¡Y el AUKUS, finalmente, nació! Nieves C. Pérez Rodríguez

En septiembre del 2021 se le daba nombre al acuerdo que era bautizado antes de que objetivamente naciera. El peculiar anuncio de AUKUS se hizo previo a la discusión exhaustiva de los puntos concretos de la alianza, lo que de por si le imprimió un carácter disímil y, finalmente, dieciocho meses más tarde, los tres socios se reunieron en San Diego, California, para formalizar con apretones de manos, fotos y anuncios oficiales que AUKUS es tan real que comenzará a dar sus frutos.

La asociación entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos (AUKUS por sus siglas en inglés) está viva y tiene objetivos muy claros en el futuro, en un mundo cada vez más dividido en el que China y Rusia se acercan y las democracias se juntan para protegerse y por tanto fortalecerse.

Otras democracias como Japón, Corea del Sur, Taiwán y hasta la misma Filipinas se han acercado a los Estados Unidos, como mecanismo de supervivencia. Y en los últimos tiempos hemos sido testigo de esos acercamientos que se materializan con visitas de altos funcionarios, maniobras militares en conjunto, establecimiento de bases militares en cooperación o envío de misiones que se despliegan tanto para entrenar como para el envío de un mensaje directo a quienes pretendan desestabilizar la dinámica del Pacífico y el Indico.

Por su parte, el primer ministro británico, Rishi Sunak, hacía un anuncio el domingo (justo a un día del encuentro de los tres líderes) sobre el aumento en su presupuesto de defensa a 6 mil millones de dólares para fortalecerse contra la invasión rusa a Ucrania, que ha despertado viejos fantasmas en Europa, pero con ojo y el énfasis en la creciente amenaza China. El anuncio se da en medio de una situación doméstica comprometida para Sunak, con protestas en las calles y una situación económica desfavorable. Por lo que justificó la necesidad de la alianza, además, con empresas como Rolls-Royce, la gigante británica de ingeniería que proporcionará los reactores para los submarinos de propulsión nuclear, lo que será  una fuente de puestos de empleos locales.

El primer ministro australiano, Anthony Albanese, describía el acuerdo como la “mayor inversión individual en la capacidad de defensa de Australia”.  Australia viene desarrollando un pensamiento más estratégico, al menos desde 2020, desde donde ha venido buscado expandir su papel en la región contando con mayor capacidad a la vez que va acompañado de la mano de otras potencias que le servirán de apoyo de necesitarlo.

El comunicado oficial emitido por el Departamento de Estado al respecto decía que “gran parte de la historia del siglo XXI se escribirá en el Indo-Pacífico y para mejorar la prosperidad económica, la libertad y el Estado de Derecho, y para preservar los derechos de cada país. AUKUS ayudará a compartir la visión compartida de una región del Indo-Pacifico libre y abierta para las generaciones venideras”.

Aukus es un pacto que está concebido para enfrentar la expansión de China en el Pacífico occidental por lo que la incorporación de submarinos a la ecuación va a dar muchos beneficios. Los submarinos llevarán armas convencionales y los reactores nucleares. Se estima que a fines de la década de 2030 el primer submarino de última generación esté listo en el Reino Unido y contará con una gran cantidad a bordo de tecnología.

El AUKUS se compone de dos pilares, uno lo define el esfuerzo trilateral para apoyar a Australia en el desarrollo, construcción y operación de submarinos de propulsión nuclear y el segundo pilar se enfoca en acelerar la cooperación en tecnología crítica que incluyen capacidades cibernéticas, inteligencia artificial, tecnologías cuánticas y capacidades submarinas adicionales, hipersónicas entre otras.

En el fondo, aunque en una primera etapa impulsará a Australia, se busca mejorar las capacidades de defensa de las tres naciones que lo componen. Aunque de acuerdo con Charles Edel, respetado experto en asuntos australianos con foco en defensa, en el fondo la triple asociación busca impulsar la integración tecnológica para hacer crecer la capacidad industrial y profundizar de esta forma la coordinación estratégica entre las tres naciones.

Edel explica que esta alianza buscar transformar la capacidad de construcción naval de las tres naciones, pretende ser un acelerador tecnológico y a cambiar el equilibrio de poder en el Indo-Pacifico y, en última instancia, está destinado a cambiar el modelo de cómo opera Estados Unidos, y como empodera a sus aliados.

Las imágenes y las palabras que nos dejó el encuentro de tres poderosos líderes de Washington, Camberra y Londres después de todos los estragos de la pandemia revelan cómo las viejas democracias están recurriendo a estos acuerdos para contrarrestar a un nuevo pero peligroso adversario: China.

Y aunque ya existía una afiliación a través de la asociación del Five Eyes que tuvo su origen en los cuarenta y se expandió durante la Guerra Fría, y aunque en sus inicios Australia no era parte se incorporaron y desde entonces ha sido parte fundamental y claramente en el futuro cercano. Australia será un importante actor en los años venideros en la región y jugará un rol determinante

INTERREGNUM: La gira de Kishida. Fernando Delage  

Apenas un mes después de anunciar la nueva Estrategia de Seguridad Nacional, el primer ministro japonés, Fumio Kishida, realizó la semana pasada una gira por cinco países que confirma el punto de inflexión que se ha producido en la diplomacia del país del sol naciente, así como en su alianza con Estados Unidos. Aunque el viaje respondía formalmente a la preparación de la cumbre del G7 que se celebrará en Hiroshima en mayo (Tokio preside el grupo n 2023), Kishida no sólo obtuvo el apoyo de los principales socios occidentales a la renovación de la política de seguridad japonesa, sino que hizo evidente las implicaciones de dichos cambios para la dinámica estratégica asiática.

Kishida visitó sucesivamente Francia, Italia, Reino Unido, Canadá y Estados Unidos. Sólo Alemania quedó fuera de sus encuentros. En todas las capitales se expresó una misma preocupación por el desafío revisionista planteado por Moscú y Pekín, y se subrayó la necesidad de reforzar la cooperación entre las democracias liberales. En Londres, Kishida firmó además con su homólogo británico, Rishi Sunak, un Acuerdo de Acceso Recíproco entre las fuerzas armadas de los dos países; el tipo de acuerdo que, hasta la fecha, Japón sólo había concluido—hace ahora un año— con Australia y—desde principios de la década de los sesenta—con Estados Unidos, último destino de su viaje.

Aunque Kishida se vio con Biden en Tokio el pasado mes de mayo, aún no había viajado oficialmente a Washington desde su nombramiento al frente del gobierno. La reunión de ambos líderes fue a su vez precedida, dos días antes, por el encuentro del Comité Consultivo de Seguridad, el foro en el que participan los ministros de Defensa y de Asuntos Exteriores de ambos países (lo que se conoce como formato “2+2”).  Entre otros asuntos, los ministros reiteraron el compromiso de afrontar “las crecientes amenazas militares de China en el mar de China Oriental y en torno a Taiwán”;el desarrollo de una nueva estructura conjunta de mando y control; la reorganización del cuerpo de marines basado en Okinawa—la isla japonesa más cercana a Taiwán—; y la ampliación de la cooperación bilateral al espacio y el ciberespacio. En la Casa Blanca, Biden y Kishida ratificaron este salto cualitativo en la alianza que refuerza las capacidades de disuasión, a la vez que se pone en marcha el proceso de creación de una estructura operativa conjunta que facilite la adopción de decisiones en el caso de estallar un conflicto (esos mecanismos nunca ha existido, al contrario de lo que ocurre en el caso de la alianza Estados Unidos-Corea del Sur).

Con el aumento del presupuesto de defensa, la adquisición de los medios para responder a un ataque enemigo (novedades ambas de la nueva estrategia de seguridad), y la profundización de la alianza con Washington, Japón adquiere una nueva posición en el escenario geopolítico regional y global. Estados Unidos se ve igualmente beneficiado en su presencia asiática: además de contar en  el archipiélago japonés con el mayor contingente de tropas en el extranjero, contará con nuevos medios frente a una hipotética invasión de Taiwán.

Son cambios que no se producen, por lo demás, al margen de los movimientos de otros actores (India, Australia, Corea del Sur, etc.) que comparten la inquietud por el comportamiento de Pekín. El resultado de todo ello es una estructura de seguridad regional en la que múltiples acuerdos bilaterales, minilaterales y multilaterales se refuerzan entre sí. China, Rusia y Corea del Norte estarán tomando buena nota.

 

Tokio y Washington más amigos que nunca. Nieves C. Pérez Rodríguez

La visita del primer ministro japonés, Fumio Kishida, junto con altos funcionarios de su gobierno a Washington la semana pasada, a menos de un mes del anuncio hecho por Tokio de su nueva Estrategia de Seguridad Nacional, prueba el nivel de alerta en materia de seguridad  en la que se encuentra Japón en su entorno, con una Corea del Norte que se ha empecinado en desarrollarse nuclearmente como una vía de supervivencia probando misiles cada pocos días, con un Taiwán amenazada con perder su autonomía y libertades y una China cada más poderosa militarmente cuya expansión en cuanto a territorio y valores representa el mayor de los riesgo para la región y el mundo.

El equilibrio de poderes a nivel global está en entredicho. La seguridad y la paz internacional se han visto violentadas con hechos como la invasión rusa a Ucrania que ha despertado a muchos románticos que cosecharon la esperanza de una Rusia más civilizada y en mayor consonancia con los valores democráticos. La cercanía de Beijing y Moscú justo en medio del padecimiento de Europa en territorio propio de una guerra y las consecuencias de esta ha revivido la posibilidad de una guerra a mayor escala y ha acelerado acercamientos pragmáticos.

En este sentido, la visita de las autoridades japonesa a Estados Unidos sirvió para mucho más que apretones de manos y fotos, pues hubo anuncio de acuerdos estratégicos. En cuanto al encuentro en materia de seguridad llamado 2+2 entre el secretario de Estado y su homólogo japonés y el ministro de Defensa nipón y el secretario de Defensa se acordó fortalecer la cooperación bilateral para un uso efectivo de las capacidades de contraataque de Japón. Por lo que los japoneses están duplicando su gasto de Defensa en los próximos cuatro años y reforzando su armamento para tener capacidad de alcanzar bases enemigas. El paraguas nuclear estadounidense que protege a Japón se expandirá también al espacio para incluir satélites nipones, lo que es otro reflejo del profundo nivel de cooperación que ha alcanzado esta alianza bilateral.

El secretario de Defensa estadounidense anunció que los marinos designados en Okinawa, en la parte más al sur de las islas japonesas cercanas a Taiwán, contarán con más capacitación y rapidez de reacción ante una potencial crisis. Mientras se van preparando para responder frente a un ataque real, de momento sirve como un efecto disuasorio para minimizar las provocaciones de Beijing que cada vez son más constantes. También se informó que Tokio se equipará con misiles de largo alcance. Todo esto mientras los aliados intentan navegar los avances tecnológicos chinos que representan per se otro grandísimo riesgo.

Tokio ya contaba con una Estrategia de Seguridad Nacional elaborada en el año 2013 pero este nuevo relanzamiento se debe a que “la comunidad internacional ha pasado por cambios rápidos, sobre todo el centro de gravedad del poder global que se traslada a la región del Indo- Pacífico”. Y continúa el documento oficial “es probable que estos cambios continúen a mediano o largo plazo y acarreen consecuencias históricas que transformarán la naturaleza de la comunidad internacional”.

De igual forma, la estrategia explica como los dominios cibernéticos, marítimos, espaciales y electromagnéticos muestran más riesgos para el libre acceso. En particular la amenaza de los ciberataques que es cada vez mayor pues se han venido utilizando para inhabilitar o destruir infraestructuras, interferir en elecciones extranjeras, exigir rescates y robar información confidencial, siendo en muchos casos patrocinados por Estados. Por lo que predicen que las guerras futuras serán híbridas, en las que se combinen medios militares y no militares, haciendo uso de la desinformación mediática generando por tanto confusión antes de un ataque armado.

Tanto para Japón como para Estados Unidos la región del Indo-Pacífico es el núcleo de la actividad global y hogar de más de la mitad de la población del planeta. Su dinamismo económico por tanto es inmenso, por ser la intersección del Pacífico y el Índico, ambos océanos son motores de crecimiento mundial. Y además la región tiene también el reto de contar con Estados con grandes capacidades militares, armas nucleares y valores humanos opuestos a lo establecido por el derecho internacional que representan un gran riesgo para el bienestar del mundo.

China es, sin lugar a duda, la mayor de todas las amenazas, razón por la que el QUAD (Estados Unidos, India, Australia y Japón) aunque cuenta con más de 15 años de creado, ha sido reforzado por la Administración de Biden, mientras crearon el AUKUS a finales del 2021 en busca de fortalecer y dotar de capacidad y respaldo a Australia y reforzar la cooperación en tecnología avanzada de defensa, como inteligencia artificial y vigilancia de larga distancia. Por lo que ambas organizaciones junto con la cercanía de la relación bilateral nipón-americana vienen a robustecer aún más la defensa del estado de derecho y el desequilibrio en la región del Indo- Pacífico.

Biden dijo en febrero del 2021 que “las alianzas de Estados Unidos son nuestro mayor activo y liderar con diplomacia significa estar hombre con hombro con nuestros aliados y socios claves”. El siglo XXI ha mostrado nuevas retos y amenazas, el progreso tecnológico y la globalización unieron y ayudaron tremendamente al mundo en el siglo XX, pero hoy es el detonante de la división que estamos viviendo y la razón de los nuevos equilibrios de poder global que están marcando el curso de la historia.

INTERREGNUM: El legado de Abe. Fernando Delage  

Desde hace al menos una década, Japón afronta un triple dilema en su entorno geopolítico: cómo prevenir un estatus subordinado a China en Asia; cómo corregir una excesiva dependencia en su relación con Estados Unidos; y cómo equilibrar las relaciones con ambas potencias sin convertirse en rehén de su rivalidad. Puesto que Japón no puede permitirse abandonar la alianza con Washington ni renunciar a su relación de interdependencia económica con Pekín, tenía que dar forma a una estrategia  que permitiera defender sus intereses y valores en esta era de cambios en el equilibrio de poder.

Fue Shinzo Abe, el exprimer ministro asesinado el pasado 8 de julio, quien supo articular una respuesta a esa encrucijada, abandonando las premisas de la diplomacia japonesa posterior a 1945—la conocida como “doctrina Yoshida”—, para dar a su país una nueva identidad como actor internacional. Sus propuestas fueron, no obstante,  más lejos, pues supo intuir como pocos los vientos de cambio que se avecinaban en la seguridad regional y, con sus ideas e iniciativas, hizo que fueran otros actores—Estados Unidos incluido—los que le siguieran. Así ocurrió con el concepto del Indo-Pacífico, que no existió hasta que Abe lo empleó para describir la realidad de una Asia cada vez más interdependiente, o con el diseño del QUAD como expresión de una comunidad definida por los valores democráticos.

Considerando a un mismo tiempo los intereses de Japón y los de la región en su conjunto, Abe construyó una estructura diplomática que perseguía tres objetivos. El primero de ellos consistía en preservar el equilibrio de poder en Asia estableciendo un contrapeso eficaz de China. Aunque el eje principal de este último es el sistema de alianzas liderado por Estados Unidos, Japón lo ha completado durante estos años con una red adicional de asociaciones estratégicas con otros Estados vecinos. Participando de manera proactiva en la redefinición de la arquitectura de seguridad regional con el fin de condicionar el margen de maniobra chino, mientras de manera paralela ha “normalizado” su propia política de defensa (eliminando algunas de las restricciones impuestas por la Constitución a su acción internacional y ampliando sus capacidades militares), Japón ha ampliado su espacio estratégico y adquirido una mayor flexibilidad para adaptarse a un eventual escenario de inestabilidad.

Un segundo objetivo promovido por el gobierno japonés ha sido la integración económica de la región, sin dejar fuera a China. Japón es la mayor economía del CPTPP—es decir, el antiguo TPP sin Estados Unidos—y la segunda en el RCEP. Sus capacidades financieras y tecnológicas, sumadas a las iniciativas acordadas con otros socios en materia de infraestructuras de calidad, control de sectores estratégicos y gobernanza digital, contribuirán a prevenir que el continente se oriente en su totalidad hacia China.

Por último, Abe hizo de la defensa de los valores liberales un núcleo central de su política exterior. Como indicó la Estrategia de Seguridad Nacional de 2013, la primera en la historia del país, los intereses nacionales de Japón residen en “el mantenimiento y protección de un orden internacional basado en reglas y valores universales, como la libertad, la democracia, el respeto a los derechos humanos fundamentales y el Estado de Derecho”.

Responsable de que Japón haya vuelto a ser un actor estratégico—la guerra de Ucrania ha reforzado aún más sus argumentos—, Abe deja un vacío difícil de cubrir. Aun fuera del gobierno, su liderazgo seguía presente, marcando una misma orientación a sus sucesores. Su ausencia puede conducir a posiciones menos explícitas en determinados asuntos, pero sin que pueda ignorarse la infraestructura de seguridad construida durante sus cerca de ocho años en el poder. La actualización—prevista para finales de año—de la Estrategia de Seguridad y de las orientaciones de las fuerzas de autodefensa, confirmará esta transformación en la acción exterior de Japón, que representa a su vez uno de los hechos más relevantes de las relaciones internacionales del Asia contemporánea.

INTERREGNUM: Japón, India y Europa. Fernando Delage

Aunque la guerra de Ucrania conducirá a una reorganización de la arquitectura de seguridad europea, con la incertidumbre de cómo saldrá Rusia del conflicto, es evidente que sus implicaciones van más allá del Viejo Continente. No sólo porque está en juego el mantenimiento de un orden internacional basado en reglas, sino también porque la ausencia de condena por parte de China a la agresión de Putin ha puesto de manifiesto la realidad de un desafío autoritario a la estabilidad global.

A la advertencia por la ministra británica de Asuntos Exteriores hace unos días de que también China debe cumplir las reglas, Pekín no tardó en responder con el argumento de que la OTAN y los europeos tratan de agitar conflictos en Asia. Es toda una novedad que China haya comenzado a referirse a la Alianza Atlántica, ajena desde su nacimiento a la seguridad asiática, anticipando quizá la próxima mención que hará a la República Popular en la actualización de su concepto estratégico. Pero Pekín no tendrá más remedio que adaptarse a las nuevas circunstancias provocadas por su socio en el Kremlin. Y, en ese contexto, adquieren especial significado los movimientos de sus dos principales vecinos: Japón e India.

Desde que Rusia invadió Ucrania, la diplomacia japonesa no sólo se ha alineado estrechamente con el G-7, sumándose a cuantas sanciones se han acordado, sino que ha reforzado la coordinación con la OTAN y los Estados europeos. El ministro de Asuntos Exteriores, Yoshimasa Hayashi, participó por primera vez como “socio” en la reunión con sus homólogos de la OTAN el pasado 7 de abril, y el primer ministro, Fumio Kishida, ha sido invitado igualmente a la cumbre que los líderes de la Alianza Atlántica celebrarán en Madrid en junio. Se ha dado así un considerable avance desde que, en abril de 2013, la OTAN y Japón concluyeran un acuerdo para profundizar en su asociación estratégica, centrada desde entonces en cuestiones como la seguridad marítima, la ciberseguridad y la no proliferación, entre otras. Japón ha sido uno de los países que de manera más explícita han subrayado la vinculación entre Ucrania y la seguridad en el Indo-Pacífico. Del mismo modo que Tokio apoya los esfuerzos contra Moscú en Europa, está sentando las bases para la solidaridad del Viejo Continente—y de la Alianza Atlántica—en el caso de que se produzca un conflicto en Asia.

La posición de India ha sido, como se sabe, muy diferente. Pero su dependencia militar y energética de Rusia no modifica, sin embargo, su percepción del desafío chino. Y es el comportamiento de la República Popular el que ha dado un motivo para reactivar el acercamiento mutuo de Delhi y la Unión Europea. Aunque fue en el año 2000 cuando se celebró la primera cumbre bilateral, y en 2004 cuando se estableció una “asociación estratégica”, hubo que esperar a 2020 para que ambas partes acordaran una agenda orientada a la búsqueda de resultados tangibles. Entre ellos, en 2021 se reanudaron las negociaciones—bloqueadas desde 2013—sobre un acuerdo de libre comercio, y se puso en marcha un diálogo sobre seguridad marítima. La UE lanzó asimismo una iniciativa de interconectividad—similar a la lanzada con Japón en 2019—para impulsar las inversiones en energía, transporte, e infraestructuras digitales.

Tras la visita a Delhi la semana pasada de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se espera que tanto el acuerdo de libre comercio como un acuerdo bilateral de inversiones estén concluidos antes de 2024. India y la UE anunciaron, además, la creación de una Comisión sobre Comercio y Tecnología—similar a la que ya mantiene Bruselas con Estados Unidos—con el fin de coordinar posiciones al más alto nivel. Este salto cualitativo en las relaciones bilaterales muestra un potencial que va más allá de la dimensión económica, y hace hincapié en los objetivos de cooperación estratégica de ambas partes con respecto a un transformado escenario asiático.

INTERREGNUM: Japón y Australia, amigos y socios. Fernando Delage

Nada más comenzar 2022, con una pandemia aún descontrolada, los Juegos Olímpicos a la vuelta de la esquina, y los dirigentes chinos dedicados a la preparación del XX Congreso del Partido Comunista de otoño, Pekín se ha encontrado con un par de sorpresas en el entorno exterior. En Eurasia, las protestas en Kazajstán y la intervención rusa han puesto de relieve el tipo de sobresaltos inesperados que pueden complicar sus intereses, cada vez más globales. En el Indo-Pacífico, el anuncio de un ambicioso acuerdo de cooperación en defensa por parte de Japón y Australia supone un nuevo peldaño en la construcción de una alianza de contraequilibrio de China.

El pacto (“Reciprocal Access Agreement”, o RAA), firmado por los primeros ministros de ambos países el 6 de enero tras siete años de negociaciones, permitirá el acceso recíproco a sus instalaciones militares, lo que facilitará a su vez la realización de maniobras conjuntas, así como la interoperabilidad y despliegue de los dos ejércitos con respecto a cualquier contingencia. El RAA se suma así al AUKUS (en el que participa Australia con Estados Unidos y Reino Unido), al QUAD (del que Tokio y Canberra son miembros junto a Washington y Delhi), y al Diálogo Trilateral de Seguridad (Estados Unidos, Australia y Japón), como un instrumento añadido de respuesta frente a las mayores capacidades y ambiciones chinas.

El reforzamiento por Japón y Australia de su relación de “cuasi-aliados” representa un paso muy significativo para ambos. La creciente presión de Pekín sobre Canberra ha llevado al gobierno australiano a maximizar sus opciones, desde una percepción del desafío que representa China no muy distinta de la de Estados Unidos. Japón mantiene un discurso más matizado pero no por ello menos firme, y continúa avanzando en el desarrollo de un mayor papel estratégico pese a sus limitaciones constitucionales. Con el RAA, Australia se convierte en el segundo país con el que Tokio mantiene un acuerdo de este tipo (además del que concluyó con Estados Unidos hace sesenta años).

Este extraordinario grado de confianza entre las dos naciones no responde tan sólo, naturalmente, a sus respectivas necesidades individuales. El acuerdo ilustra su compromiso conjunto a favor de la estabilidad regional, con respecto a la cual siempre podrán contar con una mayor influencia trabajando juntos que de manera separada. Coordinando sus esfuerzos diplomáticos en el sureste asiático, por ejemplo, pueden complicar los intentos chinos de crear una relación de dependencia de Pekín en los Estados de la subregión.

No menos importante es la variable norteamericana, y lo es en un doble sentido. Por una parte, puesto que Tokio y Canberra comparten un mismo interés por mantener a Estados Unidos comprometido con la seguridad asiática, el nuevo acuerdo promueve ese objetivo al repartirse con Washington las responsabilidades militares. Responden así a una de las prioridades de la administración Biden, que ha hecho siempre hincapié en la necesidad de reforzar sus alianzas. Pero, por otro lado, una asociación estratégica más estrecha les otorga también una mayor protección frente al riesgo de unos Estados Unidos más aislacionistas tras las próximas elecciones presidenciales.

Con todo, la relación entre Australia y Japón va más allá de las cuestiones de seguridad, y los líderes de ambos países han acordado asimismo nuevas medidas de cooperación en materia de energía, fiscalidad y economía. La aspiración es la crear un orden regional y un entramado de reglas en el que involucrar tanto a Washington como a Pekín, y hacer que una integración económica cada vez más profunda limite la amenaza de una región dividida en dos grandes bloques. Cuando Estados Unidos ya no puede seguir liderando Asia, hay que buscar alternativas si tampoco se quiere una China hegemónica.

INTERREGNUM: Japón continúa su revolución diplomática. Fernando Delage

Al ser elegido como nuevo presidente del Partido Liberal Democrático el pasado 4 de octubre, Fumio Kishida se convirtió en el nuevo primer ministro de Japón. Su antecesor, Yoshihide Suga, anunció a principios de septiembre—cuando cumplía un año en el cargo—que no se presentaría a la reelección en el liderazgo del PLD como consecuencia del hundimiento de su popularidad por la gestión de la pandemia.

La elección de Kishida, quien perdió frente a Suga en la votación para suceder a Shinzo Abe en 2020, y esta vez sólo se impuso en segunda vuelta en una reñida competición entre cuatro candidatos, es interpretada como una derrota para quienes esperaban un cambio generacional. Kishida, que fue ministro de Asuntos Exteriores y de Defensa en los gobiernos de Abe, representa ante todo la continuidad, por lo que no fue recibido con entusiasmo ni por la bolsa de Tokio ni por los grandes inversores. Nada permite asegurar a priori que su mandato vaya a extenderse por un largo periodo. Para reforzarlo, una de sus primeras decisiones consistió por ello en convocar elecciones a la Cámara Baja el 31 de octubre. (La coalición de gobierno—el PLD y el centrista Komeito—han disfrutado en la última legislatura de una amplia mayoría, con 304 de los 465 escaños).

La frecuente rotación de primeros ministros en Japón (Abe fue una de las escasas excepciones desde la segunda postguerra mundial) no implica, sin embargo, ni inestabilidad política, ni un cambio significativo en las líneas generales de gobierno. Kishida mantendrá, al menos a corto plazo, una política de estímulo monetario y fiscal, así como la estrecha alianza con Estados Unidos y el desarrollo de las capacidades económicas, diplomáticas y de defensa que se requieren para hacer frente al desafío que representa China para sus intereses. Con respecto a la primera, el nuevo primer ministro prometió durante la campaña un giro desde la prioridad por la liberalización y desregulación de sus antecesores (“Abenomics”) hacia una “nueva forma de capitalismo” que haga hincapié en una mayor redistribución de la renta. Mientras las consecuencias de la pandemia condicionan no obstante su margen de maniobra en política económica, en el terreno diplomático Kishida ha hecho hincapié en su intención de mantener la visión de un “Indo-Pacífico Libre y Abierto” y en su firme apoyo al QUAD.

La decisión de mantener a los ministros de Asuntos Exteriores y Defensa—los únicos que no han cambiado en el nuevo gabinete—es un reflejo del cambio estructural que se registra en la política exterior japonesa desde hace una década frente a un entorno de seguridad cada vez más complejo. Además del aumento de las tensiones en torno a Taiwán y del reciente lanzamiento de misiles por Corea del Norte, Japón se prepara para una creciente competición estratégica en la región. De ahí la relevancia de otro gesto: la creación de un nuevo cargo, el de ministro de seguridad económica, para el que ha sido nombrado el exviceministro de Defensa  Takayuki Kobayashi.

Su función será la de seguir reforzando los instrumentos a través de los cuales Japón se ha convertido en uno de los principales arquitectos del orden económico regional. Al liderar la definición en las reglas multilaterales en comercio e inversión, supervisar el control de tecnologías sensibles (como semiconductores), coordinar la defensa de las cadenas de valor con sus socios del QUAD, o la ampliación de la agenda del grupo a cuestiones como los recursos estratégicos y la ciberseguridad, Tokio ha actuado de manera proactiva pero relativamente discreta para contrarrestar la estrategia económica de Pekín.

Aunque el país atraviesa una nueva transición política interna, lo decisivo es que la combinación de una China más asertiva y unos Estados Unidos más inciertos en cuanto a su evolución política futura han propiciado una revolución diplomática en Japón. Sucesivos gobiernos han rechazado una posición subordinada a los dos gigantes y optado—al mismo tiempo que se busca una posición más equilibrada en la relación con Washington—por dotarse de los medios para adquirir una mayor independencia estratégica.

Los Juegos Olímpicos de Tokio segundo intento. Nieves C. Pérez Rodríguez

A tan sólo dos meses del segundo intento de inauguración de los juegos de Tokio 2020, aunque un año más tarde, la situación sanitaria en Japón es delicada y de acuerdo con algunos médicos locales podría llegar a empeorar.

La tercera economía del mundo había controlado bastante bien la pandemia y los contagios durante el 2020, a pesar de la cercanía con el lugar del brote inicial y otras regiones que fueron altamente afectadas en los primeros meses en que se declaro la pandemia.

Sin embargo, en los últimos meses ha habido brotes como el de Osaka, la tercera ciudad en población del país, que ha reportado un número muy alto de casos y los hospitales de la ciudad se encuentran al límite de su capacidad, lo que en muchos casos ha acabado en victimas ante la falta de asistencia. Muchos de los pacientes que comienzan a experimentar síntomas leves y que, eventualmente, podrían necesitar asistencia médica no están siendo recibidos en los hospitales debido a que se encuentran en su máxima capacidad. 

Según AP, los decesos a causa de Covid-19 que ocurrieron fuera de los hospitales en abril se triplicaron desde marzo  y fueron 96, incluidos 39 en Osaka y 10 en Tokio. Y aunque la cifra parezca alarmante hay que remarcar que Japón tiene una población de más de 126 millones de ciudadanos.

A pesar de que la comunidad internacional está de acuerdo en que los juegos  olímpicos se lleven a cabo, parece que según se acerca la fecha empieza a haber más resistencia a la celebración. Los juegos del 2020 fueron reprogramados al 23 de julio del 2021 y los paraolímpicos el 24 de agosto. Por lo que el pasado 16 de noviembre el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI) visitó Tokio y se reunió con el primer ministro Yoshihide Suga. Y en su momento Suga aprovechó la ocasión para afirmar “nuestra determinación es realizar unos juegos seguros y exitosos el próximo verano como prueba de que la humanidad ha derrotado el virus”.

Esas palabras, que seguramente fueron la gran motivación en el momento en que fueron reprogramados los juegos, no necesariamente cuentan hoy con la misma fuerza ni el mismo entusiasmo, pues son muchos más los países que se encuentran aún batallando para controlar la pandemia sin mucho éxito.

El playbook o libro de procedimiento de las Olimpiadas de Tokio del 2020 (que mantiene su nombre a pesar de que la celebración se lleve a cabo en el 2021) ha contado con varias revisiones y modificaciones del comité, en un esfuerzo por ajustarse a la realidad del Covid-19 y lo que se ha ido aprendiendo del virus. Y aunque está previsto que los atletas se hagan dos pruebas antes de salir de sus países para contar con la seguridad de estar negativos, una vez en la villa olímpica deberán practicarse pruebas diarias junto con otras normativas estrictas en pro de mantener su seguridad sanitaria.

Así como muchos atletas internacionales están ansiosos en participar, pues estas competiciones son la razón su devoción al entrenamiento, algunas figuras importantes han anunciado que no participarán. La misma sociedad civil japonesa que ha sido consultada en encuestas de opinión ha expresado su deseo en cancelar las olimpiadas por temor a más contagios. Pues la curva de casos ha aumentado considerablemente desde que fueron levantadas las restricciones.

El gobierno japonés sigue sumando esfuerzos en evitar que los juegos sean cancelados, porque de serlo verían como 26 mil millones de dólares se perderían, eso es parte de los costos de organización, de seguridad, de adaptación de las instalaciones deportivas o en algunos casos de construcción de ellas, las trasmisiones televisivas entre otras muchas cosas.

Reuters revelaba a finales de la semana pasada que tan solo 4,1 % de la población japonesa había sido vacunada mientras que comparaba con otros países del G7 en los que las fases se encontraban mucho más avanzado.

Las cifras oficiales de casos en Japón a dos meses de la celebración de las olimpiadas y los paraolímpicos son de 706.000 casos positivos y unas 12.000 muertes en total.

En este momento se calcula que el 80% de los atletas han sido vacunados lo que es una cifra muy alta, y el gobierno japonés ha sugerido a los comercios y restaurantes que cierren sus puertas a las 8 pm para intentar contener un poco la movilidad en la calle. Lo que ha llevado a un debate entre los juristas japoneses de si la medida es o no constitucional.

El Covid-19 no sólo ha cambiado la vida, la dinámica sanitaria, la economía y hasta la política de cada país del planeta, sino que ha ocasionado que la celebración de un evento tan codiciado entre las naciones anfitrionas se haya convertido en una problema para el país receptor quién aun haciendo todo correctamente podría acabar ganando el rechazo social de sus propios ciudadanos.

INTERREGNUM: Suga en Washington. Fernando Delage

El 16 de abril, el primer ministro de Japón, Yoshihide Suga, fue el primer líder extranjero recibido por Joe Biden en Washington desde su toma de posesión el pasado mes de enero. El gesto del presidente norteamericano no es en absoluto inusual. El antecesor de Suga, Shinzo Abe, fue también el primer jefe de gobierno extranjero que se reunió con Trump tras la victoria electoral de este último en 2016, y Japón fue asimismo el destino del primer viaje al exterior de Antony Blinken y de Lloyd Austin como secretarios de Estado y de Defensa de la nueva administración (como lo fue igualmente de otros secretarios de Estado anteriores).

El papel de Japón como aliado indispensable de Estados Unidos se ha reforzado aún más frente a la prioridad central del Indo-Pacífico en la estrategia internacional de Washington. Tokio no sólo puede ayudar a la Casa Blanca a recuperar el terreno perdido durante los últimos cuatro años, sino a complementarse en sus respectivas capacidades. Mientras Estados Unidos asume la principal responsabilidad en el terreno de la seguridad, Japón puede maximizar su protagonismo en cuanto a la financiación de infraestructuras o la promoción de las cadenas de valor y de interconectividad en la región.

Ambos, por resumir, desean coordinar sus esfuerzos frente al ascenso de China y las incertidumbres del escenario estratégico asiático. La cumbre de la semana pasada ha servido por ello para lanzar un mensaje conjunto tras la celebración del primer encuentro del Quad a nivel de jefes de gobierno, de las reuniones bilaterales mantenidas a nivel de ministros, y tras los duros intercambios entre diplomáticos chinos y norteamericanos en Alaska. También sirvió para preparar los próximos encuentros multilaterales previstos, como el convocado por Biden sobre cambio climático esta misma semana, o la cumbre del G7, en Reino Unido en junio, a la que se ha invitado a participar a India, Corea del Sur y Australia.

La atención, con todo, estaba puesta en cuestiones más inmediatas, relacionadas con las últimas acciones chinas. Biden y Suga denunciaron cualquier intento de modificar el statu quo regional por la fuerza, refiriéndose en particular a los mares de China Meridional y Oriental. Más significativo fue aún el reconocimiento de “la importancia de la paz y la estabilidad en el estrecho de Taiwán”. Fue la primera vez que la isla apareció de manera explícita en un comunicado conjunto de ambos países desde principios de los años setenta. La preocupación por la situación en Hong Kong y Xinjiang fue expresada igualmente, aunque Japón ha evitado por el momento la imposición de sanciones.

Las circunstancias de la región han cambiado, y Estados Unidos espera una mayor contribución de Japón a la alianza. Suga se ha encontrado por su parte ante la más importante oportunidad diplomática desde que accedió a la jefatura del gobierno el pasado otoño para elevar su perfil—la diplomacia no ha formado parte de su trayectoria política—, de cara a las elecciones generales de este mismo año. Pero, al mismo tiempo, Japón se encuentra frente al dilema bien conocido en su relación con Washington: entre el temor a verse atrapado en un conflicto iniciado por otros (no podría mantenerse al margen, por ejemplo, de un ataque chino a Taiwán), y el temor a verse abandonado por Estados Unidos y no poder apoyarse en la alianza para hacer frente a los riesgos en su entorno exterior.

EEUU y Japón refuerzan sus lazos. Nieves C. Pérez Rodríguez

El primer ministro japonés, Yoshihide Suga, fue el invitado de honor del presidente Biden el viernes pasado. Una gran distinción considerando que en palabras del propio Biden es el primer jefe de Estado al que él personalmente pidió que fuera invitado a la Casa Blanca. Este encuentro muestra la importancia de estas relaciones y cómo ambas naciones ven estratégica su relación y el compromiso bilateral que han asumido mantener e incluso reforzar.

Suga y Biden ya se habían reunido en encuentros previos -pero virtualmente- como el G7 y la cumbre de líderes del Quad. Y además, Biden envió a Japón a su secretario de Estado y el secretario de Defensa en su primera visita oficial física.

Biden aprovechó la ocasión para afirmar que ambas naciones trabajarán en conjunto para demostrar que las democracias aún son competitivas y que por lo tanto pueden ganar en el siglo XXI.

Suga correspondía diciendo: “Estados Unidos es el mejor amigo de Japón y además somos aliados que compartimos valores universales como la libertad, la democracia y los derechos humanos. Nuestra alianza ha cumplido un papel fundamental en la estabilidad y la paz en la región del Indo pacífico”.

Entre los puntos claves discutidos durante la visita estuvo la maligna influencia china en la paz y la prosperidad del Indo Pacífico y el resto del mundo. Suga afirmó que tanto Japón como Estados Unidos se oponen a cualquier intento de cambio del statu quo por la fuerza o la coacción en los mares de China oriental y meridional. Con esas palabras le decían a Beijing que, a pesar de todo el despliegue militar, de aviones sobrevolando las Islas Senkaku, el patrullaje chino en las aguas del mar de chino, el sobrevuelo constante de aviones militares sobre Taiwán, no conseguirán quitarle la libertad de navegación a la región.

En el encuentro se acordó fortalecer la competitividad en el campo digital invirtiendo en investigación, desarrollo y despliegue de las redes 5G e incluso la 6G. Y para ello Estados Unidos ha comprometido 2.5 mil millones de dólares y Japón 2 mil millones. La aproximación de lo presupuestado muestra el nivel de compromiso de Japón y como se ve a sí mismo como un líder en la región y por lo tanto en el mundo. Esta apuesta puede significar para Tokio la recuperación de su posición de liderazgo mundial y contrapeso con Beijing.

El resultado de la ejecución de este proyecto sería una red que permita conectividad global segura y de última generación como alternativa al 5G chino que tanta incertidumbre ha despertado y tantos debates y confrontaciones políticas y diplomáticas ha generado.

También anunciaron un plan para ayudar a la región del Indo Pacífico a recuperarse de la pandemia, incluso a través de la asociación de vacunas del Quad en conjunto con Australia e India. El objetivo es fabricar, distribuir vacunas y ayudar a la recuperación de los países de esta región post pandemia. Y a la vez, ir estableciendo un sistema internacional de prevención de futuras pandemias.

Estados Unidos y Japón intercambian más de 300.000 millones de dólares en bienes y servicios cada año, lo que los convierte en principales socios comerciales. De acuerdo con cifras oficiales del Departamento de Estado, Estados Unidos es la principal fuente de inversión directa en Japón, y Japón es el principal inversor en los Estados Unidos, con 644.700 millones de dólares invertidos en 2019 a largo de los 50 estados americanos.

La Administración Biden ha dicho desde que tomó posesión que China representa el principal riesgo para Estados Unidos, y todo indica que ese riesgo lo ha tomado muy en serio y están dispuestos a neutralizarlo. La libertad de navegación de los mares del sur y del este de China y la seguridad de la cadena de suministro de semiconductores, junto con una red de 5G occidental, abordar la situación nuclear norcoreana y la estabilidad de la península coreana, el compromiso medio ambiental que acentuaron junto con el relanzamiento de una alianza cada vez más compleja y ambiciosa constituyen la hoja de ruta que definirá el relanzamiento de estas relaciones bilaterales. Y con ello el potencial renacer de dos potencias caminando de la mano.