy más que nunca, en el complejo entramado internacional, ante la amenaza rusa y las crecientes aspiraciones chinas, las palabras de Kishida durante la cumbre tienen una gran validez “Hiroshima debería servir como recordatorio de lo que puede suceder cuando la paz y el orden se desmoronan y dan paso a la inestabilidad y el conflicto. Debemos demostrar poderosamente nuestra determinación de defender un orden internacional libre y abierto basado en el estado de derecho.

Se estrechan las alianzas en el Pacífico

Conforme avanza la presencia y la presión aeronaval china (provocaciones en realidad) sobre Taiwán y las rutas marítimas internacionales en los mares adyacentes, los tradicionales aliados de Occidente van dejando atrás viejos rencores y antiguos resentimientos históricos y acercándose para reforzar lazos y reforzar acuerdos ante el peligro chino como en el pasado debieron alertarse ante el imperialismo japonés.

Así, el primer ministro nipón, Fumio Kishida, visitará Seúl para encontrarse con el primer ministro surcoreano, Yoon Suk Yeol, visita que no se producía desde 2011. En la agenda estarán los sistemas de alerta y defensa frente a Corea del Norte, una evaluación de los movimietos de la flota china y sus amenazas a Taiwán, sus respectivos acuerdos de seguridad con Estados Unidos y, como telón de fondo, las consecuencias económicas y geopolíticas de las agresiones rusas en Europa.

Japón prepara la cubre del G7 que se producirá en el país, ofrece un mensaje de lazos estrechos  con Corea del Sur dejando pendiente algunos contenciosos bilaterales que colean desde las agresiones japonesas en la II Guerra Mundial y avala su decisión de mantener el pulso ante la presión china a la que se va incorporando Rusia en el Pacífico.

Hace unos meses, Filipinas frenó un leve acercamiento comercial a China, superó algunos roces con Estados Unidos y decidió ampliar las instalaciones militares norteamericanas en las islas, con gran disgusto y expresiones de protesta de Pekín.

Todo esto se da en el marco del rearme australiano con ayuda y programas conjuntos con Estados Unidos y Gran Bretaña y el aumento de fuerzas navales en la región y en las rutas internacionales de la zona. La situación es, desde luego, crecientemente tensa aunque los expertos consideran que, de momento, no es de alto riesgo aunque éste existe. Analistas de EEUU consideran que China tiene capacidad suficiente para atacar Taiwán aunque añaden que a Pekín le costará, como a Rsia en Ucrania, resolver rápidamente el conflicto si se produce y añaden que la disuasión de una agresión china es militar pero también política y económica y creen que debe dejársele claro a China que un enfrentamiento en la zona sería especialmente catastrófico para China con dus vulnerabilidades estructurales en economía.

INTERREGNUM: ¿A qué llamamos Asia? Fernando Delage  

¿Existe “Asia”? ¿Tiene sentido hablar del mayor y más diverso de los continentes como un espacio homogéneo con características compartidas? ¿O es más bien un mito? Lo cierto es que su ascenso económico y político en el mundo del siglo XXI es en parte resultado de la creciente interconexión entre sus distintas subregiones: noreste y sureste asiáticos, subcontinente indio y Asia central han escapado de las barreras que las separaron durante largo tiempo para formar no una Asia unida, pero sí un sistema cada vez más interdependiente. Es una evolución que obliga a redefinir el concepto de Asia y, de paso, permite redescubrir cómo los asiáticos han aprendido sobre ellos mismos.

Esta historia es el objeto de un reciente libro del profesor de la Universidad de California en Los Ángeles Nile Green. Su trabajo (How Asia Found Herself: A Story of Intercultural Understanding, Yale University Press, 2022) es una fascinante investigación sobre una serie de figuras desconocidas de Irán, Afganistán, Birmania, India, China, Japón y el Imperio Otomano, que, desde el siglo XIX, intentaron descifrar en sus propias lenguas las sociedades y culturas de otras regiones asiáticas. Pese a las interacciones económicas y políticas que trajo consigo el imperialismo europeo, el conocimiento por los asiáticos de sus vecinos fue extraordinariamente fragmentario. En un meticuloso esfuerzo de “arqueología” bibliográfica, Green saca a la luz las publicaciones de varios pioneros que actuaron como intermediarios en la comprensión intercultural.

Como es sabido, no fueron los habitantes de la región sino los geógrafos griegos quienes, en la antigüedad clásica, dieron a Asia su nombre, sugiriendo una unidad de la que en realidad carecía. Sólo a partir del siglo XVI, con la expansión europea, se comenzó a utilizar el término por aquellos incluidos bajo la denominación. Desde 1900 “Asia” adquirió un nuevo significado: ensayistas y pensadores como el japonés Okakura Kakuzo y el indio Rabindranath Tagore recurrieron a la idea de un continente integrado, separado y distinto de Europa, con el fin de defender una supuesta herencia “asiática” frente a la presión cultural y política de la colonizadores. Pero declaraciones de ese tipo por las elites intelectuales se produjeron en un contexto de enorme desconocimiento entre las diferentes culturas y lenguas asiáticas. Por aquella época, no existían diccionarios entre dichas lenguas, ni tampoco traducciones de los textos canónicos de sus respectivas religiones, que intentaban describir conforme a los principios de la propia. Mientras los promotores de la unidad asiática compartían una agenda política anticolonialista, no había acuerdo entre ellos, por otra parte, sobre cuáles eran los elementos que servían de base a esa pretendido patrimonio común ni sobre quién debía definirlos. Tanto nacionalistas indios como japoneses se consideraban líderes naturales del continente. El “panasiatismo” de Japón conduciría a la Segunda Guerra Mundial, mientras que las ambiciones indias, mantenidas por Nehru tras la independencia, se quebrarían tras la guerra con China en 1962.

Al examinar cómo las diferentes subregiones de Asia comenzaron a conocer la historia y cultura de las otras durante los dos últimos siglos, Green se adentra en un terreno apenas explorado que da aún más sentido a la extraordinaria transformación que se ha producido en nuestro tiempo. El fin de la Guerra Fría marcó el comienzo de una nueva fase en la que Asia ha reinventado su identidad, asumiendo la modernidad como propia y rechazando todo estatus de inferioridad. La heterogeneidad y diversidad de lenguas, religiones y civilizaciones continúan definiendo al continente, pero la reafirmación de sus valores colectivos y la determinación de guiarse por sus propias normas frente a las pretensiones universalistas de Occidente han conducido a lo que el periodista japonés Yoichi Funabashi llamó hace treinta años “la asiatización de Asia”.

INTERREGNUM: Poder e influencia en Asia. Fernando Delage

Como cada año por estas fechas, el Lowy Institute, el conocido think tank australiano con sede en Sidney, ha publicado una nueva edición del “Asia Power Index”; un estudio que, mediante el examen comparativo de 133 indicadores en 26 naciones, evalúa los cambios que se van produciendo en la distribución de poder en el continente. Aunque en los resultados de la entrega de 2023 todavía pesan los efectos de la pandemia, las conclusiones deparan algunas sorpresas de interés.

La más significativa es quizá la relativa al parón del ascenso internacional de la República Popular China. En coincidencia con otros análisis que han venido publicándose durante los últimos meses, los datos recogidos por el informe rechazan, en efecto, la posibilidad de un “siglo chino”. No sólo se considera improbable que el PIB de China pueda alcanzar al de Estados Unidos hacia finales de esta década como proyectaban estimaciones anteriores, sino que, incluso, si lo lograra más adelante, su estatus tampoco sería comparable al disfrutado por Estados Unidos tras el fin de la Guerra Fría.

El escepticismo sobre las posibilidades chinas deriva de los malos resultados económicos obtenidos en 2022—en particular de la drástica caída de la inversión extranjera en China y la de ésta en el exterior—, así como del completo aislamiento que ha sufrido el país por el covid,  una medida que contrajo su conectividad con los Estados de la región. El desarrollo de sus capacidades militares se mantuvo, no obstante, al alza. Y, como matiza el Índice, aunque su poder militar siga estando por debajo del de Estados Unidos, supera cada vez en mayor medida al de sus vecinos.

Por este motivo, y puesto que el Índice mantiene en cualquier caso que no hay marcha atrás con respecto al fin de la hegemonía norteamericano, podría pensarse que el escenario alternativo al liderazgo chino sería un Indo-Pacífico multipolar, apoyado en una fórmula de equilibrio de poder entre varias grandes potencias. El estudio no encuentra evidencias, sin embargo, a ese respecto. Lo que observa es un significativo desfase entre el poder de China y el de Japón e India, ambos a la baja en sus respectivos indicadores. Por la misma razón, y en contra de opiniones muy extendidas (incluidas las de Pekín), tampoco se considera que la región se esté dividiendo en dos grandes bloques geopolíticos. Sin negar la división entre unos y otros Estados, lo que revela la compleja red de interacciones económicas, diplomáticas y de defensa entre ellos es la intención compartida de navegar de manera simultánea entre Washington y Pekín.

El papel desempeñado por los Estados intermedios es así otra de las más importantes lecciones del informe. A falta, por lo demás, de un claro consenso, actúan—como ha dicho el ministro indio de Relaciones Exteriores, Subrahmanyam  Jaishankar—en una especie de bazar; es decir, en un sistema definido por un importante número de actores, con patrones cruzados de interacción, y con una significativa volatilidad. Si quieren evitar tener que elegir entre una u otra gran potencia, lo que les une es la voluntad de asegurar—además de su respectiva soberanía nacional—la estabilidad y prosperidad de la región en su conjunto.

En último término, el Índice muestra los altibajos en la posición relativa de Estados Unidos y China en la región, pero subraya igualmente la importancia del ecosistema regional y de los movimientos de terceros actores. Si ni Estados Unidos ni China pueden establecer su primacía, las acciones de medianos y pequeños países no sólo condicionan las decisiones de los dos gigantes, sino que determinan en buena medida la naturaleza del orden asiático. Si éste continúa definiéndose como un conjunto desordenado de coaliciones varias, o bien puede catalizar en la formación de un concierto multipolar institucionalizado, es una pregunta que seguirá sin respuesta a medio plazo.

Artículo exclusivo para 4Asia del Senador Marco Rubio.

Los países en desarrollo están aprendiendo por las malas que “Hecho en China” no vale la pena.

 

Durante un período breve de mi infancia, mi madre trabajó en una fábrica de sillas plegables en la Ciudad de Hialeah en Florida. No fue un trabajo glamuroso, pero puso comida en nuestra mesa y ella creó un producto de calidad en el proceso. Uno podría apostar que esas sillas duraban por hay varios  años. Hoy, en cambio, prácticamente todo lo que lleva la etiqueta “Hecho en China”–aunque puede ser barato—ciertamente no es duradero.

Obtienes lo que pagas, como decían mis padres. Y en el caso de muchos productos fabricados en China, lo que está pagando uno es algo de mala calidad. Eso ya es bastante malo cuando se habla de electrodomésticos y muebles. Pero, ¿qué sucede cuando el producto del que hablamos es un colegio, un edificio de apartamentos o una represa hidroeléctrica? Esa es una pregunta que los cientos de socios de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés) de China se ven obligados a tener en cuenta.

Cuando el secretario general del Partido Comunista Chino (PCCh, por sus siglas en inglés), Xi Jinping, anunció la iniciativa BRI en el 2013, lo vendió como un camino hacia la prosperidad para los países en desarrollo. Pekín prestaría miles de millones de dólares para proyectos de infraestructura internacional, creando una red que impulsaría a las economías en desarrollo con la creciente ola de China. El discurso de Xi llamó la atención de decenas de gobiernos, los cuales comenzaron a hacer fila. Desde entonces, Pekín ha entregado mil millones de dólares para proyectos en todo el mundo.

Parecía demasiado bueno para ser verdad, y lo era. Los socios de la BRI ahora se están dando cuenta que sus proyectos no son funcionales. Pakistán tiene que apagar una planta hidroeléctrica construida en China después de sólo cuatro años de operación por culpa de grietas en la estructura. Ecuador está considerando hacer lo mismo con la represa Coca Codo Sinclair, la cual tiene miles de grietas y puede estar causando la destrucción de comunidades aledañas a la hidroeléctrica por la erosión del Río Coca. Los apartamentos construidos por China en Angola se están despedazando y llenándose de moho. Y los funcionarios en Uganda han descubierto más de 500 defectos en un gran proyecto de energía BRI.

Estas fallas en la construcción les costará miles de millones de dólares adicionales a los países que se asociaron con el PCCh. La represa Coca Codo Sinclair, por ejemplo, es la obra de infraestructura más grande en la historia de Ecuador y suministra un tercio de la electricidad del país. Desmantelarlo será extremadamente complejo. Además, esa debacle ha infligido un costo humano imposible de calcular. Personas como Adriana Carranza, una madre trabajadora que vivía cerca de la represa, lo ‘perdieron todo’ cuando la erosión del río los obligó a abandonar sus hogares.

Aunque algunos pueden quedar un poco contentos con atribuir esos fracasos a errores honestos, países como Laos, Sri Lanka y Pakistán entienden que la BRI no tiene nada que ver con obras de caridad. A diferencia de los esfuerzos financieros internacionales de EE.UU., que se presentan en forma de inversiones y subvenciones, los proyectos la BRI están impulsados ​​por préstamos de bancos controlados por el gobierno chino. Tan pronto como los países con una economía frágil descubrieron que no podían pagar sus deudas, Pekín comenzó extorsionando concesiones para ampliar su influencia tanto política como militar. En el caso de Laos, por ejemplo, una empresa china exigió el control de la red eléctrica nacional por 25 años a cambio de la condonación de la deuda. (El PCCh también ha ejercido influencia para establecer una Base de la Fuerza de Policía Armada Popular dentro de Tayikistán, traicionando serios designios sobre la soberanía de sus vecinos).

Mientras tanto, las empresas chinas contratadas para llevar a cabo proyectos internacionales, muchas de ellas empresas estatales, se han visto envueltas en cientos de violaciones de DD.HH.  desde el establecimiento de la BRI. Las autoridades de Perú y Zambia han acusado a los mineros chinos de detener arbitrariamente y golpear a ciudadanos nativos e incluso de abrir fuego contra los trabajadores que protestaban. Uganda y Pakistán están experimentando mayores riesgos para la salud relacionados con la contaminación por culpa de los productores de energía chinos. En el 2016, Amnistía Internacional encontró que la empresa china Huayou Cobalt había esclavizado a 40,000 niños africanos para buscar minerales valiosos en el Congo. La lista continúa.

En el 2019, yo advertí que los países en desarrollo no se deben dejar engañar por las promesas de crecimiento económico y de supuesta prosperidad de Xi y fue enfático en que el verdadero objetivo de las BRI es “socavar la competencia extranjera al robar la propiedad intelectual y los secretos comerciales…a expensas de los ‘socios’ comerciales de China”. Hoy en día, agregaría que la BRI también es un boleto sin retorno a las centrales eléctricas rotas y al colapso de la infraestructura. Eso es a lo que se someten países como Colombia cuando se vinculan a Pekín para grandes proyectos de infraestructura, por ejemplo como el metro de Bogotá.

No es demasiado tarde para aprender la lección que los proyectos “Hecho en China” son en el mejor de los casos una fuente de dinero para Pekín y en el peor de los casos una seria amenaza de seguridad. Es por eso que me comprometo a garantizar que las agencias financieras de EE.UU. ofrezcan a los países en desarrollo alternativas significativas a la BRI en forma de soluciones asequibles y duraderas a los problemas de infraestructura, en vez de imponer objetivos climáticos poco realistas como la Administración Biden quiere que hagan. No hay excusa para seguir pagando a un régimen genocida y totalitario por infraestructura inútil.

 

Marco Rubio es Senador por Florida en el Congreso de Estados Unidos.

China ante el problema demográfico

Aunque parezca una broma un país tan superpoblado como China, aquella sociedad tiene un grave problema demográfico que hace que la población esté decreciendo y envejeciéndose rápidamente con las lógicas consecuencias para la economía y las estrategias de desarrollo a medio y largo plazo.

A principios de año, el gobierno chino anunció oficialmente que, por primera vez en la historia china, los fallecimientos han superado a los nacimientos. Este fenómeno para derivarse directamente del desastre demográfico que significó la insensata política del hijo único que impuso Pekín a finales de los años 70.

La ONU pronostica que la población china podría caer por debajo de los 800 millones de habitantes para finales de siglo (hoy está en 1.412 millones).

Algunos piensan que al país le podría pasar lo que le ocurrió a Japón, que ha venido teniendo un bajo crecimiento económico como consecuencia del descenso de la natalidad y el envejecimiento de la población. China podría incluso tener dificultades para superar a Estados Unidos y convertirse en la mayor economía del mundo, advierte Yi Fuxian, experto en tendencias demográficas chinas de la Universidad de Wisconsin.

El crecimiento económico de China sigue determinado por la extensa mano de obra. Sin embargo, vecinos como India, Vietnam, Indonesia y Bangladesh están tomando la delantera en producción barata. Con el tiempo, la escasez de trabajadores jóvenes y productivos hará que la fabricación en China sea aún menos competitiva.

Expertos norteamericanos explicaban hace unos días en el New York Times  que durante años, la enorme población china con edad para trabajar impulsó el motor económico mundial, abasteciendo a los trabajadores de las fábricas cuya mano de obra barata producía bienes que se exportaban a todo el mundo. Y añadían que, a largo plazo, la escasez de trabajadores en las fábricas en China —impulsada por una fuerza laboral más educada y una población de jóvenes cada vez menor— podría aumentar los costos para los consumidores fuera del país, lo que podría exacerbar la inflación en naciones como Estados Unidos, que dependen en gran medida de los productos chinos importados. Ante el aumento de los costos laborales en China, muchas empresas ya han trasladado sus operaciones de manufactura a países con salarios más bajos, como Vietnam y México.

Pekín lleva años buscando soluciones a este problema, entre otras incentivar el nacimiento, pero no parecen funcionar. No se trata únicamente, dicen los expertos, de cambiar radicalmente la tendencia que marcó la prohibición de tener más de un hijo, sino que, insisten, las parejas jóvenes no quieren tener muchos hijos, al margen de que sea ahora legal y aplaudido porque estiman que reducen su bienestar.

Biden en Asia. Nieves C. Pérez Rodríguez

Esta semana comenzaba con el revuelo causado por la respuesta de Biden a una periodista que le preguntaba que si estaría dispuesto a intervenir militarmente en el caso de que China invadiera a Taiwán, a lo que el presidente no dudó ni un segundo en responder con un simple sí, un sí directo, pero con grandes implicaciones y fondo. Un sí como si se tratara de algo que tiene clarísimo. Un sí que nos lleva al Town Hall o foro consultivo de CNN el año pasado el que Biden respondió diciendo básicamente lo mismo: que Estados Unidos acudiría a defender a Taiwán si China atacara.

Aunque en ambos casos el equipo de Biden se ha apresurado a clarificar la respuesta, lo cierto es que no han podido desmentirlo del todo sino decir que la política exterior de los Estados Unidos no ha cambiado, sigue siendo la misma política exterior hacia China y que además siguen comprometidos con la paz y la estabilidad en Taiwán.

La visita de Biden a Asia tiene un gran significado en este momento. En primer lugar, es su primera visita a Asia como presidente y, en segundo lugar, con la actual situación internacional post invasión rusa a Ucrania. El mensaje a Beijing es directo y unificado por no condenar a Rusia. Y en tercer lugar por el estrechamiento de alianzas que consigue en la región, que serán claves que definirán el futuro cercano del Indo Pacífico.

El momento del viaje fue perfecto para lanzar la propuesta que Biden ya había anticipado en octubre del año pasado, definida como una pieza central de la estrategia de su Administración, el “Marco económico del Indo Pacifico” o el IPEF (por sus siglas en inglés, Indo-Pacific Economic Framework) que de entrada ha conseguido reunir a 13 países (Estados Unidos, Australia, Brunei, India, Indonesia, Corea del Sur, Malasia, Nueva Zelanda, Filipinas, Singapur, Tailandia y Vietnam) y cuyo compromiso, aseguró Biden, es “trabajar con nuestros amigos cercanos y socios en la región en los desafíos más importantes para garantizar la competitividad económica del siglo XXI, mejorando la seguridad y la confianza de la economía digital, protegiendo a los trabajadores, fortalecimiento las cadenas de suministros y combatiendo la corrupción”.

Básicamente, la propuesta consta de cuatro pilares fundamentales: 1. Comercio justo, que evite la explotación. 2. Resiliencia en la cadena de suministros, tema muy vigente debido a los retrasos producidos por la pandemia del Covid-19. 3. Infraestructuras y energías limpias, que busca minimizar el uso del carbón. Y, por último, combatir la corrupción en los gobiernos de la región para intentar una distribución adecuada de recursos y oportunidades en la población.

La Administración Biden está intentando retomar parte de las políticas anteriores, una de ellas aniquilada por el presidente Trump con la salida de Washington del TPP dejando a China como líder económico en la región.

La propuesta, además, promueve un Indo-Pacífico libre, justo e inclusivo. Asimismo se reforzó la necesidad de promover una red de 5G que mejore las conexiones de internet en la región y los miembros, una vez más dejando por sentando que debe ser una red distinta al 5G chino, que suscita muchas dudas sobre la seguridad de la información. Y también para los miembros del Quad, quienes necesitan intercambiar constantemente información sensible por vías seguras.

La visita, que comenzó en Corea del Sur, fortaleció tanto los lazos estratégicos como los tecnológicos. En efecto, minutos después de aterrizar en Seúl, Biden se dirigió a la planta de producción de semiconductores Samsung, dejando claro la importancia del aspecto de la seguridad económica de la primera economía del planeta, así como la visita a una base militar americana en territorio surcoreano. La seguridad, otro elemento estratégico de la visita.

La semana pasada, Sue Mi Terry, ex directora de Asuntos Asiáticos en el Consejo de Seguridad Nacional, publicaba un artículo en el Wilston Institute en el que explicaba que el presidente estadounidense y el surcoreano podrían reformar la alianza de ambas naciones para el siglo XXI. Mi Terry sostiene que las similitudes en las personalidades de ambos líderes podrían generar una química especial entre ellos. Explica que ambos son amantes de las mascotas y viven una vida bastante sencilla y anclada a la realidad a pesar de sus posiciones, ambos son campechanos en el trato, y ella predecía que esas semejanzas podrían ser la clave para que ambos mantengan una relación muy próxima y estratégica que redimensione la alianza actual a un plano más profundo.

La siguiente parada fue en Tokio, en donde el primer ministro japonés, Fumio Kishida, destacó el desafío de garantizar la paz y la prosperidad de la región como el tema estratégico más importante para la comunidad internacional, por lo que las dos grandes democracias del mundo deben asumir un papel de liderazgo.

La absurda guerra de Ucrania cambio la situación internacional en pocos días. Uno de esos cambios es que las naciones hablan abiertamente del grave peligro de Rusia y por tanto a cualquier sistema que se le parezca, por lo que el temor a las pretensiones expansionistas chinas genera más desconfianza. En ese contexto la respuesta de Biden de que sí intervendría militarmente si China invadiera Taiwán no es tan sorprendente. En Corea del Sur hay bases militares estadounidenses y tropas haciendo ejercicios todo el año, al igual que en Japón. Ahora, con la presencia del Quad, esa presencia es mucho mayor geográficamente hablando, pero también es más compleja porque incluye intercambio de información extenso. La prioridad de su Administración en política exterior antes de lo de invasión a Ucrania era el Indo-Pacífico y su estabilidad y libertad de navegación de los mares.

 

Ucrania y COVID reducen el margen de maniobra de China

La vuelta de los contagios  del COVID a China, si es que se habían ido, y la guerra de Ucrania están suponiendo un duro revés para China aunque las autoridades de Pekín están intentando matizar los datos.

Según analizan varios expertos en medios de comunicación especializados en Estados Unidos, la actividad fabril se contrajo a un ritmo más pronunciado en abril, en un momento en que los confinamientos generalizados por el COVID-19 redujeron la producción e interrumpieron las cadenas de suministro al bloquearse el funcionamiento normal del puerto de Shanghai, uno de los más importantes y activos del planeta.

El índice oficial de compras (PMI) de manufactura cayó a 47,4 en abril desde 49,5 en marzo, para un segundo mes consecutivo de contracción, dijo la Oficina Nacional de Estadísticas (NBS). La marca de 50 puntos separa la contracción del crecimiento en una base mensual.

Docenas de las principales ciudades de China están en medio de confinamientos totales o parciales, incluido el centro comercial de Shanghai, llevando a más analistas a reducir las previsiones de crecimiento para la segunda economía más grande del mundo.

Este estancamiento que se está produciendo en China, impacta directamente sobre el margen de maniobra de Pekín para aprovechar a su favor la crisis de Ucrania ejerciendo de teórico intermediario para una paz pactada y ocupando el vacío político y económico que podría dejar Rusia y un Occidente embarrado en el frente europeo.

Este dato va a tener importancia en los próximos meses y en la evolución de los acontecimientos ucranianos en los que Rusia, aunque avance, parece tener cada vez mayores dificultades y puede acabar en una grave crisis de estabilidad interna.