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Xi telefonea a Zelesky ¿y ahora qué? Nieves C. Pérez Rodriguez

A catorce meses de la invasión rusa de Ucrania, Xi Jinping finalmente sostuvo una llamada telefónica con Volodymyr Zelensky a mediados de la semana pasada. La tardía llamada se da a dos meses de que China presentara su plan de paz para poner fin a la guerra.

La hoja de ruta de Xi consta de doce puntos y no parece aportar nada novedoso a la compleja situación. Sin embargo, China la promueve como la mejor opción sobre la mesa ante la ausencia de otras. De esta manera la segunda economía más poderosa se convierte en el intermediario técnicamente neutral que podría resolver el conflicto. Pero esa imparcialidad que ahora promueven es bien conocida como inexistente, puesto que la cercanía que Xi y Putin es pública, y sin ir muy lejos a principios del 2022 en Beijing ambos se profesaron una amistad sin límites previo a la invasión, momentos en que Washington ya había alertado de la posibilidad real de que el Kremlin invadiera Ucrania.

Xi ha jugado a calcular milimétricamente la distancia a favor de Rusia puesto que China está sacando beneficios de la situación actual. Con las sanciones impuestas a Moscú, Beijing ha aprovechado para beneficiarse comprando el petróleo a Rusia a un precio negociado y mucho más bajo que en el mercado internacional. Es muy posible que, además, estén haciendo otro tipo de negocios que no han sido reportados por lo que para Xi es muy conveniente jugar el papel de “neutral”.

La hoja de ruta se resume en el respeto a la soberanía de los países, el abandono de la mentalidad de la época de la Guerra Fría, el cese de hostilidades o cese el fuego y la reanudación de conversaciones de paz, El diálogo como mecanismo de resolución, medidas contra la crisis humanitaria y protección de civiles y prisioneros de guerra. En este punto muy probablemente China actuaría como garante o parte del intercambio de prisioneros entre Kiev y Moscú, priorizar el mantener seguras las centrales eléctricas, evitar la proliferación nuclear y facilitar las exportaciones de cereales con el acuerdo “Iniciativa de granos del Mar Negro” firmado por Rusia, Turquía, Ucrania y la ONU. Detención de las sanciones unilaterales, mantener estable la cadena de suministro y la promover la reconstrucción de Ucrania.

Y todos esos puntos suenan muy bien, y en efecto serían una buena salida a la crisis, pero la realidad es que aquí tenemos un Estado agresor: Rusia, que ha invadido un Estado soberano: Ucrania y ha matado, destruido instalaciones tanto de infraestructura como las eléctricas como de producción de alimentos y amenazado la estabilidad de Europa, de la cadena de suministros y la seguridad alimentaria de millones de personas, entre algunas de las consecuencias generadas. Por lo que, aunque el plan tenga una buena intención debe contar con la disposición real de Putin de materializarlo y no de usarlo para negociar mientras gana tiempo.

Xi ha calculado la distancia a favor de Rusia desde el comienzo de la guerra, no ha cuestionado la invasión ni tampoco a Putin, pero si ha criticado a Occidente y a la OTAN por su apoyo a Kiev. Xi es un estratega que se mueve tácticamente en los últimos meses desde que regresó activamente al escenario internacional y ha viajado, ha comenzado a acumular éxitos diplomáticos como los acercamientos entre Irán y Arabia Saudita, ha abierto su país para recibir cada semana mandatarios y personalidades de alto nivel tal como sucedió con la visita del presidente Macron y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen.

Xi entiende la importancia estratégica de la UE para China y la necesidad de debilitar o al menos neutralizar la alianza transatlántica que la invasión ucraniana no hizo sino revivir y potenciar.

Esta semana por ejemplo Beijing recibirá a los mandatorios de Singapur, Malasia y Gabón y continuará esforzándose por reactivar sus relaciones después del gran parón que sufrieron las visitas de Estado durante la pandemia. También tiene programado ser la sede de importantes eventos como la Cumbre China-Asia que tendrá lugar el próximo mes en Xian y el tercer Foro de la Iniciativa de Ruta de la Seda que se llevará a cabo en el otoño.

Por ahora, Xi ve necesario recuperar terreno en Europa, por lo que ha prometido a Zelensky enviar un representante chino a Kiev quién será un intermediario en las negociaciones de paz. Zelensky recíprocamente enviará a un encargado de negocios a Beijing para mantener el canal de comunicación abierto y corresponder diplomáticamente a China, e invitó a Xi a visitar la capital ucraniana mostrando apertura. Ciertamente, Xi es de los pocos líderes internacionales que no ha desfilado por Kiev desde la invasión y no es descartable que lo haga siempre que pueda sacar algún beneficio de la visita, como potenciar su protagonismo internacional.

De acuerdo con información oficial, Xi ha hablado cinco veces con Putin desde la invasión y lo ha visto en persona dos veces. China se abstuvo de votar en Naciones Unidas en contra de la guerra y pidiendo la salida de Moscú de Ucrania, al principio de la guerra. Beijing se ha abstenido también de condenar la invasión durante todo lo que lleva la ofensiva, pero ahora China busca protagonismo como mediador.

Zelensky, en medio de su complicada situación, se muestra optimista frente a la llamada y disposición de Xi de mediar. Ucrania no pierde nada por intentarlo. Estados Unidos no ha dicho mucho al respecto; en este sentido John Kirby, asesor del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, calificó la llamada de “algo bueno” y dijo haberse enterado de la llamada a través de la prensa.

Putin necesita de China más que nunca ante la soledad a la que el mismo se ha condenado. Xi lo sabe y lo usa en su beneficio no solo económico, sino que seguirá capitalizando el rol de mediador de la guerra. En diplomacia todo es válido, hasta seguir rodando la arruga sin acabar con ella. La misión de China ha sido y es seguir con su plan de conquista y avance internacional, en materia de intercambios, el desarrollo de su nueva Ruta de la Seda, inversiones, control de puertos y mares, y cualquier rendija por donde puedan conseguir influencia puede ser rentabilizado para su misión y protagonismo…

 

China: el aspirante desairado

El gobierno de Xi está enfadado. Su plan de paz para Ucrania recibe más dudas y suspicacias que aplausos; Europa, a pesar de las presiones de Pekín, no renuncia a sus propósitos de restringir la presencia de empresas chinas susceptibles de ser un peligro para la seguridad ni exigir a China cumplir las leyes del mercado, y, para colmo, EEUU recibe con encuentros de alto rango (aunque no máximos) a la presidenta de Taiwán que, además, representa a una corriente que empieza a distanciarse del sueño de lograr una unidad china en clave de democracia y juega con la posibilidad de proclamar Taiwán como un país independiente y democrático más.

China ha reaccionado a la manera arrogante, autoritaria y provocadora que la caracteriza en momentos de debilidad. Ha desplegado un enorme potencial aeronaval en torno a la isla (enorme pero aún alejado de las capacidades de EEUU y aliados en la región) y ha exhibido su capacidad para invadir Taiwán y poner al mundo aún más patas arriba. China no sólo juega con fuego sino que enseña la mano con la mecha encendida lo suficientemente cerca del barril de pólvora.

Pero hay signos de incertidumbre. Mientras EEUU aguanta el pulso y refuerza sus alianzas en Asia Pacífico, en Europa aparecen dudas, y países como Alemania, oficialmente dispuesto a no aceptar desafíos de Pekín, juega a la ambigüedad en el terreno comercial y otros como España se muestran reacios a frenar actividades de empresas chinas problemáticas para la seguridad. Y esto, justamente, es lo que lleva a China a pensar que puede abrir brechas en la unidad occidental y combinar su cara amable y tramposa con una promesa de terror bélico en el Pacífico para tratar de conseguir ese objetivo. En el fondo es el mismo objetivo con el que sueña Rusia y en la que rusos y chinos asientan parte de su alianza estratégica, solo que Moscú está en situación de mayor debilidad.

Ese es el gran pulso actual en el planeta, en el que Europa, tan importante en la esfera económica y de valores, juega de invitada de piedra sin capacidad de protagonismo diplomático y mucho menos militar, aunque creciendo. Sin embargo, este es un reto del que a la UE y a Europa le va a ser muy difícil evadirse o ponerse de perfil, entre otras cosas porque la guerra está en sus fronteras orientales, escenario recurrente de los grandes conflictos bélicos de los dos últimos siglos. Y probablemente este debería ser un punto prioritario a tratar en las cancillerías europeas. De hecho lo es, aunque muchos países escondan sus intenciones reales y sus miedos paralizantes.

 

INTERREGNUM: Contra Occidente. Fernando Delage

La reciente visita del presidente chino a Moscú ha despejado toda duda sobre la solidez de las relaciones con Rusia. La supuesta misión mediadora de Xi Jinping ha hecho evidente la falta de neutralidad china, por no hablar del cinismo de su diplomacia. Apoyar a quien ha sido acusado de haber cometido crímenes de guerra por el Tribunal Penal Internacional, y proponer negociaciones con Ucrania sin exigir la retirada rusa de los territorios ocupados resta toda credibilidad a un gobierno que dice exigir el respeto a la Carta de las Naciones Unidas como base de su plan de paz. Pero nada de eso preocupa a Xi. Su viaje a Rusia ha sido el último de sus movimientos orientados a erosionar el liderazgo occidental del orden internacional, y no se le puede negar el éxito de sus propósitos.

Bajo una falsa apariencia de neutralidad, Pekín continúa construyendo su reputación como actor responsable y comprometido con la estabilidad mundial. En un mensaje dirigido básicamente a las naciones emergentes, se trata de un nuevo paso en su estrategia de ascenso global después de haber logrado la restauración de relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí. China avanza gradualmente de este modo en la formación de una coalición contra Estados Unidos, país al que hace responsable de los desequilibrios de la economía internacional, así como de no pocos de los conflictos abiertos en distintas regiones del planeta.

Sus movimientos se han producido en un doble frente. El primero, de carácter conceptual, fue el anuncio hecho el 15 de marzo de la “Iniciativa de Civilización Global”; un nuevo alegato como líder de una alternativa al “universalismo” de los valores liberales, y que se suma a las iniciativas de desarrollo y de seguridad global anunciadas hace unos meses. Pese a lo genérico de su lenguaje, los tres documentos recogen las bases de un orden mundial orientado hacia las preferencias chinas.

El segundo tiene que ver con Rusia, pilar central de esa coalición. Pekín respeta los intereses de Moscú pues se trata de un socio indispensable no sólo para transformar la estructura del sistema internacional, sino sobre todo para hacer frente a la percepción china de un inevitable deterioro de las relaciones con Estados Unidos. En un artículo publicado por los medios rusos en víspera de su llegada, Xi escribió que China y Rusia se ven obligados a fortalecer su asociación frente a la “hegemonía, dominación y acoso” norteamericano. Y reiterando su conocida idea de que “el mundo es testigo de cambios no vistos en un siglo”, “somos nosotros quienes estamos empujando ese cambio” le dijo a Putin en su despedida, a lo que éste respondió con su asentimiento.

Con todo, transmitir el mensaje de que nada debilitará el eje autoritario constituido con Moscú no ha sido el único objetivo perseguido por Xi. Su visita ha servido igualmente para poner de relieve la extraordinaria dependencia rusa de China un año después de la invasión de Ucrania. Si los intercambios bilaterales crecieron un 34,3 por cien en 2022 (hasta los 190.000 millones de dólares), las importaciones chinas de recursos energéticos rusos—que suman el 40 por cien de los ingresos nacionales—aumentaron de 52.800 millones de dólares a 81.300 millones. Rusia se ha convertido en el segundo suministrador de petróleo de la República Popular, y en el primero de gas. Al mismo tiempo, Pekín ha impuesto de manera creciente el yuan como divisa de referencia en las operaciones con Moscú. China es un socio irreemplazable para un Putin sujeto a las sanciones occidentales, pese a consolidarse la asimetría en la relación: la economía china es hoy diez veces mayor que la rusa.

Esa disparidad de poder le da a Xi una considerable libertad de maniobra. No dio el visto bueno esperado por el Kremlin al gasoducto “Power of Siberia 2”, y su advertencia contraria el uso de armamento nuclear marca una línea roja que Putin no podrá cruzar. Tampoco habrá gustado al presidente ruso que, nada más volver a Pekín, Xi haya invitado a las cinco repúblicas centroasiáticas a celebrar una cumbre China-Asia central en mayo. Gestos de poder, unos y otros, que revelan cómo la guerra de Ucrania y el aislamiento de Rusia están precipitando el liderazgo chino de Eurasia; un resultado que sólo puede ser causa de inquietud para los europeos.

INTERREGNUM: China tiene un plan. Fernando Delage

Al cumplirse un año de la invasión rusa de Ucrania, China ha querido presentarse como mediador neutral ofreciendo un plan de paz para acabar con la guerra. La propuesta, anunciada por el presidente Xi el 24 de febrero, reclama un inmediato alto el fuego y el fin del envío de armas por parte de actores externos a Ucrania y Rusia. China no exige, sin embargo, la retirada rusa como requisito previo para las negociaciones, por lo que el plan carece de toda viabilidad.

¿Para qué sirve entonces su propuesta? ¿Y por qué la presenta en este momento, después de haber intentado mantenerse al margen del conflicto durante un año? Una posible respuesta es que China quiere transmitir una señal sobre su liderazgo diplomático como potencia responsable, lo que a su vez tiene un doble objetivo. Maniobrando para erosionar la unidad occidental, trataría, en primer lugar, de transmitir a los europeos la idea de que comparte sus mismos objetivos con respecto a la estabilidad en el Viejo Continente. Más relevante es, por otra parte, el mensaje que China lanza a las naciones emergentes, frente a las cuales se presenta como una potencia amante de la paz que ofrece una solución constructiva a sus necesidades, en contraste con el desorden causado por la mentalidad de guerra fría de Estados Unidos. No es casualidad por ello que, también la semana pasada, Pekín publicara un documento sobre los principios de su “Iniciativa de Seguridad Global”, anticipada por Xi la pasada primavera.

Más que los esfuerzos de propaganda, lo que realmente preocupa a Occidente es la posibilidad, en la que han coincidido en los últimos días un reportaje de Der Spiegel y el director de la CIA, de que China proporcione ayuda militar a Rusia. Es un escenario que abriría una nueva fase en la guerra, y también en las relaciones de las democracias liberales con la República Popular. A priori no tiene mucho sentido que Pekín quiera provocar una escalada que conduciría a graves sanciones y a un enfrentamiento directo con la OTAN, pero la cuestión de fondo tiene que ver con su percepción acerca de la evolución del conflicto y el impacto sobre sus intereses. A los estrategas chinos no les inquieta cuándo terminará la guerra sino cómo.

Una opinión muy extendida entre los analistas es que a China no le conviene la completa victoria de ninguna de las partes. Un triunfo de Ucrania reforzaría la posición de Estados Unidos y de Occidente, que podrían concentrar su atención en la rivalidad con China y prestar mayor apoyo a Taiwán. Al mismo tiempo, una Rusia derrotada podría verse forzada a llegar a algún tipo de entendimiento con el mundo euroatlántico, poniendo fin a su asociación con la República Popular. Otro efecto simultáneo de este resultado sería que tanto India como Japón podrían focalizar sus cálculos estratégicos hacia Pekín sin tener que preocuparse por la variable rusa. Un escenario de inestabilidad interna en Rusia o—en el caso más extremo—un cambio de régimen, sería, por añadir una última hipótesis, la peor de las pesadillas para Pekín. Por resumir, sería fundamental para China evitar una derrota rusa.

Pero tampoco una victoria decisiva de Moscú sería necesariamente favorable. El margen de maniobra chino se reduciría en el caso de que Rusia ya no tuviera que depender en tan alto grado de la República Popular. El pago en yuanes de sus importaciones de gas y petróleo, el oleaducto “Power of Siberia 2”, o el ferrocarril que une a China con Kirguistán y Uzbekistán, son proyectos que han podido salir adelante por las circunstancias de la guerra. De otro modo, el Kremlin no habría aceptado la creciente penetración china de Asia central.

La cronificación del conflicto y el desgaste de Rusia y de Occidente sería teóricamente el escenario que más beneficiaría a los intereses chinos. Se reduciría la presión norteamericana en el Indo-Pacífico y la competición económica con Europa en Eurasia, y contaría con mayor libertad de acceso a Asia central. Al no participar directamente en la guerra continuaría acumulando capacidades, y se encontraría en mejores condiciones para resolver el problema de Taiwán. Ningún gobierno puede, no obstante, controlar la dinámica de una guerra. Pekín juega varias cartas simultáneamente, pero no todas ellas son compatibles entre sí. Atrapada en su relación “sin límites” con Rusia—aunque ha dejado de utilizar ese calificativo—busca reducir el impacto de una agresión que, en vez de salvar al mundo para la autocracia, no ha hecho sino entorpecer las ambiciones chinas.