INTERREGNUM: Australia revisa su política de defensa. Fernando Delage

Como muchos otros países en tiempos recientes, también Australia se ha visto obligada a actualizar su estrategia de seguridad nacional. El 24 de abril, el gobierno laborista de Anthony Albanese anunció una revisión de gran alcance de su política de defensa. Según se indica, “las circunstancias estratégicas son hoy radicalmente diferentes”: el riesgo de una escalada militar y de un conflicto en la región del Indo-Pacífico ha aumentado; las acciones de Pekín en el mar de China Meridional amenazan las reglas de un orden del que depende Australia; y la capacidad de Estados Unidos de garantizar la seguridad regional se encuentra sujeta a nuevos desafíos.

Frente a esta transformación del entorno exterior, las actuales capacidades australianas resultan insuficientes. La nación ha perdido la ventaja de su lejanía si pueden alcanzarla misiles chinos, mientras que las líneas de navegación de los océanos Índico y Pacífico, vitales para su economía, son vulnerables a un bloqueo. La revisión de la defensa, un documento que permanece clasificado en su mayor parte, no subraya tanto el temor a una invasión como la preocupación por los daños que Australia pueda sufrir desde el exterior. En consecuencia, la defensa nacional—y la estabilidad del Indo-Pacífico—demandan como prioridad la mejora de sus medios de proyección de poder.

Un instrumento básico en esa dirección será AUKUS, el pacto firmado con Estados Unidos y Reino Unido para dotarse de submarinos de propulsión nuclear. Con independencia de las dudas que plantean el calendario y el coste de dicho acuerdo, ya examinados en una columna anterior, Australia necesita asimismo otras capacidades de largo alcance, para lo que se contempla el reforzamiento de los puertos y bases situados en la costa septentrional, así como de la industria de defensa. El objetivo fundamental, según se desprende de la revisión, debe consistir en modernizar aquellos programas con mayor efecto disuasorio, aunque también se traduzca en un recorte de los recursos de carácter más convencional.

La actualización de la estrategia de defensa no se limita por otra parte a la dimensión militar. Se subraya la importancia de la coordinación entre las distintas agencias de la administración, a la vez que se hace hincapié en los instrumentos diplomáticos como clave de la seguridad nacional. En este sentido se recomienda la adopción de una posición más proactiva, encaminada a apoyar el mantenimiento de un equilibrio de poder en el Indo-Pacífico y poder reducir así los riesgos de conflicto. Es un imperativo que deriva del hecho de que, conforme al análisis realizado por el documento, Estados Unidos ya ha dejado de ser el “líder unipolar” de la región, y su competición con China puede conducir a un enfrentamiento abierto. Pero al mismo tiempo que se deben fortalecer los medios nacionales, se señala que la alianza con Washington es cada vez más importante para Canberra, por lo que se sugiere mejorar la planificación militar bilateral, aumentar las maniobras conjuntas y la presencia de las fuerzas norteamericanas. Se propone igualmente profundizar en la asociación estratégica con Japón, India y otras naciones afines.

Pese a la acertada descripción del entorno y las nuevas amenazas, la comunidad estratégica australiana ha llamado la atención, no obstante, sobre algunas debilidades de la revisión. Destaca entre ellas la llamativa ausencia de toda referencia presupuestaria y de financiación acorde con el incremento de capacidades que se propone. Las dudas surgen asimismo con respecto a la ambigüedad de los objetivos finales. Como ha escrito en The Monthly el profesor Hugh White, responsable él mismo de un anterior Libro Blanco de defensa, la cuestión que se plantea a Australia es “si desarrollar unas fuerzas armadas diseñadas para ayudar a Estados Unidos a defender su posición estratégica en Asia frente al desafío que representa China y mantener el viejo orden liderado por Washington, o construir unas fuerzas que garanticen nuestra seguridad si el poder norteamericano en Asia se reduce y se ve sustituido por un nuevo orden dominado por China e India”. Ambas cosas son imposibles, indica, porque cada una de ellas demanda prioridades diferentes para las fuerzas australianas.

¡Y el AUKUS, finalmente, nació! Nieves C. Pérez Rodríguez

En septiembre del 2021 se le daba nombre al acuerdo que era bautizado antes de que objetivamente naciera. El peculiar anuncio de AUKUS se hizo previo a la discusión exhaustiva de los puntos concretos de la alianza, lo que de por si le imprimió un carácter disímil y, finalmente, dieciocho meses más tarde, los tres socios se reunieron en San Diego, California, para formalizar con apretones de manos, fotos y anuncios oficiales que AUKUS es tan real que comenzará a dar sus frutos.

La asociación entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos (AUKUS por sus siglas en inglés) está viva y tiene objetivos muy claros en el futuro, en un mundo cada vez más dividido en el que China y Rusia se acercan y las democracias se juntan para protegerse y por tanto fortalecerse.

Otras democracias como Japón, Corea del Sur, Taiwán y hasta la misma Filipinas se han acercado a los Estados Unidos, como mecanismo de supervivencia. Y en los últimos tiempos hemos sido testigo de esos acercamientos que se materializan con visitas de altos funcionarios, maniobras militares en conjunto, establecimiento de bases militares en cooperación o envío de misiones que se despliegan tanto para entrenar como para el envío de un mensaje directo a quienes pretendan desestabilizar la dinámica del Pacífico y el Indico.

Por su parte, el primer ministro británico, Rishi Sunak, hacía un anuncio el domingo (justo a un día del encuentro de los tres líderes) sobre el aumento en su presupuesto de defensa a 6 mil millones de dólares para fortalecerse contra la invasión rusa a Ucrania, que ha despertado viejos fantasmas en Europa, pero con ojo y el énfasis en la creciente amenaza China. El anuncio se da en medio de una situación doméstica comprometida para Sunak, con protestas en las calles y una situación económica desfavorable. Por lo que justificó la necesidad de la alianza, además, con empresas como Rolls-Royce, la gigante británica de ingeniería que proporcionará los reactores para los submarinos de propulsión nuclear, lo que será  una fuente de puestos de empleos locales.

El primer ministro australiano, Anthony Albanese, describía el acuerdo como la “mayor inversión individual en la capacidad de defensa de Australia”.  Australia viene desarrollando un pensamiento más estratégico, al menos desde 2020, desde donde ha venido buscado expandir su papel en la región contando con mayor capacidad a la vez que va acompañado de la mano de otras potencias que le servirán de apoyo de necesitarlo.

El comunicado oficial emitido por el Departamento de Estado al respecto decía que “gran parte de la historia del siglo XXI se escribirá en el Indo-Pacífico y para mejorar la prosperidad económica, la libertad y el Estado de Derecho, y para preservar los derechos de cada país. AUKUS ayudará a compartir la visión compartida de una región del Indo-Pacifico libre y abierta para las generaciones venideras”.

Aukus es un pacto que está concebido para enfrentar la expansión de China en el Pacífico occidental por lo que la incorporación de submarinos a la ecuación va a dar muchos beneficios. Los submarinos llevarán armas convencionales y los reactores nucleares. Se estima que a fines de la década de 2030 el primer submarino de última generación esté listo en el Reino Unido y contará con una gran cantidad a bordo de tecnología.

El AUKUS se compone de dos pilares, uno lo define el esfuerzo trilateral para apoyar a Australia en el desarrollo, construcción y operación de submarinos de propulsión nuclear y el segundo pilar se enfoca en acelerar la cooperación en tecnología crítica que incluyen capacidades cibernéticas, inteligencia artificial, tecnologías cuánticas y capacidades submarinas adicionales, hipersónicas entre otras.

En el fondo, aunque en una primera etapa impulsará a Australia, se busca mejorar las capacidades de defensa de las tres naciones que lo componen. Aunque de acuerdo con Charles Edel, respetado experto en asuntos australianos con foco en defensa, en el fondo la triple asociación busca impulsar la integración tecnológica para hacer crecer la capacidad industrial y profundizar de esta forma la coordinación estratégica entre las tres naciones.

Edel explica que esta alianza buscar transformar la capacidad de construcción naval de las tres naciones, pretende ser un acelerador tecnológico y a cambiar el equilibrio de poder en el Indo-Pacifico y, en última instancia, está destinado a cambiar el modelo de cómo opera Estados Unidos, y como empodera a sus aliados.

Las imágenes y las palabras que nos dejó el encuentro de tres poderosos líderes de Washington, Camberra y Londres después de todos los estragos de la pandemia revelan cómo las viejas democracias están recurriendo a estos acuerdos para contrarrestar a un nuevo pero peligroso adversario: China.

Y aunque ya existía una afiliación a través de la asociación del Five Eyes que tuvo su origen en los cuarenta y se expandió durante la Guerra Fría, y aunque en sus inicios Australia no era parte se incorporaron y desde entonces ha sido parte fundamental y claramente en el futuro cercano. Australia será un importante actor en los años venideros en la región y jugará un rol determinante

Acuerdo fallido en las Islas del Pacífico. Nieves C. Pérez Rodríguez

China venía promoviendo la idea de un amplio acuerdo con las Islas del Pacífico que incluía libre comercio, cooperación policial y resiliencia ante desastres. Al menos esos eran los aspectos que se habían hecho público. El propio Xi Jinping envió un mensaje a través de los medios oficiales la semana pasada afirmando que China sería un buen hermano para la región y compartiría un destino común” antes de que se llevara a cabo que el ministro de Exteriores chino viajara a intentar firmar el acuerdo. Pero las 10 Islas del Pacíficos citadas al encuentro decidieron no firmar el pacto regional de intercambios y seguridad con China después de la reunión en Fiji entre el ministro de exteriores chinos Wang Yi y los homólogos de las 10 naciones.

Las agencias Reuters y AFP se hicieron con un borrador del acuerdo y publicaron que el mismo permitiría que China capacitara a la policía local, se involucrara en ciberseguridad, aumentara los lazos políticos, realizaran un mapeo marino sensible y obtuvieran mayor acceso a los recursos naturales tanto en tierra como en agua.  A cambio, Beijing ofrecía millones de dólares en asistencia financiera, la perspectiva de un acuerdo de libre comercio y acceso al mercado chino que es de 1.400 millones de personas.

Sin embargo, el propio canciller chino, en una rueda de prensa posterior al encuentro, afirmó que algunas naciones del Pacífico tenían preocupaciones específicas sobre la propuesta y que Beijing ahora intentará construir un consenso. En otras palabras, China se ha visto obligada a archivar el pacto regional por el que estaba abogando con las naciones insulares del Pacífico, al menos lo archiva de momento. Aunque no hay duda de que seguirán intentándolo, pues este acuerdo era muy importante para Beijing porque le daba fácil acceso, control y presencia en el Indo Pacífico y con ello intentar neutralizar el Quad que les tiene muy incómodos.

En efecto, antes de que China fracasara en conseguir el acuerdo había protestado por el encuentro de los líderes del Quad en el marco de la primera visita de Biden a Asia, que consiguió reunir por tercera vez desde el año pasado, a los cuatro líderes de las naciones que lo integran, Australia, India, Japón y los Estados Unidos. El ministro de Exteriores chino criticó el encuentro mientras denunciaba a la alianza de ser la OTAN del Indo Pacífico, afirmando que “El Quad promueve la mentalidad de Guerra Fría y aviva la rivalidad geopolítica”.

El dialogo de seguridad cuadrilateral ciertamente está muy vivo y sus miembros absolutamente convencidos de que China es un peligro regional por lo que han venido promoviendo la idea de un Indo Pacífico abierto y libre. También han hecho ejercicios militares conjuntos dos veces desde el 2020 y prevén continuar con los encuentros a todos los niveles que acerquen la relación y promuevan sus valores.El recién elegido primer ministro australiano, Anthony Albanese, ha expresado que las Islas del Pacíficos son una prioridad en su política exterior y está promoviendo hasta un programa nuevo de visas para sus ciudadanos, porque entiende que es estratégico acercarlos a Camberra. También ha sido claro en afirmar que la política exterior australiana no cambiará hacia China. En este contexto la ministra de Asuntos Exteriores australianos, Penny Wong, dijo que Australia quiere construir una familia en el Pacífico más fuerte a través de Seguridad y Defensa trayendo nueva energía a la región.

Todo parece indicar que desde el surgimiento de la pandemia China ha ido perdiendo su credibilidad y no solo con occidente sino también con naciones pequeñas, vecinas y en algunos casos hasta dependientes de Beijing. La poca transparencia de China, junto con los resultados vistos de sus acuerdos con naciones desfavorecidas, las enormes deudas que acaban incurriendo, la poca claridad de Beijing en situaciones como la invasión rusa a Ucrania parecen en conjunto ser una buena formula para generar recelo o desconfianza.

Seguramente todo eso en conjunto, sumado al tremendo crecimiento militar chino en la última década, sus conocidas ambiciones expansionistas y la propia forma en la que han manejado a sus ciudadanos por los brotes de Covid-19 son clarísimos indicativos de como tratarían a un tercero.

INTERREGNUM: Japón y Australia, amigos y socios. Fernando Delage

Nada más comenzar 2022, con una pandemia aún descontrolada, los Juegos Olímpicos a la vuelta de la esquina, y los dirigentes chinos dedicados a la preparación del XX Congreso del Partido Comunista de otoño, Pekín se ha encontrado con un par de sorpresas en el entorno exterior. En Eurasia, las protestas en Kazajstán y la intervención rusa han puesto de relieve el tipo de sobresaltos inesperados que pueden complicar sus intereses, cada vez más globales. En el Indo-Pacífico, el anuncio de un ambicioso acuerdo de cooperación en defensa por parte de Japón y Australia supone un nuevo peldaño en la construcción de una alianza de contraequilibrio de China.

El pacto (“Reciprocal Access Agreement”, o RAA), firmado por los primeros ministros de ambos países el 6 de enero tras siete años de negociaciones, permitirá el acceso recíproco a sus instalaciones militares, lo que facilitará a su vez la realización de maniobras conjuntas, así como la interoperabilidad y despliegue de los dos ejércitos con respecto a cualquier contingencia. El RAA se suma así al AUKUS (en el que participa Australia con Estados Unidos y Reino Unido), al QUAD (del que Tokio y Canberra son miembros junto a Washington y Delhi), y al Diálogo Trilateral de Seguridad (Estados Unidos, Australia y Japón), como un instrumento añadido de respuesta frente a las mayores capacidades y ambiciones chinas.

El reforzamiento por Japón y Australia de su relación de “cuasi-aliados” representa un paso muy significativo para ambos. La creciente presión de Pekín sobre Canberra ha llevado al gobierno australiano a maximizar sus opciones, desde una percepción del desafío que representa China no muy distinta de la de Estados Unidos. Japón mantiene un discurso más matizado pero no por ello menos firme, y continúa avanzando en el desarrollo de un mayor papel estratégico pese a sus limitaciones constitucionales. Con el RAA, Australia se convierte en el segundo país con el que Tokio mantiene un acuerdo de este tipo (además del que concluyó con Estados Unidos hace sesenta años).

Este extraordinario grado de confianza entre las dos naciones no responde tan sólo, naturalmente, a sus respectivas necesidades individuales. El acuerdo ilustra su compromiso conjunto a favor de la estabilidad regional, con respecto a la cual siempre podrán contar con una mayor influencia trabajando juntos que de manera separada. Coordinando sus esfuerzos diplomáticos en el sureste asiático, por ejemplo, pueden complicar los intentos chinos de crear una relación de dependencia de Pekín en los Estados de la subregión.

No menos importante es la variable norteamericana, y lo es en un doble sentido. Por una parte, puesto que Tokio y Canberra comparten un mismo interés por mantener a Estados Unidos comprometido con la seguridad asiática, el nuevo acuerdo promueve ese objetivo al repartirse con Washington las responsabilidades militares. Responden así a una de las prioridades de la administración Biden, que ha hecho siempre hincapié en la necesidad de reforzar sus alianzas. Pero, por otro lado, una asociación estratégica más estrecha les otorga también una mayor protección frente al riesgo de unos Estados Unidos más aislacionistas tras las próximas elecciones presidenciales.

Con todo, la relación entre Australia y Japón va más allá de las cuestiones de seguridad, y los líderes de ambos países han acordado asimismo nuevas medidas de cooperación en materia de energía, fiscalidad y economía. La aspiración es la crear un orden regional y un entramado de reglas en el que involucrar tanto a Washington como a Pekín, y hacer que una integración económica cada vez más profunda limite la amenaza de una región dividida en dos grandes bloques. Cuando Estados Unidos ya no puede seguir liderando Asia, hay que buscar alternativas si tampoco se quiere una China hegemónica.

INTERREGNUM: Cumbre en Washington. Fernando Delage

La primera reunión presencial de los líderes del Diálogo Cuadrilateral de Seguridad (QUAD) en Washington el pasado viernes, sólo una semana después de anunciarse el pacto de defensa entre Estados Unidos, Reino Unido y Australia (AUKUS), fue una nueva prueba de la urgencia con la que la Casa Blanca y sus principales socios asiáticos tratan de evitar que China altere el equilibrio de poder en el Indo-Pacífico. En contra de los cálculos de Pekín, el QUAD ha llegado para quedarse, abriendo una nueva fase en el esfuerzo colectivo dirigido a contrarrestar su creciente poder, de manera particular en la esfera naval.

Buena parte de los especialistas chinos continúan subrayando las contradicciones y debilidades del grupo, como recogía por ejemplo el oficialista Global Times: “la apresurada salida de Estados Unidos de Afganistán causó un enorme daño a India; Australia rechaza comprometerse sobre la minería del carbón para hacer frente al cambio climático; Japón se enfrenta a una situación de desorden político interno, a la vez que provoca erróneamente a China al pronunciarse sobre la cuestión de Taiwán”. Y, sí, estos analistas perciben la hostilidad en aumento hacia China, pero nunca mencionan que son las acciones de Pekín durante los últimos años las que han provocado esa reacción.

Son también sus movimientos los que explican que tanto la cumbre del QUAD como AUKUS hayan sido recibidos positivamente entre los aliados y socios de Estados Unidos en Asia (al contrario de lo ocurrido en el Viejo Continente). Esa satisfacción general no oculta, sin embargo, que, para no pocas de estas naciones, se agrava el dilema de tener que elegir entre Washington o Pekín. A la ASEAN le inquieta en particular que el QUAD pueda quitarle el protagonismo que ha tenido tradicionalmente en la arquitectura de seguridad asiática. En todos los casos se es consciente, por lo demás, de que se avecina una nueva carrera de armamentos en la región.

No sólo Australia va a recibir nuevos submarinos: el pacto implica una profunda integración de la industria de defensa de los países participantes, y su cooperación en nuevas áreas de innovación tecnológica, como la inteligencia artificial o el control del “dominio submarino”, concepto que incluye tanto los cables bajo el mar que canalizan la transmisión de datos por todo el planeta, como la detección de submarinos. La colaboración se extiende a misiles subsónicos como los Tomahawks, cuyos secretos Estados Unidos nunca ha compartido hasta la fecha, e, inevitablemente, a la tecnología nuclear. Aunque Washington se reserve el know-how de las unidades que suministrará a Canberra, y tendrá que ocuparse por tanto también de su mantenimiento—poniendo en cuestión la propia soberanía australiana, como ha señalado el exprimer ministro Kevin Rudd—, la gradual integración de capacidades de defensa que va a producirse puede acabar alterando el statu quo nuclear en Asia.

Otro elemento a valorar es cómo este reajuste geopolítico puede afectar a la relación de las potencias asiáticas con la UE. Los gobiernos de la región habían dado la bienvenida al objetivo europeo de reforzar su presencia en el Indo-Pacífico, ambición que cristalizó en la adopción de su estrategia hacia la zona, presentada sólo horas después de anunciarse AUKUS. Japón cerró un doble acuerdo económico y estratégico con Bruselas, en vigor desde 2019, y ha negociado pactos bilaterales de cooperación en seguridad con distintos Estados miembros. Con India y Australia se negocian sendos acuerdos de libre comercio. Los gobiernos del sureste asiático, donde la UE es el primer inversor exterior, veían en Bruselas un socio que les permitía diluir los efectos de la rivalidad Washington-Pekín.

La Unión tendrá que hacerse a la idea de que la absoluta prioridad de Estados Unidos es hoy China, y entender hasta qué punto Japón, India y Australia la comparten. Pendientes de que la Comisión actualice próximamente su estrategia hacia la República Popular, ha pasado inadvertido el informe adoptado por el Parlamento Europeo el 16 de septiembre, en el que se indica: “China está adquiriendo un papel global más fuerte como potencia económica y como actor de política exterior, lo que plantea graves desafíos políticos, económicos, de seguridad y tecnológicos para la UE,  que a su vez tienen consecuencias significativas y duraderas para el orden mundial, y representan graves amenazas al multilateralismo basado en reglas y a los valores democráticos fundamentales”. No parece sonar muy diferente del lenguaje empleado por Washington y sus aliados en el QUAD (aunque no hayan nombrado al gigante asiático en sus comunicados).

INTERREGNUM: El “pivot” de Biden. Fernando Delage

Hay semanas que pasan a la historia, y la de mediados de septiembre será probablemente una de ellas. El miércoles 15, el presidente de Estados Unidos, junto a los primeros ministros de Reino Unido y Australia, anunció la formación de un pacto de defensa entre los tres países para suministrar 12 submarinos de propulsión nuclear a Canberra. Naturalmente, no se trata de un mero acuerdo de compraventa de armamento. Es el primero de los pasos de la doble estrategia seguida por parte de Washington para adaptar y reforzar su presencia militar global integrando sus capacidades con las de sus socios (en la jerga del Pentágono, “Integrated Deterrence”), a la vez que su política hacia China pasa claramente del contraequilibrio a la contención.

“AUKUS”, como es denominado el acuerdo que comenzó a fraguarse en la última cumbre del G7, viene a formalizar la atención puesta por Washington en el Indo-Pacífico cuando se cumplen justamente 10 años de la presentación por la administración Obama de su “pivot” hacia esta parte del mundo (rebautizado como “rebalance” un año después), cuya ejecución quedó sin embargo incompleta. El anuncio se ha producido, por otra parte, dos días antes de la celebración en Dushanbe de la cumbre anual de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), dedicada esta vez casi monográficamente a Afganistán. El juego euroasiático queda en manos de China y Rusia, que han tomado nota de la preferencia de Estados Unidos por sus intereses marítimos en el Pacífico occidental.

Tampoco es casualidad, y resulta aún más revelador de los cambios por venir, que el pacto se diera a conocer apenas horas después de que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, pronunciara su discurso anual sobre el estado de la UE—en el que no dejó de mencionar a China—, y unas horas antes de que el Alto Representante, Josep Borrell, hiciera pública la esperada estrategia Indo-Pacífico de la UE. No es sólo Francia quien ha sido “apuñalada en la espalda” (expresión utilizada por su ministro de Asuntos Exteriores, Jean-Yves Le Drian, tras abandonar Australia el contrato firmado con París en 2019 para la construcción de nuevos submarinos, y ni siquiera informar Estados Unidos con antelación sobre el pacto); no: Biden, un presidente que había hecho hincapié en su interés por unos aliados desatendidos por Trump, ha dejado claro que no cuenta con los europeos—con la excepción de los británicos, ya fuera de la UE—en su política hacia el Indo-Pacífico.

Tras la retirada de Afganistán, AUKUS es un segundo golpe en un mes a la inocencia geopolítica europea. La relación transatlántica no volverá a ser la que fue, lo que afecta al futuro de la OTAN y agudiza el imperativo de la autonomía estratégica de la Unión. El 24 de septiembre—razón adicional del anuncio del nuevo pacto—Biden es anfitrión en Washington de la primera cumbre en persona de los líderes del QUAD (se reunieron virtualmente en marzo): además del primer ministro de Australia, asisten sus homólogos  de Japón (primer país candidato en su día para suministrar los submarinos australianos), e India (una de las naciones con submarinos nucleares de la tecnología más avanzada). AUKUS es una prueba tangible de la creciente institucionalizacion del grupo, al que poco pueden aportar los europeos por su déficit de capacidades estratégicas. La cuestión, cuando empiezan a dar forma a una estrategia más ambiciosa en Asia, es si no se verán obligados a concentrar sus esfuerzos en el Viejo Continente si ya no van a contar con los norteamericanos como antes con respecto a Rusia.

Una atmósfera de guerra fría parece estar formándose, aunque el tiempo dirá si este hincapié en la dimensión militar (acompañada de la ideológica), no termina siendo un error. China ha recibido el mensaje: es innegable que AUKUS mitiga sensiblemente el diferencial de poder militar—naval, en particular—que la República Popular estaba ganando frente a Estados Unidos y sus aliados. Pero Pekín también sabe que el principal juego regional es geoeconómico. Y también la semana pasada—de hecho, al día siguiente de anunciarse la nueva alianza—, declaró su intención de incorporarse al CPTPP, es decir al Acuerdo Transpacífico (TPP) que formaba parte central de la estrategia de Obama, que Trump abandonó, y que se reconfiguró bajo el liderazgo de Japón con el resto de participantes. La reincorporación de Estados Unidos debería ser una de las prioridades de Biden, condicionada no obstante por la oposición del Congreso y de la opinión pública a los acuerdos de libre comercio. No será fácil que se materialice a corto plazo la adhesión de China, pero la señal está lanzada. Biden, por su parte, ha dado el pistoletazo de salida a su propio pivot, pero aún requiere de otras piezas. La reacción de la Unión Europea, por último, no debería hacerse esperar.

INTERREGNUM: China y Australia a la greña: Fernando Delage

Hasta tiempos recientes, Australia era un ejemplo de cómo una democracia liberal podía mantener una relación fructífera y estable con China pese a la diferencia de valores políticos. La República Popular compra cerca del 40 por cien de las exportaciones de Australia, también uno de los destinos más populares para los inversores, estudiantes y turistas chinos. La ausencia de conflictos históricos y de intereses incompatibles facilitaron el desarrollo de la relación bilateral, elevada durante la visita del presidente Xi Jinping en noviembre de 2014 al estatus de “asociación estratégica integral”.

Durante los últimos meses, por el contrario, Canberra ha pagado el precio de enfrentarse a Pekín. Este úlltimo endureció su actitud después de que, en abril, el gobierno australiano fuera el primero en solicitar una investigación internacional sobre el origen del COVID-19 y la gestión inicial del contagio. Desde entonces China ha impuesto restricciones a las exportaciones de más de una docena de productos australianos, por valor de miles de millones de dólares. La última crisis diplomática se desató la semana pasada, cuando el portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores chinos exigió en un tweet la condena del asesinato de civiles afganos por soldados australianos durante la guerra en el país centroasiático, sobre la base de un falso video. 

Algunos observadores creen que Pekín ha decidido presionar a Canberra a modo de advertencia, una vez que el nuevo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha anunciado que Washington coordinará con sus aliados la política a seguir hacia la República Popular. Para otros, se trata de una manera de desviar la atención de otras acciones chinas, como la violación de derechos humanos en Xinjiang o la suspensión de la autonomía de Hong Kong. En cualquier caso, no faltan razones más concretas: Australia fue el primer país en prohibir la participación de Huawei y ZTE en sus redes de telecomunicaciones de quinta generación; ha aprobado leyes que persiguen la injerencia en su vida política (en respuesta a diversos episodios de intromisión de China); y no ha cesado en sus críticas a la política china con respecto a Taiwán o al mar de China Meridional. Flaco favor ha hecho a Canberra que esas medidas y críticas fueran valoradas por el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, como ejemplo de lo que debe hacerse frente a Pekín.

Han sido hechos con consecuencias. El mes pasado, en un inusual mensaje diplomático, un miembro de la embajada china en Australia detalló una lista de 14 quejas, sobre aquellos asuntos—incluidos los mencionados anteriormente—que han “envenenado” las relaciones entre ambas naciones. Pekín espera que Australia adopte “acciones concretas” si quiere reparar el daño causado y volver a una situación de normalidad, aunque el primer ministro Scott Morrison ya ha advertido que no cederá en los valores e intereses nacionales del país.

La escalada de tensión es interpretada como un mensaje por parte de China a quienes quieran seguir el camino de Australia. Pero quizá el problema no estriba tanto en las acciones de su gobierno sino en haber optado por una innecesaria provocación pública de Pekín. Lo que se hace pensando en que resulte políticamente “rentable” de cara a la opinión pública nacional, puede ser fuente de conflictos en el terreno diplomático; una lección que conocen bien la mayor parte de las naciones asiáticas cuyas economías dependen de su interdependencia con la República Popular.

INTERREGNUM: China y Australia a la greña: Fernando Delage

Hasta tiempos recientes, Australia era un ejemplo de cómo una democracia liberal podía mantener una relación fructífera y estable con China pese a la diferencia de valores políticos. La República Popular compra cerca del 40 por cien de las exportaciones de Australia, también uno de los destinos más populares para los inversores, estudiantes y turistas chinos. La ausencia de conflictos históricos y de intereses incompatibles facilitaron el desarrollo de la relación bilateral, elevada durante la visita del presidente Xi Jinping en noviembre de 2014 al estatus de “asociación estratégica integral”.

Durante los últimos meses, por el contrario, Canberra ha pagado el precio de enfrentarse a Pekín. Este ultimo endureció su actitud después de que, en abril, el gobierno australiano fuera el primero en solicitar una investigación internacional sobre el origen del COVID-19 y la gestión inicial del contagio. Desde entonces China ha impuesto restricciones a las exportaciones de más de una docena de productos australianos, por valor de miles de millones de dólares. La última crisis diplomática se desató la semana pasada, cuando el portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores chinos exigió en un tweet la condena del asesinato de civiles afganos por soldados australianos durante la guerra en el país centroasiático, sobre la base de un falso video. 

Algunos observadores creen que Pekín ha decidido presionar a Canberra a modo de advertencia, una vez que el nuevo presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha anunciado que Washington coordinará con sus aliados la política a seguir hacia la República Popular. Para otros, se trata de una manera de desviar la atención de otras acciones chinas, como la violación de derechos humanos en Xinjiang o la suspensión de la autonomía de Hong Kong. En cualquier caso, no faltan razones más concretas: Australia fue el primer país en prohibir la participación de Huawei y ZTE en sus redes de telecomunicaciones de quinta generación; ha aprobado leyes que persiguen la injerencia en su vida política (en respuesta a diversos episodios de intromisión de China); y no ha cesado en sus críticas a la política china con respecto a Taiwán o al mar de China Meridional. Flaco favor ha hecho a Canberra que esas medidas y críticas fueran valoradas por el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, como ejemplo de lo que debe hacerse frente a Pekín.

Han sido hechos con consecuencias. El mes pasado, en un inusual mensaje diplomático, un miembro de la embajada china en Australia detalló una lista de 14 quejas, sobre aquellos asuntos—incluidos los mencionados anteriormente—que han “envenenado” las relaciones entre ambas naciones. Pekín espera que Australia adopte “acciones concretas” si quiere reparar el daño causado y volver a una situación de normalidad, aunque el primer ministro Scott Morrison ya ha advertido que no cederá en los valores e intereses nacionales del país.

La escalada de tensión es interpretada como un mensaje por parte de China a quienes quieran seguir el camino de Australia. Pero quizá el problema no estriba tanto en las acciones de su gobierno sino en haber optado por una innecesaria provocación pública de Pekín. Lo que se hace pensando en que resulte políticamente “rentable” de cara a la opinión pública nacional, puede ser fuente de conflictos en el terreno diplomático; una lección que conocen bien la mayor parte de las naciones asiáticas cuyas economías dependen de su interdependencia con la República Popular.

INTERREGNUM: Doble juego. Fernando Delage

Una doble dinámica—la pérdida de credibilidad de Estados Unidos bajo la administración Trump y la presión de China sobre sus Estados vecinos—está produciendo como efecto un acercamiento entre las democracias asiáticas con el fin de asegurar la sostenibilidad de una estructura regional basada en reglas. Los aliados y socios de Washington no renuncian a su protección—que, de hecho, quieren reforzar—, pero tampoco a las oportunidades económicas que representa la República Popular, a cuyo poder en ascenso no tiene sentido enfrentarse.

         En los últimos días ha podido observarse de nuevo ese doble juego dirigido a mantener, a un mismo tiempo, la estabilidad política de la región y la prosperidad económica nacional. Pese al desafío que representa China para sus intereses a largo plazo, Japón no ha querido sumarse al comunicado de Washington y Londres contra la ley de seguridad nacional aprobada por Pekín para su aplicación en Hong Kong. Y, de manera aún más simbólica, los primeros ministros de India y Australia, Narendra Modi y Scott Morrison, han acordado elevar el nivel de su asociación estratégica, concluida en 2009.

         El acuerdo entre Sidney y Delhi, que permite a ambas naciones el acceso a sus respectivos puertos y bases navales, refuerza sus vínculos en el terreno de la defensa, con un pacto similar al que ya firmó India con Estados Unidos en 2016. Los dos gobiernos consolidan de este modo el esfuerzo compartido de las grandes democracias marítimas de la región por evitar la modificación unilateral del statu quo por parte de China. Modi y Morrison coinciden en sus fines, en efecto, con su homólogo japonés, Shinzo Abe, “padre” del concepto del Indo-Pacífico. Aunque desde una perspectiva ligeramente distinta, la estrategia regional anunciada por la ASEAN el año pasado también persigue unos objetivos similares.

Pero también la propia China juega en un doble escenario. Junto a puntuales acciones coercitivas, Pekín mantiene vivo su apoyo a los procesos multilaterales. Así quedó de manifiesto la semana pasada cuando el primer ministro, Li Keqiang, indicó el interés de la República Popular por incorporarse al CPTTP, es decir, el antiguo Acuerdo Trans-Pacífico (TPP) reactivado por Japón para su firma después de que Estados Unidos lo abandonara. Recuérdese que el TPP fue una de las grandes iniciativas del presidente Obama para evitar que las naciones asiáticas pasaran a depender en exceso de la economía china. La ironía de que China quiera incorporarse a un acuerdo que se construyó contra ella es una poderosa ilustración del juego regional en curso.  Se trata en realidad de una mera declaración retórica, pues los requisitos para su adhesión—en materia de derechos laborales o de libertad de circulación de la información, por ejemplo—hacen inviable la participación de la República Popular. No obstante, es una muestra del reconocimiento por parte de los dirigentes chinos de los intereses que comparten con la mayoría de los Estados asiáticos, con independencia de sus diferentes valores políticos y de preocupaciones estratégicas contrapuestas. La intención norteamericana de romper su relación de interdependencia económica con China no hace sino reforzar el interés de Pekín por los acuerdos regionales.

De este modo, para sorpresa de sus propios aliados y socios en la región, mientras China y sus vecinos maximizan sus opciones, Estados Unidos limita las suyas al enrocarse en la denuncia de Pekín sin un concepto de orden regional futuro, y dando argumentos en consecuencia a quienes hablan de una nueva guerra fría. El lamento de sus amigos queda bien expresado por el primer ministro de Singapur, Lee Hsien Loong, en el próximo número de Foreign Affairs. En una excelente reflexión sobre el estado de cosas en la región, Lee renuncia a las sutilezas diplomáticas para describir de manera rotunda la situación: “Si Washington trata de contener el ascenso de China o Pekín busca construir una esfera de influencia exclusiva en Asia, comenzarán una escalada de confrontación que durará décadas y pondrá en peligro el largamente esperado siglo de Asia”. Las naciones asiáticas no quieren tener que elegir entre una u otra potencia, pero tampoco van a esperar a la resolución de este lance. Como han vuelto a revelar India y Australia hace unos días, intentan dar forma a un orden regional incompatible con la primacía de un solo actor; a un equilibrio multipolar en el que puedan primar las reglas y los valores democráticos.

Australia y Estados Unidos consolidan su alianza. Nieves C. Pérez Rodríguez

La visita del primer ministro australiano, Scott Morrison, a Washington ha sido una de las más ceremoniosas y cuidadas que ha organizado la Administración Trump, incluidos todos los honores protocolarios, la revista de tropas y la cena oficial que tuvo lugar en los jardines de la Casa Blanca, acompañada por músicos que llenaron múltiples lugares del famoso oasis y una iluminación especialmente diseñada para la ocasión que marcaba diferencia a otras galas de este tipo.

Esta es la segunda visita de Estado en la que Trump y la primera dama fueron los anfitriones. La anterior fue la visita del presidente francés Macron y su mujer. Y en esta ocasión se notó más opulencia que en la anterior. Además del ostentoso recibimiento en la capital del país, la visita incluyó un viaje a Ohio para visitar una cartonera sostenible de origen australiano que es la quinta más grande en los Estados Unidos y que acaba de hacer una inyección económica millonaria que se traduce en 5.000 nuevos empleos en ese Estado.

En los discursos de ambos líderes se remarcó la importancia que tiene generar empleos y cómo ellos contribuyen a que la economía se mantenga a flote. Así mismo fue visible ver las coincidencias en ambos líderes en una visión similar de mercado, donde se genera trabajo y se bajan impuestos para garantizar el bienestar del ciudadano.

Tanto Trump como Morrison son líderes un tanto controvertidos en sus formas, lo que les permite entenderse y estar cómodos el uno con el otro. Ambos, situados en ideologías conservadoras, aprovecharon el momento para elogiarse por su visión en políticas económicas.

Morrison asumió el cargo de Primer Ministro en 2018, aunque cuenta con experiencia política previa. Hijo de un policía que creció en las afueras de Sydney, es visto como un hombre de familia que entiende los valores tradicionales de los suburbios australianos.

La anterior visita de un primer ministro australiano a Washington fue en 2006, durante el mandato de George W. Bush, por lo que esta vez se aprovechó para afianzar alianzas y cercanías entre Washington y Sydney.

En esta ocasión los temas claves que se abordaron fueron asuntos de inteligencia, militares y asuntos económicos con especial énfasis en la región del Indo Pacífico.

Australia está invirtiendo más de 100 millones de dólares en un programa de la NASA que consiste en otro lanzamiento al espacio en el programa estadounidense a Marte. Australia quiere ampliar su sector espacial, triplicar su tamaño y, tal y como afirmó Morrison, generar 20.000 empleos adicionales para el 2030. La NASA y la Agencia australiana espacial trabajaran en conjunto para el desarrollo de estos programas de investigación y ejecución.

Cabe mencionar que la agencia espacial Australia fue fundada en julio del 2018, después de muchos años de intentos por los defensores de la industria en Australia y presión para que así fuera. Cuenta con un irrisorio presupuesto anual de 9.8 millones de dólares. Y este anuncio hecho en el marco de la visita de Morrison deja claro la prioridad que ocupa este sector en su gobierno y lo afín que están con los estadounidenses en esta materia, que es considerada crítica en la seguridad nacional y la hegemonía mundial.

El fin de semana lo cerró Trump en un evento cultural que tuvo lugar en Texas en el que participó junto con su homólogo indio Narendra Modi, y que contó con 50.000 participantes, lo que es un número extraordinariamente numeroso para una concentración de un líder extranjero en territorio estadounidense. El simple hecho de que Trump asistiera y compartiera escenario con Modi en un lugar mayoritariamente demócrata, es una muestra de la importancia que tienen el Indo Pacífico para su Administración.

Trump es un presidente atípico, tanto es así que después de tres años seguimos insistiendo en sus formas burdas y muy poco diplomáticas, en sus controvertidos comentarios e incluso en su poca información y cultura en temas claves para los Estados Unidos, pero, a pesar de todo esto, parece no estar tan equivocado en su guerra comercial con China como mecanismo de freno a tantas irregularidades. Así como tampoco parece equivocarse en consolidar la alianza Washington con Sydney que oportunamente puede jugar un rol en el Pacífico y en la necesidad de poner freno a Beijing en la región, y con consecuencias en el resto del mundo.