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INTERREGNUM: China-Ucrania: año tres. Fernando Delage

Cuando la guerra de Ucrania entra en su tercer año, se multiplican los comentarios que hacen hincapié en las dificultades de Kyiv (al escasear los recursos defensivos que necesita) y en la resistencia de Moscú (por su capacidad para eludir las sanciones impuestas desde el exterior). El pesimismo no sirve, sin embargo, para pronosticar el desenlace del conflicto. Para Ucrania, la continuidad del apoyo político y logístico de Occidente es esencial, es cierto. Pero tampoco afronta Putin un escenario favorable: la victoria que no ha conseguido en dos años, tampoco la logrará en el tercero. La evolución de la guerra obliga también, en cualquier caso, a examinar la posición mantenida por otros actores, entre los cuales pocos son tan relevantes como la República Popular China.

En la rueda de prensa convocada con motivo de la celebración de la reunión anual de la Asamblea Popular Nacional el 7 de marzo, el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, subrayó la fortaleza de las relaciones con Moscú. Según Wang, China apoya la convocatoria de una conferencia internacional de paz, pero no dio ninguna indicación de que su gobierno esté dispuesto a presionar a Rusia para detener el conflicto. Por el contrario, sólo tres días antes, el enviado especial de las autoridades chinas para Rusia y Ucrania, Li Hui, declaró a sus interlocutores europeos en Bruselas—a donde viajó tras visitar Moscú—que Rusia estaba ganando la guerra, y recomendó a la Unión Europea que entable conversaciones con el Kremlim antes de la derrota ucraniana. En realidad, la supuesta neutralidad de Pekín nunca ha resultado creíble; así lo demuestra el envío, no de armamento letal, pero sí de componentes electrónicos y repuestos, además de la concesión de créditos (estimados en más de 9.000 millones de dólares entre 2022 y 2023). Es evidente, con todo, que surgen nuevas aristas que complican la solidaridad china con Putin.

Aunque la agresión rusa contra Ucrania desacredita la defensa por la República Popular de los principios más básicos de la Carta de las Naciones Unidas, la guerra parece haberle proporcionado en principio algunas ventajas. Por una parte, además de distraer la atención de las democracias con respecto al frente asiático (Taiwán y mar de China Meridional), ha contribuido a fortalecer sus credenciales como líder de las naciones del Sur Global. China se ha presentado como potencia mediadora, mientras acusa a Estados Unidos de alimentar el conflicto mediante su apoyo militar a Ucrania. Al mismo tiempo, sopesa las oportunidades que puedan derivarse del cansancio occidental con la guerra, cuya mejor indicación es el bloqueo por parte del Congreso de Estados Unidos de las

peticiones de la administración Biden para Kyiv. Por lo demás, Rusia se ha vuelto más dependiente que nunca de China, una situación que se consolidará en el futuro.

Pekín ha podido adquirir recursos y materias primas a precios imbatibles, dadas las necesidades rusas de financiación allá donde pueda encontrarlas. Como resultado, los intercambios comerciales bilaterales han crecido de manera notable, para superar los 240.000 millones de dólares en 2023, un aumento del 26 por cien con respecto al año anterior. Las exportaciones chinas a Rusia se incrementaron en un 47 por cien (en un 67 por cien si la comparación se hace con 2021), desplazando a Moscú del décimo al sexto lugar entre los socios comerciales de Pekín.

La relación entre ambos actores no ha dejado de tener, sin embargo, sus puntos débiles. Aunque comparten un mismo adversario, Occidente, la desconfianza—así ha sido históricamente—forma parte de su interacción. Una muestra de la misma es el hecho de que Putin haya recurrido a Corea del Norte para obtener la munición que China no está dispuesta a proporcionarle. Ese acercamiento entre Moscú y Pyongyang erosiona, por un lado, la influencia de Pekín en la península: aun siendo el principal socio de Corea del Norte, la cooperación militar de esta última con Rusia proporciona a Kim Jong-un un mayor margen de autonomía con respecto a las preferencias chinas. Por otra parte, es una relación que complica las opciones diplomáticas globales de la República Popular, pues nada une más a los aliados occidentales que la preocupación por las intenciones rusas (y norcoreanas).

Las limitaciones del apoyo chino a Rusia se deben en parte a la importancia de las relaciones económicas con los países europeos para sus intereses. Pero si estos últimos concluyen que China y Rusia constituyen una amenaza conjunta, cabe esperar entonces que se sumen a Estados Unidos en su política de contención del gigante asiático; un coste que Pekín quizá prefiera evitar. Por todo ello, la idea de que la guerra de Ucrania es una oportunidad estratégica para China quizá resulte desmedida. La República Popular, piensan no pocos de sus expertos, debe prevenir que Occidente extienda su inquietud por Rusia hacia China. Los beneficios inmediatos no compensan los efectos, a más largo plazo, de un conflicto que puede situarla en el lado erróneo de la historia.

INTERREGNUM: BRI y un mundo de bloques. Fernando Delage  

La semana pasada, mientras el presidente de Estados Unidos viajaba a Israel para intentar evitar una expansión de la crisis en Oriente Próximo, se celebró en Pekín la tercera cumbre de la Ruta de la Seda (la “Belt and Road initiative”, BRI, en su denominación oficial en inglés). Pese a la desaceleración de la economía china y de los problemas que han acumulado numerosos proyectos (hasta un tercio del total según un estudio reciente), Pekín no tiene intención alguna de abandonar la iniciativa. Al contrario: al conmemorarse el décimo aniversario de su anuncio, la cumbre tenía por objeto ratificar su relevancia. Es cierto que los grandes planes de infraestructuras previstos en la concepción original del plan han sido sustituidos por una aproximación orientada a la rentabilidad, con las energías renovables y las redes digitales como nuevas prioridades. Pero la cita fue más allá, para revelar que BRI es un instrumento para proyectar normas y valores chinos con el fin de reconfigurar el orden global frente a un Occidente que concentra hoy su atención en Ucrania y Gaza.

Hasta el pasado verano, la República Popular había firmado más de 200 acuerdos de cooperación en el marco de BRI con más de 150 países y 30 organizaciones internacionales. Aunque sólo 23 jefes de Estado y de gobierno acudieron a la cumbre (por debajo de los 37 de la segunda convocatoria en 2019), el mapa de los asistentes resultó revelador. Especial protagonismo recibió el presidente ruso, Vladimir Putin, de quien Xi Jinping subrayó la “profunda amistad” que les une. La presencia de Putin en Pekín fue motivo suficiente para la ausencia de los líderes europeos; sólo acudió el primer ministro húngaro, Viktor Orban, quien no ocultó sus discrepancias con la estrategia china de la UE, concretada durante los últimos meses en la estrategia de seguridad económica. Como contraste, y en coherencia con las actuales prioridades chinas, el grueso de la representación exterior correspondió a los países del Sur global.

En vísperas de la cumbre, las autoridades chinas publicaron un Libro Blanco sobre BRI, definida como eje de su política de cooperación internacional. Según indica el documento, “la globalización económica dominada por un reducido número de países no ha contribuido a un desarrollo compartido con beneficios para todos (…). Muchos países emergentes han perdido incluso la capacidad para su desarrollo independiente, obstaculizando su acceso a la modernización”. En sus encuentros bilaterales con distintos líderes del mundo en desarrollo, Xi reiteró la importancia de promover la “solidaridad Sur-Sur”. BRI forma parte así del esfuerzo por promover un modelo de desarrollo global alternativo al propuesto por las naciones occidentales (inclinadas a la “confrontación ideológica” según declaró Xi), y facilitar la transición hacia un mundo multipolar. El espíritu de la iniciativa, señala el Libro Blanco, pasa por defender un principio de igualdad, en oposición a quienes defienden “la superioridad de la civilización occidental”. Lo que no indica el texto es que esa es también la dirección para expandir la influencia de Pekín en el actual contexto de competición con Estados Unidos.

Es evidente que China tiene un plan para situarse en el centro de un nuevo orden multilateral; un plan que puede seducir al mundo postcolonial y a otras naciones que rechazan los valores liberales. Pero como muestra la reacción global a la invasión rusa de Ucrania, primero, y al ataque de Hamás a Israel, después, no hay una línea nítida de separación en dos grandes bloques. Occidente no ha perdido su cohesión, mientras que el incierto panorama internacional que nos rodea puede complicar las ambiciones chinas.

En medio del caos internacional Xi busca protagonismo. Nieves C. Pérez Rodríguez

Mientras las guerras se convierten en las protagonistas de esta década, dejando a su paso todo tipo de tragedias humanas y desoladoras imágenes en Europa y en el Medio Oriente, la inestabilidad internacional es cada vez mayor y la incertidumbre parece que empuja a los lideres a mantener sus cuotas de control.

Probablemente basado en ese principio, Xi Jinping decidió organizar un foro a gran escala en el que se conmemoraron los diez años del lanzamiento de la Ruta de la Seda (BRI por sus siglas en inglés Belt and Road Initiative) que es la iniciativa más ambiciosa lanzada por China y propuesta maestra del mismo Xi.

Curiosamente, este evento de gran envergadura que contó con la asistencia de mil doscientos participantes de ochenta países de acuerdo con datos oficiales, se mantuvo en discreto silencio hasta tan solo seis días antes de que tuviera lugar él mismo.

Este foro ha sido el primer encuentro multitudinario organizado por Beijing después de tres largos años de aislamiento debido a la pandemia en el que se cerraron herméticamente al mundo. Hoy, China se encuentra sumergida en una crisis económica profunda y un aislamiento que busca concluir y nada mejor que aprovechar una excusa como el aniversario del lanzamiento del BRI.

La Iniciativa de la Ruta de la Seda es un proyecto monumental que busca conectar todos los continentes a través de una red comercial y de infraestructura. Está concebido en dos partes: la primera sería la terrestre que incluye viajes por ferrocarril, carretera y enlaces de vías existentes, partiendo de China pasando por Asia Central y terminando en Europa, que corresponden con las antiguas rutas comerciales ya descritas por Marco Polo. La segunda parte la constituye las vías marítimas, zarpando de puertos chinos con destinos a puertos en el Mediterráneo y puertos en África.

El comercio entre China y los países a lo largo del BRI en el 2022 alcanzó intercambios por casi dos billones de dólares, de acuerdo con CGTN, medio oficial chino, quien además sostiene que “Beijing ha firmado acuerdos de cooperación con 152 países y 32 organizaciones internacionales, lo que representa un 60% de la población mundial”.

Aunque también se debe hay subrayar que, con la desaceleración del crecimiento económico chino, el número de proyectos y el dinero destinado al BRI ha disminuido en los últimos años debido a las tremendas deudas que los países receptores deben a China como es el caso de Zambia, que se encuentra actualmente reestructurando su deuda y en donde muchos de los proyectos o han tenido problemas o han sido un fiasco.

Xi hizo el lanzamiento del BRI en el 2013 con bombos y platillos, como la propuesta geopolítica más ambiciosa y, a la lo largo de esta década lo ha venido promocionando como una ventaja para cada país involucrado, pero lo cierto es que desde hace unos años la iniciativa ha estado rodeada de grandes controversias que la describen como “préstamos trampa o predatorios” que en algunos casos han producido tal caos como el de Sri Lanka o proyectos que han dejado daños ambientales irreparables en Latinoamérica.

El mismo presidente Biden definió los compromisos del BRI como “acuerdos de deuda y soga de ahorcamiento que China establece con otros países”, y en muchos casos ha sido literalmente de esa forma, los créditos han sido tan altos, los intereses tan elevados y el proyecto tan ambicioso o tan mal ejecutado que no ha representado sino grandes problemas para el país receptor.

Beijing ha querido aprovechar este momento para reforzar su liderazgo internacional en medio del caos global.  Han recibido lideres como Vladimir Putin, a pesar de que Rusia no está dentro del mapa trazado del BRI. Por su parte Putin aprovechó también él escenario para presentarte como otro líder importante, a pesar de que ahora no puede asistir a casi ningún otro evento internacional. Mientras tanto China sigue sin condenar la invasión rusa a Ucrania.

En esta la tercera vez que se lleva a cabo el foro asistieron una veintena de jefes de Estado y de gobierno en su mayoría de países en desarrollo del sur de Asia, Medio Oriente, África y América Latina.

China se presentó como el mayor interesado en promover y defender la agenda de desarrollo económico global a través de las infraestructuras y la industrialización, retoma su protagonismo y hace que los medios hablen de China y de Xi como los anfitriones de un evento que impulsa los intercambios mientras los lideres occidentales hablan de Israel y Hamás, se reúnen con los lideres del Medio Oriente intentando conseguir apoyos en la nueva guerra abierta que tenemos…

 

 

 

 

INTERREGNUM: China-Rusia: una complicada historia. Fernando Delage

La estrecha relación que mantienen Rusia y China ha sido uno de los temas discutidos en la reciente cumbre de la OTAN en Lituania. La guerra de Ucrania ha sido un momento decisivo en la asociación entre ambos países, y Pekín ha demostrado que está dispuesto a asumir el coste diplomático que supone apoyar a Moscú en su política de agresión. El presidente Xi Jinping puede haberse arrepentido de tanta cercanía a Vladimir Putin, al tener que afrontar dificultades que no existían antes del 24 de febrero del pasado año. Pero Rusia es demasiado importante para China como para arriesgarse a perderla. La estabilidad en la frontera continental, sus recursos energéticos y su asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU son ventajas a las que la República Popular no puede renunciar.

Es cierto, sin embargo, que el ritmo de los acontecimientos no lo marcan sólo Putin y Xi, como demostró el motín en junio de Yevgeny Prigozhin, el líder del grupo Wagner. Por otro lado, pese a la aparente sintonía entre ambos gobiernos, tampoco puede decirse que la transparencia sea una característica que impregne su relación. Comparten intereses, desde luego, y ninguno tan importante como la ambición de erosionar el peso global de Estados Unidos y de Occidente. Pero sus perspectivas sobre la economía mundial no pueden ser más diferentes, como tampoco coinciden en las bases de un orden internacional alternativo. La concepción jerárquica de las cosas propia de la cultura china, y la disparidad de poder entre las dos potencias, permiten dudar de que Pekín vaya a tratar a Moscú como un igual.

Una mirada a la historia revela cómo los hoy socios han pasado por largas etapas de enfrentamiento y división que han dejado un legado de mutua desconfianza. Los interesados pueden encontrar un detallado examen de esa evolución en un reciente libro de Philip Snow (China and Russia: Four Centuries of Conflict and Concord, Yale University Press, 2023), en el que el conocido historiador británico resume varias décadas de estudio sobre la cuestión.

El análisis de Snow comienza con el tratado de Nerchinsky, el primero firmado por Pekín con una potencia extranjera, que en 1689 estableció un acuerdo de no agresión entre las partes, aunque las grandes regiones fronterizas (Xinjiang, Mongolia y Manchuria) no dejaron de ser fuente permanente de tensión. Ese equilibrio se rompió a mediados del siglo XIX cuando, tras la derrota en la guerra de Crimea, Rusia optó por su expansion territorial hacia Oriente y adquirió una superioridad militar, política y económica sobre China que se mantendría durante siglo y medio. En 1900, mientras la dinastía Qing hacía frente a la rebelión de los boxer, Rusia invadió y ocupó Manchuria, pero sus pretensiones anexionistas fueron neutralizadas al perder la guerra con Japón en 1905-1905. Esta nueva derrota no puso fin, sin embargo, a una política expansionista, que se dirigió entonces hacia Mongolia Exterior: aprovechando la debilidad del gobierno chino tras la caída de la monarquía, en 1915 impuso un tratado por el que se reconocía la autonomía del territorio (aunque bajo la nominal soberanía de Pekín), lo que ocasionó un profundo sentimiento antirruso entre los nacionalistas chinos.

La caída de los zares y el hundimiento del poder ruso en Extremo Oriente permitió a China reorientar la relación a su favor, mientras el nuevo régimen soviético se ofreció para hacer un frente común contra las potencias imperialistas. Más tarde, Stalin decidió apoyar a las fuerzas del Kuomintang de Chiang Kai-shek contra Japón, origen de la difícil relación que mantendría con Mao Tse-tung tras la victoria comunista en 1949. Tampoco Nikita Khrushchev se ganó el respeto del Gran Timonel. A partir de finales de los años cincuenta, Pekín se esforzó por marcar su independencia de Moscú y, en 1969, ambos se enfrentaron militarmente en la frontera. El entonces líder soviético, Leónidas Brezhnev, estableció una política de contención de China, mientras Pekín puso en marcha su acercamiento diplomático a Estados Unidos. La rivalidad sólo concluyó a finales de la década de los ochenta, cuando un nuevo líder soviético, Mijail Gorbachev, aceptó las condiciones exigidas por Deng Xiaoping (el sucesor de Mao) para la normalización: el fin del apoyo de Moscú a la ocupación vietnamita de Camboya; la conclusión de su presencia militar en Afganistán; y la desmilitarización de la frontera.

La implosión de la URSS condujo a una nueva etapa, primero bajo Yeltsin y posteriormente bajo Putin, caracterizada por la estabilidad política, pero también por una gradual redistribución de capacidades: el PIB de China es hoy diez veces mayor que el de Rusia; es Moscú la interesada en comprar armamento chino, y no al revés como ocurría a principios de siglo; y es Pekín quien se ha convertido en el primer socio económico de las repúblicas centroasiáticas.

El pasado de la relación no determina cómo será en el futuro. Pero como indica Snow, ofrece algunas lecciones de interés. La primera es que, cuanto mayor ha sido el diferencial de poder entre los dos países, mayor ha sido la tensión entre ambos. La segunda es que contar con un enemigo común—Japón en el pasado, Estados Unidos en la actualidad—ha sido un poderoso elemento de unión. Por último, la necesidad de compartir el continente euroasiático les obliga al entendimiento pese a las profundas diferencias entre sus sociedades y culturas.

Biden en Londres, breve pero significativo. Nieves C. Pérez Rodríguez

El presidente Biden hizo una parada estratégica en Londres de camino a Vilnius, antes de atender la cumbre de la OTAN y se reunió con él primer ministro, Rishi Sunak, y el recién coronado rey británico, Carlos III.

El breve aunque significativo encuentro entre Biden y Sunak fue básicamente una reunión preparatoria de la cumbre de la OTAN y el sexto encuentro entre ambos líderes desde que Sunak asumió el poder en octubre de 2022. En palabras del mismo Biden, “la relación bilateral es tan sólida como una roca”, mientras que describió al primer ministro como un buen amigo y un gran aliado.

Para el Reino Unidos contar con el apoyo incondicional de Washington es ahora más importante que nunca después de la materialización del Brexit y él aislamiento que supone para los británicos.

Por otro lado, Washington siempre se ha beneficiado de una relación cercana con Londres, pero en la coyuntura actual es vital que ambos aliados estén en total sintonía para que juntos puedan presionar en conseguir más apoyo para Ucrania, sobre todo después de que él presidente francés Enmanuel Macron se distanciara de la línea europea de fortalecimiento y crecimiento de la OTAN.

Recientemente, el presidente francés expresó su desacuerdo con la propuesta de la OTAN para abrir una oficina en Tokio argumentando que “la alianza de seguridad transatlántica debería seguir centrada en su propia región del Atlántico del Norte”.

La necesidad de que la OTAN tenga presencia en Asia se produce en medio de la preocupación de las aspiraciones chinas en la región y la inquietud que ese comportamiento produce en los países de la zona, razón por la que Japón ha venido haciendo lobby a la idea de que Europa se involucre con los problemas de seguridad de Asia, lo que implícitamente incluye a Taiwán.

Paris parece estar siguiendo una agenda propia que responde más a sus intereses franceses comerciales a corto plazo que a los de la UE. En 2019 Macron dio a la revista The Economist unas declaraciones muy fuertes en las que declaraba la muerte cerebral de la OTAN por la retirada de EE.UU. de Siria, en la que Turquía aprovechó para atacar a los kurdos, que han sido aliados de los estadounidenses.

Macron ha tratado de distanciarse de la tensión entre Washington y Beijing y considera que ese debería ser él comportamiento de la UE. Durante su visita a Beijing no ocultó su complacencia con Xi Jinping.  Razón por la que se hace aún más crítica la alianza Londres y Washington para poder alinear al resto de las naciones de la OTAN.

En cuanto al encuentro del presidente Biden con el Rey Carlos fue más protocolario y con él propósito de acentuar la prioridad que tiene la lucha por el cambio climático en las agendas de ambos. En 2021, Biden y el entonces príncipe Carlos sostuvieron conversaciones al respecto en la cumbre climática de la ONU COP26 que tuvo lugar en Glasgow, Escocia.

Cabe destacar que la Administración Biden identificó desde sus comienzos cuatro crisis claves en que centraría su gestión y él cambio climático es una de ellas. Y en este sentido, la Casa Blanca destinó 375 mil millones de dólares en incentivos vinculados al clima.

El mandatario estadounidense no acudió a la coronación del Rey; en su lugar asistió la primera dama, por lo que Biden en su momento prometió al soberano británico un encuentro próximo, por lo que es muy probable que la Casa Blanca aprovechara la oportunidad del viaje a Europa para cumplir con la promesa y darle prioridad de Estado a su encuentro.

Todos los presidentes estadounidenses se reunieron con la difunta Reina Isabel II durante sus siete décadas de reinado, aunque las conversaciones nunca fueron públicas. Era diplomáticamente necesario, por tanto, que el presidente Biden tuviera un encuentro con el Rey. Además, las imagines de su encuentro mostraron una especial cercanía entre ambos que claramente trasciende su interés medio ambiental.

La fugaz parada del líder estadounidense en Inglaterra dejó por sentado el elemento estratégico de las relaciones entre ambas naciones, aunque la visita estuvo empañada por la discusión sobre el envío de bombas de racimo a Ucrania, que están prohibidas en más de cien países, incluyendo a Gran Bretaña, por lo que la Casa Blanca definitivamente escogió un mal momento para traer el tema a colación, pues puso a Sunak en una situación incómoda ante el cuestionamiento de la prensa.

Aunque la Administración Biden afirmó que fue una decisión difícil de tomar,  “la tomamos porque los ucranianos se están quedando sin municiones, por lo que estas bombas son necesarias para que continúen luchando contra los rusos”. Otro elemento que distancia a los países es que Los británicos apuestan por la entrada de Ucrania a la OTAN mientras que él mismo presidente norteamericano afirmó que no es el momento.

A pesar de estas diferencias ambos países muestran un sólido nivel de alianza que parece superar las divergencias políticas y abonar el camino que seguirá Europa ante la amenaza rusa…

 

 

 

 

 

Putin ensalza a Xi. Nieves C. Pérez Rodríguez

El Estado ruso hizo público la creación de un “Centro sobre la Ideologia de Xi Jinping” en Moscú, convirtiéndose así en el primer instituto que se dedicará al estudio del pensamiento del líder chino fuera del gigante rojo.

La Academia Rusa de Ciencias es la responsable de la creación del llamado laboratorio de investigación de la ideología moderna china. En este sentido, el director del área de estudios contemporáneo en Asia, Kiril Babaev, dijo que el centro de investigación tiene como propósito realizar un análisis objetivo y profundo de las ideas y conceptos que constituyen la base del Estado chino moderno.

Así mismo, Babaev aseguró que “este instituto permitirá al gobierno ruso, las empresas y la comunidad científica del país comprender la China moderna para así formular estrategias y pronósticos más acertados en el curso de las relaciones bilaterales”.  Lo que se ha convertido en una clara prioridad para los rusos en los años recientes.

El centro de estudio ideológico de Xi además se centrará en cinco áreas de investigación que pasan por la economía política, política doméstica y legislación, política exterior y relaciones internacionales, defensa y seguridad y ecología y sociedad de acuerdo con la agencia oficial china Xinhua.

En el anuncio inicial también dieron a conocer que tienen previsto comenzar en 2025 con una serie de publicaciones explicativas sobre las ideas de Xi y su importancia en el desarrollo de China y las relaciones entre Rusia y China para poder ir familiarizando a los lectores rusos con esa realidad.

Babaev afirmó también que Rusia necesita conocer y analizar el pensamiento ideológico de Xi porque China es hoy el principal socio estratégico y socioeconómico de Moscó. Especialmente después de que Rusia invadió a Ucrania y el rechazo que esa guerra a causando en Occidente y la dura respuesta que ha propiciado las sanciones que han aislado a Putin de la esfera global y bloqueado los productos rusos al mercado internacional.

La creación y lanzamiento de este instituto es un claro guiño de Putin a Xi, él cuasi emperador chino, un gesto de autócrata a autócrata, una reafirmación entre ellos sobre la importancia y reconocimiento de Xi como él gran líder chino o él nuevo Mao.

Además de ser un valioso movimiento estratégico ruso para elogiar al dirigente chino es una manera también de reconocer la importancia que tiene para Moscú su principal socio económico y prácticamente único aliado poderoso en este momento que podría eventualmente financiarlos, apoyar con material bélico para la guerra y servir hasta de lobby internacional a Rusia.

 

INTERREGNUM: China y el motín de Prigozhin. Fernando Delage

Aunque neutralizada, la rebelión contra el presidente Vladimir Putin por parte del líder del grupo de mercenarios Wagner, Yevgeny Prigozhin, vaticina un incierto futuro para Rusia. También alimentará las dudas de Pekín sobre la supervivencia de un régimen con el que contaba para construir un orden internacional postoccidental. Una Rusia inestable complicará el entorno de seguridad chino y reducirá las posibilidades de que el Kremlin apoye a la República Popular en el caso de un conflicto con Estados Unidos si intentara hacerse con Taiwán por la fuerza.

China se mantuvo en silencio hasta que concluyó la crisis, momento en el que  calificó el incidente como “un asunto interno de Rusia”. Tras volar a Pekín ese mismo día, el viceministro ruso de Asuntos Exteriores, Andrei Rudenko, recibió de sus anfitriones un mensaje de confianza en las relaciones bilaterales. Los medios chinos han ocultado por su parte cualquier atisbo de preocupación oficial sobre el impacto de los hechos. Resulta innegable, no obstante, que los problemas de Putin también suponen nuevos problemas para el presidente chino, Xi Jinping.

El dilema más urgente que afronta Xi es cómo continuar apoyando a Putin mientras se prepara para la eventualidad de que deje de estar en el poder. El acercamiento  de Pekín a Moscú responde a unas premisas ideológicas compartidas, pero también a unos imperativos estratégicos propios que pueden verse debilitados tras la rebelión de Prighozin. La dependencia energética china y su vulnerabilidad marítima hacen de Rusia un suministrador de gas y petróleo a salvo de las acciones de terceros (por ejemplo, de las sanciones que pudieran imponer las democracias occidentales a la República Popular como respuesta a una acción unilateral de Pekín). Es una ventaja que puede verse en riesgo en un contexto de inestabilidad política en el Kremlin. Como miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Moscú tiene por otra parte la capacidad de bloquear toda resolución contra China; una posibilidad también sujeta, en principio, a la permanencia de Putin en el poder.

La evolución de los acontecimientos, marcada por una dinámica bélica que desde la misma invasión ha puesto en evidencia las erróneas expectativas del presidente ruso, y por la rebelión interna de un grupo que él mismo apadrinó, revela a ojos de los dirigentes chinos un creciente descontento social, un agravamiento de la rivalidad entre las elites rusas, y una notable incompetencia estrátegica. Sobre esas bases, la pretensión de Xi de que él y Putin podrían reconfigurar el orden internacional, según le dijo a las puertas del Kremlin hace sólo tres meses, parece cada vez más alejada de la realidad. El debilitamiento del socio imprescindible en su enfrentamiento con Occidente obliga a Pekín a asumir una posición mucho más prudente. La opción pragmática consistiría en intentar reducir las tensiones con Washington y la Unión Europea, pero las convicciones ideológicas de Xi y los tiempos que se ha marcado para avanzar en sus objetivos, pueden conducir en realidad a una desconfianza aún mayor en las democracias liberales.

La vinculación con Moscú no va a desaparecer. Cualquier otro dictador ruso seguirá necesitando a Pekín. Eso sí, ni podrá tener el tipo de relación que Xi ha mantenido con Putin—al que llamó su “mejor y más íntimo amigo”—, ni estará dispuesto a depender en tan alto grado de la República Popular como precio para continuar la guerra en Ucrania. Y China, que ya tiene suficientes problemas en su periferia marítima, tendrá que volver a prestar atención a un espacio que había desaparecido como preocupación de seguridad tras su normalización y desmilitarización a finales de los años noventa—los 4.200 kilómetros de frontera continental con Rusia—, por no hablar del control del arsenal nuclear ruso.

INTERREGNUM: Blinken en Pekín, Modi en Washington. Fernando Delage

Llamar dictador a Xi Jinping como hizo el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, sólo un día después de que el secretario de Estado, Antony Blinken, se reuniera con el presidente chino, no parece la mejor manera de encauzar las relaciones bilaterales. Quizá Biden sólo tenía in mente a los votantes y legisladores republicanos, y no esperaba mayores consecuencias de sus palabras: sabe—como le transmitiría Blinken—que también Pekín necesita un cierto grado de estabilidad en las relaciones con Washington. La reciente visita del primer ministro indio, Narendra Modi, a Estados Unidos ha sido la indicación más reciente de los límites a la capacidad de maniobra de la República Popular.

El ministro de Asuntos Exteriores, Qin Gang, el jefe de la diplomacia china, Wang Yi, y el presidente Xi atendieron sucesivamente a Blinken. Pese al reparto de tareas y de tiempo (un importante número de horas los dos primeros y apenas 30 minutos Xi), los líderes chinos mostraron su disposición a restaurar la normalidad en los contactos. Una voluntad que podría parecer contradictoria, sin embargo, con el repetido mensaje de que ha sido Estados Unidos el culpable del deterioro en las relaciones al rechazar una “actitud racional y pragmática” hacia China. Las dos partes acordaron “continuar las discusiones acerca de los principios que deben guiar la relación”, si bien Pekín rechazó la posibilidad de un diálogo entre las fuerzas armadas de ambos países.

Si no hubo resultados sustanciales de la visita de Blinken, quedó claro al menos el interés compartido en prevenir un conflicto. Los dos gobiernos son conscientes de la naturaleza estructural de sus divergencias, por lo que se trata de minimizar riesgos y evitar choques accidentales. Si Xi asiste en noviembre a la cumbre de APEC en San Francisco, habrá una oportunidad para seguir avanzando en esta dirección, aunque la proximidad de las elecciones presidenciales de 2024 no propiciarán una posición menos polarizada por parte norteamericana hacia China.

La reanudación de los contactos diplomáticos al más alto nivel no implica por lo demás un cambio de estrategia. Justo antes del viaje de Blinken a Pekín, el asesor de seguridad nacional, Jake Sullivan, visitó Japón e India con el fin de coordinar posiciones con respecto al “desafío chino”, mientras que la visita de Estado de Modi a Washington confirma la consolidación de una asociación estratégica que inquieta a la República Popular y será una de las variables clave en la reconfiguración del orden asiático y global.

Aunque hace ya dos décadas que comenzó el acercamiento entre Estados Unidos e India, en los últimos años ha adquirido un impulso sin precedente. Si cuatro sucesivos presidentes norteamericanos han visto el valor de India como socio económico y estratégico, dos gobiernos de distintos partidos en Delhi han concluido igualmente que Washington es un factor imprescindible para su prosperidad y seguridad. Las dos mayores democracias del planeta deberían ser socios “naturales”, pero en realidad es la coincidencia de sus intereses más que sus valores lo que orienta su aproximación. La administración Biden prefiere, de hecho, ignorar el deterioro de la democracia india bajo Modi ante las ventajas que puede ofrecerle en su estrategia hacia China.

Frente al imperativo de corregir la dependencia de las cadenas de valor chinas, India puede convertirse no en un sustituto pero sí en una de las principales alternativas, por lo que Washington le ofrecerá capital y tecnología, además de coordinar sus políticas industriales (de manera destacada en la producción de semiconductores). Especial atención se prestará al terreno militar, lo que permitirá a India minimizar a su vez su dependencia del armamento ruso. Mientras Estados Unidos avanza en su política de diversificación con respecto a China y de aislamiento de Rusia, India podrá desarrollar su sector tecnológico y competir globalmente con la República Popular, además de jugar sus propias cartas ante el eje Pekín-Moscú.

Afrontar el desafío geopolítico chino y garantizar la estabilidad del Indo-Pacífico es, en efecto, la segunda motivación por la que Delhi y Washington se complementan. Sin tener que convertirse en su aliado (posibilidad que sería contraria a su cultura estratégica), India verá reforzada su autonomía mientras continúa construyendo su ascenso como gran potencia económica (tendrá el tercer mayor PIB del planeta antes de que termine está década) y diplomática (compitiendo con Pekín por el liderazgo de los países del Sur Global).

INTERREGNUM: Dos discursos. Fernando Delage

El apoyo transmitido por el presidente chino, Xi Jinping, a su homólogo ruso, Vladimir Putin, en su reciente visita a Moscú, ha marcado un punto de inflexión en la competición estratégica global, así como en los movimientos de Pekín. Si se ha hecho más evidente que nunca que en la batalla por Ucrania están en juego los principios que determinarán el futuro orden internacional, Xi ha dejado igualmente de camuflar sus intenciones para pasar a desafiar abiertamente el statu quo. Utilizar a una Rusia debilitada y aislada como instrumento de sus ambiciones multiplica, no obstante, los costes de su ofensiva diplomática. Así ha podido comprobarse durante los últimos días.

Mientras Xi visitaba a Putin en Moscú, el primer ministro japonés, Fumio Kishida, se encontraba en Kyiv con el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, en una nueva indicación de las implicaciones de una guerra que ha roto las barreras entre la seguridad europea y la asiática. Los cambios en la política de seguridad japonesa incluyen entre sus causas la amenaza revisionista planteada por Rusia—país con el que Japón aún tiene pendiente la firma de un tratado de paz desde 1945—, aunque China sea el desafío mayor. Ambas potencias proporcionaron el contexto para la visita de Kishida a India, la segunda que realiza en dos años, y desde donde viajó a Ucrania.

El fortalecimiento de la asociación estratégica entre las dos grandes democracias asiáticas, ambas vecinas de China, no ha pasado inadvertido en Pekín. La coordinación de agendas entre los actuales presidentes del G20 (India) y del G7 (Japón) ha propiciado que Kishida acudiera a Delhi para relanzar la estrategia del Indo-Pacífico Libre y Abierto (FOIP en sus siglas en inglés). Debe recordarse que fue en la capital india donde, en 2007, su antecesor Shinzo Abe dio origen al concepto al hablar de la creciente interconexión entre el Índico y el Pacífico.

En un discurso pronunciado ante el Indian Council of World Affairs el 20 de marzo, Kishida actualizó la iniciativa que mejor expresa la idea de una estructura regional alternativa a la visión sinocéntrica de Pekín. El primer ministro japonés expuso un plan que extiende el FOIP a los países del Sur Global apoyado en cuatro grandes pilares: la promoción del Estado de Derecho y el rechazo al uso unilateral de la fuerza; fomentar la cooperación sobre problemas transnacionales (cambio climático, seguridad alimentaria, pandemias, desastres naturales y desinformación); apoyo a la interconectividad como motor del crecimiento económico; y refuerzo de las iniciativas de seguridad en el terreno naval y áreo. Kishida anunció asimismo un programa de apoyo a las infraestructuras y la seguridad de las naciones emergentes por valor de 75.000 millones de dólares.

El acercamiento entre Japón e India es uno de los principales ejes de la dinámica estratégica asiática, vinculado a su vez a la respectiva relación de cada uno de ellos con Estados Unidos, y a la pertenencia de los tres (junto a Australia) al Diálogo Cuadrilaterald e Seguridad (QUAD). Pero sin la relación Tokio-Delhi sencillamente no habría “Indo-Pacífico”. Japón e India han descubierto, por otra parte, el potencial papel que puede tener la UE como elemento de equilibrio frente a la bipolaridad Estados Unidos-China, y son dos socios, por tanto, a los que Bruselas debe prestar mayor atención si aspira a construir un perfil propio en Asia.

Esa dimensión regional se echó en falta en otro importante discurso enfocado en China: el pronunciado el jueves por la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, en vísperas de su viaje a Pekín con el presidente de Francia, Emmanuel Macron. En un acto organizado por el Mercator Institute of Chinese Studies (MERICS) y el European Policy Centre, von der Leyen declaró que Europa necesita ser más proactiva frente a una China que se ha vuelto “más represiva en casa y más asertiva en el exterior”. Refiriéndose a los intentos de mediación china en Ucrania, subrayó que el futuro de las relaciones de la UE con Pekín estará determinado en buena medida por cómo evolucione la interacción entre la  República Popular y Rusia. Y, en términos no empleados hasta la fecha por un líder europeo, describió la clara determinación de las autoridades comunistas de situarse en el centro de un reconfigurado orden internacional.

La presidenta de la Comisión indicó que los Estados miembros deberán reforzar sus instrumentos económicos frente a las medidas coercitivas chinas; definir la relación con Pekín en áreas tecnológicas sensibles (microelectrónica, computación cuántica, robótica, inteligencia artificial y biotecnología); a la vez que anunció la presentación antes de finales de año de una nueva estrategia de seguridad económica de la Unión.

Como se ve, no es China la única potencia activa en el frente diplomático. En Asia sus movimientos están motivando el acercamiento de sus principales rivales frente a sus aspiraciones hegemónicas. En Europa, pese a sus intentos por dividir a los Estados miembros y separarlos de su aliado norteamericano, se está encontrando con una UE cada vez más hostil. No son obstáculos menores a su objetivo de destronar a Estados Unidos.

 

INTERREGNUM: Contra Occidente. Fernando Delage

La reciente visita del presidente chino a Moscú ha despejado toda duda sobre la solidez de las relaciones con Rusia. La supuesta misión mediadora de Xi Jinping ha hecho evidente la falta de neutralidad china, por no hablar del cinismo de su diplomacia. Apoyar a quien ha sido acusado de haber cometido crímenes de guerra por el Tribunal Penal Internacional, y proponer negociaciones con Ucrania sin exigir la retirada rusa de los territorios ocupados resta toda credibilidad a un gobierno que dice exigir el respeto a la Carta de las Naciones Unidas como base de su plan de paz. Pero nada de eso preocupa a Xi. Su viaje a Rusia ha sido el último de sus movimientos orientados a erosionar el liderazgo occidental del orden internacional, y no se le puede negar el éxito de sus propósitos.

Bajo una falsa apariencia de neutralidad, Pekín continúa construyendo su reputación como actor responsable y comprometido con la estabilidad mundial. En un mensaje dirigido básicamente a las naciones emergentes, se trata de un nuevo paso en su estrategia de ascenso global después de haber logrado la restauración de relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí. China avanza gradualmente de este modo en la formación de una coalición contra Estados Unidos, país al que hace responsable de los desequilibrios de la economía internacional, así como de no pocos de los conflictos abiertos en distintas regiones del planeta.

Sus movimientos se han producido en un doble frente. El primero, de carácter conceptual, fue el anuncio hecho el 15 de marzo de la “Iniciativa de Civilización Global”; un nuevo alegato como líder de una alternativa al “universalismo” de los valores liberales, y que se suma a las iniciativas de desarrollo y de seguridad global anunciadas hace unos meses. Pese a lo genérico de su lenguaje, los tres documentos recogen las bases de un orden mundial orientado hacia las preferencias chinas.

El segundo tiene que ver con Rusia, pilar central de esa coalición. Pekín respeta los intereses de Moscú pues se trata de un socio indispensable no sólo para transformar la estructura del sistema internacional, sino sobre todo para hacer frente a la percepción china de un inevitable deterioro de las relaciones con Estados Unidos. En un artículo publicado por los medios rusos en víspera de su llegada, Xi escribió que China y Rusia se ven obligados a fortalecer su asociación frente a la “hegemonía, dominación y acoso” norteamericano. Y reiterando su conocida idea de que “el mundo es testigo de cambios no vistos en un siglo”, “somos nosotros quienes estamos empujando ese cambio” le dijo a Putin en su despedida, a lo que éste respondió con su asentimiento.

Con todo, transmitir el mensaje de que nada debilitará el eje autoritario constituido con Moscú no ha sido el único objetivo perseguido por Xi. Su visita ha servido igualmente para poner de relieve la extraordinaria dependencia rusa de China un año después de la invasión de Ucrania. Si los intercambios bilaterales crecieron un 34,3 por cien en 2022 (hasta los 190.000 millones de dólares), las importaciones chinas de recursos energéticos rusos—que suman el 40 por cien de los ingresos nacionales—aumentaron de 52.800 millones de dólares a 81.300 millones. Rusia se ha convertido en el segundo suministrador de petróleo de la República Popular, y en el primero de gas. Al mismo tiempo, Pekín ha impuesto de manera creciente el yuan como divisa de referencia en las operaciones con Moscú. China es un socio irreemplazable para un Putin sujeto a las sanciones occidentales, pese a consolidarse la asimetría en la relación: la economía china es hoy diez veces mayor que la rusa.

Esa disparidad de poder le da a Xi una considerable libertad de maniobra. No dio el visto bueno esperado por el Kremlin al gasoducto “Power of Siberia 2”, y su advertencia contraria el uso de armamento nuclear marca una línea roja que Putin no podrá cruzar. Tampoco habrá gustado al presidente ruso que, nada más volver a Pekín, Xi haya invitado a las cinco repúblicas centroasiáticas a celebrar una cumbre China-Asia central en mayo. Gestos de poder, unos y otros, que revelan cómo la guerra de Ucrania y el aislamiento de Rusia están precipitando el liderazgo chino de Eurasia; un resultado que sólo puede ser causa de inquietud para los europeos.