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Un año nuevo y la vieja incógnita de Biden

Un comienzo de año es siempre una ocasión para hacer balance del pasado y previsiones de futuro y en estos análisis, para 2022, se mantiene sobre todo la incógnita Biden, que permanece y se esfuerza por encontrar un sitio entre la incertidumbre de los suyos, las expectativas de sus contrarios y los retos de un dinámico escenario internacional donde las iniciativas de Rusia y China, por separado unas veces y conjuntamente otras, van planteando a Estados Unidos.

La incógnita Biden es múltiple. Por un lado está la incógnita biológica, marcada por la avanzada edad del mandatario sobre cuya salud real se conoce poco, combinada con la carencia de alternativas de liderazgo potente en el Partido Demócrata; por otro lado está la incógnita de las decisiones presidenciales, que  no se distancian mucho del abandonismo o la displicencia de Trump respecto a algunos escenarios, y la persistencia de elementos proteccionistas y de repliegue; y, al mismo tiempo, como hemos comentado, se visualiza una aparente falta de liderazgo frente a los retos rusos en Europa y a la defensiva sobre las iniciativas chinas a escala global.

En ese panorama crecen las dudas de los aliados y la audacia de personajes como Putin que está consiguiendo, a base de bravuconería y de presión en lo que lo militar forma parte esencial, convertir sus debilidades en instrumentos de ventaja.

EEUU sigue aparentando pérdida de liderazgo y dudas estratégicas y eso no es bueno para nadie. Ese vacío está siendo llenado por candidatos con modelos que cuestionan las democracias occidentales y líderes que, sin cuestionarla, tienen una agenda propia que no puede aspirar a ser referencia mundial y en la que hacen gala de criticar precisamente a Estados Unidos. La debilidad europea, en este contexto, está haciendo potenciar políticas exteriores nacionales, como en los casos claros de Reino Unido y Francia, pero crecientes en todos los socios de la Unión Europea, aunque las presenten con la etiqueta del multilateralismo.

Este panorama parece que va a marcar 2022 y en él, el factor Biden, sus dudas y las iniciativas o la ausencia de ellas de un país que ha sido clave para el  mundo occidental en los últimos cien años, es dramáticamente clave.

China, las protestas cubanas y la demora de Biden. Nieves C. Pérez Rodríguez

Cuba parece haber despertado de un largo silencio al que ha sido sometido por el régimen castrista desde hace más de 6 décadas. Las protestas que de manera espontanea florecieron en 40 ciudades y poblados de la isla desconcertaron al mundo y claramente sorprendieron al régimen, precisamente por su carácter improvisado.

Cuba ha venido experimentando un progresivo deterioro económico como parte de una mala gestión de décadas que durante los primeros años de siglo XXI se vio aminorada debido a las generosas ayudas enviadas desde Venezuela con dinero petrolero. Chávez fue la chequera que llenó de liquidez a la isla en otro de sus duros momentos. Gracias a las generosas cifras, los programas de intercambios de ayudas, la exportación de combustible y de alimentos, entre muchas, la economía isleña pudo vivir una bonanza irreal que permitió por unos años a los ciudadanos a tener un poco de holgura.

Pero como todo lo fácil se acaba, la mala administración de los recursos petroleros de manos de Chávez acabó por ocasionar la caída de Venezuela en la mayor crisis de su historia, así como la mayor crisis migratoria que ha experimentado la región y por lo tanto para el régimen cubano el cierre de esos recursos fáciles que lo ayudaron a mantenerse a flote desde que perdieron las ayudas soviéticas.

La Administración Trump por su parte también impuso sanciones que habían sido relajadas o incluso eliminadas por la Administración Obama, quien equivocadamente intentó una estrategia de normalización de relaciones que claramente no hizo más que dar aire al régimen castrista. Trump quiso demostrar el error de la Administración previa y restableció muchas de las sanciones y al final de su legislatura impuso sanciones que acabó por afectar el envío de remesas desde los Estados Unidos a Cuba, lo que ocasionó que se agudizara la crisis de liquidez entre el ciudadano de a pie. De acuerdo con la Havana Consulting group, agencia que le hace el rastreo a las remesas cubanas, las remesas son la segunda fuente de ingreso de la isla y representan unos 3.700 millones de dólares al año.

A esa ya existente situación se le suma el Covid-19 que, a pesar de las estrictas medidas de control del régimen cubano, no ha podido controlarse como ha sucedido en casi todos los países del mundo. El aumento estrepitoso de casos, la falta de electricidad en los hospitales, de recursos y productos para mantener una higiene adecuada como jabones, detergentes, desinfectantes y un sistema sanitario, que a pesar de que siempre hicieron alarde de él mismo, no ha podido con la situación, han profundizado la crisis.

Un informe del 1 de febrero del 2021 del Instituto para la Guerra y la Paz señalaba el mal manejo de la pandemia en Cuba y la desinformación que rodeaba el virus. “El régimen promovió la homeopatía como protección ante el Covid-19 mientras promovían cifras falsas de víctimas fatales”. Todo esto propició las manifestaciones.

Como twitteó el reguetonero cubano Yamil “teníamos tanta hambre que nos comimos el miedo”, explicando que motivó la salida a la calle de la gente en un sistema tan controlado y reprimido como el cubano.

En medio de esta situación y ante el silencio de la Administración Trump en las primeras horas de las protestas, los aliados de la Habana se empezaban a manifestar.  Moscú aprovechó para decirle a Estados Unidos que ellos siguen firmes en su compromiso con la isla como en la época soviética. Así como Irán condenaba las sanciones americanas a Cuba, al igual que lo hacía Maduro desde Caracas mientras expresaba su ya conocido apoyo total al régimen cubano.

Por su parte, el portavoz del Ministerio de Exteriores chino, Zhao Lijian, culpaba a USA del problema eléctrico y la falta de medicinas en Cuba por el embargo económico, además de afirmar que “China se opone firmemente a la injerencia extranjera en los asuntos internos de Cuba, apoya firmemente lo que Cuba ha hecho en la lucha contra el Covid-19, y apoya firmemente a Cuba en la exploración de un camino de desarrollo adecuado a sus condiciones nacionales”.

La Administración Biden tardó mucho en comentar la situación de protestas sin precedentes. Lo que ha sido un grave error político tanto doméstico como internacional. A nivel internacional se muestra débil de liderazgo, a pesar del compromiso moral que tiene Washington con Cuba. Además, el tiempo que tardaron le sirvió al régimen castrista para apresar ciudadanos, reprimir manifestantes, confiscar móviles para intentar conseguir videos de los protestantes e identificarlos. El bloqueo de internet ha sido parte de la estrategia castrista para prevenir que se informen dentro de la isla y que envíen reportes afuera de lo que está sucediendo.

La valentía de los ciudadanos que como bien describió el músico cubano los llevó a sobreponerse al miedo a un régimen que tiene controlado cada aspecto de sus vidas, que hace uso de todo tipo de inteligencia para saber cómo siente y piensa cada individuo. Y que no tiene ningún recato en neutralizar a aquellos que disienten, aunque sea porque no pueden tener aspiraciones ni sueños.

Biden y Corea del Norte. Nieves C. Pérez Rodríguez

Uno de los grandes retos de la Administración Biden se concentra en la región de Asia Pacífico. No cabe duda de que el mayor desafío lo presenta China y sus grandes aspiraciones, aunque Corea del Norte por su parte ha sido el gran dolor de cabeza de los estadounidenses durante décadas. Éste último ha sido el problema al que Washington no ha podido hallar salida posible; por el contrario, con el aumento de la capacidad nuclear de Pyongyang la situación se ha hecho cada vez más hostil y más compleja de manejar.

Trump, en su intento por resolver esta intrincada relación bilateral y con la ostentosa aspiración a quedar en la historia como quién resolvió el conflicto, firmó la declaración de Singapur que como Scott Snyder explica en un artículo publicado en el Council on Foreing relation -un prestigioso centro de pensamento en Nueva York- que Biden debe decidir ahora si esta declaración la quiere aplicar como hoja de ruta de las relaciones con Corea del Norte.

La declaración de Singapur fue firmada en el marco del histórico encuentro que tuvo lugar en aquella ciudad en junio del 2018 entre el presidente Trump y el líder norcoreano Kim Jong-un, y se resume en cuatro puntos: 1. Establecer relaciones bilaterales entre ambas naciones basadas en la paz y la prosperidad de sus ciudadanos. 2. Estados Unidos y Corea del Norte se comprometen a construir una relación que permita la paz en la península coreana. 3. Trabajar en conjunto en pro de la desnuclearización. Y 4. la repatriación de los restos de los estadounidenses caídos en la guerra coreana, que de acuerdo a las fuerzas armadas estadounidenses estiman en unos 5.300 soldados que están aún en territorio norcoreano.

El presidente surcoreano Moon Jae in visitó Washington a finales del mes de mayo y dejó ver cómo la alianza entre ambas naciones es estratégica y cómo Seúl aspira a un acercamiento con la nueva Administración después de los últimos cuatro años en los que Trump llevó la batuta de las relaciones. Moon vino a asegurarse de que la nueva administración priorice las relaciones con Corea del Sur como aliados históricos que son y que se reactive el diálogo intercoreano con la Administración Biden mientras fungen de árbitro de las mismas.

Para Moon es muy importante presionar en su último año como líder de la nación surcoreana y dejar abonado un camino hacia la pacificación de la península coreana.

Sin Embargo, los expertos en relaciones coreano-americanas en Washington no ven tan claro que Biden esté dispuesto a tomar una posición firme con respecto a Pyongyang o con Kim Jong un. A pesar de que la visita fue positiva y el resultado de la rueda de prensa fue políticamente correcto y diplomáticamente congruente con la alianza entre Washington y Seúl.

Pero los analistas, por el contrario, consideran que la Administración Biden está tomando la misma postura con las regiones o países críticos para los Estados Unidos como Rusia, Israel, Afganistán o Corea del Norte que no es más que dejar la situación en una especie de calma aparente en la que Washington no trastorna la dinámica actual pero tampoco presiona en defensa de los valores occidentales.

Esta postura que cada día se ve más clara en Washington, incluso a través de las acciones y respuestas que da el propio Secretario de Estado Blinken cuando es interpelado por la prensa puede erosionar aún más el liderazgo internacional estadounidense y de hecho facilitarle a Beijing a aumentar su influencia -cada día más marcada-  así como a Putin en el mundo y para prueba un botón, ambos lo están haciendo con la exportación de la vacuna para el covid-19 mientras exportan  con las dosis ideología y sus antivalores.

Se refuerzan las teorías conspirativas

Donald Trump, desde el principio de la actual pandemia, se empeñó en difundir una serie de teorías sin fundamento entre las cuales destacaba la de que el coronavirus en acción era producto de un proyecto chino de guerra bacteriológica al que, por estrategia o por negligencia, se habría liberado al exterior del laboratorio implicado. Los más osados añadían que previamente los chinos se habrían vacunado, lo que explicaría la baja cifra de muertos chinos, cifra ofrecida por el propio gobierno chino. Ni que decir tiene que estas teorías se extendieron, sofisticaron y retorcieron en las redes sociales y en los círculos y cabezas que siempre han tendido a explicar los problemas del mundo atribuyéndolas a fuerzas oscuras y malvadas, lo que exime de toda responsabilidad personal. Pero los difusores eran, aunque no exclusivamente, Trump y su círculo, y los sectores académicos y medios de comunicación “respetables y progresistas” los ridiculizaron convenientemente.

Ahora  cambian los tiempos y es Biden quien repite, o al menos no descarta, este origen maléfico de la pandemia mundial, y ahora ya no se ridiculizan aquellas teorías. Así, sorprende ver en medios “serios” comentarios racistas propios de las viejas películas de Fumanchu y del “peligro amarillo”.

Porque hay que partir de un dato hasta ahora incontrovertible: no hay ningún dato científico que indique que el virus es una creación humana. Ni un experto de los miles que han analizado la estructura, el comportamiento y las formas de atacar el virus (entre otras cosas para fabricar unas vacunas que están demostrando una alta eficacia) avala esta hipótesis, al menos hasta este momento. Aquellas teorías se basan en elementos circunstanciales sobre si hubo contagios en un laboratorio antes de las fechas consideradas de inicio y otros datos igual de poco rigurosos. Otra cosa es que China haya sabido antes del virus y en el proceso de investigación e identificación sus expertos hayan perdido el control. Pero hasta ahora no hay datos que lo avalen.

¿Entonces? Pues que Biden está mostrando una típica debilidad occidental bien conocida en Europa. Cuando ordena a los servicios de inteligencia que investiguen esas posibilidades realiza un acto de propaganda porque las agencias norteamericanas están en eso desde el principio por orden de Trump sin haber conseguido datos verificados.

Pero las democracias occidentales no necesitan teorías descabelladas que calientan cabezas peligrosas, como las que asaltaron el Capitolio o las que claman contra la globalización, para oponerse a China. China es un país despótico que desprecia las libertades individuales, las creencias personales y la dignidad humana porque se sigue asentando en un credo comunista con todo lo que tiene de antihumanismo. Y, además, desprecia tratados internacionales, la libertad de mercado y las voluntades de otros países y territorios. Incluso podría añadirse que algunas de sus técnicas de intervencionismo económicos son el sueño inconfesable de sectores de la izquierda europea y norteamericana. Y, además, puede añadirse su no tan buena gestión de la pandemia a pesar de los mensajes oficiales no contrastados. Probablemente ha sufrido cientos de miles de muertos pero la cifra no se puede constatar en aquel régimen y la transparencia no es propiamente una virtud del Estado chino.

Esta es una de las lecciones de estos tiempos en que la razón y la ciencia parecen retroceder ante las emociones, el fanatismo y la ignorancia aprovechados irresponsablemente por algunos gobiernos. Y esta es una muy mala señal.

INTERREGNUM: Caos bajo el cielo. Fernando Delage

“Caos bajo el cielo: la situación es excelente”. El supuesto comentario de Mao Tse-tung, aplicado—según unos—al desorden que él mismo quiso crear durante la Revolución Cultural para afianzar su poder, y—para otros—una referencia a los disturbios de finales de los años sesenta en París y California, transmite la idea de que los dirigentes chinos se sienten cómodos ante la anarquía; que, ante sus sutiles lecturas de los cambios en la correlación de fuerzas, saben situarse con ventaja ante los cambios de ciclo históricos. El elemento disruptivo más reciente con que han tenido que encontrarse ha sido Trump: por su victoria inesperada en las elecciones de 2016, por el grado de hostilidad que mantuvo hacia Pekín, y por la ausencia de todo proceso previsible en su administración.

La Casa Blanca de Trump, en efecto, ha sido un paradigma de caos, y muy especialmente en relación con la formulación de la política a seguir hacia China, como describe con todo lujo de detalles el periodista del Washington Post, Josh Rogin, en su reciente libro Chaos Under Heaven: Trump, Xi, and the Battle for the 21st Century (Houghton Mifflin Harcourt, 2021). Uno de los argumentos centrales de Rogin es que Trump supo identificar el desafío planteado por China, pero fue incapaz de formular una estrategia coherente y de mantenerla en el tiempo.

Siguiendo un enfoque cronológico, el libro va narrando las sucesivas batallas internas en la administración. Desde un surrealista primer encuentro del jefe de la diplomacia china, Yang Jiechi, con el yerno de Trump y su asesor Steve Bannon, semanas después de las elecciones, hasta el estallido de la pandemia en 2020, el lector encontrará una prolija descripción de las maniobras de unos miembros del equipo del presidente contra otros, de los múltiples conflictos de intereses en juego, y—como contraste—el heroísmo de unos pocos altos cargos por intentar mantener la sensatez entre uno y otro tweet de Trump.

Pese al título de su libro, Rogin se concentra en la dimensión comercial y tecnológica de la rivalidad con Pekín, lo que puede en parte justificarse porque el propio Trump mostró un limitado interés por las cuestiones estratégicas y geopolíticas. Pero también en esta dimensión existe el peligro de un caos que pueda conducir, sin embargo, a una situación en absoluto excelente. Con el fin de llamar la atención sobre a qué puede conducir una escalada entre los dos gigantes, el antiguo oficial de Marines Elliot Ackerman y el almirante James Stavridis, antiguo jefe militar de la OTAN, han escrito una novela con una trama a un mismo tiempo fascinante y terrorífica.  Con el ritmo de un buen thriller, este trabajo de ficción (2034: A Novel of the Next World War, Penguin 2021) es sobre cómo China y Estados Unidos van a la guerra en 2034 tras una batalla naval en aguas cercanas a Taiwán, y con una China que actúa de manera aliada con Irán y con Rusia.

La ventaja tecnológica china desconcierta a Washington que, en respuesta a un ataque al territorio de Estados Unidos y a la detención por los iraníes de un piloto norteamericano, decide recurrir al armamento nuclear, medida que será respondida por Pekín con los mismos medios. Entre tanta destrucción, será India quien emerja como principal potencia mundial.

El escenario es apocalíptico, pero los autores han sabido describir muchas de las fuerzas que impulsan la actual incertidumbre política global: las capacidades derivadas de la inteligencia artificial, los mecanismos de poder en China y las crecientes ambiciones de sus líderes, las motivaciones nacionalistas rusas e iraníes, o la convicción norteamericana de superioridad. Lectura de entretenimiento, pero con aviso sobre lo fácil que puede ser perder el control de los acontecimientos.

Alianza trasatlántica sí, pero…

La conferencia anual sobre política de seguridad internacional de Munich, este año con protagonismo del nuevo presidente de EEUU, Joseph Biden, ha sentado las bases del reforzamiento de los lazos trasatlánticos tras los roces entre Donald Trump y la UE. A la cabeza del discurso de reforzamiento de estos lazos, desde el lado europeo, han estado Francia y Alemania, la principal potencia militar y la principal potencia económica de la Unión tras la salida de Gran Bretaña.

Sin embargo, debajo de los discursos formales han una realidad que a veces queda oscurecida. Biden ha planteado las tres principales exigencias de EEUU: forjar una alianza contra el desafío de China, ser más exigente frente al creciente autoritarismo de Rusia y sus desafíos estratégicos en Europa y aumentar el gasto militar y de defensa europeo, hasta ahora apoyado en el presupuesto de los Estados Unidos; y estas tres exigencias son las mismas que planteaba Trump, aunque éste con malos modos y con menos énfasis en el factor ruso. Tanto Francia como Alemania han aceptado este marco y el aumento de gasto, pero este es un compromiso ya expresado en el pasado sin que se haya hecho realidad y esto crea cierta desconfianza en Estados Unidos. Hay que resaltar que coincidiendo con esta cita, buques de la Armada Francesa han hecho presencia en zonas marítimas del Pacífico en las que China exige exclusividad desafiando los tratados internacionales y la libre circulación.

Parece evidente que la nueva Administración estadounidense, por cultura, por tradición y por evidentes razones históricas y de interés común quiere alejar cualquier duda sobre los lazos estratégicos con la Europa democrática pero este concepto no es compartido homogéneamente por los socios europeos entre los que algunos preferirían ser una tercera vía entre EEUU y China o Rusia.

Y no hay que perder de vista las advertencias de Biden sobre el riesgo de deterioro de las instituciones democráticas que suponen los movimientos populistas a uno y a otro lado del Atlántico y detrás de algunos de los cuáles parece estar Moscú.

Además, EEUU quiere reforzar alianzas con sus aliados tradicionales en Asia, en lo que va a ganar protagonismo India, como analiza nuestro colaborador Fernando Delage, y Europa está ausente de aquella zona a pesar de la reciente exhibición de pabellón por parte de París que, por otra parte, está desarrollado una activa política diplomática y militar en otra zona tensa como es el mediterráneo oriental. A Europa se le acaba la coartada Trump y asumir sus compromisos.

INTERREGNUM: China: de Trump a Biden. Fernando Delage

Con la llegada de un nuevo presidente de Estados Unidos, no se harán esperar los ajustes en la relación con China. Durante la campaña electoral, Biden evitó entrar en detalle en la cuestión: básicamente se limitó a indicar que la República Popular es un competidor más que una amenaza, y que representa un desafío que Estados Unidos puede afrontar y ganar. Las profundas diferencias entre los votantes del Partido Demócrata sobre cómo responder al problema de China pueden explicar la indefinición de Biden como candidato. Instalado en la Casa Blanca, ya no puede permitirse ese distanciamiento.

Los primeros indicios de lo que piensa su equipo han empezado a conocerse. En su comparecencia en el Senado la semana pasada para su confirmación como próximo secretario de Estado, Antony Blinken dijo coincidir con las premisas de la política china de la administración Trump, pero no con sus métodos. Esto significa, en otras palabras, que resulta necesaria una estrategia industrial y tecnológica que permita reforzar la competitividad norteamericana; una política económica más sofisticada que no dependa tan sólo de tarifas y sanciones; y la reconstrucción de alianzas para contar con una coalición más amplia que condicione los movimientos chinos. Pero ¿qué ocurre si esas premisas no son del todo correctas, y el cambio de métodos encuentra sus propios obstáculos?

En el terreno económico, el nivel de interdependencia entre los dos actores y la virtual imposibilidad de un “decoupling” imponen a Biden la necesidad de un acercamiento a Pekín. Pese a las medidas de Trump, el déficit comercial de Estados Unidos con China al terminar su administración era el mismo que en 2016 (345.000 millones de dólares), bajo el mandato de Obama. Y quienes más se han visto perjudicados han sido los trabajadores (300.000 empleos menos) y exportadores norteamericanos (que han visto caer en picado sus ventas al mercado chino). Mientras Estados Unidos lidia con las consecuencias de la pandemia, la economía china está creciendo a un ritmo superior que antes del contagio. Y las sanciones de Trump han acelerado por lo demás los esfuerzos chinos dirigidos a corregir su dependencia de Estados Unidos y dar un salto cualitativo en el liderazgo de nuevas tecnologías, a la vez que ha cerrado acuerdos comerciales de gran alcance con sus vecinos asiáticos (el RCEP) y con la Unión Europea (el CAI).

La principal dificultad de Biden es la divergencia en las opciones de cada uno de los dos gigantes. Mientras China aparece como defensora del libre comercio, y continúa avanzando en la consolidación de una posición central en la economía global, Biden tiene un reducido margen de maniobra para evitar un mayor aislamiento de Estados Unidos. La hostilidad del Congreso y de la opinión pública norteamericana hacia estas cuestiones—como hacia la globalización en general—, condiciona prioridades estratégicas como el regreso al TPP. El dilema se agrava porque no es sólo un problema en las relaciones bilaterales: afecta asimismo a los vínculos de Washington con sus aliados. Tanto en Asia como en el Viejo Continente, Pekín es visto como un socio indispensable a largo plazo. Un estudio del European Council on Foreign Relations que se acaba de publicar revela que, para la mayor parte de los europeos (el 79 por cien, en el caso de los españoles), la economía china será más importante que la norteamericana en diez años. El compromiso de Biden de trabajar con los aliados puede verse obstaculizado, por tanto, al no existir siempre una coincidencia de intereses.

Algo similar ocurre en la esfera de defensa. La rápida modernización militar china ha reducido la superioridad de Estados Unidos en el Pacífico occidental, y aumentado el desequilibrio entre las capacidades chinas y las de sus vecinos. El escenario fiscal norteamericano, en un contexto en el que hay que atender prioridades internas—de las infraestructuras a la sanidad, de la educación a la desigualdad—será prácticamente imposible un aumento de los gastos de defensa. Pero tampoco un objetivo de liderazgo militar respondería al actual terreno de juego, de naturaleza fundamentalmente geoeconómica. Ni puede dar Washington por descontado que sus socios vayan a alinearse abiertamente contra Pekín. La consecuencia de esta dinámica es un gradual deterioro de la credibilidad de las alianzas de Estados Unidos, y una percepción de inevitabilidad de la centralidad china.

Son dilemas todos ellos bien conocidos por Kurt Campbell, quien fue responsable de la política del “pivot” de Obama como secretario adjunto para Asia en el departamento de Estado, y acaba de ser nombrado para un cargo de nueva creación, el de coordinador para el Indo-Pacífico, en la Casa Blanca. No le va a faltar trabajo, pues la transición de una a otra administración no puede suponer un mero cálculo de más o menos “decoupling” de China. Se trata de reconceptualizar de manera integral la relación con Pekín; un desafío en nada comparable a otros retos anteriores experimentados por Estados Unidos desde su irrupción como gran potencia a finales del siglo XIX.

Año nuevo, problemas viejos

2021 ha comenzado trepidante.  Los estrambóticos, además de bochornosos, sucesos de Washington contienen en sí mismos muchos mensajes sobre la situación de inestabilidad de los sistemas democráticos más sólidos, situación que está siendo aprovechada, sin el menor sonrojo, por los sistemas autoritarios que no dudan en explicar cómo sus formas de gestionar que no dependen de controles judiciales independientes, ni de elecciones ni de sociedad civil efectiva son más eficaces para hacer frente a pandemias, crisis políticas y catástrofes. Así en el caso de China que tiene la desfachatez de comparar las movilizaciones por la democracia en Hong Kong con el asalto al Capitolio en Washington. Pero no es el único caso. Se oyen mensajes parecidos en Moscú, La Habana,  Piongyang y Teherán.

El certificado de debilidad institucional que ha supuesto el asalto de los partidarios de Trump a una de las instituciones más sagrada del constitucionalismo deja en manos de Biden la obligación de reparar y consolidar el edificio democrático estadounidense y, además, demostrar en el exterior la solidez, la capacidad y la voluntad de EEUU de seguir al lado del bando de las libertades, el orden y la estabilidad internacional de la que tanto Trump como Obama se replegaron con cierta imprudencia. Aunque hay que subrayar, precisamente en momentos en que su figura está siendo demolida sin matices por su irresponsabilidad y resistencia antidemocrática a abandonar el poder, que en los últimos momentos de su mandato, el presidente  Donald Trump ha impulsado unos cambios sin precedentes  en Oriente Próximo, la región más potencialmente explosiva del planeta desde el fin de la II Guerra Mundial,  al acercar a a Israel y los países árabes de mayoría sunni, los principales aliados occidentales en aquella región. Además del factor de contención de Corea del Norte que significó Trump.

Eso no debe ocultar la faceta nacionalista, antiliberal, populista y por lo tanto de desprecio a las reglas democráticas básicas, que ha significado el presidente Trump y algunos de sus seguidores por todo el  mundo. Al final, la distancia moral, ética y estética entre Nicolás Maduro y Donald Trump es casi inexistente, aunque los estadounidenses están protegidos por una fortaleza institucional, un edificio constitucional y unas tradiciones  envidiables que, de momento, están muy por encima de cualquier presidente por más irresponsable, zafio y prepotente que sea.

EEUU, China y las caricaturas

Mientras en Estados Unidos comienza una etapa política nueva que debe afrontar y resolver el deterioro institucional sin dañar las iniciativas internacionales y nacionales que han sido positivas, China sigue a lo suyo, fortaleciendo sus avances, reaccionando con soberbia y propaganda a las críticas y avanzando posiciones. Este parece ser parte del escenario inmediato al que debe enfrentarse la Administración Biden a partir de enero y, con ella, las sociedades occidentales democráticas.

En EEUU, la victoria demócrata, pírrica pero victoria, ha desconcertado el egocentrismo de Trump que en su reacción ha contribuido no poco a la crispación y al deterioro institucional y de la confianza hacia el sistema de aquel país. Y en la escena internacional se ha celebrado la victoria de Joe Biden como si fuera propia, por unos y por otros, incluso por aquellos que en pocos meses estarán otra vez en el discurso anti EEUU y anti occidental ante la frustración sobre las expectativas alimentadas irracionalmente por la propaganda y las caricaturas.

Donald Trump ha sido, para casi todo el mundo, una caricatura dibujada en los ambientes “progres” y alimentada de prejuicios, falsedades y medias verdades, sin dejar de añadir que el pintoresco político ha aportado lo suyo con su falta de tacto, de educación, de contención, de conocimiento de tantas cosas y de chulería. Pero si apartamos la hojarasca, encontramos una Administración que por primera vez en décadas no ha iniciado ni agravado ningún conflicto en el exterior, contra las profecías de la izquierda y su empeño por afirmar lo contrario (antes al contrario, ha logrado avances espectaculares y sin precedentes en Oriente Próximo y los Balcanes) ; ha mejorado la economía interna aunque con medidas proteccionistas nocivas a medio plazo (medidas que la izquierda ha venido defendiendo para sus países) y ha planteado una decidida contención de la expansión china que Biden no va a cambiar profundamente. Pero a Trump lo ha acabado devorando su propio personaje dificultando hacer un balance riguroso de su gestión.

Media Europa está celebrando la victoria de Biden. La otra parte, la que estuvo bajo influencia de Rusia durante cuatro décadas, mira con incertidumbre los nuevos tiempos ya que había encontrado en Trump un presidente comprensivo para sus políticas de cerrazón y desconfianza frente a Bruselas. Pero Biden no va a contentar a los primeros tanto como sueñan ni va a marginar a los segundos tanto como temen. Los intereses nacionales de EEUU, como los de cualquier país, tienen unos parámetros permanentes que Biden no va a cambiar. Se mantendrán barreras proteccionistas (como las tiene la UE), se tratará de frenar las intimidaciones rusas, se mejorará la relación trasatlántica pero se seguirá exigiendo a Europa más inversión propia en Defensa y acuerdos para abrir más los mercados y se seguirá chocando, tal vez con mejores formas, por la vía de concesiones que Bruselas viene defendiendo respecto a Cuba y Venezuela.

La desinformación es la verdadera ganadora de la contienda electoral. Nieves C. Pérez Rodríguez

En un ambiente mucho menos festivo que en previas elecciones y cargado más bien de ansiedad por conocerse el resultado final, pero también por el temor a protestas ante al anuncio del candidato ganado, se ha celebrado el día electoral en EEUU. Mientras, en las principales ciudades del país se prepararon con barreras antidisturbios e incluso la misma Casa Blanca puso barricadas a sus alrededores para protegerse frente a la posible violencia que puede llegar a desatarse, producto de una polarización social muy profunda que se ha acentuado en los últimos años.

La campaña ha sido dura, con fuertes acusaciones de ambos lados. A los demócratas se les acusa de tener una agenda socialista radical y, en efecto, es lo que ha hecho que el Estado de Florida lo ganaran los republicanos. Mientras que a Trump se le acusa de dividir fuertemente el país, aupar a los supremacistas blancos y de un terrible manejo de la pandemia que de momento supera los 9 millones de ciudadanos contagiados.

Sin embargo, la economía estadounidense aún en plena pandemia repuntó bruscamente durante los 3 últimos meses de campaña, creciendo a un ritmo trimestral récord de 7,4% de acuerdo con las cifras oficiales. Aunque el daño de la paralización de la pandemia está presente según los analistas. Pero lo cierto es que a pesar del parón producido por el confinamiento ha quedado demostrada la entereza de la primera economía del mundo.

Fue una campaña electoral atípica.  Debido a la pandemia se estimuló el voto temprano para evitar grupos masivos de electores, así como el voto por correo. Todo en medio de un ambiente agitado que ha acabado por deteriorar más las instituciones estadounidenses. Y eso, en gran parte, se debe a Trump, quien en el uso de su tono soez no mide palabras o descréditos para ganar adeptos.

El deterioro de la credibilidad de las instituciones es un punto de inflexión en los Estados Unidos y la mayor preocupación de los analistas. Y el ganador de esta reñida contienda tendrá la gran responsabilidad de restablecer esa credibilidad o al menos contener su deterioro. 

Los republicanos pueden estar tranquilos en cuanto a la Corte Suprema, pues su mayoría es conservadora, y, a pesar de que la silla presidencial la ocupe un demócrata, las decisiones que por allí pasen serán más de corte conservador. En cuanto al Congreso, de momento todo apunta a que se quedará como estaba. Es decir, la Cámara de Representantes en manos de los demócratas y el Senado tendrá mayoría republicana, lo que garantiza que sus prioridades continuaran parecidas. Y habrá un equilibrio sano para el sistema.

Con un Senado de mayoría republicana se seguirá luchando y aprobando leyes que pongan un freno a las arbitrariedades chinas, bien sea en cuanto al robo de propiedad intelectual, o de posible espionaje a través de la red 5G o Huawai, la defensa por la las libertades religiosas de los individuos chinos (incluyendo a las minorías musulmanas, los budistas y cristianos en China), seguirán hablando sobre la importancia de devolver la autonomía a Hong Kong pero sobre todo se hará mucha énfasis en Taiwán y la imperiosa necesidad de que ese enclave permanezca fuera de los tentáculos del PC chino.

Si continuara Trump en la Casa Blanca su política exterior hacia Asia andaría por la misma línea. Pero si Biden tomara el poder, en este punto no podría retornar a la situación de hace 4 años atrás, por lo tanto, aunque es probable que se suavice un poco el tono, no se cambiará sustancialmente la postura.

La Administración Trump se ha centrado mucho en los problemas domésticos, dejando un vacío en el liderazgo internacional que bien ha intentado llenar Beijing. Es posible que Biden tomará una posición más activa internacional, aunque poco probable que Washington recupere el liderazgo internacional al que nos tenía acostumbrado.

Todo apunta a que los resultados de las elecciones se harán esperar, y la razón de ello es la inmensa división que ha experimentado esta nación. Estados Unidos es hoy un país dividido ideológicamente en dos partes casi iguales. Pero la grandeza de la democracia y la fortaleza de su economía lo hará salir adelante, y tal y como dice su juramento a la bandera seguirá siendo “una nación ante Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos”.