Folios en blanco frente a la censura en China. Nieves C. Pérez Rodríguez

Empezando por el misterioso origen del Covid-19, pasando por la extensiva compaña de desinformación difundida por el Partido Comunista chino hasta las estrictas restricciones impuestas a la población han transcurridos los últimos tres años guiados por la obsesiva lucha por contener la propagación del virus en China.

Sin ánimo de alentar teorías conspirativas, lo que parece un punto común entre muchos científicos es que Wuhan fue el lugar donde se originó el Covid y, en efecto, una sucesión de hechos que fueron reportados desde noviembre del 2019 por influencers o simples usuarios de las redes sociales chinas dejaron documentadas escalofriantes imágenes de cadáveres arrimados en lugares antes la falta de capacidad de respuesta sanitaria. Videos como el del médico que alertó del peligro que representaba el virus en aquel momento desconocido y que falleció contagiado, circularon en las redes hasta que fueron eliminados por los censores del Estado, pero fueron testimonio de que algo serio estaba sucediendo y que, peor aún, se estaba ocultando tanto a su población como al resto del mundo.

Desde entonces hasta hoy no se ha visto cambio de comportamiento por parte de las autoridades china, por el contrario, más bien el perfeccionamiento de los controles sociales a todos los niveles, más que nunca en la historia de la nación.  El Partido Comunista ha usado la pandemia para conseguir fiscalizar minuciosamente cada ciudadano a través de fuertes restricciones justificadas en la prevención de la propagación. Han aprovechado cada uno de los instrumentos de represión que poseen, como los sofisticados sistemas de vigilancia social, las cámaras, el rastreo virtual de actividades, como la supresión, aislamiento de los ciudadanos, y hasta la privación de la libertad mínima de movilidad.

Y aunque el Partido Comunista ha hecho todo tipo de barbaridades en el pasado, en esta ocasión la mayor sorpresa que ha dejado atónitos hasta a los expertos en China más renombrados es el precio económico que están pagando y que todo apunta a que seguirán sacrificando para continuar obsesivo control y prevenir más contagios.

En primavera de este año el Partido Comunista impuso un durísimo confinamiento en Shanghái cuyas pérdidas superaron los 50 mil millones de dólares y que afectó a unos 200 millones de chinos. Y eso sin incluir los costes internacionales que conllevó ese confinamiento en el hub financiero chino donde también se encuentra el puerto más grande del mundo y que mueve la mayor carga del planeta. En este punto las empresas extranjeras empezaron a responder y con ello la fuga de capitales empezó a sentirse.

Después impusieron otros confinamientos muy estrictos en Beijing, desplegando centros de pruebas por toda la capital y prohibiciones de movilidad dejando algunas zonas de la ciudad totalmente inertes, solo con la presencia de la policía para asegurar el cumplimiento de estas medidas. Una situación similar se ha replicado en cada región y centro urbano del gigante asiático.

El agotamiento social ante tantas restricciones ha venido aumentando con le paso de los meses. Además de la frustración social ante la incapacidad de tener un mínimo de libertad de movilidad y acción. Y estás manifestaciones de descontento llevan meses en gestación con diversos conatos que han sido neutralizados por las fuerzas de seguridad. Sin embargo, al cumplirse los tres años de esta situación que parece no acabarse las manifestaciones no han hecho más que aumentar por todo lo ancho de la nación. CNN pudo verificar a principios de esta semana más de 16 protestas en diferentes ciudades, y otras decenas de ellas de las que tuvieron conocimiento, pero no pudieron llegar a corroborar por la misma imposibilidad de movilidad del país.

Las universidades han sido otros centros en los que los estudiantes han sido coartados de toda movilidad al punto en el en algunos casos estudiantes han expresado haber pasado hambre en algunos casos ante la imposibilidad de salir a comprar alimentos debido a los confinamientos.

Al grito de no queremos mascarillas o no queremos pruebas PCR los manifestantes han tomado parte de las calles de Beijing, así como en Shanghái con algo más de violencia, donde cabe destacar que la represión y las medidas de aislamiento han sido especialmente extremas.

Ante tantas restricciones la creatividad de los manifestantes ha hecho que un folio en blanco sea el signo de la disidencia y sea levantado con orgullo en las protestas, puesto que se ha vuelto el instrumento por el que la población grita su desacuerdo sin palabras con la idea de que no puedan ser acusados de perturbadores del orden público.

Astutamente, los manifestantes no salen a las calles a protestar contra el Partido Comunista, ni tampoco lo hacen para intentar cambiar al presidente, los recuerdos de la masacre de Tiananmén de 1989 donde se llevaba a cabo la protesta que acabó abruptamente con un asalto cruel de manos del ejército chino siguen estando presente en parte de la población. El grito silencioso de estas protestas nunca vistas en China expresa repudio a los controles excesivos en los que viven desde que la política de “cero-Covid” entrara en vigor.

Los usuarios de las redes sociales chinas han encontrado mecanismos para burlar los vetos de publicaciones, y han aparecido con selfies sujetando un folio en blanco o simplemente han aparecido un cuadro blanco que habla por sí solo. Aunque la red Weibo también censuró algunos de los hashtags, los usuarios han burlado algunos de los censores. WeChat ha sido otra red en la que usuarios han encontrado formas para subir videos de manifestaciones.

Los folios en blanco rememoran las protestas de Hong Kong en el 2020 cuando manifestantes usaron este mismo método para intentar protestar por la ley de seguridad nacional. Hoy, esos folios hablan claro y expresan mucho descontento, que lejos de simbolizar que se está gestando un cambio político en la nación, imploran retomar cierta normalidad en sus vidas, relativa libertad y vacunas eficientes, que no las chinas.

 

 

INTERREGNUM: Reajustes indios. Fernando Delage

Con la atención puesta en la reunión en Bali entre el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y su homólogo chino, Xi Jinping, pasó prácticamente inadvertida la ausencia de un encuentro bilateral entre Xi y el primer ministro indio, Narendra Modi, como había sido la norma en cumbres anteriores del G20. Ambos líderes se evitaron igualmente cuando coincidieron, en septiembre, en la cumbre anual de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS). Por otra parte, si en su día llamó la atención que India se abstuviera en la condena a la invasión rusa de Ucrania, Modi facilitó la adopción de la declaración conjunta que, al concluir la reunión del G20, denunció el comportamiento de Moscú. ¿Cabe concluir que India está recalibrando sus relaciones con ambas potencias?

El último encuentro bilateral entre Modi y Xi fue el celebrado en noviembre de 2019 en Brasil, durante la cumbre de los BRICS. Desde el enfrentamiento fronterizo en Ladakh, en junio de 2020, en el que murieron veinte soldados indios y un número desconocido de tropas chinas, la desconfianza se ha agravado entre los dos gobiernos. La falta de contactos al más alto nivel—repetida en otros foros—es una ilustración de que las relaciones sino-indias se encuentran en su peor momento desde la guerra de 1962. El choque de 2020 ha consolidado además la percepción de la comunidad estratégica india de que China es una grave amenaza para la seguridad nacional.

La política exterior india ha girado en consecuencia, y una restauración del statu quo anterior parece improbable. Delhi ha optado por aproximarse a aquellos países que pueden ayudarle a fortalecer su posición frente a la República Popular, tanto en el terreno económico como en el militar. Sin renunciar al discurso de autonomía estratégica—pilar central de su cultura de defensa—, India está hoy mucho más dispuesta a alinearse con otras naciones, Estados Unidos en particular, sin temer como en otras épocas la posible reacción de Pekín.

Si el comportamiento chino ha conducido a India a reconsiderar la siempre delicada cuestión de las alianzas, la guerra de Ucrania ha traído consigo complicaciones añadidas. Era también cuestión de tiempo que el conflicto se tradujera en una gradual separación india de Rusia, otro hecho que acerca igualmente a Delhi a Washington y sus aliados. La razón fundamental de sus divergencias estriba en la transformación del escenario geopolítico: los vínculos de Rusia con China se han estrechado justamente cuando la relación de India con la República Popular ha empeorado. La cercanía entre Pekín y Moscú hará tarde o temprano que el primero presione a la segunda para diluir su tradicional apoyo a Delhi, especialmente si ésta consolida su asociación con Washington. Por otra parte, desde la perspectiva india, tampoco representa una ventaja para sus intereses contar con una Rusia debilitada como contrapeso de una China más fortalecida (socia, además, de Pakistán y empeñada en proyectar su influencia en Asia meridional). La guerra de Ucrania ha precipitado así este proceso de reajuste, que obliga a abandonar la habitual inclinación india a mantenerse al margen de las maniobras geopolíticas globales.

En un mundo ideal, India querría tener de su lado a Occidente y a Rusia. Pero el desarrollo de los acontecimientos en Ucrania y la actitud de Pekín lo hacen imposible. Delhi tendrá que acostumbrarse a gestionar este tipo de contradicciones, especialmente al asumir durante un año la presidencia de la OCS (desde septiembre), y la del G20, desde esta misma semana.

Las mentiras tienen precio… a veces

En China están pasando cosas. El despotismo con que se están gestionando los rebotes sistemáticos de COVID en el país, que está afectando a la economía china y a los mercados internacionales por la distorsión en el transporte de mercancías, está encontrando una respuesta ciudadana sin precedentes en varias décadas que están desafiando el triunfalismo propagandístico del comunismo chino.

La prueba del desconcierto del gobierno ante la extensión de las propuestas y el papel en ella de las redes sociales a pesar del férreo control de la dictadura está en el recurso a inundar de pornografía a los que intentan acceder a determinadas web y la intensa campaña de para intervenir e inundar de virus las redes, seg-un expertos.

La población china comienza a expresar con mayor valentía su desprecio a unas autoridades que les mienten sistemáticamente en un momento en que la economía se está frenando lo que hace salir a flote des desigualdades de la sociedad. Las propuestas están siendo coreadas al grito de libertad y de reclamación de unos derechos políticos de los que China carece desde 1949. Corresponsales extranjeros y agencias internacionales señalan que según vídeos y testimonios que circulan en redes sociales, las muestras de indignación han inundado el fuertemente censurado internet. La prensa oficial, sin embargo, no ha dado cuenta de los incidentes.

No se tienen muchos datos pero todo parece indicar que los problemas económicos, moderados de momento pero significativos, la inestable situación internacional y la asfixiante propaganda interna del régimen están movilizando a sectores importantes de la sociedad china, a pesar de la represión y el control y eso frena la campaña internacional de Pekín para presentar su modelo como garante de estabilidad, crecimiento económico y solución pacífica de los conflictos. Parece un chiste, pero así lo afirman los propagandistas chinos y sus defensores. Las mentiras tienen precios aunque, desgraciadamente, no siempre.

INTERREGNUM: Xi el conciliador. Fernando Delage

Hace sólo un mes, mientras el XX Congreso del Partido Comunista le otorgaba todo el poder al frente de la organización, Xi Jinping describía un entorno estratégico hostil y reclamaba a sus ciudadanos un “espíritu de lucha” para hacer frente a las “peligrosas tormentas” que se avecinan. Un lenguaje muy diferente fue el empleado por el presidente chino en sus sucesivos encuentros y discursos de la semana pasada. ¿Ha cambiado en pocos días su percepción del mundo, o se trata más bien de un ajuste retórico en función de su audiencia?

Lo cierto es que, en su segundo viaje al extranjero desde la pandemia—tras el que realizó a Samarkanda para asistir a la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai en septiembre—Xi no podía permitirse aparecer con una actitud beligerante ante sus colegas. Sería contradictorio ante todo con la imagen de potencia responsable y pacífica que Pekín quiere transmitir. Tanto en el G20 como en el foro de Cooperación Económica del Asia-Pacífico (APEC)—las dos cumbres a las que asistió—el presidente chino iba a encontrarse con los representantes de naciones emergentes cuya cooperación necesita para hacer realidad sus ambiciones estratégicas. Pero también en su reunión con Biden el 14 de noviembre, Xi adoptó una posición pragmática.

“China, dijo, no busca transformar el orden internacional existente” ni “sustituir a Estados Unidos”. Rechazó incluso la idea de que las relaciones entre ambos países respondan a un esquema de competición (fórmula empleada por la reciente Estrategia de Seguridad Nacional norteamericana). Xi encontró una misma cordialidad por parte del presidente norteamericano—se conocen desde hace años—y los dos líderes acordaron gestionar de manera “responsable” sus inevitables divergencias, así como “mantener abiertas las líneas de comunicación”, con el fin de evitar tanto una escalada innecesaria como un choque accidental. Ambos dirigentes insistieron por lo demás en la necesidad de una resolución pacífica de la guerra de Ucrania y advirtieron a Rusia contra el uso de armamento nuclear.

Un día más tarde, en su intervención ante el plenario del G20, Xi reiteró su habitual discurso sobre “una comunidad de destino compartido para la humanidad” y a favor de la cooperación global frente a los juegos de suma cero. Un mensaje pragmático y conciliador, que dirigió de manera más directa a sus vecinos en la cumbre de APEC, el sábado 18. Asia no debe convertirse en “un escenario de competición entre las grandes potencias”, subrayó el presidente chino, si se quiere asegurar tanto la recuperación del crecimiento económico como un entorno de estabilidad geopolítica. La cumbre en Bangkok le permitió verse asimismo con el primer ministro japonés, Fumio Kishida, en el primer encuentro mantenido entre los líderes de ambos países en tres años.

Es evidente que los elementos de rivalidad entre China y Estados Unidos—así como entre China y Japón (e India)—no van a desaparecer. La recuperación del contacto presencial entre los mandatarios les ha ofrecido, no obstante, la ocasión para hacer hincapié en sus intereses compartidos más que en sus diferencias, lo que hizo posible la adopción de una serie de declaraciones conjuntas a favor de la cooperación y la integración regional. El compromiso de reactivar los contactos regulares entre altos funcionarios contribuirá igualmente a mitigar en cierto grado las tensiones. Pero no puede perderse de vista que, en último término, los foros multilaterales son un instrumento esencial de la estrategia de ascenso global de la República Popular. Recuperar la dañada imagen de su país es un imperativo de Xi, de la misma manera que es a través de sus discursos en cumbres como éstas como va ganándose la complicidad del mundo no occidental, ofreciendo un modelo económico y político alternativo al de las democracias liberales.

Pleitesías al emperador chino. Nieves C. Pérez Rodríguez

Xi Jinping reaparece en el escenario internacional de las tinieblas del Covid y de la prolongada y rígida política de “Cero-Covid” impuesto por el Partido Comunista chino para evitar contagios. Se dejó ver en reuniones entre grupos sin mascarillas y dando la mano a los líderes internacionales, después de un largo aislamiento y, en el marco de dos semanas intensas de encuentros y cumbres, retomaba su lugar como segunda nación más poderosa con fuerza y dando lecciones al resto del mundo con afirmaciones como que “los líderes deben intentar mantener relaciones cordiales con otros”.

Aprovechó bien el momento para hacerse sentir y sostuvo unas veinte de reuniones bilaterales, a las que se suma la participación a los foros de las cumbres y aseguró que “Asia Pacífico no es el patio trasero de nadie y no debería convertirse en un área para la competencia de las grandes potencias” respondiendo directamente a Washington que ha venido promoviendo por años la necesidad imperiosa de mantener la libertad de los mares y el respeto a la legislación internacional en el Pacífico.

Xi ha reaparecido con una prepotencia que más que de presidente chino parece la superioridad de un emperador. El incidente entre su persona y el primer ministro canadiense quedó registrado por las cámaras y muestra bien la arrogancia de Xi. Después de haber mantenido un encuentro bilateral la información fue publicada por los medios occidentales, en la que Xi increpa a Trudeau en los pasillos de la cumbre sobre el hecho de que fuera filtrada a los medios indicando que “esa no fue la manera en la que se llevó la conversación”, y a lo que Trudeau contestó “En Canadá creemos en el diálogo libre, abierto y franco, eso es lo que seguiremos teniendo. Continuaremos buscando trabajar juntos de manera constructiva, pero habrá cosas en las que no estaremos de acuerdo”.

Este incidente es un buen ejemplo de cómo se conducen los gobernantes chinos a diferencias de los líderes de naciones democráticas, quienes tienen un compromiso con la prensa de transparencia de información y a su vez los periodistas la libertad de investigar y publicar sus hallazgos.

En el marco de APEC, Kamala Harris, la vicepresidenta de Biden, representó a los Estados Unidos y el primer día de la cumbre la interrumpió para llamar a un encuentro urgente de los aliados de Washington (Australia, Canadá, Japón, Nueva Zelanda y Corea del Sur) por el lanzamiento de mísiles por parte de e Kim Jong-un que, de acuerdo con los expertos, mostraron que cuentan con capacidad de llegar a impactar territorio estadounidense.

El gran ausente de estos importantes encuentros fue Vladimir Putin, quien pasó de ser un respetado líder a un repudiado criminal que invadió una nación soberana, que ha destruido la mayor parte de sus infraestructuras, que ha asesinado civiles sin pudor y que ha puesto en jaque a Europa, que parecía haber olvidado del peligro soviético. Rusia es parte del G20 y también de la APEC. Sin embargo, ambos grupos han condenado su comportamiento, incluido el presidente de Indonesia, Joko Widodo, quien dijo que hay que poner fin a la guerra, a pesar de que Indonesia no había condenado la invasión antes.

Los líderes de la APEC en consonancia con la declaración que hizo el G20 tan solo unos días previos, apoyaron las resoluciones de la ONU que rechaza la invasión rusa a Ucrania y exigen la retirada completa de su territorio, por lo que se sumaban a la declaración. Los líderes entienden el daño que está haciendo la guerra tanto a la estabilidad como a la economía internacional.

Otro episodio curioso de estos días fue el protagonizado por el primer ministro de Vietnam en una trasmisión de la Voz de América, medio de comunicación financiado por los Estados Unidos, en el que un micrófono quedó abierto se le oye hacer comentarios despectivos del mismísimo Biden y su equipo. Esta Administración se ha venido haciendo con una reputación de blanditos dejando a los líderes autócratas el dominio del protagonismo.

Y en efecto, esa actitud blanda de los estadounidenses y en muchos casos tolerante ha exacerbado comportamientos de líderes como Xi quién hoy se permite hacer comentarios, exigencias y reproches a otros líderes incluso frente a cámaras. Tal y como cerraba esta columna la semana pasada, la confrontación entre democracia y autocracia parece estar perdiendo vigencia, a pesar de su titánica importancia, pues Estados Unidos está tan ensimismado que ha venido repetidamente olvidando que los valores democráticos son frágiles y que su cultivo es la clave de la supervivencia del sistema de las libertades en el planeta.

 

THE ASIAN DOOR: El billón de dólares que necesita el clima. Agueda Parra

Reducir los cambios profundos que están por llegar, y que hasta el momento han generado que el mundo haya elevado su temperatura 1,1ºC desde los niveles preindustriales, es el principal objetivo de la cumbre anual de las Naciones Unidas COP27 celebrada en Sharm el-Sheikh, Egipto. Mientras los objetivos de este tipo de encuentros internacionales se mantienen, ¿cuál es gran desafío de esta cumbre? No es otro que alcanzar mayor implicación de los países más contaminantes para conseguir un presupuesto climático que pueda dar respuesta a los efectos del calentamiento global.

El cronómetro del partido de la COP27 que enfrenta a las economías más contaminantes con los países en desarrollo, y que están sufriendo mayor impacto por el cambio climático, sigue avanzando, pero el resultado podría quedar de nuevo en tablas. No obstante, los nuevos estudios que se aportan en cada edición arrojan datos cada vez más preocupantes para una y otra parte.

Entre los países más contaminantes, los estudios presentados en esta COP27 apuntan a que Estados Unidos, que junto con China son los dos países más contaminantes del mundo, se ha calentado un 68% más rápido que todo el planeta en su conjunto. El calentamiento de la parte continental habría crecido hasta 2,5ºC desde 1970, reflejando los efectos de un patrón climático donde las áreas terrestres se calientan más rápido que los océanos, y donde las altitudes más altas se calientan más rápidamente que las altitudes más bajas. Esto ha generado que, al menos en Estados Unidos, los desastres naturales pasen de producirse una vez cada cuatro meses en la década de 1980 a una vez cada tres semanas en la actualidad.

En los países en desarrollo, con infraestructuras menos avanzadas, el impacto del cambio climático ejerce más presión, con sequías e inundaciones recurrentes que lastran el desarrollo económico y social, haciendo más difícil para millones de personas tener acceso a agua potable. La COP27, marcada por una agenda que incluye el concepto de “pérdidas y daños”, una idea que han puesto a debate los pequeños estados insulares, refleja claramente esta idea de compensación a los países en desarrollo por los desastres originados por el cambio climático, como las recientes inundaciones de Pakistán, y que tienen su origen en décadas de industrialización de los países avanzados.

Monetizando los efectos del calentamiento global, el presupuesto climático necesario para afrontar los desastres generados ascendería a un billón de dólares que, según esta idea de pérdidas y daños, deberían afrontar los países ricos que acumulan un volumen mayor de emisiones históricas. Desde el punto de vista de las renovables, el presupuesto en tecnologías verdes es similar, ya que se estima que son necesarios hasta 1,3 billones de dólares en inversión en energía verde hasta 2030 para limitar la temperatura global acordada en la Cumbre de París, según Bloomberg.

El testigo optimista que dejó la pasada COP26 en Glasgow, resaltando que todavía era factible alcanzar el límite de los 1,5ºC respecto a la época preindustrial, ha dado paso a un escenario algo más alarmista en la COP27. Solamente un año después, las referencias de los expertos apuntan a que seguramente se sobrepasará el límite climático en la década de 2030. Para entonces, quedan 80 meses para tener un 67% de posibilidades de quedarse por debajo del ambicioso objetivo de los 1,5ºC.

Acabar la COP27 con el optimismo demostrado en la COP26 parece, por tanto, ser el mayor desafío. La guerra en Ucrania y una creciente desaceleración económica mundial podría llevar a postergar durante un tiempo los objetivos climáticos. Sin embargo, como toda crisis es también una oportunidad, la reducción de la dependencia del gas ruso debería ser el punto de inflexión que impulsara las tecnologías verdes, favorecidas por un auge en la energía solar y los bajos costes que está alcanzando la nueva generación de tecnologías verdes para así conseguir que el pico de emisiones contaminantes se alcance para 2025.

China: la ambigüedad calculada como arma diplomática

China está intentando recomponer sus relaciones con los países del Pacífico tratando de dar la sensación de que no es un enemigo ni un peligro sino un activo buscador de la distensión y la creación de un clima de paz en la región. Eso sí, sin aludir a las provocaciones de su aliado de Corea del Norte ni a sus reiteradas amenazas de destrucción de la única parte de territorio chino que vive en un régimen de libertades, garantías y libre comercio: Taiwán.

Hace unos días se encontraron los líderes de China y Japón y en el marco de este encuentro Japón expresó “serias preocupaciones” sobre cuestiones de seguridad regional a Xi Jinping, en Bangkok, donde el primer ministro Fumio Kishida y el presidente chino mantuvieron sus primeras conversaciones cara a cara.

Los dos países son socios comerciales pero las relaciones se han agriado en los últimos años a medida que el régimen chino refuerza su ejército y sus ambiciones en la región.

“Expresé mis serias preocupaciones por la situación en el mar de China Oriental, incluidas las islas Senkaku”, dijo Kishida a los periodistas, en referencia a unos islotes en disputa controlados por Japón que China denomina Diaoyutai. También indicó que le había planteado su preocupación por “las actividades militares de China, incluidos los lanzamientos de misiles balísticos” desde su territorio.En agosto varios misiles chinos disparados durante unas maniobras militares en torno a Taiwán habrían caído en la zona económica exclusiva de Japón.

No obstante, ambos países han acordado hacer un esfuerzo para mantener abiertas líneas permanentes de comunicación ante cualquier discrepancia y su disposición a avanzar por caminos de distensión. China, por su parte ha hecho una lectura más optimista aún al sostener que “China y Japón conmemoraron conjuntamente el 50° aniversario de la normalización de las relaciones bilaterales este año, Xi dijo que las dos partes han adoptado los cuatro documentos políticos China-Japón y han llegado a varios importantes entendimientos comunes.

Esto ha generado –ha añadido Pekín- importantes beneficios para los dos pueblos y ha contribuido a la paz, desarrollo y prosperidad regionales. Al indicar que China y Japón son vecinos cercanos, subrayó que la importancia de la relación China-Japón no ha cambiado y no cambiará. Xi hizo énfasis en que las dos partes tienen que tratarse con sinceridad y confianza y aprender las lecciones de la historia, y añadió que tienen que ver el desarrollo de ambos de forma objetiva y racional, y traducir en políticas el consenso político de que los dos países deben ser socios, no amenazas”.

Esta es la esencia de la política exterior china, el más desarado ejercicio de hipocresía política, cualidad abundante en el mundo pero que ejercida desde un Estado totalitario aparece en toda su desnudez. Pero con estas cartas hay que jugar la partida.

El apretón de mano de Biden y Xi en Bali. Nieves C. Pérez Rodríguez

El encuentro en persona de Biden y Xi finalmente tuvo lugar en el marco de la cumbre del G20 en Bali, Indonesia. Viejos conocidos que la política ha unido en varias ocasiones desde hace unos diez años. Los primeros encuentros fueron cuando ambos se desempañaban como vicepresidentes de sus respectivos países y este lunes ambos líderes se daban la mano como presidentes de ambas naciones que acaban de ser fortificados en sus posiciones.

Las relaciones entre ambos siempre han sido cordiales, la veteranía se nota y los intereses han sido el timón de esa cortesía. Quienes han tenido ocasión de compartir con Xi en el plano más personal lo describen como un líder encantador. En el caso de Biden es aún más evidente su cercanía y calidez. Con ver imágenes del encuentro vemos un Biden extraordinariamente sonriente que se acerca a Xi con seguridad, pero a su vez expresando complacencia.

Biden recibió las relaciones más deterioradas en la historia de los últimos 30 años entre Beijing y Washington y ha expresado desde que tomó posesión que China es la prioridad número uno de la agenda exterior estadounidense. La estrategia de Seguridad Nacional del 2022 de la Administración Biden tenía contemplaba como prioridad central a China, aunque la guerra de Ucrania produjo una alteración de las prioridades y se direccionaran masivamente recursos hacia Kiev para contener las ambiciones rusas y con ello enviar a Moscú un mensaje directo de no tolerancia a la violación de la soberanía de un Estado independiente. Mientras, China mantuvo un comportamiento de complacencia con Moscú y de no interferencia pública para prevenir un efecto boomerang, es decir que luego vengan a ellos terceros a darles lecciones.

Muchos analistas valoran como positivo el encuentro debido a que podría producir cambios positivos o al menos algún tipo de acercamiento. Sin embargo, si se analizan los puntos tratados en las tres horas de reunión no hubo ningún avance significativo en ninguno de ellos.

Se abordó la necesidad de contención de Corea del Norte, ya que el único que puede conseguir algo de moderación en la postura de Kim Jon-un es China, que es su vecino y principal proveedor y aliado. Y que desde que se ha dedicado a hacer pruebas misilísticas ha incrementado la inestabilidad de la región y con ello del resto del mundo.

La guerra de Ucrania fue otro punto neurálgico y, aunque se sabe que la economía china por primera vez en 20 años va a sufrir un crecimiento de casi la mitad de lo que estimaban, verán más de los efectos  de esa guerra afectando negocios, intercambios y la estabilidad y la economía internacional.

Se trató de los derechos humanos en China, algo de lo que se ha hablado tanto en Washington, y que cada principio de año sale recitado en el informe del Departamento de Estado sobre Derechos Humanos, que además, en el caso de las minorías musulmanas chinas en Xinjiang, se ha reportado con datos fiables y fotografías satelitales que existen violaciones consistentes y permanentes, así como centros de detención por los que se sabe que han pasado cientos de miles de uigures.

Y por supuesto, Taiwán, la joya del pacífico. Valga resaltar que el propio presidente Biden en cuatro ocasiones distintas ha afirmado literalmente: “Nosotros tenemos un compromiso con Taiwán” e incluso cuando ha sido cuestionado directamente sobre si defendería militarmente la isla ha dicho sí, sin titubeo alguno.

Xi, por su parte, dijo que la línea roja en Taiwán no debe ser traspasada. Haciendo una clara declaración de autodeterminación y llamando a la detención a cualquier aspiración contraria a su posición.

Por su parte, el equipo de la Casa Blanca salió del encuentro con la convicción de que Beijing no tiene planes apremiantes de invadir Taiwán, a pesar de que el mismo Xi no fuera tan explícito ni directo acerca del tema.

Las palabras de Biden de “yo creo absolutamente que no hay necesidad de una guerra fría” podrían interpretarse como blandas, porque aun cuando es cierto que la tensión de guerra fría no beneficia a ninguna de las partes, hay razones de peso para que las relaciones entre ambos se encuentren en el punto en el que están.

Tal y como afirmaba Katie Rogers y Chris Buckley en una columna del New York Times, “en lugar de que el encuentro fuera una especie de momento de confrontación entre democracia y autocracia, cada uno pareció estar más de acuerdo con en que sus intereses nacionales se habían vuelto vulnerables por la pandemia, el cambio climático, la guerra de Ucrania y la crisis económica”

Biden, en su discurso posterior al encuentro, fue diplomático y no mencionó puntos clave como el futuro de Taiwán, la rivalidad militar y tecnológica entre los dos países más poderosos del planeta o los mismos centros masivos de detenciones en Xinjiang. Por el contrario, como resultado del encuentro se acordó que el Secretario de Estado Anthony Blinken visitará China en el futuro…

INTERREGNUM: Otoño multilateral. Fernando Delage

Como cada año por estas fechas, se concentran en unos pocos días las cumbres anuales de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN) con sus socios externos, la Cumbre de Asia Oriental, y la del foro de Cooperación Económica del Asia-Pacífico (APEC). Al ser este año Indonesia anfitrión de la reunión del G20, se suma un encuentro multilateral más en la región. No repiten los mismos participantes en todos los casos, pero buena parte de ellos se irán trasladando de Camboya—país anfitrión de los dos primeros encuentros—, a Bali—donde se celebra la cumbre del G20—, para terminar el próximo fin de semana en Tailandia, donde se reunirán los líderes de APEC. Tampoco la agenda es la misma, pero sí el contexto de fondo, marcado por el enfrentamiento entre Estados Unidos y China. Para la mayoría de los observadores lo más relevante de esta intensa semana es en consecuencia el encuentro de Joe Biden y Xi Jinping el lunes 14 en Indonesia.

En realidad, sólo en el G20 van a coincidir ambos mandatarios: Xi no estuvo en Camboya—le representó su primer ministro, Li Keqiang—, y Biden no estará en Bangkok: le sustituirá la vicepresidenta Kamala Harris. Pero las relaciones entre los dos países condicionan todos los encuentros. Para Biden, el principal objetivo de su viaje consiste precisamente en enviar una clara señal de su compromiso con las naciones del Indo-Pacífico (y, por tanto, de su intención de contrarrestar la creciente influencia china). En Phnom Penh, Biden declaró que la ASEAN es un pilar central de su política asiática, y anunció la puesta en marcha de una “asociación estratégica integral” con la organización. En el que fue su tercer encuentro bilateral con el grupo, el presidente norteamericano ofreció asimismo una partida de 850 millones de dólares en asistencia al sureste asiático, para promover—entre otros asuntos—la cooperación marítima, vehículos eléctricos y la conectividad digital.

La situación en Myanmar también formó parte de la discusión en Camboya, con el fin de reforzar de manera coordinada la presión sobre la junta militar, así como Corea del Norte, asunto sobre el que Biden mantuvo una reunión separada con el presidente surcoreano y el primer ministro de Japón. Los tres líderes, que ya mantuvieron un encuentro con ocasión de la cumbre de la OTAN en Madrid el pasado mes de junio, tratan de articular una posición común frente a la reciente oleada de lanzamiento de misiles por parte de Pyongyang, y la posibilidad de un séptimo ensayo nuclear. También trataba Biden de preparar con sus dos más importante aliados asiáticos la reunión bilateral con Xi.

Aunque Biden y Xi se conocieron cuando eran ambos vicepresidentes, no han coincidido presencialmente desde la llegada del primero a la Casa Blanca. Han hablado por teléfono cinco veces desde entonces, y llegaron a Bali poco después de obtener (Biden) unos resultados mejores de los esperados en las elecciones de medio mandato, y (Xi) un tercer mandato en el XX Congreso del Partido Comunista. Por las dos partes se aspiraba a explicar en persona sus respectivas prioridades—incluyendo Taiwán, Corea del Norte y Ucrania—, restaurando un contacto directo que pueda contribuir a mitigar la espiral de rivalidad.

Es innegable, no obstante, que—pese a su encuentro formal—tanto Washington como Pekín continuarán intentando orientar la dinámica regional a su favor, ya se trate del entorno de seguridad o de acuerdos económicos. En Tailandia, China podría dar algún paso hacia su adhesión al CPTPP—el antiguo TTP que Trump abandonó—, mientras que la alternativa que Biden promueve—el “Indo-Pacific Economic Framework”—puede resultar redundante con la propia función de APEC, foro que la corresponde presidir a Estados Unidos en 2023.

La interacción entre las dos grandes potencias y la división geopolítica resultante marca, como se ve, esta sucesión de encuentros multilaterales, que lleva a algunos a reconsiderar por lo demás el futuro de la ASEAN, justamente cuando celebra su 55 aniversario. Desde fuera de la región, habría también que preguntarse por la ausencia—salvo en el G20—del Viejo Continente, en la región que se ha convertido en el epicentro de la economía y la seguridad global.

China-Estados Unidos: perimetrar el conflicto

Se llama perimetrar un incendio al proceso de delimitar la zona del mismo, aislarlo de puntos de extensión, contenerlo dentro de esos límites y poner en marcha planes de extinción.

Algo parecido han ensayado Biden y Xi en Bali. Sin abandonar el lenguaje duro, sin ocultar las amenazas chinas sobre Taiwán, sin atenuar Biden las denuncias sobre las agresiones chinas a los derechos humanos y sin rebajar un punto el compromiso estadounidense con reforzar la defensa militar aliadas en el Pacífico, China y Estados Unidos han subrayado la necesidad de mantener abiertas vías de comunicación sobre cada conflicto, negociar los contenciosos comerciales y deplorar las amenazas de Putin, socio de China en muchos aspectos, de utilizar armas nucleares para endr3zar su fracaso en Ucrania.

Pero el encuentro entre los dos mandatarios proporciona beneficios an amas potencias. China gana tiempo en un escenario de menor crecimiento económico y proporciona tiempo a Estados Unidos al reducir teóricamente la amenaza de invasión (por el momento) a Taiwán; Biden tras su derrota limitada en las elecciones americanas gana imagen de liderazgo internacional y ofrece a China la imagen de segunda potencia mundial con Rusia contra las cuerdas.

Sin embargo apenas hay margen para acuerdos reales. Respecto a Taiwán y a la política china sobre los derechos humanos en su país no puede haber avances con la autocracia de Pekín y respecto a los contenciosos comerciales tampoco por cuanto China, cuya economía no existe sin una fuerte dosis de intervencionismo estatal hala cínicamente de respetar el libre comercio y las leyes que Pekín viola a diario. Sí hay margen, a pesar de todo, para acuerdos parciales sobre aspectos económicos en que ambos países jueguen al gato y al ratón conteniendo Estados Unidos algunas prácticas chinas y obteniendo China algunos compromisos de no interferir mucho sus negocios crecientes en África y América Latina.

Y el dossier Ucrania. Aunque se ha publicitado menos, una parte importante de las tres horas de reunión entre Biden y Xi se dedicaron a analizar las posibilidades de presionar o convencer a Putin de que acepte unas conversaciones de paz respetando la integridad territorial de Ucrania (así lo proclama China). Pero no ha habido avances. Ambas partes reconocen internamente que la arrogancia rusa le impide reconocer su derrota y abrir negociaciones y que Ucrania, en pleno avance militar cree que negociar ahora sin explotar su ventaja sería un favor a Rusia. Pero Estados Unidos y China han pactado seguir en contacto sobre este asunto buscando un clima de distensión que ambas economías necesitan-

Y en este contexto sorprende la arrogancia del presidente español, Pedro Sánchez, que antes de su propia entrevista con Xi para ofrecer oportunidades de inversión a empresas chinas ha anunciado pomposamente que insistirá a Pekín en la necesidad de convencer a Putin para ceder. Vivir para ver. Aunque, si se abre la vía chino estadounidense sobre Ucrania veremos repartir medallas en La Moncloa.