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INTERREGNUM: Estados Unidos, China y los europeos. Fernando Delage

La reciente cumbre de Shangri-La, el encuentro que organiza en Singapur el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS) y que se ha convertido en la más relevante conferencia anual sobre seguridad en Asia, ha puesto de relieve que las espadas siguen en alto en la relación China-Estados Unidos. La presencia de los responsables de Defensa de ambos países podía haber contribuido a relajar la tensión bilateral, pero fue una oportunidad perdida. Pekín mantiene una actitud de resistencia frente a Washington.

Durante los últimos meses, la administración Biden ha intentado restaurar los canales de diálogo. En mayo, visitó Pekín el director de la CIA, William Burns; el representante de más alto nivel en viajar a China desde 2021. Y en Singapur, el secretario de Defensa, Lloyd Austin, criticó las acciones de la República Popular en la región, pero hizo hincapié en la necesidad de establecer mecanismos de gestión de crisis entre las fuerzas armadas de los dos países, así como unos principios de interacción para prevenir conflictos. El mantenimiento de ese diálogo, suspendido por Pekín en agosto del año pasado a raíz de la última crisis en el estrecho de Taiwán, debe ser—insistió—un imperativo, no una recompensa.

Sin embargo, el nuevo ministro de Defensa chino, Li Shangfu, rechazó la invitación de Austin para reunirse. La respuesta de Li a la petición norteamericana de adoptar medidas de confianza fue que no se trata de dialogar, sino de que Occidente “se dedique a sus asuntos” y se mantenga alejado de las aguas y del espacio aéreo cercanos a China. Tras acusar a Estados Unidos (sin nombrarlo explícitamente) y a sus aliados de utilizar la libertad de navegación como pretexto para su “hegemonía”, Li reiteró que la República Popular, por el contrario, nunca presionará a otros Estados. Es Washington, subrayó, quien debe cambiar de actitud si quiere estabilizar las relaciones con Pekín.

El tono hostil de su intervención no fue bien recibido por los socios y aliados de Estados Unidos presentes en la conferencia. El temor a una escalada de la rivalidad entre Washington y Pekín se reflejó en sus respectivos discursos, en los que mostraron una opinión similar a la de Austin y denunciaron la manipulación de los hechos descritos por Li al culpar a la OTAN de la guerra de Ucrania. Los ministros de una larga lista de países hicieron patente la unidad occidental frente a la agresión rusa. Pero la solidaridad por parte europea en Singapur no oculta la falta de un consenso entre los Estados miembros de la UE sobre la estrategia a formular hacia China; una realidad bien conocida por el gobierno chino, cuyo primer ministro, Li Qiang, visitará Berlín y París en las próximas semanas.

Las desafortunadas declaraciones sobre Taiwán del presidente francés, Emmanuel Macron, a la vuelta de su viaje a Pekín en abril, no ayudaron a la causa de la unidad transatlántica, ni tampoco a la formación de una posición común europea. Su opinión, luego parcialmente corregida, parece coincidir sin embargo con lo que piensa la mayoría de los europeos, según revela un sondeo del European Council on Foreign Relations hecho público la semana pasada. El porcentaje de quienes quieren que Europa permanezca neutral en un conflicto entre Estados Unidos y China es mayoritario en los once países en los que se realizó la consulta. El 43 por cien de los europeos consideran a China como un “socio necesario”, mientras sólo el 35 por cien ve en ella a un “rival” (24 por cien) o “adversario” (11 por cien). La mayoría se opone, eso sí, a un control chino de las infraestructuras, compañías tecnológicas y medios de comunicación del Viejo Continente.

La combinación de unos gobiernos inclinados a defender sus intereses económicos nacionales por delante de los intereses estratégicos europeos, y una opinión pública cuya percepción de China no parece haberse alterado por el apoyo político ofrecido a Moscú tras la invasión de Ucrania, transmite una relativa despreocupación por las nuevas realidades geopolíticas. Europa no sólo ha perdido peso relativo global, sino que, con independencia del desafío revisionista ruso, la transformación de Asia—con China al frente—le obliga a reorientar su estrategia internacional en defensa de sus intereses y valores. Para los interesados, reflexiono en mayor profundidad sobre estos asuntos en un ensayo publicado en el último número de la revista Araucaria (“Europa en la era de Eurasia y del Indo-Pacífico”), como parte de un monográfico sobre “Europa y el desafío asiático”: https://revistascientificas.us.es/index.php/araucaria/issue/view/1331.

Europa-China: pugna en Mercosur

La irrupción sostenida de China, económica y políticamente, en  América Latina está urgiendo a tomar medidas de contención en las que actúan como catalizadores Estados Unidos y la Unión Europea, preocupados por unas inversiones chinas cuyo capital proviene de un Estado totalitario e intervencionista que no respeta el libre comercio y que, además, tienen sus propios intereses en la región amenazados por el largo brazo de Pekín. En lo que a la UE se refiere se trata del acceso a materias primas estratégicas como el litio, clave en el sector de las comunicaciones y en concreto en la construcción de teléfonos móviles, a lo que se añade la opción por la carne y los cereales americanos.

Es en el marco de Mercosur donde pueden aprobarse medidas de contención a la entrada del capital dudoso de empresas chinas y las próximas presidencias de Brasil en la institución americana y de España en la Unión Europea hacen de los encuentros entre los presidentes Lula y Sánchez reuniones de alto interés. Es verdad que ni uno ni otro se distinguen por su combatividad contra las prácticas y los interese chinos pero Sánchez está condicionado por interese europeos y alianzas que no puede desoír aunque lobbies dirigidos por los socialistas Rodríguez Zapatero y José Blanco aboguen por conocidas empresas chinas.

España y Brasil están ya trabajando en un protocolo de regulación de inversiones que trataría de proteger a medianas y pequeñas empresas de inversiones sin control y que, como consecuencia, obligaría a China a nuevas condiciones. En todo caso las ambiciones, tanto de Lula como de Sánchez, de intervenir en los mercados debería llevar a mirar con atención los acuerdos porque pueden entrañar trampas.

La pugna con China, obviamente, excedes la competencia económica ya que la potencia asiática liga su expansión de negocios a la influencia política a favor de un modelo en el que los mercados se conciben como instrumentos de los gobiernos y limitación de las libertades públicas y las garantías jurídicas para ciudadanos y empresas, un sistema que ha destacado por su ineficacia y su agresividad.

Esa pugna de fondo, a la que Europa se va a enfrentar en el segundo semestre de 2023 con presidencia de Pedro Sánchez, va a llegar en un marco internacional lleno de incertidumbre, donde crece la conciencia de que si bien Rusia es la amenaza inmediata, China es el gran riesgo y el mayor desafío.

INTERREGNUM: Stoltenberg en Corea del Sur y Japón. Fernando Delage

La cancelación de la visita a Pekín del secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, no es una buena noticia. La recuperación del diálogo bilateral al más alto nivel al que se comprometieron los presidentes Biden y Xi tras su encuentro de noviembre con ocasión de la cumbre del G20 en Bali, queda de nuevo en suspenso tras el incidente del globo espía chino. Se tardará aún un tiempo en disponer de información sobre lo ocurrido, pero, entretanto, la escalada de tensión no cederá, impulsada tanto por la dinámica política interna en Estados Unidos y la República Popular, como por el contexto internacional.

Así se puso de manifiesto la semana pasada con el viaje a Corea del Sur y Japón del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg.  Siete meses después de la cumbre de la Alianza en Madrid, encuentro en el que por primera vez en la historia de la organización participaron el presidente surcoreano y el primer ministro japonés—junto a sus homólogos de Australia y Nueva Zelanda—, la visita de Stoltenberg ha sido una nueva señal del creciente acercamiento de las democracias atlánticas y asiáticas en una era marcada por la guerra de Ucrania y la competición con China. “Lo que pasa en Asia importa a Europa y a la OTAN, y viceversa”, reiteró Stoltenberg en sus entrevistas con los medios locales.

Tras la cumbre de Madrid, Corea del Sur abrió su representación diplomática ante la Alianza, al tiempo que decidió incrementar su cooperación en áreas como no proliferación, ciberespacio y antiterrorismo. En Seúl, Stoltenberg solicitó a sus anfitriones el envío de ayuda militar directa a Ucrania, una petición difícil de atender dada la política surcoreana de no enviar armamento a países en conflicto (posición también mantenida por Alemania, Noruega o Suecia que, sin embargo, han abandonado en este caso). Como relevante exportador de armamento, Seúl sí ha enviado un considerable volumen de material a Polonia, así como piezas de artillería a Estados Unidos que éste ha proporcionado a su vez a Ucrania. Los obstáculos legales y la oposición de la opinión pública limitan el margen de maniobra de un gobierno inclinado, no obstante, a profundizar en su relación con la Alianza.

El secretario general también trató con el presidente Yoon Suk Yeol del posible papel de la OTAN en relación con el problema nuclear norcoreano, así como de los informes de la inteligencia norteamericana conforme a los cuales Pyongyang estaría proporcionando armamento a Rusia en su campaña contra Ucrania. Stoltenberg aprovechó igualmente su intervención en una universidad de Seúl para dar a conocer el concepto estratégico aprobado en Madrid, y la descripción del reto sistémico que representa China para los valores, los intereses y la seguridad de la Alianza Atlántica. Hizo hincapié en particular en el rápido desarrollo de las capacidades militares chinas, incluido el arsenal de misiles que pueden alcanzar territorio OTAN, además por supuesto de la península coreana.

Un día más tarde, en Tokio, Stoltenberg volvió a denunciar las acciones chinas, pero destacando esta vez sus amenazas hacia Taiwán, sus intentos de control de infraestructuras críticas y sus campañas de desinformación. Denunciando la “reacción autoritaria” liderada por Pekín y Moscú contra un orden internacional basado en reglas, subrayó una vez más la estrecha interconexión existente entre la seguridad transatlántica y el Indo-Pacífico, y el peligroso mensaje que transmitiría una victoria rusa en Ucrania sobre la posibilidad de conseguir objetivos mediante el uso de la fuerza. En la conferencia de prensa que ofreció junto al primer ministro japonés, Fumio Kishida, este último, además de dar la bienvenida al interés de la Alianza por Asia, anunció que Japón abrirá una delegación ante la OTAN y asistirá regularmente a reuniones de la organización, con la que—dijo—se reforzará la colaboración en temas como el espacio y el ciberespacio, la desinformación y las nuevas fronteras tecnológicas.

Pekín y Pyongyang criticaron unas y otras declaraciones, reveladoras de hasta qué punto la guerra en el Viejo Continente y el apoyo de Rusia a China están acercando a Asia a Europa, dos espacios vistos en otros tiempos como geopolíticamente separados. Es una nueva realidad que también confirmó la semana pasada la visita de los ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa de Australia a París, Londres y Bruselas.