El principio del fin de Hong Kong. Nieves C. Pérez Rodríguez

El 30 de junio a las 23:00 horas entraba en vigor la “Ley de seguridad nacional” aprobada por el órgano legislativo chino, coincidiendo prácticamente con el vigésimo tercero aniversario del retorno de Hong Kong a China de manos de los británicos -el 1 de junio 1997-. El acuerdo contemplaba que Hong Kong sería una provincia semi autónoma por un periodo de 50 años, tiempo que no está siendo respetando por Beijing, y basado en el principio de un país y dos sistemas.

Los hongkoneses, y de manera especial los que han trabajado políticamente por la identidad de la isla, temían una acción como esta hace años, por lo que han venido alertando al mundo de ese riesgo. Las masivas protestas que comenzaron en junio del 2019 tenían como objetivo rechazar contundentemente la ley de extradición que Beijing intentó aplicar y que se concibió para servir al Partido Comunista chino y sus tribunales.

El contraataque chino ahora es más fuerte y directo, pues la Ley de Seguridad Nacional socava las libertades civiles y políticas fundamentales en Hong Kong, y le otorga al Partido Comunista el control sobre el territorio y sus ciudadanos, así como sobre los extranjeros que habiten o estén de paso por la isla.

Una de las primeras acciones que se han tomado en Hong Kong es la revisión de libros que contienen las bibliotecas para determinar si el contenido está en contra de lo que la ley en cuestión permite o penaliza. Así lo confirmaba el departamento de ocio y servicios culturales que gestiona las bibliotecas públicas de la ciudad, que aseguró que estaban examinando algunos libros -sin nombrar cuales.

Mientras tanto, el Congreso de los Estados Unidos daba a conocer un nuevo proyecto de ley que buscar otorgar estatus de refugiados a los hongkoneses que puedan enfrentar amenazas y posibles persecuciones de parte de las autoridades chinas.

La nueva ley, introducida a tan sólo horas de que se conociera el contenido del texto de la Ley de Seguridad Nacional, solicita al Departamento de Estado que conceda permiso de residencia en los Estados Unidos, bajo el estatus de refugiado a aquellos residentes en Hong Kong en potencial riesgo. Los ciudadanos que podrán beneficiarse de dicho beneficio serán aquellos que han participado y/o organizado protestas antigubernamentales, o han ocupado roles de liderazgo, o que han sido agredidos en movilizaciones, fundamentalmente.

En tal sentido el senador republicano Marco Rubio afirmaba “Estados Unidos debe ayudar a los hongkoneses a preservar su sociedad y brindar refugio a aquellos que enfrentan persecuciones por ejercer los derechos que estaban garantizados en la declaración conjunta sino-británica”. Y el senador demócrata Bob Meléndez afirmaba por su parte que, “la introducción de la ley reafirma al Partido Comunista de China que nosotros -Estados Unidos- estamos del lado de Hong Kong y de sus residentes.

El PC chino lleva ya 70 años en el poder y a pesar del tiempo sigue insistiendo en completar su proyecto, que en el caso de Hong Kong radica en la recuperar del territorio, pero que en otras provincias consiste  en la erradicación de minorías étnicas, eliminación de creencias religiosas, supresión o exterminio de identidades culturales o todo aquello que no esté en consonancia con el partido.

Hoy la victima de Beijing es Hong Kong y su pueblo, pero también lo será su atractivo internacional, ese centro financiero y puerto comercial que ha sido el enlace entre Asia y occidente. Lo que llevó a Hong Kong a evolucionar fueron los principios democráticos y el estatus de libre mercado, su estado de derecho, la supervisión regulatoria e impuestos bajos, junto con la libertad de expresión.  Esa misma libertad de expresión que declaró temer a la retórica neomaoísta y que hoy es silenciada abiertamente frente al mundo, solo por ofrecer un modelo alternativo al del Partido Comunista chino.

Qué significa el cambio de estatus para Hong Kong (II). Nieves C. Pérez Rodríguez

Hong Kong atraviesa uno de los momentos más duros de su historia. Hace justamente un año que el pueblo salía a las calles a protestar en contra de la ley de extradición. Protestas que han permanecido activas durante doce meses sin parar a pesar del alto costo para la economía y sus propios ciudadanos. Los hongkoneses intuían que tenían que seguir en las calles para demostrarle al mundo su rechazo a la injerencia china en su sistema jurídico y por tanto en su territorio, a pesar de estar bajo la fórmula “un país, dos sistemas”.

Ahora la situación es bastante más compleja que hace un año debido a la aprobación de la ley de seguridad nacional china, que según los analistas amenaza las libertades civiles y políticas fundamentales en Hong Kong. Y que pone en las manos del Partido Comunista chino el futuro de este territorio que conoció democracia en su mayor florecimiento.

Para entender lo que significa para Hong Kong el nuevo estatus, incluido el posible revocamiento del estatus económico especial que le concedió Washington en los años 90, 4Asia conversó con Greg Knowler, editor en Europa de “Journal of Commerce”, revista especializada en comercio e intercambios internacionales.

Knowler tiene una larga trayectoria cubriendo transporte y logística en Europa y Asia Pacífico. Trabajó durante diecisiete años en Hong Kong y conoce profundamente la actividad económica de la isla. A continuación, lo que nos dijo:

“La razón por la cual Hong Kong evolucionó y se convirtió en un centro financiero y comercial es precisamente por su estatus de libre mercado, con un poder judicial independiente, un estado de derecho, supervisión regulatoria y bajos impuestos y libertad de expresión.

En cuanto al trasporte y la logística, debido a que Hong Kong no es parte de la China continental -por su ubicación geográfica- depende totalmente del movimiento transfronterizo de carga tanto del puerto como del aeropuerto, desde donde sale la carga que se transborda a los mercados extranjeros.

Si se perdiese la autonomía, el estado especial de la zona se vería amenazado, pero mis contactos en Hong Kong insisten en que la economía hongkonesa y la china están intrínsecamente unidas y mutuamente dependientes. Por lo que no creen que Beijing tenga interés alguno en cambiar esa realidad.

En cuanto a la amenaza de Washington de acabar con el estatus económico preferencial, sospecho que es sólo una amenaza, sólo una retórica mal dirigida que terminará perjudicando negocios estadounidenses en Hong Kong. Dicho esto, no se debe subestimar la intolerancia del Partido Comunista chino a la disidencia, y la frustración de no haber podido acabar con las protestas en Hong Kong.

La fuerza policial de Hong Kong pasó de ser un cuerpo de seguridad querido y respetado por la sociedad civil, a ser visto como la extensión del poder de Beijing en territorio hongkonés. Y la imposición de la ley de seguridad nacional les dará aún más autoridad.

Pero al final, lo que debería mantener aislado y a salvo a Hong Kong de los elementos destructivos del gobierno del Partido Comunista Chino es, precisamente, su papel como centro financiero y de intercambios comerciales. China no puede permitirse acabar con eso”.

Qué significa el cambio de estatus de Hong Kong. Nieves C. Pérez Rodríguez

El presidente Trump reaccionaba ante la nueva ley de seguridad nacional china con sanciones a Beijing. Pero también lo hacía amenazando con quitarle el estatus comercial del que Hong Kong ha gozado. Aunque aún es pronto para determinar con precisión los efectos de ese cambio, ¿qué significa esto para la región autónoma en cuestión?

Ese pequeño territorio de poco más de mil kilómetros cuadrados, que es el Silicon Valley de Asia, donde se ha desarrollado tecnología de primera, ha sido un puente entre China y Occidente. Con una cultura asiática fuertemente influenciada por la británica, podría desaparecer tal y como lo conocemos, por lo que acabaría convertido en una ciudad moderna china, una especie de Shanghái.

La Cámara de Comercio estadounidense en Hong Kong acaba de publicar un estudio de opinión hecho a sus miembros, en la que el 53,33% manifiesta estar muy preocupado con la nueva ley de seguridad nacional y un 30% medianamente preocupado. En cuanto a si se cree que la ley afectará a sus negocios, el 60% está convencido de que así ocurrirá. En la pregunta sobre si la aplicación de la ley los empujaría a irse de Hong Kong, el 32% respondió que sí, en contra de un 62% que cree que no. Y al posible traslado de las empresas, más del 70% afirmó no tener planes de traslados, frente a un 29% que admitió que lo haría.

En Hong Kong hay unas 1.300 empresas estadounidenses, de acuerdo a Al-Jazeera, y éstas emplean unas 100.000 personas. A Daryl Guppy -conocido analista financiero australiano- le preocupa que si se impusieran tarifas a esas empresas unos 66 mil millones de dólares estadounidenses estarían en riesgo, de los cuales 50 mil millones son exportaciones americanas a Hong Kong.

Otro aspecto engorroso sería el burocrático para acceder a Hong Kong. Hasta ahora para cualquier estadounidense visitar la isla implicaba un trámite sencillo. De necesitarse visas, el proceso sería más largo y complicado, y potencialmente quedaría en las manos de autoridades chinas.

La disputa aeronáutica. Los últimos días se han incrementado las tensiones en la obtención de permisos de las compañías aéreas estadounidenses que buscan reactivar sus vuelos a territorio chino. A pesar de que todo parece indicar que se restablecerán eventualmente, situaciones como éstas podrían dificultar los viajes a Hong Kong -que hasta ahora eran directos desde varios puntos de los Estados Unidos- por lo que otro destino podría ser más atractivo para inversionistas.

De acabarse con el atractivo de Hong Kong, Singapur podría ser la alternativa para las grandes corporaciones y marcas estadounidenses que estén en búsqueda de sustituir lo que ofrecía Hong Kong.

El target de las sanciones muchas veces no es el receptor exclusivo de las mismas. En este caso, el pueblo hongkonés está siendo afectado por partida doble. De un lado por el Partido Comunista chino con la imposición de la ley de seguridad nacional que acaba con “un país, dos sistemas” y por lo tanto, estaríamos frente a un país, un sistema, y con ello la caída de las libertades y el sistema democrático que han venido gozado. Y, por otro lado, la anulación del estatus económico especial que le había dado Washington, que le permitió florecer en el Hong Kong de hoy, dinámico, talentoso y en el centro financiero internacional que conocemos, puede causar un daño irreversible en la población, que lleva un año gritando no al control chino -con protestas en la calle-. Pero que desde hace mucho más teme que las alas de libertad se sustituyan con controles y restricciones.

INTERREGNUM: Pekín aumenta la presión. Fernando Delage

Aunque falta aún tiempo y perspectiva para valorar las consecuencias geopolíticas del coronavirus, parece innegable que uno de sus resultados está siendo el agravamiento de la rivalidad entre Estados Unidos y China. Su impacto también resulta visible en el giro producido en el comportamiento de Pekín, que ha acelerado en las últimas semanas la estrategia orientada a expandir su influencia.

La neutralización del estatus semiautónomo de Hong Kong a través de la legislación de seguridad aprobada hace unos días es un ejemplo de dicha política, como lo son asimismo el aumento de la presión sobre Taiwán (y por tanto sobre sus vecinos del noreste asiático, Corea del Sur y Japón); y el anuncio de la realización de ejercicios militares en el mar Amarillo—con los dos portaaviones de que ya dispone su armada—, en unas maniobras que se extenderán en verano al mar de China Meridional. Aunque nada de esto es nuevo, en su conjunto reflejan la voluntad de los líderes chinos de redoblar la presión sobre sus “intereses fundamentales”—es decir, no negociables—y, mediante ellos, avanzar en sus objetivos de cambiar las reglas del juego en Asia. A ello también apunta un nuevo frente: la tensión con India.

Tres años después de la disputa en Doklam, punto de encuentro de las fronteras de ambos gigantes y de Bután, donde la construcción por la República Popular de una carretera provocó dos meses de enfrentamiento, sólo resuelto tras la retirada china, Pekín y Delhi vuelven a colisionar por su conflicto fronterizo, causa de la guerra entre ambos de 1962. Desde finales de abril, las fuerzas armadas chinas habrían movilizado a 5.000 soldados cerca de la “Línea de Control” que delimita el extremo occidental de la frontera entre los dos países, en Ladakh, al norte de Cachemira. India ha respondido mediante un despliegue similar de tropas. Las conversaciones diplomáticas mantenidas entre ambos gobiernos a finales de mayo no han conducido a ningún resultado, ni ninguno de ellos ha aceptado el ofrecimiento de mediación realizado por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

La pregunta es inevitable: ¿por qué China hace esto? Y ¿por qué en este momento? Como se mencionó, los movimientos chinos en la frontera con su vecino meridional coinciden con sus intentos por consolidar su posición política y estratégica en el continente asiático. Si ha hecho de Hong Kong un nuevo factor de confrontación con Estados Unidos y Japón, a la vez que aumenta las tensiones con Vietnam, Filipinas y Malasia en el sureste asiático, y recibe las críticas de Europa, Australia y de numerosos países africanos, entre otros, por su gestión de la pandemia, complicar las relaciones con India no parece una política muy acertada. Especialmente después de que, en Doklam, Pekín se sorprendiera de la firmeza con que Delhi defendió sus principios. La razón es que India percibió entonces que lo que estaba en juego no era el control de un territorio menor, sino la batalla por el equilibrio regional. Por la misma razón, el gobierno de Narendra Modi tampoco va a retroceder tres años después, por mucho que China pretenda aprovechar la distracción interna creada por el impacto del coronavirus en India.

El activismo estratégico chino revela la confianza de sus dirigentes en su nuevo poder, pero también refleja una impaciencia por modificar el statu quo que puede convertirse en causa de vulnerabilidad. Rodeado por potencias rivales, cada vez más escépticas de las intenciones de la República Popular, Xi Jinping trata de demostrar que ni la pandemia ni sus efectos económicos han debilitado a China. Pero de Hong Kong a Australia, de Europa a Estados Unidos, de Japón a India, se acumulan los obstáculos a la ambición de convertirse en el hegemón regional y, por tanto, a su objetivo de “rejuvenecimiento nacional”. ¿Cuántos frentes puede Pekín gestionar sin contratiempos?

Hong Kong a la deriva. Nieves C. Pérez Rodríguez

Hace exactamente un año entrevistamos a Martin Lee, conocido como el padre de la democracia hongkonesa, durante una visita hecha al Congreso de los Estados Unidos. Lee fue fundador del Partido Democrático de Hong Kong, -el partido político más grande y popular- y participó en las negociaciones de traspaso del Reino Unido a China y en la redacción de la “Ley Básica” que es una especie de constitución hongkonesa. También fue durante más de 30 años miembro del Consejo Legislativo en diferentes periodos. Este relevante personaje en la historia democrática de Hong Kong y su conversión en una potencia económica y tecnológica nos decía en junio del 2019:

“Cualquiera de nuestras libertades están sujetas a Beijing. Y ellos pueden interpretar lo que está contemplado en nuestra Ley Básica a su conveniencia. Nuestra Corte protege nuestras libertades, pero Beijing cada día tiene más control sobre Hong Kong. En efecto, en el Libro Blanco de 2014 lo dijeron abiertamente y en siete idiomas: Beijing tienen jurisdicción completa sobre el territorio hongkonés y es la fuente de su autonomía. Aclarando que tienen control sobre Hong Kong, lo que contradice la Ley Básica, en la que se nos cedió un alto grado de autonomía, aparte de la defensa y relaciones internacionales”.

Esas palabras hoy toman una mayor fuerza y un mayor sentido. Un país y dos sistemas fue la política nacional de integración desarrollada por Deng Xiaoping en los años ochenta y que ha sido el modelo que se ha llevado a cabo y ha dado exitosos resultados, sobre todo resultados económicos, de los cuales Beijing se ha favorecido. Ha sido el estatus especial de independencia de Hong Kong lo que le permitió seguir operando como centro financiero internacional.

De acuerdo a lo contemplado en el traspaso del Reino Unido a China, el estatus especial de Hong Kong termina a los 50 años de su firma, lo que sería en 2047. Sin embargo, la nueva ley seguridad nacional para imponer control sobre territorio hongkonés, aprobada por unanimidad por el órgano legislativo chino, podría impedir, detener y castigar cualquier conducta que ellos consideren ponga en peligro la seguridad nacional china. Así como permite las operaciones de policía secreta china en territorio hongkonés, por lo que automáticamente los ciudadanos hongkoneses estarían en riesgo si manifiestan su opinión en contra del partido comunista chino, o protestan, o ejerciten cualquier derecho democrático del que han gozado hasta ahora. Además, el riesgo es extensible a los ciudadanos extranjeros que trabajan o están de visita en la isla.

Básicamente, la aplicación de la nueva ley de seguridad significa imponer en Hong Kong las medidas de seguridad que el Partido Comunista mantiene en el resto dl territorio y las cuales han sido denunciadas extensamente por los niveles de control, coerción y vigilancia sobre los ciudadanos.

Esta ley es un paso más que da Beijing para operar en un territorio que considera suyo y al que no ha accedido. Esperó a estar más fortalecido para ahora imponerse. Las masivas protestas que tuvieron lugar en Hong Kong durante meses fueron un grito de resistencia a las pretensiones de imponer una ley de extradición a territorio chino. Hoy la ley aprobada por Beijing socava todos los principios democráticos y de independencia jurídica que había conseguido Hong Kong en los últimos años.

La respuesta del presidente Trump a dicha ley imponiendo sanciones a funcionarios chinos que han trabajado en pro de erosionar las libertades hongkonesas, o la prohibición de entrada de chinos que representen riesgo para la seguridad estadounidense, o la investigación de empresas chinas en territorio estadounidense, mientras reconoce que Hong Kong ya no debe gozar de un estatus comercial especial porque ya no es una región autónoma, es una estacada para Beijing pero con un alto precio a pagar por Hong Kong.

De aplicarse la ley, Hong Kong se convertirá en una ciudad china, a pesar de contar con una ubicación geográfica estratégica, y perderá el atractivo para los inversores extranjeros debido a que sería igual que ir a otros centros económicos del territorio. Y con ello, el dinámico centro financiero internacional quedaría a la deriva o más bien en las manos de Xi Jinping, al igual que todo en China.

Pero sobre todo, Hong Kong perderá la libertad y la democracia de la que ha gozado y la que ha sido una especie de equilibrio en la región. Un enclave aliado para Occidente adyacente a China. Y con ello un latente riego para Taiwán.

INTERREGNUM: Del “Sueño Chino” a la “Nueva Era”. Fernando Delage

El pasado jueves se inauguró la sesión anual de la Asamblea Popular Nacional china. Pese a su breve duración—el encuentro se ha reducido a siete días, frente a las habituales dos semanas—, puede marcar el comienzo de una nueva etapa. Si hace tres meses se especulaba sobre cómo el retraso y opacidad en la respuesta al coronavirus podía perjudicar políticamente a los dirigentes chinos, la Asamblea ha sido la ocasión, por el contrario, para declarar la victoria del Partido Comunista sobre la pandemia, como también sobre las voces críticas, tanto internas como externas.

Abandonando la práctica habitual en la Asamblea, el primer ministro Li Keqiang renunció en su discurso de apertura a ofrecer un objetivo de crecimiento económico para 2020, citando la incertidumbre del actual escenario global. Tras caer el PIB por primera vez desde 1976 el primer trimestre del año, los más recientes datos estadísticos revelan asimismo unas cifras de desempleo mayores de las esperadas. No sólo la ambición del gobierno de duplicar este año el PIB de 2010 resulta ya inalcanzable: China afronta los más graves desafíos económicos y financieros desde la puesta en marcha de la política de reformas a finales de la década de los setenta. Las dificultades del entorno económico propician por tanto que se recurra al nacionalismo como instrumento para fortalecer la legitimidad del régimen; un recurso al que también conduce la comparación en la gestión de la crisis: frente a la caótica respuesta de Estados Unidos y de distintos países europeos, el Partido Comunista Chino se presenta como ejemplo. Los líderes chinos intentan convencer a su opinión pública de la eficiencia de su sistema, al tiempo que evitan la responsabilidad política por lo ocurrido culpando a fuerzas externas.

Este triunfalismo está detrás de la legislación de seguridad que se aplicará a Hong Kong—y que acaba de facto con el estatus autónomo del enclave—, y también explica la posición de firmeza frente a la retórica antichina de Estados Unidos. Aunque el futuro de Hong Kong como centro financiero pueda estar en riesgo y Pekín haya creado otro elemento de confrontación con Washington, la polémica distraerá la atención sobre los orígenes y la falta de reacción en las primeras semanas de la pandemia, al movilizar a una opinión pública china con escasa simpatía por los manifestantes a favor de la democracia en el territorio, y aún menos por un presidente norteamericano que—según perciben—quiere negarle a la República Popular el lugar que le corresponde en el sistema internacional.

El coronavirus, por tanto, ha terminado beneficiando a Xi, si bien creando nuevos problemas al maximizar el control político de la sociedad, y evitar el debate interno para señalar a terceros como culpables. Xi necesita a Trump, como Trump necesita a Xi en su estrategia de evasión de responsabilidades. La diferencia estriba en que, mientras continúa esta guerra de propaganda, la República Popular ha adaptado con rapidez sus objetivos al “nuevo escenario” que afronta el país, según el documento preparado por el Consejo de Estado para la reunión de la Asamblea. Entre las 33 prioridades recogidas por el texto, la Nueva Ruta de la Seda ya no aparece entre las primeras, mientras que se hace hincapié en redoblar los esfuerzos en innovación y alta tecnología, y en el desarrollo de las provincias occidentales, para adquirir un estatus de país avanzado hacia 2035. Pekín sustituye el “Sueño China” por el lema de la “Nueva Era”, un periodo con mayor carga ideológica y nacionalista, mientras el resto del mundo se ajusta a la “nueva normalidad”.

Carrie Lam confirmada, de momento

La visita a Pekín en medio de la crisis en Hong Kong de la dirigente local Carrie Lam y su ratificación por parte del presidente chino revelan la seguridad y la estrategia de gestión del gobierno chino: mano dura sin ser brutal, confianza en que la situación no es contaminante para el resto de China, aislar el conflicto de la solidaridad internacional y esperar.

China juega las bazas que tiene a pesar de sus vulnerabilidades. El apetitoso mercado chino controlado por una Administración que concede la entrada al mismo según sus intereses inmediatos u otras razones menos confesables.

A la vez, la confirmación de Carrie Lam, que en todo caso puede ser como la de los entrenadores de fútbol que son destituidos semanas después de ser confirmados, tiene un punto de desafío a la sociedad hongkonesa, que ha expresado su rechazo y que viene exigiendo elegir a sus autoridades por un sistema de sufrago universal y no por un mecanismo colegial en el que el gobierno chino tiene la última palabra.

Este puede ser un nuevo punto de tensión a medio plazo ante cualquier error o desliz del gobierno local. Hong Kong sigue con sus movilizaciones y China deja pasar el tiempo atenta a la evaluación de la situación, mientras dirime sus grandes problemas en conversaciones con Estados Unidos para encauzar la disputa comercial y seguir colocando piezas estratégicas en el panorama internacional.

RESEÑA ACTO: HONG KONG ¿NI UN PAÍS, NI DOS SISTEMAS?

Isabel Gacho.- Hong Kong lleva meses de protestas que no tienen visos de parar. Si bien las elecciones han llevado calma momentánea a las calles, la carrera de fondo no ha acabado. 4Asia organizó una mesa redonda moderada por Julio Trujillo en la Asociación de la Prensa para arrojar luz sobre esta cuestión. Una situación que hunde sus raíces en los Tratados Desiguales pero que solo se entiende en el Hong Kong de hoy a pie de calle. Para ello reunió a Mariola Moncada, doctora en historia contemporánea de China, Zigor Aldama, corresponsal en Asia durante las últimas dos décadas que ha entrevistado a muchos manifestantes durante los últimos meses y a Miguel Ors, subdirector de Actualidad Económica. Durante el debate se expusieron el marco histórico y las causas económicas, legales, políticas e identitarias que hay detrás de los movimientos en Hong Kong.

La isla pasó a manos británicas a finales del siglo XIX y cien años después volvería a manos chinas, aunque bajo la famosa fórmula “un país, dos sistemas”. Fórmula que caduca en 2047. Esos cien años de singularidad dotarían a la isla -y a los nuevos territorios- de una personalidad distinta: por un lado, sería una sociedad muy occidentalizada, por el otro sería “más china que la propia China, ya que no vivieron la Revolución Cultural”, como apuntó Aldama.

Pero el Hong Kong de hoy tampoco es el de hace veinte años, cuando dejó de estar bajo dominio británico. Contó el periodista que cuando él llegó por primera vez a Hong Kong en 1998, aquello era un lugar futurista “tenían contactless para entrar al metro, creo que en Barcelona hoy todavía no lo tienen”, y, sin embargo, la vecina y continental Shenzhen era un lugar peligroso y atrasado. Hoy las tornas parecen haber cambiado: el antiguo pueblo de pescadores sirve como ejemplo del cambio de la China continental, con sus empresas punteras y sus rascacielos brillantes. Hong Kong, por otro lado, da la sensación de haberse quedado anclado. “Y esto se resume muy bien en un dato: en 1993 Hong Kong representaba el 27% del PIB chino, el año pasado fue el 2,7”. Aunque no ha dejado de ser un importante centro financiero, con el auge de China, Hong Kong está perdiendo su papel crucial como el exclusivo pulmón financiero privilegiado que era.

Y, ¿qué hay detrás de las protestas? Las razones son múltiples, pero la incertidumbre sobre el estatus de la excolonia después de 2047 juega un papel fundamental. Se habla, por supuesto, de mayores garantías democráticas y mantenimiento de sus formas de vida. Pero no solo no quieren retroceder, sino que quieren más. “No me he encontrado con ningún manifestante que me haya dicho que un país dos sistemas es el modelo que le parece más adecuado para Hong Kong”. Según Aldama, habría un porcentaje importante de apoyo al independentismo entre la juventud, aunque eso no se refleje en sus peticiones formales. “Hasta los más independentistas reconocen que no es el momento de plantear este asunto. Hay que ir por partes, primero se tiene que conseguir el sufragio universal, de forma que puedan existir partidos independentistas que puedan articular las demandas de autodeterminación. Lo ven como una maratón: Lo ha dicho mucha gente en situaciones muy diferentes. Con el Partido Comunista es imposible lograr la democracia”.

¿Y la respuesta del PCCh? Trujillo le preguntó a Moncada sobre la diferente respuesta que ha dado el partido a estas protestas que la que dio en la plaza de Tiananmen hace ya treinta años, cuando sacó los tanques a la calle. “Hoy el partido tiene la piel más dura”. “En 1989 el partido estaba muy dividido entre la sección que buscaba la distensión y la que buscaba la contracción. En aquel momento estaba en cuestión toda la estrategia. Hoy el partido es otro, -continuó Moncada- goza de legitimidad, por eso es capaz de ser flexible, como en el caso de la retirada de la ley de extradición”. En este sentido hubo cierto consenso en que, sencillamente, Hong Kong no es el principal problema de Pekín: La prioridad es el cambio de modelo económico. Y, mientras tanto, no quiere desgaste en una región donde están puestos los ojos de la prensa occidental.

Desde 4Asia seguiremos pendientes al desarrollo de los acontecimientos en Hong Kong. Nos vemos en primavera en la próxima mesa redonda.

INTERREGNUM: Hong Kong, seis meses después. Fernando Delage

Seis meses después del comienzo de las protestas en Hong Kong, la administración norteamericana ha optado por involucrarse de manera directa. Pese a las dudas iniciales sobre si Trump daría el paso adelante—la tregua en la guerra comercial parecía prioritaria—, el presidente firmó la semana pasada la ley que ha aprobado el Congreso en apoyo a la democracia y los derechos humanos en el territorio. De conformidad con la misma, Estados Unidos puede revocar el estatus de su relación especial con Hong Kong—hasta ahora exento de los aranceles y sanciones económicas impuestas a la República Popular—si las autoridades chinas no respetan el ordenamiento jurídico y el sistema de libertades civiles de esta provincia semiautónoma.

La decisión de Trump complica aún más la ya tensa relación entre las dos mayores economías del planeta. El presidente Xi Jinping, que pese al tiempo transcurrido no ha logrado poner fin a los disturbios, tendrá también que responder a la iniciativa legislativa norteamericana, adoptada sólo días después de las elecciones locales en Hong Kong, celebradas el pasado 24 de noviembre. Los votantes se pronunciaron de forma masiva en contra de los candidatos pro-Pekín, confirmando que—pese la creciente violencia y desorden en las calles—las protestas cuentan con un notable apoyo popular. Los resultados no deben sorprender, en efecto, cuando los habitantes de la ciudad ven sus libertades en peligro ante la retórica neo-maoísta y la política de mano dura de las autoridades chinas.

El presidente Xi se encuentra así ante el más grave desafío a su gobierno desde su llegada al poder en 2012, y no solo por sus efectos sobre Hong Kong. Las implicaciones de la movilización popular para Taiwán, cuya reunificación con el continente es una urgente prioridad para Xi, inquietan de manera especial a los dirigentes chinos. La crisis de Hong Kong se ha traducido en un considerable aumento de popularidad de la presidenta proindependentista de la isla, Tsai Ing-wen, quien—si, como se espera, logra un segundo mandato en las elecciones de enero—abrirá otro delicado frente para Pekín.

La democratización de Taiwán en los años noventa ha conducido a la formación de una identidad cultural y política propia—separada de la “china”—, de la misma manera que sus valores políticos y Estado de Derecho también hacen que los hongkoneses perciban su sociedad como diferente de la del continente. El desarrollo de una identidad democrática en Taiwán y en Hong Kong constituye una doble amenaza para el Partido Comunista Chino. Por un lado, desafía el concepto de una única nación y cultura china mantenido por Pekín. Por otro, erosiona esa combinación de confucianismo, maoísmo y nacionalismo que justifica su monopolio del poder. Taiwán y Hong Kong ofrecen un modelo alternativo chino de modernidad.

También representan, en consecuencia, una presión añadida sobre el futuro de Tibet y Xinjiang, provincias cuya identidad cultural y religiosa está sujeta a la represión de los dirigentes de Pekín. Setenta años después de su fundación, la República Popular no ha terminado de construir por tanto la China a la que aspira. Lo que es más grave, los problemas en la periferia podrían algún día extenderse al centro. Una identidad construida sobre el discurso del rejuvenecimiento nacional y la recuperación de los territorios perdidos (el “Sueño Chino” de Xi), está llamada a chocar con otras basadas en valores políticos y culturales distintos. ¿Le bastará al Partido Comunista con el uso o amenaza del uso de la fuerza como medio principal para asegurar su legitimidad?

Hong Kong: la sociedad avala en las urnas la revuelta

Los candidatos partidarios de la democracia han logrado 387 escaños de los 452 en juego en las elecciones recientes en la ex colonia británica con una participación del 71,2%, lo que supone un aval abrumador a los grupos que movilizaron las masivas protestas que se desarrollan en Hong Kong desde junio.

China se encuentra ante uno de los desafíos más importantes a su régimen autoritario de las últimas décadas. La sociedad hongkonesa ha exhibido en las urnas, en unas elecciones celebradas en un sistema de garantías heredado de la época de la dominación británica que no conoce ningún otro ciudadano chino del resto del país, su apoyo a las movilizaciones cuyo lei motiv es, precisamente, mantener las condiciones pactadas entre Londres y Pekín en el acuerdo de retrocesión de la colonia a la soberanía de China.

Pekín ha optado hasta ahora por mantener las formas, situar fuerzas militares en los límites de la excolonia e intervenir con ellas en tareas auxiliares, introducir policías experimentados en la novata policía de Hong Kong e ir graduando la fuerza con dureza, pero sin dar lugar a grandes protestas internacionales. El discurso público de respeto y de intentar situar a EEUU como instigador de la revuelta estallaría revelando toda su hipocresía si China actuara con la brutalidad que define a su régimen respecto al resto de sus ciudadanos y minorías como uigures y tibetanos.

La cara amable del gobierno chino tiene en Hong Kong un test que China debe resolver ante una escena internacional que espera la distensión comercial con Estados Unidos, y que China demuestre que quiere jugar al comercio con garantías jurídicas y sin las cartas marcadas.