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INTERREGNUM: Año de elecciones. Fernando Delage

La evolución de las relaciones entre China y Estados Unidos continuará siendo en 2024 la principal variable determinante de la dinámica asiática, sin que tampoco deba minusvalorarse el impacto de distintos procesos electorales que se celebrarán a lo largo del año. La voluntad de distensión expresada por los presidentes Biden y Xi en su encuentro de noviembre en San Francisco permitió corregir la espiral de enfrentamiento de los meses anteriores, pero no resolver las divergencias estructurales entre ambos países, algunas de las cuales pueden resurgir en función del resultado de las próximas elecciones en Taiwán. Otros comicios revelarán por su parte el delicado estado de la democracia en Asia.

Los primeros del año serán los de Bangladesh el 7 de enero. Las elecciones se celebrarán en un contexto de movilizaciones contra el gobierno, impulsadas por el principal grupo de la oposición, el Partido Nacionalista. Sus líderes, en su mayor parte exiliados o en prisión, han amenazado con boicotear el proceso si la primera ministra, Sheikh Hasina—en el cargo desde hace 15 años—, no renuncia y cede el poder a un gabinete interino que supervise la convocatoria electoral.

Un mes más tarde—el 8 y el 14 de febrero, respectivamente—serán los dos países con mayor población musulmana, Pakistán e Indonesia, los que celebrarán elecciones. En el caso de Pakistán, se tratará de las primeras convocadas desde la destitución por corrupción del primer ministro Imran Khan en abril de 2022. Aunque en prisión, Khan sigue controlando su partido (el PTI). Su destacada popularidad y el deterioro de la seguridad nacional como consecuencia de diversos ataques de grupos separatistas y radicales en las últimas semanas han llevado a especular, no obstante, sobre un posible retraso de la votación. Este escenario de incertidumbre política, el mayor en décadas, agrava a su vez el riesgo de que el Fondo Monetario Internacional retrase la entrega de su segundo paquete de rescate financiero, previsto para mediados de enero.

En Indonesia, la tercera mayor democracia del mundo, más de 200 millones de votantes elegirán un nuevo Parlamento y un nuevo presidente. Aunque Joko Widodo fracasó en su intento de reformar la Constitución para poder presentarse a un tercer mandato presidencial, declaró su intención de seguir interviniendo en la vida política sobre la base de su extraordinaria popularidad y de su influencia en las instituciones. Widodo aspira por ello a conseguir la elección de un sucesor afín y consolidarse como miembro de la oligarquía indonesia, de la elite política, militar y empresarial que, desde la era Suharto (el yerno de este último, Prabodo Subianto, vicepresidente durante los últimos años, va en cabeza en los sondeos), ha controlado la nación.

En abril y mayo (por el número de votantes, más de 900 millones, la votación se celebra durante varias semanas) será el turno de India. En 2014 el Janata Party liderado por Narendra Modi obtuvo la primera mayoría absoluta en el Parlamento indio en tres décadas; una victoria que revalidó en 2019 y previsiblemente repetirá este año. En sus dos primeros mandatos al frente del gobierno, una diplomacia proactiva dio un mayor estatus internacional a India (su papel como elemento de equilibrio de China es cada vez más importante para Occidente), pero al mismo tiempo Modi promovió un nacionalismo hindú que, además de marginar a 200 millones de musulmanes y 28 millones de cristianos, ha erosionado el sistema democrático. Un nuevo triunfo le permitiría completar la que define como su misión personal.

Con todo, las elecciones que en mayor medida definirán la trayectoria de Asia en2024 serán las de Taiwán dentro de unos días, y las de Estados Unidos en noviembre. A partir del 13 de enero, el nuevo presidente taiwanés se situará en el centro de las tensiones entre China y Estados Unidos. El candidato del Partido Democrático Progresista (PDP), Lai Ching-te, defensor de la autonomía de la isla, es anatema para Pekín, mientras que el líder del Kuomintang, Hou Yu-Ih—sólo ligeramente por detrás de Lai en los sondeos—, propugna la restauración del diálogo con la República Popular. Los taiwaneses, ha advertido China, afrontan “una elección entre la guerra y la paz”. Biden puede encontrarse de este modo ante una grave crisis militar a principios de año; un escenario que—sumado a los conflictos en Ucrania y Oriente Próximo—influirá a su vez en la elección, el 4 de noviembre, del próximo presidente norteamericano.

INTERREGNUM: Rusia pierde fuelle en Asia. Fernando Delage

Aunque Rusia aspira a la consolidación de un bloque no occidental contra el liderazgo norteamericano del orden internacional, uno de los pilares de su estrategia—la diversificación de su influencia en Asia—ha resultado en un claro fracaso. El impacto de la guerra de Ucrania se ha traducido en unas sanciones comerciales y financieras sin precedente, en un notable aislamiento político internacional, y en una huida de capital y talento, que han dañado extraordinariamente una economía, la rusa, cuyas limitaciones ya complicaban la posibilidad de tener un papel de peso en el continente. La ruptura con Japón y Corea del Sur, su apoyo a Corea del Norte y, sobre todo, su creciente subordinación a China, son otros elementos de esa derrota diplomática, visible de manera destacada en la relación con India, uno de sus socios tradicionales.

Aunque el Kremlin critica la consolidación del Diálogo Cuadrilateral de Seguridad (QUAD), el foro informal que agrupa a las principales democracias del Indo-Pacífico (India incluida) frente a las potencias autoritarias revisionistas, por razones históricas y geopolíticas no puede enfrentarse a Delhi, ni tampoco inmiscuirse en la política india de Pekín. Es evidente, sin embargo, que las tensiones entre India y China son la razón fundamental de que Delhi se aleje cada vez más de Moscú para acercarse a Washington como socio más fiable. Sin sacrificar su autonomía, la presión estratégica china le conduce a coordinar su posición con la de los países de Occidente, especialmente con aquellos que más pueden contribuir a su defensa, desarrollo tecnológico y crecimiento económico.

Rusia, en efecto, ya no puede defender de manera eficaz los intereses indios con respecto a la República Popular, como tampoco puede hacerlo en Asia central, otro espacio que justificaba para Delhi los vínculos con Moscú. Es también hacia Pekín donde miran las repúblicas centroasiáticas, con las consiguientes consecuencias para el deterioro de la credibilidad rusa así como para las ambiciones  indias. Sin India, Rusia no podrá por su parte equilibrar a los dos gigantes asiáticos como esperaba para construir una estructura de seguridad regional alternativa a la red de alianzas de Estados Unidos. Su dependencia de China hace de Moscú un socio que ya no puede responder a las necesidades de Delhi.

Rusia no parece reconocer las implicaciones que su enfrentamiento con Occidente, con la guerra de Ucrania como primera causa, están teniendo para su proyección en Asia. Su “pivot” hacia este continente lo es en realidad hacia China, lo que a su vez le creará nuevos dilemas: mientras la política exterior rusa está cada vez más sujeta a Pekín, éste no dudará en subordinar los intereses de Moscú a los suyos cada vez que lo considere necesario. La coincidencia en el objetivo global de erosionar el orden internacional liberal choca con sus respectivas prioridades regionales: Rusia quiere una Asia multipolar; China, un orden sinocéntrico. Las preferencias chinas reducirán, si es que no pondrán fin, a las esperanzas del Kremlin de desempeñar una función significativa. Aislada de Occidente y sin un papel mayor en Asia, ¿dónde quedará el estatus de Rusia como gran potencia?

Kabul y Nueva Delhi se distancian

La ruptura formal y oficial de relaciones diplomáticas entre India y Afganistán es la conclusión por el momento de un largo proceso de desencuentros entre dos países que, a pesar de las apariencias, mantuvieron una sociedad estratégica en los peores momentos de la crisis afgana. Ahora, con los talibán reinstalados en el poder en Kabul y consolidado su poder en medio de la ruina económica y con cada vez más estrechas relaciones con China y Pakistán, India se lo piensa.

India tiene un problema estructural, fundacional, que es el recelo con episódicos estallidos de enorme violencia entre sus comunidades hindúes y musulmana. De este viejo problema surgió la creación de una entidad identitaria, musulmana, que se denominó Pakistán y que ha sostenido varias guerras con India, se disputan la región de Cachemira y ha sido, y es, una base más o menos tolerada de varias facciones del terrorismo islamista. A la vez, Pakistán es hoy aliado de China, que ha protagonizado enfrentamientos militares con India, y que sostienen disputas territoriales en sus límites fronterizos. Una consolidación de los talibán en Kabul, sobre todo su facción más extremista que proviene de Pakistán y que controla los aparatos de seguridad afganos, es un detalle con el que Nueva Delhi tiene una difícil convivencia.

India lleva años consolidando su posición de potencia regional y adaptándose al nuevo escenario geoestratégico. Así, se acerca paso a paso a Occidente sin aflojar del todo sus históricas relaciones con Rusia y observa con suma atención la evolución de las repúblicas centro asiáticas, ex integrantes de la Unión Soviética, donde China va ampliando paso a paso su influencia a costa de una Rusia que pasa por enormes dificultades.

En este escenario, India tiene un papel que jugar y en ese rol está: mejora y modernización de sus fuerzas armadas hasta ahora muy dependientes de tecnología rusa, impulsando un desarrollo económico basado en las nuevas tecnologías y mejorando sus relaciones con EE.UU. a la vez que ampliando su presencia global.

 

INTERREGNUM: El corredor India-Europa. Fernando Delage  

Una de las muchas incertidumbres abiertas por la guerra entre Israel y Hamás se refiere al futuro del corredor económico entre India y Europa a través de Oriente Próximo. Anunciado en la cumbre del G20 celebrada en Delhi el pasado mes de septiembre, esta iniciativa concebida como alternativa a la nueva Ruta de la Seda china contempla una red marítima y ferroviaria que enlazaría India con Emiratos, Arabia Saudí y Jordania, y a estos últimos con el puerto israelí de Haifa, desde donde llegaría a El Pireo en Grecia. Este ambicioso plan de interconectividad, cuyos participantes representan la mitad del PIB global y el 40 por cien de la población del planeta, quedará aplazado sine die por el conflicto en curso. Esas dificultades no eliminan, sin embargo, la dinámica geopolítica que lo inspiró.

Para India, el corredor forma parte de la reorientación de su estrategia hacia Oriente Próximo. Sus beneficios serían múltiples si se tiene en cuenta el tamaño de la diáspora india en la subregión, su dependencia de los recursos energéticos del Golfo, y el potencial inversor de las monarquías árabes. El proyecto le permitiría, además, superar el obstáculo que siempre ha representado Pakistán a la determinación de Delhi de contar con enlaces directos con Oriente Próximo y Europa, a la vez que—además de extender su influencia económica—podría contrarrestar la creciente presencia china en esta parte del mundo.

La iniciativa debía contribuir asimismo a facilitar la normalización de relaciones entre Arabia Saudí e Israel; de ahí el apoyo con que ha contado tanto por parte norteamericana como israelí. Para la administración Biden, la integración de Israel en el plan era una de las piezas para su reconocimiento diplomático por Riad (y para el aislamiento de Irán), mientras que un mayor acercamiento de India a la región también fortalecería la política de contención de Estados Unidos hacia China.  El primer ministro Benjamin Netanyahu calificó por su parte la propuesta como “el mayor proyecto de cooperación” en la historia de su país, y uno de los pilares del esquema de un “nuevo Oriente Próximo” que presentó ante la Asamblea General de la ONU en septiembre.

A los países árabes, el corredor beneficiaría sus intereses nacionales—al permitir la diversificación de sus economías—e internacionales, tanto al promover su proyección exterior y consolidarse como nuevo hub de interconexión, como al ofrecer la oportunidad de multiplicar sus opciones y equilibrar las relaciones con Estados Unidos y con China. Los europeos, por último, podrían ampliar su “Global Gateway” a Oriente Próximo—espacio en el que carecen de logros concretos hasta la fecha—, y reforzar su conectividad con el océano Índico, así como, a través de India, con el Indo-Pacífico. Contarían así con mayores posibilidades para competir con la Ruta de la Seda de Pekín, al tiempo que el crecimiento económico de India repercutiría a favor de su intención de reducir la dependencia de las cadenas de valor chinas.

Esas ventajas coexistían, no obstante, con escollos considerables. Unos tienen que ver con los plazos y los recursos financieros exigidos por un proyecto de tales dimensiones. Los puertos ya existen, pero no las líneas ferroviarias y de carreteras que habría que construir a través de los desiertos de Arabia Saudí y de Emiratos. Otras limitaciones derivan de la ausencia de Turquía (lo que fue denunciado por su presidente, Recep Tayyip Erdogan, en la cumbre del G20), y de Irán (lo que se traducirá quizá en la profundización de sus relaciones con Pekín).

La guerra y sus impredecibles consecuencias se han sobrepuesto desde el 7 de octubre a dichos obstáculos. El plan de acción del corredor que debían discutir las partes a principios de noviembre queda aparcado y, con él, la pretensión de transformar por esta vía la ecuación de poder en Eurasia. Para contener a China y promover el ascenso de India, Occidente necesitará algo más que una red de infraestructuras: toda estrategia que desatienda la causa última de los problemas políticos de Oriente Próximo tendrá un corto recorrido.

INTERREGNUM: De Jakarta a Hanoi, vía Delhi. Fernando Delage

Como cada año por estas fechas se han sucedido en pocos días las cumbres anuales de distintos foros multilaterales, poniéndose de relieve en todas ellas el deterioro del entorno de seguridad y la dinámica de competición en que se ven envueltas las grandes potencias.

Tras el encuentro de los BRICS celebrado en Johannesburgo a finales de agosto—cita en la que el presidente chino logró su objetivo de ampliar el grupo a un total de 11 miembros (cifra que aumentará en años próximos) y presentar a China como líder del Sur Global—, Xi Jinping se ausentó de manera llamativa de las cumbres posteriores, dejando la representación de la República Popular en manos del primer minstro, Li Qiang. Sin conocerse sus motivos, parece innegable, no obstante, que el éxito logrado en Suráfrica no oculta las consecuencias negativas de la asertividad exterior china en Asia.

Apenas unos días antes de las cumbres de ASEAN, de ASEAN+3 y de Asia Oriental en Jakarta, los vecinos de Pekín se encontraron con la publicación de un nuevo mapa oficial que incluye como parte de China territorios en disputa con India, Rusia y Japón, así como la práctica totalidad del mar de China Meridional (el conocido trazado de nueve puntos pasa a tener 10, al extenderse hasta la costa oriental de Taiwán). La “provocación” china, las inmediatas protestas diplomáticas de Vietnam, Malasia y Filipinas, y las divisiones internas entre los Estados miembros sobre Myanmar (que por segundo año consecutivo no fue invitada a la reunión de la ASEAN) marcaron la agenda de las reuniones.

Los encuentros de la organización con sus socios externos en ASEAN+3 y en la cumbre de Asia Oriental se vieron devaluados por su parte por la ausencia de Xi, pero también por la de Biden, quien tampoco estuvo presente en la capital indonesia; un hecho que alimentó una vez más el escepticismo de la región sobre el compromiso de Washington con los países del sureste asiático. Debe destacarse, no obstante que, después de haberse reforzado la alianza con Manila en abril, el presidente norteamericano viajó a Hanoi el 10 de septiembre, tras la cumbre del G20 en Delhi, donde firmó un nuevo acuerdo de asociación estratégica global con Vietnam. Con la previsible adopción de un pacto similar con Kuala Lumpur, la Casa Blanca avanza así en la construcción de una actualizada arquitectura estratégica, de la que ya dio fe la institucionalización el 18 de agosto, en Camp David, de la cooperación trilateral Estados Unidos-Japón-Corea del Sur al más alto nivel; un mecanismo permanente que se añade de este modo al QUAD y al AUKUS.

Los dos días anteriores, en Delhi, Biden confirmó por otra parte la extraordinaria salud de las relaciones de Estados Unidos con India, además de aprovechar la oportunidad del G20 para formular nuevas propuestas que también tienen como objetivo contrarrestar el activismo diplomático chino. Destacó entre ellas la iniciativa, que cuenta con el apoyo de la Unión Europea, para construir nuevas redes de infraestructuras entre India, Oriente Próximo y el Mediterráneo. La ausencia de Xi permitió al primer ministro Narendra Modi, por lo demás, proyectar a India como puente entre Occidente y el Sur Global; una percepción que ha promovido, entre otras iniciativas, al sugerir la incorporación formal de la Unión Africana como miembro del grupo.

Si en Johannesburgo China reforzó su influencia geopolítica mediante la ampliación de los BRICS, no puede decirse, por el contrario, que en el Indo-Pacífico esté logrando la confianza de los Estados vecinos. Es un contexto que facilita los esfuerzos de la administración Biden orientados a modernizar su sistema de alianzas mediante la consolidación de una tupida red de acuerdos bilaterales y trilaterales en la periferia de la República Popular. Si Xi tampoco asiste a la cumbre de APEC en San Francisco, en noviembre, habrá rechazado la última posibilidad de un encuentro directo con su homólogo norteamericano antes de que acabe el año, planteando nuevos interrogantes sobre la dinámica interna china, afectada sin duda por el deterioro de los indicadores económicos y la desconfianza exterior.

India, el aliado deseado

EE,UU, sigue explorando discretamente las posibilidades de estrechar más los lazos con India y convertirlos en pilares de una alianza estratégica en lo que, sumado al Aukus (la alianza entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos) algunos estrategas denominan una OTAN Plus o una OTAN del Pacífico.

Como hemos recordado desde esta publicación, India ha sido una aliada histórica de Rusia y de la URSS, por sus necesidades de equilibrar la influencia de la antigua potencia colonial, el Imperio británico, y por consiguiente de Occidente. Así, sus fuerzas armadas se han organizadas con doctrina, armamento y tecnología rusa. Hay que tener en cuenta que India, además de sus reticencias ante Occidente, tiene otro enemigo histórico, China, con el que ha sostenido varias guerras y escaramuzas y ha perdido territorios en su frontera norte. Pero, sobre todo, China es una muy estrecha aliada del enemigo existencial de India: Pakistán.

Pero el paso del tiempo ha cambiado ese escenario y alumbra uno muy distinto. La URSS no existe, Rusia es más débil, su influencia en Asia Central retrocede a favor de China que ha aumentado su amenaza y Pakistán sigue reclamando territorios indios. En este escenario lleva años abierta la ventana de oportunidad que podría permitir a Occidente recuperar influencia y presencia y, sobre todo, atraerse a un país. India cuyas fuerzas armadas son importantes y cuya situación geopolítica para el control de las rutas marítimas en el Indo Pacífico es vital ante el expansionismo chino.

En este contexto se desarrollan las relaciones EE.UU.-India y el acercamiento a una, al memos, coordinación de esfuerzos militares, comerciales y políticos junto a Australia, Japón, Corea del Sur  y aliados menores junto al Reino Unido y EE.UU. Si junto a esto comienza a producirse una reestructuración de las fuerzas armadas indias  reorientándose a tecnologías occidentales y una homologación de sistemas de armas con la OTAN el horizonte comenzará a despejarse.

Modi visita Washington. Nieves C. Pérez Rodríguez.

Narendra Modi, el primer ministro de la India, estuvo de visita en los Estados Unidos y la Administración Biden desplegó los honores que sólo se le reservan a un aliado estratégico. A pesar de la cuantiosa lluvia en el momento de su aterrizaje, el despliegue en el aeropuerto para darle la bienvenida fue opulento para los estándares estadounidenses, además de que la Casa Blanca se esmeró en organizar una cena de Estado para homenajearlo.

La última visita de Estado en la que Biden ofreció una cena en honor a su invitado fue precisamente la del presidente surcoreano, Yoon Suk Yeol, el pasado abril, otro momento en donde se pude ver la cercanía entre ambas naciones e incluso la complicidad entre ambos lideres.

En esta ocasión el ambiente que se vivió fue similar, la cena ofrecida por la Casa Blanca en honor a Modi en la que el primer ministro indio agradeció el gesto y aprovechó para de derrochar un poco de simpatía, a la que no suele tener a la audiencia acostumbrada, y hasta ofreció el primer brindis por el presidente y la primera dama en un tono especialmente jocoso que mostraba su comodidad en la Casa Blanca. También hizo alguna broma como la que le hizo al mismo presidente Biden en el momento en el que le invita a empezar a cenar, respondiendo que él estaba cumpliendo ayuno durante ese día, lo que dejó una expresión de confusión temporal en Biden pero que segundos más tarde hizo reír a todos los invitados.

De acuerdo con las palabras del propio Modi esta visita ha sido preparada para resaltar los profundos lazos entre ambas naciones:

“Podemos pronunciar los nombres de los demás correctamente. Podemos entendernos mejor el acento del otro. Los niños en la India se disfrazan de Spiderman en Halloween y los jóvenes estadounidenses bailan al ritmo de Naatu Naatu, una conocida canción de una película india”

Curiosamente Modi se ha negado a a usar la lengua inglesa mientras ha estado de visita. Siempre habla hindi, por lo que se necesita traducción simultánea, una muestra más de su nacionalismo y apego a sus costumbres y tradiciones.

Por su parte, la Administración Biden tiene muy claro la importancia de la India en la actual y muy compleja situación internacional. India se ha convertido para Washington en un actor clave que puede equilibrar la región del Indo Pacifico frente a las pretensiones chinas. De manera especial porque India mantiene una gran tensión con China en sus fronteras y en las montañas del himalaya.

Esos litigios pueden contribuir en que India se alinee cada vez con Occidente en contra de China y si eventualmente Taiwán fuera invadida por Beijing, India podría ayudar en blindar sus fronteras con China y en efecto jugar un rol clave.

Además, el Quad o dialogo de seguridad cuadrilateral entre Australia, India, Japón y Estados Unidos toma por tanto una importancia crítica para equilibrar él poder regional, razón por la que algunos expertos lo llaman él OTAN del Pacifico.

En cuanto al aspecto económico de las relaciones bilaterales entre Washington y Deli también comparten lazos importantes y en efecto esta visita ha perfilado un camino a un mayor acercamiento en áreas como la fuerza de trabajo que de acuerdo con el think thank CSIS con cese en Washington en Estados Unidos ya existe un problema de escases de mano de obra cualificada que trabaje en industrias como las de semiconductores, y esa necesidad se incrementara aún más puesto que los estimados proveen que se necesitaran entre unos 70.000 a 90.000 empleados en las manufactureras de Chips que Biden planifica abrir en territorio estadounidenses.

También se ha venido invirtiendo en áreas de investigación científica en la que existen acuerdos bilaterales entre universidades y otros centros incluidos algunos del Estado. Así mismo la cooperación académica es un área fuerte pero que no hace más que aumentar sus lazos bilaterales, pues nuevas universidades de ambos lados del Pacifico han anunciado nuevos acuerdos que movilizaran estudiantes y profesionales.

En pocas palabras Modi y Biden han acordado acuerdos amplios en áreas diversas que generaran más acercamiento y menos dependencia china. Aunque la prensa fue crítica con Biden por recibir con honores a Modi, un líder que  no responde nunca a la prensa en su propio país o que tiene una reputación poco democrática, lo cierto es que él pragmatismo gana y él futuro apremia..

India y la UE con Rusia al fondo

En la reciente cumbre europea de ministros de Asuntos Exteriores de países integrantes de la UE se ha hablado mucho de Ucrania, pero también de India. El motivo: que empresas petroleras y refinadoras de aquel país están haciendo grandes negocios con países europeos revendiendo el petróleo y productos derivados y tratados en India que compran a Rusia a precios muy bajos (por las necesidades rusas de financiar una guerra frente a un bloqueo occidental, al menos oficial).

Obviamente, Europa no puede llevar este asunto a organismos jurídicos internacionales en lo que hace referencia a India, aunque sí tal vez en referencia a algunos países europeos que, habiéndose sumado, oficialmente, a las sanciones y a la decisión de no comprar recursos energéticos a Rusia, lo compran a través de países terceros y no siempre por canales legales . Como ha explicado el responsable de la política exterior de la Unión Europea, Josep Borrell, no hay nada reprochable desde el puto de vista legal a India y a sus empresas, “pero estamos estudiando cómo actuar teniendo en cuenta que, en todo caso, Rusia se ve obligada a vender más barato y obtener menos ingresos”.

Pero el asunto no es de legalidad ni económico, aunque también, sino esencialmente político. India siempre ha sido un aliado de Rusia desde los tiempos en que los imperios inglés y ruso se disputaban su influencia sobre la península del Indostán y toda la región. Mucha tecnología india y sus fuerzas armadas son de sello ruso. Y, aunque desde hace décadas hay un ligero giro indio hacia Occidente por las amenazas chinas y pakistaní y la pérdida de influencia rusa, los lazos co Moscú se mantienen. Por eso, EEUU y la UE quieren aprovechar la coyuntura y propiciar un mayor alejamiento indio respecto a Rusia y para que gane protagonismo frente a China.

En todo caso, India está en buena posición para empujar a Rusia hacia una aceptación de negociar la paz, aunque sea Turquía la que está consiguiendo algunos acuerdos parciales y China la gran propagandista de su papel de mediación aunque de momento sin grandes avances.

En ese entramado, la UE quiere jugar un papel sin alterar mucho el escenario. La UE no tiene, ni ha querido tener, durante decenios la fuerza ni la estrategia necesaria para jugar un papel propio y el aumento de la importancia de EEUU, de nuevo, en el escenario internacional, parece dar alergia a algunos países europeos instalados entre la soberbia y el desconocimiento, tal vez voluntario, de su propia historia.

Estos son los límites europeos que pivotan en la redefinición de las relaciones geoestratégicas con India, un país en crecimiento, en una posición geográfica muy importante frente al expansionismo de la influencia china, cn unas fuerzas armadas nada despreciables y en una región de creciente expansión.

INTERREGNUM: Poder e influencia en Asia. Fernando Delage

Como cada año por estas fechas, el Lowy Institute, el conocido think tank australiano con sede en Sidney, ha publicado una nueva edición del “Asia Power Index”; un estudio que, mediante el examen comparativo de 133 indicadores en 26 naciones, evalúa los cambios que se van produciendo en la distribución de poder en el continente. Aunque en los resultados de la entrega de 2023 todavía pesan los efectos de la pandemia, las conclusiones deparan algunas sorpresas de interés.

La más significativa es quizá la relativa al parón del ascenso internacional de la República Popular China. En coincidencia con otros análisis que han venido publicándose durante los últimos meses, los datos recogidos por el informe rechazan, en efecto, la posibilidad de un “siglo chino”. No sólo se considera improbable que el PIB de China pueda alcanzar al de Estados Unidos hacia finales de esta década como proyectaban estimaciones anteriores, sino que, incluso, si lo lograra más adelante, su estatus tampoco sería comparable al disfrutado por Estados Unidos tras el fin de la Guerra Fría.

El escepticismo sobre las posibilidades chinas deriva de los malos resultados económicos obtenidos en 2022—en particular de la drástica caída de la inversión extranjera en China y la de ésta en el exterior—, así como del completo aislamiento que ha sufrido el país por el covid,  una medida que contrajo su conectividad con los Estados de la región. El desarrollo de sus capacidades militares se mantuvo, no obstante, al alza. Y, como matiza el Índice, aunque su poder militar siga estando por debajo del de Estados Unidos, supera cada vez en mayor medida al de sus vecinos.

Por este motivo, y puesto que el Índice mantiene en cualquier caso que no hay marcha atrás con respecto al fin de la hegemonía norteamericano, podría pensarse que el escenario alternativo al liderazgo chino sería un Indo-Pacífico multipolar, apoyado en una fórmula de equilibrio de poder entre varias grandes potencias. El estudio no encuentra evidencias, sin embargo, a ese respecto. Lo que observa es un significativo desfase entre el poder de China y el de Japón e India, ambos a la baja en sus respectivos indicadores. Por la misma razón, y en contra de opiniones muy extendidas (incluidas las de Pekín), tampoco se considera que la región se esté dividiendo en dos grandes bloques geopolíticos. Sin negar la división entre unos y otros Estados, lo que revela la compleja red de interacciones económicas, diplomáticas y de defensa entre ellos es la intención compartida de navegar de manera simultánea entre Washington y Pekín.

El papel desempeñado por los Estados intermedios es así otra de las más importantes lecciones del informe. A falta, por lo demás, de un claro consenso, actúan—como ha dicho el ministro indio de Relaciones Exteriores, Subrahmanyam  Jaishankar—en una especie de bazar; es decir, en un sistema definido por un importante número de actores, con patrones cruzados de interacción, y con una significativa volatilidad. Si quieren evitar tener que elegir entre una u otra gran potencia, lo que les une es la voluntad de asegurar—además de su respectiva soberanía nacional—la estabilidad y prosperidad de la región en su conjunto.

En último término, el Índice muestra los altibajos en la posición relativa de Estados Unidos y China en la región, pero subraya igualmente la importancia del ecosistema regional y de los movimientos de terceros actores. Si ni Estados Unidos ni China pueden establecer su primacía, las acciones de medianos y pequeños países no sólo condicionan las decisiones de los dos gigantes, sino que determinan en buena medida la naturaleza del orden asiático. Si éste continúa definiéndose como un conjunto desordenado de coaliciones varias, o bien puede catalizar en la formación de un concierto multipolar institucionalizado, es una pregunta que seguirá sin respuesta a medio plazo.

INTERREGNUM: ¿El año de India? Fernando Delage

La próxima primavera India se convertirá en el país más poblado del planeta; un hecho cargado de simbolismo, que coincide con su presidencia—este año—del G20. Superar demográficamente a China no implica, naturalmente, que India vaya a superar el PIB de la República Popular ni alcanzar sus capacidades militares. Una notable asimetría de poder continuará definiendo la relación entre ambos vecinos. Sin embargo, la previsible consolidación del ascenso indio—proceso en el que 2023 puede resultar decisivo—es pareja a un cambio de ciclo en China, donde la desaceleración económica, los efectos de la política de covid cero y el enfrentamiento con Occidente y otras naciones asiáticas pueden marcar el fin de una época.

India se encuentra en una encrucijada, a un mismo tiempo interna y externa. Desde que el Bharatiya Janata Party ganara las elecciones de 2014 bajo el liderazgo de Narendra Modi—primera vez que un partido conseguía una mayoría absoluta en 30 años (y resultado que fue revalidado en 2019)—, el país ha registrado una alta tasa de crecimiento y ha mostrado una mayor confianza en sí mismo, abandonando toda percepción de inferioridad y adquiriendo un nuevo perfil global. Internamente, la combinación de nacionalismo e hinduismo promovidos por Modi ha debilitado la democracia y el secularismo que definieron la república tras la independencia. El tratamiento desigual de los musulmanes, la interferencia en el poder judicial o la persecución de los medios de comunicación independientes constituyen una preocupante regresión política. Es un hecho que, sin embargo, no parece alterar la trayectoria ascendente de la nación.

Circunstancias imprevistas, como la pandemia y la guerra de Ucrania, han favorecido a India. Lo han hecho, en primer lugar, en el terreno económico. El imperativo para muchas multinacionales de reducir su dependencia de China y diversificar inversiones y cadenas de suministro, les ha conducido a India, cuyo mercado—por su enorme tamaño—se encuentra a salvo de posibles turbulencias económicas. El empuje de su crecimiento hará de India, según indican las estimaciones de distintos organismos, la tercera economía mundial—tras Estados Unidos y China—hacia 2030.

También el escenario geopolítico ofrece, en segundo lugar, una oportunidad para que India amplíe su margen de maniobra diplomático, principal objetivo de su política exterior. El gobierno de Modi ha asumido sin ningún tipo de complejos el acercamiento a Estados Unidos que reclaman sus objetivos de seguridad, coincidente a su vez con el interés de Washington (como de Tokio y Canberra, entre otros) por asociarse con India como instrumento de contraequilibrio de Pekín. Se trata de toda una revolución diplomática, dado el peso de la tradición nehruviana de no alineamiento. Pero ocurre que el mundo ha dejado de estar liderado por Occidente. La división global sobre las sanciones a imponer a Rusia por la invasión de Ucrania volvió a constatar esa realidad; una circunstancia que proporciona a India la ocasión para situarse como árbitro entre Asia y las democracias occidentales, así como entre el hemisferio norte y los países emergentes.

Delhi ni siquiera tiene que improvisar. Durante los últimos años ha venido demostrando su activismo hacia distintos espacios regionales (a través de su “Act East Policy” hacia Asia oriental, la “Connect Central Asia Policy” hacia las repúblicas centroasiáticas, o la aproximación a su vecindad—la denominada “Neighborhood First Policy”—, entre otros instrumentos), como lo ha hecho igualmente hacia los foros multilaterales: de los BRICS a la Organización de Cooperación de Shanghai, del G20 al Quad. Simultáneamente, el ministro de Relaciones Exteriores, Subrahmanyam Jaishankar, ha articulado un discurso que rompe moldes e impulsa en sus propios términos (no siempre comprendidos en Occidente), la gradual emergencia de esta nueva potencia central.