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¿Y después de las elecciones estadounidenses qué? Nieves C. Pérez Rodríguez

La silla del hombre más poderoso del mundo se debate entre la continuidad de la Administración Trump y un cambio partidista y de valores encabezado por Joe Biden. La división del país, y por tanto de los votantes, es profunda y muchos analistas están previendo un escenario post electoral incierto e incluso violento.

Cómo todo lo ocurrido este año, el proceso del ejercicio del voto ha sido distinto. Para evitar grupos masivos de electores practicando su derecho electoral, cada Estado ha determinado cuándo comenzar un proceso adelantado al día oficialmente previsto. Los primeros en la lista fueron Wyoming y Dakota del Sur que comenzaron el 18 de septiembre y consecutivamente cada Estado ha ido estipulando qué día abrirían el proceso de votación. En busca de flexibilidad se ha permitido votar en persona en los lugares previstos para ello desde el día que se ha habilitado hasta el mismo 3 de noviembre día oficial de las elecciones. También se ha permito a un grupo de mayor riesgo a votar por correo. 

Precisamente el voto por correo ha sido objeto de mucha controversia. Por una parte, el llenado incorrecto de las papeletas electorales que acaba siendo computado como un voto nulo. Pero también ha habido mucha desinformación auspiciada por el mismo presidente Trump. Desde agosto Trump ha insistido constantemente en que el voto por correo puede ser manipulado y que las papeletas podrían ser enviadas a áreas demócratas y no republicanas. Una afirmación sin ningún fundamento debido a que la distribución del material electoral está en manos de funcionarios del estado e instituciones públicas, quienes han asegurado que se ha hecho siguiendo rigurosamente los protocolos.

En una primera etapa Trump aseguraba que las oficinas postales no contaban con capacidad para manejar esos volúmenes de votos. Lo que es también falso, pues Estados Unidos es de los pocos países en el mundo en el que las oficinas de correos se utilizan a diario por millones de ciudadanos y el envío de correspondencia en este país es extraordinariamente grande. Trump ha cuestionado por años la legitimidad de las elecciones en Estados Unidos. Incluso cuando él mismo ganó en el 2016 aseguró que lo había hecho porque millones y millones votaron por él pero lo cierto fue que perdió el voto popular aunque ganó el voto de los colegios electorales.

La desinformación generada por el mismo presidente, junto con las manifestaciones de diversos grupos que han acabado en muchos casos con violencia en diferentes ciudades del país, son un reflejo de la complicada situación domestica que vive Estados Unidos, y que fácilmente se pueden convertir en el caldo de cultivo para una posible situación de violencia después del anuncio de los resultados electorales.

En una sociedad tan dividida las ganas de votar son más fuertes. Por lo tanto, desde septiembre hasta el pasado viernes 22 de septiembre, millones de ciudadanos ya han emitido su voto a lo largo del país. La mayoría de esos votantes son demócratas. De momento una encuesta de CNN hecha el pasado viernes ubica a Biden como ganador con el 53%  y a Trump en un 42%. Sin embargo, se prevé que la gran mayoría que votará republicano lo hará el mismo 3 de noviembre, lo que podría cambiar la situación para el final del día electoral y los exit polls del día electoral podrían dar como gran ganador a Trump y en el recuento final arrojar números distintos, es decir, que el ganador sea Biden.

En ese escenario los analistas están temiendo que los grupos armados – como las milicias- salgan a defender el voto a favor de Trump. Y en el extremo opuesto saldrían los grupos de extrema izquierda a defender a Biden.  En efecto, el Departamento de Seguridad Nacional a finales de septiembre advertía en un informe que los blancos supremacistas violentos era la amenaza más persistente y letal en el país y que, posibles complots de esos grupos con esquemas como los secuestros de los gobernadores de Michigan y Virginia frustrados por el F.B.I. podrían estar fraguándose.

Ambos grupos radicales se encuentran en extremos ideológicos opuestos y la motivación de defender el voto de su preferencia se convierte en un motivo de lucha.  A pesar de que se está temiendo violencia, estamos hablando de violencia controlada en ciudades o puntos determinados de la nación, no del desencadenamiento de movimientos en todo el país que pueda acabar en una especie de enfrentamiento a gran escala nacional.

Sea como sea, a pequeña o a mediana escala, lo cierto es que tan solo suponer que pueda haber algo de violencia es un golpe a la imagen de la nación con la mayor trayectoria democrática del mundo. Como líder y ejemplo internacional es una estocada al retrato de unión doméstica y a imagen de fuerza que le ha permitido imponer respeto y exportar su modelo por el mundo en los últimos 70 años.

Pero peor aún en la situación actual en la que se está debatiendo el liderazgo internacional entre Washington y Beijing, una situación violenta post electoral debilitaría la imagen de Estados Unidos en el exterior facilitándole el camino al PC chino en sus ambiciones internacionales, de manera especial en Asia, en donde los aliados de occidente quedarían en una posición precaria y de alto riesgo.

Incertidumbre en Washington, incertidumbre mundial

Las elecciones presidenciales de EEUU llegan con un alto índice de incertidumbre y, por una vez, no solo acerca del quien ocupará la Casa Blanca los próximos cuatro años sino sobre la estabilidad institucional del país.

Varios expertos consideran que la polarización de la sociedad estadounidense, agravada los últimos años, representa un riesgo de confrontaciones sociales que podrían conducir a una parálisis institucional con repercusiones nacionales e internacionales.

La situación se agrava con la coyuntura electoral. Los mensajes de Trump poniendo en duda la limpieza del proceso electoral en lo que hace referencia al voto por correo, el hecho de que, por la pandemia, ya se haya producido gran parte de este voto que los analistas estiman que es mayoritariamente por Biden, y la posibilidad de que Trump gana en el voto en urna, dibuja un escenario preocupante con una alta movilización callejera.

A esto hay que añadir la existencia de milicias civiles armadas. Las milicias existen desde la fundación misma de los Estados Unidos y responde al modelo de construcción del Estado (desde lo local lo nacional) y a la  concepción de que la sociedad civil tiene derecho a armarse frente eventuales deficiencias o excesiva intervención de los poderes estatales, Así viene recogido en la famosa enmienda constitucional.

Las milicias, contra lo que se suele difundir en Europa sin apenas matices, no son todas de extrema derecha ni de paletos armados. Hay milicias de extrema derecha, de derecha, de fundamentalistas religiosos, de ideología confusa y de extrema izquierda. Las primeras son rurales, de estructura abierta, exhibicionista y prepotente. Pero, aunque menos numerosas, las de extrema izquierda son de ámbito urbano, se presentan como de “autodefensa”, “antifascistas” o resistentes, han adoptado una estructura clandestina y en células, como el terrorismo clásico europeo y latinoamericano y han aumentado su presencia a raíz del último choque racial.

Algunos expertos consideran que este escenario puede facilitar choques sin precedentes en EEUU y llevar a una parálisis interna muy grave.

En el plano internacional, como señala nuestra colaboradora en Washington Nieves C. Pérez en su entrega de esta semana, un posible bloqueo internacional tendría importantes consecuencias en el plano internacional y especialmente en Asia Pacífico. Si a la voluntad (tanto de Trump como lo fue de Obama) de desligarse de algunos compromisos para volcarse en plano interno se suma una incapacidad institucional para actuar, aunque fuera temporal, en un escenario donde China aumenta cada día su influencia y su agresividad, la desconfianza de los aliados tradicionales de Occidente va a crecer. De hecho, Australia lleva años diseñando estrategia propias, aunque sin dejar de contar con EEUU; Filipinas ha aumentado sus intercambios con China, Japón expresa dudas y reclama más protagonismo y Corea del Sur ha aumentado sus iniciativas autónomas. Aunque Estados Unidos ha aumentado sus mensajes de apoyo, Taiwán corre más riesgo cada día.

Ese es el clima con que se espera noviembre y los resultados electorales, sin olvidar que ese mismo panorama envuelve a Europa, donde una ausencia de Estados Unidos y algunas veleidades europeas pueden animar a Putin a aumentar sus ya notables audacias desestabilizadoras.

El Covid-19 se instala en la Casa Blanca. Nieves C. Pérez Rodríguez

El Covid-19 ha sido el gran dolor de cabeza de los políticos durante este año, en busca de encontrar una fórmula para evitar un colapso económico mientras se intenta contener el contagio masivo.  Estados Unidos no ha manejado bien esta crisis y tampoco ha liderado internacionalmente el manejo de ésta frente al titubeo de la OMS al comienzo de este caos. Trump decidió quitarle los fondos a la organización y salirse de la misma. Una vez más, el presidente de la mayor economía del mundo dejaba ver su temperamento y diplomacia atropellada que, a pesar de los cuatro años en el poder, sigue sorprendiendo.

Todos los meses de la pandemia han pasado con un mundo medio paralizado, una economía mundial que deja ver los efectos de la cuarentena y unos Estados Unidos que se han resistido a imponer normas para evitar más contagios, como el uso obligatorio de mascarillas, la distancia social de grupos y regulaciones en cuanto al número de visitantes a restaurantes y bares. Lo cierto es que en la cultura anglosajona imponer normas que coarten la libertad se convierte en un gran dilema, porque el Estado como institución no puede obligar a sus ciudadanos a seguir estos protocolos sanitarios basado en que atentan contra la libertad individual. Y sin justificar el comportamiento de Trump frente a la crisis, es cierto que no es habitual que desde la Casa Blanca se regule el comportamiento ciudadano o el manejo de una situación puntual -como el covid-19- a los 50 estados que conforman la nación.

Sin embargo, desde principio de año Trump se resistió a dar importancia a la magnitud de la crisis. Se resistió también a presionar para que se tomaran medidas más drásticas, por temor al efecto negativo en la economía, que ha sido siempre su obsesión. Se resistió también a abogar por el uso de la mascarilla como mecanismo de prevención de contagio. Y para colmo contradijo en público en múltiples ocasiones a las autoridades sanitarias más capacitadas del país, para intentar disminuir la gravedad del asunto.

Y exactamente a un mes de elecciones presidenciales en Estados Unidos, y en el momento más álgido de la campaña, Trump informa desde su cuenta de Twitter que la primera dama y él han contraído Covid-19. Como un castigo divino a tanta negación y resistencia al virus, o simplemente por el hecho de no haber sido más precavido, el presidente y parte de su equipo y algunos senadores republicanos ahora han contraído el virus.

En plena campaña electoral el contagio puede ser mucho más alto, porque los eventos electorales y las reuniones con los asesores de la campaña estaban haciéndose a diario. Paralelamente, Trump intentaba conseguir logros políticos, como la nominación de la juez Amy Coney Barret a la Corte Suprema, por lo que hicieron un evento el pasado sábado 27, en los jardines de la Casa Blanca, en el que participaron un gran número de autoridades y miembros del gabinete y ninguno de ellos portó una mascarilla. De acuerdo con fuentes internas, hubo también reuniones a puerta cerrada con algunas de estas figuras. Además, Trump estaba preparándose para el primer debate presidencial con el candidato John Biden, por lo que estuvo reunido en privado con grupos diferentes previo al diagnóstico.

La dificultad de esta situación es que políticamente podría complicarse el panorama para la Administración si más senadores republicanos siguen dando positivo, porque eso podría ocasionar que no lleguen a tener la mayoría en el Senado para la votación de la juez a la corte suprema, o alguna legislación que requiera ser votada en los próximos días previo a las elecciones. Porque tal y como establece la ley, los senadores tienen que estar presente en el hemiciclo para ejercer su voto. Pero también pone al país en una situación vulnerable si otros miembros de la Administración dan positivo. De momento el vicepresidente Pence ha dado negativo y planifica continuar con el liderazgo de la campaña electoral, pero su rol ahora mismo debería ser el quedarse en la Casa Blanca y estar listo para liderar la nación frente a una situación en la que el mismo Trump quede imposibilitado por unos días.

El sábado pasado Trump twitteaba un video en el que aparecía dando un corto mensaje a la nación agradeciendo los buenos deseos mientras daba una imagen de control a pesar de estar afectado por el virus, y en el que admitía que por su edad estaba más afectado que Melania quien es 24 años más joven que él.

Las próximas horas serán clave para determinar el rumbo político de Estados Unidos, y la salud de Trump. Pero de momento el partido de oposición ha suspendido toda la propaganda negativa en contra de Trump y los mensajes públicos de los demócratas han suavizado el tono como un gesto solidario a la salud del presidente.

Es prematuro pronosticar los resultados electorales, pero lo que sí es claro es que el electorado de Trump es fiel y no cambia de opinión frente a comentarios o circunstancias. Y el electorado de Biden reúne a todo lo anti Trump y a los que culpan a la Administración de la mala gestión de la pandemia. Con un presidente convaleciente, la Bolsa también ha sentido el impacto, además de una economía golpeada por los efectos del Covid-19. Como todo 2020 ha sido impredecible e incierto, las siguientes cuatro semanas lo serán porque dependerán de la evolución médica del presidente.

INTERREGNUM: Después de Abe. Fernando Delage

Con apenas unas horas de preaviso, el viernes 28 de agosto Shinzo Abe anunció su renuncia como primer ministro de Japón por razones de salud.  Después de haber obtenido mayoría absoluta en tres convocatorias electorales desde 2012 y convertirse en el jefe de gobierno japonés que más tiempo ha ocupado el cargo de manera ininterrumpida (ya fue primer ministro durante unos meses entre 2006 y 2007), aún le restaba un año de legislatura. Se abre así un periodo de interinidad política en la tercera economía del planeta, en el que no cabe prever, sin embargo, grandes cambios.

En una cultura política adversa al liderazgo, Abe fue una excepción. Heredero de una dinastía política del Partido Liberal Democrático (su abuelo Nobusuke Kishi fue primer ministro entre 1957 y 1960, y su padre, Shintaro Abe, ministro de Asuntos Exteriores y secretario general del Partido), Abe volvió al poder en 2012 por la mala gestión del gobierno del Partido Democrático de Japón tras las elecciones de 2009, pero también porque supo ofrecer a la sociedad japonesa un plan para superar la desaceleración económica (las conocidas como dos “décadas perdidas”) y afrontar el ascenso de China y la amenaza norcoreana. Su política de reactivación del crecimiento (“Abenomics”), y los cambios en la política de seguridad y defensa marcarán su legado.

Los resultados no han sido los esperados en la economía. Los obstáculos estructurales propios de una sociedad postindustrial que envejece con rapidez no lo han permitido. Pero el proactivismo diplomático de Abe acabó con la tradicional naturaleza “reactiva” de la política exterior japonesa. Resulta difícil imaginar a otro político japonés retomando el TPP tras el abandono por parte de Estados Unidos, para liderar su renegociación y cerrar el acuerdo como hizo Abe (ahora denominado CPTTP). La firma del doble pacto—económico y estratégico—con la Unión Europea, en vigor desde el pasado año, es otro ejemplo del impulso que Abe dio a aquellas iniciativas que permitan asegurar una economía mundial abierta y un orden basado en reglas, frente al unilateralismo y proteccionismo norteamericano y las nuevas ambiciones chinas.

Su combinación de realismo y pragmatismo dieron a Japón una proyección internacional poco frecuente, también puesta de relieve en una estrategia regional que ha conducido a un estrecho acercamiento a India, Australia y distintos países del sureste asiático. Su apuesta por construir una relación personal con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y reforzar la alianza con Washington fueron compatibles, en su caso, con el reconocimiento de que Japón tenía que extender sus horizontes estratégicos y ampliar sus opciones geopolíticas.

Abe no pudo avanzar en la reforma de la Constitución que deseaba, objetivo que no compartía la mayoría de la opinión pública japonesa. Pero deja la política habiendo logrado unos Juegos Olímpicos, dejando un desempleo del tres por cien, y restableciendo una cierta normalidad en las relaciones con Pekín, aunque ya no podrá recibir a Xi en Japón en su primera visita oficial (pospuesta en abril por la pandemia). Sobre todo, deja un entorno político estable, en el que, al contrario que en otras democracias avanzadas, la polarización y el populismo brillan por su ausencia.

INTERREGNUM: China, arma electoral. Fernando Delage

Mientras arrecian las críticas a su gestión del coronavirus, el presidente Trump atacó el 14 de julio a su probable rival electoral, Joe Biden, en una confusa comparecencia en la Casa Blanca, en la que hizo de China el tema central de las elecciones de noviembre. Sus palabras cerraron una semana en la que se incrementaron las tensiones con Pekín, confirmando la estrategia de confrontación seguida por Washington.

Una vez más, Trump puso de manifiesto su desinterés por los hechos. Entre otras perlas, dijo que la economía china no creció hasta que la República Popular se incorporó a la OMC en 2001 (en realidad, en los 20 años anteriores, creció cerca de un 10% anual); o que China se reconstruyó con dinero del Tesoro norteamericano. Entretanto, su administración ha dejado de considerar a Hong Kong como territorio separado de China—en respuesta a la nueva legislación de seguridad adoptada por Pekín—; ha impuesto sanciones y restricciones de visados a altos cargos vinculados a Xinjiang—por el internamiento de los uigures—y a responsables de empresas tecnológicas; y, de manera oficial, ha rechazado, por ilegales, las reclamaciones territoriales chinas en el mar de China Meridional.

Sobre esta última cuestión se pronunció un día antes el secretario de Estado, Mike Pompeo, declarando que se recurrirá a “todos los instrumentos” disponibles para oponerse a las pretensiones de Pekín, al tiempo que se ha procedido al envío de dos portaaviones a estas aguas. Se polarizan así las disputas marítimas, pues el presidente Xi Jinping no puede permitirse poner en riesgo—frente a una sociedad crecientemente nacionalista—la credibilidad de sus argumentos sobre la soberanía china de este espacio marítimo. Las acciones de Trump facilitan su posición en cualquier caso, al venir a confirmar la percepción mantenida por la población china de que Estados Unidos intenta dañar la recuperación de su economía tras la pandemia, así como impedir que pueda convertirse en la principal potencia asiática.

El problema de fondo, por parte norteamericana, es que, pese a la existencia de un consenso sobre la necesidad de adoptar una política de mayor firmeza con respecto a la República Popular, sigue sin existir una clara definición de los objetivos a perseguir en su estrategia. Imposición de tarifas comerciales, sanciones económicas, presión militar, retórica hostil, ¿con qué fin? ¿Qué resultados confía Washington en obtener al optar por el enfrentamiento? ¿Qué estructura regional querría lograr? ¿Cómo definir una “victoria” sobre China? Sin una respuesta a estas preguntas, sin un sentido de dirección, la confrontación por sí sola meramente conducirá a una peligrosa espiral de conflicto.

La transformación histórica que atraviesa Asia requiere identificar los obstáculos pero también las oportunidades que se presentan para sus intereses; valorar los recursos—políticos, económicos y militares—con que se cuenta; y proponer acciones concretas que adoptar con una perspectiva a largo plazo. Ni la Estrategia Indo-Pacífico adoptada por la administración Trump hace un año, ni la más reciente Estrategia sobre China, cumplen esos requisitos. De ahí la relevancia del trabajo recién publicado por el National Bureau of Asian Research, A new U.S. Strategy for the Indo-Pacific, y que ha escrito Roger Cliff, un conocido especialista académico en la región.

Disponible en la web, es una más que recomendable lectura de verano para los interesados, en la que encontrará—además de una radiografía de los cambios en el equilibrio geopolítico asiático y de los reajustes en la política de seguridad de los principales actores—, los elementos de una estrategia que sugerir a la Casa Blanca. Mensaje insistente: difícilmente podrá Estados Unidos defender sus intereses y objetivos sin contar con sus aliados, especialmente con las democracias vecinas de China. Pero como suele ocurrir, las prioridades políticas—las elecciones de noviembre en este caso—priman sobre los imperativos estratégicos.

INTERREGNUM: Malasia y Tailandia: nueva marcha atrás. Fernando Delage

En una misma semana, los dos países del sureste asiático que parecían haber corregido el pesimista pronóstico sobre la regresión de la democracia en la región, han vuelto sin embargo a confirmarlo. Maniobras partidistas en Malasia y una resolución del Tribunal Constitucional en Tailandia revelan, en efecto, que ni la mayoría malaya en el primer caso ni las fuerzas armadas en el segundo, quieren un verdadero gobierno pluralista.

Las elecciones de mayo de 2018 en Malasia supusieron la derrota, por primera vez desde la independencia en 1957, de Barisan Nasional, la gran coalición que representa los intereses de la comunidad malaya (cerca del 70 por cien de la población). Un nuevo bloque, liderado de manera llamativa por el antiguo líder de la alianza malaya—y primer ministro de 1981 a 2003—, Mahathir Mohamed, ganó los comicios con la defensa de un programa multirracial y la denuncia de la corrupción gubernamental. Esta primera alternancia en el poder fue interpretada como una señal de que, pese a la persecución de la oposición durante años anteriores o la restauración—en 2012—de una draconiana ley de seguridad, la democracia malasia no había muerto del todo.

Tras tomar posesión primer ministro, esta vez con 92 años, Mahathir prometió la cesión del cargo tras un periodo de transición a su antiguo protegido, Anwar Ibrahim. Sin haber cumplido su promesa, el 24 de febrero anunció su dimisión, provocando la ruptura de la coalición ganadora en 2018. Sin entrar en sus motivaciones (sólo se puede especular sobre ellas), la consecuencia de su decisión ha sido un cambio en las mayorías en el Parlamento. Y, aunque no pueda descartarse la convocatoria a corto plazo de elecciones anticipadas, los partidos de afiliación malaya han vuelto a hacerse con el poder. Las comunidades china e india (que suman el 30 por cien restante de la población) han dejado de verse representadas por el gobierno, del que cabe prever asimismo el regreso a una política de islamización que, a su vez, ahuyentará la inversión extranjera, la mayor parte de la cual es de origen chino.

Entretanto, en Tailandia, donde después de dos golpes de Estado—en 2006 y 2014—, también parecía haberse recuperado la senda democrática con la convocatoria de las elecciones de marzo de 2019, el Tribunal Constitucional ha disuelto el Future Forward Party, y ha inhabilitado a sus líderes durante 10 años. Para sorpresa de los militares, que redactaron una nueva Constitución a su medida, este grupo político logró 81 escaños. Como tercera mayor fuerza parlamentaria, ha sido percibido como una amenaza para el poder de las fuerzas armadas. No es la primera vez que el Tribunal interviene de manera directa en la vida política nacional, lo que obliga a dudar de nuevo de la consolidación de la democracia tailandesa.

El escenario continúa abierto, sin embargo, en ambas naciones. Chinos, indios y activistas malayos no renunciarán sin más a su participación en el proceso político. En Tailandia, otro tanto ocurrirá con los jóvenes que apoyaron al partido ahora disuelto por, entre otras razones, su posición contraria a la presencia del ejército en el gobierno. Su reconversión en movimiento social augura una previsible etapa de inestabilidad.

INTERREGNUM: Tras las elecciones en Taiwán. Fernando Delage

En 1996, ante las primeras elecciones presidenciales directas en Taiwán, las presiones belicistas de China condujeron al resultado que Pekín pretendía evitar: la victoria de Lee Teng-hui, candidato del Kuomintang, quien se convirtió en el primer líder de Taiwán nacido en la isla. Casi 25 años más tarde, la historia se repitió: la presión de la República Popular se ha traducido en la reelección el 11 de enero—por una rotunda mayoría—de Tsai Ing-wen, del proindependentista Partido Democrático Progresista, pese a los sostenidos esfuerzos por debilitarla desde 2016. La derrota es esta vez mayor para Pekín, pues no se ha limitado a lanzar advertencias de carácter militar. Los incentivos económicos y las campañas de desinformación en las que se ha volcado tampoco han servido para que los taiwaneses se sitúen a su favor.

Los acontecimientos en Hong Kong han sido otro factor decisivo durante la campaña electoral, al poner de relieve lo que significa la fórmula “un país, dos sistemas” propuesta por Pekín. Con todo, la verdadera cuestión de fondo es que tres décadas de democratización han alejado cada vez más a Taipei de la República Popular. Los jóvenes taiwaneses no han conocido otro sistema, y no están dispuestos a renunciar a sus libertades. Las elecciones del sábado pasado, convertidas en un referéndum sobre la identidad política de la isla, confirmaron de este modo la insuperable división entre ambos lados del estrecho.

El problema es que, sin Taiwán, el proyecto nacionalista del Partido Comunista Chino permanece incompleto. Y para el actual secretario general, Xi Jinping, prevenir la independencia—en otras palabras, mantener el statu quo—no es suficiente. Hace ahora un año, Xi advirtió que la separación “no puede mantenerse generación tras generación”. El presidente chino ha exigido pasos concretos hacia la reunificación, vinculando de este modo su propia legitimidad como gobernante a la consecución de avances en dicha dirección. Puesto que la reelección de Tsai confirma tanto lo inviable de una reunificación pacífica como el fracaso de la estrategia seguida hasta ahora por Pekín, las opciones se complican sobremanera para Xi.

Las decisiones de Pekín crearán en cualquier caso un dilema a Washington, que no dudó en apoyar la candidatura de Tsai, haciendo de la política interna taiwanesa otro elemento de tensión en las relaciones China-Estados Unidos.  Una intervención militar de Pekín no parece plausible por sus consecuencias, pero sí cabe prever que las autoridades chinas redoblen la presión, recurriendo a todo tipo de instrumentos contra el gobierno de Tsai. Lo que significa que la Casa Blanca se verá obligada a responder de manera más directa a las acciones chinas si se quiere mantener el statu quo. Taiwán se convertirá así en una prueba de la capacidad norteamericana de desarrollar los recursos económicos, diplomáticos y políticos necesarios para contrarrestar la creciente influencia china en la región del Indo-Pacífico. En un contexto de enfrentamiento entre las dos grandes potencias, la evolución del problema de Taiwán será una clave decisiva.

Taiwán grita Sí a la democracia, No a China. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- Taiwán, una vez más, da  ejemplo de valores congruentes con la democracia y la libertad. La masiva confluencia a los centros electorales es la prueba de que la mayoría del pueblo taiwanés quiere mantener su estatus democrático, así como el apoyo al Partido Progresista (DPP por sus siglas en inglés) muestra que la mayoría de los taiwaneses poseen una identidad propia y que no quieren formar parte de China.

Tsai Ing-wen fue reelegida presidente de la isla después de haberla liderado por cuatro años. Y pese a los problemas que enfrentó durante su legislatura, cuando su popularidad cayó considerablemente, consiguió hacerse con la presidencia nuevamente. Su contrincante, Han Kou-yu, el candidato del partido conservador Kuomintang (KMT por sus siglas en inglés),  se inclinaba por la reunificación de Taiwán con China.

Tsai se define a sí misma como la defensora de los valores liberales de Taiwán. Y lo cierto es que no lo ha tenido fácil, pues China les ha ido cercando por todos los costados, sobre todo el diplomático, terreno en el que Beijing aprovecha sus favores económicos a otras naciones para pedir el no reconocimiento de Taipéi como ente internacional.

Xi Jinping, hace tan sólo un año, afirmó en un discurso que la reunificación de Taiwán con China es inminente. Pero cuanto más ha amenazado Beijing, más dura y consistente ha sido Tsai con sus promesas. Y su determinación se ha visto compensada con más de 8.1 millones de votos representando así más del 57% del electorado, contra 38,6% de su oponente.

Tsai ha capitalizado cada amenaza china en su beneficio, como el uso de la fuerza militar de ser necesario, para la “imperativa necesidad” de la reunificación de Taiwán a la península. Esta líder ha solidificado los valores identitarios de los ciudadanos como taiwaneses, y no chinos. Ha enfatizado el carácter democrático de Taiwán. Ha despertado un sentir en los jóvenes taiwaneses, quienes no se sienten chinos, y quienes no están dispuestos a sacrificar su modo de vida y su libertad.

4Asia fue invitada por la representación diplomática de Taipéi en Washington al recuento de los resultados electorales y a la discusión de un panel de expertos que analizaron las elecciones presidenciales legislativas de la isla. El Dr. Richard Bush -un respetado experto en China, con una larga lista de trabajos y libros publicados, y miembro del Brookings Institute, afirmó que “La reelecta presidente tiene un gran reto por delante. Un panorama muy complicado. Lo que viene no es fácil. No es casual que en su discurso de victoria dijera lo importante que es reunificar a la sociedad taiwanesa para poder seguir adelante”.

Mientras que Bonnie Glasser -otra experta en China, directora para del Proyecto sobre el poder de China en CSIS, uno de los think tank más influyentes en Washington- se centró en Beijing y lo poco exitoso que han sido en intimidar a Taiwán. “Es muy interesante ver la falta de influencia que Beijing ha tenido. Los esfuerzos de Beijing han fracasado en acabar con Taiwán”.

Así mismo Glasser insistía en lo importante del KMT -partido de oposición- para los Estados Unidos, la oposición es necesaria en democracia, a pesar de ser aliados de Beijing. Y así China no puede alegar que no tiene con quien hablar en Taiwán.

Hong Kong: la sociedad avala en las urnas la revuelta

Los candidatos partidarios de la democracia han logrado 387 escaños de los 452 en juego en las elecciones recientes en la ex colonia británica con una participación del 71,2%, lo que supone un aval abrumador a los grupos que movilizaron las masivas protestas que se desarrollan en Hong Kong desde junio.

China se encuentra ante uno de los desafíos más importantes a su régimen autoritario de las últimas décadas. La sociedad hongkonesa ha exhibido en las urnas, en unas elecciones celebradas en un sistema de garantías heredado de la época de la dominación británica que no conoce ningún otro ciudadano chino del resto del país, su apoyo a las movilizaciones cuyo lei motiv es, precisamente, mantener las condiciones pactadas entre Londres y Pekín en el acuerdo de retrocesión de la colonia a la soberanía de China.

Pekín ha optado hasta ahora por mantener las formas, situar fuerzas militares en los límites de la excolonia e intervenir con ellas en tareas auxiliares, introducir policías experimentados en la novata policía de Hong Kong e ir graduando la fuerza con dureza, pero sin dar lugar a grandes protestas internacionales. El discurso público de respeto y de intentar situar a EEUU como instigador de la revuelta estallaría revelando toda su hipocresía si China actuara con la brutalidad que define a su régimen respecto al resto de sus ciudadanos y minorías como uigures y tibetanos.

La cara amable del gobierno chino tiene en Hong Kong un test que China debe resolver ante una escena internacional que espera la distensión comercial con Estados Unidos, y que China demuestre que quiere jugar al comercio con garantías jurídicas y sin las cartas marcadas.

INTERREGNUM: India: la fiesta de la democracia. Fernando Delage

La pasada semana comenzaron las mayores elecciones de la Historia. Por su alcance y diversidad, ninguna democracia es comparable a India: 1.400 millones de habitantes—tres veces la población de Europa, más de cuatro veces la de Estados Unidos—; 15 lenguas oficiales, ninguna de las cuales es hablada por más del 15 por cien de la población; y múltiples culturas, religiones y subdivisiones sociales. La logística es abrumadora: 900 millones de votantes (84 millones de los cuales lo hacen por primera vez), 800.000 colegios electorales, 1,72 millones de máquinas electrónicas para el voto y 11 millones de funcionarios encargados de supervisar el proceso. Las elecciones se realizarán en siete días distintos en un período de seis semanas, y los resultados no se conocerán hasta el 23 de mayo.

En la tercera mayor economía del planeta, la democracia se reafirma como elemento unificador de la extraordinaria heterogeneidad india, en contraste con su vecino chino, caracterizado por su cohesión étnica y cultural—y por un sistema político de partido único.

Las elecciones son en parte un referéndum sobre Narendra Modi, quien, en 2014, como líder del Bharatiya Janata Party (BJP), logró 282 de los 545 escaños de la Cámara Baja; la primera mayoría parlamentaria obtenida por un partido desde 1984. Al frente del principal grupo de oposición, el Partido del Congreso, se encuentra Rahul Gandhi, heredero de la dinastía que ya dio tres primeros ministros a India, y quien intenta movilizar a los descontentos con la corrupción y con unas reformas económicas que, pese a un crecimiento sostenido, no han creado empleo—las cifras de paro son las más altas en 45 años—ni beneficiado a los agricultores (más del 66 por cien de la población). En las elecciones celebradas en diciembre en tres Estados de población mayoritariamente rural, fue el Congreso quien consiguió la victoria.

El ataque terrorista perpetrado en Cachemira el pasado 26 febrero, por militantes apoyados por Pakistán, han permitido no obstante a Modi restaurar su popularidad y hacer de las cuestiones de seguridad un tema central en la campaña. La mayoría de los analistas pronostican la reelección del primer ministro, aunque es probable que tenga que formar una coalición para gobernar, con lo que se volvería así a lo que ha sido la norma en la política india desde 1984, tras la creciente irrupción de partidos regionales y locales. Ese menor apoyo complicará asimismo las intenciones del BJP de dar al país una identidad hinduista, en contra de las bases laicas de la Constitución de 1949. Mientras India sea una democracia, la agenda nacionalista de un partido será insuficiente—por grande que sea su representación parlamentaria—para imponer sus esquemas en una sociedad tan diversa.

Y ésta es una poderosa lección no sólo para sus vecinos. Cuando Rusia y China se declaran enemigos de la democracia y de los valores políticos liberales, hostilidad a la que se suman distintos movimientos dentro de Occidente, India—con todas las imperfecciones propias de su subdesarrollo—es una de las principales razones que nos permiten ser optimistas con respecto al futuro de la libertad en el mundo. (Foto: Gulan Husain)