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INTERREGNUM: Pompeo en el Vaticano. Fernando Delage

Desde hace casi dos años, analistas y especialistas académicos discuten si la relación entre Estados Unidos y China puede calificarse, o no, como “Nueva Guerra Fría”. La analogía resulta comprensible por el alcance de la rivalidad entre ambas potencias, aunque el mundo del siglo XXI no puede ser más diferente del de la segunda postguerra mundial. Quienes piensan que estamos frente a una nueva era bipolar pueden recurrir como evidencia a la retórica ideológica desplegada por la administración Trump en los últimos meses, y que se suma a la guerra comercial y tecnológica emprendida desde 2018.

El pasado 23 de julio, el secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, pronunció en la que fue casa del presidente Nixon en California, unas palabras cuyo lenguaje recordaban al empleado contra la Unión Soviética en los años cincuenta. Al describir la lucha por la libertad contra el Partido Comunista Chino como “la misión de nuestro tiempo”—Washington ya no habla del Estado chino sino del partido gobernante—, su denuncia de “esta nueva tiranía” revela el deseo de un cambio de régimen en Pekín; un esfuerzo para el que solicitó la ayuda de todas las democracias: “si el mundo libre no cambia la China comunista, ésta nos cambiará a nosotros”, indicó. La escasa sutileza del jefe de la diplomacia norteamericana puede deberse a sus ambiciones políticas futuras, pero difícilmente contribuirá a relajar las tensiones con la República Popular, o a frenar la rápida pérdida de credibilidad internacional de Estados Unidos.

El 1 de octubre Pompeo llevó su campaña hasta la Santa Sede. Dos semanas después de escribir un artículo en el que acusó al Vaticano de comprometer su autoridad moral por llegar a un acuerdo con Pekín sobre el nombramiento de obispos en 2018, el secretario de Estado quería sugerir en persona la no renovación de dicho acuerdo—que vence a finales de mes—, así como la conveniencia de una condena explícita de los abusos a los derechos humanos en China. Esta interferencia directa en los asuntos de la Iglesia Católica explica—junto a la cercanía de las elecciones presidenciales—que no fuera recibido por el Papa. Aunque pensar que el Vaticano estaría dispuesto a alinearse con Estados Unidos en su guerra fría contra China, y renunciar a un acuerdo que costó treinta años de negociaciones, revela un profundo desconocimiento de la diplomacia vaticana, la presión de Washington puede ser indicación de que la “normalización” de las relaciones entre la Santa Sede y Pekín continúa avanzando.

En un contexto de crecientes tensiones con otros países—de sus vecinos asiáticos, a Europa y Estados Unidos—, Pekín tiene un interés aún mayor por mantener abierto un canal de comunicación con el Vaticano. El más pequeño y del mayor de los Estados del sistema internacional comparten, además de su continuidad de siglos, un sentido del tiempo y una paciencia estratégica que les diferencia de otras naciones. Desde la elección del Papa Francisco en 2013, sólo un día antes de que Xi Jinping asumiera la presidencia de la República Popular, se ha renovado un acercamiento que, más allá de la dimensión pastoral de la selección de obispos, supone todo un giro histórico.

EEUU: el Departamento de Estado a la deriva. Nieves C. Pérez Rodríguez

Washington.- La consultora Global Situation Room ha publicado un informe sobre El estado actual de la diplomacia estadounidense. El estudio se basó en encuestar a cincuenta exembajadores estadounidenses y altos ex consejeros de seguridad nacional de administraciones tanto republicanas como demócratas.

El informe comienza con la pregunta ¿Aprueban el trabajo que desempeña Mike Pompeo como secretario de Estado? Sólo el 14,29% respondió afirmativamente, frente a un 85,71% que aseguraron no aprobarlo. Y entre lo que más preocupa a los encuestados es la ausencia de una estrategia clara y definida a seguir junto con el gran número de puestos dentro del Departamento de Estado que han reemplazado a los profesionales de carrera con nuevo personal.

Asimismo, expresaron su preocupación frente al hecho de que el presidente tome decisiones de política exterior sin contar con la opinión profesional del Departamento de Estado o el Pentágono. Opinan que sobre lo que se decide no se toma en cuenta las consecuencias, así como el posible impacto que una decisión puede tener sobre los aliados.

Otra de las preguntas fue si el recorte de personal está teniendo un impacto en la seguridad nacional de los Estados Unidos. A lo que el 88% de los consultados creen que si hay un impacto directo en la seguridad nacional y el 12% no cree que sea así.  Y esa mayoría opina que, según los informes internos de las instituciones, los ataques que están teniendo lugar de manos de personal designado por Trump a funcionarios de carrera socavan la función de la institución y el estado de derecho.

En cuanto a cómo describiría la situación de seguridad de las embajadas y los consulados estadounidenses en los dos últimos años había tres opciones de respuestas. La primera, de mejoría, no fue apoyada por nadie. La segunda opción, de empeoramiento, obtuvo un 38,30% a favor, y el 61,70% optó por la tercera respuesta que es que se mantiene sin cambios.

¿Ha perdido Estados Unidos significativa influencia bajo el mando del presidente Trump? El 96% de los consultados se manifestaron de acuerdo en la pérdida de influencia del país bajo la Administración Trump, y tan sólo un 4% afirmó que no.

¿Los adversarios estadounidenses han crecido más y se han hecho más fuertes y más influyentes desde que Trump está en el poder? El 92% de los encuestados afirmaron que sí, mientras que sólo un 8% estuvo en desacuerdo. Asimismo fueron preguntados sobre que países se han beneficiado más de la Administración de Trump. Un 40% respondió que Arabia Saudí, un 30% que Israel, un 20% que Rusia, y el 10% restante se lo repartieron entre China,  Emiratos Árabes, Pakistán y Corea del Norte.

Otra pregunta fue ¿Dónde tendrá lugar la próxima crisis? En este caso el 32,65% considera que será China, seguido por Irán con el 28,57%. Y dejando a Venezuela en un tercer lugar con el 6,12%.

Este informe se llevó a cabo a casi un año de las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, por lo que aprovecharon para preguntar a los encuestados si los candidatos demócratas han dedicado suficiente tiempo a discutir planes de Seguridad Nacional. Una gran mayoría, el 80%, se mostró en desacuerdo.

Al final de la encuesta dejaron a los entrevistados exponer brevemente los temas que más les preocupan y muchos coincidieron en el estado actual en el que se encuentra el Departamento de Estado. Desde que Trump tomó posesión, el número de diplomáticos y funcionarios de carrera de rango medio, que son los que cuentan con unos 15 años de experiencia, se han marchado, dejando un gran hueco que no puede ser llenado.

Si ese éxodo continúa en los próximos cuatro años, el Departamento de Estado estará en una situación comprometida. Unido a ello, se ha interrumpido el reclutamiento de diplomáticos, lo que significa que, junto con las jubilaciones masivas de los últimos años, se habrá perdido el mayor talento que poseía la institución.

La baja moral es también otro aspecto que preocupa mucho a quienes fueron consultados. Y algunos insisten en que es un elemento que cada día se agudiza con la manera en que se toman las decisiones y cómo se prioriza la política sobre la de los intereses nacionales de la nación estadounidense.

El informe se puede encontrar en la siguiente página web (en inglés) https://www.thesituationreports.com/

INTERREGNUM: China y Estados Unidos: ¿nueva escalada? Fernando Delage

La guerra comercial entre Estados Unidos y China parece estar cada día más cerca. Pero altos funcionarios chinos han hecho saber que están preparados asimismo para un enfrentamiento financiero, diplomático e, incluso, militar—la escalada retórica parece inevitable—en respuesta a lo que interpretan como la voluntad norteamericana de actuar contra el corazón de su estrategia económica.

El alcance de la disputa entre las dos mayores economías del mundo, en efecto, va mucho más allá de un mero desequilibrio en la balanza comercial bilateral (pese a la enormidad de las cifras). Washington parece haber llegado a la conclusión de que el verdadero desafío a su estatus como principal superpotencia no es el tamaño de la economía china o la competencia de su industria. Tampoco sus capacidades militares. Es el salto cualitativo en alta tecnología dado por Pekín, en áreas como inteligencia artificial en particular, lo que ha desatado todas las alarmas. Aun cuando el diagnóstico sea correcto, la manera de afrontarlo puede no ser, sin embargo, la más eficaz.

En un informe hecho público el 19 de junio, Peter Navarro, el polémico asesor de la Casa Blanca, describe los avances chinos en este campo como una amenaza existencial para el liderazgo tecnológico y la propiedad intelectual de Estados Unidos. El lenguaje y los argumentos utilizados por la administración norteamericana llevan a Pekín a concluir que Washington no busca en realidad concesiones comerciales para corregir su déficit, sino obstaculizar la política de innovación de China; una política de la que ha hecho depender la sostenibilidad de su crecimiento, a su vez determinante de la legitimidad política del régimen.

En este contexto de aumento de las tensiones entre ambos, el 22 y 23 de junio los líderes chinos celebraron una conferencia interna del Partido Comunista sobre política exterior, la segunda desde que Xi Jinping llegara al poder a finales de 2012. (Su antecesor, Hu Jintao, sólo celebró una en diez años). Con la presencia de todos los miembros del Politburo, altos cargos de los ministerios y de las fuerzas armadas, así como la práctica totalidad de los embajadores chinos, Xi reiteró el completo control de la diplomacia nacional por el Comité Central, y confirmó el grado de ambición de su gobierno. China, indicó, debe “asegurar la protección de la soberanía, la seguridad y los intereses de desarrollo del país, participar de manera proactiva en la reforma del sistema de gobernanza global, y crear una más completa red de asociaciones globales”. El bajo perfil recomendado en su día por Deng Xiaoping es definitivamente historia: la China de Xi Jinping no oculta su determinación de dictar las reglas del juego de la economía mundial.

Pocos días más tarde, mientras recibía en Pekín al secretario de Defensa de Estados Unidos, Jim Mattis—la primera de un jefe del Pentágono en cuatro años—, Xi declaró por otra parte que China “no cederá ni una pulgada de sus territorios históricos”. Estos incluyen oficialmente, como se sabe, todas las islas del mar de China Meridional. Hace menos de un mes, Mattis acusó públicamente a la República Popular de “intimidación y coacción” al desplegar misiles tierra-aire y otras capacidades militares en varias de dichas islas. Mattis visitó China apenas dos semanas después de que lo hiciera el secretario de Estado, Mike Pompeo. Pese a la innegable relevancia de las relaciones diplomáticas y militares, parece que es en la Casa Blanca, y por parte de nada moderados asesores, donde se está articulando una política china desprovista de matices y de contextualización estratégica. El tiempo dirá si éste es el camino para conseguir mejores resultados, pero es una táctica de presión que, a priori, lejos de modificar las prioridades chinas, puede conducir a una confrontación mayor.