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INTERREGNUM: Xi: los límites del poder. Fernando Delage

Apenas semanas después de que el XX Congreso del Partido Comunista Chino concediera en octubre un tercer mandato como secretario general a Xi Jinping y ratificara su dirección política, Pekín dio marcha atrás en distintos frentes. De defender de manera dogmática la política de covid cero, se pasó al levantamiento de todas las restricciones a partir del 8 de enero. El compromiso con un mayor papel del Estado en la economía ha sido sustituido por nuevos gestos hacia el sector privado, en particular hacia las empresas inmobiliarias y tecnológicas. La declarada prioridad de la seguridad nacional sobre la economía ha dado paso a un discurso a favor del crecimiento. La percepción de un entorno exterior hostil que obligaba a mantener una diplomacia asertiva contrasta con el acercamiento a distintas capitales con un lenguaje de cooperación.

Ninguna explicación oficial ha justificado ese giro, aunque distintos hechos permiten entenderlo. Las protestas populares contra el confinamiento a finales de noviembre pusieron en evidencia el hartazgo de la sociedad china, creando una presión sobre el gobierno que se encontró de manera repentina con la irrupción de nuevas amenazas a su legitimidad. A ello se sumaron los resultados económicos del último trimestre de 2022, ocultados hasta después de la celebración del Congreso. Un incremento del PIB del tres por cien el pasado año—muy por debajo del 8,1 por cien de 2021—fue una grave señal de alarma. Además de quedar lejos del objetivo que se había fijado el gobierno—un 5,5 por cien—, era indicación de un fenómeno estructural más que coyuntural, que anticipaba el fin de una larga etapa de alto crecimiento, base de un contrato social con sus ciudadanos que determinaba a su vez la estabilidad política de la nación. La diplomacia del “lobo guerrero”, la coerción económica y la modernización militar cambiaron por lo demás la imagen exterior de China. La reacción de Occidente, en forma de coaliciones de contraequilibrio—del Quad a la OTAN—, el lastre de la asociación política con Moscú, y la guerra tecnológica de los semiconductores obligaban igualmente a un reajuste.

La lección es clara: el triunfo político de Xi en el Congreso no podía ocultar las debilidades estructurales del sistema. La imposibilidad de reconocer los errores, característica de todo gobierno autoritario, le impedía abandonar su política contra la pandemia. Su ideología leninista obstaculizaba el crecimiento de la economía si se empeñaba en “rectificar” el sector privado por no alinearse con las prioridades del Partido. El impulso nacionalista como guía de la política exterior iba a resultar igualmente contraproducente. Ahora bien: sería un error interpretar estos cambios como una alteración de las perspectivas y de los planes mantenidos por el presidente chino. Esa rápida transformación es una respuesta pragmática, oportunista incluso, demandada por las circunstancias. Ni Xi ha renunciado a sus convicciones ni pueden darse por superadas las incertidumbres en torno al futuro político chino, en un contexto que estará marcado por un bajo crecimiento y por tensiones internacionales.

Interesa por todo ello comprender las razones, más bien, de por qué Xi puso fin a la moderación de sus antecesores y lidera una China muy distinta de la que el mundo conoció desde la política de reforma y apertura de Deng Xiaoping a finales de los años setenta hasta su llegada al poder en 2012. ¿Por qué Xi no quiso seguir cultivando una imagen positiva del país en el exterior? ¿Por qué Pekín ha actuado de forma aparentemente contraria a sus intereses durante los últimos tiempos?

La explicación más convincente y sistemática hasta la fecha es la que ofrece la conocida sinóloga norteamericana Susan Shirk en su último libro: Overreach: How China Derailed Its Peaceful Rise (Oxford University Press, 2022). Profesora en la Universidad de California en San Diego, y vicesecretaria adjunta para asuntos de Asia en el departamento de Estado durante la administración Clinton, Shirk encuentra la respuesta en la naturaleza del régimen político, y su origen en el segundo mandato de Hu Jintao. Su argumento central es que la dinámica interna del sistema impidió el ejercicio de la prudencia necesaria para gestionar un ascenso pacífico. Los responsables de distintas áreas de la administración—incluyendo los servicios de seguridad y las fuerzas armadas—impulsaron agresivamente sus respectivas agendas sin que la debilidad de Hu pudiera frenarlas o equilibrarlas. La percepción extendida a raíz de la crisis financiera global de que el diferencial de poder con Estados Unidos se había reducido condujo igualmente al abandono de la moderación anterior.

La combinación de estas circunstancias condujo a una China que se volvería más asertiva en el interior—obsesionada por “el mantenimiento de la estabilidad”—y en el exterior, con una retórica a favor de la defensa de los “intereses fundamentales” y la soberanía nacional. El sistema de liderazgo colectivo implantado por Deng en los años ochenta se había roto, al no servir para corregir una deriva que, Xi entre otros, interpretó como motivo para restaurar una estructura de poder unipersonal. Un camino que, sin embargo, tampoco ha servido como se mencionó para evitar los excesos.

En contraste con la incapacidad de Hu para controlar a sus colegas del Politburó, Xi tenía el poder para centralizar el proceso político, hacer frente a los grupos de intereses oligárquicos, y optar por una política exterior más conciliadora. Si no hizo ninguna de esas cosas, escribe Shirk, fue porque es mucho más ambicioso con respecto al papel global de China, y porque está dispuesto a asumir mayores riesgos para lograrlo.

THE ASIAN DOOR: La estrategia económica de China tras el XX Congreso del PCCh. Águeda Parra

En todos los discursos de anteriores congresos, las partes que mayor peso y las que despiertan mayor atención son las que se refieren a las reflexiones económicas y a las cuestiones de seguridad nacional y política exterior. En esta ocasión, las perspectivas de futuro de la coyuntura internacional y la nueva definición de la política dinámica de Covid cero son los dos factores que van a marcar el desarrollo de la economía china en los próximos cinco años. De hecho, el entorno geopolítico de competición con la administración Biden imprime mayor volatilidad a la agenda económica.

Teniendo en cuenta estos dos planos económicos, el asociado a las políticas nacionales y la coyuntura que impacta sobre el rendimiento de la economía a nivel internacional, del discurso de Xi Jinping no se desprenden grandes cambios en una agenda estratégica que el presidente chino lleva desplegando durante los últimos diez años. Solamente los acontecimientos internacionales de los últimos dos, la pandemia global y la invasión rusa de Ucrania, son los eventos que están produciendo una adaptación de las directrices estratégicas identificadas en el XIV Plan Quinquenal (2021-2025).

No obstante, aunque no se aprecia una redefinición de las prioridades, sí existen dos factores que van a modular el despliegue del plan de desarrollo de cómo avanzará China en la ejecución del plano económico en el próximo lustro. El primero de ellos es la designación del sustituto de Li Keqiang como primer ministro, que ha anunciado que abandonará su cargo en marzo de 2023, una posición dentro del gobierno tradicionalmente asociada al máximo representante de la política económica. No se trata tanto de quién ostente el puesto, sino más bien del perfil del candidato elegido para ocupar una de las posiciones más estrechamente ligadas con las directrices de Xi Jinping. La más que posible elección de Li Qiang, el que fuera jefe del partido en Shanghai, anticipa una visión de la economía china más ligada a la ideología de Xi y más alejada, por ende, del esquema denguista imperante durante las últimas cuatro décadas.

El segundo factor que mayor afectará a cómo evolucione la economía china en los próximos cinco años será cómo de dinámica termine siendo la nueva definición de política de Covid cero que ha establecido el gigante asiático. De hecho, la recuperación de las cadenas de suministro está estrechamente ligada a cómo China evolucione en la adopción de medidas que permitan garantizar el bienestar de la población sin que la decisión de realizar confinamientos de larga duración en los principales centros productivos y de negocio termine afectando al rendimiento de la economía.

Para que a China le vaya bien, tiene que irles bien también a sus socios regionales, pero la coyuntura internacional actual y los reiterados confinamientos están planteando un escenario de incertidumbre permanente en la economía doméstica del que no son ajenos los inversores internacionales. A diferencia del rol que ha venido ejerciendo China como el principal motor económico para la región en las últimas décadas, el gigante asiático va a ser el país de la zona asiática que menor crecimiento económico va a generar durante 2022. Una circunstancia que no se había producido en los últimos 30 años, pasando Vietnam a ocupar, por primera vez, este papel de liderazgo económico entre los países asiáticos.

De cómo evolucionen las medidas sobre una política dinámica de Covid cero y de cómo la planificación económica quede más ligada a planes técnicos de desarrollo sin que se impongan las consideraciones ideológicas dependerá el ritmo de recuperación de la economía del gigante asiático. De las prioridades que se establezcan dependerá, en gran medida, que China vuelva a recuperar su rol de líder económico de la región asiática y, con ello, que se acelere su recuperación como socio económico a nivel global.

 

 

INTERREGNUM: Cumpleaños en Pekín. Fernando Delage

El 1 de octubre la República Popular China cumple 70 años. “China se ha puesto de pie”, dijo Mao asomado a la plaza de Tiananmen en 1949, después de quince años de guerra y de décadas de anarquía territorial. El paréntesis abierto por la caída de la última dinastía imperial en 1911 lo cerraron así un Partido comunista y un líder, Mao Tse-tung, que aseguraron la unificación nacional. Pero el imperativo de la reconstrucción interna y el contexto de la Guerra Fría se tradujeron en el aislamiento internacional del nuevo Estado. Incluso la relación de Mao con Stalin, en teoría su gran aliado, no pudo ser más gélida.

Las sucesivas campañas revolucionarias de Mao durante las décadas siguientes situaron al país ante el riesgo de una nueva fragmentación. Hubo que esperar a la muerte del Gran Timonel en 1976 para que otro líder, Deng Xiaoping, restaurara la estabilidad mediante una estrategia de desarrollo económico apoyada en la apertura al mundo exterior. Cuarenta años después, los resultados son bien conocidos: lejos de estar aislada, es la economía mundial la que ha pasado a depender en no pequeña medida de China. No es casual por tanto que, coincidiendo con el aniversario, Pekín hiciera público el viernes pasado un Libro Blanco titulado “China y el mundo en la nueva era”.

Mao no reconocería el contenido de este texto, elaborado por el Partido del que fue uno de los fundadores, como tampoco podría creerse el estatus global adquirido por la República Popular. La paradoja, con todo, es esa contradicción no resuelta entre el mundo abierto y basado en reglas liberales que ha permitido el crecimiento chino, y la rigidez política interna. Es la naturaleza del régimen lo que también explica no pocas de las dificultades que acompañan la celebración.

En su cumpleaños, la República Popular se encuentra cerca de superar los 74 años que duró la Unión Soviética, el más prolongado sistema autoritario hasta la fecha. El secretario general del Partido Comunista, Xi Jinping, en el poder desde finales de 2012, tiene sobrados motivos para presumir de sus éxitos. Sin embargo, tiene que gestionar una agenda cada vez más compleja, incluyendo asuntos no previstos como la guerra comercial y tecnológica con Estados Unidos o las revueltas en Hong Kong, y el impacto de estas últimas sobre la aún pendiente reunificación de Taiwán. Si otra larga lista de problemas—como las consecuencias del envejecimiento de la población, la sostenibilidad del crecimiento, el medio ambiente o la corrupción—puede haber llevado a una recentralización del poder como instrumento para su resolución, el personalismo del liderazgo de Xi, quien ha suprimido los mecanismos diseñados en su día por Deng para evitar la irrupción de un nuevo Mao, está creando otros nuevos.

Un Partido Comunista defensor de la globalización y de un libre mercado mundial, ha conducido a China a una prosperidad sin precedente que le ha permitido recuperar su posición histórica como principal potencia asiática. Sin que su legitimidad esté en discusión, las circunstancias vuelven a poner encima de la mesa la siempre aplazada reforma política. Los dirigentes chinos que sucedieron a Mao entendieron que las reformas económicas resultaban indispensables para la estabilidad social. Aunque hoy resulta inimaginable, ¿optarán por la modernización política antes de celebrar el centenario de la República en 2049? (Foto: Karen Horton)

Reseña ponencia: Águeda Parra “La modernidad llega a la milenaria cultura china”. Isabel Gacho Carmona

En 1980 el PIB de España era igual al de China. En 2017 el de la potencia asiática ya era 10 veces mayor. Este es solo un indicador del resultado de 40 años de reformas económicas. Águeda Parra, ingeniera, sinóloga y colaboradora de 4asia.es, se pregunta “¿Cómo ha llegado China a la situación actual?”. Para ello analiza los cambios que ha habido en términos de sociedad, urbanización y población y el nuevo rol que están jugando factores tan importantes como la aparición de una clase media, la tecnología y la I+D.

 “Después de 40 años de reformas, comienza a existir una clase media creciente que es motor económico para el país” explica. El sueldo anual medio de un trabajador urbano ha pasado de 78 euros en 1978 a 8.640 en 2016. El consumo interno se ha convertido en un motor de desarrollo. Antes el gasto principal era la comida, y, ahora, el ocio y las compras ocupan un papel principal. Pese a que solo un 7% de los chinos tienen pasaporte, son el numero 1 mundial en emisión de turismo y en gasto por viaje (representando 1/5 del gasto mundial del sector). Este cambio se observa también en los objetos del día a día. Mientras que en 1980 los objetos que las familias aspiraban a poseer eran bicicletas, máquinas de coser y relojes de pulsera, en 2018 estos son motos eléctricas, televisiones a color y smartphones. Estos últimos se han convertido en un elemento indispensable para la vida en China.

“La tecnología está generando un modelo de sociedad siempre conectada”. Desde 2000 no deja de crecer la telefonía móvil. Ha crecido exponencialmente. En la actualidad, de los 802 millones de chinos que se conectan a internet, un 95% lo hace a través de un móvil. El eCommerce ha pasado de suponer un 1% en 2008 a un 42% en 2016. De estas compras, un 90% son hechas desde smartphones, los PC no se usan. Tienen un ecosistema propio donde Wechat, JD o Taobao juegan un papel predominante. Su fiesta de las compras por excelencia, el 11/11 o Día del Soltero, tuvo un volumen de ventas es 6 veces superior al del que sería su homólogo americano, el Black Friday, en 2017.

“La apuesta por la innovación y la I+D es lo que diferencia a la China actual de la de 1978, orientada a la manufactura”. Para Parra la innovación es clave para consolidar el paso a economía avanzada. China pretende ser líder mundial en el sector para 2050. De momento ya supera en UE en inversión respecto al PIB: China destina un 2,1% mientras que la UE un 1,9%. Pese a que la tecnología ha llagado más tarde y de manera más abrupta que en occidente, con el plan Made in China 2025 prenden dejar de depender de otros aumentando su producción nacional. El plan es aumentar las patentes chinas de materiales básicos al 40% para 2020 y al 70% para 2025. Esto supondría mucha independencia.

El desarrollo económico también se refleja en la urbanización. Antes las urbes estaban rodeadas de campos de arroz, ahora son grandes urbes donde vive mayoritariamente la población. Muchas de estas ciudades tienen una economía local con un PIB similar a países occidentales. De hecho, las 35 principales ciudades tienen un país de economía similar: Beijing y Tianjin como Australia, y las economías de Shenzhen Hong Kong y Macao serían similares a la de Corea del Sur, por ejemplo. La transformación urbana también se traduce en transformación económica. Al ser la sede de startups punteras, atraen el talento y funcionan de hubs regionales. Este es el caso de Nanjing y el sector automovilístico o de Shenzhen, que se le considera el Silicon Valley chino.

Hasta aquí todos los indicadores apuntan al optimismo, y así sería si la población china fuese joven. Sin embargo, China es una población envejecida. “La población de China ha sufrido grandes transformaciones, con un modelo de familia necesitado de cambios urgentes”. Deng estableció que para las reformas había que reducir la población y puso en práctica la famosa política de hijo único. La tasa de fertilidad pasó de 6,3 en 1978 al 1,6 actual. Esta política también trajo consigo importantes cambios culturales. Estos hijos únicos, que cuentan con dos padres y cuatro abuelos a su disposición, se han convertido en “pequeños emperadores”, algo que difiere del modelo de familia tradicional china. Además, hay un desajuste por sexos: Hay 33 millones más de hombres que mujeres. Al quitar la política no se han conseguido las cifras esperadas. La sociedad ya ha cambiado. El gasto medio para mantener a un hijo es muy alto y la gente ya es muy consumidora. La incorporación de la mujer al mundo laboral también influye en este sentido. Hasta un 40% de mujeres están dispuestas a no tener ningún hijo para que no les perjudique a su carrera, ya que muchos empresarios dejan de contratar mujeres para no hacer frente a las bajas por maternidad. Si todo sigue así en 2030 habrá más gente mayor de 65 que menores de 14. Y eso es insostenible.

Reseña ponencia: Juan Manuel López Nadal “Entre el estancamiento y la confrontación. La política exterior de China de Deng Xiaoping a Xi Jinping”. Isabel Gacho Carmona

Abrió su ponencia el exembajador en Tailandia, Juan Manuel López Nadal, clarificando que cuando usa el término “China” se refiere a la República Popular. “China es un régimen dictatorial de partido único”. Según el que también fuera Cónsul en Hong Kong, la prioridad del gobierno en todas las cuestiones es seguir en el poder a toda costa. Y como se busca esto, las “tres revoluciones de China” han buscado tres fuentes de legitimidad distinta: revolución, desarrollo económico y nacionalismo.

El elemento clave de la política exterior en la época de Mao fue el realismo de Zhou Enlai y sus cinco principios de coexistencia pacífica. En el clímax de esta época tuvieron lugar la Revolución Cultural y la reunión secreta con Kissinger que derivó en la visita de Nixon a Pekín y que causó el temor de la URSS.

Deng Xiaoping llevó a cabo una política exterior más definida. La resumió en sus famosos 24 caracteres, aunque bastan cuatro para captar la idea: 韬光养晦 taoguanyanhui, esto es, mantén un perfil bajo y espera tu momento. Deng hereda el legado de Zhou y lo adapta. En este periodo se normalizaron las relaciones con sus vecinos asiáticos: Se mejoraron las relaciones con India, Japón, la URSS, Indonesia y Singapur. También mejoró su imagen en Asia: creó la Organización para la Cooperación de Shanghai, y se acercó a la ASEAN. Sin embargo, desde el punto de vista del exembajador, en esta época hubo dos grandes tropiezos: El primero en la guerra de Indochina, cuando los vietnamitas invadieron Camboya después de la guerra de EEUU y China quiso dar una lección a Vietnam, pero estos les echaron de manera humillante. El segundo fue el “Incidente de Tiananmen” de 1989. Esto supuso un retroceso en sus relaciones exteriores.

Pese a este “segundo tropiezo”, de 1995 a 1998, China vivió su “edad de oro de la diplomacia” y se convirtió en el primer socio comercial de casi todos los países asiáticos. En 2002 firmó el tratado de libre comercio con la ASEAN y el documento de conducta del Mar de China Meridional. A Deng le siguieron un Jian Zemin muy pragmático y un primer Hu Jintao que siguió la misma línea. El cambio vendría en 2008-2010.

En 2007 entró como presunto sucesor y vicepresidente Xi Jinping. Seguramente su presencia tuvo que ver en el cambio. Los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008 coincidieron con la caída en bolsa de Lehman Brothers. Se resucitó el concepto de “Tian Xia” y comenzó una política exterior más asertiva. En 2009 fue la primera vez que barcos chinos hostigaron a un buque estadounidense en el Mar de la China Meridional y enviaron a la ONU una comunicación reivindicando la línea de 9 trazos. Este mismo año, en el acto del 60 aniversario de la República Popular, los soldados dieron 110 pasos por los 110 años de humillación nacional que sufrió el país por parte de las potencias occidentales. En 2010, en una cumbre de la ASEAN, el ahora Consejero de Estado Li Kequian no tuvo reparos en expresar este cambio en política exterior “China es grande y vosotros pequeños, acostumbraos”.

En 2012 llegó de facto Xi Jinping al poder y en 2017 cambió la Constitución para perpetuarse. ¿Como es esta nueva era?

En Asia el tema principal es el Mar de la China Meridional. En 2013, China empezó a construir islas artificiales y no ha parado de hacerlo. En la actualidad ocupa 8 formaciones. Las Spratly están ocupadas por China y reivindicadas por Vietnam, por ejemplo. Filipinas, por su parte, llevó a China al Tribunal de la Haya por incumplir la Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar. El dictamen de 2016 acepta 14 de las 15 peticiones de Filipinas y declara ilegal la línea de 9 trazos pero China rechazó la jurisdicción. En general, China está militarizando la zona mientras la comunidad internacional, y en especial EEUU, no reconoce su soberanía en el territorio.

En 2013 Xi Jinping presentó el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda, que cuenta con un presupuesto de 40-50 billones de dólares. Es una iniciativa económica y geopolítica con la que China busca ganar influencia y poder, pero ¿Es viable financieramente? Para el exembajador los ejemplos de Sri Lanka, Pakistán o Grecia, por nombrar algunos, ponen de manifiesto la trampa de la deuda. Con este último caso la UE “le ha visto las orejas al lobo”.

Para el diplomático, este “Caballo de Troya” es muy peligroso y cuestiona el papel que va a jugar China en la globalización. Un país que viola los derechos humanos en su interior y que ha intentado desvirtuar el Consejo de Derechos Humanos, un país que utiliza amenazas, sobornos e intimidación como herramientas de su soft power hasta transformarlo en sharp power. Con un EEUU cada vez más centrado en sí mismo, López Nadal se pregunta ¿Debemos sustituir la globalización americana por la china?

Reseña ponencia: Georgina Higueras, “Las 3 revoluciones de china”. Isabel Gacho Carmona.

Con motivo del 40 aniversario del inicio de proceso de reforma y apertura económica china iniciado por Deng Xiaoping, 4Asia organizó el evento “Deng Xiao Jinping. 40 años reformando china”. La primera ponencia vino de la mano de la periodista y escritora especializada en China Georgina Higueras, que, bajo el título “las 3 revoluciones de China”, expuso a los asistentes un análisis histórico muy útil para la contextualización de las diferentes reformas que se han llevado a cabo.

Para ello divide la historia de la República Popular China en 3 etapas, lo que Higueras llama las “tres revoluciones”. Estas serían: La de Mao, la de Deng y la de Xi.

Desde la declaración de la República Popular en 1949 hasta la muerte del que fuera su máximo dirigente, Mao Zedong, en 1976, tuvo lugar la “primera revolución”. Fue una época caracterizada por la ideologización de las masas, por la intención de romper con el confucianismo, por la industrialización y la colectivización. El Partido se había fundado en 1921 en Shanghai apadrinado por los soviéticos. Cuando llega al poder, su vecino del norte será su aliado natural. Mao y Stalin se tenían respeto. De hecho, la alianza con la Unión Soviética durante los años 50 es la única que ha tenido China con una potencia extranjera. La URSS llegó a enviar hasta 100.000 asesores de diversas especialidades (ingenieros, lingüistas, arquitectos…). Esto supuso un impulso muy potente para una primera industrialización. Sin embargo, la muerte de Stalin y la posterior “desestalinización” llevada a cabo por Jruschov debilitaron las relaciones. Un Mao paranoico con la idea de una posible “desmaoización” inicia la terrible campaña de las 100 flores, una purga intelectual disfrazada de invitación a críticas.  La alianza con los soviéticos acabará en 1960 dejando atrás una industrialización a medias. La promesa de Stalin de proveer a la potencia asiática con el arma nuclear también se quedaría en el tintero. Después vendrían los desastres del Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural. Cuando muere Mao en 1976, aunque había logrado la expulsión de los extranjeros y la unión del país, deja un país exhausto, atemorizado e hiperpoblado.

Tras dos años de transición, en 1978, con la llegada al poder de Deng se iniciaría la “segunda revolución” cuyo principal objetivo era el crecimiento y que se alarga hasta 2012. Deng Xioaping tiene la idea de que la autarquía del periodo anterior es un callejón sin salida. Recoge el testigo de un país que representa el 1,8% del PIB mundial. Las primeras medidas que pone en marcha fueron las 4 modernizaciones de Zhoi Enlai en los sectores de agricultura, industria, defensa nacional y ciencia y tecnología. En lo referente a la agricultura se concedieron lotes de tierra a las familias, respecto a la industrialización se crearon las Zonas Económica Especiales…Partiendo de cero y aislada internacionalmente, la República Popular consigue un crecimiento exponencial. Pese al crecimiento, el descontento respecto al alza de precios y la falta de libertades llevó a las revueltas en Tiananmen en 1989, que dividió a la cúpula de poder hasta ponerla al borde de la guerra civil. En lo referente a la política exterior la idea fue llevar un perfil bajo. Deng lo resumió en su “estrategia de 24 caracteres” en 1990: “冷静观察: Observar con calma, 站稳脚跟 : asegurar nuestra posición, 沉着应付:Lidiar con asuntos tranquilamente, 韬光养晦 ocultar nuestras capacidades y esperar nuestro tiempo, 善于守拙: mantener un perfil bajo y 绝不当头 : nunca reclamar liderazgo”. Los posteriores líderes Jian Zemin y Hu Jintao siguieron también esta línea.

La última de estas revoluciones tiene como protagonista al actual presidente, Xi Jinping. Cuando llega al poder en noviembre de 2012 se encuentra una China muy diferente a la que se encontró Deng: ya representa el 18% de PIB mundial. Llega con una idea clara: El sueño chino. La idea de recuperar su papel central. El renacer. Las capacidades del país del centro son tan grandes que ya no se pueden ocultar. Se ve un agudizamiento de los conflictos: en el Mar de la China Meridional, en sus relaciones con Japón y con la India, en Asia central… China ya no tiene amigos y su política exterior es más asertiva. Su salida al exterior se materializa con la nueva ruta de la seda. En materia de investigación y desarrollo está viviendo una revolución tecnológica que ha despertado los temores estadounidenses. Iniciativas como “Made in China 2025” lo demuestran. China ya no se oculta.

Ventajas de ser promiscuo. Miguel Ors Villarejo

Hace muchos años me encargaron que cubriera la presentación de un suplemento del Economist sobre Hong Kong y, cuando le pregunté a su autor a qué atribuía el éxito de la excolonia británica, me contestó simplemente: “A la libertad”.

Aquello, más que una respuesta, me pareció una evasiva. El Muro de Berlín acababa de caer, todavía no habían estallado las crisis asiática y rusa y en Occidente vivíamos bajo el hechizo de las recetas liberales del Consenso de Washington. Estas habían sustituido el evangelio del atajo histórico hacia la industrialización, que a su vez había desbancado el enfoque neoclásico. La economía del desarrollo procedía más por modas que por acumulación y, a su compás, el tamaño del Estado se dilataba o contraía, igual que el largo de la falda, pero en cualquier caso siempre había un paradigma dominante, un manual de instrucciones, una lista de la compra.

No podemos evitarlo. A los humanos nos encantan los relatos totales, las teorías omnicomprensivas, los modelos. Yo mismo he pasado buena parte de mi existencia buscando las leyes que gobiernan el universo. En mi época de universitario (iba a poner de estudiante, pero estudiar, estudiaba poco) envidiaba la seguridad con que pontificaban mis compañeros marxistas. Franco había muerto, la Transición lo había puesto todo en cuestión y, mientras yo me debatía en un mar de dudas, ellos tenían opinión formada sobre todo: el capitalismo y el socialismo, el divorcio y el aborto, la propiedad privada y la familia. Los veía pedir la palabra en las asambleas y exponer con aplomo los pasos que debíamos dar y soñaba con alcanzar algún día aquella certeza.

Durante años la busqué. He conocido muchas grandes teorías y siempre pensaba que había encontrado la pasión definitiva. Al principio era fantástico, no tenía ojos para ninguna otra. Pero las grandes teorías te exigen que renuncies a más y más pedazos de la realidad y yo no soy capaz, llámenme egoísta si quieren. Soy demasiado promiscuo y cuando una duda me hace señas a mil kilómetros, lo dejo todo, me arrojo sobre ella, la desgarro. Así he ido saltando de brazo en brazo. Soy un liberal sin principios.

Lo que yo no sabía es que las mismas tesis que a finales de los 70 los marxistas españoles defendían tan enfáticamente en la teoría, los marxistas chinos las estaban descartando en la práctica. Como yo, salían cada noche a carnear y se dejaban seducir por cualquiera que les mostrara una curva atractiva de crecimiento. A los funcionarios locales no se les daban instrucciones concretas de lo que debían hacer, como en la época de Mao. Se les animaba a experimentar y, luego, cuando las iniciativas salían bien, se exportaban a otras regiones y cuando no, se cerraban.

Ese es el gran secreto de China. Desconfíen de quienes hablan del modelo chino. No existe. China es el antimodelo, la apoteosis del pragmatismo. Aprovecha lo que funciona y lo que no funciona lo tira, sea comunista, capitalista o mediopensionista. Su arquitecto no fue Deng Xiaoping. No hubo ningún arquitecto. Fue la obra de millones de personas a las que se dio la oportunidad de buscarse la vida, y no hay fuerza comparable al ingenio humano. Cuando le sueltas las trabas, cuando le das esa libertad a la que se refería el periodista del Economist, encuentra el modo de aprovechar los recursos disponibles para resolver todos los problemas, incluso aquellos que ni siquiera sabíamos que teníamos.

Y el progreso y la riqueza consisten en eso: en usar los recursos que nos rodean de forma cada vez más eficiente. Los hombres primitivos empleaban la arena de sílice para elaborar pigmentos con los que luego dibujaban rudimentarios bisontes en las paredes de sus cavernas. Nosotros hemos aprendido a usar ese mismo silicio para fabricar chips que nos han permitido llegar a la Luna.

Y los chinos, si los dejan, terminarán llegando a Marte. (Foto: Sharizan Manshor, flickr.com)

China, en el centro del debate

Esta semana, 4Asia celebra un encuentro en el que vamos a volver a debatir sobre China, su situación actual, sus últimos cuarenta años de historia, sus avances, sus fortalezas, sus debilidades, y su incuestionable ascenso al protagonismo internacional entre las grandes potencias.

Todo se ha gestado entre los mandatos de Deng Xiao Ping, obligado a ordenar el lado más turbulento del maoísmo con una oleada de pragmatismo sin romper ni con el terror como forma de gobierno ni con las decisiones centralizadas en una economía intervenida, y de Xi Jinping que hereda un sistema en plena expansión económica y una China en plena disposición de disputar el liderazgo a Estados Unidos y hacer sentir sus negocios y su influencia en todo el planeta.

Y en este escenario, el último Ping está en medio de una curiosa situación en la que el renacido proteccionismo de Estados Unidos con Donald Trump al frente permite al líder chino presentarse como líder del libre comercio mientras la mano del Partido Comunista Chino sigue siendo determinante en la economía interior y las fuerzas navales chinas amenazan la libre circulación en el Mar de la China.

Esta es la realidad, y a lo que supone, sus consecuencias y lo que define el escenario internacional vamos a dedicarle unas horas de debate con especialistas de especial relevancia que expondrán las claves de la política exterior china; los avances de la modernidad de corte occidental en una sociedad milenaria; los procesos políticos chinos durante las últimas cuatro décadas, y trataremos de dar respuesta a si China tiene un modelo propio de desarrollo económico o es el resultado de un ejercicio oportunista y autoritario buscando resultados en función de las posibilidades. Será una buena ocasión para encontrarnos e intercambias opiniones.

The pioneer’s dilemma. Miguel Ors Villarejo

Xavier Sala i Martín told me a few years ago that if the Chinese had told him in 1978 that “they thought to start up a capitalist system, but with limited property rights, I would have thrown them out of my office”. At that time began to crystallize what John Williamson, a researcher at the Peterson Institute, baptized later as the Washington Consensus and that, in one of those traditional pendulums of economic theory, postulated the return to the market after the interventionist excesses of Keynesianism. “Stabilizing, privatizing and liberalizing became the mantra of a generation of technocrats,” writes Dani Rodrik.

If one looks at what has happened since then, progress seems undeniable: in the last four decades, poverty has been reduced by 80%, as my colleague Diego Sánchez de la Cruz explains. However, the reasons for this extraordinary progress are far from clear, because by analysing the results country by country one can see that where there has been growth there has not been so much Washington Consensus and where there has been Washington Consensus there has not been so much growth.

The most notorious example is China. Its success, says Rodrik in another work, “raises many questions.” Liberal orthodoxy prescribes poor patients to dismantling of barriers to imports, the full convertibility of the currency and the rule of law but considering this recipe the Chinese have not been able to do worse: they maintained tariffs and monetary controls and its rule of law is manifestly improvable. How have they managed to grow as they have grown?

Normally, capital avidly seeks cheap labour to exploit, but that cheap labour was there before 1978, and continues to be in many other places in Africa and Latin America where, however, no one considers investing a penny. There is no more coward animal than a million dollars and it is not easy to attract it, because being a pioneer involves many uncertainties. It is very well explained by Reginald, a character from Saki: “Do not ever be a pioneer,” he tells his dearest friend. “The first Christian is the one who takes the fattest lion.”

In the same way, the first investor is exposed to losing all his flows. Only when the adventure succeed others will be encouraged, just like those penguins that wait at the edge of the iceberg for someone else to jump to make sure there are no killer whales. Meanwhile, the pioneer’s dilemma works as a powerful disincentive and no one jumps.

How did Beijing solve it? Unwittingly, probably. Western investors had been operating in Hong Kong for decades. Many farmers crossed illegally to the colony looking for opportunities and, tired of arresting them and the bad publicity that this entailed, the officials thought: why don´t we set up factories on this side of the border and avoid leaks? In Hong Kong they were also running out of land and therefore it made perfect sense to set up a special economic zone (SEZ) in Shenzhen, a neighbouring village of 30,000 inhabitants that today exceeds 23 million.

What came next is a combination of improvisation and good luck. Deng Xiaoping would probably have preferred to generalize the reforms to the whole nation, as Boris Yeltsin did in Russia and the IMF’s technocrats defended, but the resistance of the Communist Party forced him to adopt a gradual strategy. He had to be satisfied with promoting more SEZs, to which he conferred enormous autonomy. This lack of coordination made it possible for local authorities to experience initiatives of all kinds: those that worked were exported to other regions and those that didn´t were closed without remorse. In no other society has Schumpeter’s creative destruction been applied so mercilessly. Only the determination of convinced Marxists could bring capitalism to its ultimate consequences.

Although Joshua Cooper Ramo speaks of a Beijing Consensus, few believe that it is a true model. “There was no architect,” says historian Zhang Lifan. From the academic point of view, the economic script of China is full of bizarre twists and I’m not surprised that Sala would throw out of his office anyone who would have tried to tell him. “No way!” (Traducción: Isabel Gacho Carmona)

INTERREGNUM: Xi en España. Fernando Delage

En vísperas de la conmemoración de los 40 años de la puesta en marcha de la política de reformas chinas, y de la adopción de la Constitución española, el presidente de la República Popular, Xi Jinping, visita Madrid. En estas cuatro décadas la posición internacional de ambos países ha cambiado de manera notable; también el alcance de sus relaciones, tanto económicas como políticas. Aunque la asimetría entre las dos naciones condiciona el margen de maniobra español, China no es sólo un asunto bilateral, sino quizá uno de los mejores ejemplos de los desafíos del mundo de la globalización.

Cuando, en diciembre de 1978, la tercera sesión plenaria del XI Comité Central del Partido Comunista decidió abandonar el modelo de planificación de décadas anteriores e integrarse en la economía mundial, Deng Xiaoping sólo quería corregir el retraso que arrastraba China y asegurar la supervivencia del régimen político. Nadie podía imaginar cuáles iban a ser los resultados de ese proceso. Desde 2001 —año en que se adhirió a la Organización Mundial de Comercio (OMC)—, su PIB se ha multiplicado por nueve, el porcentaje que representa de la economía mundial se ha quintuplicado (hasta el 20 por cien), y su renta per cápita ha aumentado ocho veces. En 2009 superó a Alemania como mayor potencia exportadora y, en 2013, a Estados Unidos como mayor potencia comercial. Su producción industrial, equivalente en el año 2000 a la cuarta parte de la de Estados Unidos, superó en 2017 la de Estados Unidos y Japón juntos. En el último lustro, China supuso por sí sola más del 30 por cien del crecimiento global. El gobierno australiano estima que, hacia 2030, la economía china será dos veces mayor que la de Estados Unidos (42 billones de dólares frente a 24 billones de dólares).

La España que visita Xi esta semana es un pequeño país por comparación. Pero eso no significa que no resulte atractivo para los dirigentes chinos. La transición española —de los Pactos de la Moncloa al sistema autonómico— y la internacionalización de nuestras empresas ha atraído desde hace años el interés de los expertos del gigante asiático. La influencia económica y política de España en la Unión Europea y, sobre todo, en América Latina, nos proporciona una influencia superior a la que correspondería a una simple potencia media. Por parte española, nuestras multinacionales aspiran a estar en los proyectos de la Ruta de la Seda, pero el gobierno no puede ignorar las implicaciones políticas de la iniciativa ni las dificultades de acceso al mercado chino. Desconocemos al escribir estas líneas si se firmará un memorando de entendimiento sobre el gran proyecto de Xi, como ya han hecho una docena de Estados miembros de la UE pero han rechazado Francia, Reino Unido o Alemania. El presidente chino nos visita sólo días después de que la Unión haya dado el visto bueno a un mecanismo de supervisión de las inversiones extranjeras en el Viejo Continente, diseñado con China como principal objeto de atención.

Más allá de iniciativas concretas, la visita de Xi debería servir de estímulo para reconocer el déficit de conocimiento y atención sobre China y, en general, sobre la región que se ha convertido en el nuevo centro de gravedad de la economía y política mundial. También resultaría conveniente adaptar las estructuras de la administración española, aún marcadas por un excesivo eurocentrismo y atlantismo. No puede entenderse que Asia, un continente que representa el 60 por cien de la población y más del 40 por cien del PIB global, siga sin contar con una dirección general propia en el ministerio de Asuntos Exteriores, por ejemplo.

Prosperar en el mundo del siglo XXI no depende tan sólo de encontrar nuevas oportunidades exteriores de negocio para nuestras empresas o de un mayor proactivismo diplomático. La tarea es más bien interna: se requiere ante todo contar con una estructura económica que prime la productividad—lo que resulta inseparable de la innovación—, así como un sistema educativo diseñado para una era de competencia internacional. En último término se requiere un Estado estratégico, con capacidad para identificar los intereses nacionales a largo plazo y formular la estrategia que haga posible su consecución. Los líderes chinos saben dónde quieren estar a mediados de siglo. ¿Lo saben los políticos españoles? ¿Los de Occidente en su conjunto? (Foto: Marco Bertazzoni, Flickr.com)