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Muerte en Kabul

Con la victoria militar del movimiento talibán en Afganistán mueren muchas cosas, además de las personas que están en la agenda político terrorista de este grupo político-religioso. Muere un proyecto occidental nacido más de la improvisación que de la planificación; muere (aún más si cabe) la credibilidad de EEUU y de las democracias occidentales y muere, sobre todo, una gran dosis de esperanza-ingenuidad de las opiniones públicas europeas y norteamericanas. Kabul va a ser el símbolo de la muerte de muchas cosas.

 

Pero, detrás de esa aparente vuelta al punto cero de 2001, con los mullah integristas gobernando otra vez (más allá de esa simplista, reduccionista y absurda comparación con el Saigón de la huida norteamericana tras la derrota en Vietnam) hay muchos elementos nuevos que conviene analizar para intentar atisbar futuros escenarios.

 

En primer lugar los vencedores. El movimiento talibán ha cambiado profundamente durante las dos décadas de retroceso. Hoy está gobernado por una generación más radicalizada que antes en lo religioso y más capaz y pragmática en lo militar. Esta combinación le ha permitido una estrategia de aprovechar las debilidades de Estados Unidos, sus necesidades electorales de salir del atolladero y sus enormes gastos para aparentar una negociación en la que desde Washington se ha llegado a admitir (en el título del acuerdo, aunque para matizarlo a continuación) la expresión “Emirato” referido a los talibán; se ha aceptado una retirada, ejecutada con precipitación, que ha dejado terreno libre a los insurgentes y vendido al gobierno de Kabul, y, sin explicación suficiente, un abandono de medidas, ideas y estrategias pensadas, en principio, para dotar a aquel país, y con él a la región y al mundo, de mayor seguridad contra el terrorismo islamista. Mientras negociaban, los talibán lograron reforzarse militarmente sin dejar de realizar atentados terroristas, lo que explica su guerra relámpago de ahora frente a un ejército oficial desmoralizado que casi siempre huye antes de dar batalla.

 

Además, el movimiento, tradicionalmente apoyado en la etnia pastún y con grandes apoyos sociales, económicos y políticos en Pakistán, cuenta ahora con grupos significativos de hazaras (la etnia marginal, rebelde frente a todos los gobiernos de los últimos cincuenta años), uzbekos y tayikos. Hay que señalar que los hazaras son mayoritariamente chiíes, lo que supone un cambio  para el integrismo suní de los talibán, y cierto apoyo de uzbekos y tayikos permitirá penetrar en Uzbekistán y, más importante, en Tayikistán, con bases aliadas y rusas en su territorio y con frontera con China, justo en la región donde los uigures, musulmanes, están siendo reprimidos duramente por Pekín.  Este nuevo perfil talibán le proporciona una profundidad estratégica nada desdeñable.

 

En segundo lugar, el campo, difuso, contrario. Con la caída del gobierno apuntalado por EEUU en Kabul, cae la influencia de la vieja y apenas cosida alianza de los señores de la guerra apoyados en sus grupos étnicos respectivos y con enormes intereses, como el talibán, en la economía del opio, centenaria y enormemente productiva en Afganistán.

 

En tercer lugar los vecinos. Rusia fue vencida en Afganistán en los años ochenta tras una invasión desastrosa y ahora ve como un islamismo fanático y reforzado se sitúa a las puertas del Asia Central ex soviética donde Moscú se disputa su influencia con el nuevo expansionismo chino. China, por su parte, está encantada con la derrota de EEUU y quiere jugar papel de árbitro ahora, pero ve con preocupación la posible influencia de la victoria talibán entre los uigures. Hay que decir que en la dirección talibán hay dos corrientes respecto a China: una pragmática, que quiere llevarse bien con Pekín y establecer acuerdos de suministros militares a cambio de inversiones y extracción de tierras raras, de las que Afganistán tiene enormes reservas, y otra que defiende estrechar lazos con los uigures y extender el conflicto político religioso a toda la región.

 

Finalmente, no olvidemos que Pakistán, ambivalente en su política frente al talibán, sale reforzado, lo que hace enderezar las orejas de India en relación con Cachemira, y, en la frontera occidental, Irán observa como el fundamentalismo sunní se consolida y abre la puerta a influencias de sus enemigos religiosos como Pakistán y Arabia Saudí.

 

No son datos para la esperanza pero son los datos, necesariamente sumarios para este editorial, que dibujan un inquietante escenario.

Filipinas pone precio a su alianza con EEUU

Filipinas ha decidido mover ficha y, ante las promesas de Biden de retomar y reforzar los lazos con los aliados tradicionales en el Pacífico, el presidente Duterte ha exigido a Washington más ayudas militares y compensaciones económicas para renovar el acuerdo bilateral de seguridad con Estados Unidos, tras unos años de acercamiento a China en medio de una política interna marcada por medidas de lucha contra la delincuencia poco respetuosas con las más elementales normas de derechos humanos.

Filipinas ha sido un aliado tradicional de Estados Unidos desde la independencia de España del país asiático y Washington ha marcado con pocos escrúpulos la política de este país hasta el final de la II Guerra Mundial. Esta alianza se vio notablemente reforzada por la liberación de las islas por soldados estadounidenses tras la ocupación japonesa.

Pero esta alianza  se ha visto deteriorada por la gestión del presidente Duterte, sus malos gestos hacia Estados Unidos y sus guiños a China en medio de la crisis con Corea del Norte y por la expansión marítima de Pekín (que amenaza la soberanía filipina) que han sido vistos como deslealtad en EEUU. Y, por el papel estratégico de Filipinas, la necesidad de reconstruir un cinturón de seguridad con Japón, Corea del Sur, Taiwán e Indonesia fundamentalmente, Estados Unidos no puede permitirse un enfriamiento con Manila. Otro test para Biden cuyo equipo quiere buscar soluciones globales para la zona. Probablemente, la Administración norteamericana cederá a muchas de las exigencias filipinas presionando a la vez para un cambio de gestión y tratará de impulsar mejores relaciones del gobierno de Duterte con sus vecinos, aunque no con China, con algunos de los cuales (y también con China) tiene disputas territoriales sobre mares e islas cercanas.

India y la nueva Administración Biden / Harris. Nieves C. Pérez Rodríguez

Los resultados de las elecciones estadounidenses se hicieron esperar, pero no por ello el entusiasmo por conocer al ganador disminuyó. Finalmente, el sábado pasado, los principales medios reconocían que el nuevo presidente electo de Estados Unidos es Joe Biden y con ello una avalancha de felicitaciones de jefes de Estado llegaban al nuevo equipo, que ocupará la Casa Blanca los próximos cuatro años.

Narendra Modi —el Primer ministro indio— felicitó a Biden en un tweet en el que, además, reconocía su trabajo previo en fortalecer las relaciones indo-pacíficas como vicepresidente en la era Obama y esperaba trabajar juntos, una vez más, para llevar dichas relaciones a un nivel aún más elevado. Pero, como era de esperar, también aprovechó para felicitar a la vicepresidenta electa usando un tono más cercano y cómplice:

“Su éxito es pionero y motivo de inmenso orgullo no solo para sus Chittis, sino también para todos los indoamericanos. Estoy seguro de que los activos lazos entre la India y los Estados Unidos se fortalecerán aún más con su apoyo y liderazgo.”

El término Chittis, que significa tía en tamil, ha sido uno de los que más emoción ha causado entre la comunidad india en los Estados Unidos y también en el exterior. Kamala ya usó ese término en el discurso que dio durante la convención nacional demócrata, en el que aceptó la nominación en la candidatura electoral como vicepresidenta. Y ahora Modi, correspondiendo el guiño, lo usa para aseverar que la alegría de su éxito no sólo la siente su familia materna y el gran número de tías que tiene en el sur de la India, en la región de origen, el estado de Tamil Nadu. 

La prensa y los medios en India reconocieron la victoria demócrata desde el comienzo y la mayoría en India ha celebrado el éxito de Biden y Harris, sazonado por la emoción natural que suscitan las raíces indias de la vicepresidenta electa. Para muchos nativos de Thulasendrapuram —el pueblo de la madre— viven con orgullo como una hija de inmigrante consigue llegar a la más alta esfera política del país más poderoso del mundo. Mientras se esperaban impacientemente los resultados de las elecciones, en este pequeño pueblo se organizaron visitas a templos hinduistas, rezos y ofrendas, con la fe puesta en que estos favorecerían los resultados hacia los demócratas.

Ahora las expectativas son de una diplomacia bilateral tradicional y por lo tanto predecible y estable. En cuanto a los intercambios comerciales entre Estados Unidos e India también se predice más tranquilidad en las relaciones, pues Biden, que es de la escuela política tradicional, no estará anunciando aranceles o cambios de política por Twitter. Y, tal y como nos decía un experto en intercambios que ha vivido estas últimas dos semanas en Delhi, lo que más importa y preocupa en India es convertirse en una fuente más grande de exportaciones minoristas para los Estados Unidos.

En cuanto al plano internacional, en junio de este año, India fue elegido miembro no permanente del consejo de seguridad de Naciones Unidas y lo será hasta el 2022. Pero ahora necesitará el apoyo de la Administración Biden para impulsar su imagen como potencia que merece ostentar la posición de miembro permanente del consejo de seguridad.  Posición por la que han venido haciendo lobby pero que, para conseguirla, deben impulsar también reformas estructurales en la ONU, que tan sólo para poder plantear necesitaría ir de la mano de Washington.

A pesar de lo bien recibidos que han sido los resultados de las elecciones estadounidenses en la India en general, los medios de comunicación están obsesionados con el hecho de que Estados Unidos venda armas y aviones de combate a Pakistán. Lo que no es nuevo, pues las relaciones de interés entre Washington e Islamabad no son recientes, y la venta de armamento se considera estratégica desde el Pentágono para neutralizar el terrorismo regional.

Así mismo, Pakistán, a principios de este año, calificó de inquietante la venta de Estados Unidos a India del sistema integrado de arma de defensa área asegurando que desestabilizaría más la ya de por sí volátil región.  Transacción que supone unos 2 mil millones de dólares.

Y, finalmente en el mundo post pandemia, la India junto con los Estados Unidos, podrían hacer un bloque contra las aspiraciones y abusos chinos en Asia. Beijing ha perdido credibilidad internacional y es un momento clave para desarrollar alianzas en pro del respeto y la convivencia. Además, sería muy oportuno para la India en este momento en que el conflicto en la zona fronteriza con China se ha avivado y que, después del último incidente en el que perecieron 20 soldados indios, contara con el respaldo incondicional de los estadounidenses.  Foto: Flickr, Janie Marie Foote.

INTERREGNUM: Multilateralismo en el sureste asiático. Fernando Delage

Acaba un año en el que las tensiones económicas y geopolíticas entre Estados Unidos y China parecen haber determinado la evolución del continente asiático. En realidad, este contexto de rivalidad entre los dos gigantes no ha paralizado ni dividido la región. Por el contrario, sin ocultar su preocupación por esta nueva “guerra fría”, el pragmatismo característico de las naciones asiáticas ha permitido avanzar en su integración económica y en la defensa de un espacio político común.

Un primer ejemplo de la voluntad asiática de no dejarse doblegar por el unilateralismo de la actual administración norteamericana fue la decisión de Japón de rehacer el TPP después de haberlo abandonado Washington. Con la participación de otros 10 Estados, el gobierno japonés dio forma a un acuerdo—rebautizado como CPTPP (Comprehensive and Progressive Agreement for Trans Pacific Partnership)—que mantiene abierto el comercio intrarregional pese a la oposición de la Casa Blanca. Un segundo salto adelante se dio en noviembre cuando, con ocasión de la Cumbre de Asia Oriental celebrada en Bangkok, la ASEAN y cinco de los seis socios con los que ya mantenía acuerdos bilaterales de libre comercio (China, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda) lograron cerrar la constitución del RCEP (Regional Comprehensive Economic Partnership), pendiente ya sólo de su firma en 2020.

La conclusión de este acuerdo comercial entre 15 países que suman un tercio de la población y del PIB global (fue India quien decidió no sumarse en el último momento, aunque podrá incorporarse en el futuro), es uno de los hechos más relevantes del año en Asia. Más allá de integrar a algunas de las mayores economías del planeta, los países de la ASEAN y sus socios del noreste asiático han lanzado un poderoso mensaje contra esa combinación de populismo, proteccionismo y nacionalismo que está haciendo mella en Occidente. Mientras este último se divide, Asia refuerza su interdependencia.

En esa dirección apunta igualmente otra contribución hecha por la ASEAN en el año que termina. Mientras Japón y Australia buscan la manera de redefinir la región mediante un concepto del “Indo-Pacífico” que permita mantener comprometido a Estados Unidos con la seguridad regional, y amplíe el espacio de actuación de India, los Estados del sureste asiático han articulado su propia respuesta, de una manera que protege al mismo tiempo el papel central de la ASEAN en los asuntos regionales.

Su perspectiva sobre el “Indo-Pacífico”, hecha pública en junio, quiere evitar, en efecto, toda posible división de Asia en bloques, haciendo hincapié en su carácter inclusivo y añadiendo una dimensión económica y de desarrollo. La ASEAN intenta corregir así la estrategia formulada con el mismo nombre por Washington con el fin de contener el ascenso de la República Popular China. El RCEP es por tanto mucho más que un mero acuerdo económico: es un instrumento que permite institucionalizar un concepto de Asia que, sin ocultar los diferentes valores políticos de sus miembros, contribuye a la prosperidad económica de todos ellos, y—en momentos de especial incertidumbre geopolítica—facilita la estabilidad estratégica de la región. (Foto: Flickr, foundin-a-attic)

Trump en el laberinto del NAFTA. Nieves C. Pérez Rodríguez

La Casa Blanca anunciaba la semana pasada que después de una larga confrontación con México había alcanzado un acuerdo bilateral. Dejando claro que no es NAFTA, pues según Trump el Tratado de libre comercio de América del Norte (NAFTA) es el peor convenio jamás firmado por los Estados Unidos. Sin tomar en consideración que está en vigor parcialmente desde 1994 y que ha sobrevivido múltiples administraciones tanto republicanas como demócratas, y que además implica a una población de 390 millones de ciudadanos, y un PIB de 7 trillones de dólares. Como si eso ya no fuera suficiente, que es el acuerdo económico que ha integrado más la economía de Canadá, Estados Unidos y México, pues de acuerdo a los economistas ha conseguido que la producción de diferentes sectores como el automotriz, manufacture sus partes entre las tres naciones, y que sea ésta la razón por la que el producto final tiene un costo más competitivo en el mercado y permite su acceso a más ciudadanos.

Mientras Trump precisaba que el acuerdo era únicamente con México, desde la distancia el mismo presidente Peña Nieto, vía telefónica, insistía en que Canadá debía formar parte, aunque horas más tarde el canciller mexicano anunció que aceptaba la propuesta de la Casa Blanca. La economía mexicana ha estado en caída desde noviembre del 2016, momento en que fue elegido Trump como presidente. Desde entonces, cada amenaza de Trump ha impactado los indicadores económicos, el primero de ellos fue una bajada drástica del peso mexicano a tan sólo horas de haberse conocido el resultado electoral, mientras el dólar subía considerablemente. Pues México depende sustancialmente de las compras de su vecino del norte, y de un acuerdo sin aranceles que mantenga las reglas del juego como hasta ahora. Desde que Washington hizo púbico el acuerdo la economía mexicana se ha mostrado al alza durante toda la semana.

A día de hoy el NAFTA sigue siendo un acuerdo vigente a tres bandas, por lo que terminarlo y establecer dos diferentes acuerdos bilaterales acarrearía consecuencias legales, políticas y económicas importantes. Trump ha insistido en que lo acabará en el futuro, seguramente para presionar al congreso a aprobar el nuevo pacto con México. Y a la vez presionar también a Canadá a aceptar sus términos, sostienen un grupo de experto de CSIS (Centro de estudios internacionales y estratégicos de Washington). Sea cual sea el nombre que finalmente decidan, la sostenida insistencia de Trump y su equipo económico en el daño que NAFTA hace a la economía estadounidense, los obliga a maquillar el nombre o a cambiarlo para justificar por qué están actualmente negociando.

Según New York Times, aunque Trump lo llame diferente no será más que “un NAFTA pero revisado”, con actualización de las disposiciones relacionadas con la economía digital, los automóviles, la agricultura y los sindicatos, es decir las disposiciones que permiten a compañías estadunidenses operar en México y Canadá sin tarifas. Mientras Reuters remarcaba que lo que Trump realmente quiere es poner un límite a las exportaciones a USA de 2.4 millones de dólares en vehículos y 90 mil millones en auto-partes. Por encima de eso, éste sector en concreto se enfrentaría un arancel de 25%. En esta nueva receta económica de la Casa Blanca, sale también perjudicado parte de las disposiciones del TPP (Tratado de Asociación del Transpacífico) porque eliminan la solución de controversias y protecciones adicionales para medicamentos de marcas, que ya Canadá rechazó en su momento durante las negociones del TPP, sostiene Edward Alden (experto del Council Foreing Relations).

A pesar del pesimismo que ha envuelto el futuro de NAFTA, son muchos los economistas que afirman que sigue habiendo una gran oportunidad para que se salve. Partiendo del hecho que el Congreso estadounidense tiene que aprobar un nuevo acuerdo o cualquier cambio o negociación entre México y Estados Unidos. Y en este escenario, que el congreso pida explicaciones de por qué Canadá no está incluida. Pues no puede perderse de vista, que a día de hoy el intercambio entre estos dos países asciende a 582.000,4 millones de dólares, ocupando Canadá el segundo lugar después de China (636.000 millones de dólares) y México (204.000.2 millones) el tercer puesto, según datos oficiales de la oficina de estadísticas exportaciones de los Estados Unidos.

A pesar del revuelo que ha causada la noticia, sobre todo en Canadá, no debería sorprender tanto que Trump prefiera la firma de acuerdos bilaterales. Es parte de su estrategia económica, imponer máxima presión para obtener los resultados que desea. Es siempre más sencillo negociar siendo el más fuerte, pero además contra una sola parte que contra dos. Desde luego es un recurso poco diplomático, pero también es conocida que la diplomacia no es precisamente lo que caracteriza al personaje. A pesar que el precio a pagar sea dejar orillado a un socio y aliado tan cercano como es Canadá de los Estados Unidos.

Munich visualiza los riesgos


La política centro asiática de los aliados occidentales y de Rusia está en plena reconsideración sobre el terreno y los actores regionales buscan resituarse. La evolución del conflicto sirio con sus repercusiones en Líbano, Israel y los territorios palestinos; la evolución de la situación en Irak y las fronteras turcas; Afganistán y sus ecos en Pakistán, constituyen el gran escenario en el que, otra vez, Rusia y Estados Unidos, con sus respectivos aliados, están haciendo el gran juego de estos tiempos, con la novedad de la creciente intervención iraní, las progresiva presencia china y los conflictos internos, políticos y religiosos de los musulmanes de la región.
El último episodio de esta delicada situación se ha vivido en la cumbre sobre seguridad de Munich, en la que no ha faltado de fondo el conflicto coreano, y la han protagonizado los representantes de Israel e Irán. Irán está cada vez más presente en Siria, con sus fuerzas desplegadas en ese país ocupando posiciones cercanas a las fronteras de Israel y del Líbano donde su brazo armado, Hizbullah, cada vez es más fuerte, está echando un pulso  y Jerusalén ha reaccionado destruyendo una base iraní en Siria y alertando a Occidente. No se puede volver a los tiempos del apaciguamiento que con Hitler condujo a la catástrofe, ha advertido el gobierno israelí. Y Teherán, presente militarmente en Yemen, Irak, Siria, y, a través de sus aliados en Líbano, ha afirmado que todo es un intento del presidente Netanyahu de eludir sus problemas con la justicia por corrupción, que ciertamente los tiene.
Parece más de lo mismo de siempre pero no lo es. El bloque sunní y el chiita están en plena guerra; Rusia va ganando espacios haciendo equilibrios para no alertar más de lo debido a Occidente y Estados Unidos grita en twitter a través de Donald Trump, pero no parece decidido a aumentar su protagonismo en la región. Estos elementos hacen la situación más alarmante. Y China, con calma pero si pausa, va adelantando peones (militares, económicos, políticos y diplomáticos) en varios lugares estratégicos.

Arabia Saudí da pasos al frente. Julio Trujillo

(Foto: Yasmeen Love, Flickr) El golpe palaciego del príncipe bin Salman en Arabia Saudi para, entre otras cosas, reajustar los poderes internos de la monarquía y acumular más capacidad ejecutiva, ha sorprendido a los expertos. Si a eso se suma la dimisión, no menos sorprendente, del primer ministro libanés Saad Hariri, anunciada desde Riad y aparentemente influido o presionado por los saudíes, tenemos un escenario en el que da la sensación de que Arabia Saudí ha pasado de una política entre bastidores, discreta y reservada, a una situación nueva en la que querría asumir un liderazgo público en Oriente Medio.

Los saudíes se encuentran en una situación delicada. A una preocupación general por la nueva geopolítica del petróleo, determinada por la mayor independencia energética de algunos clientes occidentales como Estados o el reingreso del petróleo iraní a los mercados mundiales tras el acuerdo de frenar su programa nuclear, se une una situación estratégica regional inestable.

La mayor preocupación saudí desde el punto de vista de su seguridad es el aumento de protagonismo de Irán en la región. Teherán, con el mantenimiento en Siria de Bashar el Assad está en situación de colocar tropas cerca de la frontera saudí por una parte y de Israel por otra, sin olvidar que grata de crear un corredor político militar, junto a Hizbullah y a sus aliados sirios desde Irak (donde su presencia e influencia no ha dejado de crecer) a Líbano, a lo largo del norte de Siria, todo un aviso a Turquía por una parte y a los kurdos por otra.

Esta situación fue la que movió a los saudíes a implicarse en la guerra de Yemen contra los hutíes, aliados de Irán, para intentar frenar su expansión, pero esa guerra se ha enredado y lo que se pensaba que iba a ser una victoria fácil de los sunníes apoyados por Riad ha quedado estancada. El apoyo de EEUU y Francia, que han trasladado mensajes con ayuda política y militar a los saudíes, y el discreto estímulo de Israel que es cada vez es más evidente, bin Salman se ha sentido fuerte para ocupar la escena en una operación que puede salirle mal.

No hay que olvidar que, por las mismas razones de achicar los espacios a Irán, ruptura de Arabia con Qatar no parece haber mermado mucho a este país, por otra parte, tan aliado con EEUU como los propios saudíes.

Y un tercer elemento en escena: Egipto, que empujando a Hamás a firmar una reconciliación con la OLP en Palestina devolviendo a ésta el poder que le arrancó a mano armada en Gaza, quiere su parte en el nuevo mapa regional que comienza a dibujarse.

Mar Meridional: El caribe de Xi Jinping. Juan José Heras.

En junio de 2017 Vietnam permitió a la subsidiaria de Repsol en el país perforar en busca de una bolsa de gas en aguas del Mar Meridional, concretamente en el bloque 136-03, que se encuentra dentro de la Zona Económica Exclusiva (ZEE) de Hanoi, y sobre el cual, según la ley del mar (UNCLOS), tendría los derechos de explotación.

China, tal y como era previsible, amenazó con llevar a cabo acciones militares contra las bases vietnamitas en estas aguas sino se paralizaban inmediatamente los trabajos y se comprometían a no perforar nunca más en esta parte del Mar Meridional. Ante la asertividad de Pekín, y al no sentirse respaldado por Washington, Vietnam accedió a las exigencias de China, paralizando los trabajos.

Y si Vietnam, que tiene una capacidad de disuasión naval medianamente creíble, cede a las exigencias de Pekín, el resto de países seguirán el mismo camino evitando provocar al gigante asiático. En este sentido, destaca la decisión del presidente filipino, Rodrigo Duterte, de no utilizar el fallo favorable dictado por el TMI hace un año para presionar a China en sus reclamaciones marítimas. Por supuesto, a cambio de la ayuda económica de Pekín y la firma de acuerdos comerciales favorables a Manila.

El mensaje de Pekín parece claro, independientemente de las leyes internacionales, China dictará las reglas en su región de influencia geopolítica, de la cual forma parte el Mar Meridional. Pero esto solo es el primer paso para decirle a occidente, que tras los 100 años de humillación, la China que rigió el mundo mediante el tradicional sistema tributario está de vuelta y reclama el sitio que le corresponde entre el cielo y la tierra.

Pero lo cierto es que esto no debería sorprendernos tanto, ya que en el sentir de su población y en las declaraciones de sus líderes siempre ha estado latente el anhelo de venganza y resarcimiento por la ocupación de las potencias occidentales y la posterior insubordinación de los países de su tradicional zona de influencia durante el siglo pasado.

Además, si rebuscamos un poco en la historia, no hace falta remontarse mucho para ver como China está siguiendo el patrón utilizado EE.UU. para convertirse en la potencia hegemónica del siglo XX, cuyos primeros pasos fueron desarrollar una Armada potente y expulsar a las potencias europeas de su vecindario, esto es, el Mar Caribe.

Así, en la década que siguió a la llegada de Roosevelt a Washington, EE.UU. expulsó a España del hemisferio occidental y adquirió Guam, Puerto Rico y Filipinas; amenazó a Alemania y Gran Bretaña con ir a la guerra en el Caribe a menos que aceptaran resolver sus disputas conforme al criterio estadounidense; apoyó una revuelta en Colombia para crear un país nuevo, Panamá, y construir un canal que favorecía sus intereses; y  se erigió en el garante de la seguridad en el hemisferio occidental, reservándose el derecho de intervenir cuando y donde lo considerase necesario, derecho que ejercitó nueve veces en los siete años que fue presidente.

Roosevelt convirtió a EEUU en una potencia en el Pacífico y el Índico y construyo un ejército donde primaba la superioridad naval, asegurando que preparase para la guerra era la mejor forma de mantener la paz. De hecho, en 1890, la marina americana no tenía ningún barco de guerra y antes de 1905, ya había construido 25. Además, EEUU prefirió utilizar su creciente capacidad económica y militar para reforzar su influencia en lugar de expandir sus fronteras (p.e. hacia Canadá) y se concentró en dominar su hemisferio con vecinos que aceptaban su preeminencia y sin interferencias de potencias extranjeras. El mensaje norteamericano fue claro, mantener su esfera de influencia y respaldarla con la fuerza si era necesario.

Cabe recordar también,  que envalentonado por las victorias frente a España, Alemania y Gran Bretaña en su dominio por Venezuela y Alaska respectivamente, Roosevelt declaró en 1904 que EEUU había asumido la responsabilidad de mantener la paz y la estabilidad en su vecindario geopolítico. Así, su ejército intervino en República Dominicana, Honduras y Cuba durante periodos de inestabilidad que amenazaban sus intereses comerciales. La marina americana intervino en América Latina 21 veces durante los 30 años la política de nueva vecindad instaurada a mediados de 1930.

Creo que añadir cualquier comentario a estos “recuerdos” solo puede restar importancia al mensaje que Norteamérica trasmite con su propia historia. No sé a vosotros, pero a mí esta China de Xi Jinping me recuerda mucho a aquella américa de Theodore Roosevelt.

¿Podría Asia ser la clave del Presidente Trump?

Washington.- “…No hay región en el mundo que pueda cambiar la prosperidad económica y la seguridad de los Estados Unidos como Asia-Pacífico… “. Con esa afirmación comienza el trabajo del Think Tank CSIS, en el que se proponen recomendaciones a la nueva administración Trump. Este espacio de reflexión está considerado el centro de pensamiento más influyente del momento, situado en Washington y con cincuenta años de trayectoria analizando los retos políticos del mundo.
Está encabezado por figuras de primera línea, como la embajadora Charlene Barshefsky, título que recibe por haberse desempeñado como la representante de intercambio comercial de los Estados Unidos entre 1997 y 2001; conocida en el plano internacional como la arquitecta y jefe de las negociaciones con China para entrar en la Organización Mundial de Comercio. Y es actor importante John Hustman Jr., republicano, con una larga trayectoria laboral en cinco administraciones diferentes y ex embajador de Estados Unidos en Singapur y en China.
Este exclusivo grupo de intelectuales ha preparado una lista de recomendaciones de las estrategias económicas que el gobierno de los Estados Unidos debería seguir en la región de Asia-Pacífico, basadas en que Asia será hacia el 2030 el hogar de la mitad de la clase media consumidora del mundo. La demanda de productos, señalan, será mayor que la actual en todo Estados Unidos. El estudio está basado también en la fuerte alianza comercial que América a día de hoy tiene con la región y plantea que el nuevo gobierno estadounidense debería aprovechar esa influencia y perpetuarla pues, de lo contrario, se dejaría abierta la opción a otra potencia que lideraría ese mercado que apunta a convertirse en una de los más apetecibles del mundo. O incluso, dejarle el camino abierto a China para cambiar el liderazgo regional y convertirlo en propio.
El aumento del nacionalismo en algunos países asiáticos, como Japón, es otro reto que de no ser frenado, podría acabar en radicalismos nada deseados. El crecimiento acelerado de la economía china, presenta muchas oportunidades para inversionistas y exportadores, si se aprovecharan las circunstancias, y si el nuevo gobierno de Trump utiliza su influencia, sostienen.
Las recomendaciones que le proponen a la Administración que recién se estrena en el poder, se concretan en ocho. Comenzando por lo que debió ser uno de los planteamientos en el discurso inaugural del Presidente Trump, remarcar la influencia de América en el Pacífico, y la necesidad de robustecer esa presencia y los intercambios con esa región. Así como ratificar el Tratado de libre comercio (TPP), haciendo los ajustes que sean necesarios para su éxito. Explican que la relación entre China y Estados Unidos está desequilibrada, por lo que habría que trabajar en esta debilidad, que daría como resultado una relación de beneficio mutuo. A su vez, responder con fuerza a las prácticas chinas perjudiciales para los intereses estadounidenses.
Para garantizar la prosperidad y la seguridad de Estados Unidos, defienden, hay que seguir siendo el líder tecnológico, por lo que la nueva administración debe trabajar para la internacionalización tecnológica y proteger la propiedad intelectual americana. Por otra parte reconocen que Washington necesita más coherencia en las estrategias y políticas de expansión de la economía, lo que implica mayor transparencia en los acuerdos y las regulaciones.
Hacen énfasis en la necesidad de fortalecer, actualizar y mantener los lazos con los países aliados en Asia y las instituciones que regulan esas relaciones como el Banco de Desarrollo de Asia (ADB) o el Foro de Cooperación Económica del Pacífico (APEC). Paralelamente, el equipo de Trump, subrayan, debería trabajar con el Congreso para reconstruir el apalancamiento y reorganizar las prioridades económicas que serán destinadas a la región de Asia Pacífico, lo que implica revisar las políticas públicas injustas y ajustarlas. Y por último proponen la creación de un equipo efectivo que supervise las agencias involucradas en Asia Pacífico. Para garantizar una cooperación a lo largo del complejo sistema del gobierno americano.
Washington debe trabajar con Beijing en una relación transparente, señalan, donde ambos países vean los frutos de su cooperación. Pero a la vez, señalar dónde Washington pueda exigir y responsabilizar a Beijing, en dónde China socava las normas como la violación de los derechos humanos de los empleados que forman parte activa de esta relación, o la violación de los tratados ambientales. Míster Trump debería entender que una estrategia que demande escoger entre una región u otra fracasaría, dicen. El éxito estaría en revitalizar una estrategia económica y no en eliminarla.
La influencia que Estados Unidos tiene en Asia es crucial para el liderazgo americano en el mundo. El hacer una política exterior de “Primero América” no haría más que cerrar las puertas a la presencia que ha gozado este país, y que le permite influir en otros foros internacionales, a lo largo y ancho del planeta.
Priorizar los intereses de América no tendría por qué implicar sacrificar su presencia internacional. Por el contrario, si el fin último de este nuevo gobierno, que a pocas  horas de tomar posesión parece poner los ideales americanos como su brújula, el timón del barco deberá navegar aguas profundas de muchos mares, pero sin dudas, las aguas de Asia por muy movidas que estén, son económicamente muy atractivas.
Solo en el 2015 las exportaciones de bienes y servicios estadounidenses a Asia fueron de más de 750 billones de dólares, lo que ayudó a mantener unos 3 millones de empleos locales según el estudio.
EEUU podría convertirse en el mayor proveedor de Asia, generando empleos que ayuden a la bonanza económica de esta tierra. América primero debería mantener su posición estratégica de líder en el mundo, para ser verdaderamente Primero América, tal y como el presidente Trump enfatizó en su primer discurso.