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China, el Yin y el Yang. Ángel Enríquez de Salamanca Ortíz

Durante los últimos meses el precio de las materias primas, de la energía, del transporte o el de la gasolina se ha disparado. Durante el año 2020 el mundo entero se paralizó a causa del Coronavirus, afectando a todos los países del planeta y paralizando las economías más grandes del mundo.

En la actualidad no todas las economías están a pleno rendimiento, el rebote de la demanda de energía y la escasez de oferta están haciendo que los precios de las materias primas y la energía se disparen.

Desde 1990 el consumo mundial de energía ha pasado de los 8.000 Mtoe a los casi 14.000 Mtoe en el año 2020, un incremento de casi el 60% impulsado por el incremento de demanda en Asia y, sobre todo, en China, que durante el 2020 representó el 24% del consumo mundial. De este consumo más de la mitad es de carbón y petróleo, y solo una pequeña parte es de energías renovables.

Estamos en una crisis energética que no se veía desde el año 1973, cuando los miembros de la OPEP detuvieron sus exportaciones a occidente por el apoyo a Israel en la guerra del Yom Kipur. Dio así comienzo una crisis que multiplicó el precio del petróleo por cuatro en pocos meses.

China lleva creciendo a ritmos elevados desde su apertura económica en 1978, gracias al uso de combustibles fósiles, de petróleo o gas provenientes de África o de Oriente Medio, pero la escalada en los precios de las materias primas ha hecho que muchas fábricas en China hayan tenido que cerrar temporalmente disparando el precio de sus productos, como el acero o el cemento.

Actualmente, China es el país más contaminante del mundo, solo en el año 2020 emitió a la atmósfera más de 9.700 millones de toneladas de CO2. A pesar de esto, China se ha comprometido a alcanzar su pico de emisiones de gases de efecto invernadero en el año 2030 y lograr la neutralidad en carbono en el año 2060. Mantener los altos ritmos de crecimiento logrado durante las pasadas décadas y alcanzar el techo de emisiones en el año 2030 será un objetivo complicado si tenemos en cuenta el frenazo económico causado por la pandemia y la dependencia, todavía, de la primera potencia del mundo  de las energías fósiles como el carbón.

China y Australia son dos de los mayores socios comerciales de la región del Pacífico pero los intentos por parte de Camberra de investigar el origen del Coronavirus, llevó al gigante asiático a dejar de comprar carbón, lo que hizo que se viera obligada a importarlo de Rusia o Indonesia:

Este frenazo en las importaciones de carbón desde Australia no fue más que el inicio de la crisis actual que ha puesto en jaque la economía de Xi Jinping, provocando racionamiento y mal estar en la población.

China tiene prisa por cumplir sus objetivos con la energía renovable y tener un cielo azul en los Juegos Olímpicos de invierno pero aún es un país muy dependiente de los combustibles fósiles. Además el precio del gas natural se ha disparado y la subida de los derechos de emisión de CO2 ha hecho que depender de los combustibles fósiles cada vez sea más caro.

Pero el origen de la escalada de los precios no está solo en estos factores, el retraso en los contenedores ha hecho que el precio del transporte marítimo (navieras) se haya multiplicado por cuatro debido al colapso. Decenas de barcos hacen cola en puertos como el de Long Beach, Hamburgo o Ningbó (China) para dejar la mercancía. El puerto de Ningbó y Yantian tuvieron que cerrar varias semanas por detectar casos de Covid19, algo que ha retrasado y encarecido el precio de los productos en todo el mundo.

Además de esta falta de contenedores, el alto precio de las energías como la luz o electricidad ha hecho que las fábricas se retrasen en la producción y en el envío de productos, haciendo más tenso aún, el mercado mundial.

 

 

[Fuente: Statista.com]

 

China es a día de hoy el país más contaminante del mundo, necesita los combustibles fósiles y el comercio mundial para mantener su crecimiento económico, pero,  ¿Logrará la transición a energías verdes y mantener su hegemonía? Como gran emisor de CO2 y potencia mundial, el gigante asiático debe liderar el cambio hacia un modelo de energía verde. La escalada de precios en las materias primas y el colapso económico podría llevar a China a la temida estanflación, pudiendo retrasar su objetivo  de cero emisiones para el 2030.

La ausencia de China en la COP26 ha sido muy criticada por los líderes mundiales pero, a día de hoy, el gigante asiático es el mayor productor y consumidor de energía verde del planeta; su inversión en energías verdes es de casi el 3% de su PIB y su capacidad de energía renovable instalada supone casi un tercio del total mundial.

 

A pesar de ser el país más contaminante del mundo, durante el año 2020, China añadió a su producción 12GW de energía  hidroeléctrica, 70GW de eólica y 50GW de solar. Datos pioneros durante ese año.

La crisis del Coronavirus, la crisis energética, la alta inflación, el posible descenso del crecimiento del PIB en China o los problemas de natalidad  han puesto en jaque el primer “checkpoint” hacia una energía verde, problemas que el país tendrá que solucionar para mantener su hegemonía mundial y sus ritmos de crecimiento con el fin de satisfacer la demanda de más de 1.300 millones de personas y los cambios que se avecinan hacia las energías verdes. Mucho trabajo por hacer por parte del Partido Comunista. El futuro del planeta y el liderazgo del país pasa por la descarbonización de su economía, y dejar de depender de los combustibles fósiles. El gigante asiático ocupa los primeros lugares tanto en contaminación como en energías verdes, el Yin y el Yang, pero, ¿logrará China su objetivo de cero emisiones en el año 2060?

 

ÁNGEL ENRÍQUEZ DE SALAMANCA ORTÍZ es Doctor en Economía por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Relaciones Internacionales en la Universidad San Pablo CEU de Madrid

 

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@angelenriquezs

 

THE ASIAN DOOR: Una COP26 poco agresiva mientras China anuncia su plan. Águeda Parra

En las semanas previas a la celebración de la COP26 en Glasgow, Reino Unido, la atención se ha centrado en las altas expectativas puestas sobre el encuentro, esperando que la cumbre fuera recordada por establecer una hoja de ruta más ambiciosa y agresiva contra el cambio climático. En estos días, el análisis científico independiente proporcionado por Climate Action Tracker ha presentado los riesgos de no hacer todo lo posible mientras todavía se está a tiempo, planteado diferentes escenarios según la senda de crecimiento de las emisiones actuales. Un escenario que, aunque pesimista, ha conseguido arrancar apenas un par de acuerdos entre los líderes asistentes a la COP26.

De continuar la evolución actual de emisiones de gases de efecto invernadero, las predicciones indican que solamente la trayectoria de emisiones correspondiente a los países del G20 ya conducirían a un calentamiento de 2,4 ºC al final de este siglo, lejos del objetivo fijado de no superar los 1,5 ºC respecto a los niveles preindustriales. Tras el descenso registrado durante los meses de mayor impacto de la pandemia, los ritmos de recuperación económica están generando un repunte de las emisiones de gases contaminantes entre los países del G20, que podría elevarse hasta un 4%, según un informe de Climate Transparency. De hecho, los veinte países más ricos del mundo son responsables de alrededor del 75% de los gases contaminantes.

Durante la celebración de las cumbres climáticas afloran numerosos análisis y estimaciones que muestran el avance de los planes climáticos. Entre ellos, destaca el emitido por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente que advierte de que el mundo solamente dispone de ocho años para reducir a la mitad los gases de efecto invernadero si se pretenden alcanzar los compromisos del Acuerdo de París. Un planteamiento que revela, asimismo, que con los compromisos anunciados por los países del G20 solamente se conseguirá reducir las emisiones en un 7,5%.

Compromisos sí, pero quizá no todos los que se esperaban. Desde Washington se ha buscado que los dos mayores emisores de carbono del mundo, entre Estados Unidos y China acumulan el 40% de las emisiones globales de carbono, alcanzaran un acuerdo que pudiera anunciarse durante la cumbre. Las reuniones preparatorias no han sido exitosas, y la falta de asistencia de Xi Jinping a la COP26 ha rebajado la expectativa de que se pudieran alcanzar objetivos más ambiciosos.

Tres días antes de que se celebrara la COP26, China ya realizó uno de los anuncios más relevantes de la cumbre. Se trata del “Plan de acción de pico de emisiones de carbono de China 2030”, en definitiva, la contribución nacional (NDC, por sus siglas en inglés) para las próximas décadas donde se especifica el despliegue sectorial de reducción de emisiones. Sin fijarse nuevos límites a los ya anunciados, el documento sí especifica que la intensidad energética se reducirá en más de un 65% (las emisiones de CO2 por unidad de PIB) con respecto a los niveles de 2005, cuando antes se barajaba una intensidad entre el 60% y el 65%. El documento también eleva la proporción de consumo de combustibles no fósiles en el mix energético hasta el 25% en 2030, que mejora las previsiones respecto del objetivo anteriormente anunciado del 20%.

Entre las propuestas que han tenido un mayor éxito durante la cumbre climática figura el compromiso de poner fin a la deforestación en 2030, firmado por más de cien líderes mundiales, China entre ellos, que incluye fondos públicos y privados que alcanzan los 19.000 millones de dólares. Los países firmantes agrupan el 85% de los bosques del mundo, recuperando un compromiso que ya se formalizó en 2014, aunque en esta ocasión se espera que tenga un mayor éxito por el volumen de la financiación prevista y por los países clave que apoyan el compromiso.

Una de cal y otra de arena. El compromiso colectivo de reducir las emisiones de gas metano en un 30% para 2030, que incluye entre los países clave a Estados Unidos y Europa como dos de los mayores consumidores de gas natural, es otro de los acuerdos alcanzado por más de 90 países, dos tercios de la economía mundial. Entre los ausentes figuran China, Rusia e India que, conjuntamente, generan alrededor de un tercio de las emisiones de metano.

Dos grandes acuerdos, aunque uno de ellos no haya sumado los esfuerzos de todas las partes, que constatan que no se hayan alcanzado las expectativas creadas antes de la celebración de la COP26. Se esperaba una cumbre de acuerdos agresivos que frenaran significativamente el aumento de las temperaturas y las emisiones de carbono a nivel mundial que, finalmente, no ha sido tal.

THE ASIAN DOOR: Recortando distancia hacia la neutralidad del carbono en la Ruta de la Seda. Águeda Parra.

La Asamblea General de las Naciones Unidas ha sido nuevamente el escenario elegido por Xi Jinping para anunciar nuevos compromisos en la lucha contra el cambio climático. Si hace un año China hacía público su objetivo de alcanzar el pico de emisiones de gases de efecto invernadero en 2030 y la neutralidad del carbono en 2060, un año después las acciones sobre el clima están encaminadas a dejar de financiar la construcción de nuevas plantas de carbón en el extranjero. Un adelanto de cómo plantea China el fomento de las energías renovables y la agenda de descarbonización dentro de los objetivos definidos en el 14º Plan Quinquenal.

El anuncio de China en la Asamblea de las Naciones Unidas eleva las expectativas sobre la próxima Cumbre del Clima COP26 que se celebrará en Glasgow, Reino Unido, a principios de noviembre. Tras la COP21 de París, que concluyó con el acuerdo histórico de establecer los objetivos para frenar el cambio climático reflejados en el Acuerdo de París, la declaración de China viene a reforzar la ambición de la COP26 de declarar como histórico el uso del carbón.

La COP26 podría suponer la cuenta atrás hacia la completa descarbonización, teniendo en cuenta que China está detrás del 56% de los proyectos de construcción de plantas de carbón planificados fuera del país, según datos del Global Energy Monitor. Con la transición energética en auge, las energías renovables son soluciones alternativas mucho más competitivas, planteando un escenario donde cada vez es más complejo que las plantas de carbón puedan competir comercialmente con la tecnología que incorpora la nueva generación de energía solar y eólica, donde China se posiciona como líder mundial.

Tras años de financiar la construcción de plantas de carbón en el exterior, la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda no ha supuesto un incremento en este tipo de infraestructuras ya que la mayoría de los proyectos energéticos han contemplado de forma mayoritaria el uso de las renovables. De hecho, la inversión en este tipo de proyectos se ha mantenido estable en el tiempo, registrando un repunte en 2016 y alcanzando su punto máximo en 2017 hasta los casi 7.000 millones de dólares según el Global Development Policy Center de la Universidad de Boston. Desde entonces, la financiación de este tipo de proyectos se ha ido reduciendo sensiblemente hasta desplomarse casi por completo en 2020 por efecto de la pandemia.

Más allá del impacto que ha supuesto la crisis sanitaria en las decisiones de inversión en el extranjero, el anuncio de Xi Jinping viene a confirmar que China impulsará su tecnología verde Designed in China para seguir financiación proyectos energéticos en el exterior, a pesar de que dentro del país se siga manteniendo una importante dependencia del carbón durante algún tiempo. No obstante, los avances para tener una menor dependencia del carbón también han sido significativos a nivel doméstico en los últimos diez años, reduciéndose la proporción del uso del carbón en el mix energético del país 10 puntos porcentuales hasta representar el 56,8% en 2020, según la Administración Nacional de Energía. Los objetivos para 2021 siguen siendo ambiciosos y pretenden alcanzar una reducción del uso del carbón por debajo del 56% en 2021, marcando un nuevo hito en la agenda de descarbonización.

La COP26 contará, asimismo, con el anuncio de Estados Unidos, realizado poco antes de la declaración de China, por el que Washington espera destinar 11.4000 millones de dólares en ayudas a países en desarrollo para afrontar el reto del cambio climático, lo que supondría duplicar el valor del presupuesto actual si consigue el respaldo del Congreso.

Aunque todavía lleve un tiempo materializar el compromiso anunciado por Estados Unidos, y que el mix energético de China refleje una menor dependencia del carbón, los pasos dados por Washington y Pekín podrían ser la antesala para que la próxima COP26 consiga imprimir un cambio de ritmo hacia una más rápida descarbonización.

 

 

El inesperado líder contra el cambio climático. Isabel Gacho Carmona

Bien es sabido que el desarrollo económico chino ha estado basado en el carbón como fuente de energía. Desde la perspectiva de las élites, la degradación medio ambiental era un precio necesario a pagar para el crecer y acabar con la pobreza extrema.

Hasta la década de los 2000, China no se propuso en ningún momento reducir sus emisiones de CO2. De hecho, los líderes temían los intentos de interferencia de países occidentales en nombre de la protección medioambiental. Esta situación ha cambiado hasta tal punto que, en 2015, en París, China se presentó al mundo como firme defensor y hasta como líder de la lucha contra el cambio climático. ¿Qué ha llevado a Pekín a tomar esta dirección?

Con las primeras reformas económicas impuestas por Deng Xiao Ping desde 1978, se fue abandonando la planificación y virando hacia una economía de mercado, que se empezaría a consolidar a partir de 1992. Durante los primeros años de apertura se impulsó la economía del país, sin embargo, la escasez de energía frenaba el crecimiento económico.

Esta necesidad de energía se traduciría en una transición energética. Hubo algunas reformas en los años 80, pero es en la década de los 90 cuando podemos hablar de una verdadera transición. Quizá sus rasgos más característicos fueron la aceleración de la demanda de energía primaria, sobre todo hidrocarburos, pero su carácter todavía muy continuista en lo que se refiere a la dependencia del carbón. De hecho, según las proyecciones, el carbón seguirá siendo la columna vertebral del sistema, aunque pierda relevancia en términos relativos con la entrada en el juego de otras fuentes de energía.

A partir de los 2000 se pone en la mesa reducir la dependencia del carbón y la inversión en energías renovables. Lo hemos visto en occidente a lo largo de los siglos XIX y XX, el desarrollo económico viene con una fase deterioro medioambiental seguido de otra de búsqueda de la sostenibilidad. La aparición de clases medias urbanas favorece este cambio. Pero si es un cambio de paradigma que ya hemos vivido en occidente, ¿Por qué China, que apenas acaba de empezar a darlo, se está erigiendo cómo líder? Y, ¿Por qué ahora?

China es un país con muchas particularidades: su inmensa población, su régimen político, sus grandes reservas de carbón… Que son factores que no hay que dejar de tener en cuenta. Pese a estas singularidades, las fases de desarrollo que ha seguido son muy similares a las que siguieron las otras potencias globales actuales. La diferencia radica en el tiempo.

China ha crecido más tarde y más rápido que el resto de las potencias que se podrían erigir como líderes de este cambio. Tras muchos años creciendo en la sombra, China se encuentra ahora viviendo una etapa de moderación en su crecimiento y con una proporción de clase media urbana mucho mayor que años atrás. Estos ingredientes se traducen en un escenario propicio para dar un giro ambiental en su desarrollo. El hecho de que hayan llegado a esta situación a la vez que se erige como potencia global y a la vez que la lucha contra el cambio climático ocupa un lugar predominante en la agenda mundial es un hecho insólito y se presenta como una oportunidad.

Esta situación se ha dado, para más inri, en un contexto de declive de la hegemonía estadounidense a favor de un orden global multipolar, y China se quiere presentar como potencia responsable. Entre los actores que podrían liderar este cambio nos encontramos a una Unión Europea pionera en políticas de desarrollo sostenible y protección ambiental, pero con una falta clara de voz y acción en política exterior a nivel global. Por otro lado, nos encontramos a un Estados Unidos proteccionista, centrado en sí mismo y, lo más importante, negacionista del cambio climático.

En definitiva, se han juntado muchos factores que dan sentido a la situación actual. Sin embargo, no hay que perder de vista que, pese a los esfuerzos y a la retórica, sigue siendo el país que más CO2 emite del mundo.

Para más información, consulte este artículo publicado en companias-de-luz.com: https://www.companias-de-luz.com/los-movimientos-migratorios-y-el-cambio-climatico/