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INTERREGNUM: AUKUS: más preguntas que respuestas. Fernando Delage

La semana pasada los líderes de Estados Unidos, Reino Unido y Australia se reunieron en California para desvelar algunos detalles del pacto anunciado por los tres gobiernos en septiembre de 2021. De conformidad con el acuerdo, conocido como AUKUS, se dotará a Australia con al menos ocho submarinos de propulsión nuclear con el fin de reforzar las capacidades de disuasión frente a las ambiciones de dominio marítimo por parte de China. Estados Unidos y Reino Unido extenderán así su compromiso con la seguridad del Indo-Pacífico, y Australia dispondrá de tecnología (pero no de armamento) nuclear. Aunque la señal política que se lanza a China es clara, el acuerdo plantea no pocas dudas.

Un primer interrogante tiene que ver con el calendario. Los primeros submarinos no estarán en manos australianas hasta principios de los años cuarenta. Para evitar ese desfase, como solución interina Washington y Londres desplegarán hasta cinco de sus submarinos en el Pacífico de manera rotatoria a partir de 2027. A principios de la década de los treinta —y siempre que el Congreso de Estados Unidos lo apruebe—, Canberra comprará a Washington tres submarinos de la clase Virgina, con la opción de adquirir dos más, hasta que se produzcan las unidades finales previstas en el pacto. Ha sorprendido a los analistas que la Casa Blanca haya dado su visto bueno a la propuesta cuando “alquilar” submarinos nucleares es un hecho sin apenas precedente, y la armada norteamericana tiene dificultades para ampliar sus propias unidades. Por otra parte, aunque se creía que el futuro submarino estaría basado en el Virgina, se anunció que el modelo de referencia será el futuro submarino de ataque que fabricará Reino Unido.

Entretanto, la operación le supondrá a Australia un desembolso de 368.000 millones de dólares, además del reto de formación del personal necesario. No cabe descartar tampoco que los avances tecnológicos que se produzcan en este tiempo—drones submarinos, mejoras en tecnología de satélites, etc—hagan obsoletos estos submarinos incluso antes de su lanzamiento. Estas circunstancias explican que, pese a la importancia del acuerdo (es la primera vez que Estados Unidos comparte su tecnología nuclear para este tipo de submarinos desde que lo hiciera con Reino Unido en 1958), se hayan multiplicado las críticas, y no sólo porque puede contribuir a aumentar las tensiones con China. Algunos medios norteamericanos se oponen a la cesión de los secretos tecnológicos del país, mientras que expertos británicos creen que supone una distracción de recursos cuando se afronta la amenaza rusa. El líder de los laboristas, Keir Starmer, en cabeza en los sondeos de cara a las próximas elecciones, ha subrayado igualmente que la seguridad en Europa debe ser la prioridad.

Los especialistas australianos se preguntan por su parte si su gobierno ha valorado realmente todas las implicaciones. En el Saturday Paper, Hugh White, uno de los más respetados analistas del país, llamaba la atención sobre el hecho de que Australia va a comprar y operar no una sino dos distintas clases de submarinos nucleares hasta los años cuarenta con el consiguiente riesgo de que se produzcan disfunciones, y sin que siquiera esté demostrada una eficacia mayor que la de los submarinos convencionales. Por el precio de los ocho nucleares podría construirse una flota con cincuenta de estos últimos.

Quizá por todo ello, el verdadero significado de AUKUS se encuentra, más que en los submarinos, en un segundo pilar del acuerdo: en la integración tecnológica y en la profundización de la coordinación estratégica entre las tres naciones; una colaboración que podría extenderse en el futuro a la inteligencia artificial, los sistemas cuánticos y los misiles hipersónicos. Son aspectos, sin embargo, aún por elaborar.

Tokio y Washington más amigos que nunca. Nieves C. Pérez Rodríguez

La visita del primer ministro japonés, Fumio Kishida, junto con altos funcionarios de su gobierno a Washington la semana pasada, a menos de un mes del anuncio hecho por Tokio de su nueva Estrategia de Seguridad Nacional, prueba el nivel de alerta en materia de seguridad  en la que se encuentra Japón en su entorno, con una Corea del Norte que se ha empecinado en desarrollarse nuclearmente como una vía de supervivencia probando misiles cada pocos días, con un Taiwán amenazada con perder su autonomía y libertades y una China cada más poderosa militarmente cuya expansión en cuanto a territorio y valores representa el mayor de los riesgo para la región y el mundo.

El equilibrio de poderes a nivel global está en entredicho. La seguridad y la paz internacional se han visto violentadas con hechos como la invasión rusa a Ucrania que ha despertado a muchos románticos que cosecharon la esperanza de una Rusia más civilizada y en mayor consonancia con los valores democráticos. La cercanía de Beijing y Moscú justo en medio del padecimiento de Europa en territorio propio de una guerra y las consecuencias de esta ha revivido la posibilidad de una guerra a mayor escala y ha acelerado acercamientos pragmáticos.

En este sentido, la visita de las autoridades japonesa a Estados Unidos sirvió para mucho más que apretones de manos y fotos, pues hubo anuncio de acuerdos estratégicos. En cuanto al encuentro en materia de seguridad llamado 2+2 entre el secretario de Estado y su homólogo japonés y el ministro de Defensa nipón y el secretario de Defensa se acordó fortalecer la cooperación bilateral para un uso efectivo de las capacidades de contraataque de Japón. Por lo que los japoneses están duplicando su gasto de Defensa en los próximos cuatro años y reforzando su armamento para tener capacidad de alcanzar bases enemigas. El paraguas nuclear estadounidense que protege a Japón se expandirá también al espacio para incluir satélites nipones, lo que es otro reflejo del profundo nivel de cooperación que ha alcanzado esta alianza bilateral.

El secretario de Defensa estadounidense anunció que los marinos designados en Okinawa, en la parte más al sur de las islas japonesas cercanas a Taiwán, contarán con más capacitación y rapidez de reacción ante una potencial crisis. Mientras se van preparando para responder frente a un ataque real, de momento sirve como un efecto disuasorio para minimizar las provocaciones de Beijing que cada vez son más constantes. También se informó que Tokio se equipará con misiles de largo alcance. Todo esto mientras los aliados intentan navegar los avances tecnológicos chinos que representan per se otro grandísimo riesgo.

Tokio ya contaba con una Estrategia de Seguridad Nacional elaborada en el año 2013 pero este nuevo relanzamiento se debe a que “la comunidad internacional ha pasado por cambios rápidos, sobre todo el centro de gravedad del poder global que se traslada a la región del Indo- Pacífico”. Y continúa el documento oficial “es probable que estos cambios continúen a mediano o largo plazo y acarreen consecuencias históricas que transformarán la naturaleza de la comunidad internacional”.

De igual forma, la estrategia explica como los dominios cibernéticos, marítimos, espaciales y electromagnéticos muestran más riesgos para el libre acceso. En particular la amenaza de los ciberataques que es cada vez mayor pues se han venido utilizando para inhabilitar o destruir infraestructuras, interferir en elecciones extranjeras, exigir rescates y robar información confidencial, siendo en muchos casos patrocinados por Estados. Por lo que predicen que las guerras futuras serán híbridas, en las que se combinen medios militares y no militares, haciendo uso de la desinformación mediática generando por tanto confusión antes de un ataque armado.

Tanto para Japón como para Estados Unidos la región del Indo-Pacífico es el núcleo de la actividad global y hogar de más de la mitad de la población del planeta. Su dinamismo económico por tanto es inmenso, por ser la intersección del Pacífico y el Índico, ambos océanos son motores de crecimiento mundial. Y además la región tiene también el reto de contar con Estados con grandes capacidades militares, armas nucleares y valores humanos opuestos a lo establecido por el derecho internacional que representan un gran riesgo para el bienestar del mundo.

China es, sin lugar a duda, la mayor de todas las amenazas, razón por la que el QUAD (Estados Unidos, India, Australia y Japón) aunque cuenta con más de 15 años de creado, ha sido reforzado por la Administración de Biden, mientras crearon el AUKUS a finales del 2021 en busca de fortalecer y dotar de capacidad y respaldo a Australia y reforzar la cooperación en tecnología avanzada de defensa, como inteligencia artificial y vigilancia de larga distancia. Por lo que ambas organizaciones junto con la cercanía de la relación bilateral nipón-americana vienen a robustecer aún más la defensa del estado de derecho y el desequilibrio en la región del Indo- Pacífico.

Biden dijo en febrero del 2021 que “las alianzas de Estados Unidos son nuestro mayor activo y liderar con diplomacia significa estar hombre con hombro con nuestros aliados y socios claves”. El siglo XXI ha mostrado nuevas retos y amenazas, el progreso tecnológico y la globalización unieron y ayudaron tremendamente al mundo en el siglo XX, pero hoy es el detonante de la división que estamos viviendo y la razón de los nuevos equilibrios de poder global que están marcando el curso de la historia.

THE ASIAN DOOR: Filipinas, bisagra geopolítica del Pacífico. Águeda Parra

La geopolítica del gasto en infraestructuras ha pasado a formar parte del soft power de las grandes potencias que buscan afianzar su posicionamiento internacional mientras estrechan los vínculos de cooperación con países cuyo déficit en infraestructuras se ha ido acrecentando en las últimas décadas. La iniciativa china de la nueva Ruta de la Seda, pero también la versión europea Global Gateway y la apuesta estadounidense Build Back Better, representan una nueva era en el despliegue de diplomacia global.

El gasto en desarrollo de infraestructuras ha sido una de las principales palancas de China para desplegar influencia en la región del Indo-Pacífico. El buque insignia del puerto de Gwadar en Pakistán, los gaseoductos y oleoductos que atraviesan Myanmar hasta conectar con el suroeste de China, y la conexión ferroviaria en alta velocidad con Laos son algunos de los grandes proyectos promovidos por la geopolítica del gasto en infraestructuras en los últimos años. En la última década, muchos países de la región se han incorporado al esquema de la nueva Ruta de la Seda buscando impulsar su desarrollo económico e integración regional. Éste es el caso también de Filipinas, que busca dar respuesta a la grave crisis de infraestructuras públicas y cortes de energía que padece el país.

Ferdinand Marcos Jr. ha elegido Pekín como el primer viaje fuera del Sudeste Asiático desde que se convirtiera en presidente del país el pasado mes de junio, buscando mantener las buenas relaciones entre Pekín y Manila que ya iniciara su predecesor Rodrigo Duterte. A pesar de que Filipinas registró uno de los mayores crecimientos económicos de la región, alcanzando un crecimiento del 6,7% del PIB, con una previsión para 2023 que se sitúa en el 5% del PIB, la falta de disponibilidad de recursos energéticos requiere de una importante búsqueda de nueva inversión extranjera que financie el programa económico del nuevo presidente.

Acelerar el desarrollo de infraestructuras es una necesidad ampliamente compartida en una región que alcanza un déficit de gasto anual de 459.000 millones de dólares, según el Banco Asiático de Desarrollo, de los cuales 11.000 millones de dólares corresponderían a las necesidades de gasto anual en infraestructuras que necesita Filipinas. De ahí, que la grave crisis de infraestructuras públicas que padece Filipinas se haya convertido en el gran desafío del país para seguir impulsando desarrollo económico.

Conectividad de infraestructuras y generación de energía son, por tanto, una parte de las grandes demandas de inversión extranjera que el presidente Marcos ha abordado en su reunión con Xi durante su viaje a Pekín a principios de año. Una visita que tiene la doble intención de mejorar las relaciones bilaterales después de la cancelación de tres importantes proyectos chinos por falta de financiación ordenados por el presidente filipino al iniciar su mandato.

La visita ha concluido con la firma de 14 acuerdos de cooperación que suponen el compromiso de inversión china por valor de 22.800 millones de dólares y que permitirán reducir la tensión por las reivindicaciones territoriales entre Pekín y Manila en el Mar del Sur de China, para lo cual se creará además un canal de comunicación directo para gestionar la disputa de forma pacífica.

En esta nueva fase de crear oportunidades de paz y desarrollo entre ambos países, la visita también ha propiciado la reapertura del diálogo para explorar conjuntamente la cuenca marítima en busca de petróleo y gas para así poder explotar los recursos energéticos de la región para beneficio de ambas economías. Todo ello en un escenario de cooperación activo de Filipinas con Washington para la construcción de cinco nuevos puestos militares en el Estrecho de Luzón que separa Filipinas de Taiwán, un enclave estratégico ante un eventual conflicto en la zona, y que remarca el perfil de Filipinas como socio de las dos mayores potencias de la región en el momento de mayor rivalidad geopolítica.

 

INTERREGNUM: Reajustes indios. Fernando Delage

Con la atención puesta en la reunión en Bali entre el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y su homólogo chino, Xi Jinping, pasó prácticamente inadvertida la ausencia de un encuentro bilateral entre Xi y el primer ministro indio, Narendra Modi, como había sido la norma en cumbres anteriores del G20. Ambos líderes se evitaron igualmente cuando coincidieron, en septiembre, en la cumbre anual de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS). Por otra parte, si en su día llamó la atención que India se abstuviera en la condena a la invasión rusa de Ucrania, Modi facilitó la adopción de la declaración conjunta que, al concluir la reunión del G20, denunció el comportamiento de Moscú. ¿Cabe concluir que India está recalibrando sus relaciones con ambas potencias?

El último encuentro bilateral entre Modi y Xi fue el celebrado en noviembre de 2019 en Brasil, durante la cumbre de los BRICS. Desde el enfrentamiento fronterizo en Ladakh, en junio de 2020, en el que murieron veinte soldados indios y un número desconocido de tropas chinas, la desconfianza se ha agravado entre los dos gobiernos. La falta de contactos al más alto nivel—repetida en otros foros—es una ilustración de que las relaciones sino-indias se encuentran en su peor momento desde la guerra de 1962. El choque de 2020 ha consolidado además la percepción de la comunidad estratégica india de que China es una grave amenaza para la seguridad nacional.

La política exterior india ha girado en consecuencia, y una restauración del statu quo anterior parece improbable. Delhi ha optado por aproximarse a aquellos países que pueden ayudarle a fortalecer su posición frente a la República Popular, tanto en el terreno económico como en el militar. Sin renunciar al discurso de autonomía estratégica—pilar central de su cultura de defensa—, India está hoy mucho más dispuesta a alinearse con otras naciones, Estados Unidos en particular, sin temer como en otras épocas la posible reacción de Pekín.

Si el comportamiento chino ha conducido a India a reconsiderar la siempre delicada cuestión de las alianzas, la guerra de Ucrania ha traído consigo complicaciones añadidas. Era también cuestión de tiempo que el conflicto se tradujera en una gradual separación india de Rusia, otro hecho que acerca igualmente a Delhi a Washington y sus aliados. La razón fundamental de sus divergencias estriba en la transformación del escenario geopolítico: los vínculos de Rusia con China se han estrechado justamente cuando la relación de India con la República Popular ha empeorado. La cercanía entre Pekín y Moscú hará tarde o temprano que el primero presione a la segunda para diluir su tradicional apoyo a Delhi, especialmente si ésta consolida su asociación con Washington. Por otra parte, desde la perspectiva india, tampoco representa una ventaja para sus intereses contar con una Rusia debilitada como contrapeso de una China más fortalecida (socia, además, de Pakistán y empeñada en proyectar su influencia en Asia meridional). La guerra de Ucrania ha precipitado así este proceso de reajuste, que obliga a abandonar la habitual inclinación india a mantenerse al margen de las maniobras geopolíticas globales.

En un mundo ideal, India querría tener de su lado a Occidente y a Rusia. Pero el desarrollo de los acontecimientos en Ucrania y la actitud de Pekín lo hacen imposible. Delhi tendrá que acostumbrarse a gestionar este tipo de contradicciones, especialmente al asumir durante un año la presidencia de la OCS (desde septiembre), y la del G20, desde esta misma semana.

Kamala Harris en Asia II, Nieves C. Pérez Rodríguez

La visita de cuatro días de la vicepresidenta estadounidense a Asia ha dejado sentada una vez más la línea central de la política exterior de los Estados Unidos, su visión y prioridades, así como el fortalecimiento de la alianza con Japón, que es clave para cumplir el proyecto de seguridad de Washington, tal y como lo afirmó la misma Harris. Y con Corea del Norte para garantizar la paz en la península.

Como adelantó por la Casa Blanca, la gira tenía un triple propósito. Primero honrar la memoria y el legado de Abe y a su vez mandaba al pueblo japonés un fuerte mensaje del compromiso de Washington, aun cuando la organización del funeral de Estado estuvo envuelta de polémica y cierta oposición doméstica. En segundo lugar, reafirmar la presencia de Estados Unidos a sus aliados en un entorno de seguridad cada vez más complejo. Y el tercero, profundizar el compromiso de Washington con la región del Indo-Pacífico.

Un artículo del Washington Post de Cleve R. Woortson Jr. Y Michelle Ye Hee Lee hizo un curioso análisis sobre el rol de Harris en la visita para resaltar el rol de la mujer y cómo aprovechó la oportunidad en dos sociedades fuertemente contraladas por hombres para en dar un mensaje que invita al cambio con comentarios como “cuando las mujeres tienen éxito, toda la sociedad tiene éxito” o “la medida real del estado de una democracia se mide por la fuerza y la posición de las mujeres” o para “fortalecer la democracia debemos prestar atención a la equidad de género y trabajar duro para mejorar la condición de la mujer en todos los sentidos”.

La visita dejó imágenes de encuentros repletos de hombres y Harris como única líder, desde el funeral de Abe, en la que se reportaba que las filas de hombres en los lavabos eran inusualmente largas, mientras que en los de mujeres estaban vacíos debido al numeroso número de caballeros.  Hasta comentarios como que ella portaba trajes casi idénticos a los de los hombres con los que se sentó a conversar.

Lo cierto es que muchos de esos hombres estaban encantados de tener la oportunidad de sentarse hablar con la segunda al mando en la Casa Blanca y aprovechar para transmitirle sus problemas de seguridad, sus dificultades en mantener los valores democráticos en la región e intentar conseguir más concesiones económicas, tal y como lo hicieron las empresas japonesas de la industria de semiconductores con las que negociaron sobre los chips y que pidieron que fuera reconsiderado el proyecto de ley en ciencia recién convertido en ley en Washington, para que no extiendan los beneficios de la ley hasta ellos.

La segunda parte fue en Corea del Sur, donde además de reunirse con el presidente Yoon Suk Yeol visitó la Zona de desmilitarización fronteriza que divide a las dos Coreas, Hanbando Bimujang Jidae, que se ha convertido en parte obligada e icónica de las visitas oficiales. Y la respuesta de Pyongyang a visitas oficiales también se ha convertido en una especie de práctica habitual en la que corresponden con alguna detonación que demuestre que no están tan complacidos con la llegada.

En su conocido esfuerzo por hacerse sentir, Pyongyang exhibió su arsenal con tres rondas de lanzamiento de misiles la semana de la visita, lo que es un exceso hasta para los norcoreanos pero que entra en la lógica de mantener el pulso con Washington.

Cuando aún Harris se encontraba en Japón, el ejército japonés detectó que Corea del Norte había disparado dos misiles balísticos de corto alcance el miércoles, y lo volvieron hacer antes de que saliera hacia Washington el domingo. Y nuevamente dos más fueron lanzados al mar a pocas horas de haberse marchado de Seúl.

En este sentido, Victor Cha, ex asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca y profesor de la Universidad de Georgetown, aseguró en una entrevista a principios de esta semana que Corea del Norte está lista para realizar su séptima prueba nuclear. En consecuencia, anticipa sanciones adicionales lideradas por EE.UU. y Japón, así como más movimientos de activos militares estadounidenses a la península de Corea después de la prueba.

Cha sostiene que el cambio reciente en la estrategia de Pyongyang, es decir repensar el “NFU o No First Use” de armas nucleares, posiblemente se deba a las lecciones aprendidas de la invasión rusa de Ucrania.

Se espera que la visita de Harris suavice las tensas relaciones entre Japón y Corea del Sur y que, además de generar un acercamiento entre ambas naciones, al final se consiga una cooperación trilateral entre Tokio, Seúl y Washington que es la vía que visualiza la Casa Blanca para mantener el estatus de Taiwán, la libertad de navegación de los mares y la seguridad en el Indo-pacífico.

THE ASIAN DOOR: El Indo-Pacífico y los chips en un mundo en transición. Águeda Parra

El Indo-Pacífico se ha configurado como el centro de la geopolítica mundial, acaparando una mayor atención en el caso de la geopolítica de la tecnología. El comentario del presidente Biden en su primer viaje por Asia así lo adelantaba, al afirmar que “El futuro de la economía del siglo XXI se escribirá en gran medida en el Indo-Pacífico”, poniendo foco sobre un fenómeno que ya venía desarrollándose hace tiempo pero que la coyuntura internacional actual ha hecho más evidente.

La región es un hub global que se está beneficiando de que el centro de gravedad de la economía mundial se está desplazando hacia el este. Estos países disfrutan además de una importante integración comercial regional, gracias a haber desarrollado el mayor acuerdo de libre comercio del mundo, conocido como RCEP (en sus siglas en inglés), que entró en vigor a principios de este año y con el que los países del Indo-Pacífico aglutinan un volumen mayor de comercio entre sí que el que generan conjuntamente con Estados Unidos y Europa. Ésa es la dimensión.

Desde el punto de vista comercial, el Indo-Pacífico va a plantear el reto geopolítico de incorporar la región como destino en el radar de exportación para seguir manteniendo competitividad internacional, dado su amplio potencial económico y comercial. Las altas tasas de penetración de Internet, y el elevando uso de las redes sociales, medio esencial para realizar un buen posicionamiento de marca, son algunos de los alicientes digitales que ofrece la región. Sin embargo, el principal atractivo reside en la velocidad de crecimiento de la clase media que registra la zona, con una proyección de que genere hasta el 88% de la nueva clase media mundial.

Asimismo, como epicentro de la geopolítica mundial, el indo-Pacífico va a ser testigo de cómo la geopolítica de la tecnología va a reconfigurar las dinámicas de crecimiento globales, poniendo el foco, principalmente, en el potencial de la región en manufactura e innovación de chips.

Los chips están en todos los dispositivos electrónicos, con mayor o menor complejidad, y presentes en todas las industrias. Y la disponibilidad, o más bien, la falta de disponibilidad de chips, que se ha hecho evidente durante la pandemia, ha mostrado el rol central que desempeñan los semiconductores en el desarrollo de la economía digital, así como la gran fragilidad de las cadenas de suministro.

China lleva años invirtiendo para alcanzar la autosuficiencia tecnológica y esto ha supuesto que sobrepasara a Estados Unidos en inversión en chips en 2018, y que haya sido seis veces mayor en 2021. Esto muestra que la rivalidad tecnológica entre Estados Unidos y China ya ha entrado en una etapa decisiva.

De ahí, que un buen posicionamiento en las cadenas de valor tecnológico sea la mejor estrategia para construir ventaja competitiva. Por ello, las grandes potencias innovadoras son cada vez más conscientes de que para mantener una importante posición competitiva ya no solamente es suficiente ser referente en innovación, sino que también va a ser necesario adquirir, o mejorar, la capacidad de manufactura de chips.

Entre las potencias innovadoras, Europa ya es plenamente consciente de que solamente con una mayor autosuficiencia tecnológica es posible mantener ventajas competitivas históricas e impulsar la transformación digital. Una rápida adopción del 5G, al ritmo al que se está produciendo en Corea del Sur y China, permitiría a Europa consolidarse como polo tecnológico y hub global, tanto en diseño como en manufactura tecnológica.

 

 

INTERREGNUM: Iniciativas en competencia. Fernando Delage

Durante los últimos días se ha puesto una vez más de relieve cómo Estados Unidos y China están definiéndose con respecto al otro, y cómo cada uno está construyendo su respectiva coalición en torno a concepciones alternativas del orden internacional.

Tras la presentación, en semanas anteriores, de las orientaciones estratégicas y económicas sobre el Indo-Pacífico, faltaba la anunciada revisión de la política hacia China, finalmente objeto de una intervención del secretario de Estado, Antony Blinken, el 26 de mayo en la Universidad George Washington. Tras definir a la República Popular como “el más grave desafío a largo plazo al orden internacional”, Blinken indicó que “China es el único país que cuenta tanto con la intención de reconfigurar el orden internacional como, cada vez más, con el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para hacerlo”. China “se ha vuelto más represiva en el interior y más agresiva en el exterior”, dijo el secretario de Estado, quien también reconoció que poco puede hacer Estados Unidos de manera directa para corregir su comportamiento.

La solución que propone la administración Biden se concentra en esta frase: “Configuraremos el entorno estratégico de Pekín para hacer avanzar nuestra visión de un sistema internacional abierto e inclusivo”. Pero se trata de una fórmula muy parecida a la empleada en su día por el presidente Obama o, antes incluso, por los asesores de George W. Bush antes de su toma de posesión (y, por tanto, antes de que el 11-S aparcara a China como prioridad). Si hay un cambio significativo es, sobre todo, con respecto a Taiwán, como anticipó el propio Biden—supuestamente en forma de error—sólo un par de días antes.

En respuesta a una pregunta que se le hizo durante la conferencia de prensa con la que concluyó su viaje oficial a Japón, el presidente vino a decir que, en el caso de una invasión china de Taiwán, Estados Unidos recurriría a la fuerza militar. Con sus palabras, Biden parecía abandonar la política de “ambigüedad estratégica”—recogida en la Ley de Relaciones con Taiwán de 1979—, conforme a la cual Washington está obligado a proporcionar a la isla las capacidades para defenderse, pero en ningún caso existe un compromiso explícito de intervención militar.

Era la tercera vez que Biden decía algo así, y por tercera vez su administración desmintió que se tratara de un cambio de posición. Blinken tuvo que reiterar que Estados Unidos “se opone a cualquier cambio unilateral del statu quo por cualquiera de las partes”. “No apoyamos la independencia de Taiwán, añadió, y esperamos que las diferencias a través del estrecho se resuelvan de manera pacífica”.  Aunque es cierto que se mantienen los mismos principios, no cabe duda, sin embargo, de que el comentario de Biden es significativo y representa un reajuste de la posición norteamericana. Cuando menos implica el reconocimiento de que, después de 40 años, la “ambigüedad estratégica” puede no ser suficiente como elemento de disuasión para evitar que China invada Taiwán, un dilema que se ha visto agudizado por la agresión rusa contra Ucrania.

La reacción de Pekín no se hizo esperar. Pero su rechazo al “uso de la carta de Taiwán para contener a China” va acompañado de una estrategia de mayor alcance. De hecho, justo antes de que Biden comenzara su primer viaje a Asia, comenzó a promover la “Iniciativa de Seguridad Global”, una propuesta de orden de seguridad alternativo al liderado por las democracias occidentales. Lanzada por el presidente Xi en su intervención ante el Boao Forum el pasado mes de abril, la propuesta, que tiene como fin “promover la seguridad común del mundo” (y viene a ser una especie de hermana gemela de la Nueva Ruta de la Seda), constituye —oculto bajo esa retórica global—un plan para deslegitimar el papel internacional de Estados Unidos.

El presidente Xi expuso las virtudes de su iniciativa a los ministros de Asuntos Exteriores de los BRICS el 19 de mayo. Según indicó a los representantes de Brasil, Rusia, India y Suráfrica, se trata de “fortalecer la confianza política mutua y la cooperación en materia de seguridad”; de “respetar la soberanía, la seguridad y los intereses de desarrollo de cada uno, oponerse al hegemonismo y las políticas de poder, rechazar la mentalidad de guerra fría y la confrontación de bloques, y trabajar juntos para construir una comunidad mundial de seguridad para todos”. Posteriormente, ha sido el ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, quien la ha promovido en dos viajes sucesivos a América Latina y a una decena de Estados del Pacífico Sur.

La iniciativa es doblemente significativa. China ha decidido implicarse de manera directa en la seguridad global, cuando hasta ahora su terreno de preferencia era el económico. En segundo lugar, el mal estado de sus relaciones con Estados Unidos y la Unión Europea le obliga a consolidar y extender su presencia entre sus socios en el mundo emergente, un espacio al que—por esta misma razón—Occidente tendrá que prestar mayor atención en el futuro.

THE ASIAN DOOR: Las Islas Salomón, nuevo eje de la geopolítica en el Pacífico. Águeda Parra

La diplomacia del gasto en infraestructuras impulsada por China en el Pacífico a través de la nueva Ruta de la Seda ha ido generando una nueva dinámica geopolítica en la región que podría amenazar el orden estratégico. Una mayor presencia por parte del gigante asiático en la última década que contrasta con la pérdida de influencia de Estados Unidos sobre una zona donde ha cerrado embajadas, consulados, y reducido la presencia institucional de oficinas como la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés). Ahora, las Islas Salomón se suman al juego de equilibrio geoestratégico incrementando la incertidumbre sobre cuál será la próxima ficha que ponga más presión sobre la región.

Las ambiciones regionales de China se complementan con la acuciante necesidad de desarrollo de infraestructuras que tiene la región, y que está estimada en un gasto anual de 1.700 millones de dólares, según el Banco Asiático de Desarrollo. Bajo la iniciativa china, Pekín potencia el fomento de las relaciones diplomáticas, económicas, financieras y tecnológicas, mientras Washington ha ido paulatinamente perdiendo influencia en estas áreas clave de competencia estratégica. Con la firma del acuerdo de seguridad entre China y las Islas Salomón se abre un nuevo capítulo, el de cooperación en seguridad, que viene a dar respuesta por parte de Pekín a la alianza trilateral militar AUKUS creada por Australia, Estados Unidos y Reino Unido a finales de 2021.

Sin que ninguna de las partes haya dado mayor detalle sobre el alcance del acuerdo, el nuevo aliado de Pekín en el Pacífico, a poco más de 1.700 kilómetros de distancia de la costa australiana, se suma a otras islas de la zona con las que China ha alcanzado acuerdos de cooperación, como Fiji y Tonga. La ayuda enviada por China a Tonga tras la erupción del volcán a finales de 2021 muestra el grado de compromiso del gigante asiático con la región, y que ya se pudo apreciar tras la celebración de la primera reunión de ministros de Asuntos Exteriores de China y el Pacífico celebrada el pasado mes de octubre. Un primer encuentro para ahondar en las causas comunes, como el cambio climático y el desarrollo regional a través de la creación de un Centro de Cooperación para el Cambio Climático entre China y el Pacífico, y un Centro de Cooperación para el Desarrollo y la Reducción de la Pobreza, que marcan el tono de una nueva dinámica de relaciones entre Pekín y las islas del Pacífico.

La intensificación de la diplomacia china en el Pacífico busca también marginalizar a los aliados diplomáticos de Taiwán, reduciendo el número de apoyos en la región a solamente las Islas Marshall, Nauru, Palaos y Tuvalu. De ahí que se esté intensificando la presión para que la administración Biden negocie la extensión de los tratados que Estados Unidos mantiene con Micronesia, Palaos y las Islas Marshall, que están a punto de expirar, evitando así una nueva reordenación geoestratégica en la región.

El acuerdo, conocido como “The Switch”, marca un punto de inflexión en una región que ha estado dominada tradicionalmente por Estados Unidos y Australia, y donde la llegada de presencia militar china podría llegar a bloquear las rutas marítimas entre Estados Unidos y Australia, con la vista puesta en el pacto defensivo AUKUS. De hecho, según el acuerdo firmado, las Islas Salomón podrían solicitar a China el envío de policía armada y presencia militar para mantener el orden social, y proteger a los ciudadanos y sus propiedades. De modo que, las implicaciones reales en materia de seguridad suponen situar a las Islas Salomón como eje sobre el que van a pivotar las decisiones geoestratégicas en el Pacífico entre Estados Unidos, China y Australia.

Un pequeño conjunto de islas situadas en un espacio geoestratégico que atesora su propio capítulo de batallas durante la Segunda Guerra Mundial y que vuelven a la escena geopolítica generando movimientos en el juego de equilibrio de alianzas en el Pacífico. El primero de ellos, el anuncio de la reapertura de la embajada de Estados Unidos, cerrada desde 1993. Un signo más de cómo el ritmo de la geopolítica pone énfasis en el Pacífico.

 

THE ASIAN DOOR: Europa frente a las estrategias divergentes de Estados Unidos y China en el Indo-Pacífico. Águeda Parra

El Indo-Pacífico no solamente está atrayendo el centro de gravedad económico hacia la región, sino que se está convirtiendo en un punto donde todas las potencias redefinen sus estrategias geopolíticas frente a los desafíos que plantean las próximas décadas. De ahí que la Unión Europea busque intensificar su integración económica y estratégica con la región que mayor relevancia económica, política, demográfica y geoestratégica está acaparando.

Distintas magnitudes ponen de relieve la importancia de la región y el creciente interés para la Unión Europea por convertirse en un socio relevante para los miembros que la integran. La concentración de grandes potencias económicas en la zona hace que el Indo-Pacífico agrupe el 60% del PIB mundial, conjugando la aportación de Australia, China, Corea del Sur, India, Indonesia, Japón y Sudáfrica, lo que supone dos tercios del crecimiento global. Con un elevado valor estratégico en lo económico, la región significa para la Unión Europea el segundo destino de sus exportaciones, concentrándose cuatro de los diez principales socios comerciales en la región.

Consolidándose el cambio del centro de gravedad económico y geoestratégico hacia el Indo-Pacífico, el dinamismo de la región ha motivado la publicación de la estrategia de la Unión Europea para la región, abordando múltiples ámbitos de colaboración y de amplio espectro. Entre los objetivos planteados está ampliar las relaciones comerciales y de inversión con los países de la zona, a la vez que se busca la cooperación para afrontar retos globales como el desarrollo sostenible, el cambio climático y la protección de la biodiversidad desde la colaboración conjunta. Asimismo, el dinamismo de la región va a generar que, a nivel demográfico, el Indo-Pacífico sea el epicentro de la generación del 90% de la nueva clase media (unos 2.400 millones de personas) en 2030, lo que supone para la Unión Europea una oportunidad para colaborar en calidad de socio en garantizar un crecimiento sostenible.

A todos estos temas se suma también la cuestión de la investigación y la innovación que está tomando un mayor protagonismo ante la rivalidad tecnológica que mantienen Estados Unidos y China como principales polos tecnológicos mundiales. Los retos que plantea el 5G, la transición energética, y la suite de nuevas tecnologías aplicadas al ámbito industrial, como al consumidor final, con productos de alta tecnología, hace necesario que la Unión Europea no se quede atrás ante los desafíos que plantea la Cuarta Revolución Industrial, resultando esencial avanzar en la definición de una estrategia de autonomía tecnológica.

Como región eminentemente esencial en el futuro, el Indo-Pacífico también plantea desafíos en el ámbito de seguridad. El incremento en la intensidad defensiva se ve reflejado en la cuota que supone el Indo-Pacífico en gasto militar, que ha pasado del 20% en 2009 a aumentar hasta el 28% en 2019. De hecho, la región ha tomado un mayor protagonismo para Washington desde que la administración Trump cambiara el nombre de su política exterior en la zona conocida anteriormente como Asia-Pacífico por la nueva definición de estrategia del Indo-Pacífico. Aunque coincidan las denominaciones, la visión geográfica de la Unión Europa, para la que el espacio del Indo-Pacífico se extiende desde África Oriental hasta los Estados insulares del Pacífico, difiere de la que maneja Washington, donde quedan excluidas las regiones litorales de África, la península Arábica, Irán y Pakistán que se circunscriben dentro en la estrategia estadounidense para Oriente Medio.

La aproximación de Estados Unidos con la reciente coalición AUKUS, a la que se ha unido Reino Unido y Australia para vender a Canberra una flota de submarinos de propulsión nuclear, suponiendo la cancelación del contrato con Francia en el suministrado de submarinos diésel que asciende a más de 40.000 millones de dólares, muestra una aproximación de Washington mucho más defensiva y de acción militar hacia la región que la apuesta que plantea la Unión Europa. Asimismo, en esta alianza AUKUS de largo plazo entre los tres países también se plantea la transferencia a Australia de capacidades en ciberseguridad, inteligencia artificial y computación cuántica, lo que supone elevar el perfil de Canberra frente al resto de potencias de la región.

Los intereses históricos de París en la región del Indo-Pacífico, donde reúne importantes posesiones territoriales y presencia militar, ha promovido que Francia fuera uno de los primeros países en abordar una estrategia propia hacia la región, a la que han seguido las de Alemania y Países Bajos, y a la que ahora se suma la propuesta conjunta de la Unión Europea. Ante esta acción inesperada de los socios aliados con la creación del AUKUS, la reacción de Francia ha sido fortalecer sus relaciones con India para poner en contrapeso este acuerdo.

Todos estos movimientos en el tablero de la geopolítica mundial que vienen precipitándose desde que Estados Unidos retirara sus tropas de Afganistán vienen a reforzar la idea de que la Unión Europea debe avanzar en la definición de una autonomía estratégica en todos los ámbitos. Un cambio de paradigma necesario para abordar los desafíos globales que plantea una geopolítica intensa en los próximos años que le permita actuar como actor relevante en el Indo-Pacífico y contribuir como socio del resto de los países de la región en mantener el orden, la estabilidad y el equilibrio regional sin buscar crear bloques de poder geopolítico.

 

INTERREGNUM: Cumbre en Washington. Fernando Delage

La primera reunión presencial de los líderes del Diálogo Cuadrilateral de Seguridad (QUAD) en Washington el pasado viernes, sólo una semana después de anunciarse el pacto de defensa entre Estados Unidos, Reino Unido y Australia (AUKUS), fue una nueva prueba de la urgencia con la que la Casa Blanca y sus principales socios asiáticos tratan de evitar que China altere el equilibrio de poder en el Indo-Pacífico. En contra de los cálculos de Pekín, el QUAD ha llegado para quedarse, abriendo una nueva fase en el esfuerzo colectivo dirigido a contrarrestar su creciente poder, de manera particular en la esfera naval.

Buena parte de los especialistas chinos continúan subrayando las contradicciones y debilidades del grupo, como recogía por ejemplo el oficialista Global Times: “la apresurada salida de Estados Unidos de Afganistán causó un enorme daño a India; Australia rechaza comprometerse sobre la minería del carbón para hacer frente al cambio climático; Japón se enfrenta a una situación de desorden político interno, a la vez que provoca erróneamente a China al pronunciarse sobre la cuestión de Taiwán”. Y, sí, estos analistas perciben la hostilidad en aumento hacia China, pero nunca mencionan que son las acciones de Pekín durante los últimos años las que han provocado esa reacción.

Son también sus movimientos los que explican que tanto la cumbre del QUAD como AUKUS hayan sido recibidos positivamente entre los aliados y socios de Estados Unidos en Asia (al contrario de lo ocurrido en el Viejo Continente). Esa satisfacción general no oculta, sin embargo, que, para no pocas de estas naciones, se agrava el dilema de tener que elegir entre Washington o Pekín. A la ASEAN le inquieta en particular que el QUAD pueda quitarle el protagonismo que ha tenido tradicionalmente en la arquitectura de seguridad asiática. En todos los casos se es consciente, por lo demás, de que se avecina una nueva carrera de armamentos en la región.

No sólo Australia va a recibir nuevos submarinos: el pacto implica una profunda integración de la industria de defensa de los países participantes, y su cooperación en nuevas áreas de innovación tecnológica, como la inteligencia artificial o el control del “dominio submarino”, concepto que incluye tanto los cables bajo el mar que canalizan la transmisión de datos por todo el planeta, como la detección de submarinos. La colaboración se extiende a misiles subsónicos como los Tomahawks, cuyos secretos Estados Unidos nunca ha compartido hasta la fecha, e, inevitablemente, a la tecnología nuclear. Aunque Washington se reserve el know-how de las unidades que suministrará a Canberra, y tendrá que ocuparse por tanto también de su mantenimiento—poniendo en cuestión la propia soberanía australiana, como ha señalado el exprimer ministro Kevin Rudd—, la gradual integración de capacidades de defensa que va a producirse puede acabar alterando el statu quo nuclear en Asia.

Otro elemento a valorar es cómo este reajuste geopolítico puede afectar a la relación de las potencias asiáticas con la UE. Los gobiernos de la región habían dado la bienvenida al objetivo europeo de reforzar su presencia en el Indo-Pacífico, ambición que cristalizó en la adopción de su estrategia hacia la zona, presentada sólo horas después de anunciarse AUKUS. Japón cerró un doble acuerdo económico y estratégico con Bruselas, en vigor desde 2019, y ha negociado pactos bilaterales de cooperación en seguridad con distintos Estados miembros. Con India y Australia se negocian sendos acuerdos de libre comercio. Los gobiernos del sureste asiático, donde la UE es el primer inversor exterior, veían en Bruselas un socio que les permitía diluir los efectos de la rivalidad Washington-Pekín.

La Unión tendrá que hacerse a la idea de que la absoluta prioridad de Estados Unidos es hoy China, y entender hasta qué punto Japón, India y Australia la comparten. Pendientes de que la Comisión actualice próximamente su estrategia hacia la República Popular, ha pasado inadvertido el informe adoptado por el Parlamento Europeo el 16 de septiembre, en el que se indica: “China está adquiriendo un papel global más fuerte como potencia económica y como actor de política exterior, lo que plantea graves desafíos políticos, económicos, de seguridad y tecnológicos para la UE,  que a su vez tienen consecuencias significativas y duraderas para el orden mundial, y representan graves amenazas al multilateralismo basado en reglas y a los valores democráticos fundamentales”. No parece sonar muy diferente del lenguaje empleado por Washington y sus aliados en el QUAD (aunque no hayan nombrado al gigante asiático en sus comunicados).