¿Y después de las elecciones estadounidenses qué? Nieves C. Pérez Rodríguez

La silla del hombre más poderoso del mundo se debate entre la continuidad de la Administración Trump y un cambio partidista y de valores encabezado por Joe Biden. La división del país, y por tanto de los votantes, es profunda y muchos analistas están previendo un escenario post electoral incierto e incluso violento.

Cómo todo lo ocurrido este año, el proceso del ejercicio del voto ha sido distinto. Para evitar grupos masivos de electores practicando su derecho electoral, cada Estado ha determinado cuándo comenzar un proceso adelantado al día oficialmente previsto. Los primeros en la lista fueron Wyoming y Dakota del Sur que comenzaron el 18 de septiembre y consecutivamente cada Estado ha ido estipulando qué día abrirían el proceso de votación. En busca de flexibilidad se ha permitido votar en persona en los lugares previstos para ello desde el día que se ha habilitado hasta el mismo 3 de noviembre día oficial de las elecciones. También se ha permito a un grupo de mayor riesgo a votar por correo. 

Precisamente el voto por correo ha sido objeto de mucha controversia. Por una parte, el llenado incorrecto de las papeletas electorales que acaba siendo computado como un voto nulo. Pero también ha habido mucha desinformación auspiciada por el mismo presidente Trump. Desde agosto Trump ha insistido constantemente en que el voto por correo puede ser manipulado y que las papeletas podrían ser enviadas a áreas demócratas y no republicanas. Una afirmación sin ningún fundamento debido a que la distribución del material electoral está en manos de funcionarios del estado e instituciones públicas, quienes han asegurado que se ha hecho siguiendo rigurosamente los protocolos.

En una primera etapa Trump aseguraba que las oficinas postales no contaban con capacidad para manejar esos volúmenes de votos. Lo que es también falso, pues Estados Unidos es de los pocos países en el mundo en el que las oficinas de correos se utilizan a diario por millones de ciudadanos y el envío de correspondencia en este país es extraordinariamente grande. Trump ha cuestionado por años la legitimidad de las elecciones en Estados Unidos. Incluso cuando él mismo ganó en el 2016 aseguró que lo había hecho porque millones y millones votaron por él pero lo cierto fue que perdió el voto popular aunque ganó el voto de los colegios electorales.

La desinformación generada por el mismo presidente, junto con las manifestaciones de diversos grupos que han acabado en muchos casos con violencia en diferentes ciudades del país, son un reflejo de la complicada situación domestica que vive Estados Unidos, y que fácilmente se pueden convertir en el caldo de cultivo para una posible situación de violencia después del anuncio de los resultados electorales.

En una sociedad tan dividida las ganas de votar son más fuertes. Por lo tanto, desde septiembre hasta el pasado viernes 22 de septiembre, millones de ciudadanos ya han emitido su voto a lo largo del país. La mayoría de esos votantes son demócratas. De momento una encuesta de CNN hecha el pasado viernes ubica a Biden como ganador con el 53%  y a Trump en un 42%. Sin embargo, se prevé que la gran mayoría que votará republicano lo hará el mismo 3 de noviembre, lo que podría cambiar la situación para el final del día electoral y los exit polls del día electoral podrían dar como gran ganador a Trump y en el recuento final arrojar números distintos, es decir, que el ganador sea Biden.

En ese escenario los analistas están temiendo que los grupos armados – como las milicias- salgan a defender el voto a favor de Trump. Y en el extremo opuesto saldrían los grupos de extrema izquierda a defender a Biden.  En efecto, el Departamento de Seguridad Nacional a finales de septiembre advertía en un informe que los blancos supremacistas violentos era la amenaza más persistente y letal en el país y que, posibles complots de esos grupos con esquemas como los secuestros de los gobernadores de Michigan y Virginia frustrados por el F.B.I. podrían estar fraguándose.

Ambos grupos radicales se encuentran en extremos ideológicos opuestos y la motivación de defender el voto de su preferencia se convierte en un motivo de lucha.  A pesar de que se está temiendo violencia, estamos hablando de violencia controlada en ciudades o puntos determinados de la nación, no del desencadenamiento de movimientos en todo el país que pueda acabar en una especie de enfrentamiento a gran escala nacional.

Sea como sea, a pequeña o a mediana escala, lo cierto es que tan solo suponer que pueda haber algo de violencia es un golpe a la imagen de la nación con la mayor trayectoria democrática del mundo. Como líder y ejemplo internacional es una estocada al retrato de unión doméstica y a imagen de fuerza que le ha permitido imponer respeto y exportar su modelo por el mundo en los últimos 70 años.

Pero peor aún en la situación actual en la que se está debatiendo el liderazgo internacional entre Washington y Beijing, una situación violenta post electoral debilitaría la imagen de Estados Unidos en el exterior facilitándole el camino al PC chino en sus ambiciones internacionales, de manera especial en Asia, en donde los aliados de occidente quedarían en una posición precaria y de alto riesgo.

Qué significa el cambio de estatus de Hong Kong. Nieves C. Pérez Rodríguez

El presidente Trump reaccionaba ante la nueva ley de seguridad nacional china con sanciones a Beijing. Pero también lo hacía amenazando con quitarle el estatus comercial del que Hong Kong ha gozado. Aunque aún es pronto para determinar con precisión los efectos de ese cambio, ¿qué significa esto para la región autónoma en cuestión?

Ese pequeño territorio de poco más de mil kilómetros cuadrados, que es el Silicon Valley de Asia, donde se ha desarrollado tecnología de primera, ha sido un puente entre China y Occidente. Con una cultura asiática fuertemente influenciada por la británica, podría desaparecer tal y como lo conocemos, por lo que acabaría convertido en una ciudad moderna china, una especie de Shanghái.

La Cámara de Comercio estadounidense en Hong Kong acaba de publicar un estudio de opinión hecho a sus miembros, en la que el 53,33% manifiesta estar muy preocupado con la nueva ley de seguridad nacional y un 30% medianamente preocupado. En cuanto a si se cree que la ley afectará a sus negocios, el 60% está convencido de que así ocurrirá. En la pregunta sobre si la aplicación de la ley los empujaría a irse de Hong Kong, el 32% respondió que sí, en contra de un 62% que cree que no. Y al posible traslado de las empresas, más del 70% afirmó no tener planes de traslados, frente a un 29% que admitió que lo haría.

En Hong Kong hay unas 1.300 empresas estadounidenses, de acuerdo a Al-Jazeera, y éstas emplean unas 100.000 personas. A Daryl Guppy -conocido analista financiero australiano- le preocupa que si se impusieran tarifas a esas empresas unos 66 mil millones de dólares estadounidenses estarían en riesgo, de los cuales 50 mil millones son exportaciones americanas a Hong Kong.

Otro aspecto engorroso sería el burocrático para acceder a Hong Kong. Hasta ahora para cualquier estadounidense visitar la isla implicaba un trámite sencillo. De necesitarse visas, el proceso sería más largo y complicado, y potencialmente quedaría en las manos de autoridades chinas.

La disputa aeronáutica. Los últimos días se han incrementado las tensiones en la obtención de permisos de las compañías aéreas estadounidenses que buscan reactivar sus vuelos a territorio chino. A pesar de que todo parece indicar que se restablecerán eventualmente, situaciones como éstas podrían dificultar los viajes a Hong Kong -que hasta ahora eran directos desde varios puntos de los Estados Unidos- por lo que otro destino podría ser más atractivo para inversionistas.

De acabarse con el atractivo de Hong Kong, Singapur podría ser la alternativa para las grandes corporaciones y marcas estadounidenses que estén en búsqueda de sustituir lo que ofrecía Hong Kong.

El target de las sanciones muchas veces no es el receptor exclusivo de las mismas. En este caso, el pueblo hongkonés está siendo afectado por partida doble. De un lado por el Partido Comunista chino con la imposición de la ley de seguridad nacional que acaba con “un país, dos sistemas” y por lo tanto, estaríamos frente a un país, un sistema, y con ello la caída de las libertades y el sistema democrático que han venido gozado. Y, por otro lado, la anulación del estatus económico especial que le había dado Washington, que le permitió florecer en el Hong Kong de hoy, dinámico, talentoso y en el centro financiero internacional que conocemos, puede causar un daño irreversible en la población, que lleva un año gritando no al control chino -con protestas en la calle-. Pero que desde hace mucho más teme que las alas de libertad se sustituyan con controles y restricciones.

INTERREGNUM: Trump contraataca (a sus aliados). Fernando Delage

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, parece estar dispuesto a abrir una nueva etapa en la reclamación a sus aliados de una mayor contribución a los gastos de defensa. Mientras se espera que insista de nuevo en la cuestión con motivo de la cumbre de la OTAN que se celebrará en Londres la próxima semana, ya ha abierto el camino con los aliados asiáticos.

Durante la campaña electoral de 2016, Trump no dejó de criticar a Corea del Sur y a Japón por el “aprovechamiento” por parte de ambos de sus pactos defensivos con Washington. Sus dos años en la Casa Blanca no le han hecho cambiar de opinión. El 15 de noviembre, la administración norteamericana exigió a Seúl un aumento del 400 por cien de su contribución anual a los gastos derivados de la presencia militar de Estados Unidos en Corea del Sur, para pasar de los casi 1.000 millones de dólares que pagará este año a un total de 4.700 millones de dólares. Sólo dos días más tarde, Washington pidió a Tokio que cuadruplique su aportación por el mismo fin, de 2.000 millones de dólares a 8.000 millones de dólares.

Estados Unidos ha abandonado las conversaciones con Seúl al no acceder éste, como cabía esperar, a sus demandas. Desde 2016, Corea del Sur paga aproximadamente la mitad de los gastos que suponen los 28.000 soldados de Estados Unidos en su territorio. Gasta, además, buena parte de su presupuesto militar—el 2,6 por cien del PIB, más que cualquier miembro europeo de la OTAN—en armamento norteamericano (hasta 13.000 millones de dólares durante los últimos cuatro años). Seúl absorbe además otros gastos no cubiertos por el acuerdo sobre tropas, como la construcción de Camp Humphreys, la que será mayor base de Estados Unidos en el extranjero (lo que representa otros 10.000 millones de dólares).

Aunque Japón gasta un menor porcentaje de su PIB en defensa que Corea, es una economía mayor y, por tanto, gasta más en términos absolutos. Tokio cubre aproximadamente el 70 por cien del gasto de las fuerzas norteamericanas en el archipiélago (54.000 hombres) y la práctica totalidad del coste de construcción de las nuevas instalaciones de Estados Unidos en Futenma e Iwakuni, así como un tercio de las que se están construyendo en Guam. Japón compra además el 90 por cien de su armamento a Estados Unidos. La negociación para renovar el acuerdo con Japón debe empezar en el primer semestre de 2020.

La Estrategia de Seguridad Nacional de la administración Trump hace hincapié en las “extraordinarias ventajas” que le proporcionan sus alianzas: proyectan el poder e influencia de Estados Unidos, y maximizan sus capacidades políticas y económicas. La Estrategia de Defensa Nacional señala por su parte que la “red de alianzas y asociaciones estratégicas de Estados Unidos continúa siendo la espina dorsal de la seguridad global”, al proporcionar “acceso a regiones clave y respaldar un sistema de bases que sustenta el alcance internacional de nuestro país”. Sin embargo, es el propio Trump quien está haciendo que los aliados se cuestionen el compromiso de Washington con su seguridad.

Incluso si el presidente diera marcha atrás en sus irrealistas demandas, ha vuelto a dañar la credibilidad de Estados Unidos y a humillar a sus aliados. No debe extrañar por tanto que Seúl y Tokio vean en la reelección de Trump en 2020 una amenaza mortal a sus alianzas. Kim Jong-un estará encantado, aunque quizá no tanto como los líderes chinos, a los que Washington habrá regalado uno de sus grandes objetivos.

EEUU: el Departamento de Estado a la deriva. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- La consultora Global Situation Room ha publicado un informe sobre El estado actual de la diplomacia estadounidense. El estudio se basó en encuestar a cincuenta exembajadores estadounidenses y altos ex consejeros de seguridad nacional de administraciones tanto republicanas como demócratas.

El informe comienza con la pregunta ¿Aprueban el trabajo que desempeña Mike Pompeo como secretario de Estado? Sólo el 14,29% respondió afirmativamente, frente a un 85,71% que aseguraron no aprobarlo. Y entre lo que más preocupa a los encuestados es la ausencia de una estrategia clara y definida a seguir junto con el gran número de puestos dentro del Departamento de Estado que han reemplazado a los profesionales de carrera con nuevo personal.

Asimismo, expresaron su preocupación frente al hecho de que el presidente tome decisiones de política exterior sin contar con la opinión profesional del Departamento de Estado o el Pentágono. Opinan que sobre lo que se decide no se toma en cuenta las consecuencias, así como el posible impacto que una decisión puede tener sobre los aliados.

Otra de las preguntas fue si el recorte de personal está teniendo un impacto en la seguridad nacional de los Estados Unidos. A lo que el 88% de los consultados creen que si hay un impacto directo en la seguridad nacional y el 12% no cree que sea así.  Y esa mayoría opina que, según los informes internos de las instituciones, los ataques que están teniendo lugar de manos de personal designado por Trump a funcionarios de carrera socavan la función de la institución y el estado de derecho.

En cuanto a cómo describiría la situación de seguridad de las embajadas y los consulados estadounidenses en los dos últimos años había tres opciones de respuestas. La primera, de mejoría, no fue apoyada por nadie. La segunda opción, de empeoramiento, obtuvo un 38,30% a favor, y el 61,70% optó por la tercera respuesta que es que se mantiene sin cambios.

¿Ha perdido Estados Unidos significativa influencia bajo el mando del presidente Trump? El 96% de los consultados se manifestaron de acuerdo en la pérdida de influencia del país bajo la Administración Trump, y tan sólo un 4% afirmó que no.

¿Los adversarios estadounidenses han crecido más y se han hecho más fuertes y más influyentes desde que Trump está en el poder? El 92% de los encuestados afirmaron que sí, mientras que sólo un 8% estuvo en desacuerdo. Asimismo fueron preguntados sobre que países se han beneficiado más de la Administración de Trump. Un 40% respondió que Arabia Saudí, un 30% que Israel, un 20% que Rusia, y el 10% restante se lo repartieron entre China,  Emiratos Árabes, Pakistán y Corea del Norte.

Otra pregunta fue ¿Dónde tendrá lugar la próxima crisis? En este caso el 32,65% considera que será China, seguido por Irán con el 28,57%. Y dejando a Venezuela en un tercer lugar con el 6,12%.

Este informe se llevó a cabo a casi un año de las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, por lo que aprovecharon para preguntar a los encuestados si los candidatos demócratas han dedicado suficiente tiempo a discutir planes de Seguridad Nacional. Una gran mayoría, el 80%, se mostró en desacuerdo.

Al final de la encuesta dejaron a los entrevistados exponer brevemente los temas que más les preocupan y muchos coincidieron en el estado actual en el que se encuentra el Departamento de Estado. Desde que Trump tomó posesión, el número de diplomáticos y funcionarios de carrera de rango medio, que son los que cuentan con unos 15 años de experiencia, se han marchado, dejando un gran hueco que no puede ser llenado.

Si ese éxodo continúa en los próximos cuatro años, el Departamento de Estado estará en una situación comprometida. Unido a ello, se ha interrumpido el reclutamiento de diplomáticos, lo que significa que, junto con las jubilaciones masivas de los últimos años, se habrá perdido el mayor talento que poseía la institución.

La baja moral es también otro aspecto que preocupa mucho a quienes fueron consultados. Y algunos insisten en que es un elemento que cada día se agudiza con la manera en que se toman las decisiones y cómo se prioriza la política sobre la de los intereses nacionales de la nación estadounidense.

El informe se puede encontrar en la siguiente página web (en inglés) https://www.thesituationreports.com/

¿Cuál es el problema con Huawei? Miguel Ors Villarejo

Es fácil pintar a Donald Trump como un pobre paranoico. De hecho, es un pobre paranoico. Según él, Hillary Clinton ganó en California gracias a un fraude masivo, los inmigrantes mexicanos se dedican a violar y traficar con drogas, el algoritmo de Google sabotea sus discursos y los periodistas somos unos malditos lunáticos. Ahora mantiene que Huawei es el caballo de Troya de Pekín e incluso ha instado la detención en Canadá de Meng Wanzhou, la responsable de finanzas de la multinacional. Es difícil no sentirse tentado de dar la razón al Global Times chino cuando advierte: “Washington no debería utilizar su legislación para desvirtuar la competencia”. ¿Estamos ante otra escaramuza de la guerra comercial o hay motivos para la inquietud?

Por lo que he podido comprobar leyendo algunas crónicas del Congreso Mundial del Móvil, la prensa española, sin llegar a tomar partido abiertamente por nadie, tiende a simpatizar con Huawei. Y es verdad que nadie ha sido capaz hasta ahora de encontrar nada sospechoso en sus dispositivos. Como subrayó en Barcelona Guo Ping, presidente rotatorio de la compañía: “No tienen ninguna prueba, no tienen nada”. Por su parte, el fundador Ren Zhengfei negó en una reciente entrevista las acusaciones de espionaje. “Jamás instalaremos puertas traseras”, afirmó. Y añadió tajante: “Incluso si una ley china nos lo requiriera, lo rechazaríamos enérgicamente”.

En realidad, esa ley ya existe. La Asamblea Popular la aprobó en junio de 2017 y contempla la incautación de todo tipo de material cuando se considere que la seguridad nacional está en juego. Ya vimos lo complicado que es sacudirse la presión del Estado incluso en una democracia consolidada como la estadounidense cuando el FBI reclamó a Apple que le facilitara el acceso al iPhone de un terrorista. ¿De verdad se cree alguien que la resistencia de Zhengfei, por enérgica que fuera, supondría un obstáculo para Xi Jinping?

Trump no es el único que está inquieto con Huawei. Australia y Nueva Zelanda ya la han excluido del desarrollo de su red 5G y Polonia, Canadá y Alemania podrían seguir sus pasos. La agencia de ciberseguridad de la República Checa ha alertado de los riesgos que entraña la firma china y el Reino Unido ha encargado un informe sobre la conveniencia de una prohibición total, aunque sus servicios de inteligencia la habrían desaconsejado.

Incluso aunque Huawei no fuera china, la cuota de mercado que ha acumulado en infraestructuras de última generación ya sería problemática, sobre todo en España, donde ronda el 60%. Pero es que es china y, una vez superado el enérgico rechazo de Zhengfei, sus autoridades dispondrían de una poderosísima arma. “Un ciberataque puede ser tan destructivo como un ataque convencional”, escribe el secretario general de la OTAN Jens Stoltenberg. Y recuerda cómo en vísperas de las Navidades de 2015 Kiev se quedó misteriosamente sin luz. El apagón apenas duró unas horas, pero “la temperatura de las casas se situó rápidamente bajo cero y las cañerías empezaron a helarse”. Stoltenberg cree que el agresor (¿Rusia?) solo quería enseñar la patita, pero bastó para que en la Alianza impulsaran el gasto en ciberdefensa. Ahora montan “cibermaniobras a gran escala” con “ciberfuego real”, en las que los ejércitos ponen a prueba su destreza contra adversarios de talla mundial.

Hace unos años, la prioridad era salvaguardar las plantas eléctricas, las torres de control o los centros de comunicaciones, pero el internet de las cosas y el 5G han creado nuevas vulnerabilidades. Los fabricantes de electrodomésticos inteligentes no actualizan su software ni facilitan parches y, una vez localizada una puerta trasera, los delincuentes entran y salen a su antojo. Pueden, por ejemplo, acceder a la programación de su termostato y averiguar a qué horas está usted fuera de casa. Pueden infiltrarse a través de la nevera o el horno en su ordenador, espiarlo con la cámara y grabarlo mientras navega por sitios inapropiados. O pueden encender su aparato de aire acondicionado y el de miles de vecinos simultáneamente y provocar una sobrecarga en el sistema. Un artículo presentado en agosto en el Simposio de Seguridad Usenix simulaba un asalto de esta naturaleza y concluía que un aumento súbito de la demanda del 30% podía dejar fuera de combate todos los generadores de una zona.

George R. Lucas, un profesor de la Escuela Naval de Estados Unidos, declaraba en 2014 que la tecnología precisa para perpetrar un gran ciberatentado “simplemente desborda las posibilidades intelectuales, organizativas y de recursos humanos de los grupos terroristas mejor gestionados y financiados”, pero eso ya no es un impedimento. Los terroristas no necesitan saber informática. “En la web oscura hay plataformas donde se intercambia malware o se contratan los servicios de piratas”, me contaba hace unos meses María Campos, vicepresidenta mundial de Grandes Cuentas de Panda Security. La policía desmanteló en febrero de 2018 un foro de esta naturaleza que operaba bajo el lema In fraud we trust (En el fraude confiamos).

Y si un delincuente de tres al cuarto es capaz de poner patas arriba un país, ¿qué no podría hacer Pekín a través de las autopistas que le han tendido sus compañías?

Nadie dice que vaya a hacerlo. No estamos además completamente inermes. Un estudio reciente de la Universidad de Oulo (Finlandia) sostenía que muchos peligros se conjuran con una regulación adecuada y el cumplimiento de unas normas elementales de higiene digital, como cambiar las contraseñas que vienen por defecto, actualizar el software o deshabilitar los accesos remotos. También las empresas tienen que cambiar su mentalidad. “La seguridad debe tenerse en cuenta desde el principio”, dice Campos. “No es un pegote que se pone deprisa y corriendo en el último minuto. Hay que planificarla en origen, igual que se hace en la construcción. A ningún promotor se le ocurre entregar una vivienda sin cerraduras”.

Esta concienciación puede llevar de todos modos algún tiempo y, entre tanto, un poco de paranoia trumpiana a lo mejor no estaba de más.

INTERREGNUM: Vulnerabilidades chinas. Fernando Delage

El encuentro, esta semana en Vietnam, del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, con el líder norcoreano, Kim Jong-un, se produce días antes de la fecha límite establecida por Washington—el 1 de marzo—para aumentar los aranceles impuestos a productos chinos del 10 al 25 por cien, a menos que se logre un acuerdo con Pekín. Se celebra igualmente en vísperas de la entrega del informe del fiscal especial Robert Mueller sobre las relaciones de Trump con Rusia. Las posibles conexiones del presidente norteamericano con Moscú son una fuente permanente de vulnerabilidad personal, mientras que su declaración de guerra comercial a Pekín no animará a los líderes chinos a ayudarle en la resolución del problema norcoreano.

Pero si las interconexiones son inevitables en la era de la globalización, las debilidades tampoco se concentran en una sola parte. Así se ha puesto en evidencia en China mediante dos recientes señales. En enero, en un discurso en la Escuela Central del Partido Comunista, el presidente Xi Jinping se refirió a las múltiples amenazas externas e internas que afronta la República Popular. El 16 de febrero, Qiushi, la publicación que marca la ortodoxia ideológica del Partido, publicó por otra parte unas palabras pronunciadas por Xi a puerta cerrada el pasado mes de agosto, reclamando un mayor activismo en la defensa de los principios de la organización.

En sus intervenciones, el presidente chino ha descrito una situación global “complicada e impredecible”. Aunque los analistas lo han entendido como una referencia a las actuales tensiones con Washington, probablemente también incluye la percepción de una creciente actitud defensiva por parte del mundo exterior con respecto a las inversiones estratégicas y la interferencia política de la República Popular. Con todo, Xi también ha hecho hincapié en los riesgos internos que afronta la estabilidad política; riesgos derivados tanto de las denominadas “cinco nuevas categorías”—abogados defensores de los derechos humanos, iglesias clandestinas, comentaristas en Internet, y grupos sociales menos favorecidos—como de los críticos con la acumulación de poder por Xi y la recuperación de prácticas que recuerdan al maoísmo. La respuesta del presidente, además de sus reiteradas denuncias del “constitucionalismo occidental”, ha sido previsible: una nueva exhortación a los cuadros del régimen a estar alerta contra la infiltración ideológica de las fuerzas hostiles y a extremar la lealtad hacia los valores y principios del Partido Comunista.

En un sistema donde nada se hace por casualidad, la publicación de estos discursos no es mera rutina. La imposición de tarifas por parte de Estados Unidos y la reacción contra sus actividades ilegales en el exterior, se ha traducido desde la pasada primavera en una notable reducción del crecimiento económico; algunos observadores hablan incluso de contracción. La cifra de desempleo ha aumentado, y se multiplican las voces que, además de señalar lo erróneo del enfrentamiento con Washington, pronostican un escenario negativo si se sigue defendiendo a las empresas públicas a costa del sector privado. Esta deriva podrá provocar una creciente oposición a Xi, pese al reforzamiento en curso del aparato de propaganda.

Cada uno de los dos principales líderes políticos del planeta tiene razones, por tanto, para sacar partido a la reunión que tienen previsto mantener hacia finales de marzo en Florida. Trump necesita neutralizar la amenaza norcoreana—aunque no se avance en la desnuclearización de la península—y “vender” a su opinión pública la firma de un acuerdo con Pekín, aunque éste sólo ceda en cuestiones menores y no en la reforma estructural de su economía. Xi tiene que lograr por su parte un equilibrio entre los imperativos del control ideológico y el pragmatismo que requiere su supervivencia política. Necesita una tregua que le permita minimizar la movilización en su contra de las elites chinas.

Erótica del muro. Miguel Ors Villarejo

Aunque Donald Trump ha acaparado todos los focos, la construcción del muro con México no ha sido una ocurrencia suya. De hecho, de los casi 3.000 kilómetros de frontera, unos 1.000 ya están fortificados por un parapeto concebido por George W. Bush y levantado básicamente durante el mandato de Barack Obama.

Y no es solo Estados Unidos. Con todo lo que se nos llena la boca hablando de globalización, desde el final de la Guerra Fría estas barreras internacionales han pasado de 15 a 70. Vivimos en un mundo claramente más pacífico, como refleja el Human Security Report. ¿A qué obedece esta obsesión por encerrarnos?

David Carter y Paul Poast, dos profesores de Princeton y Chicago, analizan en el Journal of Conflict Resolution 62 muros fronterizos y su conclusión es que el móvil fundamental es económico. “Los límites que separan países con distintos niveles de desarrollo”, dicen, “tienden a ser inestables”. Los ciudadanos del lado más acomodado se quejan de que sus negocios y sus salarios se ven afectados por el tráfico de bienes y personas y votan a los políticos para que lo repriman. ¿Y qué mejor modo de lograrlo que un muro de 10 metros coronado por unos rollos de afilada concertina?

El problema es que no se trata de una solución barata. No basta con plantar el entramado de barras de hierro corrugado, colocar el encofrado y verter el hormigón. Una estructura así sería un mero obstáculo de equitación. Hay que instalar cámaras y sensores de calor y movimiento, apostar garitas y centros de control, montar patrullas y soltar drones. “En 2009”, escribe Elisabeth Vallet, directora del Centro de Estudios Geopolíticos de la Universidad de Québec, “la Oficina General de Contabilidad de Estados Unidos calculó que el coste de hacer una simple valla en California oscilaba entre uno y 6,4 millones de dólares por kilómetro. Y en un terreno más hostil geológica y jurisdiccionalmente como Texas, la factura podía elevarse hasta los 21 millones”.

Además, como cualquier otra inversión, los muros están sujetos a rendimientos decrecientes. Un informe de la Universidad de Cornell para el Congreso observaba en 2012 que la impermeabilidad absoluta no era “un objetivo realista”, porque cada nuevo tramo “será más caro de construir y mantener y tendrá un efecto disuasorio menor”. El documento sugería que los recursos para combatir la inmigración ilegal estarían mejor gastados en vigilar los puertos y los aeropuertos del país, por donde se cuelan el doble de ilegales. Por ello, con buen criterio, Obama abandonó el proyecto de blindar toda la frontera con México.

¿Por qué lo ha recuperado Trump? No por su resultado. A la semana de llegar a la Casa Blanca, en una conversación telefónica privada (y posteriormente filtrada), el presidente manifestaba a su homólogo Enrique Peña Nieto que la importancia de la iniciativa era sobre todo “psicológica” y que, “desde un punto de vista económico, es el asunto menos relevante que vamos a abordar”. Tenía toda la razón. Los investigadores Treb Allen, Melanie Morten y Cauê de Castro han evaluado la eficacia del muro que ya hay en pie y estiman en 80.000 la reducción de entradas irregulares. Esta menor presión migratoria moderó la competencia que sufrían los empleados estadounidenses menos cualificados y alivió su situación, pero no significativamente: su renta per cápita apenas aumentó en 36 céntimos.

No parece un éxito resonante, pero es que además Allen, Morten y Castro conjeturan en su artículo el impacto de una política alternativa. Si en lugar de encarecer el coste de cruzar la frontera levantando un muro se hubiera facilitado el transporte de mercancías entre los dos países, muchas más empresas se habrían localizado en el norte de México, para explotar la ventaja estratégica que suponen una mano de obra barata y la cercanía del mercado estadounidense. Esta mayor actividad habría retenido en su suelo a más mexicanos y disminuido en 110.000 personas el flujo de ilegales.

Se trata, como ven, de una opción no solo más efectiva, sino infinitamente más barata. ¿Cuál es su pega? La invisibilidad. Un muro es enorme. Para construirlo hay que movilizar ejércitos de obreros, hormigoneras, grúas. Y en vísperas de las elecciones, los políticos pueden fotografiarse delante mientras cortan una cinta o descubren una placa.

No hay color, no me digan.

INTERREGNUM: Trump, Kim y los aliados. Fernando Delage

A finales de este mes, posiblemente en Vietnam, el presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump, y el líder norcoreano, Kim Jong-un, celebrarán un segundo encuentro. Una nueva reunión a este nivel puede servir, como la reunión de junio en Singapur, para crear una aparente dinámica de estabilidad entre ambas naciones, y por tanto en la región. Sin embargo, ni resolverá el problema de fondo—Kim no va a renunciar a sus capacidades nucleares—ni tranquilizará a los aliados de Estados Unidos, con cuyos intereses Washington no parece contar.

Así ocurre con Corea del Sur estos últimos días. El 31 de diciembre venció el acuerdo entre ambos socios sobre la financiación de la alianza; unas condiciones que se han actualizado cada cinco años desde 1991. Según diversas fuentes, la Casa Blanca exige a Seúl un aumento de su contribución del orden del 50 por cien, una demanda que ningún gobierno surcoreano—menos aún uno de izquierdas como el actual—podría aceptar. A medida que pasen las semanas sin un entendimiento, aumentan las posibilidades—se temen numerosos analistas—de que Trump pueda ofrecer a Kim alguna concesión con respecto a la alianza. Quizá no fue casualidad que la dimisión de James Mattis como secretario de Defensa se anunciara tras concluir la última ronda de conversaciones con Corea del Sur, como tampoco lo es que Trump haya vuelto al ataque en Twitter sobre cómo la seguridad de sus prósperos aliados está subvencionada por los contribuyentes norteamericanos. La retirada de Siria y Afganistán indica que la hostilidad del presidente hacia las alianzas no es mera retórica.

Dividir a Estados Unidos y Corea del Sur es por supuesto un elemento central de la estrategia de Pyongyang. Y es un objetivo detrás del precio que Kim puede pedir—en forma de retirada de los soldados norteamericanos del Sur de la península—para ofrecer a la Casa Blanca no el abandono de sus instalaciones nucleares, pero sí el fin del desarrollo de misiles intercontinentales, la prioridad más inmediata para la administración Trump. Las recientes declaraciones del secretario de Estado, Mike Pompeo, a Fox News, en el sentido de que lo primero es la seguridad del territorio de Estados Unidos han sido por ello un jarro de agua fría para Seúl, y un motivo de satisfacción para Corea del Norte.

Es mucho en consecuencia lo que está en juego en este segundo encuentro. Trump busca el mayor triunfo en política exterior de su presidencia, para poder utilizarlo de cara a su reelección. Pero puede poner también en marcha un desastre estratégico a largo plazo para la seguridad de Corea del Sur, para la de otros aliados—como Japón—y en realidad para los propios Estados Unidos. Si Washington pierde Seúl, perderá la península y el noreste asiático en su conjunto. Kim habrá ganado una partida, pero no final: quizá Corea del Sur tendrá que plantearse su nuclearización, aunque el juego quedará en buena medida en manos de China, que observa con deleite cómo esta Casa Blanca deshace sistemáticamente los pilares del poder norteamericano en Asia. (Foto: Matt Brown)

La mano derecha de Kim Jong-un visita Washington. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- Tal y como anunciamos en esta columna la semana pasada, los pasos al segundo encuentro entre Kim Jong-un y el presidente Trump están avanzando. Kim Yong Chol, el elegido por el líder norcoreano para negociar con Washington, llegó a la capital el pasado jueves por la noche y el encargado especial para Corea del Norte del Departamento de Estado, Stephen Biegun, lo recibió en el aeropuerto y lo acompañó hasta el hotel. El viernes se reunió con el Secretario de Estado y luego se dirigió a la Casa Blanca donde pasó una hora y media en compañía de Trump. En este encuentro se acordó que la segunda cumbre se efectuará a finales de febrero, de acuerdo a palabras de la portavoz de prensa de la Oficina Oval.

Con pocos detalles desvelados, ahora la incertidumbre recae en el lugar del encuentro. The Wall Street Journal afirmaba que fuentes cercanas a las partes habían dicho que se están valorando Vietnam o Suecia. Mientras las reuniones tenían lugar en la capital estadounidense, Choe Son-hui, viceministro de Relaciones Exteriores de Corea del Norte, aterrizaba en Suecia, para participar en una conferencia organizado por el primer ministro del país, que consiste en pequeños grupos de trabajo con expertos internacionales. Evento en el que Stephen Biegun también participaba. Y a pesar de que no ha habido confirmaciones oficiales, se esperaba que Choe y Biegun se reunieran para acordar más detalles de la segunda cumbre entre Trump y Kim.

La Administración Trump se muestra muy positiva ante la los avances que pueden conseguir en un segundo encuentro y la disposición de Pyongyang a negociar. El mismo Pompeo admitió que a pesar de que Kim Yong Chol no respondió preguntas de periodistas, si posó con una sonrisa para la foto, lo que podría ser interpretado como un cambio o al menos una ligera apertura.

Sin embargo, es importante destacar que no se ha podido verificar ningún progreso real de desnuclearización de Corea del Norte. Es más, muchos expertos afirman que el régimen de Kim no ha tomado ninguna medida para desnuclearizarse, por el contrario, afirman que han seguido avanzando en su programa nuclear desde junio, momento de la primera cumbre en Singapur.

El mismo vicepresidente estadounidense, Mike Pence, admitió en un evento en el Departamento de Estado la semana pasada que “hay una falta de progreso”, mientras ponía el énfasis en que el diálogo entre Trump y Kim es prometedor. Sin embargo, remarcó que la Administración Trump sigue a la espera de pasos concretos por parte de Corea del Norte, como “el desmantelamiento de arsenal nuclear que representa un riesgo para nuestra gente y nuestros aliados”.

El mismo Trump ha asegurado que un segundo encuentro entre él y el líder norcoreano podría permitir que se suavicen las grandes diferencias y se mejoren las relaciones entre ambos líderes que han estado marcadas por décadas de desconfianza. Sin embargo, los hechos demuestran que después de Singapur no ha habido ningún progreso real en la demanda principal de Estados Unidos: “la desnuclearización de la Península Coreana”. Por lo contrario, en un conato fallido de reuniones entre ambas partes el pasado otoño en Naciones Unidas, las reuniones ni siquiera pudieron llegar a organizarse. Y el mismo Stephen Biegun no ha podido dar resultados concretos, pues los norcoreanos han exigido que las reuniones sean con el mismo Pompeo. Todo apunta a que Pyongyang es quien están controlando la situación.

En el terreno diplomático, la Administración Trump está acabando sus cartuchos. Trump ha hecho brillar a un dictador opresor en la escena internacional, le ha otorgado estatus de líder que merece un tratamiento de Jefe de Estado de país libre y, a cambio, no ha conseguido más que promesas. Este segundo encuentro tiene que dar resultados reales. Tiene que fijarse una agenda de inspecciones nucleares que permitan verificar, tal y como Pyongyang afirma, que estén desnuclearizándose realmente; determinar una hoja de ruta, que contenga los pasos a seguir y que puedan ser correspondidos con algún tipo de levantamiento, pero progresivo, de sanciones en las que el régimen norcoreano pueda percibir algo de  desahogo económico interno a cambio de su real disposición a desnuclearizarse y siempre sujeto a regresar al punto inicial de haber un cambio de actitud.

Trump tiene muchos problemas internos en su país ahora mismo, a pesar de que la economía va bien. Por lo tanto, necesita una cumbre que alimente su ego y lo ayude a mejorar sus índices de popularidad. Este encuentro internacional es la plataforma perfecta para ello y le va a permitir cambiar la atención de problemas a algo positivo, al menos durante los apretones de manos y las fotos.

Estados Unidos: otro paso atrás

La decisión de Donald Trump de retirar tropas de Siria y Afganistán ha provocado un terremoto en la escena política norteamericana por la oposición de parte de la cúpula política y militar, asesores presidenciales de la Casa Blanca, analistas y expertos y la dimisión de Jim Mattis, un general que ya había sido apartado por Obama por su oposición a la renuncia presidencial a tener un papel más activo en Siria, que fue repescado por Trump, que tiene fama de duro pero que estaba tendiendo puentes en Europa y Oriente Medio ante los vaivenes de Trump. Es la crisis más grave de la Administración Trump, no sólo por la profundización de la quiebra de confianza de su entorno sino por el mensaje que EEUU da a Rusia, Irán y China.

En Siria, la política de Trump ha seguido la de Obama, aunque con más aspavientos. EEUU nunca logró aliados significativos sobre el terreno ni tuvo un plan estratégico claro y tras pretender derrocar a Bashar al-Ásad sin poner sobre el terreno ni aliados ni fuerzas suficientes, acabó por desarrollar planes tácticos de controlar zonas estratégicas con apoyo de sus aliados kurdos al norte y algunos grupos árabes al sur y al este. Así dejaron toda la iniciativa global a los rusos que con apoyo de Irán y del gobierno de al-Ásad revirtieron la situación, consolidaron al régimen y dieron un amplio respaldo a la presencia de fuerzas iraníes y de milicia libanesa aliada de Teherán, Hizbullah, a poca distancia de las fronteras de Israel y dibujando un nuevo marco estratégico en la región. La retirada de las tropas deja a los escasos aliados de EEUU a su suerte y da luz verde a la victoria de Rusia e Irán.

La extensión de la retirada de tropas también de Afganistán, tras años de vacilación entre la guerra y las presiones al Gobierno de Kabul para que negocie con la fracción “moderada” de los talibanes, es un paso mas en la confusión. En territorio afgano hoy está más fuerte el movimiento talibán, ha reaparecido Al Qaeda y ha comenzado a actuar el Estado Islámico.

Lo más grave: el mensaje. El proteccionismo y el aislacionismo de Trump no es sólo económico, sino también militar. Los aliados de EEUU en cada región comienzan a dudar y la confianza se resquebraja lo que, probablemente les llevará a medidas unilaterales para reforzar sus posiciones o a variar sus alianzas, Y para los adversarios, Rusia y China, Trump les está diciendo que en la medida en que aumenten su presión disminuyen los riesgos de sus avances estratégicos si no atacan directamente a Estados Unidos. (Foto: Chris Marquardt, flickr.com)