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INTERREGNUM: El “pivot” económico de Biden. Fernando Delage

El pasado mes de febrero, la Casa Blanca hizo pública su estrategia hacia el Indo-Pacífico, un documento que se anunció como separado de otros dos sobre la cooperación económica con la región y sobre China. Ambos se darán a conocer en los próximos días, en vísperas de la cumbre Estados Unidos-ASEAN que se celebrará en Washington el 12-13 de mayo, y del encuentro a nivel de jefes de Estado y de gobierno del QUAD en Tokio, el 24 de mayo. El pilar económico de la estrategia norteamericana, denominado oficialmente como “Indo-Pacific Economic Framework” (IPEF), trata de solventar el mayor déficit con que cuenta Washington en la región desde que la administración Trump abandonara, en enero de 2017, el acuerdo Transpacífico (TPP), uno de los principales elementos a través de los cuales el presidente Obama trató de prevenir que China terminara dictando por sí sola las reglas del juego de la economía asiática. Desde entonces, en parte gracias a su participación en el otro gran mega-acuerdo comercial (la Asociación Económica Regional Integral, RCEP), Pekín no ha hecho sino consolidar su posición en el centro del Indo-Pacífico.

Cinco años más tarde, Estados Unidos intenta reincorporarse a este terreno sin poder sumarse de manera directa al TPP (hoy CPTPP), un objetivo que sí ha declarado China tener. Una opinión pública y un Congreso contrarios a los acuerdos de libre comercio condicionan el margen de maniobra de una administración que sabe, no obstante, que su ausencia de la dinámica económica regional daña enormemente su credibilidad. Puesto que tampoco la OMC ofrece los medios suficientes para responder a las prácticas comerciales y a la presión coercitiva china, el desafío consistía en sustituir el recurso tradicional a un tratado multilateral de comercio por un nuevo enfoque de colaboración con los Estados de la región.

La respuesta del IPEF consiste en transformar el entorno económico creando un marco flexible de actuación en cuatro áreas distintas. La primera de ellas incluiría un conjunto de reglas comerciales, de carácter vinculante, en materia laboral, medioambiental, economía digital, agricultura y transparencia, sin entrar en exigencias sobre apertura de mercados ni desarme arancelario. La segunda busca cómo fortalecer las cadenas de valor, la tercera está relacionada con infraestructuras y tecnologías sostenibles, y la cuarta con fiscalidad y lucha contra la corrupción. Nada hay decidido de antemano sobre cómo incorporarse al IPEF, y ni siquiera resulta necesario participar en las cuatro categorías (bastaría con hacerlo en una de ellas). De momento Estados Unidos ha mantenido conversaciones con Japón, Corea del Sur, India, Singapur, Malasia, Vietnam y Australia. Se espera que la iniciativa esté en marcha cuando se celebre la cumbre de APEC que corresponde presidir a Estados Unidos, en noviembre de 2023.

La iniciativa supone un reconocimiento por parte de la Casa Blanca de que, frente a China, Estados Unidos necesitaba lanzar un mensaje muy claro sobre su liderazgo económico. Pero, al mismo tiempo, los países de la región mantienen cierto escepticismo sobre una estrategia que pretende aislar a la República Popular. Aun compartiendo el objetivo de reforzar sus defensas frente las prácticas coercitivas chinas, lo que necesitan en realidad es un modus vivendi con la República Popular. Muchos de los socios de Washington tienen un alto nivel de integración con la economía china y, a través del CPTPP y del RCEP, ya cuentan con un extenso tejido de normas de interacción. Es Estados Unidos el que se encuentra fuera de ese juego. Comprometerse con unas nuevas normas que no se van a traducir en ventajas comerciales les plantea dudas adicionales, además del temor de que el presidente norteamericano elegido en 2024 pueda abandonar el IPEF como hizo Trump con el TPP. Biden aún tiene trabajo que hacer.

 

INTERREGNUM: China y la relación transatlántica en 2022. Fernando Delage

Las tensiones entre Estados Unidos y China no desaparecerán en 2022. Si en algo coinciden demócratas y republicanos, aún más en un año de elecciones parciales al Congreso, es en que sólo cabe mantener una posición de firmeza frente a la República Popular. En Pekín, el presidente Xi Jinping se prepara para consolidar su poder en el Congreso del Partido Comunista en otoño, con el apoyo del resto de dirigentes y de la sociedad china a su política nacionalista. La dinámica interna en ambos casos complica la posibilidad de un entendimiento, pero también permitirá prevenir un choque mayor. La rivalidad entre las dos potencias seguirá influyendo por otra parte en la estrategia china de la Unión Europea: si en 2021 se ha dado un giro cualitativo a este respecto, en los próximos meses podría perfilarse un enfoque más elaborado, incluyendo una más estrecha coordinación con Washington.

Aunque la administración Biden aún no ha hecho pública su estrategia hacia China, algunos de sus elementos han comenzado a tomar cuerpo, y entre ellos destaca la prioridad otorgada a las cuestiones económicas. Lo que coincide, como es lógico, con la necesidad de convencer a sus socios y aliados en la región de que cuenta con un plan económico en su política hacia el Indo-Pacífico. Ante los obstáculos internos que le impiden sumarse a un acuerdo de libre comercio como el CPTPP, la Casa Blanca tendrá que demostrar el nuevo año su compromiso con el que ha denominado “Indo-Pacific economic framework” (IPEF), un instrumento a través del cual quiere hacer hincapié en asuntos como la gobernanza digital, el fortalecimiento de las cadenas de valor o las energías limpias. Los planes norteamericanos no pueden hacerse esperar, sobre todo si China presiona en su objetivo de incorporarse al CPTPP.

El IPEF no puede separarse por lo demás del recientemente establecido Consejo Estados Unidos-Unión Europea en Comercio y Tecnología, una iniciativa orientada a reforzar la coordinación entre Washington y Bruselas, e ilustración de los cambios producidos en la política china de la UE a lo largo de los dos últimos años. Pese a la tardía respuesta comunitaria a los movimientos del gigante asiático, Bruselas ha ido adoptando medidas concretas en coherencia con la definición que hizo de la República Popular en 2019: un socio con el que cooperar sobre los asuntos globales, un competidor económico, y un rival sistémico.

El instrumento anti-coerción puesto anunciado hace unas semanas es otro ejemplo del endurecimiento de la posición europea, aunque mayor relevancia puede tener a largo plazo el plan de desarrollo de infraestructuras. En septiembre de 2018, la Comisión publicó su estrategia de interconectividad Europa-Asia, una respuesta a la Ruta de la Seda china que se marcaba ambiciosos objetivos pero carecía de aportación presupuestaria. De ahí la especial relevancia de la nueva estrategia “Global Gateway”, una propuesta global de inversiones en infraestructuras de calidad que movilizará un total de 340.000 millones de euros entre 2021 y 2027.

El trabajo no ha terminado, pero la presidencia francesa de la UE y el nuevo gobierno alemán avanzarán durante 2022 en la formulación de una posición más sistemática al reto que representa China, en el marco a su vez de una actualizada estrategia hacia Asia, cuyos principios también se dieron a conocer el pasado año. La opción por los instrumentos geoecónomicos no debe ocultar las implicaciones geopolíticas del esfuerzo, que pone en valor los principales recursos con que cuenta la UE, al tiempo que facilita la reanudación de la coordinación transatlántica.

 

THE ASIAN DOOR: Europa frente a las estrategias divergentes de Estados Unidos y China en el Indo-Pacífico. Águeda Parra

El Indo-Pacífico no solamente está atrayendo el centro de gravedad económico hacia la región, sino que se está convirtiendo en un punto donde todas las potencias redefinen sus estrategias geopolíticas frente a los desafíos que plantean las próximas décadas. De ahí que la Unión Europea busque intensificar su integración económica y estratégica con la región que mayor relevancia económica, política, demográfica y geoestratégica está acaparando.

Distintas magnitudes ponen de relieve la importancia de la región y el creciente interés para la Unión Europea por convertirse en un socio relevante para los miembros que la integran. La concentración de grandes potencias económicas en la zona hace que el Indo-Pacífico agrupe el 60% del PIB mundial, conjugando la aportación de Australia, China, Corea del Sur, India, Indonesia, Japón y Sudáfrica, lo que supone dos tercios del crecimiento global. Con un elevado valor estratégico en lo económico, la región significa para la Unión Europea el segundo destino de sus exportaciones, concentrándose cuatro de los diez principales socios comerciales en la región.

Consolidándose el cambio del centro de gravedad económico y geoestratégico hacia el Indo-Pacífico, el dinamismo de la región ha motivado la publicación de la estrategia de la Unión Europea para la región, abordando múltiples ámbitos de colaboración y de amplio espectro. Entre los objetivos planteados está ampliar las relaciones comerciales y de inversión con los países de la zona, a la vez que se busca la cooperación para afrontar retos globales como el desarrollo sostenible, el cambio climático y la protección de la biodiversidad desde la colaboración conjunta. Asimismo, el dinamismo de la región va a generar que, a nivel demográfico, el Indo-Pacífico sea el epicentro de la generación del 90% de la nueva clase media (unos 2.400 millones de personas) en 2030, lo que supone para la Unión Europea una oportunidad para colaborar en calidad de socio en garantizar un crecimiento sostenible.

A todos estos temas se suma también la cuestión de la investigación y la innovación que está tomando un mayor protagonismo ante la rivalidad tecnológica que mantienen Estados Unidos y China como principales polos tecnológicos mundiales. Los retos que plantea el 5G, la transición energética, y la suite de nuevas tecnologías aplicadas al ámbito industrial, como al consumidor final, con productos de alta tecnología, hace necesario que la Unión Europea no se quede atrás ante los desafíos que plantea la Cuarta Revolución Industrial, resultando esencial avanzar en la definición de una estrategia de autonomía tecnológica.

Como región eminentemente esencial en el futuro, el Indo-Pacífico también plantea desafíos en el ámbito de seguridad. El incremento en la intensidad defensiva se ve reflejado en la cuota que supone el Indo-Pacífico en gasto militar, que ha pasado del 20% en 2009 a aumentar hasta el 28% en 2019. De hecho, la región ha tomado un mayor protagonismo para Washington desde que la administración Trump cambiara el nombre de su política exterior en la zona conocida anteriormente como Asia-Pacífico por la nueva definición de estrategia del Indo-Pacífico. Aunque coincidan las denominaciones, la visión geográfica de la Unión Europa, para la que el espacio del Indo-Pacífico se extiende desde África Oriental hasta los Estados insulares del Pacífico, difiere de la que maneja Washington, donde quedan excluidas las regiones litorales de África, la península Arábica, Irán y Pakistán que se circunscriben dentro en la estrategia estadounidense para Oriente Medio.

La aproximación de Estados Unidos con la reciente coalición AUKUS, a la que se ha unido Reino Unido y Australia para vender a Canberra una flota de submarinos de propulsión nuclear, suponiendo la cancelación del contrato con Francia en el suministrado de submarinos diésel que asciende a más de 40.000 millones de dólares, muestra una aproximación de Washington mucho más defensiva y de acción militar hacia la región que la apuesta que plantea la Unión Europa. Asimismo, en esta alianza AUKUS de largo plazo entre los tres países también se plantea la transferencia a Australia de capacidades en ciberseguridad, inteligencia artificial y computación cuántica, lo que supone elevar el perfil de Canberra frente al resto de potencias de la región.

Los intereses históricos de París en la región del Indo-Pacífico, donde reúne importantes posesiones territoriales y presencia militar, ha promovido que Francia fuera uno de los primeros países en abordar una estrategia propia hacia la región, a la que han seguido las de Alemania y Países Bajos, y a la que ahora se suma la propuesta conjunta de la Unión Europea. Ante esta acción inesperada de los socios aliados con la creación del AUKUS, la reacción de Francia ha sido fortalecer sus relaciones con India para poner en contrapeso este acuerdo.

Todos estos movimientos en el tablero de la geopolítica mundial que vienen precipitándose desde que Estados Unidos retirara sus tropas de Afganistán vienen a reforzar la idea de que la Unión Europea debe avanzar en la definición de una autonomía estratégica en todos los ámbitos. Un cambio de paradigma necesario para abordar los desafíos globales que plantea una geopolítica intensa en los próximos años que le permita actuar como actor relevante en el Indo-Pacífico y contribuir como socio del resto de los países de la región en mantener el orden, la estabilidad y el equilibrio regional sin buscar crear bloques de poder geopolítico.

 

INTERREGNUM: Multilateralismo en el sureste asiático. Fernando Delage

Acaba un año en el que las tensiones económicas y geopolíticas entre Estados Unidos y China parecen haber determinado la evolución del continente asiático. En realidad, este contexto de rivalidad entre los dos gigantes no ha paralizado ni dividido la región. Por el contrario, sin ocultar su preocupación por esta nueva “guerra fría”, el pragmatismo característico de las naciones asiáticas ha permitido avanzar en su integración económica y en la defensa de un espacio político común.

Un primer ejemplo de la voluntad asiática de no dejarse doblegar por el unilateralismo de la actual administración norteamericana fue la decisión de Japón de rehacer el TPP después de haberlo abandonado Washington. Con la participación de otros 10 Estados, el gobierno japonés dio forma a un acuerdo—rebautizado como CPTPP (Comprehensive and Progressive Agreement for Trans Pacific Partnership)—que mantiene abierto el comercio intrarregional pese a la oposición de la Casa Blanca. Un segundo salto adelante se dio en noviembre cuando, con ocasión de la Cumbre de Asia Oriental celebrada en Bangkok, la ASEAN y cinco de los seis socios con los que ya mantenía acuerdos bilaterales de libre comercio (China, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda) lograron cerrar la constitución del RCEP (Regional Comprehensive Economic Partnership), pendiente ya sólo de su firma en 2020.

La conclusión de este acuerdo comercial entre 15 países que suman un tercio de la población y del PIB global (fue India quien decidió no sumarse en el último momento, aunque podrá incorporarse en el futuro), es uno de los hechos más relevantes del año en Asia. Más allá de integrar a algunas de las mayores economías del planeta, los países de la ASEAN y sus socios del noreste asiático han lanzado un poderoso mensaje contra esa combinación de populismo, proteccionismo y nacionalismo que está haciendo mella en Occidente. Mientras este último se divide, Asia refuerza su interdependencia.

En esa dirección apunta igualmente otra contribución hecha por la ASEAN en el año que termina. Mientras Japón y Australia buscan la manera de redefinir la región mediante un concepto del “Indo-Pacífico” que permita mantener comprometido a Estados Unidos con la seguridad regional, y amplíe el espacio de actuación de India, los Estados del sureste asiático han articulado su propia respuesta, de una manera que protege al mismo tiempo el papel central de la ASEAN en los asuntos regionales.

Su perspectiva sobre el “Indo-Pacífico”, hecha pública en junio, quiere evitar, en efecto, toda posible división de Asia en bloques, haciendo hincapié en su carácter inclusivo y añadiendo una dimensión económica y de desarrollo. La ASEAN intenta corregir así la estrategia formulada con el mismo nombre por Washington con el fin de contener el ascenso de la República Popular China. El RCEP es por tanto mucho más que un mero acuerdo económico: es un instrumento que permite institucionalizar un concepto de Asia que, sin ocultar los diferentes valores políticos de sus miembros, contribuye a la prosperidad económica de todos ellos, y—en momentos de especial incertidumbre geopolítica—facilita la estabilidad estratégica de la región. (Foto: Flickr, foundin-a-attic)