Home Asia INTERREGNUM: China y el error de Putin. Fernando Delage  

INTERREGNUM: China y el error de Putin. Fernando Delage  

por: 4ASIA
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La invasión rusa de Ucrania deja definitivamente atrás la postguerra fría, para abrir una nueva etapa, incierta y llena de peligros, con ramificaciones que dejarán sentirse durante años, si no décadas. Europa vuelve al centro de la dinámica internacional, aunque—al contrario  que en el siglo XX—esta vez China es una variable central en cualquiera de los escenarios que puedan surgir del error criminal de Putin.

A principios de febrero, el presidente ruso y su homólogo chino, Xi Jinping, adoptaron un comunicado en el que declaraban su cooperación “sin límites”. Aunque se desconoce si Putin informó a Xi de sus intenciones, le ha creado en cualquier caso un desafío difícil de gestionar. Por una parte, la agresión de Moscú viola principios fundamentales para China como son el respeto a la soberanía y la integridad territorial. Sería impensable para la República Popular que potencias nucleares reconocieran la independencia de Tibet o Xinjiang. Por otro lado, el impacto geopolítico que va a provocar la guerra trastoca en gran medida los objetivos de Pekín. Su abstención en el Consejo de Seguridad es reveladora de sus reticencias, aunque mantenga una retórica de apoyo a Moscú y la prensa oficial continúe culpando a Washington de los acontecimientos.

De manera que no había calculado, Putin ha resucitado el liderazgo de Estados Unidos, reforzado las relaciones transatlánticas y la OTAN, y propiciado una cohesión sin precedente de la Unión Europea, dándole además el motivo que necesitaba para avanzar en su transformación en actor geopolítico. También ha perdido a Ucrania para siempre. Son consecuencias que pueden torcerse si una escalada aún mayor por parte del presidente ruso conduce a derroteros inimaginables. Pero Occidente ha entendido que no puede permitirse más titubeos: no hay alternativa a la derrota completa e inequívoca de Putin. Demostrada la unidad y voluntad de las democracias—el aumento del presupuesto de defensa alemán es uno de los datos más significativos—, China se encuentra ante un dilema imposible: cómo equilibrar su interés compartido con Moscú por debilitar a Estados Unidos con el imperativo de su integración en la economía global, un requisito para su ascenso internacional y para la estabilidad interna que necesita el Partido Comunista.

Ante el cambio de ciclo en el escenario internacional, europeos y norteamericanos tienen que volver a la pizarra para dar forma, en una primera fase, a la estrategia que va a exigir un periodo prolongado de enfrentamiento diplomático y de guerra económica con Moscú. Pero no deben hacerlo sin considerar, a la vez, qué tipo de estructura deberá integrar a medio y largo plazo la relación con una Rusia post-Putin. El triunfalismo posterior a la caída del Muro de Berlín fue uno de los factores que nos han traído a esta situación. La nueva arquitectura de seguridad a construir será una u otra según el grado de acercamiento de China a Rusia, pues sus bases requieren una visión global: la interacción entre el escenario estratégico europeo y el asiático es innegable.

También Pekín se verá obligado a reajustar su posición. La guerra en Europa daña su ambición de situarse en el centro de una Eurasia integrada económicamente, a la vez que el nuevo despertar político de Occidente y el efecto indirecto de las sanciones a Rusia condicionan su margen de maniobra, rompiendo sus previsiones. Putin arrastra a China a un coste que ésta no puede permitirse. Sin que pueda pensarse en nada parecido a un alineamiento contra Moscú como el formulado por Nixon y Mao hace justamente 50 años—China permanece como principal rival geopolítico de Estados Unidos—, lo cierto es que se abre una ventana de oportunidad para explorar a qué pueden conducir unas circunstancias que no existían antes del 24 de febrero. Si la implosión de la Unión Soviética ha guiado la acción de los dirigentes chinos sobre lo que no se debe hacer internamente, la acción de Putin muestra a Pekín los límites de una política exterior revisionista.

 

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