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INTERREGNUM: Problemas para Xi. Fernando Delage

El comportamiento internacional de China durante los últimos años se ha traducido en una notable desconfianza exterior hacia el país y, en particular, hacia su presidente, Xi Jinping. Lo que nadie esperaba era que, apenas semanas después de que el XX Congreso del Partido Comunista renovara su mandato, fuera también la propia sociedad china la que manifestara esa desconfianza hacia su líder máximo. Aunque la movilización popular de finales de noviembre fue una respuesta al descontento con la política de covid cero, es innegable que ha ido más allá en sus reclamaciones, alterando los planes de Xi cuando comienza su segunda década en el poder.

Las protestas que se han producido en más de una docena de ciudades chinas han supuesto el mayor desafío al gobierno chino desde los sucesos de Tiananmen en 1989. Como entonces, los jóvenes han tenido un papel protagonista. Como entonces también, las quejas por una cuestión concreta han conducido a una crisis política que ha puesto de relieve las debilidades estructurales del sistema. La China de hoy no es la de 1989, ni Xi tiene parecido alguno con Deng Xiaoping. Pero los dilemas de fondo no son muy diferentes. No deja de ser además un irónico guiño de la historia que la muerte del expresidente Jiang Zemin—quien llegó al poder de manera imprevista por los hechos de Tiananmen—haya coincidido con la movilización de una nueva generación, nacida con posterioridad y a la que se le ha ocultado lo que ocurrió hace 33 años.

Aun teniendo todo el poder, hay dinámicas que Xi no puede sujetar a su control. Y de poco le servirá acusar a “fuerzas externas hostiles” de haber organizado las protestas como una nueva “revolución de los colores”. La frustración popular con tres años de confinamiento se ha desatado de golpe, si bien—podría decirse—con “características chinas”. El omnipresente aparato de seguridad chino, reforzado con la constante vigilancia digital de sus ciudadanos, impone unos límites que los manifestantes han respetado con su precaución y esa simbólica hoja en blanco. ¿Se puede detener a quien no denuncia nada ni a nadie en concreto? Tampoco hace falta expresar lo que toda la sociedad conoce.

Xi quizá pensó que su decidida campaña contra la corrupción, una política exterior que ha situado a China en el centro del sistema internacional, y sus esfuerzos contra la pandemia—que en una primera etapa parecieron más eficaces que los de las democracias occidentales—, habían reforzado su legitimidad entre sus ciudadanos. Pero es China quien no ha terminado de salir de la pandemia, y sus efectos se han extendido de manera preocupante a la economía. El PIB apenas creció un 3,9 por cien en el tercer trimestre del año según cifras oficiales, aunque otras fuentes creen que el incremento osciló entre el dos por cien y el tres por cien. Más relevador resulta el aumento del desempleo juvenil, en la actualidad en cifras cercanas al 20 por cien (el doble que en 2018).

Aunque las protestas no pongan el régimen en riesgo, abren un panorama incierto para Xi y sus aliados. La sociedad china (parte de ella al menos, pues resulta imposible saber la extensión del fenómeno) ha puesto en duda la premisa básica de que sólo el Partido Comunista puede garantizar la estabilidad y la prosperidad nacional. Si se alivian las restricciones, el descontento puede también mitigarse. Pero la propaganda oficial difícilmente podrá eliminar el escepticismo de la población sobre la competencia de sus autoridades. De forma inesperada se ha producido un cambio significativo, cuya gestión requiere el tipo de reformas emprendidas por Jiang a principios de los años noventa, no el intervencionismo al que Xi es tan aficionado. El precio de su resistencia podrá encontrarlo el presidente chino a no tardar mucho.

China e Irán, factores nuevos

Las respectivas movilizaciones populares en Irán y China están suponiendo nuevos focos de inestabilidad y de preocupación en Occidente que cada vez tiene que encajar piezas nuevas junto cn sus intereses nacionales para enfrentar el nuevo orden que puede surgir de la invasión rusa de Ucrania y sus efectos secundarios.

En Irán, la sostenida movilización popular contra el gobierno del extremista Ebrahim Raisi no sólo está removiendo los cimientes del régimen teocrático sino que ha frenado en seco y ahora hace imposible el reacercamiento de Teherán a Estados Unidos y Europa para recuperar el acuerdo de desarrollo nuclear (supuestamente civil) de Irán. Aquel acuerdo, que abría de nuevo los mercados al petróleo iraní y que permitía el desarrollo de tecnología nuclear bajo vigilancia para impedir la fabricación de bombas y tecnología militar, fue cuestionado por Israel primero y Estados Unidos después (que lo acabó rompiendo) por entender que dilataba pero no impedía el proceso de fabricación de bombas atómicas para la dictadura iraní. La imposibilidad de atenuar la tensión regional, la tensión entre Turquía y Siria con los kurdos (algunas de cuyas milicias están sostenidas por EEUU) en medio, y los continuos ataques de Israel para impedir que Irán y Hizbullah s consoliden en las fronteras de Siria con Israel, no son exactamente elementos nuevos pero van aumentando la temperatura.

Y las movilizaciones en China, que han sorprendido a los expertos occidentales por su extensión, aunque no vayan a cambiar nada a corto plazo en el país, sí que pueden interferir en los planes exteriores chinos y llevar a Pekín a tomar decisiones precipitadas para calmar a su población y, a la vez, reprimir las protestas. Este es un aspecto que está siendo observado con atención y no solo, obviamente, por occidente sino también por los aliados occidentales en la región y especialmente por Australia, Japón y Corea del Sur además de Taiwán que vive en situación de alerta permanente frente a las amenazas constantes de la China continental.

Las movilizaciones sostenidas frente a regímenes dictatoriales no son frecuentes ni suelen tener resultados a corto plazo, aunque hay excepciones. No parece que vayan a caer las autoridades de Teherán y mucho menos las de Pekín pero son elementos que las redes sociales y la imposibilidad de cerrar a cal y canto las sociedades están potenciando su crecimiento y constituyen elementos que deben ser tenidos en cuenta y no solo para las dictaduras ya que al ser impulsadas en gran parte por las emociones pueden convertirse en sociedades democráticas en palancas del populismo radical y anipulador para atacar los fundamentos del sistema.

Hong Kong: la sociedad avala en las urnas la revuelta

Los candidatos partidarios de la democracia han logrado 387 escaños de los 452 en juego en las elecciones recientes en la ex colonia británica con una participación del 71,2%, lo que supone un aval abrumador a los grupos que movilizaron las masivas protestas que se desarrollan en Hong Kong desde junio.

China se encuentra ante uno de los desafíos más importantes a su régimen autoritario de las últimas décadas. La sociedad hongkonesa ha exhibido en las urnas, en unas elecciones celebradas en un sistema de garantías heredado de la época de la dominación británica que no conoce ningún otro ciudadano chino del resto del país, su apoyo a las movilizaciones cuyo lei motiv es, precisamente, mantener las condiciones pactadas entre Londres y Pekín en el acuerdo de retrocesión de la colonia a la soberanía de China.

Pekín ha optado hasta ahora por mantener las formas, situar fuerzas militares en los límites de la excolonia e intervenir con ellas en tareas auxiliares, introducir policías experimentados en la novata policía de Hong Kong e ir graduando la fuerza con dureza, pero sin dar lugar a grandes protestas internacionales. El discurso público de respeto y de intentar situar a EEUU como instigador de la revuelta estallaría revelando toda su hipocresía si China actuara con la brutalidad que define a su régimen respecto al resto de sus ciudadanos y minorías como uigures y tibetanos.

La cara amable del gobierno chino tiene en Hong Kong un test que China debe resolver ante una escena internacional que espera la distensión comercial con Estados Unidos, y que China demuestre que quiere jugar al comercio con garantías jurídicas y sin las cartas marcadas.

Hong Kong, un problema pendiente

La situación política en Hong Kong parece estarse descomponiendo, lo que va a ofrecer a Pekín una situación más favorable a imponer una solución de acuerdo con sus intereses. Lo que comenzó como una movilización contra una ley que permitiría trasladar a cualquier otro punto de China a cualquier persona procesada en Hong Kong violando así el estatus de la excolonia británica, con más libertades que el resto de China pactado en la retrocesión, se ha convertido en un movimiento sin horizonte. La policía china ha endurecido su respuesta, los manifestantes han aumentado la violencia y no hay en marcha un liderazgo que conduzca a plantear una salida de la crisis.

En Hong Kong no hay un problema de choque identitario ni de soberanía territorial, sino de libertades. Los habitantes de la colonia británica heredaron unos derechos y unas garantías ausentes para el resto de los ciudadanos chinos desde la victoria de Mao. Con la devolución del territorio a soberanía china, los británicos acordaron un estatus de libertades políticas para sus ciudadanos y comerciales para sus empresas que garantizaran al territorio seguir siendo un espacio de innovación y de intercambio comercial en la vanguardia mundial.

Pero este escenario no es cómodo para China. Aunque admiten el programa de Un país, dos sistemas, la Administración china no tiene integrados ni la cultura, ni los reflejos del respeto a la sociedad civil, del protagonismo de ésta y de las elecciones abiertas con tutela de los jueces.

El choque está servido. Pero no parece que las calles y la violencia deban ser ni el escenario ni los instrumentos para encontrar soluciones. China no es un país democrático y Hong Kong está siendo un ejemplo para el resto de los chinos, pero en el terreno de la fuerza, Pekín no puede ser derrotado en la excolonia. Hong Kong necesita un liderazgo que partiendo de estos supuestos busque una salida acordada. Sobre todo si Europa y EEUU se ponen de perfil para no molestar demasiado a Pekín y las relaciones económicas.