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Y seguimos buscando el origen del Covid-19. Nieves C. Pérez Rodríguez

Desde los inicios de la pandemia, Biden hizo un llamado a oír a la ciencia y seguir los consejos que los científicos estaban aportando como producto de los hallazgos de las investigaciones mientras la Administración Trump trataba de quitarle importancia a la gravedad de Covid-19 hasta que no les quedó más remedio que empezar a tomar medidas extremas, como lo tuvo que hacer el resto del planeta. En efecto la negación a portar la mascarilla se convirtió en Washington en una declaración política expresa que automáticamente identifica a un sujeto con sus preferencias electorales e ideológicas.

En consecuencia, a todos los demócratas se les ha visto todo el año pasado y lo que va de este “enmascarados”. La portavoz de la cámara de representantes, Nancy Pelosi, impuso una tendencia de moda al llevar la mascarilla conjuntada con el traje de cada día. Y hasta pequeñas boutiques locales promocionaban sus mascarillas como el nuevo accesorio del momento en un intento por sobrevivir la cuarentena y hacer frente a la caída estrepitosa de ventas. Mientras, a la mayoría de los republicanos se les veía llevarlas sólo en aquellos momentos o lugares en los que no les quedaba más remedio. Al mismo Trump no se le vio con mascarilla ni siquiera cuando salió del hospital después de haber sido tratado por Covid y muy probablemente estando aún positivo.

En el exceso por ser políticamente correctos, los demócratas han usado la mascarilla como una distinción de los republicanos y en eso se basó parte de la campaña electoral de Biden a la presidencia e incluso ya en la Casa Blanca el uso de las mascarillas ha continuado siempre frente de las cámaras y del ojo público.

Mientras que Trump fue directo en acusar a China de haber dejado al virus circular fueras de sus fronteras, o peor aún llamarle el “virus chino”, los demócratas habían sido más prudente con ese tipo de acusaciones. Hasta la declaración del 26 de mayo de Biden en que pedía al equipo de seguridad nacional que investigara en un plazo de 90 días el origen del virus para poder determinar si éste surgió del contacto entre un animal a humanos o si se escapó del laboratorio de Wuhan.

El director general de la OMS, Tedros Ghebreyesus, decía en abril que la teoría de que el virus se había escapado del laboratorio era la menos probable, aunque insistía en que se necesitaba tener más pruebas para poder descartarla del todo.

4Asia consultó con Josh Rogin, periodista del Washington Post que sigue muy de cerca las relaciones sino-americanas y que acaba de publicar un libro con los pormenores de estas relaciones durante la era Trump.  Le preguntamos sobre cuáles son las razones que han llevado a Biden a solicitar esta investigación en este momento. Y esto fue lo que nos dijo:

“El presidente Biden ordenó una nueva investigación a la Inteligencia por dos razones: la creciente presión del Congreso y el público estadounidense sobre la necesidad de esclarecer las posibles hipótesis de que el brote podría estar relacionado con un accidente en el laboratorio de Wuhan y el fallo en el intento de la OMS de hacer la segunda parte de la investigación que ha sido drástica y públicamente rechazada por China”.

La Administración Biden ha venido operando bajo las reglas diplomáticas tradicionales, entonces ¿Por qué ahora reabren esta investigación cuando las tensiones con Beijing están ya bastante caldeadas?

“591.000 estadounidenses murieron debido a Covid-19. Beijing ha ocultado datos cruciales y han encubierto los orígenes del virus durante más de un año. Esto ha causado mucho sufrimiento y muertes no sólo de estadounidenses, sino a nivel mundial. Si no vale la pena arriesgar tensiones con China para descubrir la verdad sobre 3 millones de muertes en el mundo, ¿qué merece la pena? Estos datos son demasiado significativos para ignorarlos. Además, si Beijín puede amenazar con tensiones cada vez que le pedimos que digan la verdad y se apeguen al derecho internacional, entonces seguirán haciendo uso de esa táctica todos los días”, sostiene Rogin.

“De encontrarse evidencias claras que apunten a una fuga del laboratorio de Wuhan, Los Estados Unidos tendrían que repensar completamente toda la cooperación científica con China, cerrar toda cooperación sobre investigaciones sobre virus e iniciar un largo proceso legal para señalar responsabilidad y luego buscar que China repare o compense todo el daño económico que ha causado el virus. El mundo entero quiere saber cómo empezó esto (excepto China). Sí los Estados Unidos deciden liderar este esfuerzo, estoy seguro de que muchos otros países apoyarán esa presión”, afirma Rogin.

Si la teoría de la fuga del laboratorio fuera conspirativa habría que esclarecerla en cualquier caso. Sí por el contrario pudiera ser comprobada, Estados Unidos -como líder internacional- entonces tendría que exigirle a China que asuma su responsabilidad. Porque como ya en esta columna se afirmó al principio de la pandemia, los actores internacionales más importantes no sólo pueden exigir mayor participación y protagonismo en los foros internacionales sino también deben asumir su responsabilidad, lo que en algunos casos significa pagar por ello o al menos intentar reparar el daño causado de alguna manera.

Ocupar el lugar de la segunda economía más grande del mundo encierra una posición de fuerza, pero también viene con ello una responsabilidad que debería ser ineludible.

Pandemia y seguridad, una lección del COVID-19. Julio Trujillo

La crisis sanitaria que recorre el mundo, como aquel fantasma del comunismo que anunció Marx y que tan catastrófico ha sido para la humanidad, además del riesgo para la salud pública está revelando las vulnerabilidades institucionales ante una epidemia. En realidad, el COVID-19 está planteando un trágico supuesto táctico sobre lo que supondría un ataque con armas biológicas y es de esperar que los servicios especializados estén analizando este escenario y sacando las conclusiones pertinentes.

No hay ninguna evidencia de que el COVID-19 haya sido creado artificialmente, por muchos que las administraciones china y estadunidense se empeñen en extender sospechas cada una sobre la otra. Pero el resultado sería el mismo y hay que estudiar la situación como si de una agresión voluntaria se tratara para tomar las medidas preventivas necesarias.

A finales de los años 70 se supo que Estados Unidos había desarrollado una bomba de neutrones (bomba N) derivada de las bombas A y H, que implicaba la destrucción biológica masiva pero la salvaguarda de infraestructuras, armas y sistemas de producción. Es decir, la miseria ética y moral absoluta y la situación ideal para la destrucción de un enemigo y el final de una conflagración. Pues esos mismos resultados, con menos inversión probablemente, los pueden obtener las armas biológicas y esa preocupación ha llevado desde hace mucho tiempo a la creación de unidades militares que integran los riesgos de armas biológicos juntos a los nucleares y químicas (las unidades llamadas NBQ).

Todos los países, y especialmente las grandes potencias dedicas muchos recursos a las investigaciones y al espionaje)  en este campo y China es particularmente agresiva.

El descubrimiento por parte de los servicios de inteligencia belgas de que agentes chinos han espiado en los últimos años a los expertos belgas en guerra biológica y vacunas en las instalaciones que tiene en Bélgica la multinacional farmacéutica británica GlaxoSmithKline (GSK) y en otras empresas y laboratorios de alta tecnología como el Departamento de Biología de la Universidad Católica de Lovaina pone de relieve la actualidad y la necesidad de actualizar continuamente los mecanismos de defensa. Este es otro de de los efectos secundarios y una de las lecciones de la actual crisis sanitaria.

Se atenúa la pandemia, crece el debate económico

Estados Unidos está analizando, imprudencia a imprudencia de Donald Trump, el nuevo escenario Indo-Pacífico, en medio de la pandemia del coronavirus.

Por una parte sigue en la guerra de propaganda contra China, y viceversa, aunque sin romper los puentes ni políticos ni comerciales. Washington presiona reivindicando más protagonismo para Taiwán, consolida el acuerdo alcanzado con India a finales de 2019, trata de no deteriorar las buenas relaciones con Vietnam y envía mensajes de aumento de presencia en la región aunque de momento son solo gestos.

Mientras tanto, China juega sus bazas con paciencia, avanzando propuestas comerciales, inversiones e inyecciones  de capital, pues Pekín tiene los datos de que la recuperación económica no es tan acelerada como dicen y la evolución económica del mundo presenta muchas incertidumbres en medio aún de la crisis sanitaria.

Según han explicado varios expertos, China debía aumentar este año sus compras de bienes estadounidenses en 77.000 millones de dólares y en los cuatro primeros meses habían descendido casi un 6 % respecto al pasado ejercicio. Cayeron un 11% en abril y un colosal 85,5% en marzo. Para cumplir con el objetivo anual, las importaciones deberían alcanzar ya los 34.000 millones de dólares y no han superado los 14.000 millones de dólares. Resumiendo: China compra menos que antes y la balanza comercial, un asunto que desquicia sin remedio a Trump, ha aumentado.

El plan ha chocado con el coronavirus. Según un informe de El Periódico de Catalunya de la semana pasada, la producción global se ha derrumbado, el transporte de mercancías sufre interrupciones generalizadas y la demanda interna china, con su población enclaustrada en casa durante meses, ha quedado devastada. Tampoco ha ayudado la caída en picado de los precios del barril de crudo que convierten su transporte en inasumible. China, aún así, ha comprado petróleo estadounidense por valor de 114 millones de dólares, diez veces más que el importado desde Rusia o Arabia Saudí.

Los próximos meses, cuando la fase aguda de la pandemia dé paso a las medidas para reactivar la economía, con recortes, y al debate entre más gasto público o menos impuestos con previsibles crisis políticas, será el momento de las grandes decisiones estratégicas.

El coronavirus en Xinjiang. Nieves C. Pérez Rodríguez

Comenzamos el tercer mes del año y el coronavirus –COVID 19- ocupa más espacios en los titulares y noticieros del mundo que hace un par de semanas. La crisis sanitaria sigue expandiéndose por todos los continentes con un número de infectados en crecimiento, aunque proporcionalmente el número de decesos sigue siendo bajo, y en su mayoría son individuos con una condición médica comprometida que les hace mucho más vulnerables frente a cualquier virus.

En China, los números oficiales muestran una caída de infectados y las autoridades insisten en tener la situación controlada. Sin embargo, el número de contagios fuera de China podrían demostrar que los datos facilitados por Beijing nunca fueron fiables. Así como se pone en cuestión el método de diagnóstico empleado.

El virus de Wuhan se ha extendido también por otras provincias chinas, entre ellas Xinjiang, la región autónoma de los uigures que de momento cuenta con 76 casos confirmados, de los cuales 62 se han recuperado, 21 casos continúan y 3 decesos, según datos del Instituto John Hopkins -que son actualizados al minuto-.

En una rueda de prensa organizada en Washington D.C. por el “Proyecto de derechos humanos de los uigures” -UHRP por sus siglas en inglés-, a la que asistió 4Asia, fueron presentados fotos y videos que evidencian el estado de desesperación de los habitantes de Xinjiang ante las excesivas medidas a las que los locales están siendo sometidos. Medidas como precinto de las puertas de las viviendas, junto con carteles en chino, kazajo y en uigur exhortando a los residentes a descansar en casa y permanecer saludables. 

Esta región fue puesta en cuarentena el 24 de enero, después de que se conocieran al menos 2 casos del COVID-19 en Ürümchi, la capital económica y política de la región de los uigures. “La cuarentena se declaró y se impuso simultáneamente, por lo que la población no tuvo tiempo a prepararse y almacenar alimentos. En medio de este aislamiento, los locales se han visto obligados a permanecer encerrados sin suministros e insumos, y sin un plan de distribución, tal y como se ha visto en otras ciudades chinas, donde se hace entrega a domicilio de medicinas y víveres”, afirma la doctora Elisa Anderson, investigadora de la UHRP.

En uno de los vídeos que presentaron se ve un hombre de unos 30 a 40 años que grita que tanto él, como su mujer y su hijo tienen hambre y mostrando una desesperación agónica se golpea contra un poste de luz. También mostraron un grupo de fotos que prueban como las puertas de las viviendas han sido precintadas.

En este evento participó la Dra. Maya Mitalipova, investigadora del Instituto para Investigación Biomédica de Boston, que cuestionó la información oficial china, basándose en la rapidez de contagio que se ha podido constatar afuera de China. Y sobre todo se mostró preocupada por los “centros de reeducación” que tiene Beijing en Xinjiang y las paupérrimas condiciones sanitarias que han descrito algunos de los internados que han podido salir al exterior.

4Asia conversó con la Dra. Mitalipova sobre cuál es su pronóstico del coronavirus en Xinjiang y esto fue los que nos dijo: “el mejor ejemplo es el del edificio en Wuhan donde se sabía de un individuo contagiado que permaneció aislado en su vivienda, y en un término de 2 semanas 700 residentes de ese edificio fueron contagiados, sólo en dos semanas. Este caso se puede trasladar a los campos de detención de Xinjiang; si una persona contagiada, como un guardia de seguridad, en tan sólo dos semanas tendríamos miles, insiste, miles de infectados. Si a la infección del COVID-19 se le suma las condiciones dentro de estos campos como ausencia de agua corriente, falta de asistencia médica apropiada, ausencia de medicamentos, mala nutrición de los detenidos y sin temor a especular un sistema inmunológico bastante débil por el mismo estrés bajo al que están sometidos allí, y la falta de descanso y sueño, todo eso es el peor caldo de cultivo para acabar con miles de casos de infección, muchos de ellos graves y sin dudas muchos fatales”.

La Dra. Mitallipova explicó que la mayor parte de estos centros están en las ciudades o pueblos del sur, debido a que en esta área se han mantenido mucho más las prácticas tradicionales uigures que en el norte. Sobre todo, en ciudades como Hotan, Kaxgar, Aksa o Turpan, lo que en su opinión obedece a un intento de acabar con el idioma y las tradiciones musulmanes históricas que ha mantenido esta minoría viva durante siglos. Desafortunadamente no se conocen datos de estos lugares en concreto y menos aún de los centros de detención, afirma.

Obviamente no se puede culpar a Beijing del virus, pero si debemos y podemos cuestionar cómo han manejado esa crisis y de manera especial denunciar que estén precintando viviendas para asegurarse de que los ciudadanos permanezcan en cuarentena, sin tener previsto un plan de distribución de alimentos, pues al final la desesperación por hambre será mayor que la sensatez a permanecer aislado frente a un virus altamente contagioso.

El Coronavirus y la erosión del liderazgo chino. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- El coronavirus se ha convertido en la crisis sanitaria más seria de los últimos años, en la que las medidas, por extremas que han sido, no han conseguido detener el número de infectados y desafortunadamente tampoco de fallecidos (a pesar de que esta última cifra es baja comparativamente con la demografía de la Provincia de Hubei, y aún más baja si se compara con la población de China).

A siete semanas de que el gobierno chino hiciera pública la emergencia, y construyeran hospitales en tiempo récord, todo indica que el manejo de la crisis no fue exitoso en las primeras horas en el epicentro del brote. Y que en las primeras semanas se cometieron errores graves de diagnósticos que han contribuido a una mayor propagación del virus.

Algunas fuentes locales sostienen que la cuarentena fue declarada tarde considerando el momento del año en que sucedió el brote, justo antes de la celebración del año nuevo chino, fiesta que moviliza más ciudadanos que ninguna otra festividad en el mundo, por lo que Beijín debió actuar con más prontitud.

Aunque, ciertamente, las declaratorias de cuarentenas siempre abren un dilema. Por un lado, pueden ser pronunciadas muy pronto, con lo cual se contiene la epidemia, pero la percepción pública podría ser negativa ante los inconvenientes y la sensación de que fue una medida exagerada. O, por el contrario, se declara tarde -como parece haber sucedido en Wuhan- por lo que los casos de contagios se multiplican rápidamente.

Otro problema es el sistema sanitario chino, que en plena crisis ha dejado ver su debilidad y precariedad. El número de personal sanitario parece no ser insuficiente para dar abasto a la crisis, así como los estándares usados no parecen estar al nivel de los estándares de occidente. Y la prueba es que a finales de la semana se incorporaron a las estadísticas un gran número de contagiados y decesos, que inicialmente no fueron contabilizados ni diagnosticados como contagiados del coronavirus. Algo que parece haber previsto la comunidad internacional, debido a las tempranas medidas extremas que se tomaron de evacuación de la zona afectada, seguido por la paralización de vuelos a muchos destinos chinos.

Lo que deriva en otro gran problema que es la falta de confianza que genera China en la comunidad Internacional. Thomas Bossert (ex asesor de seguridad nacional de Trump y de Bush) afirmó la semana en un evento sobre la crisis del coronavirus en el Atlantic Council en Washington, que “el problema en el que nos encontramos ahora es de confianza pública que a su vez circunscribe la seguridad sanitaria pública, lo que es también un asunto de Seguridad Nacional. Esto parece haberse fracturado en China y empieza a haber una tensión que no habíamos visto antes en la sociedad civil china ni en el liderazgo chino”.

Así mismo, Bossert apuntó que cuando tuvo lugar la crisis del SARS la economía china representaba tan sólo el 5% del Producto Interior Bruto mundial, y esa crisis generó el pánico de las empresas y cadenas de distribución en su momento. Por lo que fue muy irresponsable que occidente dejará en las manos de China la mayor producción de suministros y productos de uso diario después de haber tenido esa experiencia. Hoy la economía china representa el 16% de la economía mundial y las manufacturas de gran parte de esos productos sigue estando en el continente chino.

Rebecca Gustafson (portavoz de la ONG Project Hope, cuyo foco es la atención sanitaria y que opera en China hace más de veinte años) afirmó que ellos han formado personal médico en la región afectada, y ni siguiera por eso tienen acceso a cifras claras. Saben que los síntomas que presentan los pacientes pueden variar de unos a otros, por lo que no hay un patrón que sigue la enfermedad, lo que es mucho más difícil para su diagnóstico.

Gustafson afirma también que la información es confusa, la gente cree más lo que dice un vecino o un familiar que lo que se dice oficialmente. Se han borrado las plataformas de WeChat con la idea de acabar con rumores. Los precios de suministros médicos se han disparado a un 20% por encima de su valor. Y ahora hasta se está cuestionando si la transmisión pudiera ocurrir por los sistemas de conductos de aire y calefacción de viviendas de edificios enormes en los que habitan cientos de familias.

Es prematuro poder hacer cálculos del impacto del coronavirus, en cuanto al número de víctimas mortales en China, es muy poco probable que nunca lleguemos a conocer las cifras reales, si consideramos que hay varios periodistas desaparecidos que se dedicaron a subir información de hospitales, publicar fotos, y alertar de la gravedad de la situación en las redes sociales chinas. Claramente han sido neutralizados por el gobierno chino, en consonancia con sus métodos. En cuanto al impacto económico, Beijín parece estar intentando un plan de restablecimiento de los empleos para evitar más freno económico. Sin embargo, al final del primer trimestre veremos una parada importante en el crecimiento económico chino. Incluso en el sector de turismo global, The Economist calculaba que el impacto del virus será de unos 80.000 millones de dólares, debido a que la salida de viajeros chinos no se recupera hasta el próximo año.

La aparición de Xi Jinping en público la semana pasada, visitando enfermos en un hospital, demuestra que la propaganda del partido comunista chino está activa en acercar el líder al pueblo, y difuminar la negativa imagen que el manejo de ésta crisis ha dejado.

Y sin mucho temor a equivocación se puede afirmar que los casos de transmisiones no sintomáticas seguirán siendo un problema para China y por lo tanto para el mundo, hasta que Beijing finalmente ponga en marcha un plan de acción o un método de diagnostico más eficaz. Quizá siendo más abiertos y permitiendo la entrada de personal especializado internacional la situación se podría serenar.

INTERREGNUM: De cisnes y rinocerontes. Fernando Delage

Hace un año, en una reunión interna con altos cargos del Partido Comunista, el presidente chino, Xi Jinping, advirtió sobre la necesidad de estar en guardia contra los “cisnes negros” y los “rinocerontes grises” que, en un contexto de menor crecimiento de la economía, podrían afectar a la estabilidad social y política. Por “cisnes negros” se entienden aquellos hechos imposibles de predecir. Los “rinocerontes grises” son aquellos riesgos conocidos, y con el potencial de causar graves perjuicios, que se opta por ignorar. Aunque aún no está claro a cuál de las dos categorías pertenece la epidemia del coronavirus, las metáforas de Xi no sólo han resultado proféticas, sino que le han colocado ante la crisis más grave de su mandato.

Contener la expansión del coronavirus es la mayor prioridad del gobierno. Lo es ante todo como problema de salud pública, con un considerable coste humano. Pero al mismo tiempo está afectando a la economía—y en consecuencia a la economía mundial en su conjunto: China ha sido por sí sola responsable de más del 25% del crecimiento global los últimos años—, así como a la confianza ciudadana en sus autoridades. La crisis ha puesto a prueba la capacidad de gestión de estas últimas, como se reconoció en un comunicado publicado por Xinhua—la agencia oficial de noticias—, tras la reunión celebrada la semana pasada por el Comité Permanente del Politburó, el órgano que reúne a los siete máximos dirigentes chinos.

Durante las tres primeras semanas de enero se intentó minimizar la importancia del problema. Posteriormente los medios oficiales pasaron a hacer hincapié en el liderazgo de Xi contra la crisis, y en una sucesión de reuniones convocadas por el gobierno y el Partido. El 26 de enero se anunció, incluso, la constitución de una nueva comisión de alto nivel sobre el coronavirus, aunque presidida por el primer ministro, Li Keqiang, y no—como suele ser lo habitual en comités de esta naturaleza—por el propio presidente. La ausencia de este último de los medios es, de hecho, uno de los aspectos más llamativos de la crisis. Desde el 21 de enero sólo ha aparecido en público en dos ocasiones, ambas en Pekín, para recibir a dos visitantes extranjeros.

Mientras los observadores especulan sobre las posibles razones de la “invisibilidad” de Xi, los responsables de propaganda se han visto superados por el duelo masivo expresado en las redes sociales por la muerte de Li Wenliang, el joven oftalmólogo que lanzó los primeros avisos sobre la epidemia, para ser detenido por la policía de Wuhan por “crear alarma” entre la población. El hashtag “el gobierno de Wuhan debe una disculpa al Dr. Li” fue visto en Weibo—el twitter chino—hasta 180 millones de veces antes de que fuera suprimido por las autoridades. La expresión de empatía por la muerte de Li se ha transformado en una muestra de frustración popular al ver cómo, una vez más, los dirigentes tratan de minimizar u ocultar las crisis y harán cualquier cosa para restaurar una apariencia de normalidad, aun en contra de la realidad.

Como ha señalado en un artículo publicado en Internet el profesor Xu Zhangrun, un prestigioso catedrático de la universidad de Tsinghua—donde se forma la elite del Partido—la crisis en Wuhan “es sólo la punta del iceberg”, y una consecuencia del giro autoritario impuesto por Xi a la República Popular. Aunque resulta imposible prever las consecuencias políticas de la epidemia, lo único cierto es que, si “cisne” o “rinoceronte” no importa: la concentración de poder no garantiza el control de fenómenos imprevistos; ni centralización y opacidad pueden ganar siempre a la verdad.

China: el coronavirus revela las vulnerabilidades del régimen

Poco a poco, la crisis sanitaria creada por la aparición del coronavirus va poniendo de manifiesto las incapacidades del aparato estatal chino para hacer frente en solitario y autoritariamente a un problema de esta envergadura.

 No cabe duda de que el gobierno chino ha puesto sobre el terreno todos los recursos de que dispone para hacer frente a la epidemia, pero, a pesar del enorme esfuerzo de modernización de China en las últimas décadas, no tiene los mecanismos necesarios, y menos ante una sociedad en la que viejos usos ancestrales alejados de normas gastronómicas, de control y de higiene que en Occidente garantizan un plus de seguridad sanitaria, añaden riesgos de salud pública.

Pero la crisis está ahí, y paralelamente a los reproches y a las críticas al deficiente, autoritario y poco transparente régimen chino, hay que ofrecer un plan de actuación lo más transparente, generoso y cuidadoso posible.

Por otra parte se han registrado, en la gestión interna china, agrietamientos del control administrativo. Algunos analistas quieren ver en esto un fenómeno parecido al que tuvo lugar en la Unión Soviética tras el desastre de Chernobyl y que aceleraron la descomposición del lado más oscuro de la dictadura comunista. No parece que deba hacerse un paralelismo automático. Aquel desastre soviético se dio en el marco de una situación económica desastrosa consecuencia de la artificiosidad y gran mentira del régimen mientras que en China es evidente el aumento, aunque desigual, del bienestar, a pesar de que se asiente en ejes más vulnerables. Pero habrá que estar atento a las repercusiones que la actual crisis sanitaria, que está lejos de haber terminado, deje en términos económicos, sociales y de reparto de poder interno en China y sus áreas de influencia.