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INTERREGNUM: Dos discursos. Fernando Delage

El apoyo transmitido por el presidente chino, Xi Jinping, a su homólogo ruso, Vladimir Putin, en su reciente visita a Moscú, ha marcado un punto de inflexión en la competición estratégica global, así como en los movimientos de Pekín. Si se ha hecho más evidente que nunca que en la batalla por Ucrania están en juego los principios que determinarán el futuro orden internacional, Xi ha dejado igualmente de camuflar sus intenciones para pasar a desafiar abiertamente el statu quo. Utilizar a una Rusia debilitada y aislada como instrumento de sus ambiciones multiplica, no obstante, los costes de su ofensiva diplomática. Así ha podido comprobarse durante los últimos días.

Mientras Xi visitaba a Putin en Moscú, el primer ministro japonés, Fumio Kishida, se encontraba en Kyiv con el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, en una nueva indicación de las implicaciones de una guerra que ha roto las barreras entre la seguridad europea y la asiática. Los cambios en la política de seguridad japonesa incluyen entre sus causas la amenaza revisionista planteada por Rusia—país con el que Japón aún tiene pendiente la firma de un tratado de paz desde 1945—, aunque China sea el desafío mayor. Ambas potencias proporcionaron el contexto para la visita de Kishida a India, la segunda que realiza en dos años, y desde donde viajó a Ucrania.

El fortalecimiento de la asociación estratégica entre las dos grandes democracias asiáticas, ambas vecinas de China, no ha pasado inadvertido en Pekín. La coordinación de agendas entre los actuales presidentes del G20 (India) y del G7 (Japón) ha propiciado que Kishida acudiera a Delhi para relanzar la estrategia del Indo-Pacífico Libre y Abierto (FOIP en sus siglas en inglés). Debe recordarse que fue en la capital india donde, en 2007, su antecesor Shinzo Abe dio origen al concepto al hablar de la creciente interconexión entre el Índico y el Pacífico.

En un discurso pronunciado ante el Indian Council of World Affairs el 20 de marzo, Kishida actualizó la iniciativa que mejor expresa la idea de una estructura regional alternativa a la visión sinocéntrica de Pekín. El primer ministro japonés expuso un plan que extiende el FOIP a los países del Sur Global apoyado en cuatro grandes pilares: la promoción del Estado de Derecho y el rechazo al uso unilateral de la fuerza; fomentar la cooperación sobre problemas transnacionales (cambio climático, seguridad alimentaria, pandemias, desastres naturales y desinformación); apoyo a la interconectividad como motor del crecimiento económico; y refuerzo de las iniciativas de seguridad en el terreno naval y áreo. Kishida anunció asimismo un programa de apoyo a las infraestructuras y la seguridad de las naciones emergentes por valor de 75.000 millones de dólares.

El acercamiento entre Japón e India es uno de los principales ejes de la dinámica estratégica asiática, vinculado a su vez a la respectiva relación de cada uno de ellos con Estados Unidos, y a la pertenencia de los tres (junto a Australia) al Diálogo Cuadrilaterald e Seguridad (QUAD). Pero sin la relación Tokio-Delhi sencillamente no habría “Indo-Pacífico”. Japón e India han descubierto, por otra parte, el potencial papel que puede tener la UE como elemento de equilibrio frente a la bipolaridad Estados Unidos-China, y son dos socios, por tanto, a los que Bruselas debe prestar mayor atención si aspira a construir un perfil propio en Asia.

Esa dimensión regional se echó en falta en otro importante discurso enfocado en China: el pronunciado el jueves por la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, en vísperas de su viaje a Pekín con el presidente de Francia, Emmanuel Macron. En un acto organizado por el Mercator Institute of Chinese Studies (MERICS) y el European Policy Centre, von der Leyen declaró que Europa necesita ser más proactiva frente a una China que se ha vuelto “más represiva en casa y más asertiva en el exterior”. Refiriéndose a los intentos de mediación china en Ucrania, subrayó que el futuro de las relaciones de la UE con Pekín estará determinado en buena medida por cómo evolucione la interacción entre la  República Popular y Rusia. Y, en términos no empleados hasta la fecha por un líder europeo, describió la clara determinación de las autoridades comunistas de situarse en el centro de un reconfigurado orden internacional.

La presidenta de la Comisión indicó que los Estados miembros deberán reforzar sus instrumentos económicos frente a las medidas coercitivas chinas; definir la relación con Pekín en áreas tecnológicas sensibles (microelectrónica, computación cuántica, robótica, inteligencia artificial y biotecnología); a la vez que anunció la presentación antes de finales de año de una nueva estrategia de seguridad económica de la Unión.

Como se ve, no es China la única potencia activa en el frente diplomático. En Asia sus movimientos están motivando el acercamiento de sus principales rivales frente a sus aspiraciones hegemónicas. En Europa, pese a sus intentos por dividir a los Estados miembros y separarlos de su aliado norteamericano, se está encontrando con una UE cada vez más hostil. No son obstáculos menores a su objetivo de destronar a Estados Unidos.

 

INTERREGNUM: Contra Occidente. Fernando Delage

La reciente visita del presidente chino a Moscú ha despejado toda duda sobre la solidez de las relaciones con Rusia. La supuesta misión mediadora de Xi Jinping ha hecho evidente la falta de neutralidad china, por no hablar del cinismo de su diplomacia. Apoyar a quien ha sido acusado de haber cometido crímenes de guerra por el Tribunal Penal Internacional, y proponer negociaciones con Ucrania sin exigir la retirada rusa de los territorios ocupados resta toda credibilidad a un gobierno que dice exigir el respeto a la Carta de las Naciones Unidas como base de su plan de paz. Pero nada de eso preocupa a Xi. Su viaje a Rusia ha sido el último de sus movimientos orientados a erosionar el liderazgo occidental del orden internacional, y no se le puede negar el éxito de sus propósitos.

Bajo una falsa apariencia de neutralidad, Pekín continúa construyendo su reputación como actor responsable y comprometido con la estabilidad mundial. En un mensaje dirigido básicamente a las naciones emergentes, se trata de un nuevo paso en su estrategia de ascenso global después de haber logrado la restauración de relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí. China avanza gradualmente de este modo en la formación de una coalición contra Estados Unidos, país al que hace responsable de los desequilibrios de la economía internacional, así como de no pocos de los conflictos abiertos en distintas regiones del planeta.

Sus movimientos se han producido en un doble frente. El primero, de carácter conceptual, fue el anuncio hecho el 15 de marzo de la “Iniciativa de Civilización Global”; un nuevo alegato como líder de una alternativa al “universalismo” de los valores liberales, y que se suma a las iniciativas de desarrollo y de seguridad global anunciadas hace unos meses. Pese a lo genérico de su lenguaje, los tres documentos recogen las bases de un orden mundial orientado hacia las preferencias chinas.

El segundo tiene que ver con Rusia, pilar central de esa coalición. Pekín respeta los intereses de Moscú pues se trata de un socio indispensable no sólo para transformar la estructura del sistema internacional, sino sobre todo para hacer frente a la percepción china de un inevitable deterioro de las relaciones con Estados Unidos. En un artículo publicado por los medios rusos en víspera de su llegada, Xi escribió que China y Rusia se ven obligados a fortalecer su asociación frente a la “hegemonía, dominación y acoso” norteamericano. Y reiterando su conocida idea de que “el mundo es testigo de cambios no vistos en un siglo”, “somos nosotros quienes estamos empujando ese cambio” le dijo a Putin en su despedida, a lo que éste respondió con su asentimiento.

Con todo, transmitir el mensaje de que nada debilitará el eje autoritario constituido con Moscú no ha sido el único objetivo perseguido por Xi. Su visita ha servido igualmente para poner de relieve la extraordinaria dependencia rusa de China un año después de la invasión de Ucrania. Si los intercambios bilaterales crecieron un 34,3 por cien en 2022 (hasta los 190.000 millones de dólares), las importaciones chinas de recursos energéticos rusos—que suman el 40 por cien de los ingresos nacionales—aumentaron de 52.800 millones de dólares a 81.300 millones. Rusia se ha convertido en el segundo suministrador de petróleo de la República Popular, y en el primero de gas. Al mismo tiempo, Pekín ha impuesto de manera creciente el yuan como divisa de referencia en las operaciones con Moscú. China es un socio irreemplazable para un Putin sujeto a las sanciones occidentales, pese a consolidarse la asimetría en la relación: la economía china es hoy diez veces mayor que la rusa.

Esa disparidad de poder le da a Xi una considerable libertad de maniobra. No dio el visto bueno esperado por el Kremlin al gasoducto “Power of Siberia 2”, y su advertencia contraria el uso de armamento nuclear marca una línea roja que Putin no podrá cruzar. Tampoco habrá gustado al presidente ruso que, nada más volver a Pekín, Xi haya invitado a las cinco repúblicas centroasiáticas a celebrar una cumbre China-Asia central en mayo. Gestos de poder, unos y otros, que revelan cómo la guerra de Ucrania y el aislamiento de Rusia están precipitando el liderazgo chino de Eurasia; un resultado que sólo puede ser causa de inquietud para los europeos.

Putin-Xi, dos tiranos y un destino

El periodismo, con frecuencia, construye un paradigma en base a un detalle más o menos importante pero no esencial ni especialmente significativo. Así, por ejemplo, en las últimas horas se viene insistiendo en que el autócrata ruso demuestra no estar aislado por su encuentro con el presidente chino y se añade que China escenifica su apoyo a Moscú.

Pero los hechos no parecen avalar exactamente ni una cosa ni la otra. Por una parte, Putin demuestra precisamente su aislamiento político, su incapacidad militar y económica para avanzar en Ucrania y la necesidad de encontrar una salida en que se le permita disfrazar su fracaso. Y eso es lo que China se propone por su exclusivo interés estratégico de ocupar nuevas zonas de influencia, y, con un disfraz propio, presentarse como avalista de la resolución de conflictos mientras prepara su propia agresión a Taiwán si no encuentra otra forma de anular aquel régimen ahora democrático.

Por otra parte, China, aún declarándose aliado estratégico de Moscú, ha mantenido distancia del conflicto ucraniano. Es más, en la presentación de su propio plan de una salida negociada del conflicto, China pone un obstáculo difícilmente salvable al afirmar que la solución está en la integridad territorial y la soberanía de ambos países en guerra, la de Ucrania, cuya negación fue la agresión rusa, y la de Rusia, que nadie amenaza. Volver al punto de partida de 2014, que eso significaría respetar la integridad ucraniana retirándose las tropas rusas incluyendo Crimea, no parece un objetivo aceptable para Moscú e imponer un mantenimiento de la situación actual con retirada parcial rusa y dar más protagonismo a los separatistas pro rusos de Ucrania oriental no es fácil de aceptar por Kiev. Pero Chna no busca salvar a Putin sino avanzar en sus intereses estratégicos aunque eso signifique un balón de oxígeno para el caudillo ruso y si necesitara dejarlo caer y con eso consiguiera ventajas lo haría.

China necesita ir sustituyendo a Rusia en muchas regiones y para eso no le conviene una caída abrupta del régimen de Moscú que fortalezca a EEUU y aliados que están intentando frenar una reedición de Hitler pero sabiendo que el conflicto no acabará con una entrada en Berlín-Moscú.

La partida está jugándose y Occidente debe seguir presionando para que a Rusia le cueste todo lo cara que sea posible su agresión porque en Ucrania no se juega sólo la integridad territorial de aquel país sino las libertades de la Europa democrática. Los intentos de China pueden obtener algún resultado (de hecho, Putin ha hablado de resolución política) pero no parece fácil en este momento. En cualquier caso, si se entrara en una nueva fase habrá que seguir alerta y presionando a Rusia contra sus pretensiones estratégicas y mantener la vista en China que no aspira a la estabilidad internacional exactamente sino a un escenario que favorezca sus intereses y su propio proyecto de amenaza autoritaria.

Nuevos gestos, viejas amenazas

China sigue empeñada en asumir todo el protagonismo mundial que es capaz de generar. En pocos días ha perpetrado un simulacro de agresión contra Taiwán sin precedentes y ha tomado, por presión popular la medida de pasar del todo dictatorial a la nada irresponsable en su control del COVID trasladando al mundo una nueva ola de temor aunque esta vez la mayoría de los países está mejor preparada para hacer frente a nuevas infecciones de este coronavirus. Y, en medio de esta nueva tormenta, una entrevista Xi-Putin en la que los dos países más desestabilizadores del panorama internacional han jurado apoyarse aunque Pekín sigue marcando distancias evidentes respecto a la agresión rusa a Ucrania.

China sigue dando una enorme importancia a la defensa de su imagen internacional, sobre todo cara a países del segundo y tercer mundo donde busca hacer negocios, ampliar su espacio de influencia e ir colocando puntos de avance en su estrategia de ganar presencia en cada punto de importancia comercial y política. Pero el modelo chino, su nacionalismo y sus gestos arrogantes no facilitan estas operaciones, a pesar de los lobbies y de las enormes cantidades gastadas en generar lealtades corruptas.

Mucho se dice que Occidente desconoce los resortes de la cultura china y las concepciones filosóficas y religiosas instaladas en su realidad colectiva. Y es verdad. Pero tampoco en China se  conoce tanto como se aparenta la realidad occidental y a veces desde Pekín se actúa con suficiencia y torpeza solo apenas efectivas por la ingenuidad, que esa sí que la manejan bien los estrategas chinos, de que hacen gala numerosos políticos occidentales, en su mayor parte europeos.

Esto plantea un reto a las sociedades democráticas, a sus gobernantes a sus instituciones y a sus medios de comunicación, muchos de ellos ignorantes o beneficiados de la profundidad de las operaciones chinas (como de otros países con posibilidades financieras y necesitados de aumentar su influencia y mejorar su imagen). Armar una sociedad con mecanismos de defensa no implica ni debe implicar recortar libertades ni requiere intervenciones que limiten el libre mercado, dos tentaciones que siempre aparecen al calor de las crisis y en beneficio de las doctrinas populistas que, con coartadas de izquierdas o de derechas acaban pareciéndose a los argumentos de Pekín. Y esto a va estar presente en un año, 2023, que llega cargado de incertidumbre.

INTERREGNUM: Otoño multilateral. Fernando Delage

Como cada año por estas fechas, se concentran en unos pocos días las cumbres anuales de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN) con sus socios externos, la Cumbre de Asia Oriental, y la del foro de Cooperación Económica del Asia-Pacífico (APEC). Al ser este año Indonesia anfitrión de la reunión del G20, se suma un encuentro multilateral más en la región. No repiten los mismos participantes en todos los casos, pero buena parte de ellos se irán trasladando de Camboya—país anfitrión de los dos primeros encuentros—, a Bali—donde se celebra la cumbre del G20—, para terminar el próximo fin de semana en Tailandia, donde se reunirán los líderes de APEC. Tampoco la agenda es la misma, pero sí el contexto de fondo, marcado por el enfrentamiento entre Estados Unidos y China. Para la mayoría de los observadores lo más relevante de esta intensa semana es en consecuencia el encuentro de Joe Biden y Xi Jinping el lunes 14 en Indonesia.

En realidad, sólo en el G20 van a coincidir ambos mandatarios: Xi no estuvo en Camboya—le representó su primer ministro, Li Keqiang—, y Biden no estará en Bangkok: le sustituirá la vicepresidenta Kamala Harris. Pero las relaciones entre los dos países condicionan todos los encuentros. Para Biden, el principal objetivo de su viaje consiste precisamente en enviar una clara señal de su compromiso con las naciones del Indo-Pacífico (y, por tanto, de su intención de contrarrestar la creciente influencia china). En Phnom Penh, Biden declaró que la ASEAN es un pilar central de su política asiática, y anunció la puesta en marcha de una “asociación estratégica integral” con la organización. En el que fue su tercer encuentro bilateral con el grupo, el presidente norteamericano ofreció asimismo una partida de 850 millones de dólares en asistencia al sureste asiático, para promover—entre otros asuntos—la cooperación marítima, vehículos eléctricos y la conectividad digital.

La situación en Myanmar también formó parte de la discusión en Camboya, con el fin de reforzar de manera coordinada la presión sobre la junta militar, así como Corea del Norte, asunto sobre el que Biden mantuvo una reunión separada con el presidente surcoreano y el primer ministro de Japón. Los tres líderes, que ya mantuvieron un encuentro con ocasión de la cumbre de la OTAN en Madrid el pasado mes de junio, tratan de articular una posición común frente a la reciente oleada de lanzamiento de misiles por parte de Pyongyang, y la posibilidad de un séptimo ensayo nuclear. También trataba Biden de preparar con sus dos más importante aliados asiáticos la reunión bilateral con Xi.

Aunque Biden y Xi se conocieron cuando eran ambos vicepresidentes, no han coincidido presencialmente desde la llegada del primero a la Casa Blanca. Han hablado por teléfono cinco veces desde entonces, y llegaron a Bali poco después de obtener (Biden) unos resultados mejores de los esperados en las elecciones de medio mandato, y (Xi) un tercer mandato en el XX Congreso del Partido Comunista. Por las dos partes se aspiraba a explicar en persona sus respectivas prioridades—incluyendo Taiwán, Corea del Norte y Ucrania—, restaurando un contacto directo que pueda contribuir a mitigar la espiral de rivalidad.

Es innegable, no obstante, que—pese a su encuentro formal—tanto Washington como Pekín continuarán intentando orientar la dinámica regional a su favor, ya se trate del entorno de seguridad o de acuerdos económicos. En Tailandia, China podría dar algún paso hacia su adhesión al CPTPP—el antiguo TTP que Trump abandonó—, mientras que la alternativa que Biden promueve—el “Indo-Pacific Economic Framework”—puede resultar redundante con la propia función de APEC, foro que la corresponde presidir a Estados Unidos en 2023.

La interacción entre las dos grandes potencias y la división geopolítica resultante marca, como se ve, esta sucesión de encuentros multilaterales, que lleva a algunos a reconsiderar por lo demás el futuro de la ASEAN, justamente cuando celebra su 55 aniversario. Desde fuera de la región, habría también que preguntarse por la ausencia—salvo en el G20—del Viejo Continente, en la región que se ha convertido en el epicentro de la economía y la seguridad global.

China-Estados Unidos: perimetrar el conflicto

Se llama perimetrar un incendio al proceso de delimitar la zona del mismo, aislarlo de puntos de extensión, contenerlo dentro de esos límites y poner en marcha planes de extinción.

Algo parecido han ensayado Biden y Xi en Bali. Sin abandonar el lenguaje duro, sin ocultar las amenazas chinas sobre Taiwán, sin atenuar Biden las denuncias sobre las agresiones chinas a los derechos humanos y sin rebajar un punto el compromiso estadounidense con reforzar la defensa militar aliadas en el Pacífico, China y Estados Unidos han subrayado la necesidad de mantener abiertas vías de comunicación sobre cada conflicto, negociar los contenciosos comerciales y deplorar las amenazas de Putin, socio de China en muchos aspectos, de utilizar armas nucleares para endr3zar su fracaso en Ucrania.

Pero el encuentro entre los dos mandatarios proporciona beneficios an amas potencias. China gana tiempo en un escenario de menor crecimiento económico y proporciona tiempo a Estados Unidos al reducir teóricamente la amenaza de invasión (por el momento) a Taiwán; Biden tras su derrota limitada en las elecciones americanas gana imagen de liderazgo internacional y ofrece a China la imagen de segunda potencia mundial con Rusia contra las cuerdas.

Sin embargo apenas hay margen para acuerdos reales. Respecto a Taiwán y a la política china sobre los derechos humanos en su país no puede haber avances con la autocracia de Pekín y respecto a los contenciosos comerciales tampoco por cuanto China, cuya economía no existe sin una fuerte dosis de intervencionismo estatal hala cínicamente de respetar el libre comercio y las leyes que Pekín viola a diario. Sí hay margen, a pesar de todo, para acuerdos parciales sobre aspectos económicos en que ambos países jueguen al gato y al ratón conteniendo Estados Unidos algunas prácticas chinas y obteniendo China algunos compromisos de no interferir mucho sus negocios crecientes en África y América Latina.

Y el dossier Ucrania. Aunque se ha publicitado menos, una parte importante de las tres horas de reunión entre Biden y Xi se dedicaron a analizar las posibilidades de presionar o convencer a Putin de que acepte unas conversaciones de paz respetando la integridad territorial de Ucrania (así lo proclama China). Pero no ha habido avances. Ambas partes reconocen internamente que la arrogancia rusa le impide reconocer su derrota y abrir negociaciones y que Ucrania, en pleno avance militar cree que negociar ahora sin explotar su ventaja sería un favor a Rusia. Pero Estados Unidos y China han pactado seguir en contacto sobre este asunto buscando un clima de distensión que ambas economías necesitan-

Y en este contexto sorprende la arrogancia del presidente español, Pedro Sánchez, que antes de su propia entrevista con Xi para ofrecer oportunidades de inversión a empresas chinas ha anunciado pomposamente que insistirá a Pekín en la necesidad de convencer a Putin para ceder. Vivir para ver. Aunque, si se abre la vía chino estadounidense sobre Ucrania veremos repartir medallas en La Moncloa.

INTERREGNUM: Revisionistas en Samarkanda. Fernando Delage

La cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) celebrada en Samarkanda la semana pasada, la primera con carácter presencial desde 2019, confirmó la creciente soledad del presidente ruso, Vladimir Putin. Coincidiendo con la contraofensiva ucraniana de los últimos días, Putin tampoco logró la muestra de solidaridad diplomática que esperaba de China e India. Su encuentro con el presidente Xi Jinping, el primero desde que se vieron en febrero—sólo un par de semanas antes de la invasión de Ucrania—, fue de hecho el principal motivo que atrajo la atención internacional hacia este oscuro foro multilateral. Pero los dos líderes han hablado con frecuencia estos meses, y ya habían quedado claros los límites del apoyo de Pekín a Moscú. La cumbre ha servido más bien para hacer visible el aumento de la influencia china a costa de Rusia, así como el giro geopolítico que se ha producido en Asia central.

Los efectos de la agresión rusa se siguen acumulando. En una quiebra sin precedente del protocolo diplomático—impensable antes de la guerra—, por ejemplo, Xi fue recibido al aterrizar en Samarkanda por el presidente uzbeko, Shavkat Mirziyoyev, mientras que Putin tuvo que contentarse con que le diera la bienvenida el primer ministro, Abdulla Oripov. Mayor alcance tuvo la visita previa de Xi a Kazajstán. Como es sabido, su presidente, Kassym-Jomart Tokayev, ha rechazado los argumentos rusos sobre su intervención militar, y no ha reconocido a las repúblicas separatistas del Donbás. No es casualidad que Xi eligiera Kazajstán como destino de su primer viaje al extranjero desde enero de 2020, y allí se comprometió con “la salvaguardia de su soberanía e integridad territorial”, y se manifestó “firmemente contra la interferencia de cualquier país en sus asuntos internos”. Sus comentarios sólo pueden entenderse en referencia a las recientes declaraciones de políticos rusos—incluyendo al expresidente Dmitri Medvedev—que ponen en duda el derecho de Kazajstán a su independencia.

Las dificultades de Moscú en Ucrania no sólo están debilitando su tradicional peso en la región, sino que las repúblicas centroasiáticas acuden a China como el socio que mejor les permite sortear las consecuencias de la crisis económica en Rusia. La República Popular aprovecha esta oportunidad para avanzar así en la construcción de un bloque antioccidental, en el que Moscú no ocupará el papel protagonista deseado por Putin. Con todo, un objetivo más inmediato para Pekín está relacionado con su seguridad nacional. Además de hacer frente a los grupos separatistas en Xinjiang, el crecimiento económico y el desarrollo de infraestructuras de interconexión en Asia central es un imperativo para minimizar su vulnerabilidad en el Asia marítima—especialmente en caso de conflicto con Estados Unidos—, y Xi observa con preocupación cómo el conflicto en Ucrania puede complicar la ejecución de la nueva Ruta de la Seda.

Que la debilidad rusa haya inclinado el equilibrio en la relación bilateral y en el seno de la OCS hacia China no debe ocultar, sin embargo, la relevancia de este grupo al que, en Samarkanda, se unió además Irán de manera oficial. Los miembros de la OCS representan un tercio del PIB global, el 40 por cien de la población mundial, y las dos terceras partes del territorio euroasiático. Sólo uno, India, es una democracia. Por su escala y ambiciones revisionistas—la declaración final de la cumbre es todo un alegato contra el “hegemonismo” occidental—, el bloque merece mucha mayor atención, especialmente al confirmarse como uno de los instrumentos a través de los cuales China busca consolidar su liderazgo de Eurasia.

China o cómo la economía frena a la política

Aunque se subraya poco, China vive una crisis económica creciente, no catastrófica pero si notable, que puede ralentizar la agenda china presentada como un camino ascendente hacia una cada vez más arrolladora consolidación como potencia mundial. Los efectos de la pandemia que han puesto sobre la mesa la ineficiencia de las políticas intervencionistas para hacer frente a la contracción del comercio  mundial, la crisis inmobiliaria que venía de antes y las dificultades de un sistema financiero en el que las decisiones políticas estatales priman sobre los criterios estratégicos estrictamente comerciales han convertido la situación actual en un dolor de cabeza agudo para las autoridades de Pekín. Y eso en un momento en que las relaciones internacionales se tensan, las alianzas se estrechan y aumenta la presión occidental en el Indo Pacífico para contener las políticas expansionistas chinas.

Según analistas europeos, cada vez más créditos otorgados por Pekín en el marco de su iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda, no pueden ser pagados. Desde 2013, China ha invertido cerca de 840.000 millones de dólares en la construcción de calles, puertos, represas y plantas de energía en diversas partes del mundo. El objetivo de este “proyecto del siglo”, como lo llama el presidente Xi Jinping, es político, y no económico. En consecuencia, muchos créditos fueron otorgados con criterios políticos.

El Financial Times informa de que cada vez más países piden ahora moratorias, porque no pueden pagar sus créditos. En Asia, África y América Latina, las economías han sufrido el golpe del COVID-19. Según un estudio del instituto de investigaciones Rhodium, de Nueva York, actualmente están en la cuerda floja unos 118.000 millones, un 16 por ciento del volumen total de créditos. Para tapar los agujeros, China otorga, en no pocas ocasiones, nuevos créditos, con lo que se agrava su propio problema.

Señalan los expertos que el mayor potencial chino, el comercio exterior y las exportaciones, es mirado con lupa en estos momentos. De hecho, dicen, los últimos datos de crecimiento del sector (en julio se incrementaron las exportaciones en un 18 por ciento respecto al mismo mes del año pasado) son atribuidos a causas temporales que no podrán mantenerse. La desaceleración de la economía mundial prevista para los próximos meses, en parte consecuencia de la crisis energética provocada por la invasión rusa de Ucrania, reducirá también el consumo mundial de bienes chinos, especialmente en uno de los principales clientes de China, esa Europa asfixiada por la inflación creciente y las catapultadas tasas de interés. A su vez, la disminución en el consumo de bienes chinos morderá con fuerza la ya en declive industria manufacturera del país asiático.

Para sorpresa de los gobernantes chinos, las protestas no dejan de crecer, sobre todo entre los que han quedado atrapados, sin viviendas y sin los fondos invertidos en ellas, por los problemas de inmobiliarias y bancos. La represión se resiste cada vez mejor, la gente va perdiendo el miedo y los aparatos de seguridad ya no pueden aumentar su nivel de brutalidad sin recibir un rechazo mundial que Pekín no quiere afrontar.

El reordenamiento de las relaciones internacionales que Putin ha impuesto con su invasión criminal de Ucrania exige de China decisiones y le impone unos retos antes de lo que la agenda china preveía y eso va a marcar sus próximos pasos a dar.

 

 

INTERREGNUM: ¿Una OTAN global? Fernando Delage

Desde 2019, los miembros de la OTAN han estado discutiendo sobre cómo dar forma a una posición común con respecto a China. Fue aquel año cuando el país apareció por primera vez en una declaración de la Alianza, al indicarse que la República Popular “presenta oportunidades y desafíos”. Tras un proceso de reflexión interna, el comunicado final de la cumbre de 2021 recogió una nueva descripción: China, se decía, plantea “desafíos sistémicos al orden internacional basado en reglas y a áreas relevantes para la seguridad de la Alianza”. Tras el encuentro de la semana pasada en Madrid, es en el concepto estratégico de la organización—el documento que define las grandes orientaciones para la próxima década—donde se refleja el consenso de los aliados acerca del gigante asiático, a la luz de sus acciones de los últimos años y de su apoyo a Putin tras la invasión de Ucrania.

Partiendo de la misma descripción de China como “reto sistémico”, el texto señala que sus “declaradas ambiciones y políticas coercitivas desafían nuestros intereses, seguridad y valores”. La República Popular, añade, “utiliza una gran variedad de herramientas políticas, económicas y militares para aumentar su presencia global y proyectar poder, mientras mantiene ocultas su estrategia, sus intenciones y su desarrollo militar”. Además de hacer referencia al uso de instrumentos híbridos y cibernéticos, al aumento de su arsenal nuclear, y a la vulneración de los derechos humanos, se hace hincapié en los intentos de control de infraestructuras críticas y cadenas de valor, al utilizar “sus capacidades económicas para crear dependencias estratégicas”. El documento toma nota asimismo de “la profundización de la asociación estratégica entre China y la Federación Rusa” y sus esfuerzos conjuntos dirigidos a erosionar las bases del orden internacional.

En un hecho sin precedente, la OTAN ha calificado por tanto a China como adversario en un documento formal; y lo ha hecho, además, desde una perspectiva global (al definir a la República Popular como un desafío para la seguridad internacional y no sólo para la región del Indo-Pacífico), y sin dejar fuera ninguna de las dimensiones en las que su ascenso afecta a Occidente. En un gesto lleno de simbolismo que refleja igualmente la interconexión entre la seguridad europea y la asiática, la Alianza invitó a la cumbre de Madrid a los líderes de Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda.

La respuesta de Pekín no se hizo esperar. Además de acusar a la organización de difamarla maliciosamente, indicó asimismo que “busca crear enemigos y fomentar la confrontación de bloques”. Aunque la OTAN en ningún caso va a involucrarse militarmente en el Pacífico, Pekín tiene claro que estos movimientos son reflejo de la intención de la administración Biden de fortalecer su red de alianzas frente a China. Denuncias aparte, a partir de ahora tendrá que incorporar a la OTAN como nuevo rival en su planificación estratégica.

Treinta años después de la caída del Muro de Berlín, los hechos parecen pues apuntar al comienzo de una nueva guerra fría, aunque con líneas de división mucho más complejas. No pocas cosas separan a Rusia y China, mientras que los países emergentes persiguen objetivos políticos no siempre coherentes con sus prioridades económicas. Dos grandes incógnitas—la naturaleza de la Rusia post-Putin, y el sucesor de Biden en Estados Unidos—determinarán en gran medida la evolución de los acontecimientos; también para una China que quiere más poder, pero necesita ante todo estabilidad exterior. La creciente coordinación de varios de sus Estados vecinos con la OTAN es otro motivo de alarma que tendrá que agradecer a su socio moscovita.

Ucrania: ¿brecha entre Rusia y China?

En la desesperación de las familias de los resistentes ucranianos rodeados en Azovstal, en Mariupol, sus integrantes, apoyados en el gobierno ucraniano, han hecho un llamamiento a Pekín para que medie ante Moscú y permitan la evacuación de los soldados de la acería cercana al puerto de la ciudad.

Pero, aunque estos soldados están siendo evacuados muy lentamente, no parece que China esté teniendo influencia alguna sobre Moscú y las tropas que han invadido Ucrania y que rodean el reducto donde aún resisten soldados ucranianos.

La calculada ambigüedad china puede darle a Pekín ventajas a medio plazo, pero los intentos del gobierno chino de presentarse como intermediario de un acuerdo de paz sin romper sus mensajes de comprensión a la política agresiva de Vladimir Putin no han aportado nada hasta el momento a pesar de la ilusión que despiertan en algunos ambientes políticos y financieros.

Para Pekín, el principal obstáculo para sus gestiones es el empecinamiento de Putin en no reconocer que sus tropas estás atascadas en Ucrania y que corren riesgos de sufrir una derrota histórica. A este respecto, William Burns, director de la CIA, una agencia que ha demostrado estar muy bien informada de los planes y la evolución interna del gobierno ruso, ha explicado que el conflicto ucraniano ha abierto una brecha entre Pekín y Moscú que puede tener importancia a medio plazo. Burns subraya que Pekín sostiene que el conflicto desatado por Putin daña la reputación internacional de China y, a la vez, introduce el factor que China considera más peligroso para sus intereses estratégicos y que es la incertidumbre y la inestabilidad que arrastra.

La guerra de Ucrania provoca tensiones en todo el planeta y algunas de sus ondas pueden profundizar la transformación de las relaciones estratégicas mas allá de lo previsible.