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INTERREGNUM: El doble juego de Xi. Fernando Delage

Como estaba previsto, la reunión anual de la Asamblea Popular Nacional china ratificó la semana pasada un tercer mandato de Xi Jinping como presidente del país por otros cinco años. Éste era el único cargo para el que existía una limitación formal a dos mandatos, pero Xi logró eliminarla en 2018. Tras obtener el visto bueno a su continuidad como secretario general en el Congreso del Partido Comunista en octubre, la Asamblea confirmó también por tanto su permanencia en la jefatura del Estado, a la vez que renovó los miembros del gobierno. Como también se esperaba, Li Qiang, número dos del Comité Permanente del Politburó, fue nombrado nuevo primer ministro.

La Asamblea Popular es la ocasión por otra parte en que se dan a conocer el objetivo de crecimiento económico para el año en curso (un cinco por cien en esta ocasión, el más bajo en tres décadas) y las grandes cifras del presupuesto nacional. Entre estas últimas destaca el gasto en defensa, que se incrementará en 2023 un 7,2 por cien, el mayor aumento en cuatro años, y por encima del 5,7 por cien que crecerá el gasto público en su conjunto

Donde no han faltado las sorpresas ha sido en el frente diplomático. Comenzaron con las críticas de Xi, al nombrar explícitamente a Estados Unidos como líder de los esfuerzos occidentales dirigidos a contener a China. Esta mención directa es del todo inusual, y contrasta con el tono amistoso que empleó en su encuentro con el presidente Biden en noviembre. Un día más tarde fue el nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Qin Gang, quien advirtió sobre una inevitable confrontación con Estados Unidos a menos que Washington abandone su política hostil hacia Pekín. Además de aconsejar a la Casa Blanca que reafirme su compromiso con los comunicados conjuntos sobre Taiwán, Qin valoró la relación de China con Rusia como un ejemplo de confianza entre las grandes potencias y un “modelo” de relaciones internacionales. Cuanto más inestable se vuelva el mundo, añadió, más profundizarán Pekín y Moscú en su asociación.

Ambas declaraciones manifiestan con toda claridad que, tras el episodio del globo espía, China no parece inclinada en absoluto a estabilizar las relaciones bilaterales. Pero si la República Popular da por descontada las tensiones con la Casa Blanca, la semana terminó con la firma el viernes, en Pekín, del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí, suspendidas desde 2016. No sólo se trata de un notable giro para la dinámica regional de Oriente Próximo, sino que constituye asimismo un triunfo para la diplomacia china que ha provocado el desconcierto de los observadores occidentales.

No ha sido Estados Unidos, el actor central en Oriente Próximo durante los últimos 75 años, quien ha gestionado el acuerdo, sino su principal potencia rival. De tener un papel secundario en la región, la República Popular ha pasado a ocupar una posición de primer orden en la esfera política. Es cierto que, dado el estado de sus relaciones con Irán, Washington nunca podría haber conseguido ese resultado, pero el protagonismo chino es una demostración de la habilidad de Pekín para aprovechar a su favor el relativo vacío dejado por Estados Unidos en la región, así como los cambios en la dinámica de las alianzas. Es prueba asimismo de cómo a través de su comercio e inversiones ha sabido convertirse en un socio indispensable. Al dirigirse a Pekín como mediador, tanto Irán como Arabia Saudí han elevado de un día para otro la relevancia de China en Oriente Próximo: el primero para sortear la política de aislamiento mantenida por Washingto; la segunda para lanzar un mensaje a los norteamericanos sobre su libertad de acción.

El impacto local será notable. Israel, por ejemplo, tendrá que abandonar sus esperanzas de contar con Riad en una coalición anti-iraní. Pero el verdadero envite se juega a escala global. China ha demostrado una vez más que sus ambiciones no se limitan a Asia ni a la competición económica y tecnológica. Manteniendo las espadas en alto con Washington, maniobra en Oriente Próximo, como lo hace igualmente en África y América Latina, para reorientar a su favor el sistema global.

Asia Central: crece el protagonismo de Irán

El viernes 17 de septiembre, en una reunión en Dusambé, Tayikistán, los países miembros de la Organización de Cooperación de Shanghái votaron aceptar el ingreso de Irán en la organización.

La OCS, establecida por China y Rusia en 2001, es una alianza económica, política y de seguridad. Actualmente incluye ocho estados: China, Rusia, Pakistán, India, Kazajstán, Kirguistán y Tayikistán. Juntos, estos estados representan el 20% del PIB mundial e incluyen al 40% de la población mundial.

Hasta ahora, Irán sólo contaba con el apoyo de Rusia, empeñada en asociar a la teocracia de Teherán a la estrategia de Moscú de amplar su influencia en la región, aliándose y, a la vez, neutralizando en lo que pueda la influencia china.

Este logro de la diplomacia iraní, apadrinada por Rusia, tiene especial importancia en estos momentos en que parece que EEUU se repliegue hacia el Indo Pacífico donde estarían sus prioridades frente a loe retos chinos. La OCS tiene pues la oportunidad de convertirse en un organismo clave en la región, llenar en vacío dejado por EEUU y sevir de decorado a una rordenación de poderes en la región pactada entre rusos y chinos.

“El equilibrio internacional a partir de ahora se inclina hacia el multilateralismo y la redistribución de poderes hacia los países independientes. Las sanciones unilaterales no se dirigen únicamente a un país. Se ha hecho evidente que, en los últimos años, afectan más a los países independientes, especialmente a los miembros de la OCS”, afirmó tras confirmarse la incorporación de Irán al organismo el presidente Ebrahim Raisi que está al frente del gobierno más duro desde hace décadas en Teherán.

Expertos occidentales consideran que, no obstante, La OCS aún no se parece en nada a una alianza estratégica liderada por China contra Occidente. Entre sus miembros se encuentra India, rival de China y aliado occidental. La OCS tampoco está alineada con Irán en su desafío al sistema internacional con respecto a su programa nuclear. Más bien, las sanciones fueron la preocupación principal que impidió que Teherán se adhiriera antes al grupo hasta ahora.

Incluso ahora, añaden, aún no se ha anunciado un cronograma para que Teherán se una a la organización. Sin duda, las grandes inversiones de Rusia, China e India en Irán se han visto disuadidas por la amenaza de sanciones estadounidenses.

También debe tenerse en cuenta que el patrón de inversión china en el Medio Oriente no se ajusta a una lealtad estricta con ningún bloque regional. Beijing es un importante comprador de petróleo saudí y mantiene amplios lazos comerciales tanto con Israel como con los Emiratos Árabes Unidos.

La guerra fría del Pacífico. Nieves C. Pérez Rodríguez

La guerra fría entre China y Estados Unidos parece ser cada día más real. Trump puso de moda el tema y Biden ha continuado en la línea de denunciar los abusos chinos y unificar frentes internacionales en pro de los valores de occidente.

Por su parte, China ha ido ganando fuerza y seguridad debido al extraordinario crecimiento económico que ha experimentado, por lo que Beijing ha ido asumiendo con mayor determinación el rol de nación líder en la escena internacional. Ha aprendido a caminar las vías institucionales para hacerse oír, en otros casos ha encontrado caminos menos regulares para conseguir influencia internacional otorgando créditos y construyendo obras de infraestructura en países desfavorecidos, que se cobran con unos intereses que duplica su valor y que en muchos casos los resultados son obras de una calidad tan precaria que acaba derrumbándose o dando problemas estructurales a poco tiempo de ser entregados. Y más recientemente la diplomacia de vacunas que le ha permitido a China llegar a cualquier rincón del planeta en el que han tendio interés.

Desde el Congreso estadounidense un grupo de senadores han articulado leyes para neutralizar los abusos chinos y generar conciencia de las prácticas del PC chino. Además de las sanciones que los estadounidenses han ido imponiendo como las de julio del 2020 a otros 4 funcionarios chinos claves, como el jefe regional del PC Chen Quanguo, quien es visto como el artífice de las políticas de Beijing contra las minorías musulmanas, como una forma de protesta a lo que está sucediendo en la Región autónoma de Xinjiang.

Pero también se han sancionado figuras como la alta ejecutiva de Huawai Meng Wanzhou, por orden de un tribunal de New York que emitió una orden de arresto para Meng para que fuera juzgada en los Estados Unidos sobre violación a sanciones estadounidense en contra de Irán y conspiración para robar secretos comerciales. Meng fue detenida en Canadá por petición de la Administración Trump.

A estas sanciones Beijing respondió con cólera sancionando a un grupo de legisladores estadounidenses en agosto del año pasado por ser los promotores de legislación que alerta y previene sobre el peligro que representa el PC chino para los Estados Unidos y el resto del planeta.

Entre los sancionados se encuentra el senador Marco Rubio por el Estado de Florida, quien es vicepresidente del comité de inteligencia del Senado, y miembro del comité de relaciones exteriores quien le dijo a 4Asia: “Beijing puede imponer todas las sanciones que quiera en mi contra. Incluso, pueden hacer que sus medios de comunicación oficialistas me dibujen en caricaturas como un diablo, si así es como quieren perder su tiempo. Nada de eso detendrá mi trabajo o silenciará mi voz. Sus sanciones en mi contra son prueba de su inseguridad y revelan que las iniciativas de política exterior bipartidistas que he liderado amenazan la agenda del Partido Comunista chino. Tanto EE. UU. como nuestros aliados afines debemos permanecer unidos contra la creciente amenaza del PC chino”.

Las sanciones de Beijing a los estadounidenses son meramente simbólicas, pues ninguno de los legisladores tiene inversiones en territorio chino. Mientras que para los chinos las sanciones estadounidenses son incómodas y pueden acarrear consecuencias indirectas como le sucedió a Lam Carrie, la jefe ejecutiva de Hong Kong, quien fue sancionada por Washington por su posición intransigente en contra de los manifestantes que protestaban el cambio de estatus de aquel  territorio. A pesar de que Carrie afirmó no tener ningún interés en viajar a los Estados Unidos, en el momento de la sanción su hijo estaba estudiando en la Universidad de Harvard y tuvo que salir en el siguiente vuelo de regreso a casa, pues esas sanciones salpican a los familiares directos, las inversiones del sancionado, cuentas bancarias, etc.

En medio de esta guerra fría entre Washington y Beijing un ala del partido republicano, basándose en las “prácticas irregulares chinas”, ha organizado una plataforma por Facebook y por Twitter llamada “Stand up to China” para divulgar el peligro que representa la nación china para los intereses estadounidenses. Con argumentos como el Covid-19 o el peligro del crecimiento militar chino crearon esta organización sin fines de lucros para crear conciencia sobre la agenda de Beijing. Según Axios -un medio digital de credibilidad- llevan gastados unos 600.000 dólares en campañas cuyo objetivo inicial fueron los usuarios de dichas redes en Florida durante 2020 y, en efecto, el estado de Florida votó fuertemente republicano en la pasada campaña presidencial de noviembre.

Stand up to China se creó en enero del 2020 y durante su primer año estuvo centrado en Florida, pero ahora está operando en un radio mucho mayor, cubriendo los estados claves en las campañas presidenciales estadounidense como Iowa, New Hampshire, South Carolina y Nevada, lo que es un claro reflejo del arrastre que la plataforma consiguió ya en Florida y que ahora pretende seguir expandiendo sus resultados.

Stand up to China tiene detrás figuras que han promocionado leyes anti-chinas para proteger las empresas estadounidenses, la propiedad intelectual americana, las libertades democráticas como el mantenimiento de la privacidad virtual, la libre competencia, entre muchos otros temas domésticos claves. Un buen ejemplo es el senador Rubio, quien está en campaña para ser reelegido en noviembre del 2022 y cuya campaña será reñida, pues las presidenciales mostraron que Florida es un estado clave en el que el discurso anticomunista tiene gran arrastre.

Además, Rubio y sus aliados políticos se han hecho con una reputación de lucha sostenida en contra del PC chino al punto que los últimos emails de su centro de campaña se titularon: ¿Es hora de hacer frente a la China Comunista?, lo que demuestra la tremenda importancia que el argumento de China ha adquirido en los últimos años en la política domestica de los Estados Unidos. Pues la campaña de un Senador se está basando además de atendar las necesidades del Estado que representa y los ciudadanos que le votan es usar el peligro chino como en su momento se habló del peligro soviético.

Biden, Irán …. y China

Finalmente, Biden ha abierto negociaciones con Teherán de cara a renovar, con algunos cambios, el acuerdo sobre el uso de la energía nuclear por parte del régimen de los ayatollah. En el fondo es la misma posición, con matices, de la Unión Europea y destacadamente por Francia y Alemania, con importantes intereses económicos en Irán.

Pero, a tenor de las primeras reacciones, Biden va a tener algunas dificultades para explicar sus movimientos la opinión pública de EEUU, donde han surgido discrepancias sobre lo que algunos estiman concesiones políticas y económicas, si finalmente se levantan las sanciones sin obtener garantías claras de Irán, para facilitar un acuerdo. Hay que recordar que siempre hubo dudas sobre el nivel de cumplimiento iraní de su compromiso en no enriquecer uranio y malestar por los obstáculos puestos a las inspecciones internacionales de las instalaciones iraníes. Cuando el presidente Trump decidió unilateralmente romper la adhesión de EEUU  a lo acordado, la reacción de Teherán no fue reafirmar su adhesión al acuerdo sino declararse no obligada ya a cumplirlo. A esto hay que añadir el acuerdo suscrito entre Irán y China recientemente en el que, a cambio de inversiones chinas en infraestructuras, Teherán facilita presencia estratégica china en sus puertos.

Y en ese marco está Israel, estrecho aliado de Estados Unidos, que siempre ha señalado que el viejo acuerdo con Irán no garantizaba nada sino que daba salida a la crisis económica de aquel país a cambio de ser más discreto en su rearme nuclear. Biden ha tenido que enviar a los responsables norteamericanos de Defensa a Jerusalén a dar a Israel garantías de que los intereses israelíes no se verán afectados en las negociaciones con Irán. Y un factor más. Tanto como a Israel, el acuerdo con Irán preocupa a Arabia Saudí, Emiratos árabes Unidos y a Egipto, que ahora viven un acercamiento s Israel, y eso obliga a EEUU a ser muy cuidadoso y, de momento, Biden no da pistas de su estrategia global.

China, por su parte, defiende el acuerdo con Irán sin gritar mucho, ya que necesita el petróleo y su presencia en Irán y, a la vez refuerza lazos con saudíes e israelíes en la medida en que puede ir avanzando posiciones. En ese terreno, el tablero de juego tiene muchos aspirantes y el movimiento de cada pieza implica consecuencias a veces inesperadas.

Biden ensaya sus primeros pasos

El futuro presidente de los Estados Unidos, Joseph R. Biden, ha comenzado a mover piezas. Personajes de su entorno y asesores de los que serán los integrantes de su primer gobierno han iniciados contactos de aproximación con autoridades chinas por un lado e iraníes por otro, para elaborar una estrategia con la que enfrentarse a los dos principales retos de su política exterior.

En el caso chino, como se ha explicado desde estas páginas, el diagnóstico de situación del equipo de Biden no difiere del de la Administración Trump: China juega en el mundo comercial con las ventajas de un sistema totalitario  que actúa como una gran empresa dirigida por los dirigentes del PC chino. Pero Biden va a tratar de enfrentarse a Pekín con formas más suaves y con una estrategia dura pero más discreta y tratando de conseguir una mayor coordinación cn sus aliados, fundamentalmente como los asiáticos del Indo-Pacífico. Esto tiene algunas dificultades porque las formas de Trump han abierto brechas con algunos de ellos.

El caso de Irán tiene más aristas. Por una parte, las relaciones con Teheran y el rol iraní en la región tiene casi tanta influencia hacia el este iraní: Afganistán, Pakistán e India, sobre todo tras el acuerdo del régimen de los ayatollah con China, como hacia el oeste: Siria, Israel, Líbano y el mediterráneo oriental. Europa, junto a países musulmanes menos moderados, presiona para volver al escenario Obama y a un acuerdo en el que Irán se comprometía a frenar su rearme nuclear durante diez años pero no garantizaba inspecciones. A la vez, países árabes aliados tradicionales de EEUU, como Araba Saudí, Bahrein y los Emiratos Árabes Unidos  (precisamente los que están en un proceso de reconocimiento y colaboración con Israel) presionan, junto al gobierno de Jerusalén, por mantener las sanciones contra Irán y no recuperar el acuerdo con Teherán hasta obtener más garantías. Además, Irán prevé celebrar elecciones en 2021 y las relaciones que se establezcan con Estados Unidos o la evolución de los enfrentamientos militares, indirectos por el momento, con Israel, serán armas electorales (en unos comicios muy controlados) tanto para los duros del régimen como para los que quieren mejorar relaciones con Occidente, por razones económicas y de imagen, ya que en la sociedad iraní crecer la crisis y el descontento.

Repensar la amenaza de China

Que China, su modelo político, sus intereses y su política de expansión de influencia y de esos intereses es una amenaza para las sociedades occidentales asentadas sobre las libertades y el bienestar consecuencia de ellas no es discutible, Lo que sí está en discusión es la dimensión, las características y la gravedad de esa amenaza y las medidas necesarias para neutralizarla o contenerla.

No se trata de enredarse sobre si la tecnología o una red cibernética concreta dispone de elementos para penetrar la seguridad occidental (aunque también hay que analizarla, sino de entender el concepto de amenaza como algo más amplio, más global que va, desde esta tecnología hasta la telaraña que China está desplegando y que llena de dependencia a muchos países a través de la compra de deuda, la cautividad de mercados y el intercambio económico con las ventajas que supone su Estado autoritario, la falta de libertad y de control interno y la liquidez de su proceso de crecimiento.

En una entrevista con The Times hace unas semanas, Gerhard Schindler, que estuvo al frente del servicio alemán de seguridad, BND, entre 2011 y 2016, llamaba la atención sobre lo esencial del comportamiento “agresivo” de Pekín en el mar de la China Meridional y su hegemonía económica sobre las regiones de África, así como la Nueva Ruta de la Seda financiada por China que se extiende por Eurasia.

“China está haciendo las cosas de manera muy inteligente, muy silenciosa, pero, en cualquier caso, con una estrategia asombrosamente consistente, y es preocupante que en Europa apenas notamos este comportamiento dominante”, asegura Schindler. Añade que la estrategia de China necesita ser reconsiderada. “En Alemania, dependemos en parte de China, por ejemplo, en nuestra industria automovilística. Pero no se puede aliviar esta dependencia volviéndose más dependientes; deberíamos esforzarnos por ser menos dependientes”, explica. 

En geopolítica, subrayan los expertos, los vacíos son rápidamente ocupados por entes que buscan posicionamiento, ya sea este estatal o no. Esto explica en parte el avance simultáneo de China en Oriente Próximo ante el retroceso de Estados Unidos que comienza tras el discurso del presidente Barack Obama en El Cairo el 4 de junio de 2009. No sólo porque el mundo suní e Israel, sus aliados naturales, entendieron entonces que Washington ajustaba su política exterior hacia Irán (ahora en proceso de rectificación), sino porque la meta utópica de cooperación que planteaba coincidió con la reducción de su dependencia de los proveedores de hidrocarburos de Oriente Medio y África. Se calcula que, para 2035, el 95% de las exportaciones de petróleo y gas desde esa zona fluirán hacia los países emergentes de Asia-Pacífico, lideradas por China.

En este contexto se produce el acercamiento de China a Irán, materializado en el reciente Acuerdo de Asociación Estratégica Integrada, por el que China invertirá a lo largo de 25 años 400.000 millones de dólares, tiene un componente energético y militar en condiciones económicas favorable a largo plazo y supondrá un refuerzo del régimen de los ayatolás al dar oxígeno a su debilidad actual.

Son dos ejemplos significativos del cambio que se está produciendo en la relación de fuerzas a escala internacional y es en este escenario global en el que hay que medir la amenaza china, más allá de sus retos tecnológicos.

China, nuevos retos

China está a punto de cerrar un gran acuerdo político-comercial con Irán. Pekín invertiría centenares de miles de millones de euros en infraestructuras iraníes y Teherán facilitaría la extensión territorial hacia Occidente de la Ruta de la Seda, además de ofrecer facilidades logísticas en sus puertos del sur. Con ello, Irán trata de paliar las consecuencias de las sanciones estadounidenses por sus desacuerdos sobre el programa nuclear iraní, y China pone una pieza más en su estrategia diplomática de consolidar sus influencias en Oriente Medio.

Sin embargo, las negociaciones están pasando por dificultades. Por una parte, algunos sectores del régimen iraní están planteando su desconfianza por lo que han llegado a denominar colonialismo chino y consideran excesivas las condiciones planteadas por Pekín, que de momento no se han hecho oficialmente públicas. Por otra parte, el acercamiento Pekín-Teherán preocupa a Pakistán, hasta ahora socio preferente de China en la región, ya que hay frontera entre ambos países y China tiene ya puertos comerciales y militares en la costa sur pakistaní.

No hay que perder de vista que Pakistán, país islámico de mayoría sunní y con sectores muy radicalizados, es, a su vez, aliado de Arabía Saudí y enemigos ambos de un Irán de mayoría chií y enfrentado militarmente en Yemén a través de grupos aliados, con la propia Arabia.

Y un tercer elemento. El viraje de los países árabes de mayoría sunní hacia una oficialización de sus relaciones comerciales con Israel y un reconocimiento de este país, está cambiando los equilibrios de poder y poniendo en alerta los apoyos de Irán a grupos palestinos suníes per que se sienten traicionados.

En este proceloso mar tiene que navegar China que, a su vez, tiene crecientes acuerdos comerciales con Israel y con los saudíes. El proverbial pragmatismo chino tiene ante sí varios retos complicados.

China en el laberinto de Oriente Medio

Es conocido que el valor prioritario en los principios que determinan la política de China se le otorga al pragmatismo. La concepción autoritaria, sectaria, de desprecio a las libertades y los derechos, tan propia del comunismo se ejerce con mano de hierro en el interior se combina con una red de aliados e intereses en el exterior también ausente de principios y de decencia. Lo que importan son los objetivos y estos son obtener negocios para empresas chinas tuteladas por el Gobierno y con ellas ganar un milímetro más en la influencia mundial del régimen.

Así, en el complicado escenario de Oriente Próximo con tantos elementos contradictorios, China se encuentra en un reto para una política que trata de ganar espacio y dinero sin molestar a nadie.

China no puede estar ausente de la región. Necesita petróleo, estirar su influencia y sus fuerzas navales por esa ruta de acceso a Occidente y conseguir negocios. Así, importa petróleo de Irán, tiene acuerdos comerciales con Qatar e Israel, con presencia de gestión en sus puertos, y, formalmente, envía guiños de complicidad a los palestinos. Eso explica que la brutal política china contra los musulmanes del este de su territorio, especialmente los uigures, no haya suscitado apenas críticas de los países árabes tan sensibles a cualquier medida occidental y especialmente israelí en contra de la “resistencia” palestina. Valga decir que en ningún país árabe tienen sus ciudadanos tantos derechos y garantías judiciales como los ciudadanos árabe-israelíes.

China trata de mantenerse de perfil pero el reconocimiento diplomático entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos ha cambiado profundamente los equilibrios profesionales. Los EAU, una potencia económica en la zona, junto a la potencia científica y militar de Israel, dibujan una alianza  contra Irán, abre la puerta a una alianza a la que podrían sumarse los saudíes, Oman y Bahrein y dejan a los palestinos en un limbo en el que pierden apoyos.

En este campo se mueve China, de la que los palestinos quieren apoyo económico, y tal como va la división de la región en bloques más radicalizados Pekín va a encontrarse con dificultades en época de crisis pandémica.

Teherán en su laberinto

Como decíamos en 4Asia, el ataque de EEUU contra el general iraní Soleimani y la reacción de Teherán, llena de nerviosismo e impericia técnica que llevó a derribar el avión ucraniano con 176 pasajeros a bordo, ha acabado metiendo la crisis en el patio iraní. Las reacciones ante uno y otro hecho han desvelado las contradicciones entre el Gobierno y la autoridad religiosa, que controla sus propias unidades militares, y una reacción de la sociedad con manifestaciones en las calles y asesinatos por parte de la policía que han tensionado el ambiente.

La teocracia iraní está en medio de una gran crisis económica, una pérdida de apoyo social y un  desprestigio internacional evidente tras tener que reconocer su papel en el derribo del avión ucraniano.

Estos elementos y la tendencia del régimen iraní a huir hacia adelante (ya han anunciado su abandono total del acuerdo nuclear ya denunciado por EEUU, que lo considera insuficiente) planean ahora sobre el escenario sirio, donde están desplegadas unidades de la división Al Quds, que dirigía Soleimani y donde Hizbulah, uno de los brazos terroristas de Teherán,  ha amenazado con atacar a EEUU.

INTERREGNUM: No es sólo Irán. Fernando Delage

En 2016, Donald Trump se presentó como candidato a la presidencia de Estados Unidos prometiendo que sacaría al país de las guerras de Oriente Próximo. Instalado en la Casa Blanca, no tardó en abandonar el acuerdo nuclear con Irán, e imponer a este último duras sanciones económicas. Trump intentó reducir la presencia norteamericana en la región haciendo de Israel y de Arabia Saudí—coincidentes ambos en su hostilidad hacia Teherán—los instrumentos centrales de defensa de sus intereses. Lo inviable de dicha política acaba de ponerse de manifiesto: con el asesinato del general Qassem Suleimani en Bagdad la semana pasada, Washington abre un nuevo escenario de conflicto, cuyas implicaciones no se limitan sin embargo a esta parte del mundo.

Los analistas especulan sobre las posibles represalias del régimen iraní. Pero quizá tenga mayor interés examinar el margen de maniobra con que cuenta Estados Unidos para responder, a su vez, a las reacciones de Teherán. Irán actuará de manera gradual, asimétrica y con un claro objetivo a largo plazo: la completa expulsión de Washington de Siria e Irak. La influencia adquirida por Teherán en la zona—una de las consecuencias de la invasión norteamericana de Irak en 2003—permite a sus autoridades dictar el ritmo, alcance y localización de toda escalada de manera precisa. Irán puede navegar los vericuetos de Oriente Próximo con una considerable libertad de acción, mientras que Estados Unidos parece haber perdido la que tuvo durante décadas. Pues no se trata de capacidades militares—terreno en el que nadie puede competir con Washington—sino de un juego que se desarrolla en un tablero más amplio, y en el que participan otras grandes potencias.

Mientras Trump ha abierto el camino que puede conducir a una nueva guerra en Oriente Próximo, Kim Jong-un puede reanudar sus ensayos nucleares y continuar ampliando su arsenal. China y Rusia, por su parte, observan con satisfacción este intento de demostración por Washington de su poder como lo que es en realidad: una prueba de desorientación estratégica que continúa minando su posición geopolítica. Motivado por la prioridad de su reelección, Trump intenta crear las circunstancias que le sirvan de apoyo en el caso de una confrontación directa con Irán. Pero 2019 terminó con la realización en el golfo de Omán, del 27 al 31 de diciembre, de los primeros ejercicios navales conjuntos en la historia de Irán, Rusia y China; una iniciativa que lanza a Washington el claro mensaje de que Teherán no está solo y cuenta con poderosos socios. Irán se afirma como potencia regional, Rusia confirma su regreso como actor relevante en Oriente Próximo, y China revela las capacidades navales que sustentan la ampliación de sus intereses geoeconómicos.

La advertencia de que una guerra con Irán implicaría a China y Rusia—haciendo de la muerte de Suleimani un nuevo Sarajevo—puede resultar un tanto exagerada. Pero no lo es el hecho de que, sumando a su enfrentamiento con Pekín y Moscú, un choque con Teherán, Washington está propiciando la formación de la Eurasia menos conveniente para sus intereses. En el contexto de vulnerabilidad política propio de un año electoral, una “alianza” China-Rusia-Irán no sólo puede hacer inviable una política norteamericana de embargo de recursos energéticos, sino acelerar la construcción de un espacio euroasiático integrado en el que Estados Unidos puede quedarse fuera de juego.