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La fábula de las fake news. Miguel Ors Villarejo

Tras la sorpresa que supuso el triunfo de Donald Trump, los estadounidenses no han tardado en encontrar un culpable: las noticias falsas. Su difusión masiva a través de Facebook ha alterado el voto de millones de ciudadanos e inclinado la balanza en favor del candidato republicano. Algunos expertos incluso creen que la pérdida de ascendiente de la prensa tradicional pone en peligro la democracia. “La nación”, advierte la revista Editor & Publisher, “se enfrenta a la amenaza de una información incompleta y mal asimilada que distribuye un medio que todavía tiene que demostrar su capacidad para desempeñar semejante tarea”.

La queja de Editor & Publisher no es nueva. De hecho, es bastante anterior a Trump. Procede de un editorial de noviembre de 1937 y el medio al que se refiere no es Facebook, sino la radio. Orson Welles acababa de emitir su dramatización de La guerra de los mundos. Todos hemos leído cómo aquella noche las comisarías y las redacciones se bloquearon con “las llamadas de oyentes aterrorizados y desesperados que intentaban protegerse de los ficticios ataques con gas de los marcianos”. En algunos barrios incluso se habló de infartos y suicidios inducidos por el miedo, y el New York Times alertó de la irresponsabilidad de aquellos locutores aficionados. Había que atajar la distribución de informaciones diseñadas para confundir a la audiencia, o sea, de fake news.

El problema es que la única fake new fue aquel pánico. El impacto de Welles fue muy limitado. Su programa no alcanzó ni el 2% de cuota, porque coincidió con el show del ventrílocuo Edgar Bergen, que era la sensación del momento. Tampoco hubo muertos ni heridos. El análisis de los formularios de ingreso de seis hospitales de Nueva York, que había sido teóricamente el epicentro de la histeria alienígena, revela que “ninguno registró caso alguno relacionado con la emisión”. ¿Cómo se forjó y alimentó el mito de La guerra de los mundos?

“Échenle la culpa a los grandes rotativos”, escriben Jefferson Pooley y Michael Socolow en Slate. “La radio había arrebatado a la prensa muchos recursos publicitarios durante la Gran Depresión, ocasionándole un serio perjuicio. Los diarios aprovecharon la oportunidad que Welles les brindó para desacreditarla como fuente de información”.

Y volviendo a Trump, ¿no podría estar pasando ahora lo mismo con Facebook? Los investigadores Andrew Guess, Brendan Nyhan y Jason Reifler han estudiado una muestra representativa de ordenadores para determinar cuántos estuvieron expuestos a fake news en octubre y noviembre de 2016 y han obtenido una proporción alta (27%), pero sus contenidos nunca superaron el 2% de la dieta informativa total.

En cuanto al papel de Facebook como propagador, pudo ser relevante en 2016. Entonces, el sitio aparecía en los historiales de navegación justo antes de las webs de noticias falsas, lo que sugería que facilitaba el acceso a ellas. “Pero este patrón ya no se da con los datos de 2018”, observa Guess.

Finalmente, no hay evidencia de que las noticias falsas influyeran en el resultado de las presidenciales. Guess y sus colegas no han encontrado “ninguna asociación” entre la lectura de artículos favorables a Trump y cambios en el apoyo electoral.

“El temor al efecto nocivo de las fake news no debe desdeñarse”, concluye Guess, pero su alcance es “más matizado” de lo que sugiere la alarma actual. Como en los años 30, parece que los medios establecidos están aprovechando la conmoción política para ajustar cuentas con los intrusos que se han quedado con sus anuncios. Cuentan para ello con la buena disposición de la gente, que desconfía de la influencia de Facebook y Google tanto como nuestros abuelos y bisabuelos recelaban de la radio.

“No son los marcianos que invaden la Tierra los que más nos asustan”, escriben Pooley y Socolow. “Son la ABC, la CBS y la NBC ocupando y colonizando nuestras mentes las que de verdad nos aterran”. Por eso, periódicamente, recurrimos a alguna fábula que nos recuerda el poder de los medios. (Goretti Cortina)

Una dieta informativa completa y variada puede ser perjudicial para su salud. Miguel Ors Villarejo

(Foto: Marco Verch, Flickr) Después de la Segunda Guerra Mundial, la cobertura informativa estuvo sujeta en Estados Unidos a la Doctrina de la Justicia, que obligaba a los adjudicatarios de licencias de emisión a abordar los asuntos de una manera que la Comisión Federal de la Comunicación juzgara “honesta, equitativa y equilibrada”. Esta supervisión interfería, sin embargo, con la libertad de expresión y en 1987 se abolió.

Desde entonces, el universo mediático americano ha evolucionado hacia una creciente polarización. La llegada del cable convirtió una cadena abiertamente partidista como la Fox en un lucrativo negocio. Internet permitió luego la emergencia de webs aún más radicales y, finalmente, a lo largo de la última década, las redes sociales han hecho posible la difusión de cualquier barbaridad.

Estas barbaridades no se reparten, sin embargo, de forma homogénea a lo largo del espectro ideológico. Un grupo de investigadores del Centro Berkman Klein de la Universidad de Harvard ha analizado dos millones de informaciones publicadas entre el 1 de mayo de 2015 y el 8 de noviembre de 2016, fecha de las presidenciales, y ha comprobado que, mientras en el centro y la izquierda las cabeceras de referencia son instituciones veteranas (New York Times, Washington Post, CNN) que se rigen por los tradicionales códigos deontológicos, en la derecha Breitbart y la Fox han arrebatado el cetro a Wall Street Journal, National Review o Weekly Standard. El resultado es que el público progresista recibe una dieta informativa más completa y variada, lo que paradójicamente resulta perjudicial para sus intereses.

Los investigadores de Harvard explican que, durante la campaña electoral, el New York Times, el Washington Post y la CNN señalaban por igual las limitaciones de ambos candidatos, mientras la constelación liderada por Breitbart y la Fox se dedicaba simplemente a atacar a Clinton y a promocionar a Trump.

Por sí solo, esto no explicaría el éxito republicano, porque “no hay suficientes votantes que se nutran exclusivamente de medios de derechas como para ganar unas elecciones”, dice el artículo. Hubo que lograr también que algunas publicaciones de centroizquierda se hicieran eco de sus posiciones, y ese fue el gran éxito que Breitbart se anotó con la Fundación Clinton.

En 2015 uno de sus redactores, Peter Schweizer, había editado Clinton Cash (El dinero de los Clinton), un libro que denunciaba cómo la candidata había aprovechado su paso por la Secretaría de Estado para conceder favores a cambio de contribuciones a la fundación de su marido. Nunca se pudo probar nada, pero las cabeceras de la derecha mantuvieron el escándalo vivo citándose unas a otras. Una web lanzaba la especie de que el FBI investigaba a los Clinton, Breitbart y la Fox la recogían y todo el ecosistema se volvía loco rebotando la noticia, los análisis de la noticia, las reacciones a los análisis de la noticia, las réplicas a las reacciones a los análisis de la noticia…

Como una bala disparada dentro de una caja fuerte, el tema jamás habría salido de esta burbuja, pero el New York Times dedicó un reportaje a la adjudicación de unas minas de uranio a una empresa rusa. El periodista reconocía que no existían pruebas de que la entonces secretaria de Estado hubiera cometido ninguna irregularidad, pero el mero hecho de que se ocupara de ello contribuyó a legitimar el panfleto de Schweizer, obligó a Bill Clinton a convocar una rueda de prensa e hizo que no se hablara de otra cosa el verano de 2017. “Los medios de derechas situaron a la Fundación Clinton en el centro del debate justo en el momento en el que [Hillary] debía recibir su mayor impulso en los sondeos: después de la Convención Demócrata”.

La capacidad de Breitbart y Fox para condicionar la agenda no se limitó a este episodio. El uso que Clinton hizo de su correo privado para comunicaciones oficiales es con diferencia la materia más debatida en los dos millones de informaciones analizados. Por el contrario, las relaciones de Trump con Moscú o sus denuncias por acoso sexual recibieron mucha menos atención.

Esta cobertura infundió en muchos demócratas dudas sobre la idoneidad de su candidata. El día de la elección, no acudieron a las urnas y la menor participación neutralizó la desventaja inicial que todos los expertos atribuían a Trump. Dispuso de menos fondos y estaba claramente peor preparado que su rival, pero se las arregló para que no se hablara de sus carencias y, en política, lo que no sale en la televisión no existe.