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INTERREGNUM: El dilema birmano de la ASEAN. Fernando Delage

Inquieto porque el gobierno de la Liga Nacional para la Democracia (el partido que en las elecciones generales de 2019 revalidó la mayoría obtenida en 2015) pudiera acabar con el control por los militares del ministerio de Defensa y de distintos sectores de la economía, el ejército de Myanmar—en cuyas manos estuvo el país entre 1962 y 2010—dio un golpe de Estado el pasado 1 de febrero.

Desde entonces la junta militar ha reprimido brutalmente toda forma de disidencia, con un resultado de más de mil muertos. La economía también ha estallado: numerosos bancos carecen de liquidez, y buena parte de las empresas extranjeras han abandonado el país. Cerca de un millón y medio de empleos desaparecieron en el segundo semestre del año, y el Banco Mundial estimó en verano que el PIB caerá un 18 por cien en 2021. Myanmar podría estar cerca de convertirse en un Estado fallido, con el consiguiente riesgo de inestabilidad para las naciones vecinas. Los problemas de gobernabilidad, el aumento de los contagios por Covid (Myanmar puede convertirse en un transmisor masivo de nuevas variantes de la pandemia), y el creciente flujo de refugiados representan una grave amenaza para la región.

Con su atención puesta en otros asuntos, las principales potencias se han mantenido más bien al margen. Estados Unidos y otras democracias no han ido más allá de la imposición de sanciones e India ha mantenido un significativo silencio, mientras que China se ha negado a condenar a la junta y Rusia ha aprovechado para aumentar sus ventas de armamento. Más grave resultaba que quien tenía una especial responsabilidad con respecto a la cuestión, la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN), no ofreciera ninguna respuesta.

De ahí la llamativa decisión de no invitar al líder birmano, general Min Aung Hlaing, a la cumbre anual de la organización que se celebra esta semana. Es un gesto que puede interpretarse como una victoria simbólica para el Gobierno de Unidad Nacional en el exilio, aunque lo relevante es que la ASEAN no ha expulsado a Myanmar ni ha suspendido su participación en las reuniones de altos funcionarios. Su actitud parece por tanto contradictoria, si bien es un claro reflejo de su tradición de no injerencia en los asuntos internos de los miembros y de adopción de decisiones por consenso.

A mediados de octubre, Indonesia, Malasia, Filipinas y Singapur condenaron el golpe, exigieron la liberación de los prisioneros políticos y demandaron que no se invitara al general Min a la cumbre de este año; una posición que no fue compartida por Tailandia—también controlada por las fuerzas armadas—así como por Camboya y Laos.

El problema es que la crisis birmana representa un incómodo desafío a la credibilidad de la ASEAN. La resistencia de la junta militar a poner en marcha el plan de cinco puntos acordado—con su visto bueno—por los ministros de Asuntos Exteriores de la organización en abril para el cese de la violencia no le dejaba mucho margen de maniobra. Ni podía aparecer como protectora del régimen, ni podía arriesgarse a que, en un contexto de preocupación por la creciente influencia de China, el presidente de Estados Unidos decidiera no acudir a la próxima Cumbre de Asia Oriental, de cuya gestión se ocupa la ASEAN. También las cumbres bilaterales con Estados Unidos y con la Unión Europea podían verse en el aire de no adoptarse ninguna respuesta frente a Myanmar.

No parece que la exclusion de la cumbre del general Min vaya a abrir paso a una aproximación más eficaz al conflicto, pero el gesto es revelador del dilema permanente que afronta la organización a la hora de equilibrar la pretensión de mantener su centralidad en una era de rivalidad entre las grandes potencias, y los condicionantes impuestos por sus propias prácticas de funcionamiento.

El test de Vietnam

Vietnam, el Partido Comunista gobernante en Hanoi, acaba de aprobar un nuevo Plan Quinquenal, la hoja de ruta de desarrollo económico para los próximos cinco años. A pesar del intervencionismo inherente al concepto de economía dirida y planificada, Vietnam sigue impulsando medidas de apertura de mercado y de garantías en un plan de lucha contra la corrupción. El país sigue en una estrategia de delicado equilibrio entre China y Estados Unidos, tratando de atraer inversiones de todas partes y de aprovechar el mercado internacional.

En este contexto, el golpe militar de Birmania avanza una desestabilización regional con protagonismo chino que puede alterar el crecimiento y los planes económicos además de poner más dificultades en las relaciones entre Washington y Pekín. Hanoi no mantiene buenas relaciones con China, por razones históricas y estratégicas. No debemos olvidar que tras la guerra de Vietnam contra Estados Unidos, el régimen vietnamita sostuvo enfrentamientos armados con Camboya y China, a pesar del comunismo compartido.

El padrinazgo chino no es bien tolerado en los países del sureste asiático, a pesar de la existencia de importantes colonias chinas en sus territorios y de las inversiones procedentes del gigante continental. Además, China y Vietnam mantiene una disputa sobre la soberanía de territorios insulares del Mar de la China. En una reciente gira política del ministro chino de Exteriores, Vietnam fue el único país de la región no visitado.

Así, Vietnam, con un nivel de crecimiento apreciable y no muy afectado por la pandemia, está ante una coyuntura tensa: atenuar la corrupción, abrirse más al libre mercado y mantener su etiqueta oficial de comunismo, reforzar sus sorprendentes buenas relaciones con Estados Unidos y no enojar demasiado a Pekín. Un test para Hanoi y para toda la región.

INTERREGNUM: Tras el golpe en Birmania. Fernando Delage

El golpe del 1 de febrero en Birmania, sólo horas antes de la prevista inauguración del Parlamento resultante de las elecciones del pasado noviembre, puso fin a un proceso de transición política que no ha superado su primera década. La pretensión de las fuerzas armadas de compartir el poder con un gobierno elegido en las urnas—y la disposición de este último a aceptarlo—difícilmente iba a resultar sostenible en el tiempo, como los hechos han confirmado. Con todo, más allá de las causas puntuales de la intervención directa del ejército, lo ocurrido no puede separarse del contexto de regresión democrática que atraviesa el sureste asiático, ni de los efectos del ascenso de China.

La mayor parte de los analistas coinciden en que los generales nunca esperaron que la Liga Nacional para la Democracia (NLD), el partido de Aung San Suu Kyi, pudiera obtener en las últimas elecciones una mayoría aún más rotunda que la lograda en 2015. Estar en el gobierno no sólo no le ha desgastado, sino que la NLD se hizo con 396 de los 476 escaños del Parlamento (el 83 por cien del total, por encima del 70 por cien de los comicios anteriores). El grupo apoyado por los militares sólo consiguió 33 diputados. A esta humillante derrota se sumaba el temor a que, con esa mayor representación, la Cámara se dispusiera a recortar los poderes de las fuerzas armadas. La perspectiva de una transición completa a la democracia era un escenario que nunca iban a permitir estas últimas.

La fragilidad del experimento birmano con la democracia no ha sido, sin embargo, una excepción. El golpe es, en efecto, un nuevo reflejo de la persistencia estructural del autoritarismo en la región. Pero como sus homólogos en Tailandia, por ejemplo, también los generales birmanos afrontan a partir de ahora el desafío de cómo redefinir su papel político. La promesa de convocar elecciones en un año es un recurso vacío frente a una sociedad que, al igual que la tailandesa, ha disfrutado pese a sus peores índices económicos de una libertad antes desconocida. Gracias en buena medida a la revolución digital y las redes sociales, los birmanos han adquirido una conciencia de sus derechos y una voluntad de participar en la vida pública que no va a desaparecer. El riesgo de una creciente inestabilidad—agravado por la extraordinaria polarización étnica y religiosa del país—es por tanto considerable.

El golpe, por otra parte, supone para el nuevo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, la primera prueba a que se ve sometida su intención de defender los valores democráticos y contrarrestar el atractivo del modelo político chino entre los Estados de su vecindad. Una complicación para Biden es que fue una administración demócrata, la de Barack Obama, la que tuvo un papel no menor en el inicio de la transición birmana, que a su vez condujo al levantamiento por Washington de las sanciones anteriormente impuestas a las inversiones en el país. Restaurar las sanciones no resultará fácil cuando otros socios—como Japón, India o distintos países de la ASEAN—han sido tibios en la condena del golpe dados los intereses en juego. Entre ellos pocos son tan relevantes, también para Estados Unidos, como la variable china.

La República Popular es el segundo mayor inversor en Birmania después de Singapur, con unos 21.500 millones de dólares, y representa un tercio del total del comercio exterior del país (diez veces más que Estados Unidos). Hace justo un año que Xi Jinping realizó una visita oficial (la primera en dos décadas de un presidente chino), y apenas un mes de la efectuada por el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, quien calificó a ambas naciones como “hermanas” y elogió la “revitalización nacional” emprendida por las fuerzas armadas. La reacción de Washington al golpe queda así sujeta, más que a factores internos, a la reformulación de laa estrategia integral hacia Pekín que debe acometer.

Birmania a escena con China al fondo

El golpe militar del fin de semana en Birmania interrumpe el breve y débil proceso de institucionalización y de democratización que el país venía viviendo tras interminables años de poder militar, prácticamente desde su independencia.

Birmania (ahora denominado Myanmar) tiene la ventaja de importantes recursos y la inquietante combinación de una situación estratégica clave en medio de potencias poderosas, ambiciosas y sujetas a tensiones internas. La cronología bélica de la zona, las divisiones étnicas y las amenazas totalitarias exteriores han sido la coartada de una dilatada presencia de los militares en el poder y una ausencia de garantías políticas.

Según datos de los organismos internacionales, el país es rico en jadegemaspetróleogas natural y otros recursos minerales. En 2013, su PIB (nominal) se situó en 56 700 millones de dólares estadounidenses y su PIB (PPA) en 221 500 millones. La brecha de ingresos en Birmania se encuentra entre las más amplias del mundo. A partir de 2016, Birmania ocupa el puesto 145 de 188 países en desarrollo humano, según el Índice de Desarrollo Humano.

Birmania es clave para los intentos chinos de establecer, fortalecer y expandir su red de despliegue naval bajo la atenta mirada de India, ora potencia naval en la zona y creciente socio occidental en la tarea de contener y vigilar la estrategia expansiva china. En este contexto el desarrollo democrático y la inestabilidad creciente entre minorías aumenta la preocupación de Pekín, de acuerdo con su propia concepción política parece menos incómoda con un gobierno duro.

Actualmente, China es, sin duda, su más cercano aliado. Después de retirar el apoyo al Partido Comunista de Birmania, hoy se consolida como el primer socio comercial y en materia de cooperación militar, incluyendo una base militar china en las islas Coco para monitorear la actividad naval india. ​

Habrá que estar atento a los próximos acontecimientos, más allá de las condenas occidentales, pues en la región se mueven poderosos acontecimientos que han quedado reflejados en la cercana Sri Lanka en una pugna abierta entre las influencias de India y  China. Y, desde EEUU, el presidente Biden se estrena con un nuevo frente, no totalmente imprevisto, pero que acelera una agenda en la zona Indo-Pacífico que está en periodo de actualización.

Los Rohinyá: Una tribu sin Nación ni futuro

Ángel Enríquez de Salamanca Ortiz, Doctor en Economía por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Relaciones Internacionales en la Universidad San Pablo CEU de Madrid.

¿Quiénes son los Rohinyas y por qué los persiguen?

Los Rohingya son un grupo étnico islamista suní que, actualmente, forma parte de Myanmar (Birmania), de la región de Rakain, al oeste del país, en la frontera con Bangladesh.

Los Rohingyas son originarios de la región de Chittagong, en Bangladesh y que, según algunos autores(1), se vieron obligados a emigrar a la región de Rakain, en Myanmar, tras la conquista de Bangladesh por Gran Bretaña entre 1824 y 1826. Rakain fue un reino independiente hasta el siglo XVIII, cuando Birmania lo conquistó en 1784.

En la actualidad viven aproximadamente 1.200.000 Rohingyas en Myanmar que son perseguidos por los budistas arakaneses de este país. Pero este conflicto se desató después de la II Guerra Mundial, cuando Birmania se independizó de Gran Bretaña y los habitantes de la región de Arakán (la parte islamista) quisieron volver a su tierra, Bangladesh. El problema vino cuando estos arakaneses vieron que todas sus tierras habían sido cedidas a los bengalíes, por lo que, ya no eran bien recibidos en Bangladesh ni tampoco podían volver a Myanmar ya que, durante la guerra, grupos armados de islamistas atacaron pueblos budistas en la región de Arakán, algo que avivó el malestar entre budistas arakaneses y los islamistas.

Hay que tener en cuenta que después de la guerra en la región de Arakán el 56,75% era budista y el 41,60% musulmán (2), pero a pesar de este elevado porcentaje, la ley de ciudadanía de 1982 de Birmania niega la ciudadanía a la población Rohingya (3). Esta ley prohíbe a esta población, no solo la ciudadanía, sino también libertad de movimiento, educación o empleo, por ser considerados como bengalíes, además, el “movimiento nacionalista 969” promueve la expulsión de los islamistas de un país, Birmania, mayoritariamente budista. Las violaciones o abusos por ambas partes (islamistas y budistas) son constantes y el gobierno no es que no haya hecho nada para impedirlo, sino que ha apoyado a los budistas abriendo fuego contra los Rohingya como ocurrió en la ciudad de Sittwe en el año 2012 (4).

Las violaciones en grupo y los asesinatos en masa por supuesto “terrorismo” por parte del gobierno birmano ha obligado a miles de familias Rohingyas a huir al país vecino. Los Rohingyas son la minoría mas perseguida del mundo según la ONU (5). Un éxodo y un exterminio masivo, donde casi setecientas mil personas se han visto obligados a emigrar a Bangladesh, un ejemplo de limpieza étnica según la ONU (6).

Pocas veces en la historia se han vivido exterminios de semejante magnitud: El éxodo de Armenia en 1914, donde un millón y medio de personas perdieron la vida en manos del imperio Otomano, o el holocausto judío durante la II Guerra Mundial, donde casi 6 millón de judíos perdieron la vida en manos de los nazis. Pero no hace falta ir tan atrás
en el tiempo, el holocausto de Ruanda en 1994, cuando cientos de miles de tutsis perdieron la vida en manos del gobierno Hutu de Ruanda, crimenes contra la humanidad y que, en este caso, el de los Rohingyas, ha sido denunciado por la ONU y la organización Save the Children.

Un pueblo que emigra al campo de refugiados de Cox´s Bazar o el de Kutupalong en Bangladesh, unos campos que albergan a decenas de miles de personas y que el país, parece ser no está dispuesto a aceptar (8). La Unión Europea ha denunciado esta situación y ha dado fondos al “World Food Program” para suministrar alimentos o a la Organización Internacional para las migraciones que abrió una clínica en Leda, cerca del Rio Naf. Por otro lado, Myanmar limita la ayuda humanitaria.

El último actor es China, que tras la crisis del año pasado simplemente declaró que era un problema interno del país, pero que actualmente, y dada la situación, está dispuesta a ofrecer su apoyo a Birmania para que los Rohingya puedan volver al país. No importa la religión, no importa la nacionalidad, los Rohingyas son un pueblo, en su mayoría niños, que a día de hoy no tiene futuro. (Foto: Organ Vida Archive, flickr.com)

1.- (https://www.soas.ac.uk/sbbr/editions/file64388.pdf pag-397)

 

2.- (https://merhrom.wordpress.com/2009/03/04/towards-understanding-arakan-history-part-ii/)

 

3.- (https://www.hrw.org/es/news/2012/07/31/birmania-las-fuerzas-gubernamentales-atacan-losmusulmanes-rohingya)

 

4.- (Informe de Human Right Watch: https://www.hrw.org/es/news/2012/07/31/birmania-las-fuerzasgubernamentales-atacan-los-musulmanes-rohingya)

 

5.- (https://www.abc.es/internacional/abci-persigue-birmania-rohingyas-201709021241_noticia.html)

 

6.- (https://www.hispantv.com/noticias/asia-y-oceania/373784/rohingyas-myanmaer-bangladesh-masacre)

 

7.- (https://www.savethechildren.es/tienen-nombre-rohingya/que-esta-pasando-en-la-crisis-de losrohingya?gclid=CjwKCAjwu5veBRBBEiwAFTqDweNSmxVscIZtC5K92uoCxc0JTDu-1tXk_2DGhmxdTAxJAA7WAKZVXBoCfX4QAvD_BwE&gclsrc=aw.ds)

 

8.- (https://www.youtube.com/watch?v=mYj_lWxKykU&list=WL&index=13)

INTERREGNUM: El drama de los Rohingya. Fernando Delage

En pleno siglo XXI, y casi 25 años después del genocidio de Ruanda, un nuevo episodio de limpieza étnica se desarrolla en Asia. Aunque la persecución de la minoría musulmana de Birmania—de origen bengalí—no es en absoluto nueva (es resultado de un complejo legado colonial y de la sucesión del antiguo Pakistán Oriental por el Estado independiente de Bangladesh tras la guerra de 1971), el resurgir de un nacionalismo birmano y la radicalización de algunos grupos armados entre los Rohingya han creado un contexto explosivo, en el que se entremezclan terrorismo e insurgencia con un gigantesco drama humanitario.

Se esperaba que, tras las elecciones de 2015, la gradual democratización del sistema político permitiría mejorar la situación de los Rohingya. Pero ha sido todo lo contrario. Muchos se preguntan por las razones del comportamiento de ese icono de la libertad y la tolerancia que es Aung San Suu Kyi (“the Lady”, para los generales birmanos). Pero la premio Nobel de la paz es hoy un líder político que no puede enfrentarse a los militares—con los que gobierna—ni a la mayoría budista a la que pertenece, en uno de los países étnicamente más complejos del mundo. La islamofobia contra esa minoría birmana se ha agravado, a la vez que el ejército no está sujeto al control de las autoridades civiles después de redactar una nueva Constitución a su medida. Con todo, las implicaciones de la crisis para el entorno regional no son menos relevantes.

Que Al-Qaeda y Daesh hayan hecho un llamamiento a favor del apoyo a los Rohingya no favorece su causa. Las conexiones del principal grupo responsable de las acciones contra el ejército a finales de agosto, el Arakan Rohingya Salvation Army (ARSA), con otros movimientos radicales—se sospecha en particular de Pakistán—han situado la campaña antiterrorista por encima de la expulsión de esta minoría (a la que se niega incluso la nacionalidad). La ASEAN se ha mostrado impotente a la hora de formular una respuesta, mientras que Bangladesh teme las consecuencias de su acogida: si facilita las condiciones a los refugiados, puede atraer a un número aún mayor de Rohingya, que querrían además solicitar residencia permanente. Los dos grandes que intentan influir en Birmania—India y China—aprovechan asimismo la situación para perseguir sus propios objetivos.

El primer ministro indio, Narendra Modi, visitó Birmania hace apenas dos semanas y evitó el tema en público. Al afrontar su propio fenómeno insurgente en las provincias del noreste, fronterizas con Birmania, India necesita la cooperación del gobierno de este país contra dichos grupos violentos. Modi es el líder, por otra parte, de una formación política, el Janata Party, definida por el hinduismo más estricto, con escasas simpatías por tanto hacia los musulmanes. También China se ha pronunciado a favor de la política del gobierno birmano. Pekín mantiene su propia política represiva hacia los musulmanes de Xinjiang, y podría vetar cuantas propuestas se presenten en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Cuando Occidente por fin reacciona, y europeos y americanos pueden intentar articular un conjunto de sanciones, se abre además una nueva oportunidad para Pekín, cuya excesiva presión durante los últimos años fue de hecho uno de los motivos que condujo a los militares birmanos a poner en marcha el proceso de transición política. Su oferta de ayuda financiera, inversiones en infraestructuras y venta de armamento puede restaurar su influencia en este Estado clave para su política energética y para el desarrollo de sus provincias meridionales. Pekín contaría también con otro gobierno que podría vetar posiciones contra China en el marco de la ASEAN (además de Tailandia, Malasia, la Filipinas de Duterte, Laos o Camboya).

Como en tantas otras ocasiones a lo largo de la Historia, los intereses de las potencias se imponen sobre una tragedia humanitaria que, tras la derrota del Estado islámico, podrá convertirse en un nuevo campo de batalla para el mundo musulmán.