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INTERREGNUM: La Ruta de la Seda cumple diez años. Fernando Delage

Se cumplen por estas fechas diez años del lanzamiento por el presidente chino, Xi Jinping, de la Nueva Ruta de la Seda (la Belt and Road Initiative, BRI, en su denominación oficial en inglés). Tras proponer en Astana, el 7 de septiembre de 2013, el establecimiento de un Cinturón Económico a través de Eurasia que conectase China con Europa, anunció en Jakarta, el 3 de octubre, una Ruta de la Seda Marítima que uniría igualmente ambos continentes. Nadie fue consciente en aquel momento de la relevancia que tendrían ambos discursos. Además de representar el mayor plan de desarrollo de infraestructuras de la historia, la iniciativa pronto se convertiría en la mejor expresión de las ambiciones diplomáticas de Xi, así como en una prioridad política interna, incorporada a los estatutos del Partido Comunista en 2017.

Sólo a partir de 2015 se dio realmente contenido a una idea que estaba sin elaborar cuando Xi la propuso. Se trataba de un concepto abierto, sin forma institucional, diseñado básicamente como respuesta a la desaceleración del crecimiento.  El modelo de desarrollo seguido desde los años ochenta, basado en una mano de obra intensiva y orientado a la exportación, había llegado al final de su recorrido. China afrontaba una deuda en aumento y un exceso de capacidad que hacían necesaria una reestructuración de la economía, a la vez que debía corregirse el desequilibrio entre las provincias de la costa y las del interior con el fin de asegurar la estabilidad social y política del país. Desde el exterior pronto se percibieron también las implicaciones geopolíticas, siempre negadas por los líderes chinos.

Con el tiempo, la iniciativa se extendió gradualmente a otros espacios (el Ártico, América Latina, África), y el sureste asiático adquiririó mayor protagonismo que Asia central en cuanto a número de proyectos. Pese a no haberse cumplido las ambiciosas expectativas iniciales, lo relevante—una década después—es la redefinición de prioridades a la que obligan, entre otros factores, la deuda acumulada por algunos de los países receptores de los préstamos de Pekín, y el propio cambio de ciclo en la economía china, agravado por los efectos de la pandemia y la política de covid-cero. Además de la oposición de la opinión pública, se cuenta con menos recursos para megaproyectos difícilmente sostenibles desde una perspectiva financiera. Las redes digitales y las energías renovables son hoy principal objeto de atención, no las infraestructuras de transporte, en un proceso mucho más estricto de selección de proyectos, pues debe primar su rentabilidad a corto-medio plazo.

El contexto político global ha cambiado igualmente en los últimos años, como se comprobará en octubre, en la tercera cumbre sobre la Ruta de la Seda. Aunque más de 90 países han anunciado su asistencia, los occidentales brillarán por su ausencia. Mientras estos últimos se alejan de BRI (el único Estado miembro de la UE que firmó un acuerdo sobre la iniciativa, Italia, lo denunciará), son las naciones del Sur Global las que mantienen su interés—aun con reservas—, y sus representantes estarán acompañados en Pekín, eso sí, por el presidente ruso, en una inusual visita al extranjero de Putin.

Preparando el terreno a la cumbre, la República Popular no sólo propició la ampliación de los BRICS a finales de agosto. En esa misma dirección, hizo público la semana pasada un nuevo Libro Blanco sobre la gobernanza global, con premisas contrarias al orden internacional liberal. De este modo, diez años después de su nacimiento, asegurar la sostenibilidad del crecimiento chino continúa siendo el principal objetivo estratégico de BRI, si bien debe enmarcarse en la más amplia “Iniciativa de Desarrollo Global” que promueve Pekín desde 2022, para—más allá de proyectos materiales de interconexión—exportar valores iliberales y establecer reglas y estándares tecnológicos incompatibles con los productos de las empresas occidentales. El alineamiento político de los países socios será, no obstante, más difícil de conseguir que el económico. Incluso en este último frente contarán con nuevas opciones, como las que ofrece el corredor India-Oriente Próximo-Europa (IMEC en sus siglas en inglés), anunciado en la reciente cumbre del G20.

INTERREGNUM: De Jakarta a Hanoi, vía Delhi. Fernando Delage

Como cada año por estas fechas se han sucedido en pocos días las cumbres anuales de distintos foros multilaterales, poniéndose de relieve en todas ellas el deterioro del entorno de seguridad y la dinámica de competición en que se ven envueltas las grandes potencias.

Tras el encuentro de los BRICS celebrado en Johannesburgo a finales de agosto—cita en la que el presidente chino logró su objetivo de ampliar el grupo a un total de 11 miembros (cifra que aumentará en años próximos) y presentar a China como líder del Sur Global—, Xi Jinping se ausentó de manera llamativa de las cumbres posteriores, dejando la representación de la República Popular en manos del primer minstro, Li Qiang. Sin conocerse sus motivos, parece innegable, no obstante, que el éxito logrado en Suráfrica no oculta las consecuencias negativas de la asertividad exterior china en Asia.

Apenas unos días antes de las cumbres de ASEAN, de ASEAN+3 y de Asia Oriental en Jakarta, los vecinos de Pekín se encontraron con la publicación de un nuevo mapa oficial que incluye como parte de China territorios en disputa con India, Rusia y Japón, así como la práctica totalidad del mar de China Meridional (el conocido trazado de nueve puntos pasa a tener 10, al extenderse hasta la costa oriental de Taiwán). La “provocación” china, las inmediatas protestas diplomáticas de Vietnam, Malasia y Filipinas, y las divisiones internas entre los Estados miembros sobre Myanmar (que por segundo año consecutivo no fue invitada a la reunión de la ASEAN) marcaron la agenda de las reuniones.

Los encuentros de la organización con sus socios externos en ASEAN+3 y en la cumbre de Asia Oriental se vieron devaluados por su parte por la ausencia de Xi, pero también por la de Biden, quien tampoco estuvo presente en la capital indonesia; un hecho que alimentó una vez más el escepticismo de la región sobre el compromiso de Washington con los países del sureste asiático. Debe destacarse, no obstante que, después de haberse reforzado la alianza con Manila en abril, el presidente norteamericano viajó a Hanoi el 10 de septiembre, tras la cumbre del G20 en Delhi, donde firmó un nuevo acuerdo de asociación estratégica global con Vietnam. Con la previsible adopción de un pacto similar con Kuala Lumpur, la Casa Blanca avanza así en la construcción de una actualizada arquitectura estratégica, de la que ya dio fe la institucionalización el 18 de agosto, en Camp David, de la cooperación trilateral Estados Unidos-Japón-Corea del Sur al más alto nivel; un mecanismo permanente que se añade de este modo al QUAD y al AUKUS.

Los dos días anteriores, en Delhi, Biden confirmó por otra parte la extraordinaria salud de las relaciones de Estados Unidos con India, además de aprovechar la oportunidad del G20 para formular nuevas propuestas que también tienen como objetivo contrarrestar el activismo diplomático chino. Destacó entre ellas la iniciativa, que cuenta con el apoyo de la Unión Europea, para construir nuevas redes de infraestructuras entre India, Oriente Próximo y el Mediterráneo. La ausencia de Xi permitió al primer ministro Narendra Modi, por lo demás, proyectar a India como puente entre Occidente y el Sur Global; una percepción que ha promovido, entre otras iniciativas, al sugerir la incorporación formal de la Unión Africana como miembro del grupo.

Si en Johannesburgo China reforzó su influencia geopolítica mediante la ampliación de los BRICS, no puede decirse, por el contrario, que en el Indo-Pacífico esté logrando la confianza de los Estados vecinos. Es un contexto que facilita los esfuerzos de la administración Biden orientados a modernizar su sistema de alianzas mediante la consolidación de una tupida red de acuerdos bilaterales y trilaterales en la periferia de la República Popular. Si Xi tampoco asiste a la cumbre de APEC en San Francisco, en noviembre, habrá rechazado la última posibilidad de un encuentro directo con su homólogo norteamericano antes de que acabe el año, planteando nuevos interrogantes sobre la dinámica interna china, afectada sin duda por el deterioro de los indicadores económicos y la desconfianza exterior.

Taiwán, una vez más en el ojo del huracán. Nieves C. Pérez Rodríguez

La advertencia que ha venido haciendo reiteradamente Taiwán durante años y de la que en los últimos tiempos se han hecho eco muchos analistas y expertos, por desgracia parece estar llegando al punto de convertirse en un peligro inminente. El Partido Comunista chino ha expresado abiertamente sus ambiciones y en la medida en que han crecido y fortalecido su economía y poderío militar se sienten con el derecho de exigir y hablar más abiertamente y sin filtros.

Taiwán es una provincia china histórica de acuerdo con el PC chino, por lo que se oponen a cualquier iniciativa que pueda dar más legitimidad internacional a las autoridades taiwanesas y contacto oficial entre autoridades de Taiwán con otros países. Como suele suceder cada vez que se le da trato preferencial de Estado a un funcionario taiwanés, China se queja enérgicamente. Lo mismo ha sucedido cuando un país permite que abran una oficina pseudo diplomática taiwanesa en su territorio. Incluso Beijing ha ido más allá. En los países en los que existen o existían oficinas de intereses comerciales taiwaneses, a través de presión diplomática, económica y política, Beijing ha ido presionando a los Estados receptores hasta el punto de que muchas oficinas han desaparecido.

Desde que se diera a conocer que la presidenta de la Cámara de Representantes del Congreso de EEUU quiere visitar Taiwán en medio de una gira que tiene pautada a Asia en agosto, la tensión entre China y Estados Unidos ha vuelta a subir, lo que rememora la era Trump y la guerra comercial en la que los días transcurrían intentando determinar hasta donde podría llegar la tensión e incluso especulándose sobre cómo esa lucha tarifaria podría comprometer las economías.

Para el PC chino Taiwán es parte de su territorio soberano, por lo que cualquier asunto que aborde o incluso roce la legalidad de la isla o su estatus hace a Beijing reaccionar bruscamente. Sin embargo, las visitas de oficiales estadounidenses se suceden con frecuencia y aunque Beijing las sigue muy de cerca toca admitir que la reacción esta vez ha sido mucho más extrema.

El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Zhao Lijian, advertía de que China tomará medidas firmes y decididas si Pelosi continuaba con los planes de su visita. Incluso el Ministro de Defensa chino llegó a sugerir que podría haber una respuesta militar.  Lo que claramente demuestra el nivel de irritación del gobierno chino.

Pelosi es una figura muy prominente en la política de los Estados Unidos, tiene 35 años de servicio en el Congreso, ha sido muy crítica de las violaciones de derechos humanos en China y además es una mujer muy respetada internacionalmente por su larga trayectoria y, como si todo eso fuera poco, es además la segunda en la línea de sucesión a la presidencia de los Estados Unidos de pasarle algo a Biden. Lo que todavía la eleva a un rango más alto internacionalmente.

Todas estas razones han abierto un gran debate en Washington mientras que del otro lado del Pacífico ha causado conmoción. El General Mark Milley, jefe del Estado Mayor de los Estados Unidos, declaró que “si Pelosi solicitase apoyo militar para el viaje, yo mismo haré lo necesario para garantizar que transcurra con seguridad”. Mientras que cuando un periodista preguntó al mismo presidente Biden sobre el posible viaje dijo: “que el ejército no cree que sea una buena idea en este momento”, cosa que no sorprende porque Biden tiene una fuerte propensión de responder lo que le viene en el momento y no seguir el guion de la Casa Blanca. Es bien conocida esta tendencia entre quienes han trabajado cerca de él desde su paso por el Congreso, durante su etapa como vicepresidente o incluso los que trabajan hoy para su Administración.

Una respuesta que, aunque sea razonablemente acertada, muestra desmembración o división en el Partido Demócrata y, sin duda, debilidad frente a China. Pelosi conocida también por su astucia política e ironía respondía a los periodistas que ella creía que “el presidente había dicho era que tal vez los militares tenían miedo de que mi avión fuera derribado o algo así…”, saliendo mejor parada que el mismo Biden del altercado.

Es muy probable que la razón por la que China ha reaccionado tan fuerte es porque esta visita se ha filtrado. Desde que el Financial Times lo publicó no se ha parado de hablar del viaje en cuestión. No obstante, en abril de este año se llevó a cabo una visita “no anunciada” de un grupo de representantes a la que justamente Pelosi tenía previsto unirse, pero debido a que se contagió de Covid-19 no pudo asistir con sus colegas.

Hace veinticinco años que Taipéi no recibe la visita de un presidente de la Cámara de Representantes del Congreso de los Estados Unidos. En 1997 el republicano Newt Gingrich visitó Taiwán junto con otros once miembros de su cámara en una visita oficial que tuvo una duración de tres días.

Esta polémica sucede la misma semana que estaba pautada la quinta cumbre virtual entre Biden y Xi Jinping en la que éste último afirmó que “aquellos que juegan con fuego acaban quemándose” además de que recordó que “hay una firme voluntad de 1400 millones de chinos de salvaguardar firmemente la soberanía integral territorial de China”.

Biden por su parte respondía que “EE. UU. no ha cambiado su posición frente a Taiwán y se opone enérgicamente a los esfuerzos unilaterales para cambiar su status quo”, durante las más de dos horas que duró el encuentro.

Coincidiendo con el mismo día de la cumbre virtual entre Biden y Xi, un portaaviones estadounidense y su grupo de ataque regresaron al Mar de China meridional después de una escala de descanso en Singapur, lo que para algunos observadores se traduce en una estrategia de despliegue en la región en medio del aumento de tensiones entre Washington y Beijing.

Nunca es un buen momento para subir tensiones entre dos potencias pero objetivamente ahora mismo la situación geopolítica internacional está especialmente complicada con la Guerra rusa en Ucrania y las consecuencias de ésta en los precios y distribución de los combustibles, los cereales y el impacto en la ya golpeada economía internacional debido a la pandemia.

A Estados Unidos le preocupa que, en el mismo marco de la invasión de Ucrania, Beijing vea un buen momento para invadir Taiwán basados en sus reclamaciones históricas. Aun cuando Washington ha aceptado la ambigüedad de estas reclamaciones, entiende que se basan en una nación dos modelos, y reconocen también que la agresividad que han venido manifestado en sus peticiones es cada vez más fuerte, tal es el caso de las aguas internacionales alrededor de Taiwán que ahora Beijing insiste en que son suyas.

Zack Copper, ex asesor del Pentágono y profesor de Georgetown y Princeton, y Bonnie Glasser, directora del programa de Asia de la Fundación German Marshall, en un artículo conjunto publicado por el New York Times explicaban que “una sola chispa podría encender esta situación combustible en una crisis que escale a un conflicto militar. Pelosi y sus asesores pueden pensar que esto tendría un efecto estabilizador, así como muchos en Washington creen que las fuertes demostraciones del compromiso de Estados Unidos con Taiwán disuadirán a China de una aventura militar. Pero en este momento la visita de Pelosi a Taiwán podría provocar una respuesta china contundente.

Cooper y Glasser afirman que sí a Xi se le acorrala en una esquina éste se verá presionado a reaccionar. Además, hay que tener en cuenta la cercanía con el congreso del Partido Comunista que puede servir de una mayor presión para que Xi tome una decisión inminente. Una escalada de tensiones por una visita oficial sería entendida por los aliados estadounidenses como ocasionada por Washington.

 

THE ASIAN DOOR: Laos, nuevo enclave ASEAN de la Ruta de la Seda. Águeda Parra

Con paso firme y bajo una perspectiva de amplia globalidad geoestratégica, la nueva Ruta de la Seda ha ido diseñando el nuevo esquema de comunicaciones, infraestructuras y diplomacia durante los últimos ocho años. La consolidación de la iniciativa, que ha conseguido adherir a multitud de países desde Oriente a Occidente, ha supuesto la remodelación de un modelo de conexiones regionales, con proyección global, difícilmente alcanzable sin el respaldo de la mayor iniciativa de inversión en infraestructuras de la historia.

Conseguir desplegar un nuevo esquema de conexión a través de la construcción de nuevas infraestructuras es la parte tangible de la iniciativa. El poder de una diplomacia reforzada a través de la construcción de vínculos bilaterales más sólidos y relaciones comerciales y económicas más intensas es la parte intangible, un activo imposible de cuantificar cuando se trata de afrontar los retos que plantea la gobernanza mundial ante desafíos globales.

La creciente influencia geopolítica conseguida por China en este tiempo más allá de su entorno más cercano en la región asiática, en África, América Latina e incluso Europa, ha impulsado la presentación de propuestas por parte de Estados Unidos y la Unión Europea para contrarrestar el poder geoestratégico alcanzado por el gigante asiático. La cooperación en infraestructuras organizada por Estados Unidos bajo la denominación de Build Back Better World (B3W), y la recientemente anunciada como Global Gateway por parte de la Unión Europea, buscan ser la alternativa al desarrollo global de infraestructuras planteado por China.

Anunciados los planes de Estados Unidos y la Unión Europea con los que se espera movilizar miles de millones de dólares para mejorar la carencia en infraestructuras que tiene el mundo en cuestión de acceso universal a la energía, agua, mayor movilidad, y que el Banco Mundial ha cuantificado en 1,3 billones de dólares, la nueva Ruta de la Seda sigue avanzando en su diseño geoestratégico de conexión con la incorporación de Laos al esquema global.

Coincidiendo con el 46 aniversario de la República Democrática Popular de Laos, el país inauguraba el pasado 2 de diciembre los 422 kilómetros de vía férrea que conecta la frontera con China y la capital Vientián a una velocidad de 160 kilómetros a la hora para trenes comerciales y de 120 kilómetros a la hora para mercancías. La nueva conexión ferroviaria que proporciona mayor integración a un país que no dispone de salida al mar, puede convertirse en el game changer que impulse la revitalización de Laos, que figura entre los países en desarrollo con menor desarrollo. Solamente la inversión de la nueva infraestructura ferroviaria supone algo menos de un tercio del PIB de Laos.

Constituida como joint-venture con un reparto del 70% y 30% entre China y Laos, respectivamente, la infraestructura pasará a ser propiedad de Laos después de 50 años, esté o no cancelada la deuda, al tratarse de un proyecto de Asociación Público Privada donde se contempla la construcción, operación y transferencia al Estado de los activos. Un modelo conocido como BOT, Build Operate and Transfer.

Once años, y una pandemia global que ha ralentizado la conclusión del proyecto, han sido necesarios para que Laos cuente con una infraestructura con la que poder convertirse en hub hacia la región ASEAN, haciendo de enlace con el punto de inicio de la vía férrea en la ciudad china de Kunming. Un proyecto que incorpora un total de 75 túneles y 77 puentes para conseguir sortear una orografía montañosa y densamente poblada, que conseguirá modelar los flujos comerciales y económicos de la región en la próxima década.

Con la incorporación de Laos, China suma un enclave más a su esfera de influencia y un punto de enlace adicional hacia las zonas costeras que, de unirse Tailandia, le llevaría a conectarse con Malasia y Singapur. Una pieza más en el tablero de la geoestrategia para evitar la vulnerabilidad que constituye el estrecho de Malaca ante la posible configuración de un nuevo esquema global post-pandemia donde las potencias extranjeras podrían ejercer un mayor control naval en la región.

 

 

THE ASIAN DOOR: Europa frente a las estrategias divergentes de Estados Unidos y China en el Indo-Pacífico. Águeda Parra

El Indo-Pacífico no solamente está atrayendo el centro de gravedad económico hacia la región, sino que se está convirtiendo en un punto donde todas las potencias redefinen sus estrategias geopolíticas frente a los desafíos que plantean las próximas décadas. De ahí que la Unión Europea busque intensificar su integración económica y estratégica con la región que mayor relevancia económica, política, demográfica y geoestratégica está acaparando.

Distintas magnitudes ponen de relieve la importancia de la región y el creciente interés para la Unión Europea por convertirse en un socio relevante para los miembros que la integran. La concentración de grandes potencias económicas en la zona hace que el Indo-Pacífico agrupe el 60% del PIB mundial, conjugando la aportación de Australia, China, Corea del Sur, India, Indonesia, Japón y Sudáfrica, lo que supone dos tercios del crecimiento global. Con un elevado valor estratégico en lo económico, la región significa para la Unión Europea el segundo destino de sus exportaciones, concentrándose cuatro de los diez principales socios comerciales en la región.

Consolidándose el cambio del centro de gravedad económico y geoestratégico hacia el Indo-Pacífico, el dinamismo de la región ha motivado la publicación de la estrategia de la Unión Europea para la región, abordando múltiples ámbitos de colaboración y de amplio espectro. Entre los objetivos planteados está ampliar las relaciones comerciales y de inversión con los países de la zona, a la vez que se busca la cooperación para afrontar retos globales como el desarrollo sostenible, el cambio climático y la protección de la biodiversidad desde la colaboración conjunta. Asimismo, el dinamismo de la región va a generar que, a nivel demográfico, el Indo-Pacífico sea el epicentro de la generación del 90% de la nueva clase media (unos 2.400 millones de personas) en 2030, lo que supone para la Unión Europea una oportunidad para colaborar en calidad de socio en garantizar un crecimiento sostenible.

A todos estos temas se suma también la cuestión de la investigación y la innovación que está tomando un mayor protagonismo ante la rivalidad tecnológica que mantienen Estados Unidos y China como principales polos tecnológicos mundiales. Los retos que plantea el 5G, la transición energética, y la suite de nuevas tecnologías aplicadas al ámbito industrial, como al consumidor final, con productos de alta tecnología, hace necesario que la Unión Europea no se quede atrás ante los desafíos que plantea la Cuarta Revolución Industrial, resultando esencial avanzar en la definición de una estrategia de autonomía tecnológica.

Como región eminentemente esencial en el futuro, el Indo-Pacífico también plantea desafíos en el ámbito de seguridad. El incremento en la intensidad defensiva se ve reflejado en la cuota que supone el Indo-Pacífico en gasto militar, que ha pasado del 20% en 2009 a aumentar hasta el 28% en 2019. De hecho, la región ha tomado un mayor protagonismo para Washington desde que la administración Trump cambiara el nombre de su política exterior en la zona conocida anteriormente como Asia-Pacífico por la nueva definición de estrategia del Indo-Pacífico. Aunque coincidan las denominaciones, la visión geográfica de la Unión Europa, para la que el espacio del Indo-Pacífico se extiende desde África Oriental hasta los Estados insulares del Pacífico, difiere de la que maneja Washington, donde quedan excluidas las regiones litorales de África, la península Arábica, Irán y Pakistán que se circunscriben dentro en la estrategia estadounidense para Oriente Medio.

La aproximación de Estados Unidos con la reciente coalición AUKUS, a la que se ha unido Reino Unido y Australia para vender a Canberra una flota de submarinos de propulsión nuclear, suponiendo la cancelación del contrato con Francia en el suministrado de submarinos diésel que asciende a más de 40.000 millones de dólares, muestra una aproximación de Washington mucho más defensiva y de acción militar hacia la región que la apuesta que plantea la Unión Europa. Asimismo, en esta alianza AUKUS de largo plazo entre los tres países también se plantea la transferencia a Australia de capacidades en ciberseguridad, inteligencia artificial y computación cuántica, lo que supone elevar el perfil de Canberra frente al resto de potencias de la región.

Los intereses históricos de París en la región del Indo-Pacífico, donde reúne importantes posesiones territoriales y presencia militar, ha promovido que Francia fuera uno de los primeros países en abordar una estrategia propia hacia la región, a la que han seguido las de Alemania y Países Bajos, y a la que ahora se suma la propuesta conjunta de la Unión Europea. Ante esta acción inesperada de los socios aliados con la creación del AUKUS, la reacción de Francia ha sido fortalecer sus relaciones con India para poner en contrapeso este acuerdo.

Todos estos movimientos en el tablero de la geopolítica mundial que vienen precipitándose desde que Estados Unidos retirara sus tropas de Afganistán vienen a reforzar la idea de que la Unión Europea debe avanzar en la definición de una autonomía estratégica en todos los ámbitos. Un cambio de paradigma necesario para abordar los desafíos globales que plantea una geopolítica intensa en los próximos años que le permita actuar como actor relevante en el Indo-Pacífico y contribuir como socio del resto de los países de la región en mantener el orden, la estabilidad y el equilibrio regional sin buscar crear bloques de poder geopolítico.

 

INTERREGNUM: Europa, ¿potencia geopolítica? Fernando Delage

La nueva Comisión Europea se ha comprometido a reforzar el papel internacional de la Unión. La presidenta Ursula von der Leyen insiste en la necesidad de construir una Europa geopolítica, “más estratégica, más asertiva y unida en la articulación de su acción exterior”. El Alto Representante, Josep Borrell, ha indicado por su parte que la principal tarea de la UE es la de “aprender a usar el lenguaje del poder”.

Fue la antecesora de este último, Federica Mogherini, quien dio los primeros pasos en dicha dirección al adoptar, en 2016, la Estrategia Global para la Política Exterior y de Seguridad de la Unión. Pero Trump no había llegado aún a la Casa Blanca, ni eran tan evidentes las implicaciones internacionales del ascenso de China. El presidente norteamericano nunca ha ocultado su escasa simpatía por la UE, por lo que la incertidumbre sobre el futuro de la relación transatlántica será una de las variables que condicionarán los objetivos de Bruselas. Con respecto a China, la Comisión publicó en marzo de este año un documento estratégico que, abandonando el tono diplomático de otras épocas, describió a la República Popular como “un competidor económico que persigue el liderazgo tecnológico” y “un rival sistémico que promueve modelos alternativos de gobierno”.

En este contexto de transformación del entorno internacional, en mayo de 2018 la UE decidió incrementar su participación en asuntos relacionados con la seguridad de Asia. En agosto de este año, firmó un acuerdo de seguridad con Vietnam, el primero de tales características con un país del sureste asiático, que se sumaba a los acuerdos estratégicos ya concluidos con Japón—en vigor desde febrero de este año—y con Corea del Sur (desde 2014). En septiembre de 2018 se aprobó un documento sobre interconectividad Europa-Asia y—meses más tarde—nuevas líneas estratégicas sobre Asia central y sobre India. Sobre estas bases ya establecidas, corresponderá a Borrell perfilar la proyección europea en el continente asiático, tanto en relación con los asuntos más conflictivos como con los instrumentos a su disposición. Entre los primeros, Bruselas tendrá que actualizar su posición con respecto a las disputas en el mar de China Meridional y la península coreana, dos de las cuestiones en el centro de la tensión entre Washington y Pekín. Los segundos plantean el verdadero dilema que afronta la Unión como actor internacional.

La influencia global de la Unión Europea ha estado vinculada a su poder comercial, a su política de ayuda financiera al desarrollo, y a la promoción del multilateralismo y sus valores políticos. Su identidad como potencia económica y normativa resulta insuficiente, sin embargo, cuando China y Estados Unidos ya no separan sus intereses económicos de los geopolíticos. Ambos utilizan cada vez en mayor medida, en efecto, sus recursos comerciales y financieros para perseguir ventajas estratégicas, mientras que en el caso de la UE son los Estados miembros—no las instituciones comunitarias—los que disponen de las capacidades y la decisión en política exterior y de defensa.

¿Puede la Unión Europea convertirse en un actor geopolítico sin tener fuerzas armadas y un servicio de inteligencia propio? Este es uno de los grandes retos de la nueva Comisión. Aunque las limitaciones estructurales parecen insuperables, mucho podrá conseguirse si Bruselas continúa avanzando en la construcción de una red de socios globales (asiáticos entre ellos), y si—ésta es la gran condición previa—logra el consenso de sus miembros sobre el papel que debe desempeñar en el mundo.

INTERREGNUM: ¡Cuidado, Europa! Fernando Delage

En su discurso de hace una semana en el Diálogo de Shangri-La, en Singapur, el secretario de Defensa en funciones de Estados Unidos, Patrick Shanahan, describió el mantenimiento de la estabilidad en el Indo-Pacífico como un desafío que Washington no puede afrontar por sí solo. Insistió por ello—en términos no muy distintos de los empleados en su día por la administración Obama—, en el papel central de socios y aliados en la estrategia norteamericana hacia la región. Las limitaciones presupuestarias y la atención que también debe prestar a Oriente Próximo y a Rusia, obligan a Estados Unidos a demandar un mayor activismo de los países amigos en la zona. El problema es que esos socios y aliados no quieren verse atrapados en las tensiones entre Washington y Pekín, ni forzados a elegir entre uno u otro. Especialmente cuando, aun compartiendo la preocupación por el desafío chino, mantienen profundas reservas sobre las intenciones y sobre la manera de actuar de la Casa Blanca.

Al inaugurar la reunión de Shangri-La, el primer ministro de Singapur, Lee Hsien Loong, puso de relieve la inquietud de las naciones de la región frente a la dinámica de confrontación de los dos gigantes. Los europeos, aunque no sean actores estratégicos en Asia, tampoco escapan a este dilema. A lo largo del último año, la Unión Europea ha reforzado los mecanismos de vigilancia de las inversiones chinas, ha exigido una mayor reciprocidad en el acceso al mercado de la República Popular, y ha llegado incluso a calificar a China como un “rival sistémico”. No obstante, ni va a incrementar como Washington los aranceles a las importaciones chinas—la UE es el mayor socio comercial de Pekín—ni va a dar la batalla contra Huawei en los mismos términos.

La administración Trump se encuentra así frustrada. Pese a la declarada hostilidad del presidente contra Bruselas, Washington se ha esforzado por sumar a los europeos en su campaña contra China. En abril, en vísperas de la cumbre sobre la Ruta de la Seda en Pekín, el Departamento de Estado propuso la firma de un comunicado conjunto contra la iniciativa que reveló las diferencias de fondo. Al rechazar la idea, los europeos dejaron claro que no iban a seguir el dictado de la Casa Blanca, cuya beligerancia hacia la República Popular no pueden compartir. Estados Unidos, que percibe a China como una amenaza cuasi-existencial—en ello coinciden demócratas y republicanos, empresarios y militares, periodistas y expertos académicos—, ha concluido por su parte que los europeos “son de otro planeta”.

En un contexto de incertidumbre generalizada sobre el futuro de la relación transatlántica, China puede contribuir a agravar de manera significativa las diferencias entre Europa y Estados Unidos. Occidente quedaría así dividido ante el mayor desafío geopolítico del siglo XXI. Lo que es más grave, puede que los países europeos tengan que prepararse para un mundo en el que serán vistos por Washington a través de un prisma chino, de modo similar a como la Unión Soviética determinó la política norteamericana hacia el Viejo Continente durante la Guerra Fría.

China en el Ártico, ¿El vecino ideal? Isabel Gacho Carmona

Dice un proverbio inuit que no distingues a tus amigos de tus enemigos hasta que se rompe el hielo. Pues bien, el hielo del Ártico está disminuyendo a una tasa de 12,8% por década y dejando al descubierto un tablero geopolítico lleno de oportunidades tanto para países ribereños como para vecinos. Que empiece el juego.

El Ártico está regulado por la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (UNCLOS) y bajo su paraguas se dirimen las diferentes disputas territoriales y de jurisdicción. A su vez, existe el Consejo Ártico como foro intergubernamental para la discusión. Sin embargo, en un mundo en transición, esta región del planeta puede ser un laboratorio del multilateralismo. Nos encontramos con un Estados Unidos revisionista (no ha ratificado la Convención), una Rusia muy asertiva que llegó a plantar una bandera en el lecho marino en la vertical del polo y una China que de puertas para fuera se presenta como jugador responsable pero que tiene un compromiso selectivo con la legislación internacional. Pero China, que ni siquiera es Estado ribereño ¿Qué busca en el Ártico? Y, ¿qué legitimidad argumenta para proteger sus intereses?

Los intereses de Pekín en la región son diversos y relacionados con prácticamente todas las posibilidades que el deshielo presenta: pesca, turismo, investigación científica estratégica, explotación de hidrocarburos, minería y, por supuesto, rutas de navegación alternativas. La llamada Northern Sea Route, que recorre la costa rusa uniendo el estrecho de Bering con Europa, supondría para China no solo una reducción de 7000 km de media en los trayectos a Europa, sino que pasaría a ser una parte fundamental de la Ruta de la Seda.

El interés chino en la región fue presentado al mundo con el Libro Blanco de enero de 2018. Esta fue la primera vez que Pekín expresaba abiertamente que sus intereses no están limitados exclusivamente a la investigación científica y que incluyen actividades de carácter comercial. El documento, que es básicamente una recopilación de elementos de políticas articuladas en los últimos años, no revela ninguna novedad relativa a la estrategia. Eso sí, pone de manifiesto la importancia de la “Ruta de la Seda Polar”, que presentaría oportunidades relativas a la conectividad y al desarrollo sostenible para todas las partes interesadas. Vale la pena recordar que, pese a las dificultades que presenta la ruta polar: está limitada al verano, requiere la construcción de cargueros con cascos especiales…, significa una ruta mucho más segura que la alternativa terrestre, de paso obligado por zonas conflictivas de Asia Central y Oriente Medio, y que la alternativa marítima del sur, que no solo es mucho más larga, sino que requiere el paso por el estrecho de Malaca.

China ha sabido jugar bien sus cartas y ha ido desarrollando sus maniobras estratégicas a la vez que se ha ido desarrollando una identidad de “Estado cercano ártico”. Dentro de esta estrategia habría pasado a formar parte en 1996 del Comité Internacional de Ciencia del Ártico y habría conseguido el estatus de miembro observador del Consejo Ártico en 2013 después de cinco años de negociaciones y dos intentos fallidos. Respecto a sus movimientos estratégicos, en 1925 ya había firmado el tratado Svalbard que, pese a que asegura la soberanía del archipiélago a Noruega, garantiza el derecho de terceros a explotar sus recursos naturales en pie de igualdad. Pero la actividad real no empezó hasta los años 90 y desde entonces no ha hecho más que crecer. Desde 1999 ha llevado a cabo expediciones científicas con su rompehielos de construcción ucraniana Xue Long (dragón de hielo). En 2004 incluso construyó la Huanghe Zhang (Estación del Río Amarillo) en Spitsbergen, la mayor de las islas Svalbard. La compañía naviera estatal Cosco ha llevado a cabo más de 30 viajes en la región desde 2013 y Pekín ha invertido grandes cantidades en la construcción de infraestructuras a lo largo de la costa rusa. En 2016 inició la construcción del primer rompehielos propulsado por energía nuclear chino, el Xue Long 2, y en 2017 Xue Long cruzó el área central del Ártico por primera vez.

Pese a la asertividad del gigante asiático, China se presenta en su Libro Blanco como un jugador responsable, comprometido con la sostenibilidad, el respeto al medio ambiente y el beneficio común. Trata de legitimar sus intereses y su creciente rol en la región basándose en la investigación científica llevada a cabo desde los 90 y su compromiso con la gobernanza ártica como miembro del Consejo desde 2013. Pero ¿es realmente un actor responsable?

Como apunta Grieger, el Libro Blanco, y la versión en inglés especialmente, está diseñada para una audiencia que no ha seguido el debate interno y el discurso político en China, donde el debate se enfocó claramente en la explotación de los recursos naturales y no en la protección ambiental.

Además, China se presenta comprometida con los acuerdos institucionales multilaterales para la gobernanza del Ártico y con el marco legal existente con UNCLOS como el centro. Pero cabe mencionar aquí cómo ignoró la decisión de la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya sobre las reclamaciones marítimas en el Mar de China Meridional en 2016. El tiempo dirá, pero sobran motivos para el escepticismo.