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THE ASIAN DOOR: El billón de dólares que necesita el clima. Agueda Parra

Reducir los cambios profundos que están por llegar, y que hasta el momento han generado que el mundo haya elevado su temperatura 1,1ºC desde los niveles preindustriales, es el principal objetivo de la cumbre anual de las Naciones Unidas COP27 celebrada en Sharm el-Sheikh, Egipto. Mientras los objetivos de este tipo de encuentros internacionales se mantienen, ¿cuál es gran desafío de esta cumbre? No es otro que alcanzar mayor implicación de los países más contaminantes para conseguir un presupuesto climático que pueda dar respuesta a los efectos del calentamiento global.

El cronómetro del partido de la COP27 que enfrenta a las economías más contaminantes con los países en desarrollo, y que están sufriendo mayor impacto por el cambio climático, sigue avanzando, pero el resultado podría quedar de nuevo en tablas. No obstante, los nuevos estudios que se aportan en cada edición arrojan datos cada vez más preocupantes para una y otra parte.

Entre los países más contaminantes, los estudios presentados en esta COP27 apuntan a que Estados Unidos, que junto con China son los dos países más contaminantes del mundo, se ha calentado un 68% más rápido que todo el planeta en su conjunto. El calentamiento de la parte continental habría crecido hasta 2,5ºC desde 1970, reflejando los efectos de un patrón climático donde las áreas terrestres se calientan más rápido que los océanos, y donde las altitudes más altas se calientan más rápidamente que las altitudes más bajas. Esto ha generado que, al menos en Estados Unidos, los desastres naturales pasen de producirse una vez cada cuatro meses en la década de 1980 a una vez cada tres semanas en la actualidad.

En los países en desarrollo, con infraestructuras menos avanzadas, el impacto del cambio climático ejerce más presión, con sequías e inundaciones recurrentes que lastran el desarrollo económico y social, haciendo más difícil para millones de personas tener acceso a agua potable. La COP27, marcada por una agenda que incluye el concepto de “pérdidas y daños”, una idea que han puesto a debate los pequeños estados insulares, refleja claramente esta idea de compensación a los países en desarrollo por los desastres originados por el cambio climático, como las recientes inundaciones de Pakistán, y que tienen su origen en décadas de industrialización de los países avanzados.

Monetizando los efectos del calentamiento global, el presupuesto climático necesario para afrontar los desastres generados ascendería a un billón de dólares que, según esta idea de pérdidas y daños, deberían afrontar los países ricos que acumulan un volumen mayor de emisiones históricas. Desde el punto de vista de las renovables, el presupuesto en tecnologías verdes es similar, ya que se estima que son necesarios hasta 1,3 billones de dólares en inversión en energía verde hasta 2030 para limitar la temperatura global acordada en la Cumbre de París, según Bloomberg.

El testigo optimista que dejó la pasada COP26 en Glasgow, resaltando que todavía era factible alcanzar el límite de los 1,5ºC respecto a la época preindustrial, ha dado paso a un escenario algo más alarmista en la COP27. Solamente un año después, las referencias de los expertos apuntan a que seguramente se sobrepasará el límite climático en la década de 2030. Para entonces, quedan 80 meses para tener un 67% de posibilidades de quedarse por debajo del ambicioso objetivo de los 1,5ºC.

Acabar la COP27 con el optimismo demostrado en la COP26 parece, por tanto, ser el mayor desafío. La guerra en Ucrania y una creciente desaceleración económica mundial podría llevar a postergar durante un tiempo los objetivos climáticos. Sin embargo, como toda crisis es también una oportunidad, la reducción de la dependencia del gas ruso debería ser el punto de inflexión que impulsara las tecnologías verdes, favorecidas por un auge en la energía solar y los bajos costes que está alcanzando la nueva generación de tecnologías verdes para así conseguir que el pico de emisiones contaminantes se alcance para 2025.

THE ASIAN DOOR: Una COP26 poco agresiva mientras China anuncia su plan. Águeda Parra

En las semanas previas a la celebración de la COP26 en Glasgow, Reino Unido, la atención se ha centrado en las altas expectativas puestas sobre el encuentro, esperando que la cumbre fuera recordada por establecer una hoja de ruta más ambiciosa y agresiva contra el cambio climático. En estos días, el análisis científico independiente proporcionado por Climate Action Tracker ha presentado los riesgos de no hacer todo lo posible mientras todavía se está a tiempo, planteado diferentes escenarios según la senda de crecimiento de las emisiones actuales. Un escenario que, aunque pesimista, ha conseguido arrancar apenas un par de acuerdos entre los líderes asistentes a la COP26.

De continuar la evolución actual de emisiones de gases de efecto invernadero, las predicciones indican que solamente la trayectoria de emisiones correspondiente a los países del G20 ya conducirían a un calentamiento de 2,4 ºC al final de este siglo, lejos del objetivo fijado de no superar los 1,5 ºC respecto a los niveles preindustriales. Tras el descenso registrado durante los meses de mayor impacto de la pandemia, los ritmos de recuperación económica están generando un repunte de las emisiones de gases contaminantes entre los países del G20, que podría elevarse hasta un 4%, según un informe de Climate Transparency. De hecho, los veinte países más ricos del mundo son responsables de alrededor del 75% de los gases contaminantes.

Durante la celebración de las cumbres climáticas afloran numerosos análisis y estimaciones que muestran el avance de los planes climáticos. Entre ellos, destaca el emitido por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente que advierte de que el mundo solamente dispone de ocho años para reducir a la mitad los gases de efecto invernadero si se pretenden alcanzar los compromisos del Acuerdo de París. Un planteamiento que revela, asimismo, que con los compromisos anunciados por los países del G20 solamente se conseguirá reducir las emisiones en un 7,5%.

Compromisos sí, pero quizá no todos los que se esperaban. Desde Washington se ha buscado que los dos mayores emisores de carbono del mundo, entre Estados Unidos y China acumulan el 40% de las emisiones globales de carbono, alcanzaran un acuerdo que pudiera anunciarse durante la cumbre. Las reuniones preparatorias no han sido exitosas, y la falta de asistencia de Xi Jinping a la COP26 ha rebajado la expectativa de que se pudieran alcanzar objetivos más ambiciosos.

Tres días antes de que se celebrara la COP26, China ya realizó uno de los anuncios más relevantes de la cumbre. Se trata del “Plan de acción de pico de emisiones de carbono de China 2030”, en definitiva, la contribución nacional (NDC, por sus siglas en inglés) para las próximas décadas donde se especifica el despliegue sectorial de reducción de emisiones. Sin fijarse nuevos límites a los ya anunciados, el documento sí especifica que la intensidad energética se reducirá en más de un 65% (las emisiones de CO2 por unidad de PIB) con respecto a los niveles de 2005, cuando antes se barajaba una intensidad entre el 60% y el 65%. El documento también eleva la proporción de consumo de combustibles no fósiles en el mix energético hasta el 25% en 2030, que mejora las previsiones respecto del objetivo anteriormente anunciado del 20%.

Entre las propuestas que han tenido un mayor éxito durante la cumbre climática figura el compromiso de poner fin a la deforestación en 2030, firmado por más de cien líderes mundiales, China entre ellos, que incluye fondos públicos y privados que alcanzan los 19.000 millones de dólares. Los países firmantes agrupan el 85% de los bosques del mundo, recuperando un compromiso que ya se formalizó en 2014, aunque en esta ocasión se espera que tenga un mayor éxito por el volumen de la financiación prevista y por los países clave que apoyan el compromiso.

Una de cal y otra de arena. El compromiso colectivo de reducir las emisiones de gas metano en un 30% para 2030, que incluye entre los países clave a Estados Unidos y Europa como dos de los mayores consumidores de gas natural, es otro de los acuerdos alcanzado por más de 90 países, dos tercios de la economía mundial. Entre los ausentes figuran China, Rusia e India que, conjuntamente, generan alrededor de un tercio de las emisiones de metano.

Dos grandes acuerdos, aunque uno de ellos no haya sumado los esfuerzos de todas las partes, que constatan que no se hayan alcanzado las expectativas creadas antes de la celebración de la COP26. Se esperaba una cumbre de acuerdos agresivos que frenaran significativamente el aumento de las temperaturas y las emisiones de carbono a nivel mundial que, finalmente, no ha sido tal.

Biden y Asia. Nieves C. Pérez Rodríguez

La nueva Administración Biden hereda un complejo escenario internacional y unas enrarecidas relaciones bilaterales con muchos países. La fòrmula de la Administración saliente fue indiscutiblemente atípica y en algunos casos incluso turbulenta para las relaciones y el liderazgo de los Estados Unidos en el mundo. China astutamente ha sabido aprovechar el abandono de Washington y ha ido ganando influencia y liderazgo en plataformas como la Organización Mundial de la Salud, Naciones Unidas, el Acuerdo de París sobre el  cambio climático y diversos acuerdos económicos en el Pacífico.

Los análisis apuntan a que la política exterior de la nueva administración no hará cambios radicales. Por el contrario, Joe Biden es un líder moderado con una larga experiencia política incluso en el Congreso de los Estados Unidos, por lo que entiende como se gestionan y se pasan leyes. Su carrera política despegó en plena guerra fría y como vicepresidente de Obama aprovechó la oportunidad de viajar internacionalmente por lo que cuenta también con experiencia en este plano.

Biden recibe un país dividido e inestable. A nivel doméstico tendrá que invertir mucho esfuerzo en mediar por la estabilidad de la nación y la reconstrucción de la economía estadounidense muy golpeada después de la pandemia. En el plano internacional deberá intentar recuperar la autoridad y la posición de Estados Unidos como primera potencia del mundo.

Durante las primeras semanas de enero el nuevo presidente hacía público mucho de sus nombramientos que, de ser ratificados por el Congreso, ocuparán posiciones claves como el Departamento de Estado, Defensa, Justicia y Comercio entre otros. Una de las nominaciones más esperadas en cualquier administración es la de Secretario de Estado. El nombre de Antony Blinken ha sido recibido positivamente por casi todos los sectores, por ser un personaje querido y respetado en Washington por ambos partidos. Blinken es un diplomático de carrera que trabajó para Biden en sus años en el Senado y también en su época como vicepresidente de Obama.

El día antes de la toma de posesión de Biden tenía lugar la audiencia en el Congreso de Blinken, en la cual los legisladores aprovechan la oportunidad para hacer preguntas y determinar cuáles son sus posiciones en temas fundamentales como Medio Oriente, Israel, Corea del Norte, China y como deberían ser las relaciones de los Estados Unidos con sus aliados.

Las respuestas del Blinken vienen a confirmar los análisis previos, los planes de la Administración Biden en cuanto a su política exterior son de continuación con la de Trump, es decir no habrá rompimiento aunque es muy probable que el tono se baje considerablemente y se vuelva a la diplomacia más tradicional.

Blinken es un europeísta, educado parte de su niñez en Francia. Ha manifestado su fuerte convicción en una Europa Unida y lo importante de que Estados Unidos mantenga su presencia en la OTAN.

En la audiencia de ayer dijo “no hay duda de que China plantea el desafío más importante para Estados Unidos” y agregó que creía que había “una sólida base para construir una política bipartidista para enfrentar a Beijing”.

Cuando se le preguntó si estaba de acuerdo con las palabras de Pompeo un día antes del fin de la Administración Trump sobre que China está cometiendo un genocidio contra los uigures, Blinken dijo que esa es su opinión también, y agregó “creo que forzar a hombres, mujeres y niños a campos de concentración y educarlos allí para que se adhieran a la ideología del Partido Comunista chino son indicativos de un esfuerzo por cometer genocidio”.  Incluso fue más allá y dijo que se debería hacer una revisión de los productos que se importan para prevenir estos no sean producidos en dichos campos.

Así mismo aseguró que Biden mantiene su compromiso hacia Taiwán como una isla autónoma. Y además sugería la importancia de que Taiwán tenga un rol más predominante en instituciones internacionales.

En la audiencia también afirmó que “bajo el liderazgo de Xi Jinping China había abandonado décadas de esconder la mano y esperar el momento para dar a conocer sus intereses más allá de las fronteras chinas”.

El liderazgo estadounidense en Asia ha ido mermando en los últimos años. En enero del 2017 una de las primeras órdenes ejecutivas que firmaba Trump fue la retirada de TPP, acuerdo que había sido promovido por Obama como una ambiciosa alianza de ambos lados del Pacífico y que dejaba a China afuera mientras promovía una alternativa justa de intercambios, pues tenía como objeto bajar tarifas, proteger el medio ambiente, facilitar y estimular el crecimiento de los miembros y el respeto de los derechos laborales de los ciudadanos de los países firmantes. Pero frente a la salida de Washington, Beijing aprovechó para promover la RCEP (La Asociación Económica Integral Regional, por sus siglas en inglés), alternativa que lidera China y que tiene bajo su paraguas y que acoge 2.100 millones de consumidores que representan a su vez el 30% del PIB mundial.

Es muy posible que la Administración Biden intente revivir el TPP y con ello neutralizaría la influencia de China en el Pacífico. Que se regrese a la situación inicial con Corea del Norte. Que se restablezca y acerquen los puentes con los aliados en Asia como Japón y Corea del Sur y con ello los países del sureste asiático vuelvan a mirar a Washington cuando necesiten apoyo y no hacia Beijing.

Sin duda, la Administración Biden tiene una oportunidad histórica para retomar espacios sin necesidad de hacer cambios radicales, ni hacer demasiado ruido. Si este momento no es concienzudamente aprovechado los Estados Unidos habrán perdido la batalla a China en el Pacífico y posiblemente en parte importe del planeta.

THE ASIAN DOOR: La revolución verde de China. Águeda Parra

Visión a largo plazo y objetivos ambiciosos para afrontar el cambio climático. Éste es el modelo ofrecido por el presidente de China, Xi Jinping, en su discurso ante la 75º Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU). En este contexto, los próximos 40 años serán decisivos para hacer efectiva la transición mundial hacia un modelo de desarrollo verde y de bajo consumo en combustibles fósiles.

El anuncio realizado por China tiene dos aspectos muy positivos. En primer lugar, el adelanto de la fecha para llegar al pico de emisiones de CO2. El compromiso en el ámbito de la Cumbre de París sobre Cambio Climático para alcanzar este nivel estaba fijado para el año 2030. Sin embargo, ha sido en la intervención del presidente chino cuando se ha expresado la determinación de que este objetivo se cumpla antes de 2030. Y, en segundo lugar, se ha fijado el año 2060 como la fecha en la que se alcanzará la neutralidad de carbono. Esto supone alcanzar el nivel de emisiones cero en un tiempo menor que Europa, que ya alcanzó ese objetivo pico en la década de 1990 contando, por lo tanto, con más tiempo para conseguir la neutralidad climática.

La posición de China como el país más contaminante del mundo, suponiendo el 28,8% de las emisiones de CO2 globales, según el último informe Statistical Review of World Energy publicado por BP, se compensa con el que hecho de ser referente mundial en renovables. En el mix de consumo energético, el consumo de combustibles no fósiles creció un 29% en 2018, y supone el 27,9% de la electricidad total generada en el país en 2019. De modo que este nuevo anuncio no solamente refuerza la posición del gigante asiático como actor relevante en la lucha contra el cambio climático, sino que aporta una fecha de referencia para el resto de países emisores. Un anuncio que, en definitiva, muestra la planificación que contempla China para estructurar el desarrollo energético del país para los próximos 40 años y que anima a fortalecer la confianza mundial en la lucha por el cambio climático. En la práctica, el objetivo de China se traducirá en que solamente la acción del gigante asiático promoverá la reducción del calentamiento global entre 0,2 y 0,3 grados, según Climate Action Tracker (CAT).

El anuncio de China se produce poco después de que la Unión Europea (UE) incremente hasta al menos un 55% el objetivo de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030 como parte del Pacto Verde Europeo (Green Deal). La falta de concreción en la última Cumbre UE-China no aplica, sin embargo, a la visión compartida que tiene Europa y el gigante asiático de trabajar conjuntamente para cumplir con los acuerdos que conduzcan a una neutralidad climática. El compromiso de fijar una fecha concreta en la que se alcance el fin de las emisiones contaminantes se ha convertido en un hecho histórico que ayudará a que otros grandes países emisores se unan a un proyecto de dimensión mundial en la lucha contra el cambio climático.

Entre las medidas que China ha venido contemplando para neutralizar las emisiones de CO2 durante los últimos años destaca la estrategia de abordar grandes plantaciones de árboles. El proyecto, que contempla incrementar la cobertura forestal del país del 21,7% al 23% entre 2016-2020, ha contado con iniciativas como la de replantar un área equivalente a la superficie de Irlanda. Sin embargo, el gobierno chino considera que estas medidas no van a ser suficientes para cumplir ambos objetivos.

Habrá que esperar a la publicación del próximo Plan Quinquenal para conocer los objetivos concretos de “recuperación verde” que plantea China para después de la pandemia del COVID-19. El anuncio en sí mismo ya se considera un paso imprescindible para reducir la huella de carbono del país, que enfrenta efectos del cambio climático sin precedentes que van desde inundaciones de magnitudes históricas a períodos de tifones irregulares. De ahí que la inversión en fabricar baterías para conseguir la implantación masiva de coches eléctricos esté en el punto de mira de los objetivos energéticos verdes de China más inminentes.

THE ASIAN DOOR: China y la emergencia climática. Águeda Parra

Las cumbres sobre el cambio climático recuerdan una realidad con la que convivimos y ante la que las economías de todo el mundo reaccionan con políticas dispares. La posición de China y Estados Unidos, primer y segundo país más contaminante del mundo, es bien distinta. Mientras el primero ha incorporado políticas gubernamentales para reducir las emisiones de dióxido de carbono según el compromiso adquirido como país firmante del Acuerdo de París, el segundo ha decidido retirarse del tratado mundial del clima con efectividad 2020.

Los años de uso intensivo del carbón sobre los que Estados Unidos y Europa han basado su crecimiento económico, y que han propiciado un historial de emisión de gases de efecto invernadero considerable, es la razón por la que algunos grupos ecologistas consideren que estas dos regiones deberían asumir la mitad del coste de reparar los efectos nocivos causados al medioambiente. China también se suma a esta petición, ya que considera que los países desarrollados están haciendo muy poco por detener el calentamiento global, en especial Estados Unidos.

La falta de un compromiso mayor a nivel mundial ha motivado que 2018 haya marcado un nuevo récord de emisiones de gases de efecto invernadero, aunque la aportación de los países al cambio climático ha sido desigual. Europa es la única región que ha reducido sus emisiones de dióxido de carbono, hasta un 1,3% entre 2017-2018, según la Agencia Internacional de la Energía (AIE). En el resto del mundo, existen tres focos contaminantes situados en India, que incrementó sus emisiones un 4,8%, Estados Unidos, que creció un 3,1%, mientras China aumentó un 2,5%. De los tres países, solamente China e India están comprometidos por ajustarse a los compromisos del acuerdo de París con políticas que contemplan, entre otras medidas, la reducción de la dependencia del carbón para la generación de energía. China e India son el reflejo de que Asia concentra un número elevado de este tipo de plantas, con antigüedad media de 12 años, frente a los 40-50 años de vida estimada de este tipo de instalaciones, dificultando aún más si cabe la transición hacia la generación de energía limpia.

China afronta el sexto año de lucha contra la polución con el compromiso de que las emisiones de dióxido de carbono alcancen su punto máximo en 2030, reflejando un descenso significativo desde ese momento. De esta forma, el gigante asiático aborda la lucha contra el cambio climático a la vez como un desafío y una oportunidad. El gigante asiático se enfrenta a una población que envejece rápidamente y que acumula problemas respiratorios crónicos que afectan directamente a la esperanza de vida de la población. De ahí que el desafío para China sea mejorar la calidad del aire que conlleve una mejora en los estándares de salud medioambiental. En los últimos años, China ha conseguido reducir la concentración de partículas contaminantes en el aire una media del 32%, teniendo impacto directo sobre el incremento de la esperanza de vida, que podría aumentar hasta en 2,4 años la expectativa actual de mantenerse estos niveles de reducción de polución del aire. Un valor que podría incrementarse en 1,7 años adicionales cuando China alcance los estándares que se ha marcado, y que podrían convertirse en 4,1 años si se alcanzaran los estrictos niveles que ha propuesto la Organización Mundial de Salud. Iniciativas del tipo como la plantación de árboles en una extensión del tamaño de Irlanda son medidas adicionales que está abordando China y que corresponden al objetivo de incrementar su superficie forestal en un 23% en esta década.

Desde el punto de vista de la oportunidad, China está apostando por la innovación en renovables como medio de reducir progresivamente las emisiones industriales que se generan por la excesiva dependencia del carbón. El gigante asiático es a la vez el país más contaminante del mundo, pero también el que más inversión destina a la generación de energía limpia, además de ser el país que dispone de mayor capacidad de energía renovable. Por sexto año consecutivo, China lidera la inversión mundial en renovables, hasta los 91.200 millones de dólares en 2018, una cifra un 37% inferior a la alcanzada en 2017 principalmente motivada por el efecto de la supresión de ciertos subsidios gubernamentales, siendo la más baja desde 2014. Por su parte, la inversión en Europa se situó en 61.200 millones de dólares, mientras Estados Unidos alcanzó los 48.500 millones de dólares, lo que implica que en cuestión de renovables China invierte casi dos dólares por cada dólar que aporta Estados Unidos.

Las políticas por fomentar las renovables en China están favoreciendo la inversión extranjera en el mayor mercado del mundo y cuyos ritmos de crecimiento son testimonio de cómo evoluciona la implementación de nuevas formas de energía a nivel mundial. En el caso de las multinacionales españolas, destaca la presencia de Siemens Gamesa en el despliegue de los parques eólicos en la región china de Xinjiang, un proyecto que refuerza su presencia en el mercado del gigante asiático y que además afianza la tercera posición en el Top de principales fabricantes de turbinas eólicas del mundo en 2018, según Ren21, detrás de la danesa Vestas y la china Goldwind, en primera y segunda posición, respectivamente. Solamente un año antes Siemens Gamesa ocupaba la segunda posición mundial, pero el impulso de la iniciativa Made in China 2025 comienza a dar sus resultados y las empresas chinas en el sector de las renovables están compitiendo por conseguir una mayor cuota de mercado que les haga líderes del mercado de las renovables en las próximas décadas.