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Wang Yi visita Washington. Nieves C. Pérez Rodríguez

Wang Yi, el excanciller de relaciones exteriores de China y muy alto rango en las filas del Partido Comunista chino y quien ahora es director de la Oficina de Relaciones Exteriores del partido, visitó Washington la semana pasada para tener reuniones de alto nivel y se reunió con el secretario de Estado, Antony Blinken, y el asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan.

Durante la visita, Wang se reunió también con el presidente Biden durante una hora en la Casa Blanca, encuentro que él definió como “una buena oportunidad para mantener vías abiertas de comunicación entre los dos rivales geopolíticos con profundas relaciones y diferencias políticas.”

Wang también afirmó frente a los medios que ambas naciones “tenemos nuestros desacuerdos, tenemos nuestras diferencias y al mismo tiempo también compartimos importantes intereses comunes y enfrentamos desafíos a los que debemos responder juntos.”

Las relaciones bilaterales han estado durante años en la sombra debido a diferentes razones, o bien por la llamada guerra comercial  o las indebidas prácticas comerciales chinas e incluso el espionaje. El mejor y más claro ejemplo fue él globo espía chino que sobrevoló los Estados Unidos durante una semana a principios de este año. El globo espía definitivamente marcó un antes y un después en las relaciones diplomáticas. Blinken tenía previsto visitar China desde principio de año pero debido a ese incidente su viaje fue pospuesto hasta que finalmente se llevó a cabo en junio, momento en el que  tuvo una reunión de unos 35 minutos con Xi Jinping.

Para los estadounidenses, China no solo es un competidor comercial sino un actor internacional de altísimo perfil que no sigue las reglas internacionales de convivencia, por lo que se ha convertido en un dolor de cabeza y un peligro inminente. China se aprovecha de esa visión y siempre intenta pedir más concesiones, levantamiento de sanciones, más visitas oficiales durante los encuentros, o cualquier otra demanda que considere oportuna y necesaria.

Durante su estancia en Washington, Wang también se reunió con Jake Sullivan. Previamente Sullivan y Wang se habían reunido en Austria el pasado mayo después de tres largos meses de confrontaciones, y se pensó que el encuentro podía abrir una nueva etapa de las relaciones, aunque no fue así.

Durante los momentos de mayor tensión en las relaciones diplomáticas bilaterales, el Pentágono intentó mantener los canales de comunicación abiertos en todo momento, aunque era difícil que se propiciara un encuentro con la contraparte china debido a que su ministro de defensa, Li Shangfu, fue sancionado por Washington unos años antes.

Curiosamente, Xi Jinping firmó la semana una orden ejecutiva que destituyó de su cargo al citado ministro de la defensa, Li Shangfu, del que se ha especulado mucho desde que desapareció de la vida pública hace unos dos meses. Beijing llevaba tiempo evadiendo encuentros entre el secretario de Defensa, Lloyd Austin, y su homólogo chino basado en las sanciones que pesan sobre Li desde 2018.

La Casa Blanca informó que parte de las conversaciones con el alto diplomático se centraron en los preparativos del encuentro de APEC que, se llevará a cabo en California entre el 11 y el 17 de noviembre bajo el slogan “crear un futuro resiliente y sostenible para todos.”

La APEC es el foro económico regional de Cooperación Económica en el Asia-Pacifico constituido en 1989 y al que pertenecen veintiún países. De acuerdo con la página web del encuentro, la APEC es la principal plataforma para que Washington avance políticas económicas en la región, para promover el comercio libre y abierto y el crecimiento económico sostenible e inclusivo.

Algunas analistas interpretan la visita de Wang como un esfuerzo para pavimentar el camino para un posible encuentro entre Xi Jinping y Joe Biden y lo más lógico sería que esa reunión suceda en torno al encuentro de la APEC donde ambos han confirmado su asistencia.

Xi no ha visitado los EE.UU desde el 2017 y un encuentro en ese marco no sería una visita de Estado porque Xi no sería recibido con honores y protocolos en la Casa Blanca, sería mucho más casual que se reúnan en California paralelamente a los eventos de la agenda de la cumbre, lo que es más cómodo para ambos bajo las actuales circunstancias.

Otro punto clave que se abordó fue el conflicto palestino-israelí y en este sentido Wang afirmó que en este momento hay que evitar una catástrofe humanitaria a mayor escala y que la salida impulsar solución de dos Estados, mientras pedía calma a los actores involucrados y que la solución pase por Naciones Unidas. Aseguró que China está dispuesta a trabajar para promover la paz. Blinken ratificó que el mantenimiento de la paz y la estabilidad en la región es en beneficio de todas las partes.

La situación internacional es cada vez más compleja y eso enreda la dinámica no solo de Washington sino de Beijing. China ahora misma se encuentra en una situación interna de incertidumbre y una crisis económica que no tiene fácil salida; necesita estabilidad internacional para exportar sus productos, continuar sus planes de expansión del BRI o la nueva Ruta de la Seda e intentar consolidarse internacionalmente. A mayor inestabilidad mayor dificultad para lograr sus objetivos y más dificultad para sobre salir la crisis.

Washington tiene también sus grandes problemas políticos, elecciones el próximo año y una clara crisis en los partidos. Además, está invirtiendo demasiado dinero en ayudar a Ucrania y ahora intentar ayudar en la crisis en la Franja de Gaza y en Israel.

Las dos naciones más poderosas deben sentarse y concienzudamente trabajar en pro de la inestabilidad mundial para garantizarse sus cuotas de influencias, pero también su supervivencia.

 

 

 

INTERREGNUM: Blinken en Pekín, Modi en Washington. Fernando Delage

Llamar dictador a Xi Jinping como hizo el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, sólo un día después de que el secretario de Estado, Antony Blinken, se reuniera con el presidente chino, no parece la mejor manera de encauzar las relaciones bilaterales. Quizá Biden sólo tenía in mente a los votantes y legisladores republicanos, y no esperaba mayores consecuencias de sus palabras: sabe—como le transmitiría Blinken—que también Pekín necesita un cierto grado de estabilidad en las relaciones con Washington. La reciente visita del primer ministro indio, Narendra Modi, a Estados Unidos ha sido la indicación más reciente de los límites a la capacidad de maniobra de la República Popular.

El ministro de Asuntos Exteriores, Qin Gang, el jefe de la diplomacia china, Wang Yi, y el presidente Xi atendieron sucesivamente a Blinken. Pese al reparto de tareas y de tiempo (un importante número de horas los dos primeros y apenas 30 minutos Xi), los líderes chinos mostraron su disposición a restaurar la normalidad en los contactos. Una voluntad que podría parecer contradictoria, sin embargo, con el repetido mensaje de que ha sido Estados Unidos el culpable del deterioro en las relaciones al rechazar una “actitud racional y pragmática” hacia China. Las dos partes acordaron “continuar las discusiones acerca de los principios que deben guiar la relación”, si bien Pekín rechazó la posibilidad de un diálogo entre las fuerzas armadas de ambos países.

Si no hubo resultados sustanciales de la visita de Blinken, quedó claro al menos el interés compartido en prevenir un conflicto. Los dos gobiernos son conscientes de la naturaleza estructural de sus divergencias, por lo que se trata de minimizar riesgos y evitar choques accidentales. Si Xi asiste en noviembre a la cumbre de APEC en San Francisco, habrá una oportunidad para seguir avanzando en esta dirección, aunque la proximidad de las elecciones presidenciales de 2024 no propiciarán una posición menos polarizada por parte norteamericana hacia China.

La reanudación de los contactos diplomáticos al más alto nivel no implica por lo demás un cambio de estrategia. Justo antes del viaje de Blinken a Pekín, el asesor de seguridad nacional, Jake Sullivan, visitó Japón e India con el fin de coordinar posiciones con respecto al “desafío chino”, mientras que la visita de Estado de Modi a Washington confirma la consolidación de una asociación estratégica que inquieta a la República Popular y será una de las variables clave en la reconfiguración del orden asiático y global.

Aunque hace ya dos décadas que comenzó el acercamiento entre Estados Unidos e India, en los últimos años ha adquirido un impulso sin precedente. Si cuatro sucesivos presidentes norteamericanos han visto el valor de India como socio económico y estratégico, dos gobiernos de distintos partidos en Delhi han concluido igualmente que Washington es un factor imprescindible para su prosperidad y seguridad. Las dos mayores democracias del planeta deberían ser socios “naturales”, pero en realidad es la coincidencia de sus intereses más que sus valores lo que orienta su aproximación. La administración Biden prefiere, de hecho, ignorar el deterioro de la democracia india bajo Modi ante las ventajas que puede ofrecerle en su estrategia hacia China.

Frente al imperativo de corregir la dependencia de las cadenas de valor chinas, India puede convertirse no en un sustituto pero sí en una de las principales alternativas, por lo que Washington le ofrecerá capital y tecnología, además de coordinar sus políticas industriales (de manera destacada en la producción de semiconductores). Especial atención se prestará al terreno militar, lo que permitirá a India minimizar a su vez su dependencia del armamento ruso. Mientras Estados Unidos avanza en su política de diversificación con respecto a China y de aislamiento de Rusia, India podrá desarrollar su sector tecnológico y competir globalmente con la República Popular, además de jugar sus propias cartas ante el eje Pekín-Moscú.

Afrontar el desafío geopolítico chino y garantizar la estabilidad del Indo-Pacífico es, en efecto, la segunda motivación por la que Delhi y Washington se complementan. Sin tener que convertirse en su aliado (posibilidad que sería contraria a su cultura estratégica), India verá reforzada su autonomía mientras continúa construyendo su ascenso como gran potencia económica (tendrá el tercer mayor PIB del planeta antes de que termine está década) y diplomática (compitiendo con Pekín por el liderazgo de los países del Sur Global).

EE.UU.: gestos de distensión con China

La visita de Antony Blinken, secretario de Estado de EE.UU., a China, y su encuentro con Xi Jinping revelan un esfuerzo norteamericano por contener la tensión con China, objetivar los puntos de máxima tensión y reforzar los canales de contacto que deben funcionar antes de que un choque o un desencuentro deriven en un conflicto de mayor envergadura.

Aunque, según se ha sabido tras las reuniones, la mayor parte de la conversaciones han tratado de buscar soluciones para encauzar las diferencias comerciales y la necesidad de respetar las reglas del libre comercio internacional, que China ignora en su mayor parte, es importante la reafirmación por parte de EE.UU. de que no van a apoyar una declaración unilateral y formal de independencia por parte de Taiwán.

Como es sabido, Taiwán, como sistema político diferenciado de la China continental, nace de la instalación en el territorio insular de los derrotados por el asalto al poder en 1949 por parte de los comunistas chinos liderados por Mao Tse Tung. Tras etapas de autoritarismo, Taiwán ha devenido un en una democracia de éxito, político y comercial, homologable a los países mas desarrollados. Pero, hasta hace poco, Taiwán se ha considerado China, democrática pero china, y ha aspirado a una reunificación bajo un régimen democrático. Desde Pekín se pretende, y se amenaza, restaurar la unidad, si hace falta con la fuerza bajo su sistema autoritario.

Mientras, en Taiwán ha ido apareciendo fuerzas, y no precisamente minoritarias, que plantean dejar de obsesionarse con lograr una reunificación democrática y proclamar la independencia sin excluir una unidad a más largo plazo. Y ese proyecto, que sería más propagandístico y simbólico que otra cosa, es inadmisible para una China que teme que encuentre apoyos occidentales. EE.UU. nunca ha abonado esa idea, aunque mantiene excelentes y cada vez más estrechas relaciones con la isla.

El crecimiento del independentismo taiwanés, unido a los choques comerciales chino-estadounidenses y el descenso del ritmo de crecimiento en China, han hecho aumentar las presiones de Pekín sobre la isla, en realidad sobre todo el mar de la China meridional, con incursiones militares, problemas para el tráfico marítimo y declaraciones altisonantes que han sido respondidas con un aumento de unidades militares estadounidenses en la región, un fortalecimiento de la alianza regional de Australia, Reino Unido y EE.UU. con Japón, Filipinas y Corea del Sur. Este escenario cada vez más explosivo necesitaba alguna iniciativa de distensión y eso es lo que ha intentado e intenta Antony Blinken. China necesita tiempo para rearmarse más y EE.UU. necesita reevaluar la situación y enfriarla. La situación es proclive a un enfriamiento pero no a una distensión duradera, que requeriría al menos una admisión por parte de China de que una acción militar en Taiwán no es factible, no sólo por razones éticas y de legalidad internacional sino porque puede no obtener los objetivos que busca. Una desescalada es un avance, pero como el conflicto de Ucrania demuestra cuando los Estados autoritarios creen que sus conceptos geoestratégicos están por encima de todo, suelen general tragedias aunque, a la larga, su propia derrota.

Blinken finalmente visitó Beijing. Nieves C. Pérez Rodríguez

El esperado y pospuesto viaje del secretario de Estado, Antony Blinken, a China, se llevó a cabo entre el pasado domingo y el lunes en una intensa jornada de reuniones de alto nivel que incluyó un encuentro con el líder supremo de la nación. Blinken tenía previsto hacer una visita oficial a principios de este año a China que la Administración Biden se vio obligada a suspender debido al incidente del globo espía chino que sobrevoló los Estados Unidos de costa a costa.

El esperado encuentro de alto nivel entre las dos potencias adversarias era considerado clave para conseguir un efecto neutralizador de las altísimas tensiones que hemos vivido en lo que va de año. Que vale la pena apuntar que no es una tirantez exclusiva de la Administración actual; por el contrario, la mayor escalada de tensiones entre Washington y Beijing se produjo durante los años en los que Trump ocupó la Casa Blanca con la llamada guerra comercial o guerra tarifaria.

Para los estadounidenses, China no sólo es un competidor comercial sino un actor internacional de altísimo perfil que no sigue las reglas internacionales de convivencia; por lo tanto se ha convertido en un dolor de cabeza y un peligro inminente. Pero, en busca de un acercamiento que pudiera bajar la tensión y reanudar el diálogo, el secretario de Estado visitó Beijing con la esperanza de frenar el deterioro de las relaciones y, de paso, quizás conseguir un acercamiento en temas como Ucrania, las provocaciones en el mar del sur de China o un intento en bajar la temperatura en el estrecho de Taiwán.

En palabras del propio Blinken “el viaje a China tuvo como propósito fortalecer los desafíos de comunicación de alto nivel, aclarar nuestras posiciones e intenciones en áreas de desacuerdo y explorar áreas en las que podríamos trabajar juntos cuando nuestros intereses se alineen con desafíos transnacionales compartidos”.

Una vista de este nivel no ocurría desde hace casi cinco años y curiosamente parece que uno de sus logros es que ambas partes reconocieron la necesidad de estabilizar las relaciones y ese podría definirse prácticamente como el gran avance. Sin embargo, si se hace un análisis de lo que se sabe la conclusión quizá no es tan positiva.

En primer lugar, fueron los estadounidenses los que fueron a China. Cruzaron el planeta para expresarles su preocupación por su negación al diálogo bilateral. Aun cuando esta preocupación ha sido trasladada en público por distintas vías.

El encuentro entre Blinken y Xi sólo tuvo una duración de 35 minutos, lo que es realmente corto considerando que se hacen traducciones simultaneas. En conclusión, cada uno tuvo unos 10 minutos para exponer su posición y unos cinco minutos para intercambiar opiniones. Pero desde el punto de vista de propaganda o liderazgo, los que más se benefician son los chinos que consiguen que la primera potencia y a la que China debe en parte su crecimiento y mayor número de exportaciones les visite en casa a pesar de que les humillaron con la presencia del globo espía en territorio estadounidense.

Igualmente, la visita de Blinken dejó la promesa de una serie de visitas de otras autoridades americanos como la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, la secretaria de Comercio, Gina Raimondo, o el enviado especial para el cambio climático John Kerry. Mientras que China acordó que Qin Gang, el canciller chino visite Washington pronto.

El Partido Comunista Chino había venido presionado fuertemente para que Washington enviara a estos altos cargos previamente a la visita del secretario de Estado y acertadamente no se les había concedido. La realidad es que ambas economías están realmente interconectadas, pero China necesita venderle a su principal comprador, y la arrogancia con la ahora China gestiona sus relaciones debe ser más ecuánime.

Bonnie Glaser, una de las más respetadas expertas en Washington sobre China, tuiteó su lectura de la reunión entre Blinken y Xi en la que comienza por exponer que la ha dejado con gran preocupación que Xi haya dicho que la competencia entre las principales potencias no se ajusta a la tendencia de los tiempos. Mientras que por su parte la Administración Biden ha venido trabajando en convencer a los chinos de que acepten la competencia como pilar de la relación y reconozcan que es esencial trabajar juntos para gestionar la competencia y evitar que la competencia se convierta en conflicto.

Glaser dice encontrar decepcionante que el encuentro no haya arrojado un auténtico avance, aun cuando ambas partes afirmaron que acordaron estabilizar sus relaciones.

Y aunque parezca una pregunta retórica cabe hacerla, ¿valió la pena de que el secretario de Estado le hiciera una visita a su principal socio y competidor comercial? Y aunque el diálogo siempre es fundamental y la clave para evitar escaladas en los conflictos también es cierto que parece que a los estadounidenses se les ha olvidado que, especialmente cuando se puede y se tiene razón, se debe mantener una posición un poquito menos condescendiente para así enviar mensajes más claros que no puedan ser distorsionados o mal empleados…

 

Viena, sede para conversaciones entre Washington y Beijing. Nieves C. Pérez Rodríguez

Después de unas largas semanas de distancia y especulación, de reuniones suspendidas por el hallazgo del globo espía sobrevolando territorio estadounidense y de dimes y diretes a mediados de la semana pasada, finalmente se reuneron en Austria  Jake Sullivan, el asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, y Wang Yi, el ex canciller de Relaciones Exteriores de China y muy alto rango en las filas del Partido Comunista chino y ahora es director de la Oficina de Relaciones Exteriores del partido.

Aunque poco se ha dicho de los dos largos días de trabajo sostenidos en Viena, el simple hecho de que se materializara la reunión es positivo y puede interpretarse como un pequeño avance en dejar atrás la hostilidad e inactividad en la comunicación de ambas naciones. Han pasado tres meses en los que las comunicaciones en la práctica no han existido y los mensajes se han enviado de manera pública y a través de portavoces oficiales en ruedas de prensa o comunicados y en un tono defensivo y que podría complicar aún más la actual situación internacional en medio de la guerra de Ucrania.

La aparición del globo sucedió en un momento de fuertes asperezas y gran tensión diplomático entre ambas naciones, debido a otros casos de espionaje chino, además de una recesión económica internacional, y en efecto una economía china golpeada como consecuencia de la pandemia. Sumado a los efectos que ha generado la guerra de Ucrania en el coste y distribución de combustible y cereales.

La Administración Biden se vió forzada por la presión interna a mostrar un tajante rechazo a China, aunque ciertamente no suele ser su estilo. Tuvo que hacerlo ante el desconcierto y los duros comentarios del partido de oposición y la prensa informando sin parar durante días sobre la violación territorial que significó el globo y su carácter de espía mientras China por su parte se mostraba ofendida por el derribo del artilugio. A razón de ese episodio, el secretario de Estado, Antony Blinken, suspendió su viaje a China y se enfriaron casi todos los canales de comunicación durante un tiempo. Pero la reunión en Viena puede ser un acercamiento previo al G7 que tendrá lugar en Japón el 19 de mayo. Aunque, ciertamente, Blinken conversó brevemente con Wang a pocos días del incidente del globo en Múnich, en el marco de la Conferencia de Seguridad Nacional, pero sin conseguir avances.

A principio del mes de mayo China extendió una invitación a John Kerry, el encargado especial para el cambia climático, pero sin haberse dado fecha públicamente. Se especula que Kerry es cercano a los chinos por los intereses económicos y negocios de su esposa en China. Por lo que, claramente, para Beijing Kerry es mucho más afable y próximo a ellos que otros funcionarios de la Administración.

Así mismo se informó de que el embajador americano en China conversó con el canciller chino el pasado 9 de mayo. Probablemente parte de esa conversación hizo que la reunión de Viena se llevara a cabo aderezada además por los positivos comentarios públicos expresados por la secretaria del Tesoro sobre la necesidad de mantener un diálogo respetuoso entre ambos países a finales de marzo.

Mientras tanto, el Pentágono ha intentado mantener un canal de comunicación abierto con el Ministerio de Defensa chino, pero dado que Li Shangfu, el ministro de defensa, fue sancionado por Washington la Administración no se ha conseguido ningún avance por esa vía.

Algunos analistas estadounidenses creen que la Casa Blanca estaba en conversaciones para conseguir la liberación de algunos presos americanos en China, que valga decir ha sido una de las políticas más consistentes de la Administración Biden desde que tomó el poder. Sin embargo, justo el lunes de esta semana se hacía público que un preso estadounidense de 78 años fue sentenciado de por vida por espionaje. Sentencia que podría volver a poner en jaque las relaciones bilaterales.

Claramente, Beijing está jugando una carta interesante. Sé sabe que los representantes de la Casa Blanca van por el mundo intentando conseguir la liberación de sus presos al precio que sea. Lo han hecho ya en distintos momentos, al régimen de Maduro le liberaron los sobrinos de la mujer de Maduro que estaban presos por narcotráfico, un delito muy grave en este país. a cambio de un par de empresarios estadounidenses apresados en Caracas para poder conseguir el trueque. Lo hicieron con la baloncestista estadounidense, Brittney Griner, apresada por Putin  y también liberada. Y hoy seguro que están negociando la liberación de Evan Gershkovich, el periodista del Wall Street Journal retenido.

El Partido Comunista chino está presionando para conseguir algo más de Biden o simplemente tener más a su favor a la hora de exigirle algo. Lo increíble es que Biden se deja manipular y juega bajo las reglas de los autócratas para conseguir que sus ciudadanos regresen a casa.

Necesitamos más conversaciones y relaciones distendidas, sin duda alguna, pero también necesitamos que Estados Unidos se mantenga firma y exija que se mantenga el cumplimiento de las reglas internacionales y que el estado de derecho internacional sea respetado y no abusado por los tiranos.

EE.UU. redobla su alerta frente a China

EE.UU., a través de su secretario de Estado, Anthony Blinken, está reconstruyendo alianzas, explorando nuevas amistades y testando la influencia real de China en zonas y áreas sensibles. Blinken ha visitado Asia Central, donde las repúblicas ex soviéticas mantienen estrechos lazos con Moscú aunque buscan mejorar sus relaciones con Occidente sin romper del todo la dependencia de Rusia y ha comprobado que, en general estos países dependen para su seguridad de sus acuerdos con Rusia para contener brotes separatistas, dosificar la lenta pero creciente influencia china y atajar una orientación hacia Occidente, aunque la cercanía a Afganistán e Irán invite a esto último.

Además, Washington está exigiendo una mayor tensión y alerta ante China por lo que estiman que es su creciente agresividad en términos de inteligencia, en competitividad comercial tramposa con las leyes internacionales y en la extensión de su influencia política y militar en el Índico. En este terreno Blinken viene presionando a Europa, y más concretamente a Alemania, para que enfríe progresivamente algunos lazos con China que, según EE.UU. pueden crear una dependencia de la potencia asiática más grave y peligrosa que la que Europa ha tenido de Rusia y que ahora esté en proceso de reconversión.

Esta dependencia, además, señalan desde EEUU puede tener consecuencias más perversas en América Central y del Sur y África donde la existencia de populismos anti occidentales en el caso americano de gobiernos inestables en el caso africano son zonas abonadas para la influencia china.

Sin embargo, no parece haber tantos triunfos en las manos chinas, al margen de su voluntad política. El crecimiento económico chino lleva unos meses parado o en bajo crecimiento, el envejecimiento de su población añade problemas cada mes en sus servicios sanitarios y sociales y la crisis económica internacional como consecuencia del covid y de la agresión rusa en Ucrania dificulta nuevas expansiones.

En la reciente reunión anual de la Asamblea Nacional Popular, que con todo cinismo los chinos llaman en Occidente parlamento y muchos medios lo aceptan, el PC ha defendido un crecimiento del 7,2 en el presupuesto militar y ha subrayado la necesidad de intervenir en Taiwán, a costa de otras necesidades sociales. China está en esa contradicción en la que antes o después entran todos los sistemas autoritarios cuando sus necesidades de supervivencia se impone sobre las necesidades sociales en un escenario político y económico sin libertades impiden solucionar el problemas estructuralmente.

 

INTERREGNUM: China-EE UU: la espiral que no cesa. Fernando Delage

Aunque el incidente del globo espía chino aún no ha llegado al final de su recorrido, ha hecho evidente cómo, en un contexto de competición estructural entre dos grandes potencias, cualquier hecho menor puede magnificarse. El problema no es que China espíe—sería del todo anormal que no lo hiciera—, sino que el incidente haya distraído a ambos gobiernos con respecto a cuestiones mucho más relevantes. Y que lo haya hecho, además, cuando—tras el encuentro entre Biden y Xi Jinping en noviembre—se había restaurado la intención de volver al diálogo. La suspendida visita a Pekín del secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, tenía precisamente como objetivo intentar avanzar hacia alguna fórmula estable de interacción entre los dos países. Su encuentro en Múnich el pasado sábado con su homólogo chino, Wang Yi, reunión que no se confirmó hasta el último momento, no sirvió más que para una nueva escalada retórica en sus denuncias mutuas.

Tanto Blinken como Wang se encontraban, es cierto, con un limitado margen de maniobra. Por parte norteamericana, el globo espía no ha hecho sino agravar la percepción de la amenaza china, convertida en tema central de la política nacional. Por parte china, no puede descartarse que todo haya respondido a un fallo de coordinación, y que la trayectoria del globo en cuestión fuera desconocida por los máximos dirigentes. No tiene realmente sentido que el presidente chino diera su visto bueno a una incursión en el espacio aéreo de Estados Unidos cuando trataba de rebajar la tensión con Washington.

Sin embargo, tras un breve intento de disculpa inicial, el gobierno chino pasó a la ofensiva. El portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores culpó a Washington de exagerar la cuestión y “recurrir a la fuerza de manera inaceptable e irresponsable” al derribar al artefacto, además de atribuirle el despliegue de sus propios globos espía sobre territorio chino. En Múnich, fue el jefe de la diplomacia china, Wang Yi, quien advirtió a Washington sobre la “erosión de la confianza mutua y el riesgo de un accidente”. Urgió asimismo a Estados Unidos a “cambiar de dirección, y a reconocer y reparar el daño causado a las relaciones bilaterales”.

Lejos de atender sus sugerencias, Blinken dio a entender que China podría estar dispuesta a proporcionar ayuda militar a Rusia en su campaña contra Ucrania; un comentario que resta credibilidad al anuncio hecho por Wang de que Pekín ofrecerá una propuesta para poner fin a la guerra. Lo que intenta la República Popular es tratar de normalizar la relación con los europeos después de haber levantado las restricciones por la pandemia y, de paso, evitar un completo alineamiento del Viejo Continente con Estados Unidos. Antes de acudir a la Conferencia de Seguridad de Múnich, Wang visitó Francia e Italia, y esta misma semana viajará a Hungría y Moscú. La preparación de los próximos viajes de Macron y Meloni a Pekín le ofrecieron una oportunidad para tantear el terreno, aunque con escasos resultados, pues China no abandona la posición de que Estados Unidos y la OTAN son los responsables del conflicto en Ucrania.

Las circunstancias no facilitan pues la restauración de un entorno de estabilidad. Es habitual que, en las relaciones entre Estados Unidos y China, se produzca cada cierto tiempo una crisis, cuya consecuencia es el bloqueo diplomático, hasta que ambas partes coinciden en que ha llegado el momento para un deshielo y retoman las conversaciones. La crisis del globo espía es aún muy reciente. Pero el calendario electoral norteamericano no ayudará a una rápida desescalada. De cara a su reelección, Biden puede estar predispuesto a reforzar su línea dura hacia China. Mientras, tampoco Xi puede ceder cuando observa a los aliados europeos y asiáticos de Estados Unidos formando un frente común contra la República Popular. El previsto viaje a Moscú del presidente chino podrá darnos, no obstante, algunas claves sobre lo que cabrá esperar en los próximos meses.

Blinken en Londres. Nieves C. Pérez Rodríguez

Si algo nos ha enseñado la pandemia es que nos guste o no somos parte de un mundo globalizado y fuertemente interconectado. Parece claro que la Administración Biden así lo entiende, por lo que sigue dando pasos para fortalecer vínculos internacionales y alianzas históricas de Washington.

Blinken se encuentra esta semana en Londres, en su quinto viaje al exterior, y en su agenda tiene previsto encontrarse con el ministro de relaciones exteriores británico, Dominic Raab, así como el primer ministro, Boris Jonhson. El comunicado oficial del Departamento de Estado afirma que “no hay otro aliado tan cercano como Gran Bretaña para los Estados Unidos. Ambos trabajaremos para reconstruir juntos el impacto de la pandemia global, incluso a través de la cooperación, para prevenir detectar y responder rápidamente a futuras amenazas de enfermedades infeccionas, asegurar nuestra cadena de suministro globales y reiniciar los viajes y el turismo tan pronto como sea seguro”.

Esta gira envía un mensaje claro sobre cuáles son las prioridades de los Estados Unidos ahora mismo. Europa es sin duda un aliado clave para la Administración, no en vano Blinken estuvo de visita en Bélgica a finales de marzo, en reuniones con autoridades de la UE y OTAN, y regresó de nuevo a mediados de abril con el ministro de la Defensa estadounidense, a más reuniones estratégicas con autoridades de la OTAN.

En esta ocasión el secretario de Estado se trasladó a Londres a preparar el terreno para la participacón de Biden en la cumbre del G7 que está siendo organizada por los británicos, así como la conferencia del cambio climático que se celebrará en Glasgow, Escocia, en noviembre, y que la Administración Biden tiene entre sus principales prioridades, tal y como hemos venido oyendo repetir al entonces Biden candidato y ahora al Biden presidente. El portavoz del Departamento de Estado afirmaba la semana pasada que “Washington y Londres están a la cabeza de la lucha contra el cambio climático”.

El G7 lo conforman Gran Bretaña, Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón y los Estados Unidos, aunque a esta edición se ha incorporado también a la UE en calidad de observador. Además, Londres ha invitado a asistir a Suráfrica, India, Australia, Corea del Sur y Brunéi (éste último por ostentar la presidencia de la ASEAN). Estos valiosos invitados son sin duda países estratégicos para los intereses estadounidenses y los británicos, una muestra más de la alineación bilateral entre ambas naciones. Todos países que Washington está reclutando para el bloque en la lucha contra las arbitrariedades chinas. 

En su estancia en Londres, Blinken se ha reunido además con el canciller surcoreano, Chung Eui-young, para hacer pública otra reafirmación de la alianza entre ambas naciones que, en sus propias palabras, es “el eje de la paz, la seguridad y la prosperidad en la región del Indo-Pacífico”. Mientras, ratificaron su compromiso en proteger y promover la cooperación trilateral entre Estados Unidos, Japón y la República de Corea hacia la desnuclearización de la península coreana.

Que se volviera a afirmar el compromiso entre Seúl y Washingto es un aspecto curioso de este viaje, puesto que hace menos de un mes Blinken aterrizaba en Tokio en lo que fue su primer viaje oficial como secretario de Estado. Y de ahí se trasladó a Seúl para que no quedara duda de su determinación en trabajar en pro de la pacificación de la península, así como de la desnuclearización de la misma.

Blinken continuará su viaje hacia Ucrania en donde se reunirá tanto con el presidente Volodímir Zelenski, como con el ministro de exteriores y otros representantes de la sociedad civil para enviarle un mensaje al Kremlin sobre el “inquebrantable apoyo de los Estados Unidos a la soberanía e integridad territorial de Ucrania”. Mientras, también le recuerdan a Putin que hay que respetar las reglas internacionales y que Washington y la comunidad internacional están vigilante.

En conclusión, el secretario de Estado además de cumplir con la parte protocolaria de su viaje está consolidando posiciones y reclutando países amigos. Washington regresó a la palestra internacional muy activo y con ánimo de recuperar su liderazgo y de aglutinar fuerzas para recordarle al planeta que ellos siguen siendo, al menos por ahora,  la primera potencia del mundo.

INTERREGNUM: Pekín, Moscú y Teherán mueven ficha. Fernando Delage

La intención de la administración Biden de restaurar la relación con los aliados, y el simultáneo interés europeo por restablecer los lazos transatlánticos, tienen como principal objetivo la gestión del desafío chino. Así se ha puesto de manifiesto en las sanciones impuestas conjuntamente por ambos actores—además de Reino Unido y Canadá—por los abusos cometidos en Xinjiang, y en el anuncio—realizado durante la visita del secretario de Estado, Antony Blinken, a Bruselas—de reactivación del foro de diálogo Estados Unidos-Unión Europea sobre la República Popular. La medida representa un nuevo paso adelante en la voluntad de la Casa Blanca de articular una respuesta unificada al ascenso de China, si bien la reacción de Pekín—que ha impuesto sanciones por su parte a parlamentarios y académico europeos—puede poner riesgo el acuerdo de inversiones firmado con la UE en diciembre.

China no se ha limitado sin embargo a elevar el tono y a responder con rapidez a las sanciones de que ha sido objeto. Sus movimientos diplomáticos tampoco se han hecho esperar. Apenas tres días después del encuentro de Alaska entre representantes chinos y norteamericanos, el 19 de marzo, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergey Lavrov, llegó a Pekín, donde los dos gobiernos acordaron mantenerse unidos frente a Occidente. “Ambos, dijo Lavrov, creemos que Estados Unidos desempeña un papel de desestabilización. Se apoya en las alianzas militares de la guerra fría y trata de crear nuevas alianzas con el fin de erosionar el orden internacional”. Con una preocupación aparentemente menor por las sanciones, las dos potencias estrecharán su cooperación en áreas de interés compartido y desarrollarán alternativas comerciales y financieras que no les haga depender de las estructuras y prácticas dominadas por las democracias occidentales.

Tras este nuevo gesto de aproximación entre Pekín y Moscú, el ministro chino de Asuntos Exteriores, Wang Yi, aterrizó en Teherán el 26 de marzo. Durante su breve estancia, ambas naciones firmaron un acuerdo de cooperación estratégica por un periodo de 25 años, haciendo así realidad la propuesta sugerida por el presidente Xi Jinping con ocasión de su visita a Irán en enero de 2016. Aunque los detalles del acuerdo no se han dado a conocer, abarca sectores diversos, el militar incluido, y se traducirá en una significativa inversión china en el sector energético y en infraestructuras. La República Popular es el primer socio comercial de Irán y uno de los principales destinos de sus exportaciones de crudo, sujetas como se sabe a sanciones norteamericanas.

Ninguno de estos movimientos es mera coincidencia. El deterioro de la relación de Washington con Moscú tras llamar Biden asesino a Putin, y con Pekín tras adoptarse medidas concretas contra la violación de derechos humanos en Xinjiang, han ofrecido una nueva oportunidad para el acercamiento chino-ruso. Desde el asedio del Capitolio el pasado mes de enero, los dos gobiernos se consideran más legitimados que nunca para denunciar la disfuncionalidad de las democracias liberales y la falsa universalidad de sus valores. Al incluir a Irán en la ecuación, Pekín no sólo refuerza su presencia en relación con la dinámica regional de Oriente Próximo—de la que también es prueba su declarada oferta de mediar entre israelíes y palestinos—sino que ha lanzado otro claro mensaje a la administración Biden: tanto para presionar económicamente a Teherán como para rehacer el pacto nuclear de 2015 necesitará contar con China. Las piezas se siguen moviendo en el tablero geopolítico.